TSUKIAKARI NI MABOROSHI
-por Jinsei no Maboroshi-
parte I
ADVERTENCIAS: Secuela de Tsukiakari Ni Kage: es de suma importancia leer los dos fics previos que anteceden a esta tercera y última parte de la trilogía Tsukiakari Ni. Es decir, previamente se debe de haber leído Tsukiakari ni Jinsei y Tsukiakari Ni Kage.
Relación de personajes: como dije en Tsukiakari Ni Kage, Tetsu y Ken no tienen esa relación de hermandad que suele vérseles. En este fic, no han compartido la adolescencia juntos. Sí son buenos amigos que siempre están en las malas. El hermano de alma de Ken es Hyde en este fic.
Calidad del relato: no esperen algo como Kage. Así como Kage no resultó estar para nada relacionado con Jinsei en cuanto a calidad y formato, lo mismo va con éste. Puede que les resulte aburrido, molesto, quizás muy denso, pero ése es el objetivo de esta última parte. Es darme el gusto de escribir con la oscuridad que quiero, haciendo reflexionar a los personajes con su pasado, contrastando los hechos. Quizás sólo lo lean con el gusto de saber, por fin, el final de la trilogía Tsukiakaini. Sólo tengan en cuenta que esto NO es como el Kage. No lo olviden, por favor.
Fecha de publicación: 01 de julio de 2007 - Corrección: Ogawa Saya.
TSUKIAKARI NI MABOROSHI
(Ilusiones a la luz de la luna)
RARUKU AN SHIERU
La misteriosa luna, una vez más, aparece por el extenso cielo, con paso tranquilo, caminando magnánima sobre la insignificante humanidad que recibe como dádiva su celestial luz plateada.
Las nubes osan tapar su esplendor, pero ella, soberbia, se manifiesta brillante, nunca queriendo reconocer su dependencia vital de aquella estrella lejana, el Sol.
Bajo sus rayos fríos, introduciéndose soslayadamente en una recámara de la residencia de Shibuya, vuelve a contemplar las miserias, las vidas, esas sombras de ilusiones que son las existencias cansadas de los humanos. Y una vez más, es testigo de dos amantes. Dos extraños amantes.
Los brazos de aquel hombre, se ceñían con dolor alrededor de la espalda del guitarrista. Sus piernas, abrazando la cadera de su amante, temblaban ante el movimiento agresivo, al que nunca se acostumbraría.
Los jadeos mutuos se mezclaban con el aroma a sudor y sexo que aquella noche había hecho emerger con las pocas cervezas tomadas.
La ebriedad no les exaltaba el descontrol, pero sí la soledad.
En un silencio animal, sin palabras, sin nombres, sin susurros, continuaban empeñados en esa panacea corporal, sin preguntas ni cuestionamientos, sólo degustando el placer que les arrebata gemidos incomprensibles. El alto japonés, sobre aquél de frágil figura, lentamente ingresaba a aquel estado, a aquel paraíso perdido en los años. No sentía las marcas sobre su piel, pero saboreaba la fuerza con la cual aquellos delicados brazos le apresaban.
Cinco años de ausencia.
Cinco largos años de profunda soledad.
Embistió una cuantas veces más, demasiado concentrado en su cuerpo, en su placer, extremadamente perdido en la sensación del pasado, creyéndola presente, que no advertía las quejas de su compañero, el cual sometido a su dominación, sólo podía cerrar sus brazos sobre el cuello del guitarrista, e intentaba apoyar sus talones sobre la cadera de aquel animal sediento de su antiguo amante, para permitirle una mayor profundidad, con el único fin de evitar el dolor, y embriagarse también en esa panacea tristemente adictiva.
El ritmo se incrementaba, y con lentitud, el alto japonés se sumía en su propia ilusión.
-¡Ah! Yukki... eres... ¡ah…! …mi paraíso...
-… Mnnn... ¡Ah...! ¡Para…! ¡Por favor!
La voz ahogada de su compañero no era escuchada por la enajenación que en ese momento controlaba el cuerpo de Ken. Víctima del placer, sólo arremetía con más violencia contra ese cuerpo, contra esa frágil contextura que nunca había estado con un hombre en esas condiciones. Su primera vez ya había pasado hacía años, pero nunca lo terminaría de asimilar.
Finalmente la pasión de ambos se acabó cuando el éxtasis los invadió con suavidad, sin intensidad, quizás un poco lánguido, sólo como un triste remedio de baja potencia.
Ken suspiró, al sentir aún la tensión de los brazos de su compañero sobre su cuello, advirtiendo el leve temblor de las piernas que aún se empeñaban en abrazarle, quizás temerosas del dolor que implicaría el moverlas, quizás, pidiendo un minuto extra para recuperarse.
-¿Estás bien? –le preguntó con agitada voz.
No recibió respuesta, mas notó la relajación del cuerpo que le mantenía preso en ese abrazo. Con delicadeza, se ubicó al costado de su amante, escuchando con su movimiento, el quejido de aquel hombre sometido.
Miró por un segundo el pecho de su compañero, y su rostro, aún crispado en dolor.
Un pecho demasiado delgado, demasiado frágil, demasiado blanco. Un rostro que no le transmitía tranquilidad, sólo resignación. Era un hombre muy diferente.
Parpadeó varias veces, y con desidia, se ubicó al lado de su amante, boca arriba, en igual posición que éste.
Fijó su vista en el techo, y ubicando sus brazos sobre su propio pecho, descansó en silencio; ajeno, lejano.
Su acompañante, una vez vuelta su respiración a la normalidad, abrió lento sus ojos, y tragando con dificultad, pasó el dorso de la mano por el rabillo de sus ojos, que habían desprendido unas secas lágrimas producto del dolor y el esfuerzo por no gritar, y disfrutar, a pesar de todo.
Suspiraron ambos.
-Perdona... –susurró Ken, sin dejar de despegar la vista de aquel techo tan aburridamente interesante. Sólo era un perro perdido, confundiendo dueños.
-No te preocupes. Yo tampoco estaba pensado en ti... –su voz ronca y pesada murmuró en un suspiro.
-Mn.
Un incómodo silencio se volvió a instaurar.
Fuera, el viento estaba ausente, y sólo la luna iluminaba tenuemente la habitación, decorándola de más frialdad.
Con lentitud, el sonido de sus respiraciones cada vez se tornaba más lento, hasta casi hacerlas imperceptibles. El jadeo de hacía minutos, se había apagado demasiado pronto, sin ánimos de reiniciarse en breve. Sólo una dosis restauradora. Sólo un poco de lo que podían confundir, con el único propósito de sobrevivirle a la soledad.
Ken tosió con fuerza unas cuantas veces, aferrándose el pecho para aminorar el retumbar de sus costillas.
-¿Sabes? Creo que deberíamos dejar de hacer esto, ¿no lo crees? –irrumpió Ken con su cansada voz, tras haberse detenido su acceso de tos.
-Si tú lo quieres... –respondió su acompañante, mirando el techo.
-Si Hyde se enterara... –el guitarrista torció levemente su boca, en un gesto de reprobación propia. ¿Qué estaba haciendo?
-No te culpes, Ken, Hyde se olvidó de mí hace mucho tiempo... y no es dueño de mi vida...
-Eso no calma la sensación de que le engaño...
-No le engañas, Ken. Ni yo.
-Vamos, Tetchan... –reprendió incómodo.
-No. Tú no piensas nunca en mí, y yo no lo hago en ti... creo que es justo... –suspiraron nuevamente, advirtiendo la verdad de aquella frase. En un día de aquel segundo año de aniversario de la muerte de Yukihiro, la tristeza y la melancolía de sus espíritus, acompañada por la necesidad que sus cuerpos ya evidenciaban desde hacía tiempo, provocaron que sus actos acabasen en aquella cama, empapados de sudor y consuelo físico, confundiéndose uno con otro, confundiendo el otro con algún recuerdo, confundiéndose absolutamente en el sentido de aquella acción. Sin embargo, habían superado el límite de mero error. A los pocos días, habían acabado en iguales condiciones, y sin cuestionarse mucho al respecto, determinaron en el silencio compartido, en el secreto que aquel pacto sexual les otorgaba, que ese consuelo les ayudaba a superar la vida diaria, o al menos, se mentían para creerlo así, y como tal, lo aceptaban resignados. Al menos Ken no estaba pasando la noche con una desconocida, igual a todas las mujeres con las que alguna vez estuvo, y Tetsu, sólo pagaba con su cuerpo lo que Kaori había vivido en alma y vida. Para el bajista, sólo era un castigo bien merecido. Había hecho demasiado daño a su amiga.
-Yukki se enojaría mucho conmigo... –explicó Ken, quien sin dejar de contemplar el techo, extendió su mano hacia la mesa de luz de su costado, y tomó una caja de cigarros, de la cual extrajo uno, que prendió de inmediato. Caló profundamente el cigarrillo, y tras expeler el humo, tosió varias veces seguidas, para darle una segunda calada.
-Yukki ya está enojado contigo... no seguiste con tu vida como le habías prometido –respondió el antiguo líder tras un suspiro, acomodando la fina sábana para ocultar su intimidad de la visión de aquella luna perversa.
-Yo no le prometí nada.
-Pero él quería que fueras con Rena, con una mujer que te diera tranquilidad...
-No es una mujer lo que quiero… Tetchan... sabes que no tiene sentido creer que hay reemplazante para las personas... –afirmó, y luego de escuchar sus propias palabras reverberadas en el silencio de la alcoba, sonrió irónico, burlándose de sí mismo por su propia obvia contradicción.
-Mn... Tal vez tengas razón, pero...
-Yukki era demasiado para mí... y no lo advertí hasta que fue muy tarde... supongo que es justo que haya muerto... –dio una calada a su cigarro, muy profunda, que estalló en una continua tos que emanaba humo. La congoja siempre le adoquinaba la garganta, pero como había ocurrido a lo largo de su vida, nunca podía llorar, ni aún cuando lo necesitaba.
-¡Ken! ¡No digas eso! Yukki no merecía...
-No. Él no, pero yo sí... yo merezco este dolor... merezco este abandono... por todo lo que le hice... –musitó triste, recordando un pedazo de memoria perdida en su mar de evocaciones. Una de aquellas noches violentas cuando su amante lo maltrataba. Aspiró más humo.
-Ken... por favor… no hables así...
-Hubiera sido mejor si me hubiera muerto aquella vez... ¿sabes…? Tal vez Yukki... –con su mano libre, acarició la cicatriz abdominal.
-Yukki igual habría enfermado... su catalepsia tarde o temprano iba a despertar... y tu muerte nunca le habría ayudado... Ken... –justificó preocupado. El eterno regreso de aquellos deseos del guitarrista le perturbaba. Siempre el mismo anhelo. Siempre la misma nostalgia.
-Y yo nunca me di cuenta...
-Ken, no te culpes, nunca hubieras sabido que iba a padecer tal cosa...
-Yukki olvidaba su medicina para el corazón, olvidaba las cosas más de lo que acostumbraba... no le presté atención... yo...
-Yukki se había vuelto muy despistado desde que ustedes dos crearon ASOA... créeme... ¡ser líder de una banda produce descuidos! -sonrió triste, gesto que copió Ken, tan ajeno a las gesticulaciones de Tetsu como éste de las del guitarrista, ambos sólo mirando el techo, respirando con la vacía tranquilidad del sexo realizado.
-Lo sé. Pero... eran descuidos mayores que los que acostumbraba... ya no eran las llaves... eran cosas cada vez más graves... un día había olvidado mi apellido... nos habíamos reído... también olvidó mi último cumpleaños. No soy estúpido. Sabía que tú le llamabas para hacerle recordar, Tetchan...
-Ah... lo lamento... él me lo había pedido...
-Está bien... ya no tiene sentido hablar de ello. De todas formas, yo agradecía su esfuerzo para no demostrarme cuán perjudicada estaba su memoria. ¡Olvidaba tanto! Últimamente llamaba a Vikkutoria por Elizabeth... yo me sonreía... ahora que veo aquello en la distancia de los años... eran señales de su mente... y no me di cuenta...
-Ken, ya no se puede llorar por lo irremediable...
-Pero me duele, Tetchan... ¡no sabes cómo! –la garganta del guitarrista una vez más se comprimía.
-Lo sé... lo sé...
Tetsu se giró en la cama con lentitud por causa del dolor, y manteniendo la distancia entre sus cuerpos, extendió su brazo hasta el pecho del guitarrista, el cual acarició con languidez. Un gesto que se había instaurado entre ellos. Un movimiento que los desconcertaba, como todos sus movimientos diarios para con el otro. No era un cariño ni de amigo -demasiado cercano- ni de amante -demasiado lejano-. Se encontraban en una línea indistinguible, difuminados en una relación para nada clara. Tal vez hermanos de dolor, incestuosos en su consuelo mutuo. Quizás amigos con un derecho extra a sus cuerpos. No lo sabían. Ni se lo cuestionaban demasiado. Sus vidas consistían en vivir diariamente, aún contra su voluntad. No les importaba cómo lo hacían, no les importaba si caminaban el mismo sendero de Kaori, de Tetsu o de Hyde. Muy poco les importaba en la vida, y ese poco, era un pequeño arco iris que se había desvanecido en el tiempo, pero con la promesa del regreso. La promesa que les daba un minuto más para soportar la existencia, segundo tras segundo: Nijiko.
Recibiendo esas gentiles caricias, Ken esbozó una sonrisa triste, melancólica, que Tetsu advirtió. Sólo era un recuerdo que había aflorado en la mente de aquel hombre ya sin ese suave bigote, fumando con tranquilidad ese cigarro que se consumía en la vacuidad de los minutos.
-¿Qué es tan divertido, Ken? –cuestionó Tetsu, manteniendo esa caricia suave, que sus manos sedosas proporcionaban al cuerpo de aquel japonés.
-Sabes... Yukki me conocía demasiado...
-Yukki nos conocía demasiado a todos...
-No. ¿Sabes lo que un día me dijo? –Tetsu suspiró, sabiendo que todo volvería a empezar de vuelta. Más añoranzas, más recuerdos de aquel baterista. Más frustraciones para su amigo. Ken no dejaba pasar un día sin haber mencionado a aquel tímido japonés. Su melancolía era incurable. Aceptaba escuchar pasivamente los miles de relatos de su amigo. Tal vez le hacía bien a Ken, tal vez no. No lo sabía.
-¡No me des detalles de escenas! ¡Ken! ¡Por favor! –bromeó, intentando arrancarse una sonrisa verdadera. Sólo una falsa quimera...
-Naaa... nada de eso...
-¿Entonces?
-Una vez... me había propuesto adopción. ¿Sabes?
-¿Mn?
-Yukki sabía que mi pasión por Nijiko también era producto de ganas naturales... supongo –se sonrojó. El bajista sonrió divertido, y dejando de acariciar el pecho de su compañero, se acercó un poco a su pectoral, y en él apoyó su mentón, para ver a Ken en su relato, mientras éste continuaba con voz serena-. Como sabía que no iba a convencerme de buscar una mujer para ello... me había dicho que tan sólo con mi afirmación, iniciaría los trámites para la adopción de una adolescente china. Tú sabes... en china las niñas son dadas a adopción a nivel internacional, con tal de sacárselas de encima, no les importa qué tipo de pareja las adopten si los test psicológicos de los postulantes dan bien.
-¡Vaya! ¿Yukki te propuso eso? –cuestionó profundamente sorprendido.
-Mn.
-¿Y qué hiciste?
-Le había pedido tiempo para pensar... ¿sabes? Estaba en período de esas cavilaciones cuando... cuando Yukki se fue...
-Ah... Ken... no sabía... –turbado, murmuró con lástima.
-Yukki siempre me vio más allá de lo que yo quería mostrarle... ¿por qué se fue, Tetchan…? ¿Por qué…? Si yo lo necesitaba... y lo necesito...
-¡Keeeeen! –el bajista se incorporó un poco sobre Ken, y le abrazó, creyendo que la voz semi-cortada del alto japonés manifestaba la inminente congoja que estallaría en llanto-. Hay que resignarse, Ken...
-¿Qué? ¿Contigo? –respondió con molestia, con odio hacia el destino, sin medir sus palabras. Tetsu lentamente se separó, y sentado en la cama, sintiendo aquella punzada interna que siempre le demostraba su error, miró con recaudo a su amigo.
-K...ke...Ken...
-Yo le había dicho que nunca podría estar con otro hombre, y ¡mírame!
-Ken... yo te dije que esto te iba a hacer mal... lo dije desde la primera vez que pasó... –susurró, bajando su vista, hasta posarla en las sábanas revueltas del lecho que les cubrían las cinturas.
-Lo extraño...
-No soy él...
-Lo sé... y por eso me duele...
-... –lentamente, Tetsu se ubicó boca arriba en la cama, mirando el techo, un poco más alejado de Ken que antes. Ya percibía el dolor interno latir, acompañándole con aquella sensación de vacío y duda que siempre le atacaban cuando su amigo y amante decía palabras tan rudas, sin percatarse, que a pesar de no amarse mutuamente, lastimaban.
Sonrió con tristeza. Y es que el destino era irónico. Un extraño gusto a Kaori tenía toda aquella situación. Ciertamente él no era devoto de Ken, pero sufría ese desprecio, esa confusión, ese empeño en transformarle en el baterista fallecido. Ni siquiera veía al Tetsu amigo. Sólo quería ver el fantasma de Yukihiro. Y en el fondo, Tetsu le absolvía de toda condena, aún a pesar del dolor que le generaba el lugar de reemplazo que el guitarrista le daba. Pues a pesar de todo, Ken era el bajista en el pasado, y Tetsu, un reflejo de aquella Kaori enterrada. Ambos repetían el camino que aquella pareja había realizado hacía tiempo. Sólo comenzaban a ver sus propias ilusiones, sus propias mentiras, para sentirse mejor. Tetsu no podía culparlo. No, en el fondo.
-Perdona... Tetchan... no... Yo no quise decir... –se disculpó tras meditar unos minutos en silencio.
-Está bien, Ken... te entiendo demasiado bien... como no te das una idea...
El alto japonés finalizó su cigarro, y tras apretarlo dentro del cenicero, se dio media vuelta, y mostrándole la espalada a su antiguo líder, se dispuso a dormir.
Tetsu giró lentamente, dejando escapar un quejido con su movimiento, y se ubicó igual que su amigo, dándole la espalda, llevando sus manos al pecho, e intentando dormir, frotó su mejilla en la almohada.
No podía culparle, porque él también pensaba en otra persona.
Sonrió irónico.
En el fondo, no podía concebirse como un reflejo de Kaori.
Sólo tenían sexo. Cada uno demasiado alejado del otro.
¿Qué es el déjà vu?
¿Una experiencia mística, o una simple asociación inconsciente?
¿Acaso la naturaleza del universo permite dar segundas oportunidades que se saborean en pequeños instantes de características semi-conocidas?
¿Acaso el universo sólo es un juego de la mente humana que se confabula en las profundidades de la conciencia para realizar un perverso recreo con el único fin de auto-flagelarse?
¿Acaso realmente somos condenado y verdugo de nosotros mismos?
Déjà vu.
La conciencia puede traicionar al humano. La mente no es perfecta.
La naturaleza del cosmos nunca da segundas oportunidades. El error se paga con sangre.
La pequeñez de un individuo no alcanza para conmover la ley natural del constante fluir del tiempo. El tiempo no se detiene, trascurre, se resbala por los cuerpos humanos, dejando surcos en su piel, y huellas en su alma.
Déjà vu.
Simple invento humano.
Triste justificación de la mentira que se realiza a sí mismo el hombre.
Déjà vu.
Pérdida absoluta de tiempo.
A la mañana siguiente, el sol del verano iluminaba la cocina de aquel departamento de Shibuya, donde Ken y Tetsu se alistaban para tomar el desayuno.
Tendrían un día agitado, asistiendo a las discográficas para realizar los preparativos de festivales varios que se llevarían a cabo durante toda la estación calurosa.
Ken ya había dispuesto la mesa para el desayuno, y se encontraba friendo los huevos que darían cierre a esa preparación hipercalórica, tan poco saludable como la vida que llevaban hacía varios años.
Lentamente, y a paso tranquilo, el bajista ingresó al lugar con un almohadón en su mano, que ubicó sobre la silla en la cual se sentó con sumo cuidado.
Esperó unos segundos a que aquella punzada se desvaneciera, y miró curioso a su compañero.
-¡Ken! ¿Cocinas eso? –preguntó alzando una ceja, con un suave gesto de desagrado por aquellos huevos fritos.
-¿Pretensiones? ¡Gracias que te cocino, Tetchan! –sonrió triste y lánguidamente. Una sonrisa que había dejado de ser aquélla de rasgos pícaros y traviesos.
-... –suspiró, acomodándose un poco sobre su asiento, apoyando sus codos sobre la mesa, y reposando su mentón en las manos cruzadas entre sí, Tetsu contempló la brillantez del día que el verano les ofrecía una vez más. Intentó cruzar sus piernas, pero el leve movimiento le arrebató un quejido, que llamó la atención del alto japonés, quien tornándose serio, finalizó de servir el desayuno, tomando asiento contiguo al de su amigo.
-Perdona, Tetchan...
-Naaa, no te preocupes, en el fondo soy muy pretencioso –susurró con un suave toque de broma triste.
-No. No es eso –tomó el envase de leche fría que había dejado sobre la mesa, y vertió el contenido en dos vasos, entregándole uno a su antiguo líder.
-¿Mn?
-Es porque... estás adolorido... discúlpame... –tomó un sorbo, evadiendo la mirada de su compañero.
-Mn... No. Descuida. Sólo fue algo más fuerte de lo acostumbrado.
El guitarrista, simplemente afirmó en un rápido movimiento de cabeza, y de inmediato, iniciaron su desayuno, sin siquiera agradecer los alimentos. Habían perdido la costumbre, de forma tan misteriosa como la razón por la cual adoptaban esa actitud que provocaba que todas las noches se sumieran en un ensueño animal, para luego encontrarse en la misma cama, cada uno en un borde lejano de la misma, distantes y cercanos a la vez.
Comían en silencio, escuchando el sonido de ohashi contra chawan, de sorbos fallidos, y de forma más espaciada, una tos suave proveniente del alto japonés.
-¿Ken? –interrumpió Tetsu, bajando el chawan que tenía apoyado sobre sus labios.
-¿Mn?
-¿Cuándo dejamos que pasara esto?
-¿Mn?
-Tú sabes... éramos amigos... ahora... no sé exactamente qué somos...
-Mn... Ni yo... –susurró. Parpadeó rápidamente tras una sonrisa satisfecha, producto de aquel suave roce del cuerpo de su gata entre sus piernas. Se giró un poco, y miró hacia el suelo, contemplando a su mascota. Vació un plato pequeño que contenía miso y acompañaba al desayuno, para verter en él un poco de leche fría. Colocó el mismo sobre el suelo, y su pequeña gatita comenzó a beber con tranquilidad, escuchando de vez en cuando el sonido que la delicada lengua realizaba con el líquido. La contemplaba con tristeza. Era la gata de ellos. La de Yukihiro y Ken.
-Pero... ¿qué sientes? –preguntó ajeno a los pensamientos que distraían al guitarrista.
-¿Mn? ¿Cómo?
-¿Qué sientes por mí? –le cuestionó avergonzado. Ken torció la boca divertido.
-Idiota. No te imagines una película... –sonrió dejando escapar una suave risa, considerando la situación entre patéticamente cursi, o irremediablemente estúpida–. Tetchan, eres un amigo íntimo... sólo eso...
-Mn...
-¿Y tú?
-Lo mismo. Sólo me preguntaba por qué esto se nos fue de control...
-Nada ha perdido el control, Tetchan... simplemente es consuelo...
-¿Es tan fácil para ti? –inquirió sin reconocer que aquello le había herido. En el fondo, Tetsu necesitaba sentirse especial. Quizás, ahora más que nunca, veía con claridad por qué había tardado en comprender la razón por la cual había pasado tanto tiempo con Kaori. Kaori siempre le hacía sentirse especial. Inmensamente culpable, pero especial al fin y al cabo.
-No. Claro que no lo es. No te creas que me agrada saber que algún día Hyde se enterará de esto... somos casi como hermanos, y esto no me lo perdonaría...
-Te lo dije mil veces, Ken... él no tiene derecho sobre mi vida, más cuando se olvidó de mí…
-Te lo advertí, idiota... ¡te dije que no debías dejar que se fuera! ¿Cuándo te lo dije? ¡Hace cuatro años! ¿Verdad? ¡Te dije! ¡Hyde se olvidó de ti, porque tú lo echaste!
-Lo hice por Nijiko... –se justificó pasivamente, mirando su vaso.
-Podía haber habido otra opción...
-¡Era la única correcta!
-¡Tetchan! ¡Deja de ser necio! ¡Hyde no te olvidó, tú quisiste que se olvidara de ti!
-¡No es verdad! –elevó su mirada, para clavarla en la de Ken, quien sólo le contemplaba con un gesto de molestia.
-¡Sí lo es! ¡No sé qué mierda te pasa, Tetchan! Pero siempre te has negado a sentirte bien, a pasarla bien cuando puedes...
-¡Yo no fui el culpable de que Hyde se casara con Megumi! –rezongó acongojado.
-Lo sé, ésa es la parte que le toca al otro imbécil... –suspiró resignado.
-¿Qué rayos querías que hiciera? Tú sabías perfectamente cómo Megumi estaba controlando a Nijichan. Nijichan no iba a ser feliz... –explicó parpadeando, tragando sus lágrimas.
-Y lo es ahora... –ironizó.
-No lo sé... no lo sé...
-Tetchan... tú lees los mismos mails que yo, de ella...
-Hyde hizo bien su papel...
-¡Tetchan! ¡Escúchate! ¡Le dejaste que volviera a su infierno, y tú al tuyo…! Son dos estúpidos, nunca los entenderé...
-Tú no tienes una hija, Ken...
-Tú tampoco... –le reprochó rápidamente. El líder parpadeó, y mirándolo con tristeza, se concentró en su vaso de leche, cesando de hablar. Ni Tetsu sabía con exactitud qué sentir–. Perdona, Tetchan... perdona...
-Descuida... –comentó, llevándose una mano a su pecho, acariciando por sobre su remera aquel collar que había puesto en su cuello como marca condenatoria y eterno recuerdo de su accionar. El pequeño gorrión de ojos en ónice *1. Ken notó el gesto, y negó en silencio.
-Tetchan... basta... por favor, detente... –musitó debilitado.
-¿Mn? –le miró con ojos curiosos.
-¡Sácate esa maldita cadena…! Olvídalo, Tetchan... tú no tienes la culpa, Kaori lo escogió por sí misma...
-¿Culpa? Mira quién habla... mi culpa por Kaori, no es muy diferente que la tuya con Yukihiro –Tetsu se levantó de la silla, y en un intento por parecer elegante, abandonó con cansado paso la cocina, para cerrar con fuerza la puerta de la habitación tras su ingreso, y descansar sobre la cama, boca abajo, hundiendo su cabeza en el almohadón que mezclaba groseramente aromas a canelas, tabaco y un suave y jovial perfume de su marca preferida.
Ken miró hacia el techo, y exhaló resignado.
Tetchan se había vuelto muy difícil de llevar. Un Tetsu muy oculto y transformado emergía en aquella sombra en la que se había convertido el bajista. Un déjà vu misterioso le hizo arrugar la nariz. No quería volver a repetir lo mismo que con Hyde, aunque parecía inevitable.
Miró sus huevos fritos ya fríos, y dejándolos a un lado, se resignó a tomar el resto de leche que había en su vaso, acompañándolo con un cigarro.
Extrañaba la mansa y juguetona convivencia con Yukihiro.
Lo extrañaba cada día más...
-¡Ahh! ¡Ay! ¡Duele! ¡Espera, Ken!
-Mn. ¡Así! ¡Ah!
El sonido de la cama contra la pared interrumpía los quejidos que alternadamente exhalaban esos dos cuerpos.
Tetsu apoyaba su cabeza sobre la pared, buscando refrescar sus mejillas enrojecidas, mientras se sujetaba con fuerza al cabezal de la cama, manteniéndose semi-arrodillado, dándole la espalda a su atacante sediento, intentando soportar las invasiones para nada espaciadas o contenedoras de su compañero, quien le sujetaba de las caderas, y bestializaba un poco más el movimiento.
Un ir y venir agresivo que lo penetraba con tiranía, sabiendo que pronto, de aquella boca que suspiraba incoherencias, emanarían las palabras de confusión, nombrando a quien no se hallaba allí.
-¡Ay! -cerraba con fuerza los ojos, intentando separar un poco más sus piernas, para evadirse del dolor, pero no cesaba. Ken estaba poseído, como todas las noches, por la ilusión de lo que no estaba aconteciendo.
Una y otra vez, con la aceleración de aquel movimiento dominador, Ken repetía el nombre del amante fallecido, teniendo conciencia de la quimera, y por ello, enojado consigo mismo, con Tetsu, con aquella impotencia que siempre le embargaba, arremetía con más violencia contra el frágil cuerpo del bajista, quien gritaba rozando permanentemente el límite del placer y el dolor. Aquello les estaba condenando. Ya no era panacea. No era algo que se pudiera nombrar.
Tras la última embestida, se detuvieron unos segundos en aquella posición, para luego alejarse.
Ken se recostó en el lado de la cama que era su lugar, y Tetsu, demasiado lastimado, simplemente se apoyó en el lecho con su cadera, dándole la espalada a su agresivo amante, descansando por completo su mejilla sobre la fría pared, sujetándose del cabezal, aún tenso e incómodo. Ambos respiraban muy agitados.
¿Aquello era sexo? ¿Consuelo físico? ¿Panacea corporal? No lo sabían.
Con el pasar de los minutos, sus respiraciones se normalizaron, aunque no se movían de sus lugares, demasiado cansados.
-Perdona, Tetchan... yo... –susurró el alto japonés, reconociendo el permanente error que cometía. Una tras otra. Siempre el mismo error, siempre la misma confusión, siempre la misma violencia.
-Descuida... ya te lo dije, yo no pienso en ti. Es justo.
-Mierda... –resopló impotente, mirando el techo, boca arriba. Su compañero a su lado, aún sentado de costado, intentaba mover su pierna, pero el dolor que le generaba, provocaba que se aferrara más contra el cabezal, suspirando con el fin de aliviar, objetivo siempre vano.
-Resígnate, Ken. Es lo que nos queda... ¡ay! –susurró tras un quejido.
-Estamos mal, ¿verdad, Tetchan? Estamos muy mal…
-No lo sé...
-¿Por qué aceptamos esto?
-Consuelo… tú lo has dicho… –devolvió con un poco de veneno aquellas palabras dichas varios días atrás.
-Quiero a Yukki...
-... yo también quiero cosas, Ken... pero no son posibles...
-Porque tú, en realidad, no las quieres... porque no eres capaz de hacerlo... –comentó con un suave rencor, un poco de envidia, sentándose en la cama, y frunciendo el ceño, contempló la espalda de su amante, que se movía con lentitud. Tetsu se giró levemente, para verle por sobre su hombro, aún no recuperado del todo.
-No empieces de vuelta...
-Eres un insensible... Tetsu... ¡ya no te conozco!
-...
-¡Qué pasó contigo, Tetsu…!
-...
-¡Habla, mierda! ¡Tú que siempre tienes algo que acotar! ¡Habla…! ¿Por qué no nos detuvimos el primer día que pasamos este límite? ¿Por qué no hiciste algo? ¿Por qué no actuaste de otra forma cuando determinaste que Hyde se fuera a Yokohama…? Eres más frío que nunca... Tetchan... no te conozco... realmente no te conozco y te tengo miedo...
-¿Miedo? –preguntó molesto de aquellas preguntas que golpeaban la verdad en su cara.
-Sí... miedo de que seas como Sakura... 15 años no me bastaron para verlo realmente... ¿acaso contigo es lo mismo? ¿A quién escondes, Tetsu, tras esa apariencia?
-¡Cállate! No soy Sakura... no oses comparármele –frunció su ceño irritado.
-Yukihiro tenía razón...
-...
-No paras de mentirte, ni de ver tu realidad. No ves nada más que la peor situación para ti. Y por eso siempre la eliges. Estás ciego, y sólo te gusta verte sufrir. Te crees mejor porque eres el mártir, ¿verdad?
-¿Quieres callarte de una maldita vez? –le gritó fastidiado.
-¡No! ¡No me voy a callar, Tetsu…! ¡Estoy harto de tu infantilidad sin sentido! ¡Para! ¡Para, maldito seas…! ¡Por esas putas manías tuyas, Kaori está muerta, y Hyde está con Megumi, más torturado que cualquiera, y Nijiko, soportando esa situación! ¡Y tú siempre buscas verte como la víctima!
-¡Lo soy! –se giró sobre la cama, y miró directamente a Ken, quien le mantenía la mirada con osadía.
-¡Porque lo quieres ser! ¡Porque te gusta dar lástima! Porque en el fondo, crees que todos te van a idolatrar más por esa estúpida bandera silenciosa que usas, mostrando 'cuánto dolor te ha tocado en la vida', y sólo estas así porque quieres que los otros te tengan lástima.
-… –Tetsu se quedó sin palabras, mirando con profundo odio a su compañero que le estaba haciendo sentir una bomba interna–. ¡Yo no soy Hyde! ¡No puedo ponerme una máscara de soberbia cuando me estoy destruyendo! –le reclamó dolido.
-No. Te pones la máscara del mendigo, para que te tengan lástima. ¡Maldito seas, Tetchan! ¡Abre tus ojos por una puta vez en tu vida! Te estás destruyendo sin necesidad y estás lastimando a muchos. ¿Es que piensas realmente que conmoverás a alguien con esta actitud? Deja de victimizarte. ¡Deja esa cadena de mierda que tienes en tu cuello! ¡Déjate de esa estupidez que estás haciendo con tu vida! Lo mismo hiciste con Kaori.
-¡No me culpes!
-Sí... estoy harto de escucharte siempre culparte, pero no permites que nadie te culpe, pero sí que se compadezcan de ti. Eres... eres tan diferente del Tetsu que conocí en los comienzos... ese Tetchan era más...
-¿Ingenuo…? Eso es verdad... era un ingenuo. Ya no más, Ken. Agradécele a tu querido amigo –replicó irónico, levantándose de la cama en un rápido y violento movimiento con el que movió las sábanas, y se levantó tras un quejido, caminando con dolor hacia el baño. La luna del lugar permitía observar un hilo de sangre que se resbalaba a lo largo de su pierna izquierda.
-Él no fue el que te abandonó esta vez...
Tetsu cerró la puerta de la habitación con fuerza, generando un tenso estruendo que se acalló al segundo.
Ken resopló enojado, se dio la vuelta entre las sábanas, y se acomodó para dormir.
Le abriría los ojos a Tetsu, aunque fuera lo último que hiciera.
En Yokohama, la vida de aquellos tres seres continuaba con una aburrida rutina. Megumi se dedicaba a dar las noticias del clima en el canal local de la prefectura, mientras que Hyde atendía la segunda sede de su productora.
Buscaba talentos en jóvenes artistas, y los promovía del anonimato.
Su vida radicaba en el ambiente empresarial, y sus creaciones habían cesado. No tenía preocupaciones al respecto. Sabía que algún día la inspiración se detendría. Había perdido el instinto del artista, quizás se había resignado a la realidad, y ya carente de utopías, el arte, motor de crítica, se derrumbó sin propósito alguno.
El único momento en el cual emergía de aquel ostracismo artístico, era cuando le enseñaba a su hija. Nijiko había insistido en continuar ejercitándose con su padre, quien orgulloso, simplemente actuaba de espectador, mientras exigía piezas complejas de variaciones tonales de importancia, a las cuales, la jovencita respondía sin forzarse. La voz de Nijiko había alcanzado la suma rareza de su condición. Su rango vocálico, aumentado gracias al entrenamiento de su padre, alcanzaba y superaba todos los agudos del antiguo vocalista de raruku, y la mayor parte de sus graves.
Hyde creía ciegamente en el talento de la pequeña, a la cual le había propuesto infinidad de veces la promoción de su idoneidad de la mano de su padre, mas Nijiko, quizás temerosa al cambio, quizás no del todo interesada en el asunto, se negaba amablemente, asegurándole a su progenitor que de cambiar de idea, no dudaría en confiarse a su propia sangre.
Megumi apoyaba a Hyde en tal propuesta. Finalmente con los años había comprendido que la pequeña había nacido para el arte, y no para la moda, a pesar de su cuerpo admirable que escondía bajo aquellas formas grotescas de ropa.
Y en aquel punto, Hyde estaba de acuerdo con Megumi. La apariencia de Nijiko en el ambiente musical perjudicaría su incipiente fama, pero nunca osaría coartar la libertad de su hija. A pesar de opinar igual que Megumi, estaba convencido que el talento brillaría más. Sólo era cuestión de que Nijiko deseara ser artista, que todo lo demás, fluiría consecuentemente.
Aquella tarde, Megumi regresó temprano a su casa. Encontró a Nijiko luchando con los videojuegos, entre un conjuro de insultos que le profería al televisor, el enemigo, y el joystick, al cual movía en dirección al lugar donde quería que el personaje se dirigiera, en un énfasis inútil por soportar la tensión de la pelea.
-La putísima madre que te parió, general Takeda, sólo acércate un poco... ¡y te romperé el culo!
-Nijiko, no uses esas formas groseras –recriminó amablemente la mujer.
Se quedó a un costado del sofá central, y esperó a que su hija terminara la tan tensa pelea. Cuando venció al enemigo, y exclamó un insulto de satisfacción, miró curiosa a su madre que torcía otra vez su boca ante aquella insistencia en el uso incorrecto de las palabras.
-¿Qué? –preguntó esbozando su rostro más inocente.
-¡Te dije que no uses ese acento! –reclamó Megumi suspirando, negando con su cabeza ante el terco Osaka-ben de la jovencita–. Toma. Te compré esto –sonriendo, le extendió una caja ancha y plana, un poco liviana.
Nijiko parpadeó interesada, y tomándola en sus manos, la apoyó en el sofá, para abrirla tras arrodillarse en el suelo, donde había estado sentada toda la tarde jugando.
Deshizo el lazo que decoraba la dorada caja, y al elevar la tapa, contempló extrañada, un poco molesta, y suspiró con resignación.
-¿No es hermoso?
-Mama *2... sabes que no uso estas cosas... –musitó con queda voz. Sabía que se iniciaría una vez más el tan gastado tema.
-Pero es perfecto para ti. Tienes unos hombros maravillosos. El escote realzará la delicadeza de la curva de tu cuello –explicó, sacando por fin el vestido de aquella caja, elevándolo por el aire, demostrando el fino encaje que decoraba el ruedo de la falda.
Nijiko suspiró una vez más, y miró sin emoción el atavío, de un color salmón amarronado. Por lo menos, el tono había sido un poco mejor elegido que el irritante rosa delicado que siempre su madre se empeñaba en comprarle.
-Nijiko, este vestido es de fina tela. Es una verdadera belleza.
-Pues úsalo tú. Estoy cansada de decirte que no me gusta usar esas cosas... -replicó con voz cansada. Sabía que estaba dando inicio al eterno círculo que se cerraba entre ella y su madre.
-Pero eres una mujer –aclaró con un suave tono de irritación.
-¿Y? ¡No me condiciona para usar eso! ¿Es que no lo entiendes? –reclamó con una ronca voz que denotaba su predisposición a la riña.
-¿Qué es lo que ya van a empezar? –preguntó Hyde ingresando a la casa, recién llegado de un arduo día de trabajo con varios empresarios de la industria musical.
-¡Nada, papa *2! -respondió rápidamente la jovencita, con el fin de eliminar todo posible conflicto, que inevitablemente, siempre llegaría.
-¡Megumi, por favor, deja a Nijiko en paz! –le rogó, cayendo sobre el sofá, tras un suspiro de alivio al apoyar su espalda sobre el suave respaldo acogedor.
-¡No te preocupas por el futuro de Nijiko! -resopló molesta. Hyde, desde que había regresado a su vida matrimonial, sólo intervenía en pos de su hija. Y tras tantos años de peleas inútiles, Megumi había aceptado aquel accionar como la única demostración de cariño que, aunque errada a sus ojos, era capaz de realizar el frío vocalista para con su hija.
-¿Mn? ¿Y quién se supone que le está enseñando canto? ¿Eh? Sus estudios son excelentes... y no precisamente porque tú le ayudes... ¿sabes? -sonrió sin malicia. Sabía que ya no alcanzaban los extremos agresivos de antaño. El tiempo también los había agotado a ellos. Simplemente se limitaban a retrucarse ideas en un juego bastante inmaduro por parte de los dos, que siempre, uno terminaba abandonando.
-¡No ves su apariencia! –preguntó con suave tono.
-¿Qué tiene? –miró a su hija con indiferencia.
-¡Es una niña, Hyde!
-Ojalá mi madre me hubiera vestido de esa forma cuando era pequeño... –bromeó mirando a su primogénita, con una media sonrisa diabólica que enfureció a Megumi, e hizo delinear, por unos segundos, otra sonrisa en su hija.
-¡Hyde! ¡Es una mujer! ¿Qué clase de hombre se fijará en ella? –respondió con un tono agresivo. Tal vez, a veces, aquel límite pacífico lo desbordaban de vez en cuando.
-¡Megumi! ¡Tiene 15 años! ¡Por favor! ¡Está en pleno cambio, déjala ser como desea!
-Si ella se droga tú lo aprobarías, ¿verdad? Eres de lo peor... por eso te gustaba estar con ese baterista, ¿verdad? Me das asco, Hyde –el vocalista, miró a Megumi por un segundo, clavando sus ojos en los de su esposa, permitiéndose descargar el odio que de súbito le había invadido. Recordó la promesa hecha a Tetsu, y suspiró resignado. Movió su cabeza para dirigirla hacia donde estaba su hija, aún sentada en el suelo, y la contempló con tristeza. Megumi no había guardado ningún detalle a la hora de las peleas, aún estando Nijiko frente de ellos. Hyde sabía que había sido demasiado para su hija oírle en aquella maldecida mañana del pasado, siendo tratado de forma tan ruin, pero más le torturaba los detalles que Megumi siempre se empeñaba en asomar en toda discusión. Una treta que había descubierto para que Hyde dejara de contestar una y otra vez... ya que el cantante, con su silencio ante esas réplicas, creía proteger a su hija. Su vida ya poco le importaba. Si el precio era que Nijiko supiera de los detalles de cada cosa que le había ocurrido, pues lo pagaba, con tal de dejar intacta esa necesidad de emancipación de la joven.
-¡Basta, mama! ¡Basta! –le exigió molesta. Los mismos recuerdos una y otra vez, y el ruego de su padre, le atestaron. 'Cierra tus ojos'. Pero oía. Cada jadeo, cada palabra, cada insulto, aún estaban en su memoria. Sólo ella sabía cómo había sufrido su padre en esa oportunidad.
-Megumi, si ella se droga, sí me preocuparé... las drogas son 'algo diferente' a gustos de vestuario, ¿sabes? Por lo general, causan estragos en la salud... el que se vista de esa forma, no la matará... Créeme… está comprobado científicamente -ironizó al encontrar el apoyo de su hija.
Furiosa, Megumi tomó sus cosas, y se fue de la casa por un par de horas. Tal vez se iría a la casa de una amiga, quizás a la casa de algún amante. En el fondo, a Hyde, poco le importaba.
Nijiko, aún sentada en el suelo, se reclinó sobre sus manos, y miró con tristeza a su padre.
-Perdona, papa...
-¿Mn? ¿Qué cosa?
-Siempre discuten por mi causa...
-No, Nijichan... es así como... nos relacionamos...
Nijiko volvió a ver el vestido que su madre había dejado tirado sobre el respaldo de un sillón individual, torciendo su boca en un gesto de desagrado. Su padre sonreía divertido de contemplarla tan libre, tan desinhibida, tan fresca y natural en todos sus movimientos.
-Papa. Regresemos a Toukyou. Extraño Toukyou –interrumpió el silencio del lugar, sorprendiendo a Hyde con aquella petición.
-Lo haría si pudiera... sabes de la amenaza legal de Megumi...
-¿Qué? ¿Va a 'destrozar' a L'arc en ciel? –replicó irónica. Hyde sonrió torcido, advirtiendo con orgullo su heredada esencia. Ahora realmente se percataba de cuán insoportable podía llegar a ser para con sus conocidos.
-No, Nijichan... va a destrozar a Tetsu... –explicó con maestría. Nijiko miró el suelo, y con voz susurrante, acotó:
-¿Qué? ¿Más de lo que ya lo está? –Hyde movió sus labios, pero no pudo objetar. Nijiko fijaba sus ojos en el aparato de PlayStation. Finalmente la pequeña, crecida, comprendía demasiado bien la situación. Demasiado. Y resultaba sospechoso.
-...
-Estoy cansada, papa... estoy cansada de todo esto...
-¿Tú? ¡No sabes lo que dices! –Sonrió socarrón, recostándose sobre el respaldo del sofá–. ¿Entonces yo qué?
-Papa... quiero irme a Toukyou. Realmente... lo necesito... –desvió el tema.
-¿Mn? –la miró con intriga. ¿Qué ocurría realmente con su hija?
-Quiero visitar la tumba de Yukki...
-¿Qué sucede, Nijichan?
-¿No puedo tener nostalgia? –preguntó osada.
-Claro que sí... sólo que no es de Yukki exactamente... sigues de luto, ¿verdad?
-... -esta vez, el silencio lo debió guardar ella-. Papa, por favor...
-Nijichan... yo no puedo hacer nada... tú eres libre... haz lo que gustes.
-¿Mn?
-¿Para qué existe la expresión 'escapar de casa'?
-¿Aeh? -lo miró con curiosidad. Su padre era un verdadero liberal. Sonrió negando con la cabeza, sarcástica–. Genial... mi padre enseñándome a ser adolescente rebelde...
-¡Mn! ¿Herida en el orgullo propio? Pues deberías esforzarte más en tratar de hacerlo por tus medios... –rió con suavidad, divertido. Nijiko hizo igual gesto, y levantándose de la alfombra, se puso en pie frente a él.
-Papa... tengo unos amigos que me invitaron a realizar durante todo el verano una expedición por medio Japón con sólo mochilas y carpas. Será todo el verano. ¿Me dejas ir?
-Mn. Convincente para Megumi –afirmó divertido-. ¿Ya lo tenías planeado?
-Mn –levantó sus hombros, en un gesto de despreocupación–. No creas que no tengo mis propios medios...
-Que te diviertas en Toukyou, saluda a Ken... y a quien tú sabes...
-Lo haré...
-Ah... Nijichan...
-¿Mn?
-No hagas tonterías. La soledad nos hace hacer estupideces. Reflexiona, pero no permitas que la añoranza te ciegue.
-Mn. Lo haré, papa...
Nijiko se retiró en dirección a su habitación para realizar las maletas.
La tarde del siguiente día, cuando Megumi aún estuviera en el trabajo, partiría en el shinkansen *3 rumbo a Toukyou. Necesitaba reencontrarse con sus antiguos maestros. De pronto, una profunda ansiedad la emocionó.
Toukyou. Su hogar.
Aquella noche simplemente habían cenado y, agotados por el arduo día de preparativos en sus respectivas discográficas, se fueron a dormir, cada uno apartado del otro, refugiado en su lado predeterminado de la ancha cama.
La media noche ya transcurría en silencio, cuando un súbito ataque de tos en Ken, despertó al bajista.
Despreocupado en un comienzo, se reacomodó en su lugar, pero inmediatamente prendió la luz del velador al reconocer en aquel toser un suave quejido del guitarrista.
Se sentó en la cama, y se acercó al convulso cuerpo de su amigo, quien había reemplazado su mano por el almohadón, con el fin de amortiguar el sonido.
Preocupado, Tetsu frotó su espalda, quizás como la única actitud posible que podía tomar ante la situación.
Tras unos minutos, que lentamente demostraban la disminución de la intensidad de aquel ataque, Tetsu respiró hondo, frotando insistentemente la espalda del adolorido nipón, que aún respiraba agitado.
Sólo cuando contempló la relajación del rostro de Ken, advirtió las pequeñas manchas en aquel almohadón. Su cuerpo entero se tensó.
-¡Ken! ¿¡Qué sucede!
-Estoy bien... sólo me atraganté... -comentó con cansada voz, girando un poco, para quedar boca arriba, y expeler un profundo suspiro relajador.
-Ken. ¡No me engañes!
-Estoy bien, en serio...
-Mañana irás al doctor...
-Estoy bien...
-No. ¿Toser sangre es normal?
-¡Tetchan! Últimamente toso demasiado, es obvio que me lastimo los bronquios. Es el cigarro. Sólo eso... no te preocupes.
-¡Ken!
-Bajaré la cantidad de cigarrillos, si con eso te sientes mejor... –susurró desganado.
-No harás tal cosa... nunca dejarás ese maldito vicio –rezongó dolido.
-... –Ken regresó a su posición inicial, acurrucándose en la almohada que había girado para apoyar su rostro en el lado limpio de la misma.
-Y mañana irás al médico. Me importa un comino si lo consideras normal o no.
-Ya, Tetchan... pareces Yukki... –musitó triste.
Y ante aquella frase, no pudo más que callar.
Resignado, se dio media vuelta en la cama, y apagando la luz, se acomodó en el borde, para descansar como siempre: alejadamente cercanos, cercanamente alejados.
Nijiko miraba por la ventana del colegio, esperando el comienzo del primer día de clase. Finalmente había ingresado a la secundaría de Yokohama. Ya hacía más de tres años que sus notas rozaban la expulsión, y nunca su madre había cambiado de idea. Permanecerían en Yokohama para siempre.
Suspiró melancólica. Se había equivocado aquel amable baterista. Por más que su obstinación había sido tenaz, nada había logrado derribar la tozudez de su madre.
Suspiró de nuevo, recordando a su maestro de guitarra. Yukihiro y Ken. Pensar en uno, siempre la obligaba a desembocar en el otro.
-Hola. Soy nueva –una voz muy suave y delicada, llamó su atención. Giró su rostro, y contempló a una chica de su edad, que ataviada en el uniforme femenino de la institución, llevaba su cabello suelto, largo hasta los hombros. Su mirada era tranquila, y su sonrisa mostraba quietud. Sus ojos rasgados y su rostro redondeado hacían sospechar una ascendencia no del todo japonesa. Un halo extraño envolvía a la joven.
-¿Mn? ¿Quién eres?
-Soy Wan Akimi. Mucho gusto –bajó su cabeza con suavidad, dejando caer sobre sus mejillas aquellos sedosos cabellos.
-¿Wan? –ceñuda preguntó curiosa.
-Sí. ¿Conoces a la familia?
-¿Mn? ¿Familia? ¿Son famosos? –sonrió avergonzada.
-Pertenezco a la familia que protege el templo de Sun *12.
-¿Ah…? No suena muy japonés... –acotó parpadeando.
-No. Es un templo chino, ubicado en el barrio chino de Yokohama.
-Mn. Cerca del puerto.
-Mn.
-¿Pero vives allí?
-No. Sólo vivo con mi padre en la zona sur de este barrio. Mis abuelos son los que protegen el templo –desvió el tema rápidamente-. ¿Cómo es tu nombre?
-Takarai, Nijiko. Llevo tres años en Yokohama, por eso no conozco mucho...
-Mn. Debe ser eso –sonrió condescendiente.
-Ingresas este año igual que yo, ¿verdad? –cuestionó Nijiko recostándose sobre el respaldo de la silla.
-Sí. A pesar del trabajo, pude ingresar, gracias a los rezos que le hice a mi dios patrono.
-¿Ah? ¿Trabajas?
-Sí, los fines de semana, en el templo.
-¿Haciendo qué?
-Prediciendo...
-¿Eso es verdad? –sonrió irónica–. ¿Y desde cuándo se trabaja ahí? –sonrió aún más divertida.
-¡Oye! Somos la tradición de China y Japón... –reclamó sutilmente ofendida.
-Viven subsidiados por el gobierno, y como si fuera poco, los fieles les entregan toneladas de dinero, por papeles de mala muerte, donde todos dicen lo mismo pero con kanjis diferentes –carcajeó soberbia.
-¡No es verdad! Nuestras visiones no son estafas.
-Neee. Como digas. ¡Si gustas te predigo con esta lapicera lo que te sacarás en el próximo examen de ciencia! –Satirizó revoleando en el aire el alargado instrumento, tomándolo con la mano, y apoyándolo en la mesa–. ¿Ves? Si dibujas un reloj, con el centro en el centro mismo de la lapicera, verás que dice 'las ocho y diez'. Te sacarás un ochenta.
-No creas que no estoy acostumbrada a que bromeen conmigo. Justamente me acerqué a ti porque advertí un aura diferente del resto. Pero me equivoqué...
-¡Menudos poderes los tuyos! –sonrió irónica.
-Eres igual a todos... –susurró molesta, y se levantó del asiento, para marchar hacia su banco. Nijiko resopló chistosa, divertida por haber hecho enfadar a la joven, y continuó mirando a través de la ventana.
~Continuará~
Notas:
*) Para ver las notas explicativas, entrad en Notas.
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