32. No podrás escapar de mí

Un día antes del viaje a Miami para celebrar el cumpleaños de Fugaku, Itachi llegó a casa y, al pulsar el mando del garaje, la puerta no se abrió. Resopló con paciencia. ¿Lo habían roto los niños?

Finalmente, se bajó del coche y lo dejó fuera.

Entró en la casa, y enseguida oyó el bullicio y sonrió. Se estaba acostumbrando a aquello y empezaba a gustarle, a pesar de que el desorden seguía desquiciándolo. Instantes después, Kai fue corriendo hacia él para darle un beso y luego se marchó, corriendo de nuevo.

—¡No, no te lo doy ! —Oyó gritar a Ayamé—. El mando de la tele es mío.

—¡Tontaaaaaaaa, dámeloooooo! —Lloraba Kairi, mientras Rosa intentaba consolarlo.

—Brrrrrrrr —hacía Kai con la boca, corriendo con un coche en las manos.

—Mocoso perverso y llorón —dijo Ayamé—. Para mí eres como el 30 de febrero. ¡No existes!

—Señorita Ayamé, ¡no sea cruel con su hermano! Y póngale los dibujos. Ahora le toca a él —intervino Rosa.

—Ahorita mismo, chamaquita, mis lindos oídos dejaron de escucharte.

—¡Señorita Ayamé! —la regañó la mujer.

Itachi, tras dejar el portátil sobre la mesa, miró a la niña con seriedad y dijo:

—Tú, reina de las telenovelas, que sea la última vez que le hablas así a Rosa. Ella es mayor que tú y le debes un respeto, ¿entendido?

La niña torció el morrillo y, antes de que pudiera decir nada, el balón voló hasta su cabeza.

—¡Tonto... eres un tonto! —gritó.

El niño soltó una risotada e Itachi, mirando al pequeño pelirrojo del remolino en el lateral de la cabeza, supo que era Kairi y gruñó enfadado:

—Kairi, a la pared de pensar.

Él lo desafió con la mirada, pero cuando vio que no sonreía fue a la pared y le dio la espalda.

Itachi fue a ver si Ayamé estaba bien del pelotazo y, tras comprobar que así era, preguntó:

—Vamos a ver, ¿qué ocurre?

—¡Quiero ver a Peppa Pig! —gritó Kairi.

—Brrrrrrr pi... pi... —Jugaba Kai, mientras pasaba por su lado corriendo.

Ayamé puso los ojos en blanco y siseó:

—¡Odio a esa asquerosa cerda rosa con todo mi ser!

—¡Ayamé! —la regañó Sakura, apareciendo en escena—. Es la hora de Peppa Pig. Pon ahora mismo los dibujos.

—Eso mismo le estoy diciendo yo, señora —intervino Rosa.

—Pero, mamá —se quejó la niña, enfadada—, son los mismos capítulos repetidos de todos los días.

—Lo sé, cariño, pero ahora le toca a Kairi la televisión y lo sabes —insistió Sakura y al ver a Kairi de cara a la pared, miró a Itachi molesta.

—Sí, he sido yo —dijo él y al notar su gesto, añadió—. Vale, levántale el puñetero y sangriento castigo.

Kai corría por el salón con su coche en la mano, Kairi lloraba mirando a la pared y Ayamé gritaba, mientras Rosa intentaba poner orden.

Itachi no sabía a quién tranquilizar cuando Sakura, con el tono calmado de siempre, llamó a Kairi y lo sentó ante el televisor, luego cogió a Kai, le quitó el coche y lo acomodó junto a su hermano y a Ayamé le dejó su portátil. En menos de un minuto, todo el caos se había acabado. Miró a Itachi, se acercó a él, lo besó y preguntó:

—¿Tú también odias a Peppa Pig?

Sorprendido por lo rápido que había resuelto el problema, le devolvió el beso y respondió:

—No, cariño. Pero te quiero a ti.

Al ver que Rosa los miraba y se sonrojaba, Sakura sonrió y, cogiéndolo de la mano, lo llevó a la cocina. Una vez allí, le señaló el fregadero atascado y, con gesto compungido, dijo:

—Hoy he pillado a Kairi metiendo a saber qué ahí dentro y lo ha atascado. He intentado arreglarlo, pero es imposible. He llamado al fontanero.

Itachi suspiró y le dio un beso en la punta de la nariz.

—Peor habría sido que hubiera quemado la casa. Por cierto, el mando del garaje no me ha funcionado, ¿sabes algo al respecto?

—Mejor no preguntes.

Al día siguiente, tras dejar a los niños con Genma e Iruka, se marcharon felices a Miami.

Llegaron al hotel Acqualina Resort & Spa on the Beach, donde iban a alojarse, y Sakura sonrió contenta como una niña. Aquello era impresionante.

Cuando pararon el coche en la puerta, dos hombres vestidos con chaqueta blanca y pantalón negro les dieron la bienvenida y, luego, de la mano de Itachi, Sakura entró en el impresionante hall, donde una hermosa señorita los atendió. Después, un botones los acompañó hasta la planta treinta y ocho, y tras abrir las puertas de una impresionante suite, les dejó las maletas y se fue.

Sakura se sentía cohibida, rodeada de tanto lujo, e Itachi la abrazó y le preguntó:

—¿Qué te parece?

—Increíble —contestó alucinada.

Salieron a una terraza que daba al mar y se apoyaron en la barandilla para admirar aquella playa de aguas celestes, en la que estaban dispuestas las hamacas y sombrillas rojas del hotel. Todo era precioso.

Llamaron a la puerta e Itachi fue a abrir. Eran Naori, Shisui y Hotaru. Tras saludarse, los cinco tomaron algo en la habitación y cuando los chicos salieron a la terraza para hablar, Hotaru, retirándose el pelo con gesto exagerado, preguntó:

—¿Os gusta mi nuevo tono de pelo?

Ellas dos la miraron y, sorprendida, Naori preguntó:

—¿Y ese pedrusco?

Conseguido su propósito, Hotaru soltó una carcajada y su excuñada, que la conocía muy bien, dijo:

—No me lo digas.

Sakura las miró. ¿De qué hablaban?

—¡Síiiiiiiii! —gritó Hotaru—. Alexei me ha pedido que me case con él. ¿A que es ideal?

—¡Toma ya! —rio Naori, abrazándola.

Hotaru, feliz, se dejó abrazar por las dos y luego dijo emocionada:

—Volvió de Milán y ... y ... me lo pidió.

—¿Y tú qué le dijiste? —preguntó Sakura.

Mirando su bonito anillo, Hotaru bajó la voz y dijo:

—¿Qué le iba a decir? ¡Que sí! Hemos decidido casarnos en enero.

Las tres aplaudieron encantadas. ¡Boda a la vista! Itachi y Shisui entraron al oírlas, y cuando se enteraron de la buena noticia también la abrazaron y se alegraron por ella. Hotaru merecía ser feliz.

Esa noche cuando bajaron a cenar, Naori le preguntó a Sakura:

—¿Tienes vestido para mañana?

Ella asintió no muy convencida.

—Por tener, tengo, pero no sé si va a estar a la altura de lo que será la fiesta.

Tras intercambiar una más que significativa mirada con Hotaru, Naori dijo sonriendo:

—¿Y si mañana, antes de ir a la peluquería, vamos de compras?

—¡Sí! —Palmoteó Hotaru.

—Sería genial —contestó Sakura divertida.

A la mañana siguiente, las tres salieron juntas. Si alguien sabía dónde comprar un bonito vestido de noche, esa era Hotaru.

Al entrar en varias tiendas, Sakura se quedó sin respiración por el precio de las cosas. Ella no se podía comprar nada de lo que allí se vendía. Naori sonrió. Era la misma reacción que ella había tenido al principio de su convivencia con Shisui, y en la tercera tienda, cuando Hotaru estaba saludando a una amiga, la hizo sentar en un sillón rojo de diseño y dijo:

—Lo sé, Sakura. Sé lo que piensas respecto a los precios. Te aseguro que yo la primera vez que salí de compras con Hotaru y sus amigas, creí que me daba algo. Pero debes pensar que ahora compartes tu vida con un hombre que tiene dinero para pagar esto y más. Y, antes de que me digas nada, sé que tú eres una chica humilde, como lo era yo antes de ser Naori, la cantante, y entiendo todo lo que piensas. Sin embargo —añadió, sacando una tarjeta del bolso—, Itachi me ha dado esto para ti. Sabía que si te la daba a ti, no la aceptarías y ...

—Y no la voy a aceptar —gruñó Sakura.

Naori sonrió y dijo:

—Hoy será tu presentación oficial en sociedad como la novia de Itachi Uchiha. El soltero más codiciado por cientos o miles de mujeres; ¿acaso no quieres estar impresionantemente guapa?

Sakura suspiró y Naori insistió:

—Itachi te quiere tal como eres, eso ya lo sabes, pero por favor, dale el gusto y sorpréndelo hasta que la boca le llegue a los pies. No hay nada que le guste más a un hombre que el ver que otros admiran y desean a la mujer que lleva al lado. Y lo sé de buena tinta, porque Shisui me lo confesó hace tiempo.

Ambas sonrieron por ese comentario y, finalmente, cogiendo la tarjeta, Sakura dijo:

—Muy bien. Prometo dejar a Itachi Uchiha boquiabierto.

Durante horas, visitaron distintas tiendas incansablemente, hasta que Sakura vio un vestido azulón que la enamoró. Era largo, de gasa, con tirantes y escote en uve. En los laterales, a la altura de la cintura, estaba abierto y ribeteado con cristalitos de strass.

El teléfono le sonó. Era un mensaje de Itachi.

¿Lo estás pasando bien?

Ella le respondió divertida:

Prepárate. Voy a fundir tu Visa.

Al leerlo, Itachi soltó una carcajada que llamó la atención de su padre y sus hermanos, los cuales estaban jugando al golf, y respondió:

Hazlo y me harás feliz.

Sakura pasó al probador. La dependienta le llevó un pequeño bolso y unos zapatos de tacón altísimo que iban genial con el vestido y cuando se lo puso y se miró al espejo, se sintió otra mujer. Encantada, salió del probador y Hotaru y Naori aplaudieron al ver lo bonito que era el vestido y lo bien que le quedaba.

Sin querer mirar el precio de todo aquello, le entregó a Naori la tarjeta y dejó que lo pagara ella. Cuando salieron de la tienda eran las dos de la tarde y las tres, satisfechas y contentas con todas las compras que habían hecho, se dirigieron a comer a un bonito restaurante que había frente a la playa.

—¿Vas a cantar en la fiesta de Fugaku? —preguntó Hotaru.

—Sí. Subiré al escenario, le haré soplar la tarta y luego, antes de la gran fiesta de la salsa, le regalaré una canción que él, como buen puertorro, adora particularmente.

—¡Qué genial! —exclamó Sakura emocionada.

—¡Qué fastidio, yo canto fatal! —se lamentó Hotaru.

Sakura sonrió y dijo:

—Seguro que no tanto como yo, o si no, pregúntaselo a Itachi.

Todas rieron divertidas.

—Esta noche a mí me tocará sujetar la vela —comentó Hotaru.

—¿Por qué? —preguntó Sakura.

—Las dos estáis emparejadas y yo no.

Naori miró a aquella loca a la que quería tanto y replicó:

—Tranquila, Hotaru, te aseguro que acompañantes no te faltarán, y menos con el vestido que te has comprado.

La guapa rubia de pelo rizado respondió con una sonrisa picarona:

—Lo sé, cuqui, pero me gusta que me lo recuerdes.

Durante un rato estuvieron charlando y riendo mientras comían y Sakura se sintió una más entre ellas. No hubo una mala palabra ni una mala cara, todo fue diversión, y cuando los paparazzi localizaron a Naori y comenzaron a hacer fotos, decidieron marcharse a la peluquería. Al llegar allí, Sakura llamó a Iruka y, tras consultarle algo, colgó el teléfono y le dijo a la peluquera lo que quería que le hiciera.

Cuando acabaron, horas después, Hotaru exclamó al verla:

—Por el amor de Dios, Sakura, ¡estás ideal!

Naori, que aún no se creía lo que veía, murmuró con una gran sonrisa:

—Wepaaaa, no me quiero perder la cara de Itachi cuando te vea.

Cuando llegó a la habitación, Sakura sonrió al ver una nota que él le había dejado.

Hola, cariño.

Espero que hayas pasado un buen día con Naori y Hotaru.

Te espero a las ocho en el hall del hotel para ir a la fiesta.

Te quiero.

Itachi.

PS: H_ _ _ _ E_ I _ _ _ _ _ _ _ Y M_ _ A_ _ _.

Divertida al ver aquello, Sakura sonrió y, cogiendo el bolígrafo que había al lado, rellenó:

HASTA EL INFINITO Y MÁS ALLÁ.