Peeta
Capítulo 1
Cuando llega mi madre a despertarme yo ya estoy vestido. Me he levantado pronto. Bueno, en realidad no he dormido. ¿Cómo voy a dormir? Hoy es el día de la cosecha.
Como cada mañana, bajo a desayunar un trozo duro de queso con pan quemado. El desayuno de hoy es bueno, al menos nada está rancio. Mi padre ya se ha ido a encender el horno, y Will, mi hermano mayor de diecinueve años, irá a comprar la harina de la semana. Para él, este día de la cosecha será el primero de toda su vida en que no temerá por su duración. Ya puede respirar relativamente tranquilo todos los días del año. Robb y yo no tenemos la misma suerte. Robb es mi otro hermano, el mediano, que tiene dieciocho años. Esta será su última cosecha. En cambio yo tengo que aguantar dos años más. Hoy no es un buen día.
Mi madre llega por detrás y me da una colleja. Me estoy entreteniendo demasiado con el desayuno.
Espabila. Aquí se trabaja todos los días – dice sin mirarme.
Mi madre. Todos los años se pone insoportable. Es el único día en que tiene escusa. Todos estamos alterados, cada uno a su manera.
Me termino el queso felicitándome a mí mismo por no haberme roto un diente y me uno a Robb. Descargamos los sacos que ha traído Will en la carretilla mientras mi madre administra el azúcar y los elementos de repostería. Tiene razón, con una panadería como fuente de ingresos siempre hay algo que hacer.
La mañana pasa rápido, demasiado. Cuando terminamos son ya las once, así que nos vamos a vestir todos. Es un día festivo, con lo que nos tenemos que poner ropa buena para celebrarlo. Mientras me abrocho los botones de la camisa pienso en los Juegos y en lo mucho que los detesto. Los Juegos del Hambre son un festejo anual donde cada distrito de los doce que forman Panem envía a un niño y a una niña de entre doce y dieciocho años (que son los "tributos") elegidos por sorteo en la cosecha para participar en el programa más horrible que existe. Como entretenimiento para los ciudadanos del capitolio, cuyos niños, claro está, no participan, nos obligan a pelear entre nosotros, asi que veinticuatro chicos terminan matándose hasta que sólo uno de ellos quede con vida. El juego se realiza en un paraje, la Arena que puede ser cualquier cosa, y todas ellas mortales. Y hoy, como desde hace cuatro años, yo puedo ser uno de esos chicos. La idea me paraliza y me enferma. No soy un asesino. Aun así, solo pienso en las cinco papeletas con mi nombre, Peeta Mellark, que entrarán en el sorteo este año.
Cuando tienes doce años, tu nombre entra sólo una vez y, según creces, cada año sumas una papeleta, hasta que a los dieciocho tu nombre entra, por última vez, siete veces. El sistema tiene trampa, lo que es aún peor. Nosotros, los comerciantes, nos llevamos la mejor parte, pero en la Veta, donde todos los días te encuentras a un niño tirado en la calle muriéndose de hambre, es aún peor: Nuestro gobierno te permite pedir "teselas", que consiste en meter tu nombre en la urna más veces a cambio de un exiguo suministro anual de cereales y aceite para una persona. Puedes pedir todas las teselas que quieras, pero son acumulables. Es decir, si a los doce años pides teselas para alimentar a una familia de tres, tu nombre entraría cuatro veces: una porque es la obligatoria y las otras tres, las teselas. Así, cuando tengas trece años, tu nombre entrará cinco veces (justo las veces que entra mi nombre a mis dieciséis): Las cuatro veces del año anterior más una que has de sumar cada año. Estas cinco no son compensadas con nada, así que tendrías que firmar por otras tres teselas para tener ese suministro, con lo que a tus trece años tu nombre entraría en la urna ocho veces, más de las que tengo previsto que entre el mío.
Todo esto es más que injusto. Por muy buen corazón que tengas, si vives en la Veta acabarías odiándonos. Acabarías odiando a quien tiene lo suficiente como para no morir de hambre sin pedir teselas. No me agrada admitir que yo lo haría, pero he de ser sincero. Engañarse no sirve de nada. Si algo le sobra a este país son injusticias.
Noto que mi padre me pone una mano en el hombro, apretándolo cariñosamente. Ha percibido mi rabia, y siempre me aconseja que la controle. Es un buen consejo, mi padre siempre da buenos consejos. Es la persona más buena e íntegra que conozco, mi modelo de referencia. Le quiero muchísimo, y es quien mejor me conoce del mundo.
Vamos Peeta, es hora de irse – me susurra con voz suave y amable.
Son la una, así que sí, es la hora. Miro a mi padre y nos entendemos sin palabras. En realidad nos parecemos. Nos damos un abrazo, cada uno dando ánimo al otro para afrontar lo que viene ahora: Robb o yo podríamos tener que dejar la casa, probablemente para siempre.
He comprado una ardilla para cenar – me dice al oído, procurando que no se entere su mujer. No le gusta lo que hace mi padre, pero yo sé qué razones tiene para hacerlo, sé por qué compra ardillas siempre a la misma persona y a buen precio. O, más bien, por quién lo hace: Lo hace por mí… y por ella.
Gracias – respondo mientras nos separamos.
Mi padre y yo bajamos a la cocina, donde nos encontramos con mi madre y mis hermanos. Nos dirigimos juntos a la plaza, todos con nuestros nuevos trajes, para ver el espectáculo y, quizá, para participar en él. Nadie tiene ánimos para hablar, hasta Robb, la persona más alegre y graciosa que conozco, ha perdido su habitual sonrisa.
La plaza en un bonito lugar del Distrito 12, donde puedes pasear y ver tiendas, aunque no puedas compara lo que venden. En cambio, hoy, como todos los años el día de la cosecha, parece un lugar triste, una especie de corral donde las personas van entrando y fichan en silencio. La cosecha le sirve al capitolio para llevar la cuenta de la población. La asistencia es obligatoria, a no ser que estés a las puertas de la muerte. Esta noche los Agentes de la Paz se asegurarán de que nadie ha mentido y se ha quedado en casa. Si descubren que alguien lo ha hecho, le encarcelarán.
Robb y yo tenemos que separamos de nuestra familia para ir a las secciones que nos asignan según la edad. Así, acabo en una zona junto con chicos de dieciséis años, todos tensos ante lo que está por venir. Delante del Edificio de Justicia han construido un escenario provisional con tres sillas, un podio y dos grandes urnas de cristal (una para los chicos y otra para las chicas). En dos de las tres sillas se encuentran el alcalde Undersee (un hombre alto de clava incipiente) y Effie Trinket, la acompañante del Distrito 12, con su aterradora sonrisa blanca, el pelo rosáceo y un traje verde primavera. Los dos murmuran entre sí y miran con preocupación el asiento vacío.
La plaza empieza a ser claustrofóbica, debido al gran número de personas que se juntan. Los más rezagados tienen que quedarse en las calles adyacentes porque en la plaza no caben los ocho mil habitantes del Distrito 12. Observo a la gente, la mayoría de ellos de la Veta, con sus caras cansadas y trises, a la expectativa de saber que pasará este año y quien será el "afortunado".
Siento lástima por los de la Veta, pues tienen que eludir el hambre y los juegos para conseguir pasar su vida dándole picos a un trozo de carbón en las minas. El Distrito 12 se encarga de las minas de carbón, así que todos, menos unos escasos afortunados, se dedicarán a eso mientras tengan la fuerza suficiente para levantar un pico.
No estoy diciendo que nosotros lo tengamos todo hecho, porque no es verdad. Nuestra vida no es fácil. Ellos lo tienen peor, pero nada es fácil aquí. Miro a Robb, que justo en ese momento me devuelve la mirada y nos damos ánimo y fuerza. No. Ninguno de los dos saldrá este año. Tengo que pensar eso.
Justo cuando el reloj da las dos, el alcalde sube al podio y empieza a leer. Nos cuenta, como todos los años, la historia de Panem. Surgió en un lugar llamado Norteamérica tras una serie de catástrofes naturales, guerras e incendios que dejaron el mundo en la ruina. Panem surgió entonces: un Capitolio rodeado por trece distritos. Después de un tiempo, estos distritos se sublevaron, comenzando así una guerra y los Días Oscuros. Tras derrotar el Capitolio a los doce primeros distritos y destruir el decimotercero, se firmó el Tratado de la Traición, que recoge unas nuevas leyes para asegurar la paz y el orden, además de darnos los Juegos del Hambre como castigo por la rebelión. Su mensaje está claro: Matamos a vuestros hijos sin que podáis hacer nada para evitarlo porque tenemos el poder de destruiros, como hicimos con el Distrito 13. Un mensaje muy alentador.
El Capitolio, además, obliga a que celebremos esto como una festividad. Al ganador, como si de un evento deportivo se tratase, se le recompensa con una vida fácil y cómoda, y a su distrito le dan unos premios (comida, más que otra cosa) cada mes durante un año. ¿A cambio de qué? De veintitrés muertes inocentes.
El alcalde finaliza con su habitual frase "Es el momento de arrepentirse, y también de dar gracias."Luego lee la corta lista de vencedores que hemos tenido en el Distrito 12. En total, a lo largo de los 65 años que lleva celebrándose, hemos tenido dos vencedores, y uno de ellos ya está muerto. El otro es Haymitch Abernathy, un borracho barrigón que justo aparece en el escenario dando tumbos y apestando a alcohol. Como todas las cosechas (y como todos los días), lleva más alcohol en su organismo del que una persona decente puede soportar. Intenta darle un abrazo a Effie Trinket, que apenas consigue zafarse.
Effie es una mujer muy vivaracha y alegre, optimista hasta el extremo. Creo que Robb habría sido como ella de haber nacido en el Capitolio, pero no es así. Él, como todos, lleva la cruz del distrito a cuestas. Yo prefiero haber nacido aquí, en el doce, y tener que luchar contra todo lo que tenemos que enfrentarnos día a día que ser una persona del Capitolio, quienes siempre parece que no ven realmente la crueldad de su País y de lo que les rodea. No, no me gustaría nada. Aunque claro, si hubiese nacido allí, esto no me lo plantearía, supongo.
El alcalde redirige de nuevo la cosecha, ya que todo esto se televisa y, ahora mismo, el Distrito 12 es el hazmerreír de Panem. Effie, con su lo que creo que es una peluca algo torcida, se acerca al micrófono.
¡Felices Juegos del Hambre! – dice sonriendo como todos los años, con ese acento del capitolio tan extraño – ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte!
Este es el momento, ahora elegirán quienes de nosotros vamos a morir.
Se acerca a la urna de las chicas con su habitual "¡las damas primero!" y mete la mano, rebuscando entre todas las papeletas. Escoge una y se acerca el micrófono. El silencio es total en la plaza, solo se oyen un cúmulo de respiraciones expectantes por saber si se han librado, un año más, de este infierno. Effie abre la papeleta y lee con voz clara:
Primrose Everdeen.
¡Oh no!
Prim, una niña de doce años que aparenta diez, como mucho, avanza con paso lento al escenario. Es tan pequeña y tan infantil… Tan inocente que todo el mundo siente lastima por ella. Pero yo no. Porque sé que ella no va a ir a los juegos. Lo sé porque la conozco. Sé quién es. Reconozco su apellido. Y sé que su hermana no lo permitirá, porque es la persona que más ama en el mundo. Todo esto se me pasa por la cabeza cuando veo a la niñita y, justo en ese momento se oye el grito estrangulado de Katniss.
¡Prim! – la multitud se empieza a separar, abriendo un pasillo - ¡Prim!
Su hermana, Katniss Everdeen, llega hasta ella y se interpone entre la niña y el escenario en ademán protector.
¡Me presento voluntaria! – grita con voz ahogada, temerosa de que no la oigan y desesperada por salvar a su hermana pequeña de una muerte segura – ¡Me presento voluntaria como tributo!
La conmoción general es palpable. Lo que ha hecho esta chica no es lo normal. En el Distrito 12 no hay voluntarios, el amor fraternal tiene sus límites. Yo me quedo mirándola, odiándome a mí mismo por haber acertado. Porque no quiero que esta chica, que siempre ha ido conmigo a clase, a la que siempre he visto por las pasillos, en la que siempre me he fijado, vaya a los juegos. Porque no quiero que ella muera. Porque tampoco quiero que vaya su hermana, que no pasa de los treinta kilos ni empapada en agua. Porque no quiero que muera nadie… y porque no puedo hacer nada para evitarlo.
¡Espléndido! – exclama Effie Trinket –. Pero creo que queda el pequeño detalle de presentar a la ganadora de la cosecha y después pedir voluntarios, y, si aparece alguno, entonces… – deja la frase en el aire, insegura.
¿Qué más da? – interviene el alcalde mirando a Katniss con expresión de dolor. No le gustan estas cosas –. ¿Qué más da? – repite, en tono brusco –. Deja que suba.
Prim está gritando como loca "¡No, Katniss! ¡No! ¡No puedes ir!" pero ella lo ha decidido. Noto cómo intenta no derrumbarse, apartando de sí a su hermana "Prim, suéltame. ¡Suéltame!" porque es una persona orgullosa y no va a llorar delante de todo el País.
Gale, su mejor amigo, se acerca y se lleva a la niñita mientras desea suerte a su amiga, pero él también está luchando por que le salga la voz. Él y ella cazan furtivamente todos los días para mantener a sus familias. Es ilegal, pero en el distrito se necesitan presas, así que los Agentes de la Paz hacen la vista gorda, incluso alguno les compra las presas. Son de las pocas personas que consiguen sobrevivir en la Veta más o menos bien alimentados. Aun así, Katniss ha pedido teselas para alimentar a su madre, a su hermana y a ella misma desde que tenía doce años.
La chica sube los escalones del escenario.
¡Bueno, bravo! – exclama Effie entusiasmada –. ¡Éste es el espíritu de los Juegos! – Está encantada de que sus juegos por fin tengan algo de acción –. ¿Cómo te llamas?
Katniss Everdeen – responde ella, haciendo un esfuerzo para hablar.
Me apuesto los calcetines a que era tu hermana. No querías que te robase la gloria, ¿verdad? ¡Vamos a darle un gran aplauso a nuestro último tributo! – canturrea Effie.
El distrito doce no aplaude. Nadie aplaude. No podemos aplaudir esta injusticia. No aprobamos esto. No aprobamos que una hermana tenga que morir para salvar a otra… y solo podemos expresar nuestro desacuerdo mediante el silencio.
Entonces, justo en este momento, una persona alza su mano izquierda, con los tres dedos centrales apuntando hacia la chica, en señal de reconocimiento. Tras ella, se suma más gente, hasta que todos hacemos ese gesto, incluido yo. Es un gesto propio del distrito, muy antiguo, que raras veces se usa y que puede verse en los funerales. Es un gesto de dar gracias, de admiración, de despedida a un ser querido. Porque ella se está enfrentando al Capitolio. Está yendo directa a su castigo, a los Juegos, para salvar a su hermana. Está haciendo algo imprevisto en sus guiones, impidiendo que una niña de doce años se convierta en su utensilio, cuya muerte serviría de entretenimiento para los ciudadanos del capitolio. Katniss Everdeen está impidiendo que eso pase, enfrentándose a lo que ha pensado el Capitolio que iba a pasar. Y eso, que es mucho más de lo que cualquiera se atrevería a hacer, hay que agradecerlo. Además, seguro que intentará ganar para volver a casa y seguir cuidando y protegiendo a su hermana.
¡Miradla, miradla bien! – brama Haymitch dando un traspiés en el escenario para felicitar a la ya oficial tributo femenino del Distrito 12. Le pasa un brazo sobre los hombros –. ¡Me gusta! Mucho… – No le sale la palabra durante un rato –. ¡Coraje! – exclama, triunfal –. ¡Más que vosotros! – Se suelta de Katniss y se dirige a la parte delantera del escenario –. ¡Más que vosotros! – grita, señalando directamente a la cámara.
No sabré si se dirigía hacia la audiencia o el alcohol le daba el valor necesario para meterse directamente con el Capitolio porque justo en ese momento, cuando va a seguir, se cae en el escenario y pierde la consciencia.
Cuando se lo llevan en una camilla, Effie Trinket intenta volver a poner el espectáculo en marcha, y a mí empiezan a recorrerme escalofríos. Porque esto aún no ha terminado. Porque aún queda elegir a un chico para que acompañe a Katniss a esa muerte casi segura. Este pequeño espectáculo solo ha retrasado lo inevitable, aún puedo ir a los Juegos.
¡Qué día tan emocionante! – exclama mientras pone recta su peluca, que se ha torcido considerablemente hacia la derecha –. ¡Pero todavía queda más emoción! ¡Ha llegado el momento de elegir a nuestro tributo masculino!
Effie avanza hasta la urna que contiene siete veces el nombre de Robbert Mellark y cinco el de Peeta Mellark. Entre las miles de papeletas que hay, sólo deseo que no salga ninguna de esas doce papeletas. Effie coge la primera que encuentra y vuelve al centro para leer.
¡Peeta Mellark!
¿Qué?
¿Yo?
No…
No puedo creerlo. He pasado cuatro veces por esto, por la cosecha, por desear que no salga mi nombre en esa maldita urna… y tengo la mala suerte de salir hoy. Precisamente hoy.
Oigo el grito ahogado de Robb, pero no le hago caso. No se va a presentar voluntario, igual que yo tampoco lo haría. Busco entre la multitud los ojos de mi padre, y los encuentro. Él es el único que me entiende. Él ya sabe que no volveré con vida. Effie me apremia y yo avanzo poco a poco al escenario y subo las escaleras. Pide voluntarios pero, como ya sé, nadie se presenta.
El alcalde termina de leer el lúgubre Tratado de Traición, y nos indica a Katniss y a mí que nos demos la mano. Cuando lo hago, no puedo dejar de mirarla a los ojos e intentar expresarme sin palabras. Tiene que saberlo. Tiene que saber que no puedo hacerlo. No puedo ganar a consta de veintitrés muertes. No puedo ganar a consta de su muerte, y no lo voy a hacer. No seré una pieza de sus estúpidos juegos, porque no quiero ganar. Sólo uno de los dos puede volver a casa con vida, y no seré yo: será ella. O, al menos, haré todo lo que esté en mi mano para que lo consiga. Porque el Capitolio puede controlar el País entero son su mano de hierro, pero jamás hará de mi un monstruo. Jamás destruiré todo cuanto amo. Jamás mataré a Katniss Everdreen, aunque suponga mi propia muerte.
