Claim: Keith Goodman/Ivan Karelin.
Notas: Sirtuado en un Universo Semi-alterno, donde Ivan no es un héroe.
Rating: T.
Género: Romance/Angst.
Tabla de retos: Fantástica.
Tema: 14. Maldad.
Dos figuras muy diferentes caminaban por calles céntricas de Sternbild. Una de ellas, alta y delgada, tenía en su andar ese toque característico de vanidad, cierta fortaleza y confianza en si mismo que lo distinguía como líder innato y que sin duda se mostraba además en su paso apresurado, tan veloz que la otra figura, un muchacho menudo, rubio y pálido, apenas y podía seguirlo entre la multitud de ciudadanos que poblaban las calles, en espera de que comenzara el desfile anual de la ciudad, lleno de globos, payasos y música. El escenario perfecto, había dicho Edward la noche anterior, mientras tonteaban en su casa. A Ivan no le habían gustado esas palabras. ¿Perfecto para qué? Edward tampoco se lo había dicho esa mañana, se había limitado, en su lugar, a apresurarlo para salir de casa, aunque nunca antes había mostrado tal emoción por un desfile de héroes de la ciudad.
Cuando llegaron a la calle principal de Sternbild, cubierta con papel de colores, globos y luces tintineantes, Ivan pensó que se detendrían, aunque la vista no era la ideal al estar la calle abarrotada, sobretodo de niños y mujeres jóvenes, en espera de autógrafos de sus ídolos favoritos. Oh, qué sencillo y a la vez qué terrorífico ser un héroe, pensó Ivan, cuando Edward lo obligó a seguirlo entre un intrincado laberinto de calles aledañas, todas siempre más oscuras que las anteriores, hasta que el sonido de la gente emocionada se convirtió en un mero murmullo y ambos se encontraron frente a un edificio vacío, que casi parecía abandonado.
—¿Edward? —inquirió el rubio, echando un vistazo al lugar, decrépito y similar a aquellos lugares de mala muerte que veía en las películas, en el cual el protagonista siempre se metía en problemas.
—Shh, escucha, Ivan. ¿Recuerdas que querías una consola de videojuegos y una computadora nueva? —la sonrisa del joven era aguda, perspicaz y por un momento le incitó a sentir miedo. Edward no quiso explicarse más, señaló el edificio con un movimiento de la cabeza, con la palabra "robo" flotando en su mente, tan clara que por un momento creyó poder leerla en sus facciones. Y eso le asustó aún más.
—No estarás jugando, ¿verdad? —lo dijo con todo el valor que le quedaba en el cuerpo, si es que quedaba algo en esa masa de piernas temblorosas bañada en sudor—. ¿Por un computador y una consola de vídeo?
Edward le miró estupefacto antes de echarse a reír.
—¡No seras ridículo! —le cortó, con un gesto de exasperación. Negó con la cabeza varios segundos, como si no pudiera creérselo, antes de agregar—: Una vez terminemos este trabajo, tendremos para eso y mucho más. ¿Recuerdas esa banda de ladrones que han estado echando en las noticias? Pues me he puesto en contacto con ellos —dejó que sus palabras surtieran efecto en él, saboreando un poco el rostro de sorpresa de su mejor amigo, luego, siguió hablando—: ya es hora de que dejemos esta vida de mierda que llevamos. ¿No quieres tener muchas cosas? ¡Yo sí! Ahora, date prisa si no quieres que se nos escape esta oportunidad.
—¿O-oportunidad? —por más que Ivan quisiera procesarlo, su cerebro se negaba a cooperar. No entendía qué tenía que ver ese edificio, en apariencia abandonado, con una banda de ladrones, mucho menos con ellos, quienes el día anterior habían estado viendo animé y haciendo tarea hasta tarde, totalmente en ese orden. Su mundo había dado un salto enorme e Ivan, ya del otro lado, no sabía cómo empezar a caminar ese rumbo desconocido y lleno de peligros.
—¿Ves eso? —señaló el último piso del edificio, cuyas ventanas eran tocadas por el sol del mediodía y las luces de colores lejanas, provenientes del desfile que seguramente estaba en su máximo apogeo—. Es ahí donde un pez gordo —¿Pez gordo? ¿Desde cuándo usaba Edward tales palabras? Ivan no pudo evitar reír, aunque su situación era de todo, menos divertida—, tiene guardado todo su dinero. Lo he estado rastreando hasta aquí desde hace un mes. Cree que es seguro porque está en medio de la nada, pero debe de ser tonto si cree que alguien con superpoderes no puede seguirlo cada noche, saliendo del trabajo.
Nuevamente ese Edward desconocido, atemorizante, extraño, como si fuese otra persona usurpando el cuerpo de su amigo de la infancia, en las buenas, en las malas y en las peores, como ésa. Y como las que seguirían, aunque él no lo supiera todavía. Nuevamente esa voz llena de rabia que no sabía anidaba en su cuerpo, nuevamente esa sensación de verse perdido, aunque horas antes todo había sido tan familiar y cálido...
—Pero, ¿para qué me necesitas? —si tenía todo tan bien planeado, si quería meterse en ese tipo de cosas, sus poderes bastaban. En lo que concernía a Ivan, prefería mantenerse pobre y trabajando en una cadena de comida rápida para toda la vida en lugar de robar.
—¡Ah, esperaba que me lo preguntaras! —se alegró Edward, pasándole un brazo por el hombro para juntar sus cabezas, aunque en realidad, al no haber nadie cerca, nadie podría enterarse de su plan secreto—. Quiero que entres allí. Tú eres el único que puede deslizarse por las paredes, seguro que el viejo tiene un sistema de seguridad muy poderoso, pero si tú puedes deslizarte y salir con el dinero, pues qué mejor, ¿verdad?
—¿Eh? ¿Y por qué debería de hacerlo? No sé, no estoy seguro...
—Vamos, yo te cuido las espaldas —le guiñó un ojo de manera tranquilizadora, aunque el gesto no surtió el efecto deseado y Edward se decantó por su siguiente estrategia—. Hazlo y ya —dijo en tono furioso—, me lo debes, Ivan. Me lo debes por todas las veces en que te he ayudado.
Por suerte, esa estrategia si funcionaba e Ivan, luciendo tan indefenso y patético como siempre, acató sus órdenes de seguirlo hasta la parte trasera del edificio, donde ocultando su rostro tras una máscara que Edward, previsoramente, había dejado allí días atrás, se dispuso a realizar la tarea que le habían pedido, sintiéndose culpable e idiota a la vez, jurándose también que era la única vez que lo haría, que nada iría mal, que si se llevaba lo suficiente, Edward no volvería con esas extrañas ideas en mente, no volvería a forzarlo, no volvería a herirlo.
Se deslizó como una sombra por varios pisos, maldiciendo, como ya lo había hecho en incontables ocasiones, el poder que había recibido al nacer, que sólo le había causado problemas, burlas y depresiones, tan diferentes de esos héroes tan aclamados en la televisión, con sus ridículos trajes y frases pegajosas, su insufrible popularidad.
Estaba ya en la habitación que Edward le había indicado, en donde la caja fuerte descansaba envuelta en un montón de mandas raídas y papeles amarillentos, cuando una alarma comenzó a sonar.
—¡Detectores de movimiento! —se dijo a sí mismo, pero presa del pánico se quedó paralizado por varios instantes, escuchando el pitido potente en sus oídos, alerta segura que pronto traería a los policías tras su pista. Bueno, era lo suficientemente rápido como para evadir a los policías, pero sólo si se movía inmediatamente y se olvidaba del dinero, aún si eso significaba hacer enojar a Edward. Se dio la vuelta y echó a correr por el pasillo, aún camuflado por las paredes, de un sucio tono gris. ¿Dónde estaba Edward? ¿Estaría bien? ¿Habría huido ya? A una parte de él le gustaba pensar que no, que no se había marchado, que seguía esperándolo con un buen plan para escapar, pero cuando llegó al segundo piso y no lo encontró, aunque se suponía estaba vigilando desde allí porque era la mejor vista, el pánico le dio un vuelco en el estómago y cualquier plan de huida coherente se borró de su cerebro.
Tenía que correr, eso era lo único que sabía. Y eso hizo, corrió, sin tener en cuenta la dirección, la hora, las sirenas de las patrullas acercándose, la silueta de un hombre sobre su cabeza dibujada en el asfalto por el sol de mediatarde. Su loca carrera sólo terminó cuando alguien lo alzó en el aire, tomándolo del cuello de la playera, medio ahorcándolo en el intento, mientras gritaba—:
—¡Alto ahí, criminal! ¡No dejaré que sigas haciendo estragos en Sternbild! —la voz conocida de un superhéroe resonó por todo el lugar, aunque con más insistencia en su cabeza aletargada. Lo tenían, no sólo ese héroe volador, sino también las cámaras de Hero TV, Edward, suu propio miedo.
Estaba atrapado. Atrapado cuando el día anterior había sido normal y caluroso, atrapado aunque no había hecho ningún mal. Atrapado, atrapado, atrapado. E iría a la cárcel.
