Angie es un ángel.
Zack lo supo la primera vez que la vio, tan pequeñita en sus brazos, tan blanquita, era un pequeño ángel, que no necesitaba alas. Era un ángel cuando dormía, cuando sonreía, cuando reía.
El cabello rubio que le crecía de a poco, la hacía más angelical, sus ojos azules la hacían hermosa.
Justo como su madre, Ray.
No obstante, también era un demonio.
Cuando lloraba desquiciadamente, cuando se cagaba. ¡Diablos!
Y ahí vamos, otra vez.
El llanto de la pequeña comenzó a oírse por toda la casa. Angie estaba llorando.
—¡Vas tú! —ordenó Zack dándole una suave patada a Ray, despertándola.
Ray negó con la cabeza.
—La anterior vez fui yo, te toca.
Y Zack se levantó porque sabría que Ray no lo haría sino era su turno. ¡Así lo habían acordado y así lo estaban cumpliendo! ¡Carajo!
...
¡Agh! ¡Asquerosoooooo!
Exclamó en su mente, ante la repugnancia que se le hacía cambiar el pañal lleno de mierda, algo que todavía no se acostumbraba, mientras sostenía el objetó con las puntas de sus dedos y lo tiraba en el tacho de basura que tenía al lado.
—Pequeña demonio —apodó mientras le ponía el nuevo pañal, ante la mirada atenta de su progenitora.
Era una diablilla. Porque ¿Cómo se le ocurría cagarse como a las tres de la mañana todas las putas noches?
