Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, y la historia a Kasie West .
Estaba encerrada en la biblioteca intentando no entrar en pánico. Encerrada de verdad. Sin escapatoria. Cada puerta, ventana, ventilación.
Bueno, no había probado las rejillas de ventilación, pero estaba considerándolo seriamente. No estaba tan desesperada… todavía. Mis amigos se darían cuenta de lo que había pasado, regresarían y me liberarían, eso me aseguraba a mí misma. Solo tenía que esperar.
Todo empezó cuando tuve que ir al baño. Bueno, antes de eso hubo mucho refresco (unos dos litros de Dr Pepper que Lauren infiltró en la biblioteca).
Ya había bebido más de lo que me tocaba de la botella, cuando Mike se sentó a mi lado, invadiéndome con su aroma, como cada vez que se acercaba para preguntar mi opinión.
Cuando las ventanas se volvieron negras, los bibliotecarios nos pidieron que nos marcháramos, y recorrimos todo el camino hasta el aparcamiento subterráneo, en el que nosotros quince nos dividiríamos en cuatro coches, pero me di cuenta de que no aguantaría hasta la calle, sin mencionar todo el camino hasta la hoguera en el cañón.
—Tengo que hacer pis —anuncié después de arrojar mi mochila en el maletero del coche de Mike. Ángela bajó su ventana. Su coche, junto al de Mike, ya estaba en marcha.
—Pensé que vendrías en mi coche, Bells —dijo ella, y me ofreció una sonrisa cómplice. Sabía que yo quería ir con Mike. También sonreí.
—Estaré pronto de vuelta. No hay baño en el campamento.
—Hay muchos árboles —comentó Mike mientras rodeaba el coche para cerrar el maletero de un golpe. Resonó por todo el aparcamiento vacío. En su coche ya se podían ver tres cabezas en el asiento trasero y una cuarta en el del acompañante. No. Todos me habían ganado. Tendría que ir con Angela después de todo. No había problema, tendría tiempo de sobra para hablar con Mike en la hoguera. No estaba en mi naturaleza el ser audaz en mis declaraciones de eterno afecto, pero con mis extremidades temblorosas por los dos litros de cafeína y la advertencia de Angela de que Jessica me robaría a Mike, que resonaba en mi cabeza, me sentía poderosa.
Corrí de regreso por el largo pasillo, por las escaleras y a través del corredor acristalado que daba a un parque. Cuando llegué al nivel principal de la biblioteca, la mitad de las luces ya estaban apagadas.
La biblioteca era demasiado grande y necesitaba más baños, concluí al llegar. Abrí la pesada puerta de madera y rápidamente encontré un cubículo.
El contenedor donde debían estar los protectores de papel para el asiento estaba vacío. Al parecer tendría que hacer equilibrios.
Mientras estaba volviendo a subir la cremallera de mis pantalones, las luces se apagaron. Solté un grito, después me reí.
«Muy gracioso, chicos». Tyler, el mejor amigo de Mike, había encontrado sin duda el interruptor. Parecía algo que él haría.
Sin embargo, las luces permanecieron apagadas y no hubo risas que siguieran a mi grito. Debían tener detectores de movimiento. Sacudí las manos. Nada. Me estiré para palpar la puerta, intentando no pensar en todos los gérmenes pegados a ella, hasta que encontré el pomo y la abrí. La luz de la calle brillaba por la ventana, así que pude ver lo suficiente para un riguroso lavado de manos. Era un baño ecológico, lo que significa que solo tenía secadores de aire. Escogí la velocidad como la forma más eficiente de secarme las manos, así que las restregué en mis vaqueros. Mi reflejo en el espejo era apenas una sombra, pero, de todas formas, me acerqué para comprobar que mi maquillaje no estuviera corrido. Por lo poco que veía, estaba bien.
En el salón, solo unas pocas luces superiores al azar iluminaban el camino. El lugar estaba completamente muerto. Aceleré el paso. La biblioteca por la noche era mucho más escalofriante de lo que podría imaginar. El corredor de tres metros de largo, cerrado por cristales, centelleaba mientras la nieve comenzaba a caer en el exterior. No me quedé a mirar, como estaba tentada a hacer. Con suerte, la nieve no arruinaría la hoguera. Si se mantenía ligera la haría mágica. Una noche perfecta para hacer confesiones. Mike no se sorprendería cuando se lo contara, ¿o sí? No, estuvo coqueteando conmigo toda la noche. Incluso escogió la misma etapa que yo para el ensayo de Historia. No creo que eso haya sido coincidencia.
En cuanto a la cabaña con las chicas después de la hoguera, la nieve sería perfecta. Hasta puede que nos quedásemos atrapadas allí. Eso ya había ocurrido antes. Al comienzo me había preocupado, pero resultó un fin de semana genial: chocolate caliente, trineos e historias de fantasmas.
Llegué a la puerta del aparcamiento y empujé la barra metálica. No se movió. Lo intenté una segunda vez. Nada.
«¡Mike! ¡Tyler! ¡No es gracioso!». Presioné la nariz contra el cristal, pero, por lo que podía ver a ambos lados, no había absolutamente ningún coche ni persona. «¿Angela?».
Por costumbre, busqué mi teléfono móvil. Mi mano solo se encontró con el bolsillo vacío de mis pantalones. Había dejado mi mochila negra con todas mis cosas para el fin de semana (móvil, ropa, abrigo, cartera, bocadillos, cámara, medicamentos…) en el maletero del coche de Mike.
No.
Corrí por toda la biblioteca en busca de otra salida. Algo que al parecer no existía. Seis puertas al exterior y estaban todas cerradas. Así que allí estaba, con la espalda apoyada contra la puerta del aparcamiento, sintiendo el frío que penetraba en mi piel, encerrada en una biblioteca vacía, luchando con la cafeína y la ansiedad dentro de mi cuerpo.
Un pánico que hizo que mi corazón palpitara con fuerza se abrió camino por mi pecho y me cortó la respiración. Cálmate. Regresarán, me dije a mí misma. Simplemente había demasiadas personas metiéndose en demasiados coches. Todos pensaron que estaba con alguien más. Una vez que los cuatro coches llegaran al campamento, alguien notaría que yo no estaba allí y regresarían.
Calculé el tiempo que se necesitaría para ello. Treinta minutos hasta el cañón, treinta de regreso: estaré aquí durante una hora. Bueno, después tendrían que encontrar a alguien que tenga una llave para abrir esta puerta.
Pero eso no llevaría mucho más tiempo. Todos tendrían sus móviles. Llamarían al departamento de bomberos si tuvieran que hacerlo. De acuerdo, estaba poniéndome dramática. No tendrían que llamar a ningún número de emergencias.
Mi discurso motivador ayudó. Esto no era nada por lo que ponerse nerviosa.
No quería dejar mi lugar por miedo a que mis amigos no me vieran al regresar. O que yo no los viera o no los escuchara a ellos. Pero sin mi móvil ni mi cámara, no tenía forma de pasar el rato. Comencé a tararear una canción, muy mal, después me reí de mi intento. Quizás podría contar los huecos en los paneles del techo o… miré alrededor y no se me ocurrió nada.
¿Qué hacían las personas para pasar el rato sin móviles?
… «skies are blue. Birds fly over the rainbow», mi forma de cantar no me conseguiría un contrato discográfico en un futuro cercano, pero eso no me impidió entonar unas cuantas canciones a todo pulmón. Me detuve, con la garganta irritada. Ha pasado al menos una hora.
Mi trasero estaba entumecido y el frío del suelo había ascendido por mi cuerpo, así que estaba temblando. Debían bajar la calefacción los fines de semana. Me levanté y me estiré. Tal vez este lugar tuviera un teléfono en alguna parte. No se me había ocurrido buscar antes. Nunca había tenido que buscar un teléfono; siempre llevo mi móvil conmigo.
Por séptima vez ese día, atravesé el corredor acristalado. Ahora todo estaba blanco. La tierra estaba cubierta de nieve, los árboles adornados con ella.
Deseé tener mi cámara para poder capturar el contraste de la escena; las líneas oscuras del edificio y de los árboles contra la cruda blancura de la nieve. No la tenía, así que seguí caminando.
Comencé por la entrada, pero no pude encontrar un teléfono por ninguna parte. Debía haber uno en la oficina cerrada, pero un enorme escritorio me bloqueaba la vista. Incluso aunque descubriera uno, obviamente no tenía la llave. Tras un par de puertas de cristal se encontraba el lugar donde se guardaban la mitad de los libros. La otra mitad estaba detrás de mí, en la sección infantil. Estaba más oscuro allí, así que me detuve un momento junto a la puerta para que mis ojos se acostumbraran y pudiera distinguir el espacio frente a mí. Largas y sólidas estanterías ocupaban el espacio central, rodeadas de mesas y asientos.
Ordenadores.
En la pared lateral había ordenadores. Podría mandar un e-mail o un mensaje directo.
Todo se volvió más oscuro una vez que entré. Había algunas lámparas de escritorio dispersas por la zona, así que busqué bajo la pantalla de una de ellas, para comprobar si eran de decoración o si realmente funcionaban. Se encendió con un brillo cálido. Cuando llegué a los ordenadores, ya había encendido tres lámparas. No servían para disipar la oscuridad en un espacio tan grande, pero creaban un ambiente agradable. Me reí de mí misma. ¿Un ambiente para qué? ¿Un baile? ¿Una solitaria cena a la luz de las velas?
Me senté frente a un ordenador y lo encendí. La primera pantalla que apareció me instaba a introducir el nombre de usuario de un empleado y la contraseña. Protesté. La suerte no estaba de mi lado esa noche, en absoluto.
Escuché un ruido sobre mi cabeza y levanté la vista. No sé qué pensé que vería, pero no había nada más que oscuridad. El edificio era antiguo y probablemente solo estaba asentándose por la noche. O quizá era el viento o la nieve golpeando una ventana.
Otro ruido encima de mi cabeza me hizo salir de prisa al corredor. Me precipité por las escaleras y llegué a la puerta principal. Tiré de los picaportes lo más fuerte que pude. Las puertas se mantuvieron firmemente cerradas.
Miré por la angosta ventana lateral. Se veían los coches pasando por la avenida principal, pero las aceras estaban vacías. Nadie me escucharía si golpeaba el cristal. Lo sabía. Ya lo había intentado más temprano.
Estaba bien. No había nadie más que yo en la biblioteca. ¿Quién más sería tan tonto como para quedar atrapado en una biblioteca? Sola. Sin escapatoria. Distracción. Necesitaba una distracción. Pero no tenía nada conmigo.
¡Libros! Este lugar estaba lleno de libros. Buscaría un libro, una esquina lejana y leería hasta que alguien me encontrara. Algunos incluso considerarían este escenario como un sueño hecho realidad. Yo podría considerarlo también. Había poder en los pensamientos. Ese era mi sueño hecho realidad.
Hola otra vez!! Aquí les traigo otra adaptación :D ¡¡Que la llama Crepúsculo nunca se apague!! Estaba pensando en subir varias adaptaciones, libros que he leido y me han gustado y compartirlos con ustedes adaptándolos con mis personajes favoritos * EdwardBella *
