¿Qué es realmente el destino, una fuerza divina que manipula los hilos de nuestras vidas, o, solo un pretexto que usamos para poder justificar nuestros actos?

El Destino

Capitulo 1:

Encuentros

El brillante astro solar iluminaba la gran ciudad de Tokio, un nuevo día había empezado, un día lleno de ilusiones y esperanzas nuevas, al menos para la gran mayoría, pero para ella, era un nuevo día de tortura, de martirio, de sufrir las consecuencias de la peor decisión de su vida. Para el mundo era un ejemplo de perfección, pero para aquellos que la conocían bien era un alma en pena que buscaba la forma de seguir, de avanzar a pesar de los obstáculos que le impedían reparar los errores del pasado. Tenía 24 años, había estudiado administración de empresas en una de las mejore universidades del país y ahora estaba a la cabeza de una de las compañías más grandes de todo Japón.

Hoy se cumplía su primer aniversario de bodas y las cosas seguían igual o quizás peor. A pesar de sus esfuerzos por hacer una verdadera relación, las cosas seguían como cuando se casó, infeliz y desdichada. De no ser por su familia, hace mucho lo habría dejado, pero estaba atada a un compromiso que por engaño acepto.

Ahora se encontraba en un hospital siendo atendida por su médico y amigo Fausto, un hombre que aparentaba tener entre 30 y 35 años, era rubio, de piel blanca, cara pálida y a pesar de eso siempre portaba una sonrisa para hacer sentir mejor a sus pacientes, pero a veces tenía el efecto contrario y muchos terminaban por querer huir atemorizados. Sin embargo era uno de los mejores doctores de todo el país.

- Otra vez él¿cierto? – preguntó con un dejo de preocupación en la voz., pero el silencio fue su única respuesta. El buen doctor suspiró y siguió atendiendo la herida de su frente.

Se encontraba acostada mirando hacía un punto indefinido de la habitación, en su cara y en sus brazos tenía varios rasguños y cortadas, también en las piernas, pero eran heridas menores comparadas con el que tenía en la frente. Por suerte no era algo grave.

- Ya está – terminó de vendar el doctor.

Justo en ese momento una enfermera entró llamando al doctor.

- Doctor Fausto, el señor Oyamada lo espera en su oficina.

- Iré en seguida – La enfermera salió de la habitación – Quisiera quedarme más tiempo Anna, pero tengo una cita que atender. – Fausto se despidió y siguió el mismo camino de la enfermera.

Una vez que el doctor salió recorrió con la mirada la desolada habitación blanca, suspiró y clavó su vista en la ventana viendo el brillante cielo azulado.

Su familia era una de las más poderosas y ricas del país. Todo había empezado con la muerte de su padre por un paro cardíaco, tras su muerte ella había heredado todos los bienes familiares, pero su madre, tan avara y ambiciosa como era, no iba a permitir tal cosa y buscó los medios para apoderarse del dinero. La mejor solución que encontró fue el matrimonio, si estaba casada todos los bienes los compartiría con el que fuese su esposo, ahora lo que tenía que hacer era buscar al hombre perfecto, que pudiese controlar y manejar a su antojo. No encontró nadie mejor que el hijo de su mejor amiga, tan codicioso como ella e incluso más, tal fuerte como para manejarla, pero con ciertas debilidades que podría utilizar para chantajearlo.

De este modo, con un vil engaño terminó atada a él. Y como su madre lo controlaba, esta también controlaba el dinero.

Un nuevo suspiro escapó de sus labios, no valía la pena seguir pensando en el pasado, ahora debía concentrarse en el futuro, buscar la mejor manera de romper el contrato que la mantenía atada, pero mientras, debía soportar, por su hermano menor, debía hacerlo.

Un ruido la sacó de sus cavilaciones, volteó encontrándose la puerta cerrada¿qué no estaba abierta? Se fijó un poco más encontrando un pequeño niño de cabellera rubia recargado en la puerta respirando agitadamente, pero sonriendo alegre.

- ¿Qué haces niño? – Le pregunta fríamente, esa era su manera de ser, siempre fría y calculadora, sin embargo era solo una máscara que había construido a través de los años para protegerse del mundo.

El niño contestó haciendo una señal con la mano de que guardará silencio, poco después afuera se escucharon unos pasos apresurados. El pequeño agrandó su sonrisa y se acercó a la cama donde ella estaba ahora sentada.

- Hola, yo soy Hana – saludó alegremente.

- No me has respondido. – le reprochó mirándolo severamente

- Jijiji, lo siento. – respondió sin borrar su sonrisa, colocando ambos brazos detrás de la nuca y mirándola curioso. – Yo escapaba.

- ¿Escapabas? – Preguntó fingiendo interés.

- Sip, es muy aburrido estar todo el día encerrado en esa habitación.

- No pareces enfermo ni nada por el estilo¿por qué no te han dado de alta?

- Porque no tengo a donde ir – Por un leve segundo su rostro reflejó tristeza, pero después volvió a su expresión alegre.

- ¿Cuántos años tienes? – Preguntó, había algo en ese niño que le llamaba mucho la atención.

- Tengo… - Contó con sus dedos y le enseño seis deditos – seis añitos, jijiji.

- ¿Qué quisiste decir con que no tenías a donde ir? – Debía admitirlo, ahora sentía gran curiosidad por conocer más sobre él.

- Me escapé.

- Parece que tienes la costumbre de escaparte. – Un pequeño ruido proveniente del estomago de Hana se escuchó – Parece que tienes hambre.

- Jijiji, lo siento – Se disculpó apenado – Hana no ha comido nada en todo el día, jijiji.

- Aquí ahí una cafetería¿te gustaría comer algo? – Ofreció con amabilidad, Hana la miró con una gran sonrisa y asintió. – Vamos entonces – Le ofreció una mano y Hana la tomó, juntos salieron de la habitación con rumbo a la cafetería.

- ¿Cómo se llama usted señorita? – preguntó Hana educadamente haciendo que Anna se sorprendiera, no era normal que un niño de su edad hablará de esa manera.

- Anna, Anna Kyouyama.

- Es un lindo nombre, jijijiji – volvió a su antiguo tono infantil.

Durante el trayecto Anna no le quitó la vista de encima, no podía negarlo, se parecía mucho a su hermano menor, por esa razón no podía serle tan fría e indiferente como hubiera querido, además aquella expresión de tristeza que vio en él momentos antes le hicieron pensar¿realmente no tenía ningún a lugar a donde ir¿quién era realmente ese niño¿por qué no podía evitar sentir cierta curiosidad hacia su persona?

Con estos pensamientos en mente llegaron a la cafetería, no era muy grande y había poca gente, miraron el menú, eligieron algo al alzar y se sentaron. Hana pidió un sándwich y Anna solo pidió un poco de agua, estuvieron conversando un rato hasta que Anna pudo distinguir una cara familiar acercarse a ellos.

- Veo que ya conociste a Hana.

- Hola Fausto – Le saludó alegremente Hana.

- Creí que estabas ocupado.

- Así era, pero ya terminé y ahora es mi descanso – Le respondió tomando asiento junto a Hana, del otro lado de la pequeña mesita, justo enfrente de Anna.

- Hana todavía tiene hambre – hizo un pucherito y miró a Anna.

- Está bien, ve y pide lo que quieras.

- Sssiiiiiiiiiiiiiiiiii – Hana se bajó felizmente de la silla en la que estaba sentado y corrió hacia donde vendían la comida seguido por la mirada de Anna.

- No terminas de sorprenderme Anna, si no te conociera diría que eres su madre – comentó Fausto sonriendo cuando Hana se fue.

- Cuéntame sobre el niño Fausto – lo miró seriamente, el doctor la imitó.

- La verdad es que Hana no ha tenido una vida color de rosa que digamos, sus padres lo abandonaron en la puerta de un orfanato cuando apenas tenía unos meses. Según lo que sé siempre fue excluido por los demás niños, por eso pasó la mayor parte de su vida en la biblioteca solo, leyendo libros. Hace unas cuantas semanas una adinerada familia lo quiso adoptar, pero por alguna razón que desconozco se escapo cuando lo trasladaban a su nuevo hogar. Estuvo vagando por varios días en la calle, cuando lo encontré se encontraba gravemente enfermo, se notaba que no había comido en días. – Terminó de relatar el doctor, la miró con curiosidad y preguntó - ¿Por qué el repentino interés?

- Se parece mucho a Shiro – en su voz había una nota casi imperceptible de melancolía que el doctor notó. – Hablando de él¿Cómo se encuentra, todavía no han encontrado un donante compatible?

- Para serte franco Anna hay una persona en este hospital que es compatible para la operación de tu hermano, el único problema es que no es un donante.

- Dime quien es y yo misma me encargaré de convencerlo. – Estaba decidida, salvaría a su hermano menor aunque eso significará sacrificar a otros.

- Sabes que el riesgo de la operación es demasiado grande, no hay garantía de que el donante sobreviva, es más es casi nula esa posibilidad. – Repentinamente Fausto se puso muy serio.

- No me importa, comparados con mi hermano, ellos no son nada. – Su tono de voz era helado, en verdad no le importaba lo que les pasara a los demás con tal de salvar a su hermano.

- Estás siendo muy egoísta, nadie sacrificaría su vida por tus caprichos.

- No son caprichos Fausto, la vida de mi hermano esta en juego, apenas tiene seis años, no es justo que tenga que morir tan joven, aun no conoce lo que es la vida, siempre se la ha pasado encerrado en hospitales.

- ¿Estarías dispuesta a hacer lo que sea para salvar la vida de tu hermano?

- Sabes que si.

- ¿Incluso sacrificar la vida de un niño?

- ¿Qué dijiste?

- Anna, la persona compatible para la operación de tu hermano es…Hana. – La miró con seriedad, atento a cualquier movimiento o gesto que hiciera.

- ¿Ha…na? – articuló con dificulta, no se esperaba eso.

- ¿Realmente estarías dispuesta a sacrificar su vida por salvar a tu hermano? Ambos tienen la misma edad, a él también le falta mucho por vivir. – Ella no respondió, solo se limito a observar un punto lejano de la habitación pensando.

- Suélteme – Escucharon un grito familiar a lo lejos, al voltear pudieron observar como un grupo de enfermeros se llevaba a Hana, quien inútilmente trataba de zafarse. Anna se levantó y caminó hacia ellos.

- ¿Qué creen que hacen? – Su voz era imperativa, demandaba una respuesta.

- Este niño se escapó de su habitación y ha estado molestando a los demás pacientes. – Respondió el que sujetaba a Hana.

- Suéltenlo, esta conmigo. – Fausto intervino y tras una pequeña charla con los enfermeros, estos se fueron dejando a Hana con el doctor. – Mi descanso se terminó así que debo volver al trabajo, pórtate bien Hana, nos vemos Anna. – Fausto se marchó con una sonrisa en el rostro.

- Suficiente emoción por un día, será mejor que vuelvas a tu habitación a descansar – Todavía seguía pensando en lo dicho por Fausto. Hana la miró con un poco de desilusión pero aun así asintió.

Caminaban en silencio, cada quien sumergido en su propio mar de pensamientos. De pronto un gritó a sus espaldas los hizo voltear encontrándose con un hombre de cabellera azulada vestido muy formalmente y con una mirada que expresaba claro desconcierto.

- ¿Horo Horo, qué haces aquí? – Se acercó seguida de cerca por Hana.

- Eso mismo te iba a preguntar yo, pero ahora que te veo bien no me queda ninguna duda, él te hizo esto¿verdad? – Preguntó con preocupación examinándola con la mirada.

- Si – suspiró, Horo la miró con tristeza, entonces se percató de la presencia de Hana, quien miraba todo con mucha curiosidad.

- ¿Y este niño? – Preguntó para cambiar de tema.

- Su nombre es Hana, - Empezó a presentar – Hana es el Horo Horo mi hermano.

- Jijiji, tienes un nombre muy gracioso, si cambiamos la R por una T entonces diría Hoto Hoto, jijiji – dijo divertido – Además tienes un peinado muy gracioso, jijiji – Para este momento Hana reía a carcajada limpia.

- Te enseñare a respetar a tus mayores – Respondió Horo molestó intentando alcanzar a Hana, pero este era demasiado rápido para él.

Anna sonrió al verlos alejarse, su hermano Horo siempre hacía algo para hacerla sonreír. Al observar a su alrededor vio una puerta entre-abierta.

- Creo que Horo estaba parado frente a esta habitación, me pregunto ¿quién estará ahí? - Al instante escuchó un ruido proveniente de adentro, parecía como si algo se hubiera roto. - ¿Qué fue eso? – Se preguntó entrando, ya adentro pudo ver grandes pedazos de cristal esparcidos en el suelo, pero lo que más le llamó la atención fue la persona que estaba sentada en la cama, tenía un pedazo de vidrio en su mano sangrante y parecía dispuesto a clavárselo en el corazón. - ¿Qué crees que haces? – preguntó frunciendo el entrecejo.

- ¿Qué crees que estoy haciendo? – respondió cortante, pero sin mirarla.

- Si vas a hacer eso mejor vete a otra parte, nadie aquí quiere sentirse culpable por la tontería que piensas hacer.

- Nadie los está culpando.

- Tienes razón, pero meterás en problemas a este hospital por tu tonta cobardía.

- ¿Me estas llamando cobarde? – La miró a los ojos por primera vez.

- El suicido es para cobardes que no son capaces de enfrentarse al mundo. – También lo miró, por lo que podía ver era alto, con un corto cabello castaño.

- ¿Que sabes tú? – Rugió molesto – No sabes nada de mí, no sabes lo que es sufrido, lo que es perderlo todo¿pero que puedes saber tú si siempre has vivido sin ningún tipo de preocupación?, nada, absolutamente nada y te atreves a llamarme cobarde – Ella bajó la mirada tratando de contener su ira, pero ¿quién se creía que era para juzgarla?, el que no sabía nada era él. – Ustedes no saben absolutamente na… - Ya no lo pudo soportar más y le lanzó una bofetada que dio de lleno en su mejilla izquierda.

- El que no sabe nada eres tú¿crees que eres el único a quien la vida ha maltratado?, pues te tengo noticias, existen muchas personas en este mundo que también han sufrido y no anda por ahí tratando de quitarse la vida – Recordó a su hermano Shiro, a Hana y a ella misma – No se que te pudo ocurrir ni me importa saberlo, lo único de lo que si estoy segura es que si eres un cobarde, tratando de huirle a la vida, a los problemas, al sufrimiento. – Se volteó dispuesta a irse – No seguiré perdiendo más mi tiempo contigo porque yo, a diferencia tuya, si tengo una vida que vivir – Y salió de la habitación dejándolo solo con sus pensamientos.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Cuando concebí esta idea en mi mente no creí que saldría así, pero…

No queda más que decir, solo espero que les haya gustado. Algo más, no sé nada, nadita, de medicina, así se que si alguien tiene algo que decir, este sera bienvenido. Sin más me despido que tengo algo de prisa.

Casi se me olvida, Shaman King no es mío, pertenece a Hiroyuki Takei.