—¿Está alguien por aquí? —¡Aquí! —repitió Eco, lo que sorprendió a Narciso, pues nadie estaba a la vista. —¡Ven! —¡Ven! —¿Por qué me eludes? —¿Por qué me eludes? —¡Unámonos aquí! — ¡Unámonos aquí! —repitió Eco, y corrió alegremente del lugar donde estaba oculta a abrazar a Narciso. Pero él sacudió la cabeza rudamente y se apartó: —¡Moriré antes de que puedas yacer conmigo! —gritó. —Yace conmigo —suplicó Eco. Sin embargo, el vanidoso joven no tenía corazón, la consideró loca y la ignoró totalmente. Con el corazón roto, pasó el resto de su vida en cañadas solitarias, suspirando por el amor que nunca conoció, debilitándose y adelgazando, hasta que sólo quedó su voz. |