Disclaimer: Naruto no me pertenece, es de Masashi Kishimoto.

Para Queen Khione.


Usted está y ha estado en mi vida así, como las nubes,

pero también como los aguaceros.

Hubo muchos gritos.

Eso es lo que recuerda Gaara, y lo recuerda bien porque él siempre evitaba levantar la voz; especialmente a ella. Gaara nunca fue de aquellas personas que gritan. Pero esa vez gritó y se enfureció bastante, tanto que Matsuri también se había quedado sorprendida y herida. A pesar de todo, el pelirrojo no recuerda exactamente por qué sucedió. Pudo haber sido cualquier cosa; un gesto de malestar, alguna acusación lanzada al aire, una exasperante Matsuri celosa o una pregunta incómoda que no deseaba responder. Lo que fuese; provocó que ambos se atacaran y se lastimaran de manera verbal. Gaara sabía que habían empezado a pelear por una tontería, pero se convirtió en algo mucho mayor, un examen a fondo sobre su relación y lo mal fundamentada que se encontraba. Tan podrida que ya le era imposible buscar una solución.

Por eso terminó con ella.

Su corazón repiqueteaba tranquilo al caminar hacia su casa, pero la boca se le secó cuando la vio. Después de tantos años iba a hablar otra vez con ella. Había pasado tanto tiempo sin escuchar su voz que parecía no recordarla. La suavidad de sus facciones seguía intacta, había subido de peso y se le notaba un poco a la altura del vientre. Sin embargo, se veía madura y serena. Envidió por un momento su presunta felicidad. Porque ella era feliz, ¿no? El paso del tiempo era cruel con todos; pero no con ella. Gaara creía que alejarse había sido la mejor decisión tomada —la medicina del tiempo, que cura cualquier herida—. Algo le decía que Matsuri estaba bien en Konoha y él lo creía porque Matsuri siempre había sido fuerte, a pesar de que muchos —incluida ella— creyeran lo contrario. Él no se preocupó por su sanidad mental, ella no se deprimiría a tal punto de echarse la vida a perder, y menos por un hombre. Los corazones rotos no matan a las personas inteligentes.

—Gaara-sama. ¿Qué hace por acá?

—Matsuri. Sólo he venido a saludar.

Nunca la había visitado aunque supiera dónde vivía, y no era como si Matsuri quisiera sus visitas. Aprendió a no necesitarlo y él se enseñó a no ser necesario para ella. No preguntaba por ella, nadie le hablaba de ella: como un tabú. De manera tácita acordaron no hablarse hasta que fuera seguro; hasta que ninguno fuera capaz de enamorarse otra vez. Pasaron así los años y Gaara recibió por el propio Naruto aquella noticia que lo hizo visitarla. Frente a frente, pequeños recuerdos volvían a él. Las veces que se abrazaban en el sofá, o cuando desayunaban juntos. Las estrellas en el desierto y los dedos delgados de Matsuri apretando su mano. Pequeños destellos de sonrisas, peleas, lágrimas, gritos y carcajadas. El cielo y el infierno unidos en sus labios. No pudo dejar de suspirar durante un año después de su partida —el suspiro de las tres y media llegaba; él detenía la pluma sobre el papel y borraba de su corazón otra cicatriz—, aunque no llorara, ni gritara, aunque pareciera como si no le hubiese afectado; ahí estaba el aire escapando otra vez, el deseo convertido en soplos cortos y dulces de café —Gaara dejaba las envolturas en un cajón, Kankuro lo regañaba y le mostraba el bote de basura junto a la entrada—. Otra memoria herida por el paso del amor y su inevitable final. Qué desgraciada es la fortuna, o la vida simple que se empeña en recordarles a los humanos que son mortales —y que no pueden volar, y el mar es ancho y salado, enorme, despiadado, furioso—.

El pesado silencio le disgustó. También el no sentir sus manos aferradas a su cuello. Matsuri había cambiado de perfume y la voz ya no le temblaba con su cercanía. La joven suspiró y le tocó el brazo. Sus dedos se apretaron justo en su muñeca y un escalofrío lo recorrió al recordar aquella vez que habían perdido la virginidad en medio de una tormenta de arena y sus hermanos se habían ido de misión. Recordar la piel de Matsuri tiritando y evocar el desastroso final del acto sexual le hizo sentir triste, un vacío en su pecho se amplió al recordar la promesa de quererla siempre. Ignoró el estremecimiento que se apoderó un segundo de su párpado y pasó una mano sobre la mejilla de Matsuri, ella le sonrió, retirando su tacto en silencio.

—Regresaré a Suna en un par de semanas, ¿lo sabía?

—Naruto me lo dijo. Creí que no volverías.

No mentía. Matsuri no había dado señales de regresar a su tierra natal. Había dejado de ser ninja y Gaara lo había respetado. No quería lastimarla con su presencia o su amistad; era lo menos que podía hacer. Respetar sus decisiones aunque le dolieran era una promesa que había hecho aquél día que se separaron.

—Yo tampoco pensé en volver.

Fue una total sorpresa cuando Matsuri se presentó a su oficina una semana después de su arribo a Sunagakure. El cabello ya le llegaba a las caderas y no usaba más la ropa juvenil que hacía que Gaara se sintiera atraído a sus expuestas piernas. Llevaba un par de vasos rellenos de café y dos bollos en una bolsa de papel. Se sentó frente a Gaara y le tendió uno de cada uno. Bostezó sin darse cuenta del escrutinio del que era parte, y luego le sonrió.

—¿Qué hay que hacer hoy?

Era parte de su rutina anterior. Algo de lo que Gaara ya estaba acostumbrado a prescindir pero que al mismo tiempo se le antojaba cómodo y lógico. Matsuri sabía qué hacer, y cómo hacerlo, y pronto lograron sintonizarse de nuevo. Eran un buen equipo eficiente, el ayudante de Gaara fue cedido a Kankuro; era casi como en los viejos tiempos, excepto que ahora no pasaban los descansos de la misma manera.

Gaara no era ajeno al insomnio, pero comenzaba a molestarle en demasía no poder dormir a causa de ciertos pensamientos. No estaba a salvo de la nostalgia que se aferraba a su corazón como un lobo a su presa; desgarrando con los colmillos furiosos cada recuerdo en que Matsuri era tan gentil y tan buena, y cuando cerraba los párpados volvía a su memoria la causa de su enamoramiento. Aquella personalidad tan alegre y tan feliz que nivelaba su estrés y le entretenía. Le hacía feliz.

—Todavía la quiero —susurró, sincerándose ante el espejo, con la mirada desesperada y cruel del olvido que permanecía detrás de sus ojeras.

Completamente irritado por sus sentimientos; comenzó a escribir.

—No debería quererla —dijo aquella noche fría mientras Kankuro lo metía a la cama, con la nariz arrugada y molesto por el olor del alcohol que provenía del aliento de su hermano.

—No deberías beber, no resistes el licor, Gaara. ¿Quién te ofreció alcohol? Seguramente fue ese irresponsable de Tanabe…

—¿Sabes, Kankuro? Matsuri sigue siendo igual. Es decir, ya no es tan inmadura, ni histérica, ¿sabes? Más bien, es como una Matsuri renovada. Ella sonríe y es…

Gaara se quedó callado, mirando el techo de su habitación, con una expresión de duda. Kankuro dedujo que había olvidado de qué estaba hablando. La mano de su hermano seguía aferrada a su pantalón, no podía dejarlo solo en esos momentos, tanto por su ebriedad como porque le estaba diciendo algo importante. Kankuro había creído que aquellos sentimientos ya estaban muertos, era justo en ese momento que veía lo equivocado que estaba. Cuando Gaara había terminado con Matsuri, Kankuro creyó que necesitaría su apoyo para superarlo, y que le vería hacer estupideces —como embriagarse— y él como su hermano mayor sería su hombro para llorar. Creyó que Gaara se comportaría como un adolescente con el corazón roto; pero no fue así. El pelirrojo actuó de una manera madura y acertada, sin dejar entrever su tristeza, siendo tan él que Kankuro pensó por un momento que su hermano era una clase de súper hombre. Con el paso del tiempo, sin embargo, se preocupó porque no salía con nadie más. Kankuro pensaba que era sano que Gaara saliera con chicas —o chicos— en plan de romance para que se diera cuenta de que podía volver a abrir su corazón a alguien más. Pero Gaara no lo hizo y él no insistió en que saliera con más personas. Después de todo, el pelirrojo nunca había sido el tipo más normal del mundo y tal vez la soltería para el Kazekage era lo mejor por el momento. Que Gaara afirmara cosas así de Matsuri le preocupaba. Si bien Matsuri no era la misma, Kankuro no estaba seguro de que volver con ella fuese lo más indicado. Por experiencia propia sabía que eso no funcionaría. El rencor siempre está latente en los humanos. Por más que se ame a alguien; no se le pueden perdonar todos los defectos.

—No debería quererla —repitió el Kazekage—. Porque no fue bueno lo que pasamos. Nos destruimos el uno al otro al amarnos. Lo arruinamos todo. Yo lo arruiné.

Kankuro suspiró y se sentó a su lado. Le miró con una sonrisa de comprensión, recogió los cabellos rojos que caían sobre su tatuaje y con cariño le tocó la frente. Los ojos verdes de Gaara empapados en lágrimas le calaron fuerte el corazón. Sabía que era difícil estar enamorado, y más difícil era estarlo de alguien con quien las cosas no habían funcionado de la mejor manera.

—El amor nos arruina a todos un poco, Gaara. Pero está bien. No está mal que le quieras, nada de lo que sientes puede ser malo. Eres la mejor persona que conozco en todo el mundo. Nadie se merece ser feliz tanto como tú.

En las historias siempre hay un antes y un después diferenciados por un hecho realmente importante. A Gaara siempre se le antojó que el parteaguas de su vida había sido el conocer a Naruto. Para Matsuri, sin embargo, su vida había cambiado aquél día en que eligió a Gaara como su maestro. Estar con él siempre fue cómodo, lo admiraba más que a nadie en el mundo, lo respetaba por ser tan fuerte y además porque tenía ese grande corazón que a pesar de tantas heridas seguía latiendo con cariño por Sunagakure. Para ella; Gaara era su héroe y el único hombre que valía la pena. Claro que más tarde, después de su rompimiento, comenzó a ver al Kazekage con otros ojos. No es que Gaara tuviera muchos vicios y defectos, pero tampoco carecía de ellos. Era irónico que tuvieran que separarse para que ella notara los errores del pelirrojo, primero vistos a través del dolor y después, del aprendizaje. Si bien no podía ser objetiva con él por el rencor que a veces sentía por haberse dañado mutuamente; sí pudo observar a Gaara más humano después de tantos años. Ya no era más el hombre perfecto que creyó cuando joven, ni era tan heroico, ni tan guapo. No le gustaban muchas cosas de Gaara, entre ellas algunas que en un principio la habían enamorado.

Mientras pensaba en lo horrible que se veía su cabello peinado, arreglaba su escritorio, que por lo general estaba lleno de papeles importantes que Gaara mezclaba y alguien tenía que separar. Tampoco entendía esa manía de guardar la basura en los cajones de la mesa, ni porqué solía coleccionar plumas que abarrotadas en un botecito hacían el escritorio menos agradable a la vista. Se sentó en la mullida silla del Kazekage y comenzó a ordenar los papeles. Llegó a uno que estaba escrito en tinta roja, de manera acelerada y con letra descuidada. El papel tenía manchones de tinta negra y verde, por lo que la castaña se imaginó que era un papel viejo que Gaara había tomado para escribir aquellas palabras. En el encabezado se leía una disculpa, y a medida que avanzaba, Matsuri se dio cuenta de que era una carta de amor. Se extrañó —Gaara no solía escribirle cartas a ella cuando salían— y pensó que quizá el Kazekage se había encargado de redactar la carta pero que pertenecía a alguien más, quizá a Kankuro. Pero aquella teoría fue descartada con el remate del texto. Sabía que Gaara no firmaría con su nombre algo que no le perteneciera.

No conocía el nombre de la mujer a la que Gaara había escrito, pero quiso averiguarlo. Un desagradable sentimiento se instauró en su pecho, quemándole poco a poco. La incertidumbre le pesaba como si sus costillas estuvieran hechas de plomo. Antes de que pudiera advertirlo, Gaara abrió la puerta de la oficina. El pelirrojo observó la escena, sus facciones no reaccionaron ante el hecho de que Matsuri la tuviera en sus manos, evidenciado que la había leído, pero sí se preocupó porque averiguara que dicha carta iba dirigida a ella, aunque estuviera destinada a otro nombre. Se miraron a los ojos por varios segundos, antes de que Matsuri atacara con la primera pregunta.

—Así que… ¿está enamorado?

Lo siento, Dalila*.

No puedo dormir. No puedo dejar de pensar en ti. No debería hacerlo, después de todo, nosotros no estamos destinados a estar juntos. Sé que suena tonto; aquello del destino. Ya lo sé pero es de madrugada y la luna me da en la cara. A lo mejor es cierto eso de que la luz de la luna te deja loco. Yo lo estoy un poco. Lo siento. No puedo evitar quererte, sé que no debería. Siento que estuve en penumbras durante años, llegaste y prendiste la luz. Me gusta verte iluminar mi vida.

Otra vez.

Seré sincero, me bastaron quince segundos para encontrar en tu mirada todas las estrellas que creí perdidas.


Hola c:

Este fic está dedicado a Queen Khione por ser el review número cien de la serie de drabbles y OS "Amargo y dulce" *le debo cambiar el nombre knsdksndk*. Aunque no he actualizado en mucho tiempo dicha serie de shots, me alegra que tenga esa cantidad de reviews y que además, les hayan gustado aunque tengo mil errores por corregirle. Adoro a cada persona que me lee y es por eso que les brindo estos pequeños regalos. Este fic en concreto tendrá tres capítulos y ojalá este año me ponga a actualizar A&D. El GaaMatsu es vida, y es amor.

*El nombre de Dalila lo escogí porque la carta que me "inspiró" a hacer el fic habla sobre una mujer llamada Dalila. Pueden buscar en Google la carta como Dalila o el amor de Xavier Velasco, y les saldrá en el primer link. Al final, pondré un fragmento de dicha carta, que forma parte de la bellísima novela Diablo Guardián. La frase centrada y en cursiva también pertenece a Xavier Velasco, pero es de otro libro (Puedo Explicarlo Todo), y curiosamente, también se trata de una-carta-que-no-debe-ser-mandada.

Sean libres de decirme qué les ha parecido, si ven errores y/o dedazos, no duden en decirme para que pueda editarlos.

Gracias a todos, gracias Queen, besos.