A veces hay momentos en la vida que tan sólo son para vivirlos. Momentos en los que tu mente se va a blanco, tus ojos siguen el movimiento irreal del movimiento ajeno; una planta, el vaivén de la tela ondear. Músculos que se contorsionan en búsqueda de la mejor posición para una sonrisa, un llanto, un suspiro. De a poco los sonidos se van mitigando, las risas se acallan y las bocinas dejan de apurar al vecino. Sólo queda el viento invisible y puro erizándote la piel, dando vida a tu organismo y al de otros cientos. Bullendo en tu cabeza y llenando de vacío cada rincón de ella. Entonces, sólo entonces, comienzas a vivir... |