Capítulo 33

El viento soplaba con fuerza mientras la lluvia entraba por todos los agujeros que tenía la lona de la desvencijada carreta.

—Las tormentas en tierra son diferentes —comentó Matsuura.

—Eso parece.

—Creo que el tal Sasuke tenía razón —añadió el japonés—. Deberíamos haber ido a un sitio más seguro.

Sakura asintió, pero, intentando parecer tranquila, a pesar de que a cada segundo se arrepentía más de no haber hecho caso al vikingo, respondió tapando a los niños con una manta:

—Cuando amaine nos reiremos de ello.

—Eso espero, Shensi. Eso espero.

Pero, en vez de amainar, la tormenta arreciaba cada vez más.

—Tengo susto y Pousi también —murmuró Asami agarrada a su muñeca.

Shii cogió la manita de su hermana y se la apretó.

—Tranquila. Es solo el viento —dijo a pesar del miedo que sentía.

Matsuura y Sakura intentaban que los pequeños estuvieran tranquilos, pero era complicado, pues el viento sacudía continuamente la carreta y los caballos, atados al tronco de un árbol, estaban cada vez más asustados.

De pronto, la carreta se ladeó. Durante unos instantes ambos pensaron que iban a volcar, y al oír llorar a Asami atemorizada, Sakura indicó:

—Tío Matsuura, quédate con ellos. Yo saldré fuera e intentaré amarrar...

—¡No digas tonterías! —gruñó el japonés.

—No digas tonterías tú —le reprochó Sakura.

Cada vez estaban todos más nerviosos.

—No me hagas recitar todos tus nombres porque no hay tiempo —siseó él—. Pero sí te voy a decir algo muy en serio: como te muevas de aquí me voy a enfadar. —Y, entregándole a Siggy, afirmó—: Yo saldré. Tú quédate con los niños.

Sin poder negarse, la joven resopló y cuando, segundos después, Matsuura salió, mirando a Shii y a Asami, que la observaban horrorizados, la joven dijo levantando la voz para que la oyeran:

—Tranquilos. No va a pasar nada.

Pero pasó de todo.

Oyeron el ruido de algo que caía y, posteriormente, las maldiciones de Matsuura.

De inmediato, y sin pensarlo, Sakura entregó a la pequeña Siggy a Shii.

—Vuelvo enseguida.

—Nooooo. ¡No te vayas! —gritó Asami.

Sakura suspiró. Su tío la necesitaba y, mirando a la pequeña, indicó:

—Cariño, debo ayudar al tío Matsuura. Te prometo que en nada estaré a tu lado.

Y, sin mirar atrás, bajó de la carreta.

En el exterior, el fuerte temporal la tiró al suelo. La lluvia y el viento eran tremendos. En tierra, y rodeada de aquellos árboles que se doblaban, fue consciente del peligro que corrían allí; entonces vio a Matsuura en el suelo con una enorme rama de un árbol sobre su pierna y gritó:

—Por las barbas de Neptuno, ¡no te muevas!

Sakura, empapada, corrió a auxiliarlo, pero el viento la volvió a tirar. Cayó sobre el suelo, que era un barrizal, y a rastras consiguió llegar hasta donde estaba el japonés. Tirando con fuerza, lo liberó y, una vez que lo hubo conseguido, preguntó:

—¿Estás bien, tío?

El hombre, que estaba tan empapado y embarrado como ella, asintió. En ese instante una terrible ráfaga de viento sacudió la carreta y los niños chillaron asustados. Los caballos, atados al tronco de un árbol, relincharon, y, horrorizados y sin poder remediarlo, Matsuura y la joven vieron cómo la carreta se sacudía con fuerza y finalmente volcaba.

Con el corazón a mil, intentaron levantarse para auxiliar a los pequeños, que lloraban y gritaban, pero de pronto, y como salidos de la nada, aparecieron Sasuke y Naruto, empapados como ellos, y el primero ordenó mirándola:

—¡Desata los caballos del árbol y sujétalos con fuerza! Nosotros sacaremos a los niños de la carreta.

—Intentaré recuperar lo que pueda —indicó Matsuura horrorizado al ver la situación.

Sin tiempo que perder, ni de rechistar, Sakura fue a hacer aquello que se le había pedido mientras Sasuke y Naruto, a pesar de que la carreta se desplazaba arrastrada por el viento, se metían en ella para sacar a los niños.

De pronto, en medio del barrizal, vio en el suelo aquel joyero oxidado que ella guardaba con tanto amor, que contenía las joyas y los recuerdos de su madre y su abuela, y sin dudarlo se dirigió hacia él. No podía perderlo.

Estaba cogiéndolo cuando oyó un crujido y, al levantar la vista, vio cómo la rama de un árbol caía sobre ella. Y de pronto sintió cómo alguien la arrastraba para terminar rodando por el fango.

Había sido Sasuke, quien, tras sacar a los niños, había visto lo que estaba a punto de ocurrir y, sin dudarlo, se lanzó a por ella.

Bajo el peso del cuerpo del vikingo, que había quedado sobre ella, con la cara llena de agua y de barro, Sakura abrió los ojos y Sasuke siseó furioso:

—Te mataría por cabezota e imprudente.

Ella parpadeó y él, enfadado, insistió:

—¡Maldita sea, ¿es que pretendes morir?!

—El joyero...

—¿Qué joyero?

—El de mi madre —repuso ella.

Al decir eso, de pronto fue consciente de que ya no estaba en sus manos, y, empujándolo con todas sus fuerzas, se lo quitó de encima. No podía perderlo. No... No...

Desesperada, buscó a su alrededor. Todo estaba embarrado, encharcado. Y cuando lo vio intacto, suspirando, rápidamente lo cogió junto a la katana.

—Ve a por los caballos —la apremió Sasuke al ver el peligro que corrían.

—Pero...

El vikingo la miró furioso.

—Como se te ocurra decir otra vez eso de «¡Viva la lluvia!», lo lamentarás.

De pronto, el viento hizo volar por los aires la carreta hasta estrellarla contra los árboles y esta se hizo añicos en cuestión de segundos.

Sakura la miraba horrorizada cuando Sasuke la asió de la mano y tiró de ella.

—Vamos, sube al caballo.

En cuanto lo hizo, él le entregó a Asami. Naruto cogió a Shii y Sasuke se encargó de la pequeña Siggy, mientras Matsuura ataba sus escasas pertenencias a su caballo.

Al ver lo poco que abultaba lo que había recuperado su tío, Sakura se horrorizó. ¿Dónde estaban todas sus cosas? ¿Sus joyas? ¿Sus preciosas cajitas de madera?

Matsuura, al ver cómo ella lo miraba, acercó su caballo al suyo e indicó:

—Tranquila, cuando amaine regresaremos y veremos qué podemos encontrar.

—¡Pousi! —gritó de pronto Asami.

Sakura no supo qué decir al ver a la niña desesperada. Sin duda aquella muñeca era muy especial para ella, pero, si querían salvar la vida, debían alejarse de allí cuanto antes.

—Te prometo que mañana vendré a buscarla —dijo tratando de que se calmara.

—Quiero a Pousi... ¡Pousi! —gritó la pequeña desconsolada.

El gesto de dolor de la joven por todo lo ocurrido no le pasó por alto a Sasuke, que exclamó:

—¡Vámonos!

Al galope y sin hablar, se alejaron del bosque mientras sentían cómo el viento, que lo arrastraba todo, los zarandeaba y la incesante lluvia los empapaba.

Mojada, sucia y asustada, Asami sollozaba contra el pecho de Sakura y esta, como buenamente podía, susurraba:

—Tranquila, cielo..., tranquila.

Sin parar llegaron hasta la puerta del hostal, donde Temari, que había encontrado a Gilroy, los esperaba preocupada junto al padre Murdoch. Al verlos aparecer, sonrió e indicó dirigiéndose al que creía que era hermano de Sakura:

—Te he dicho que ellos los traerían.

Más tranquilo al verlos, Gilroy asintió. Se sentía culpable por haberse quedado en la ciudad tomando un trago. Y, cuando por fin llegaron hasta ellos, Sasuke se bajó rápidamente del caballo, le entregó la pequeña a Temari, ayudó a Sakura y a Asami a bajar y, una vez que todos estuvieron en tierra, miró a Gilroy y señaló a la derecha.

—Lleva los caballos al establo y sécalos.

En ese instante apareció Evander y, al ver a Sakura, preguntó acercándose a ella:

—Por todos los santos, ¿qué te ha ocurrido?

La joven suspiró.

—Que soy un desastre, Evander. Eso es lo que ha ocurrido.

El highlander sonrió. Aquella muchacha le hacía gracia y, retirándole el pelo mojado del rostro, musitó:

—Tranquila. Seguro que no ha sido para tanto.

Desesperada, ella resopló y Naruto, viendo el gesto incómodo de Sasuke, terció mirando al guerrero:

—Evander, ¿puedes acompañar a Gilroy y a Matsuura al establo?

El hombre asintió enseguida y se alejó en compañía de aquellos.

—Pediré que preparen sopa caliente. La necesitan —indicó el padre.

Una vez en el interior del hostal, Temari se mofó mirándolos:

—¡Pero qué limpitos venís todos!

—He perdido a Pousi —se lamentó Asami.

La rubia, al oírla y ver las lágrimas en su rostro, tras mirar a Sakura y sentir que no estaba bien, indicó:

—Cielo, lo importante es que Shii y todos estéis bien.

—Pero Pousi no lo está.

A cada instante más martirizada por ello, Sakura no supo qué decir, pero entonces Shii intervino:

—Asami, sé que quieres a Pousi, pero si tuvieras que salvarla a ella o a mí, ¿a quién elegirías?

La cría lo miró. Su hermano nunca le había preguntado nada parecido, y al verlo tan serio respondió:

—A ti.

—Pues Sakura ha decidido salvarnos a ti y a mí —añadió él asintiendo.

Suigetsu entró en ese instante y comentó al verlos empapados:

—Ya iba a salir a buscaros. —Y, mirando a Sakura, indicó acercándose a ella—: Puedes ocupar mi habitación si lo deseas.

Al oír eso, Sasuke se metió entremedias de ambos para separarlos e indicó:

—No hace falta. Sakura y los niños ya tienen habitación propia.

Naruto sonrió y apremió mirando a su mujer:

—Creo que lo mejor será que suban unas bañeras a las habitaciones y...

—Ya os están esperando —repuso ella.

Él asintió encantado por aquel detalle; Sasuke miró a Sakura sin reparar en el sentimiento de culpabilidad que aquella sentía por todo, y preguntó furioso:

—¿Contenta con tu cabezonería?

—Sasuke, ahora no —susurró Suigetsu al ver su gesto atormentado.

Pero aquel, que había aguantado estoicamente demasiadas cosas durante días, insistió incapaz de callar:

—No solo saltas inconscientemente de azotea en azotea, sino que esta noche todos vosotros podríais haber muerto a causa de tu irresponsabilidad. Los árboles os podrían haber aplastado. ¿Acaso no sabes cómo son las tormentas en Escocia?

Sakura no supo qué decir.

En esta ocasión su cabezonería había puesto en peligro a los niños y a tío Matsuura, y eso le resultaba imperdonable.

La situación se le había escapado de las manos. Conocía cómo era el viento en el mar, pero estaba claro que en tierra firme todo era diferente, y estaba mirando a aquel, que con gesto fiero le reprochaba su inconsciencia, cuando Temari intercedió:

—Vamos, Sakura. Hay una habitación para ti y los niños y otra para Matsuura y Gilroy. Subamos. Allí podréis asearos, entrar en calor y cambiaros de ropa antes de que enferméis.

Sin decir nada, la joven asintió y, cogiendo a Asami entre sus brazos, siguió a Temari, que llevaba a Siggy, mientras Shii iba tras ellas.

Una vez que desaparecieron, Suigetsu miró a un ofuscado Sasuke y musitó:

—No seas tan duro con ella.

—Podrían haber muerto. Se lo hemos advertido y...

—Sasuke —lo cortó Naruto—, llevas toda la razón, eso no te lo voy a discutir. Pero creo que ahora es momento de calmarse y no de reprochar. Esa muchacha lo ha hecho mal y lo sabe. No la martirices con lo ocurrido.

El vikingo comprendió lo que aquel decía y asintió, y a continuación la puerta de la entrada del hostal se abrió y entraron Matsuura, Evander y Gilroy. El primero, al no ver a Sakura y a los niños, iba a preguntar cuando Naruto dijo:

—Han subido a su habitación para bañarse y cambiarse de ropa, y tú deberías hacer lo mismo.

El japonés asintió.

—Sígueme —pidió Gilroy—. Te indicaré cuál es nuestro cuarto.

De nuevo, el japonés asintió, pero, antes de moverse, miró a aquellos hombres que habían arriesgado sus vidas por ellos y declaró:

—Os agradezco mucho lo que habéis hecho por nosotros. —Naruto asintió, y Matsuura, mirando a Sasuke, que seguía con gesto huraño, añadió—: Sakura es la persona más cabezota que hay en el mundo, pero también la más maravillosa y de buen corazón que nunca podrás encontrar. Te aseguro que lo ocurrido la hará pensar y darse cuenta de su error.

—Espero que así sea —afirmó él.

En el fondo, al japonés le agradó ver su expresión preocupada y, tras intercambiar una mirada cómplice con Evander, Naruto y Suigetsu, indicó dirigiéndose al vikingo:

—Muchacho, creo que has de saber que la palabra obedece siempre ha sido un reto para Sakura. Por tanto, si quieres evitar problemas en el futuro, no la vuelvas a repetir.

—Buen consejo. —Evander sonrió mientras se alejaba.

Sasuke maldijo para sus adentros y cuando, segundos después, Matsuura y Gilroy desaparecieron, Naruto se dirigió a él:

—¿Por qué será que ese consejo me suena a mí también?

Al ver su sonrisa y la de Suigetsu, Sasuke volvió a maldecir.

—Dejad de sonreír así si no queréis quedaros sin dientes.

Eso los hizo carcajearse.

Sin duda reír aligeraba la tensión.