Marzo de 1985:
Jackie había escuchado que todas las parejas casadas tienen dificultades. Por eso cuando entró en la habitación y su marido la estaba esperando parado junto al armario donde solía guardar las cosas que "recolectaba" se preparó para los gritos. Sabía que decir, lo había estado pensando: "Tú también lo hacías" iba a justificar. Pero Steven no gritó, fue algo peor que eso. Le dijo que estaba cansado de lidiar con una niña, que cometió un error al casarse con ella cuando ella claramente no estaba lista para dar un paso como ese. Ella le dijo que era culpa suya por su falta de atención pero la discusión se calentó a tal punto que había abandonado con lágrimas en los ojos.
Ahora estaba sentada afuera de un anaquel observando las piedras preciosas de la joyería de enfrente. Steven estaba loco si pensaba que ella era una niña, era una mujer adulta y madura que podía lidiar consigo misma y no le iba a pedir nada a nadie ni a reprocharse por darse unos gustos de vez en cuando "Si tuvieras dinero para comprarme las joyas no tendría que robarlas", le había dicho ella, y estaba determinada a no arrepentirse. Después de todo entre ellos dos así funcionaban las cosas. El primero en retractarse aceptaba la culpa, Steven nunca lo hacía y ya iba siendo hora de que las cosas cambiaran. Él la había obligado a hacerlo, pensaba ella. Si hubiera estado más tiempo con ella, ella no habría buscado su felicidad en otro lado y mucho menos en objetos.
La gente que pasaba caminando parecía no percatarse de su sufrimiento. Un hombre se detuvo frente al aparador de los anillos de compromiso e intercambio algunas risas con el sujeto del mostrador. Jackie lo siguió con una mirada hosca. Steven ni siquiera le había comprado un anillo de compromiso, el que llevaba puesto era la herencia de la señora Forman, una mujer que ni siquiera era la madre biológica del bastardo. Steven nunca se esforzaba por conseguir nada. Nunca intentó ser romántico, agradable o buen esposo. Nunca quiso casarse. ¡Eso era! ¡No la amaba de verdad! Jackie ya no podía controlar las ideas que pasaban por su cabeza.
¿Quieres ver de lo que es capaz una niña? Susurró y se dirigió a la joyería con celeridad. Entró caminando como cualquier persona pero estando adentro se levantó la capucha para cubrirse la mitad de la cara, había tanta gente que ni le prestaron atención. Jackie tiró una pequeña copa sobre la blusa blanca de una mujer que tenía la mirada de un tirano hipopótamo y la señora se puso a gritar que iba a demandar a los que pusieron ese vino de adorno. Jackie aprovechó el escandalo para acercarse a la vitrina y hacer el truco del prendedor una vez más pero cuando el seguro se botó comenzó a sonar una alarma y todos comenzaron a moverse para buscar al responsable.
Jackie entró en pánico y tomó lo primero que agarró su mano y salió con un grupo de gente. Cuando estuvo afuera vio como la gente de adentro era detenida para una revisión y suspiró aliviada. Se dio la vuelta y chocó con un policía.
— ¡Alto, deténgase! — le dijo el hombre uniformado y le agarró la mano donde llevaba lo que sea que hubiera robado, Jackie se cubrió más el rostro con su cabello y trató de zafarse pero el hombre no la liberó.
— ¡No! ¡Suéltame!— forcejeó Jackie. Lo golpeó pero no pudo zafarse.
El hombre se dio cuenta de que estaba oponiendo resistencia y la inmovilizó con una llave. Su torso se dobló y Jackie empezó a perder el oxígeno por el brazo que el policía tenía alrededor su cuello. Jackie pataleó y los dos se cayeron al piso. Llegó otro policía y le agarró las piernas. La acorralaron y se golpeó la nariz con el suelo. El hombre aprovechó para golpearla en la cara. "¡Suéltala!" se escuchó. Alguien le regresó el golpe y el policía la soltó. De repente el peso de su pecho se liberó y ella pudo levantarse y echar a correr. Pero los policías no corrieron tras ella. El grupo de gente que se había congregado estaba armando un alboroto.
Jackie tardó un segundo en comprender lo que estaba pasando, hasta que reconoció a su esposo peleando con los policías. Apareció un tercero y lo inmovilizaron. Steven Hyde era bueno peleando pero lo más importante, era el hombre más gentil del mundo y el líder que hubiera seguido hasta el fin del mundo y aunque ella no lo sabía, estaba muy cerca. Jackie lo supo cuando sus ojos se cruzaron, su mirada decía: "CORRE" era una orden, pero Jackie no quería irse sin él, no podría hacerlo. Era su familia, no se abandona a la familia. Steven insistió con una mirada más severa, su rostro estaba poniéndose morado por la presión de la fuerza que estaba haciendo para librarse de ellos.
Jackie se había quedado a medio pasillo cuando escuchó la sirena de una segunda patrulla y se escondió detrás de la bodega. Steven cayó encima de uno de ellos, todos se fueron al piso. Todo pasó en un parpadeo. Y en un instante, un policía estaba en el suelo sangrando y su esposo estaba inmovilizado con la rodilla de dos policías en la espalda, la ambulancia llegó primero, luego la patrulla de apoyo pero para entonces Hyde estaba esposado en el suelo y un policía le apuntaba en la cabeza con su pistola. Jackie corrió horrorizada hasta su casa, cerró la puerta y las ventanas. Se hincó temblando a un lado de su cama y se quedó ahí llorando durante horas. Rogaba que fuera una pesadilla que cuando abriera los ojos su esposo llegara quejándose de su trabajo y con hamburguesas envueltas en papel aluminio porque sabía lo mucho que a ella le gustaban las cosas brillantes.
Esperó y esperó, anocheció y siguió esperando. Cuando pasaban de las 3 de la madrugada, Jackie por fin se levantó y se quedó parada mirando hacia la puerta de la entrada. Fue entonces cuando comprendió… que él no regresaría.
