Su trabajo no era fácil. Si bien tenía buena paga, debía arriesgar su vida todos los días. Podía decir que estaba acostumbrado, sólo que no le alegraba específicamente. Por el momento, hacer lo que hacía le había parecido lo más peligroso en miles de aspectos, claro, hasta que Tsunade le arrojó una carpeta lejanas semanas atrás con un expediente.
-Un nuevo.
-¿Y me importa porqué...? –la rubia de inmensos pechos sonrió malignamente. Maldita vampiresa.
-Estará a tu cargo.
Entrenar a Naruto en el fino arte de cazar vampiros había encabezado su lista de tareas peligrosas. Ya había comprobado que Uzumaki Naruto, algo así como el protegido de Tsunade, podía ser más peligroso que cualquier vampiro: una vez, por estar discutiendo una orden, casi le vuela los sesos con su pistola, el día anterior estuvo a punto de incendiar el complejo de práctica de la organización y la semana siguiente se las había ingeniado para enloquecerlo casi hasta el suicidio.
Pero no, ese mocoso rubio, idiota, gritón, enérgico y exasperante con complejo de zorro que era su alumno no lo vencería. No a él, no al gran caza vampiros Deidara.
-¡Deja de tontear y practica tu puntería, Naruto, hum! –gritó exasperado, desarmando su arma por quinta vez en la mañana. Ya podía escuchar a su muy querida pistola de balas de plata diciendo lo mucho que extrañaba ser usada. Sintió un renovado y más que familiar sentimiento de enojo. Desde que habían asignado a Naruto como su alumno, le habían alejado de las misiones y tuvo que dedicarse únicamente a entrenarlo. Por eso tuvo que decirlo, estaba furioso otra vez-: ¡Si no atinas diez de diez no dejaré que comas ramen por el resto de tu vida!
Diez balas, recargadas con presteza, habilidad y rapidez, atravesaron justo el centro de las cabezas de los muñecos de práctica que aparecían de la nada alrededor de Naruto.
Era un buen chico, lamentablemente se había encariñado con él. Iruka-san se lo dijo días atrás, cuando lo escuchó quejarse mientras preparaba el maldito informe reglamentario informando los progresos (nulos) de su nuevo alumno.
-Terminarás por amarlo. Tiene un poder especial para que todos lo amen.
No solía ser grosero con Iruka únicamente porque el hombre le había ayudado con ese asunto de los informes varias veces y le estaba agradecido. Deidara no era una persona desagradecida, menos en asuntos tan importantes, pero no pudo evitar pensar que estaba loco de remate.
-Te daré un consejo –siguió Iruka. Deidara escuchó atentamente, dejando de quejarse para escucharlo. La cicatriz en la nariz del hombre era la única herida que conservaba de sus días como Cazador, todavía se contaba por los pasillos y entre Cazadores el temible final que le dio al Vampiro Mizuki, un verdadero estorbo. Sin mencionar sus amplios conocimientos en el tema, Iruka, además de encargarse del papeleo importante, solía adiestrar en conocimientos básicos y teóricos a los nuevos reclutas-. Usa incentivos, juega utilizando lo que le gusta y lo motiva a tu favor.
Ramen. Naruto amaba el ramen.
-¡Otros diez disparos! Si aciertas todos te llevaré a comer ramen esta noche.
Por supuesto, Naruto acertó.
Más que satisfecho consigo mismo (y con el chico, para qué negarlo) Deidara terminó rápido el informe y lo entregó a Shizune, la jefa del departamento de medicina que había cerrado muchísimas heridas que se suponía nunca sanarían a los que formaban parte de la Organización Caza Vampiros para la que trabajaba Deidara, y allegada a Tsunade, que irónicamente fue transformada en vampiro cincuenta años atrás por uno de los más acérrimos enemigos del gremio: un tal Orochimaru.
Conocía al tipo de vista. Era un verdadero estorbo, asqueroso, con apariencia viperina y cierto aire de travesty.
No le molestaba mucho eso de la apariencia, es decir, él mismo era un ser andrógino. Para ser un hombre de veintidós años hecho y derecho, parecía una mujer alta, esbelta, de cintura y cuello delgados y manos delicadas. Pero que dijeran lo que quisieran, a él le gustaba su cabello largo, que rozaba sus caderas, y sus facciones hermosas, los ojos rasgados, la boca delgada pero carnosa. También sus preciosas manos que tocaban tan bien el piano y le permitía crear arte, pues Deidara era un fan declarado del arte, trabajaba aquí únicamente porque no tuvo más opción. Lo que le molestaba era que el vampiro coso lengua larga le daba mala espina. Y le había tocado el trasero, el muy maldito.
Nunca se lo perdonaría.
-¿Dei-niichan, te sientes bien ttebayou?
Tuvo que calmarse y decirle a Naruto que no se preocupara por él. Pidió otros palillos, pues había partido a la mitad los suyos.
Ups.
Naruto había adquirido la manía de decirle Dei-niichan de un tiempo para acá. A Deidara, curiosamente, no le molestaba en lo absoluto. Había empezado a tomarle cariño a la iniciativa, pasada la actitud rebelde e infantil, que mostraba el chico por mejorar y mejorar más. Al principio resultó ser un desastre, aunque sus instintos y reflejos eran agudos y tenía un conocimiento básico de la academia, su puntería era pésima, solía renegar de las órdenes y hacer lo que él consideraba mejor, lo cual nunca resultaba ser mejor. Por suerte, siempre trabajaron en simulaciones y Hatake Kakashi, ese pervertido amante de las novelas para adultos, reconocido como el legendario Asesino Blanco, descendiente de una estirpe de Cazadores, había sido de gran ayuda.
Kakashi estaba entrenando, por primera vez en muchos años, a otro joven. Hatake había sugerido ponerlos a entrenar juntos y, dada la rivalidad que ambos se tenían el efecto fue inmediato. El protegido de Kakashi, un chiquillo por lo demás insoportable, prepotente y hermoso (él era un artista, sabía reconocer la belleza cuando la veía), y Naruto se hicieron progresiva y sorprendentemente más fuertes. Esa noche entrenaban solos, pues Kakashi y el chico tenían misión.
Maldita su suerte, esta era la mejor época, sin demasiado frío ni demasiado calor por las noches ni la luna entrometiéndose a cada momento brindándoles fuerzas a los malditos vampiros. Parecían desgraciados licántropos. Sonrió, ellos odiaban la comparación.
Acompañó a Naruto a casa antes de irse a la suya propia. ¡Quería dormir, maldición! De camino a su apartamento, mientras saboreaba su triunfo como tutor y las futuras misiones que Tsunade había prometido para final de semana (quería una nueva cámara fotográfica y era concienzudamente cara) sus agudos sentidos, siempre alerta a causa de su entrenamiento, le dijeron que no estaba solo.
Caminó con cautela, mirando discretamente a los lados, con la espalda rígida, las manos listas para buscar sus pistolas y disparar a quien o a lo que se le acercara en menos de tres segundos. Lidiar con vampiros significaba entrenar la rapidez, los reflejos y la fuerza con sobrehumana intensidad. Sabía de al menos dos personas que murieron en medio de los entrenamientos.
Pero nada pasó. Ni cuando se detuvo frente a la puerta de entrada del edificio donde vivía para buscar sus llaves ni esperando el ascensor. Abrió con silencio la puerta de entrada de su departamento, llena de sofisticados sistemas de seguridad que sabía burlar en cinco segundos en caso de que tuviera que escapar de su propia casa.
Su trabajo no era fácil y había que estar dispuesto a morir para ver el siguiente día.
Ya no sentía la anterior presencia, pero hizo el menor ruido posible y anduvo alerta de camino a su habitación. Se cambió de ropa pero mantuvo su arma cerca. De todas formas, si algo decidía atacarlo una vez acostado en la cama, siempre tenía el pequeño cuchillo de plata con agua bendita y mercurio bajo la almohada. Debía recordarle a Naruto hacer lo mismo la próxima vez.
Caminó con los pies descalzos hasta la cocina. Se sirvió agua, con lo cual logró calmarse un poco y enfriar la cabeza. Talló sus ojos fingiendo estar cansado, deteniéndose para escuchar, oler y percibir lo que pudiera.
No había nada.
Ya se estaba pareciendo a ese chico que vivía con Naruto, el alumno de Kakashi, el tal Uchiha Sasuke, que si bien era igual de nuevo que el rubio, había tenido progresos en la mitad de tiempo que Naruto. Se llevaban un año de diferencia y se conocían desde hacía tiempo. Sabía que tenían una relación íntima puesto que los había escuchado una vez en el sauna. No había dicho a Naruto nada pero estaba seguro que Sasuke lo sabía. Al día siguiente de eso, rompió a reír al verlos justos insultándose como los peores enemigos.
La gustaba el tipo de relación que tenían, parecían hermanos, dignos rivales pero los mejores amigos. Sasuke había sido uno de los incentivos usados en Naruto para que mejorara su técnica. Y como Sasuke había sido taaan útil, dejó que Naruto se fuera temprano a casa todos los días la semana pasada.
Detuvo su andar en mitad de la sala de estar que conectaba con el balcón. Se le congeló la sangre, contuvo la respiración, dejó de pensar, se ruborizó y calculó cuántos segundos le tomaría buscar su pistola para defenderse. Todo en fracciones de segundos.
Una voz fría como el hielo, sedosa como la más fina de las sedas, tan misteriosa como incitante lo detuvo antes de poder moverse.
-Buenas noches, Deidara. Veo que la falta de práctica te ha afectado ligeramente.
-Eres un desgraciado, ¿te lo han dicho?
Una sonrisa socarrona, hermosa, fugaz se posó en los labios finos pero carnosos del hombre. Sus facciones de ángel, crueles y atractivas se recortaban a la luz de la ciudad, que entraba tímidamente por la ventana, cerrada justo como la dejó antes de irse por la mañana. Sus peligrosas orbes rojizas lo miraban atentamente, deteniéndose en cada detalle de su rostro y cuerpo. Deidara no sabía si mal decirse por sólo haberse puesto unos pantalones o mal decirse por traerlos puestos.
-Sueles decírmelo.
-Porque tengo razón.
La persona ladeó la cabeza, los mechones de color ébano siguieron el movimiento y Deidara se contuvo de morder su labio.
Oh, se veía tan...
-Te extrañe.
Violable.
Bien, entre otras cosas.
Deidara se acomodó en el cojín sobre el piso, con los brazos sobre las rodillas y una lata de cerveza en la mano. Miraba casi con reverencia la figura, portentosa, elegante y pulcramente frente a él, tras la mesita de café, sentada en el sofá que le devolvía la mirada, plagada con deseo, curiosidad y embeleso. La luz estaba apagada, aquella persona no la necesitaba para nada y él podía adecuarse a la oscuridad en un relativamente corto tiempo. Gracias, práctica.
-Te ofrecería algo, pero no tengo nada en mi refrigerador que puedas tomar –una sonrisa, junto a un ruidito maravilloso que supuestamente era una risa surgieron ante su comentario.
-Eres terriblemente elocuente.
-Kampai por eso –dijo elevando la lata y tomando de ella-. ¿Qué te trae por aquí? Te hacía al norte, escuché que habían visto a alguien como tú según unos informes –dijo tranquilamente, como si es esos instantes no estuviera en peligro mortal. Ni hablar de lo que haría Tsunade si se enterase. Eso era todavía más peligroso, por lo cual lo dejó de lado.
-Te extrañé. Sabes que desde que estoy cerca de ti, he empezado a actuar de manera... Rara, como sueles decir.
-Es que tú eres raro, un auténtico fenómeno.
-Horripilantemente elocuente.
Deidara sonrió socarronamente.
-Pero así estoy bien para ti, ¿no?
-Así estás más que perfecto.
-Itachi, eres demasiado provocador. No te soporto, hum.
-¿Deseas que me valla?
Era increíble que una de las criaturas más despiadadas, hermosas, astutas y sobrecogedoras que habían pisado la tierra pudiera hacer ese tipo de preguntas. Pero Deidara se derretía por dentro, así que no importaba. Oh, creía que se derretía en serio, estremeciéndose con descontrol en su fuero interno, luchando por no exteriorizarlo.
-No dije eso.
-Si deseas que me valla puedo hacerlo.
Deidara lo observó fijamente unos minutos, sus ojos azules, rasgados y tatuados en las orillas con líneas negras (todos allí tenían tatuajes, él prefería en los ojos, ya que los resaltaban exquisitamente... o eso decía Itachi, de todas formas, antes de conocerlo, ya los tenía).
-¿Tú deseas irte? Dime la verdad –Itachi se la diría, porque no dejaba de mirar sus labios.
-Quiero quedarme aquí tanto como pueda.
-Eso supuse. Cielos, eres desesperante, hum.
Unos labios callaron su boca. Si la situación hubiera sido otra, realmente se asustaría y sus instintos asesinos altamente entrenados habrías saltado alarmas y empezaría a luchar por su vida. Pero no estaba en misión y, si bien podía morir en cualquier instante, no estaba precisamente atento, no con ése cuerpo duro, frío contra su espalda y esa mano de textura sedosa que empujaba su mentón para que girara la cabeza y deliciosos, magníficos y sublimes labios besaran los suyos.
Fue un beso tan salvaje, magnífico, dulce, lento, desenfrenado, delicioso y excitante igual que siempre y, por supuesto, diferente a los demás. Itachi era especialmente rápido para tener tan poca edad como vampiro. Era un prodigio en vida y muerte. No había visto en qué momento se acercó a él tan rápido.
Suspiró, con la cabeza dándole vueltas, y recargó su peso muerto sobre el pecho de mármol de Itachi, quien lo acogió cariñosamente entre sus brazos, observándole con tierna curiosidad desde su posición. Sus ojos brillaban, más exquisitos que dos rubíes y su boca rojiza le llamaba desesperadamente.
-Perdóname –musitó tiernamente contra su oído, sintiéndolo estremecer. Acarició los cabellos dorados con una mano, recreándose con su largo y textura.
-Oh, cielos...
Deidara, girándose, pasó los brazos desesperadamente por los hombros de Itachi y devoró sus labios con furia y desespero. Itachi no se inmutó en lo más mínimo y correspondió el gesto de la manera habitual, esa que no era una ni otra cosa pero que era todas a la vez, tan perfecta que le robaba el aliento sólo de pensarlo.
Se sentó descaradamente sobre su regazo, profundizando el beso, respirando por pequeños intervalos de no más de tres segundos. Con unas manos blancas, duras y frías como el mármol Itachi acarició delicadamente desde las caderas hasta las rodillas de Deidara, acomodando sus piernas alrededor de su cintura.
Estaba lo suficientemente excitado como para comenzar a gemir con tan solo un beso y las manos perfectas del vampiro acariciando sus costados.
-Eres perfecto –le susurró contra sus fríos labios-. Tan perfecto que duele.
De un movimiento, sin ocasionarle ningún daño, Itachi lo llevó a la habitación y lo tendió boca a bajo en la cama. Deidara decía que podía hacerlo en cualquier lugar pero Itachi, por más que midiera su fuerza, podía matar a Deidara de la nada, si era muy brusco o algo salía mal.
-Estoy seguro de que eso no pasará –aseguró Deidara con expresión burlona aquella vez, dejando de prestar atención a una película de época que Itachi había escogido.
Solía aparecerse de la nada, cuando era más inesperado, ofreciendo hacer cualquier cosa que el rubio deseara. Esa vez, por mero capricho de querer ver cómo era Itachi en una situación cotidiana, le dejó escoger una película y lo guió a el sofá. No supo lo que ocurría tras una hora, porque encontró muchísimo más entretenido a Itachi y su hermosa presencia. Si jugaba bien sus cartas, le obligaría verla la próxima vez que estuviera de visita.
-Me tienes demasiada estima –le contestó repasando con un dedo sus facciones femeninas. Lucía de pronto tan triste-. Si dejo de pensar por un momento, si me descuido tan sólo unos segundos, puedo destrozarte, matarte sin darme cuenta.
-Eres el vampiro más fuerte. Sobrevivirás, seguro, hum.
-No. Si eso pasara, ya tengo planeada mi muerte.
-¡Grandísimo estúpido! Lo hemos hablado miles de veces. La vida de un humano es tan fugaz como debe serlo el arte. Deberías estar mentalizado.
-Cuando dices eso creo que podría odiarte. Entonces recuerdo que es imposible.
De eso hacía tiempo, pero jamás podría olvidarlo. El rostro perfecto de Itachi parecía destrozado por un dolor extremo e insoportable.
-¿Qué miras? –preguntó el rubio de mala manera cuando Itachi los separó y apartó con su mano derecha, la otra bajo una de su rodilla, un mechón grueso que cubría su ojo izquierdo. Lo había perdido cuando todavía era joven. Odiaba a los vampiros por eso, porque disfrutaban hacer sufrir a los demás sin importarles nada. Si bien él mataba vampiros tuvieran la edad o la experiencia que fuera, no podía contra Itachi.
-Tu rostro. Sublime.
-Cállate por un rato... Mejor no lo hagas, grita un poco si lo deseas, hum.
El que gritó, fue él. Itachi era demasiado... él para hacerlo.
Deidara no era ningún adicto al sexo. Tampoco alguna clase de pervertido enfermo o reprimido. Sencillamente Itachi era increíble. Cada vez que lo hacían, parecía mejor que la anterior y el vampiro lo sorprendía la siguiente, y la siguiente. Hacía todo en el momento preciso, de la manera apropiada, tocaba donde debía y cómo debía.
Era lo suficientemente dulce pero rudo para el gusto del rubio, que no le molestaba verse sumiso como una chica, con las piernas enredadas en la cadera de Itachi y las uñas clavándose en la espalda de alabastro. Se dejaba hacer, después de todo, el único excitado parecía ser él. Según el mismo Itachi, los vampiros no eran iguales en ese aspecto a los humanos. Sí podían sentirse así, tener orgasmos y todo eso, pero era más complicado que ocurriera.
-Tal vez no lo parezca, pero reacciono particularmente rápido contigo, aun para ser vampiro.
Si eso no alimentaba el ego de Deidara nada podría hacerlo.
-Eres tan estrecho... y delicioso –siseó provocativamente a su oído, embistiendo con fuerza, tocándolo acertadamente.
De acuerdo, eso sí que podía.
El humano se obligaba a tener más aguante porque su orgullo no le permitía aceptar que Itachi tuviera que... acabar solo. Él era humano, su cuerpo funcionaba muy diferente. Cada vez que lo hacían terminaban practicando más de una posición, dependiendo de esta, era la cantidad.
-La... pared... –jadeó con el cuerpo lánguido.
-Está bien si no quieres –le recordó pacientemente Itachi, aún dentro de él. El otro le miró como si fuera idiota.
-¿Bromeas? Eres algo así como una droga, puedo estar muy destrozado por tu culpa, pero es inevitable que desee más.
Debía mantener su humor negro, le había gustado el brillo salvaje en los ojos rojos. Itachi sujetó sus muslos y apontocó su espalda a la pared. Antes de hacer cualquier cosa, se dispuso a besarlo con urgencia, besos tan ardientes, rudos y pasionales (sin mencionar perfectos) que Deidara pronto estaba enardecido de nuevo.
Itachi entonces inició las embestidas, ambos gimiendo y jadeando con descontrol. Deidara acomodó mejor sus piernas; usó como soporte los hombros fuertes de Itachi para dejar caer su cuerpo sobre él, separando la espalda de la pared y haciendo más desenfrenados los movimientos. Gimió ardientemente, sintiendo los besos y leves mordiscos por hombros y pecho. El ritmo aumentó, las rodillas de Itachi se posaron en el piso y Deidara se vio de pronto sobre su regazo, soltando exclamaciones ahogadas mientras sus caderas eran apresadas entre los dedos de Itachi, quien marcaba la cadencia de movimientos.
Para delicia de Deidara, Itachi soltó un hondo gemido que sonó como su nombre.
Sentía el sudor bajar por su piel, su cabello desordenarse con cada minuto que pasaba, su cara contorsionada por un placer más allá de lo humano. Le pareció que se acabó demasiado pronto, aunque los cansados músculos estaban satisfechos tras desenfrenados quince minutos.
Mierda, Itachi definitivamente sabía como destacar entre los humanos... Y vampiros. Nunca lo había hecho con un vampiro, pero seguro ninguno era mejor que el que respiraba agitado contra su pecho y que usaba para recuperar el aire.
-No ha... estado mal –jadeó apenas.
-Me has dejado por demás anonadado –rió entre dientes, mirando su pelo rubio esparcido por el piso.
-Créeme, puedo sorprenderte más.
-Lo estoy deseando con ansias.
Él también.
Deidara se vistió por petición de Itachi y fueron a la sala de nuevo. Esta vez bebió jugo de naranja, el que compraba para el latoso de su alumno ya que era su favorito. Cabía destacar que lo hacía con el mero fin de mimarlo, era tonto admitirlo pero Naruto era el hermano menor que nunca tuvo.
Recostado con la elegancia de un gato en el sillón, Itachi abrió los brazos para él. Se hizo un ovillo entre sus piernas y brazos, todavía cálidos por el propio calor de su cuerpo.
-¿De qué quieres hablar, hum?
-Quiero escucharte hablar.
-¿Lo ves? Te lo dije, eres todo un bicho raro.
-¿Eso te molesta?
Por toda respuesta, Deidara se giró parcialmente para besarlo por largo rato. Ah, nunca se cansaría de eso. Regresó a su cómoda posición, sintiendo los dedos de pianista de Itachi recorrer, de nuevo, su pelo.
-¿Cuándo le dirás a Sasuke que sigues con vida?
-Él cree que un vampiro me mató. Debe hacerse más fuerte, sobrevivir y luchar a toda costa. Sé que podrá matar a ese bastardo de Orochimaru si se lo propone. Hablaré con él, así me odie, cuando considere que podrá vivir sin temor a que lo maten. Ha crecido muy bien.
-Todos necesitamos una familia, hum. Pienso que él te necesita.
-Es por eso que es tan fuerte ahora y por lo que se hará todavía más poderoso. ¿Extrañas a tu familia?
-Supongo que sí –suspiró, jugando distraídamente con un mechón de cabello negro. Uno de los dedos fríos de Itachi golpeteó su nariz y él se rió estúpidamente-. Con el tiempo, empecé a olvidarlos. Era muy chico cuando eso pasó. A pesar de que un vampiro idiota amante de lo eterno con complejos de Dios me crió, supo inculcarme muy bien las enseñanzas para matar a un vampiro, hum. Era muy extraño, no necesitaba sangre ni se ocultaba del sol. A él le debo la reconstrucción de mi rostro, por eso me enojé muchísimo cuando él murió. Mataré a la persona que mató a Sasori-danna, pues él era muy bueno. Espero hacerlo sin que Tsunade se entere. Podría molestarse que un Cazador matara a otro.
-También se molestará si te descubre conmigo.
-Oh, eso no me importa, hum. Ya no tengo nada que perder, sólo a ti –se encogió de hombros tranquilamente. Los ojos de Itachi resplandecieron-. Cuentan que Kakashi, el Asesino Blanco, mató a dos vampiros altamente peligrosos, según los rumores amaba a ambos.
-Uno pertenecía a mi familia, lo transformaron siendo yo un niño –Deidara acarició su rostro pétreo, tan hermoso que seguía sin poder creer su posición. A veces, incluso estando bajo el cuerpo de Itachi, gimiendo con descontrol, se preguntaba si ese no era más que un sueño-. Supe de su muerte al convertirme. Ciertamente me sorprendió, solía aparecerse si algún miembro de la familia estaba en peligro.
-¿Vendrás también mañana?
-Si eso es lo que deseas.
-¿Qué es lo que tú deseas?
-Ya lo sabes, pero me has pedido que no lo diga más, porque ofende tu arte y tu filosofía.
Deidara saltó y quedó frente a frente con el vampiro, acomodando las piernas entra las del otro, sus manos en el pecho tibio, sus caderas sujetas por dos manos fuertes.
-Mañana es tu cumpleaños, ¿verdad? Quiero verte, hum.
-Entonces –con movimientos sutiles, Itachi acomodó a Deidara de nuevo sobre su cuerpo, posó su mandíbula sobre la cabeza del humano y aspiró ese olor fabuloso que lo hipnotizaba- aquí estaré. Haremos lo que desees.
-Me parece bien.
Al despertar, se encontró entre sus tibias mantas, vestido con una pijama y en su habitación. El desayuno estaba en el microondas y la mesa dispuesta. Tsunade le gritó un buen rato por llegar tarde. Salió con Naruto a las montañas, vendó sus ojos y le dijo que lo siguiera. A cada momento el rubio gritaba, chillaba y se quejaba de que caería (cosa que pasaba muy a menudo) y tropezaría. Regresaron para el atardecer, cansados, hambrientos pero satisfechos. Una vez en la cima, le permitió a Naruto quitarse la venda y el chico lució impresionado por la vista.
-Es mejor el amanecer, hum. Te prometo que vendremos en otra oportunidad. Esta es tu última prueba. Hace tiempo, empezando tu entrenamiento, hicimos lo mismo y resultó un desastres. Has podido llegar a la cumbre. Ahora debes bajar, también con los ojos vendados, en silencio.
-¡¿He pasado?!
-La verdad, cumpliste el cometido, seguiste mi paso y no moriste en el intento, pero no, no has pasado la prueba, hum. Se completará una vez lleguemos abajo otra vez. Ya conoces el camino pero no será el mismo, con esta contradicción en mente, debes seguirme. Si puedes hacer eso, es seguro que tendremos una misión esperando por nosotros para el fin de semana.
-¡Grandioso! –Naruto, sin pensarlo mucho, abrazó fuertemente a Deidara, que dejó su aire ausente a un lado para gritarle y revolverle el cabello corto y alborotado-. ¡Muchas gracias, Dei-niichan!
Iruka tenía razón, había terminado amándolo.
-¡Suéltame, será mejor que nos apresuremos para regresar! Pon alerta tus sentidos y prepárate. ¡Date prisa y cúbrete los ojos! Si logras hacerlo te invitaré ramen.
-¡En seguida!
Deidara rió, aunque la risa no llegó a sus ojos. Naruto no pudo notarlo. Agradeció a los dioses por esto.
-Dei-niichan... –aventuró Naruto un rato más tarde, a media hora de camino.
-¿Sí, Naruto, hum?
-Me contaste aquella vez que tú también hiciste algo así hace tiempo. ¿Quién fue tu maestro? ¿Fue él quién te probó de esta manera? Sabes de muchas cosas y eres muy bueno en esto de cazar. ¿Tu maestro era así de bueno?
-Oh, mis habilidades no son nada comparadas con las suyas. En cuanto a esta prueba, fue el último examen que me hizo.
-¿La pasaste? Pregunta tonta.
-No realmente, hum. Me ocurrió algo semejante a ahora. Tuve que subir unas diez montañas como esta. La primera fue a los nueve años. Danna se adelantaba, no solía esperarme y si no llegaba a tiempo era duramente castigado al día siguiente con miles de ejercicios. Cambiaba el lugar siempre para que no pudiera recordarlo y hacer trampas. Me perdí muchas veces. Si no aparecía para el día siguiente iba a buscarme. Decía que era inútil el esfuerzo si moría.
-¡Qué cruel! –chilló Naruto, estampando la cabeza contra la rama baja de un árbol. Deidara se detuvo, suspirando cansinamente-. Eres sólo un niño, ¿por qué te trataba de esa forma?
-Él creía en mí y en mi potencial. A los quince años pude subir la última montaña, endiabladamente empinada por cierto, a su lado. Estando en la cima me permitió quitarme la venda pero yo no lo hice. Le dije que podía contemplarlo todo. Entonces bajamos y...
-¿Qué ocurrió luego? –susurró Naruto tras un prolongado silencio.
-Él me ordenó hacerlo de nuevo, dijo que lo haríamos en dos noches, porque quería que viera el amanecer, que era su regalo para mí. Pero nunca pudimos subir juntos. Mataron a mi maestro la noche anterior y pude escaparme con mucha dificultad.
-¿Vampiros?
-Realmente, Naruto, los vampiros no son tan malos como parecen –se acercó a él y desanudó la cinta negra en su cabeza. Era un poco más alto que el chico. Posó sus manos en los hombros que, notó con satisfacción, eran ligeramente más recios que al principio del entrenamiento. Le habló calmadamente, Naruto escuchaba sorprendido-. A Danna lo mató un cazador. Él era muy bueno, el único que se preocupó por un huérfano como yo. No espero que lo entiendas pero de igual forma de te lo diré, porque confío en ti. Danna era un vampiro antiquísimo, poderoso y cruel. Pero también fue un gran maestro, alguien de confianza y un verdadero amigo.
-¡Claro que te entiendo, Dei-niichan! –exclamó, girando sobre sus talones para verlo-. Tsunade-baachan también fue transformada en contra de su voluntad por las criaturas que persigue pero ella me cuidó y educó.
-Sasori buscó su inmortalidad, Naruto.
-¡¿Y qué?! Ella terminó por amar su condición. No deja de mirarse al espejo cuando nadie cree que la ve, pues ama su inmortalidad. Aunque esté vieja por dentro y tenga el temperamento de una cincuentona malhumorada –Deidara quiso carcajearse allí mismo mas se limitó a sonreír, soltando una risilla simpática-. A mí no me interesa en lo más mínimo si fue un vampiro o no quien te enseñó. ¡Tú eres Dei-niicha, eso basta! Me has enseñado mucho, eso es lo que importa, me parece.
-Creo que por fin entiendo a Sasuke.
-¿Eh?
-Nada, nada. Vete a casa, él te estará esperando.
-Él está en una misión... –refunfuñó cruzando los brazos e inflando las mejillas.
-Me enteré que regresaba hoy.
Naruto se esfumó en tiempo record. El buen humor le duró un buen rato hasta que llegó a su departamento. Recordó en muy poco tiempo demasiadas cosas y se sentía vulnerable.
-Bienvenido –habló Itachi desde el sofá, sentado a sus anchas como si esa fuera su casa. De la misma manera que la noche anterior, abrió sus brazos para él. Únicamente para él.
Sin embargo, no se movió un centímetro. Bajó la cabeza, apretando con fuerza la mandíbula y los párpados. Repentinamente, Itachi apareció a su lado, acunando entre sus manos de porcelana el rostro del rubio. Besó con delicadeza su frente y murmuró quedamente, mirándolo con adoración:
-¿Quieres que me vaya? –el muchacho se abrazó a sí mismo y agachó todavía más la cabeza.
-Yo... –mordió su labio hasta lastimarlo. Itachi observó la sangre cálida y, seguramente, deliciosa que bajaba por su barbilla en un hilillo delgado. Limpió cuidadosamente su piel, sintiendo insoportable el olor. Ante su toque, Deidara se agitó, retrocediendo un paso.
-¿Acaso te molesta mi presencia? –Deidara supo en ese momento que no podría resistirlo más. Soltó un alarido y miró a Itachi, luciendo desesperado.
-¡Es tan difícil! No es justo, no es para nada justo. ¿Sabes lo que odio de los vampiros, malditas criaturas infernales? ¡Esa desagradable eternidad! Daba por sentado que él viviría por siempre, que, a pesar de lo que yo decía sobre lo efímero y todo eso, Sasori, con sus absurdas creencias de eternidad, rompería mis reglas y viviría eternamente, justo como debía hacerlo, justo como esperaba de él, de Danna. Y ahora apareces tú, siendo eterno, inmortal, destrozando mis creencias, tambaleando mi filosofía. ¡Cómo deseo que vivas para siempre porque yo no concibo el que simplemente partas! Como tampoco quiero serlo. La eternidad no me sienta –musitó bajando gradualmente el volumen de su voz hasta que fue un susurro apenas audible.
Para su sorpresa, Itachi rompió a reír con fuerza, de una manera tan arrebatadora, melodiosa y encantadora que se sintió descolocado y admirado a la par. Negó un par de veces con la cabeza, intentando alejar el asombro. Gritó, haciendo una mueca cómica de molestia y furia:
-¡¿Y ahora por qué diablos te ríes?! ¡Estoy atravesando un maldito problema existencial como si fuera un tonto adolescente con las hormonas alborotadas, quiero que lo hagamos y tú vienes y te ríes, bastardo!
-Te lo he dicho con anterioridad, pero debo repetirlo: eres asombrosamente elocuente. Me dejas sin palabras.
-Aparentemente no lo suficiente... –rezongó con desagrado. Itachi, recuperando su mínima sonrisa, casi invisible, señaló el sofá, como si aquella fuera su casa y Deidara uno de sus invitados. Tomó su mano y lo guió para que tomara asiento. Él se arrodilló, sosteniendo cuidadosamente las manos del mortal entre las suyas, acariciándolas con los dedos helados, admirándolo como se observa algo perfecto.
-¿No lo entiendes? Tú jamás serás un ser eterno. Eres tan explosivo, cambiante, impredecible... Nunca sé cuál será tu siguiente paso, no puedo figurarme, por mucho que lo intente, qué ideas revolotearan en esa hermosa cabeza rubia y eso es fascinante. Estás lejos de ser mi entretenimiento, sólo que resulta inevitable no divertirme con esas ocurrencias tan...
-¿Desquiciadas? –probó, creyendo que aquello era demasiado surrealista para ser cierto.
-¡Explosivas! –susurró con voz febril. Para ser uno de esos vampiros modernos, a Deidara le parecía que muy fácilmente Itachi podría pasar por un vestigio del pasado: hablaba como uno-. Eso es lo que te hace inmune a la eternidad. Apenas tengo tiempo de disfrutar con una de tus ocurrencias cuando se avecina otra y esa, por supuesto, roba toda mi atención. Tu maestro debió pensar eso cuando te entrenó, porque mantuviste intactas tus creencias, aunque las de él eran tan distintas. Te respetaba, lo sé, por la manera en que hablas de él. Igual que tú lo respetas a él.
-Estás loco. ¿Te lo han dicho?
-¡Precisamente! –Deidara se sobresaltó-. Has vuelto a maravillarme, a tomarme por sorpresa. Lo has hecho de nuevo y sé que, por muchos años que puedan pasar, seguirá siendo así. Eso, Deidara, es algo que no pongo en duda –Deidara alzaba una ceja, preocupado de que Itachi pudiera perder el conocimiento a causa de aire por hablar tanto. De pronto recordó que él no necesitaba aire. Mordisqueó su labio pensativamente y suspiró.
-De todas maneras necesito pensarlo.
-Te esperaré toda la eternidad –dijo enseguida, acariciando vehemente su mejilla.
-Estás helado. ¿Sabes? Me parece que lo que necesitas es que alguien te entibie –y sin más, se lanzó sobre él para empezar a besarlo. El cuerpo duro y frío como mármol de Itachi siempre quedaba ligeramente cálido, tibio, luego de que estuvieran mucho tiempo uno junto al otro, en las condiciones que fueran-. Oh, cierto –se apartó y buscó entre su ropa, Itachi miraba expectante, con las manos sujetando fuertemente sus caderas-. Feliz cumpleaños.
-Una flor silvestre...
-No tengo idea cuál sea tu flor favorita, porque, estoy casi seguro, tienes una, eres del tipo que las tiene y sabe de ellas. Así que, mientras subía la montaña, recogí esta. Es pequeña y morirá pronto, pero es muy bonita. Pensé que sería un buen regalo. De todas maneras, no acepto quejas.
-Estoy complacido.
-Por favor, basta de palabras complicadas y modismos de principios de siglo. Te lo ruego: cállate... No, mala idea. Has el ruido que desees. ¿Dónde íbamos?
Tal como Deidara dijo, la delicada flor se marchitó rápidamente, aunque Itachi la puso en agua en uno de los vasos de vidrio del rubio, en el alfeizar de la ventana. Itachi se apareció con un ramo de esas flores la noche siguiente y Deidara decidió que debían ver una película. Lamentablemente, Deidara notó que Itachi estaba terriblemente frío y que esa no era una buena manera de mirar una película. Quedaron en volverse a ver la siguiente noche: Itachi tenía dudas de si el protagonista podría encontrar la tal Cámara Secreta que tanto lo angustiaba.
