17
Aplazar (v.): Suspender el curso de un procedimiento: suspender la actividad judicial o legislativa, o la actividad de un comité de forma indefinida.
SEMANAS DESPUÉS...
SAKURA
Me puse de puntillas detrás del escenario, inclinando la cabeza hacia el techo para ensayar por última vez el movimiento final de mi actuación. Debería sentirme feliz, debería sonreír, extasiada por estar a punto de debutar en el papel principal de una producción de la Compañía de Ballet de Nueva York, pero no era así. Al contrario.
Me sentía sola, y sabía que no había aplausos o reconocimientos suficientes para cambiar mis sentimientos.
Todavía recordaba mis últimos momentos con Madara: el sexo de madrugada en la ducha y más tarde contra la puerta, el polvo en el coche de camino al aeropuerto, y también cuando lo hicimos una vez más en el cuarto de baño de la terminal...
Me había dicho cada una de esas veces que me amaba, que no quería marcharse, pero se fue.
Nuestra relación se había visto relegada a hablar por teléfono todas las noches, comentando lo que hacíamos durante el día, teniendo sexo telefónico entre fantasías, pero no era suficiente. Y sabía que estaba a punto de no soportarlo más.
Necesitaba que estuviera allí, conmigo.
—¡Atención! ¡Faltan cuarenta minutos! —gritó un ayudante de escena, justo cuando pasaba junto a mí—. ¡Cuarenta minutos!
Respiré hondo y me acerqué hasta el espejo que colgaba del techo a un lado. Miré mi reflejo, apreciando el maravilloso tutú y mi resplandeciente rostro blanco: los brillantes cristales adornaban cada milímetro de la malla, con el tutú recién ahuecado y rociado con purpurina. La diadema de plumas era mucho más ostentosa que la que había llevado en Durham.
—¿Sakura? —me llamó una voz familiar desde atrás.
—¿Mamá? —Me di la vuelta—. ¿Qué haces en esta parte del teatro?
—Hemos querido venir a desearte buena suerte en persona. —Le hizo una seña a mi padre.
—Gracias...
—También queremos que sepas que a pesar de que seguimos pensando que deberías haber continuado la carrera de derecho, estamos muy orgullosos de ti por perseguir tus propios sueños.
—Gracias de nuevo. —Sonreí.
—Y también nos sentimos muy, muy honrados de que seas nuestra hija porque eres fuente de inspiración para todos los universitarios que vayan a las urnas en las elecciones de este año, estudiantes con sueños y ambiciones similares pero en otras carreras.
—¿Cómo?
—¿Ha podido captarlo todo? —Mi madre se volvió hacia el periodista que estaba detrás de nosotros, ahora apagando su grabadora—. Asegúrese de que utiliza la última parte en el próximo anuncio publicitario.
—¿De verdad?
—¿Qué pasa? —Se encogió de hombros—. No estoy mintiendo, siento de verdad hasta la última palabra, pero no pasa nada si lo utilizo para mis fines, ¿no crees?
Ni siquiera me molesté en responder.
Mi padre se acercó para abrazarme, posando para una sesión de fotos un poco forzado. Solo sonrió cuando se alejó el fotógrafo.
—Me alegro mucho por ti, Sakura —dijo—. Es evidente que perteneces aquí.
—Lo estás diciendo porque piensas que estando aquí no voy a arruinar tu campaña en Durham.
—No, sé que estando aquí no me arruinarás la campaña. —Se rio—. Pero sigo alegrándome por ti.
—¡Qué alentador...!
—Es verdad —intervino mi madre—. Nos sentimos muy emocionados por ti.
—Damas y caballeros —gritó el señor Ashcroft—, dentro de exactamente una hora comenzará el espectáculo. Si no son bailarines o tramoyistas, por favor, abandonen el escenario ya.
Mis padres volvieron a abrazarme y se turnaron para besarme antes de alejarse.
Me ajusté la diadema por última vez y le eché un último vistazo al teléfono. En efecto, Madara me había enviado un correo electrónico.
Asunto: Mucha suerte.
Lo siento, no puedo ir a tu primer estreno, pero esta noche, cuando me llames, quiero que me cuentes hasta el último detalle.
Estoy seguro de que será una noche inolvidable para todos los que te vean.
Madara.
P. D.: Te echo de menos.
Asunto: RE: Mucha suerte.
No pienso llamarte esta noche. Deberías haber estado aquí. Ya pensaré cómo hacértelo pagar.
Sakura.
P. D.: Tu «Te echo de menos» sería mucho más convincente si el asunto del correo electrónico que me enviaste hace dos horas no hubiera sido «Echo de menos tu coño»
Asunto: RE: RE: Mucha suerte.
Ya sé que debería haber estado ahí, por eso me he disculpado.
Claro que me llamarás.
Madara.
P. D.: Os echo de menos a los dos.
Asunto: RE: RE: RE: Mucha suerte.
De verdad, me hubiera gustado que estuvieras aquí...
Sakura.
Apagué el móvil para no continuar con la cadena de correos. Tenía que concentrarme.
Este momento era fruto de todos los ensayos, de todas las clases de ballet que había recibido en mis veintidós años de vida. Dentro de exactamente treinta y seis minutos todos mis movimientos se verían reflejados en la pantalla para una de las mayores audiencias del mundo de la danza.
Además, iban a verme los críticos más severos, la mayoría de ellos fanáticos del ballet, y en los periódicos aparecerían las primeras críticas que podrían abrirme o no el camino a las demás producciones. Pero en ese momento, no me importaba nada más.
Ese era mi sueño, y lo estaba viviendo por fin. Solo podía asegurarme de hacerlo lo mejor posible.
—¿Está preparada, señorita Haruno? —Ashcroft me puso las manos en los hombros—. ¿Está preparada para demostrarle a esta ciudad que este es su sitio?
Asentí moviendo la cabeza.
—Totalmente, señor.
—Bien, porque yo también estoy preparado para que la vean. —Elevó las manos por encima de su cabeza, indicando al resto de los bailarines que formaran un círculo.
—Damas y caballeros, la temporada se inaugurará esta noche oficialmente —dijo—. Llevan meses trabajando muy duro, ensayando todas las horas necesarias y alguna más. Estoy seguro de que esta producción de El lago de los cisnes será la mejor que este público verá nunca. —Hizo una pausa—. Si no lo es, me aseguraré de que pagan por ello en el ensayo de mañana por la mañana.
Hubo varios gemidos. Sabíamos que no estaba bromeando.
—Yo voy a sentarme en el palco principal, en el centro del escenario, y no pienso aplaudir ni una sola vez a no ser que el espectáculo sea perfecto. ¿Está claro?
—Sí, señor —murmuramos de forma colectiva, intimidados por su poder.
—Bien, ocupen sus posiciones. —Se alejó de nosotros y chasqueó los dedos—. Hagan que me sienta orgulloso.
Me coloqué en el centro del escenario, dándole la espalda al telón, con las manos por encima de la cabeza. Oí que la orquesta afinaba por última vez los instrumentos, que el pianista repetía el estribillo que había fallado esta mañana, y luego se hizo el silencio.
Un silencio ensordecedor.
En la galería, parpadearon algunas luces, al principio más lentas y luego más rápidas, después todo se volvió negro.
Cinco... Cuatro... Tres... Dos...
El pianista tocó la primera estrofa de la composición y el telón comenzó a subirse. Un foco se concentró en mi espalda.
El cuerpo de baile, formado por veinte bailarinas con sus blancos tutús de cisne, formaron un círculo a mi alrededor. Cuando se detuvieron de puntillas, con la cabeza inclinada hacia atrás, giré lentamente para enfrentarme a la audiencia. Hice una pausa, mirando todos los rostros sin nombre, y luego me dejé llevar por mi propio mundo.
Era Odette, la reina de los cisnes, y me había enamorado de un príncipe a primera vista. Bailé con él bajo una miríada de luces brillantes, diciéndole que necesitaba que me jurara amor eterno para romper el hechizo que había caído sobre mi lago.
Se podían oír los jadeos de la audiencia por encima de la música, pero seguí concentrada en el papel.
Hice sin problemas la transición del dulce cisne blanco, que solo quería enamorarse, a Odile, el malvado cisne negro que deseaba evitar que eso ocurriera.
Personifiqué amor y desamor, y también devastación a lo largo de dos horas, sin parar o perder el ritmo para recuperar el aliento.
En la escena final, donde el amor de mi vida se comprometía a morir conmigo en lugar de honrar la equivocada promesa que había hecho al cisne negro, no pude evitar desviarme un poco de la coreografía.
En lugar de coger su mano y dejar que me llevara al agua, salté a sus brazos, permitiendo que me sostuviera en alto para que me vieran los demás cisnes. Y entonces, los dos giramos, «muriendo» juntos.
La música comenzó a decrecer sombríamente, las luces se fueron apagando hasta que solo hubo oscuridad.
Y silencio.
De repente, la audiencia estalló en aplausos y una multitud de elogios, de ¡Bravos!, de ¡Bravísimos!, resonaron en las paredes.
Las luces del escenario se iluminaron y realicé una reverencia con la mirada clavada en un mar de caras difusas.
—¡Buen trabajo! ¡Bien hecho! —gritaba el señor Petrova en la primera fila, asintiendo mientras aplaudía.
—¡Es nuestra hija! —decía mi madre a mi padre, secándose una lágrima.
Y hasta el señor Ashcroft, todavía inexpresivo, se había puesto en pie y aplaudía.
Solo se detuvo cuando sus ojos se encontraron con los míos.
—¡Bravo! —pronunció antes de alejarse.
Mantuve una sonrisa en la cara mientras escudriñaba el patio de butacas en busca de la única persona que quería ver. La única que necesitaba. Pero no estaba allí.
—Gracias, damas y caballeros, por asistir al estreno —dijo una de las directoras de escena después de subir al escenario—. Siguiendo la tradición, les presentaremos ahora a los miembros de nuestro cuerpo de baile.
Intenté concentrarme en las presentaciones, traté de pensar en algo que no fuera Madara, pero de repente, al levantar la cabeza después de una reverencia, lo vi allí.
Estaba en la primera fila, en el último asiento a la izquierda. Me miraba sonriendo.
—Felicidades —articuló con los labios.
—Y por último, pero no menos importante, la protagonista de la noche, la nueva primera bailarina de la Compañía de Ballet de Nueva York: ¡Sakura Haruno! —dijo la directora ante el micrófono, haciendo que el público estallara en aplausos.
—¿Señorita Haruno? —me dio un codazo—. Señorita Haruno, tiene que hacer una última reverencia y salir del escenario... Ahora... —susurró.
Me alejé de ella y me dirigí directamente hacia Madara, tomándome mi tiempo para bajar los escalones del escenario. Me detuve delante de él y lo miré a los ojos, ignorando los confusos murmullos de la multitud.
La directora de escena dijo algunas palabras más, Ashcroft saludó también y el telón bajó sin mí.
Mientras el público daba los últimos aplausos y empezaba a vaciar el auditorio, por fin fui capaz de hablar.
—Pensaba que no podías venir... —susurré—. ¿Estás aquí solo para ver el estreno o vas a quedarte un poco más?
—Me voy a quedar un poco más.
—¿Eso quiere decir que te quedarás de forma permanente?
—No. —Me secó las lágrimas—. Eso significa que me quedaré aquí hasta que te des cuenta de lo terrible que es esta ciudad, hasta que estés preparada para marcharte.
—He firmado un contrato de tres años.
—Todos los contratos son negociables. —Sonrió y me estrechó entre sus brazos—. Y como no te disculpes por estropear las presentaciones finales, es posible que te denuncien por algún tipo de incumplimiento y te despidan...
—¿Dónde vas a trabajar? —pregunté—. ¿Tienes pensado practicar la abogacía? ¿Puedes hacerlo?
Me besó en los labios.
—Voy a dar clase en la Universidad de Nueva York.
—¿Qué? —Lo lamenté al momento por sus futuros alumnos—. ¿Por qué?
—¿Por qué dices «por qué»?
—Eres un profesor horroroso, Madara... Los pasantes de USU te odiaban.
—¿Crees que me importa?
—Lo digo en serio... —Estaba realmente preocupada—. Creo que deberías reconsiderarlo. No todo el mundo sirve para la enseñanza, es que...
—Para empezar —me interrumpió, abrazándome con más fuerza—, soy muy buen profesor, solo depende de la materia que imparta... —Se detuvo para pasarme un dedo por los labios—. Estoy seguro de que puedes recordar lo bien que te enseñé a hacer cierta cosa...
Me sonrojé.
—En segundo lugar, estarás de acuerdo conmigo en que todos los pasantes de USU eran unos ineptos, sin facilidad de palabra. Todos menos una.
—¿La que era una jodida mentirosa?
—Sí —convino—, esa.
—He oído que rompió todas tus reglas... —Llevé la mano hasta su mejilla—. Que puso fin a eso de «Una cena. Una noche. Sin repeticiones».
—Te aseguro que no lo hizo.
—¿De verdad? —Lo miré con los ojos entrecerrados—.¿Todavía sigue siendo esa tu filosofía? ¿Tu lema personal?
—De alguna forma sí... —reconoció, apretando los labios contra los míos—. Me gusta mucho cómo suena esa frase, así que pienso seguir teniéndola como lema, solo que voy a sustituir la palabra «una» por la palabra «más».
