I

—No sería prudente.

Oyamada llevaba el control de su vida. Aunque su papel preponderante era manejar sus asuntos legales, él había ido mucho más lejos y se había convertido en su sombra en los tres años posteriores a su divorcio. Y ella no podía olvidar con facilidad el apoyo que le brindó, pese a que nadie quería tomar el caso en sus manos. Por lo tanto, sus palabras tenían el peso suficiente para ahogar su idea en el drenaje con facilidad.

—No vas a ganar, ya has perdido millones en el juicio y la gente sigue comentado, no podremos ocultar la verdad. Resígnate de una buena vez.

—¡¿Resignarme? ¿Hablas en serio, Manta? ¿Cómo voy a resignarme mientras él…?!

Exhaló continuamente antes de perder el control. Su arreglo lo requería. Necesitaba de toda la entereza posible.

—No mientras viva. Mientras viva, ese malnacido no tendría acceso a nosotros. No tan fácil.

Manta cerró los ojos cansado. Anna era difícil de lidiar, más aun con tan severo problema de ira.

—Tienes un buen papel en una película. No es necesario que interpongas otra demanda, te va a mandar al demonio y esta vez iba muy en serio lo de publicar fotos en periódicos y revistas—le recordó casi con crueldad—Así que para de una vez, Anna. Al menos estás libre. Qué pase con ese hombre te debe importar un comino.

Pero no podía. La herida, a pesar de los años, continuaba fresca.

—Señora Anna, el joven Ren la está esperando.

—Anda, ve. Ren tiene buenas intenciones contigo—aprobó Oyamada—Vamos, Anna, diviértete.

Suspiró y acompañó a Sathy hasta el vestíbulo del hotel en que se estaba llevando a cabo la recepción del evento. Se había negado a que él pasara por ella a casa, no quería suscitar un escándalo mayor del que ya era participe y mucho menos cuando todos pensaban de ella lo peor.

—Encárgate de que todo esté en orden—le dijo a la mujer antes de bajar la escalinata.

—Por supuesto, señora.

Asintió y tomó la mano que Ren le ofrecía.

—¿Fue largo el viaje?

—Normal—contestó cortante—No necesitas ser amable.

—Eres mi co-protagonista—le recordó—No podría ser grosero contigo, ni aunque quisiera. Tu contrato te obliga a venir conmigo a todos los eventos importantes, ¿lo olvidas?

¿Cómo podría? Aborrecía con su alma las cláusulas en cada línea. Antes habría podido hacer de su vida y de su carrera lo que quisiera, pero ahora, que nadie parecía tomarla como una actriz seria, los papeles en su vida se estaban limitando a tontas comedias románticas.

Protagonizar junto a Tao uno de los dramas más comentados de la última década era su última oportunidad para repuntar su carrera. Cerró los ojos resignada a bajar la guardia mientras tomaba el brazo de Ren.

—Tranquila, como te dije, no haré nada para perjudicar tu imagen, sino todo lo contrario—añadió sin maldad—Sólo asegúrate de sonreír lo suficiente.

Las puertas se abrieron y contempló a la distancia un gran número de conocidos. Directores y algunos productores de gran peso estaban reunidos en una mesa al fondo, cerca del escenario.

—Sus lugares—le indicó la azafata—¿Desea algún vino en especial?

—Rosado, por favor—contestó Tao.

—Enseguida.

—Oh no, querida—interrumpió bruscamente Kanna—Que sea una buena cosecha y un vino Francés.

Ren asintió ante la petición nada oportuna de una de las comentaristas más suspicaces en la farándula. Anna evitó su mirada. No estaba complacida en estar sentada junto a una de las personas más odiosas del planeta y que había divulgado de su vida como si hubieses sido ella misma.

—Veo que los rumores son ciertos y están saliendo juntos—comentó sin ningún disimulo—Lo último que supe de ti, Kyouyama es que los papeles de adolescente aun te sentaban bien.

Y quizá eso fue suficiente para que la mirara detenidamente. No podía bajar la mirada y agacharse por representar un papel menor e inferior a su categoría, a esas alturas, no podía darse el lujo de hacerlo.

—Y según la crítica, fue una representación digna de alguien que ronda casi los veintiocho años.

Tao sonrió al verla emerger con toda gloria.

—Seguro, si aun quieres aparentarlos—respondió con pesadez la mujer—He escuchado que tu ex marido sale con una modelo muy… hermosa.

Tamamura era una mujer más que hermosa, al menos eso podía apreciarlo con facilidad en las revistas de moda.

—Supongo que debe ser halagador que tu marido, perdón, ex marido busque alternativas más interesantes.

—Sí, supongo—contestó irritada.

No había día que no lamentara haber sido más directa en cuanto recibió la demanda de divorcio. No había instante que no cuestionara cuáles habían sido los motivos que la habían llevado a esa faena.

—¿Y qué tal el último juicio? Por lo que escuché y de muy buena fuente, estabas en quiebra.

Ren se dedicó exclusivamente a mirar el intercambio verbal y hostil de aquellas dos mujeres, al menos hasta que el productor de su nueva cinta lo requirió en el ala de juego. Anna no era una de sus personas favoritas y con quien adoraba estar horas, pero sentía empatía hacia su causa.

—Volveré en unos minutos—susurró antes de dejarla—No la mates, por favor.

Sin embargo era muy difícil no hacerlo.

—Tengo algunos problemas económicos, pero nada…

—No, no, no—negó de inmediato—Poner tres propiedades a la venta no es estar en una mala racha. Y aquellas eran hermosas, seguro los Asakura están más que complacidos de tenerlas de vuelta.

Aun así, aunque ellos le hubieses puesto una yugular en el cuello, no iba a venderse por tan poco, ni iba a ceder en el juicio impuesto.

—Hablamos de los Asakura. Son una de las tres familias más poderosas en Japón—le recordó con crueldad—La suma de dinero se va juntando, Anna. Llegará un momento en que ellos van a manejar tu vida a su antojo.

—Eso no pasará.

Sonrió con ironía.

—No pasará porque Hao y yo nos hemos arreglado y de muy buen modo—contestó segura—El último juicio fue algo sin importancia, he conciliado con su familia.

—¿Oh, en serio?

Manta había labrado un papel que al menos la sustentaba un par de meses más, así que mentir y labrar un poco su dignidad, no era algo volátil. Basándose en cualquier clase de escrutinio, aquella familia había destrozado por completo su imagen, haciéndola parecer de lo peor en el ramo actoral.

—Así es—respondió firme—Él y yo, quedamos en buenos términos y ahora somos amigos.

Observó su mueca de maldad pura. Entonces, giró con discreción hacia la misma dirección y su corazón se aceleró en cuanto vislumbró a los lejos la figura de su ex esposo. Hao vestía un elegante Armani negro y maldecía en su interior la suerte por encontrar en aquel preciso lugar.

Él odiaba de igual modo las estúpidas reuniones hipócritas como ésas. La lambisconería no era lo suyo, no al menos cuando estaba en el mejor momento de su carrera como director independiente y productor prestigioso. Era todo lo contrario a su vida, que parecía hundirse en un precipicio.

—¡Señor Hao! —lo llamó con elocuencia.

Y quiso en ese preciso instante morirse. Posiblemente de espaldas no podría reconocerla, pero al estar frente a frente, no había la más remota duda de que ambos se identificarían.

—Hao…tú siempre tan apuesto—dijo con total dulzura mientras besaba su mejilla.

—Gracias—se limitó a decir con sobriedad.

Sin embargo, la pizca de frialdad que quedaba en su interior se difuminó en cuanto vio levantarse a la joven sentada junto a la presentadora de chismes más insoportable del planeta. Anna lucía un vestido color azul con transparencias en los brazos. Sin escotes, sin nada más que una abertura en la pierna izquierda.

Años sin verla. Meses leyendo todo tipo de arbitrariedades en su contra. Su gesto despectivo resopló, pero aquello no duró demasiado hasta que la sorpresa lo tomó desprevenido al sentir sus labios en su mejilla. Un saludo fraternal y hasta cálido.

—Hola, Hao.

Kanna sonrió y le dio una ligera palmada en su hombro.

—Bien, por lo visto, Kyouyama no mentía. Tendrán demasiado qué decirse, ¿les molesta si los dejo un momento?—dijo casi con maldad—Tengo un par de victimas más… atractivas.

El universo conspiraba demasiado en su contra y lo sabía. Hao miró con cierto recelo su alrededor y no tuvo más alternativa que sentarse a su lado cuando los meseros comenzaron a servir el entremés. La mesa, a pesar de que era para dos comensales más, le parecía demasiado pequeña para estar en presencia de su ex esposa. Sin embargo, salvo por el ligero ruido de los cubiertos y las copas, entre ellos había un sepulcral silencio.

—¿Y bien? ¿Qué le has dicho a Kanna?

—Nada—respondió evadiendo su mirada.

—¿Nada? A mí me pareció un saludo de lo más…afectuoso.

Tomó la copa de vino y bebió lentamente el líquido. Quizá tenía razón, no quería estar sobria para cuando la presentación del nuevo comité llegara, quizá porque no le interesaba o quizá porque estaba frente a la persona que más le odiaba en ese preciso instante y que era capaz de arruinarla socialmente.

—Sinceramente, Hao, me importa muy poco lo que pienses.

Sonrió y cortó con mucha mayor saña el trozo de carne. No era su lugar favorito en el mundo, no era siquiera el tipo de eventos a los que acudía, pero no podía faltar. Por mucha apariencia, por todo, quizá. Su deber era estar ahí junto a su padre, que se unía a una de las asociaciones más prestigiosas de cine.

—Qué bien, porque me da la impresión de que sigues siendo una arribista.

Y tomó aire. No quería perder el control.

—¿Por cenar contigo o por saludarte?

—Me has saludado frente a la persona más chismosa del todo Estados Unidos, Kyouyama.

Su apellido sonaba tan… carente de emoción en sus labios.

—Y no quiero más habladurías con tu nombre y el mío en la misma plana del periódico.

Por qué no era más específico al referirse que no quería nada con ella. Ni el más ligero murmullo en el viento.

—Descuida, no lo tendrás—añadió con frialdad—En lo que a mí respecta, no habrá nada que nos relacione.

—¿Oh? ¿En serio? ¿Crees que al fin pueda librarme de tu molesta presencia?

Atinó a dejar la copa en la mesa cuando le dirigió la mirada más gélida que tenía. Si no estuviesen frente a la crema y nata del cine, quizá lo mandaría al demonio, pero en ese preciso instante dependía de su maldita reputación.

—La ciudad es grande, puedes perderte en cualquier esquina y no coincidiríamos—espetó con dureza.

—¿Y qué hay de mi casa?

Y prácticamente estuvo a punto de escupirle el vino en la cara.

—¿Perdón? Pero según los papeles de divorcio, esa casa es mía. Yo tengo las escrituras y todo.

—Y yo tengo un permiso especial que me permite ocuparla cuando esté aquí, en Miami—le contestó molesto—Así que le pedí a mis hombres que trasladaran mis cosas ahí.

—¿Qué? —cuestionó sorprendida—No puedes, yo estoy viviendo ahí.

Encogió sus hombros y aplaudió a la presentación del maestro de ceremonias. Aunque en la oscuridad podía vislumbrar los ojos de sus abuelos fijarse en ellos con gran disimulo. Sonrió casi con maldad. Él no les ayudaría en nada, era un tema que no le interesaba y que le hacía rabiar al recordarlo y más en la forma en que se presentaba a su vida.

—A mí no me importa, Anna. Tengo orden de un juez.

—¿Tanto me odias, Hao? Tú sabes que es la única propiedad que me queda, no tengo más.

—Me encanta esa casa, qué puedo decir.

No creía que fuera tan inhumano. No tenía tanto efectivo para alojar a su equipo personal en un hotel de lujo y no podía gastar de esa manera tan irracional cuando lo que debía ahora era dinero.

—Bien, llamaré a Manta—dijo decidida.

—Bien, pero no obtendrás nada—dijo interesado—Ambos podríamos quedarnos, dado que los dos tenemos derecho sobre esa propiedad. Podrías quedarte, pero eso daría lugar a muchas interpretaciones.

Por supuesto, recordaba la premiación de la Academia tres años atrás y el discurso en el que le agradecía su contribución y apoyo para conseguir el galardón. No había sido sencillo de lidiar en medio del divorcio, todos aseguraban que ambos volverían y más dadas las circunstancias inmediatas.

—Pero escúchame bien, yo no pienso arruinar mi vida por solapar una mentira.

Mordió sus labios con coraje. No tendría más remedio que vivir junto a él. No tenía más opciones, pero él sí.

—Si tanto me odias deberías alejarte de mí, no ir tras de mí bajo el mismo techo.

Sonrió con malicia.

—Quizá ese es el punto, que te odio tanto, que no pienso hacerte la vida tan sencilla, Anna.

Era la grandiosa ironía del destino que tenía la osadía de ponerlo frente a ella. Y años atrás hubiese dado su vida misma por hacerla feliz y por librarla de todo el bullicio y la maldad de Hollywood. Pero ahora, ya no importaba. Todos aquellos sueños e ilusiones los había quebrado, junto con su corazón, que ahora no era más que un témpano de hielo.

—Te odio.

Podía decirlo con libertad, era cierto. Su mente maquilaba toda clase de ideas lujuriosas cuando notaba uno de sus cabellos acariciar sus hombros desnudos. El ligero rubor en sus mejillas, la entereza con la que aguantaba cada una de sus groserías tan impetuosa, tan frívola. Quería tirarla en una cama y desnudarla, quería hacerla gritar su nombre hasta que recordara quien era él.

—Conmigo no esperes nada bueno—susurró al aire—Aunque me encantes, te odio más que a nadie.

—Eres un bastardo.

Una mueca parecida a una sonrisa apareció en su rostro cuando recordó todo lo sucedido tres años atrás. Una ligera palabra que le hacía hervir la sangre.

—Bastardo es el hijo que tuviste con mi hermano, ése sí es un bastardo.


Continuará….

N/A: Tenía un capricho en mente. No quería hacerlo, pero al final me he decidido, así que este fic, en efecto es un breve espacio de tiempo en lo que concluyo el capítulo de Contigo Siempre, que va a la mitad. Será de capítulos cortos y actualizaciones continuas. Así que he aquí mi más nueva creación. Le tengo fe, así que no me abandonen.

Gracias y nos leemos pronto.