Hetalia no me pertenece. Este solo es y siempre será de Himaruya-Sensei.

Al principio no le pareció importante. Creyó, que al igual que en otras ocasiones, era una treta sucia, no… un complot, (Porque para él todo era complot), de las naciones para no dejarle expresar sus tan geniales y efectivos planes.

Una reunión, dos, tres… Y en todas le ignoraban. Y así pasaron más y más. Y eso comenzó a preocuparle, pero solo un poco era demasiado genial como para traumarse por ello.

Así que, hartó de que le ignorasen, no pudo contenerse más y dio un fuerte golpe a la mesa para atraer la atención de los presentes, pero no funciono. Nadie le escuchaba, todos seguían en lo suyo.

De pronto una idea le llego a la mente.

"Ya sé" Pensó el americano levantándose de su lugar. "Inglaterra no puede retenerse a regañarme, así que le molestaré un poco"

El héroe se paró aun lado del inglés y empezó a hacer muecas, pero este le ignoraba. Pareciera que ni siquiera le había notado.

-Jo, Iggy…- soltó haciendo morritos.- Sea lo que sea, ya estuvo bueno.

El mayor no le respondió. Solo estaba ahí, sentado, mirando un punto infinito en la nada… con una expresión de profunda tristeza.

Alfred sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Odiaba ver esa expresión en el rostro de Inglaterra. En sus adentros se pregunto si era culpa de Francia que estuviese así, pero al retroceder un poco en sus recuerdos, pudo notar que el lazo entre estos estaba más fuerte que nunca. Iban y venían juntos, y Francia solo se acercaba a decirle unas cuantas cosas a Inglaterra, darle una palmada en la espalda y retirarse con gentileza.

No, no podía ser culpa de Francia.

Miró a las demás naciones y notó algo que ya había estado atrayendo su atención durante las últimas semanas. Un silencio incomodo y una tensión en el aire, como cuando algo malo está ocurriendo o está a punto de ocurrir.

"¿Habrá ocurrido algo de lo que no me enteré?" Se preguntó. Negó con la cabeza inmediatamente. No, ni pensarlo. Eso era imposible, la nación más importante e indispensable para el mundo, (sí, el mundo entero), no podía estar desinformada. Seguramente era su imaginación; sí, solo eso. No podía ser nada más. Su mente era la que le jugaba bromas, solo eso.

Alfred se volvió a todos a su alrededor. El silencio seguía, solo se escuchaban unos cuantos murmullos. Pequeños y casi inaudibles murmullos. Cosas como: "Era muy joven" o "Me caía mal, pero es muy triste pensar que terminaría así" y cosas por el estilo.

El héroe se sintió confundido. ¿De qué o quién estaban hablando?

Y por primera vez desde hacía mucho tiempo se sintió fuera de lugar. Y muy, pero muy molesto; ¿Por qué nadie le decía que pasaba? ¿Por qué todos le ignoraban de pronto? ¿Qué estaba pasando?

Fue con Canadá pero este también le ignoró mientras miraba triste el suelo. China no le contesto. Francia le ignoró con una expresión de seriedad en el rostro que jamás le había visto… Incluso Rusia lo paso por alto.

¿Qué demonios estaba pasando?

Así que; después de una rabieta de desesperación y dejando a un lado su orgullo, recurrió a la única persona que sabía, aun que fuese a base de insultos y reclamos, le contestaría. Solo ella lo haría, porque era y es, después de Inglaterra y Canadá, la única nación que le informaba con gusto, y que se preocupaba por él, aun que no lo admitiese.

-¡Hey, México!- exclamó Alfred corriendo hacia donde ésta.- ¿Me puedes decir que está ocurriendo?

La mexicana no le respondió. Es más, ni le miró. Estaba cabizbaja, al igual que Canadá. Alfred hizo un mohín de disgusto. Esto era el colmo.

-¡México!- gritó molestó.

La chica levanto la mirada mas no lo observaba a él. De hecho no miraba a nadie. Sus ojos estaban anegados en lágrimas.

Alfred dio un respingo. En su vida la había vista así… bueno, solo dos veces. Cuando se independizó de España y cuando estuvieron en guerra.

-¿México?- le llamó España.- ¿Estás bien?

Ella se limitó a soltar un leve gemido, mientras asentía lentamente.

-¿Segura?- inquirió el español viéndole.

-…- la chica abrió la boca pero la cerró al instante. El estadounidense, junto con las demás naciones, le miró pasmado.

Sobre las mejillas de México corrían las lágrimas. Y no eran pequeñas lágrimas, sino enormes lagrimones que corrían unos tras otros, lloraba y sollozaba desesperadamente en silencio, mientras la chica temblaba violentamente, como si estuviese en un glaciar con tan solo un vestido de algodón.

-Méx…- soltó el español acercándose a ella.

España dio una palmada en la espalda a la chica y le dijo palabras de consuelo. Y, por sorprendente que pareciera, Sur Italia no monto una escena de celos ante lo que acontecía frente suyo. Las demás naciones se limitaron a guardar silencio. Algunas cuantas empezaron a sollozar. Después un segundo llanto se hizo presente: El de Inglaterra. Y eso le dolió en el alma. Y luego tras este un tercero: El de Canadá. Francia se levanto y corrió hacia ambos. A Inglaterra le ofreció un pañuelo para que se limpiase las lágrimas, mientras que a Canadá le ofreció su hombro para llorar. Y así poco a poco, murmullos, sollozos y llantos opacaron al silencio fúnebre que antes dominaba la sala.

La reunión de las naciones se había vuelto deprimente.

Alfred miró la escena en silencio. Algo muy malo estaba ocurriendo y él no estaba al tanto de lo que era. Observo todo y a todos y tomo una decisión. Al terminar la junta seguiría a Inglaterra, o tal vez a Canadá, o a México. A quien saliera primero, y averiguaría qué demonios estaba ocurriendo de una buena vez.

Al finalizar la reunión, él primero en salir fue Inglaterra y tras él, por más extraño que pareciera, México. Alfred echo a correr tras ambos. Algo estaba ocurriendo y no descansaría hasta saber que era. En fin, vio a ambos tomar el mismo camino. Iban juntos pero en silencio, sin mantener contacto visual.

Después de un rato la chica habrio la boca solo para decir: "Lo lamento tanto". Inglaterra solo se limito a dar un: "Esta bien" por respuesta. Ambos se detuvieron y se dieron un abrazo… Uno que duro un largo rato, la mexicana escondió la cara en el hombro del inglés y éste escondió el suyo entre el espeso y oscuro cabello de ésta.

El americano no pudo evitar sentir unos celos terribles. Y lo peor del caso es que no sabía por parte de quien. Mas no dijo nada y siguió tras de ellos.

Después de un largo camino, Alfred vio entrar a ambos a un enorme edificio: "¿Un hotel?" pensó; pero desecho la idea al instante al ver el enorme letrero de "Hospital", aun que eso lo confundió más aun. ¿Un hospital? Que tenían que estar haciendo su vecina y su odioso ingles favorito en un hospital? a menos que...

-¡Está embarazada!-chillo. Se tapo la boca al instante. Tonterías. Ella no podía estarlo. A fin de cuentas las naciones... pues quien sabe cómo nacen, pero no es así.

En fin, una vez desechadas todas las ideas tontas respecto a una relación romántica entre ese par, el americano opto por ir tras ellos hasta el final.

Y eso hizo. Los siguió. Por un largo pasillo, hasta que entraron a una habitación.

-Le cambiare el agua a las flores...- dijo Inglaterra tomando un enorme florero que se encontraba a un lado del enfermo.

El americano quiso verlo más de cerca, pero cuando no era Xóchitl era Inglaterra quien le bloqueaba la vista.

-Aun lado...- soltó molesto metiéndose entre ellos y se sorprendió al ver cómo, literalmente, los traspaso.

-¿Qué demonios?- soltó mirándose las manos, las cuales, eran traslucidas.- Qué?- dijo sintiéndose desesperado.

Grito con todas sus fuerzas, hizo berrinche, pero nadie lo escucho. Entonces, abatido, miró a la persona que estaba en la cama y sintió un vuelco al corazón.

-¿Crees que algún día despierte?-pregunto la mexicana con tristeza.

-Ya escuchaste al médico...- dijo Inglaterra pasando los dedos delicadamente entre los cabellos rubios sin brillo de la persona en esa cama.- Es casi nulo que eso ocurra... el... esta prácticamente...-dijo con la voz temblorosa.- Muerto...

Alfred sintió la sangre arder y congelarse al mismo tiempo. No, eso era imposible, eso no le podía estar pasando a él... mas sin embargo ahora todo tenía lógica...

-No puedo creerlo...- dijo perplejo viéndose a si mismo recostado, pálido... como dormido profundamente en esa camilla.- No quiero creerlo...

Pero era cierto, ahora, la cuestión era: ¿Qué demonios fue lo que ocurrió?