Naruto.
Rodé los hombros y caminé alrededor de la pequeña zona detrás de una pantalla que Obito, el organizador de la pelea, había puesto anteriormente en el almacén, tratando de bloquear la música a todo volumen y las luces parpadeantes detrás de mí. Kakashi había contado a más de quinientas cabezas en la puerta, el mayor número de asistencia de todos los tiempos. Revisé mis puños envueltos y mi coquilla. Todo estaba bien. Dejé escapar un suspiro para mantener la adrenalina acumulada. Estaba listo para ganar esto.
Menma apareció alrededor de la pantalla.
—Este lugar es un maldito espectáculo de locos. Los estudiantes están con los disfraces de las fiestas de fraternidad. Hay disfraces en todas partes. Joder, está lleno. —Hizo una mueca, su rostro retorcido como si algo le estuviera molestando.
Me detuve.
—¿Qué sucede?
Se movió y se rascó la cabeza.
—No quería decirte, pero imagino que es mejor que venga de mí a que de repente la veas en la multitud… Hinata está aquí.
Me alejé de la pantalla, mis ojos recorriendo la multitud.
—¿Dónde?
Él sacudió la cabeza.
—La vi cuando entró, pero luego nos separamos. Este lugar es una casa de locos.
Exhalé. Maldita sea. Ahora tenía que preocuparme por ella.
—Asegúrate de que salga de aquí, ¿de acuerdo?
Él asintió y miró a Yeti.
—Es jodidamente enorme, hombre. Luce como una rata albina con esteroides... eso es bastante hambriento.
Lo golpeé en la espalda.
—Relájate, su alcance es una mierda.
Él asintió, todavía inseguro, pero me dio un golpe de puño.
—Patéale en el culo, hermano. Tengo mi dinero en ti.
—Hecho.
Él se alejó, pero se detuvo unos centímetros fuera de las líneas de tiza improvisadas en el suelo, dando empujones con algunos de los estudiantes para una buena vista. Él nunca estaba demasiado lejos de mí en una pelea. Kakashi se acercó y tomó posición en mi rincón.
Obito hizo sonar un megáfono, señalando que la pelea estaba por comenzar, y la música se hizo más fuerte mientras entraba al anillo de los doce. Broma de mierda. Esta pelea no tenía reglas y nadie se quedaba dentro de las líneas.
Yeti entró como el monstruo que era, su cuerpo fornido rodeándome, mientras nos medíamos.
Comenzamos lento, cada uno probando, no pasaron sesenta segundos dentro cuando ya se había lanzado hacia mí. Puños aterrizaron en mí, y uno muy fuerte golpeó mi hombro mientras me alejaba.
Aspiré el dolor, levantando la mirada.
Ahora estaba en marcha.
Apreté los puños, corrí hacia él y le di cuatro golpes en el pecho, dando un paso a un lado cuando él respondió golpeando fuerte con la derecha, mi garganta y barbilla como objetivos.
Falló.
Ataqué de nuevo, mis golpes aterrizando en sus hombros y entrañas, golpeando más fuerte hasta llegar a sus pulmones para sacarle el aire. Puñetazo. Puñetazo. Puñetazo.
Él gruñó. Sangre voló por el aire. La multitud gritó.
Sí. Cae, hijo de puta.
Se alejó de mí y caminó, su cara roja mientras se sacudía, pero luego sonrió, mostrando los dientes. Al parecer Yeti no llevaba protector bucal.
Un destello de cabello azulado en la multitud llamó mi atención, y sus palmas conectaron de lleno con mis oído dos veces, bam, bam, luego se volteó y me dio un codazo en el estómago, otro puño se conectó con mi sien cuando me doblé.
Puntos brillaron en mi visión.
La habitación se desvaneció.
Despierta de una puta vez.
Mi pecho se volvió pesado cuando tragué aire y me tambaleé lejos de él.
Echó su cabeza hacia atrás y soltó un rugido. La multitud lo clamaba, aplaudiendo y gritando su nombre.
Me sacudí los golpes, me levanté y fui hacia él de nuevo, esta vez utilizando una combinación de golpes de codo con patadas. Dos golpes en el pecho y cayó de rodillas. Éxito. Me abalancé y peleamos en el suelo, el duro concreto moliendo mi hombro mientras luchábamos por el control. Utilicé un movimiento de antebrazo.
Lo empujé y le di uno... dos... tres golpes rápidos.
¡Dir-ty English! ¡Dir-ty English!, gritaba el público.
Él levantó la cabeza mientras lo golpeaba; fallé.
Él se levantó de nuevo, esta vez más fuerte. Mi golpe resbaló. Maldita sea.
Aún no.
Él gruñó y la sangre brotó de su rostro cuando lo golpeé en la nariz con mi palma.
Lo bajé más cerca del suelo hasta que su nariz besó el concreto.
—La pelea se terminó, Yeti —murmuré, y en el milisegundo que me tomó respirar esas palabras, se retorció, aflojó mi agarre y se impulsó con la rodilla, conectando con la parte superior de mi garganta.
Me atraganté y caí hacia atrás.
Chicas gritaron. Chicos gritaron. Kakashi gritó desde la barrera. No tengo idea de lo que dijo.
¡Imbécil!
Perdí impulso. Rápido. No podía malditamente respirar.
Él sonrió maniáticamente y vino hacia mí, golpeando mi cara. Atrapó mi ojo derecho. Seguí avanzando. Evitando. Esquivando. Tratando de respirar.
Utilizando toda la fuerza que tenía, rodé mis caderas y respondí con un gancho cruzado. El gancho izquierdo fue directamente a su hígado y el derecho al área debajo su corazón. Grité cuando me lo quité de encima.
Él se tambaleó hacia atrás contra la multitud y lo empujaron de nuevo hacia dentro.
Gruñí y me lancé hacia él, intercambiando golpes y patadas, ninguno de los dos dispuesto a ceder. Recorrí la multitud mientras caminaba, en busca del cabello azulado.
Encontré a Hinata. ¿Y Sai estaba con ella?
¡Golpe! Su rodilla conectó de con mi hígado. Me doblé mientras el dolor recorría la parte inferior de mi cuerpo. Jadeé por aire, me arqueé hacia adelante mientras él fallaba al mandarme una patada alta con la pierna izquierda. Me tambaleé alrededor del cuadrilátero.
Mierda, jodido infierno.
—La pelea terminó, inglés —se burló mientras daba otro golpe a mi intestino.
De nuevo.
De nuevo.
El aire salió de golpe y la habitación dio vueltas. Mis pies descalzos palpando a tientas alrededor del cuadrilátero, tropecé y caí de rodillas.
Aire. Necesitaba jodido aire.
Las sirenas llegaron a mis oídos primero. Entonces los gritos de los espectadores mientras corrían por las puertas de salida.
—Vienen los policías —gritó una nenita mientras corría y luego trepaba por una de las ventanas que se alineaban en el lado sur de la bodega.
Ahora era una casa de locos.
Yeti hizo un gesto crudo con su polla y luego me señaló con su dedo.
—Esto no ha terminado. Tuviste suerte esta vez, inglés. La próxima vez, te mataré y luego te voy a follar. —Meneó sus caderas y se rio. Mientras lo observaba, corrió hacia su representante y luego se precipitó por una puerta que conducía a un gran número de oficinas en la parte de atrás. No tenía ni idea de si había una salida por allí atrás.
—¡Vamos a largarnos de aquí de una puta vez! —gritó Kakashi mientras agarraba mi brazo y tiraba de mí hacia la puerta principal de la bodega.
—Espera —jadeé y me solté de su agarre—. ¿Dónde está Menma? —Recorrí la habitación, en busca de él—. ¿Y Hinata? Ella está aquí en alguna parte.
—No seas idiota. ¡Tú eres al que van a arrestar! —gritó.
Las sirenas sonaban fuerte ahora, las luces azules intermitentes rebotando en las ventanas rotas.
Me volví hacia él.
—Vete. Voy justo detrás de ti.
Él gimió, me abandonó y corrió hacia la puerta.
Me puse de pie en medio del caos. La mayor parte del lugar se había vaciado a excepción de las personas que habían estado en el nivel superior y estaban tratando de bajar por las gastadas escaleras.
No había cabello azulado. Ni Menma por lo que podía ver.
—¡Por aquí! —gritó una voz desde el otro lado del almacén, casi a nueve metros de distancia.
Menma estaba parado en una ventana rota, listo para arrastrarse a través ella. Hinata estaba de pie junto a él, sus ojos completamente abiertos. Hizo un gesto salvaje con las manos para que me acercara.
El chirrido de los neumáticos llegó al detenerse afuera del almacén. Puertas de autos abriéndose. Voces gritando.
Corrí hacia ellos. Maldita sea, estaba demasiado lejos.
—Sácala primero —grité—. Los policías están detrás de mí.
Él entendió lo que quería decir y la levantó, cuidadoso de evitar los fragmentos irregulares de vidrio. Sus piernas desaparecieron por el borde.
—¡Vete, Menma!
Él sacudió la cabeza, una mirada suplicante en su rostro mientras me observaba correr a través de un grupo de chicas que habían bebido demasiado y estaban tratando de salir.
Me envió una última mirada y saltó a través de la ventana. A través de los paneles de vidrio, vi su sombra agarrar a Hinata y correr por el callejón de un edificio vecino.
Corrí con fuerza hacia la ventana y me lancé de cabeza a través de esta. Golpeando el suelo, rodé de nuevo sobre mis pies y me mantuve en movimiento.
Gritos llegaron a través de la ventana desde el interior del almacén.
Mierda. Los policías habían entrado.
Sigue, sigue, sigue, me dije.
Doblé la esquina del edificio y me lancé por el callejón oscuro en el que esperaba que Menma hubiera ido. No estaban allí, así que seguí corriendo entre los edificios y gritando sus nombres. Mi temor era que los policías se hubieran dispersado, pero con quinientas personas yendo en todas las direcciones, esperaba que tuvieran las manos llenas.
¿Dónde estaban?
Bajé por una pequeña calle lateral casi a una cuadra cuando los vi haciéndome señas mientras esperaban junto a un contenedor de basura en un callejón.
Corrí hacia ellos.
Menma me dio una mirada salvaje.
—¿Policías? ¿Qué demonios? Eso nunca sucedió, y mi auto esté estacionado allí —se lamentó mientras se inclinaba para recuperar el aliento—. Momentos de diversión, hermano.
Moví mi atención a Hinata, que estaba paralizada mientras me miraba, su pecho subiendo rápidamente.
Sus ojos se abrieron de repente.
—Tus manos están sangrando.
Bajé la mirada, dándome cuenta de que debo haberlas cortado cuando golpeé la tierra corriendo.
Ella las levantó para inspeccionarlas y las limpió con el borde de su camiseta.
—Esto es una locura. Tenemos que llevarte a un hospital.
Mi primer instinto fue apartarme de su toque, sobre todo porque mis manos estaban hinchadas por la pelea, pero no me moví, el calor de su cuerpo era embriagador. Ella olía a limones o algo afrutado, y quería jalarla hacia mí e inhalar profundamente.
—Estoy bien —dije bruscamente.
—¡Tú no estás bien! —gritó. Enfadada.
Dios, me encantaba ese fuego en sus ojos.
—¿Por qué te preocupas tanto de todos modos?
Ella se exaltó aún más, sus ojos grises parpadeando mientras dejaba caer mi mano y daba un paso atrás. Noté las suaves curvas de sus pechos mientras cruzaba sus brazos, la forma en que su garganta se movió cuando tragó. Mi cuerpo se tensó, mi polla endureciéndose. Me dije que era la adrenalina sobrante de siempre, donde sentía que podía follar para siempre, pero era solo ella.
La deseaba, mi orgullo estaría condenado. Todas las turbulencias de los últimos días desaparecieron, y ella era todo lo que importaba.
Me volví hacia Menma.
—Ve a buscar mi auto. Está a tres cuadras de aquí, en un terreno abierto sobre Chester Street. Las llaves están en la parte superior del neumático del lado del conductor. —Hice una pausa—. Y danos unos minutos antes de volver.
Él se levantó, sus ojos moviéndose entre Hinata y yo.
—Bueno —dijo él con incertidumbre—. ¿Estarán bien aquí en el callejón? ¿Hinata?
La miré, haciéndole ver el calor en mi mirada. Eres mía, decía.
—¿Estás bien a solas conmigo? —pregunté, una curva en mis labios, desafiándola a decir que no.
Ella asintió con la cabeza y Menma corrió hacia la oscuridad, pero ninguno de los dos lo vio salir, ambos envueltos en el otro. Ella todavía estaba enfadada, y yo solo estaba caliente.
—Naruto… —empezó.
—Ven aquí.
Ella se lamió los labios.
—¿Por qué?
—He estado peleando, mi sangre está prácticamente hirviendo, y te necesito... ahora.
Su nariz se encendió y el pulso en su cuello saltó. No estaba solo en esto, y renuncié a darme la vuelta y alejarme de ella.
Si no iba a venir a mí, entonces yo iría hacia ella.
Limpié la sangre de mis manos en mis pantalones cortos hasta que la mayoría se había ido, viendo que mis cortes no estaban tan mal como había pensado. Mis moretones probablemente estarían peores. Levanté la vista para verla mirándome. Me acerqué a ella hasta que la tuve contra de la pared de metal a sus espaldas, pero mantuve un par de centímetros entre nosotros mientras apoyaba los brazos a ambos lados de su cabeza.
—Ahora pídeme que te bese —dije, mirándola fijamente.
Ella jadeó, sus ojos llenos de oscuridad, sus pupilas diciéndome la verdad. Sus dientes superiores mordieron el regordete labio inferior, y mis ojos fueron directamente allí. Iba a chupar esa boca duro esta noche, y ella estaría rogando por más.
—¿Estas caliente por mí, Hinata? ¿Verme pelear te excitó?
Cerró los ojos y se estremeció como si solo el sonido de mi voz le diera un orgasmo.
—¿Lo estás? —pregunté de nuevo—. Porque te deseo tanto que ni siquiera puedo pensar con claridad. Verte caminar por el campus o en el balcón y quiero correr a ti. Te veo en clase, y mierda, quiero tomarte y besarte hasta que no puedas respirar. Pienso en ti en tu cama por la noche sola y quiero deslizarme a tu lado, arrastrarme en tus sábanas, y abrazarte. Follarte.
Pasé mis dedos por sus labios. Gimió, su lengua saliendo para probar mi piel.
—¿Te gustaría eso?
Ella asintió, sus los ojos todavía cerrados, su cuello arqueándose hacia el mío.
—Bésame, por favor, Naruto.
—No. Tú bésame. Necesito saber que deseas esto también.
Un gemido salió de su garganta y movió su boca a un susurro de distancia. La sangre latía en mi cuerpo mientras ella enredaba sus manos alrededor de mi cuello y se arqueaba para presionar sus labios contra los míos. Estaba indecisa, como en el primer beso que me había dado, pero yo no tenía nada de eso. Gimiendo con satisfacción, la acerqué usando mis antebrazos, mi hambre creciente con cada golpe de su lengua contra la mía. La presión de sus pechos contra mi pecho hizo que mi polla pulsara con necesidad. Ella suspiró y dio la profundidad que quería, su lengua frotándose contra la mía seductoramente, sus pechos y caderas presionados contra mí mientras me mecía contra ella.
—Lo quiero todo, Hinata.
Sus manos agarraron mis hombros y se aferraron, sus uñas clavándose en mi piel.
—Yo también.
Nos devoramos el uno al otro, nuestros labios buscando lugares escondidos. Nuestras lenguas enredándose con las bocas abiertas.
Rápido y caliente. Deprisa, deprisa.
Pellizqué su clavícula.
—Quítate la blusa. Mis manos son una mierda ahora mismo, y estoy tratando de no dejar sangre en ti.
—No me importa. Tócame. —Levantó la camisa encima del dobladillo y la sacó revelando un sujetador de encaje blanco. Mi boca se fue directo a sus pechos, donde lamí y mordí sus pezones a través del material, la humedad empapándola, exponiéndola.
Giró y se retorció contra el edificio, sus manos se enredándose en mi cabello.
—Te sientes tan bien —murmuró, sus manos pasando por mi pecho—. ¿Puedo tocarte? ¿Estás herido en alguna parte?
—No en este momento.
Sus manos flotaron sobre mi pecho, trazando hasta mi ombligo, la suavidad de su tacto volviéndome loco. Se detuvo en mi cintura y mi cabeza cayó hacia atrás.
Sí, nena, sí.
—Espera —dije y metí la mano para sacar mi coquilla, tirándola al suelo.
Deslizó su mano en mis pantalones cortos, empuñó mi polla y me bombeó, sus dedos pasando sigilosamente sobre la cabeza, haciéndome sisear.
—Me encanta esto... los sonidos que haces, me miras como si fuera la única chica en el mundo —dijo ella.
—Todo para ti. —Arranqué el botón en su falda con mis pulgares y bajé, mis ojos pesados mientras la tomaba con su sujetador de encaje y bragas a juego.
Enrolló una pierna alrededor de mis caderas para tirarme hacia atrás, y fui con ella contra la pared otra vez, mis caderas tomándola de rehén.
—Es condenadamente inconveniente, pero una vez más no tengo un condón —le dije a sus pechos, mi boca moviéndose de uno a otro, chupándolos dentro de mi boca.
—¿Estás tratando de dejarme embarazada? —Ella dejó escapar una risa sin aliento.
Me congelé.
Gimió.
—Estaba bromeando. Confío en ti.
Confío en ti…
Tantas cosas me golpearon a la vez. Su comentario sobre el embarazo, y cómo la idea de poner mi semilla en ella para hacer un bebé no me asustaba como pensé que lo haría. La forma en que su cuerpo se sentía contra el mío. La forma en que había estado esperando este momento por siempre. Apoyé mi frente contra la suya.
—Mírame. Me refiero a realmente mira quién soy.
Su rostro se suavizó.
—Lo hago.
—Soy el tipo que va a tomarte en contra de este muro. A enterrar mi polla en ti y poseer tu cuerpo y te va a encantar. Pero no voy a hacerte daño. Nunca.
Ella sonrió.
—Lo sé.
Hice una mueca.
—Me está matando no poder poner mis dedos en ti. ¿Mi boca está bien?
Sus ojos brillaron con calor.
—¿Me estás tomando el pelo? Sí. Por favor, usa la boca.
Caí de rodillas y tiré una de sus piernas sobre mi hombro mientras ella arqueaba la espalda. Estaba empapada, y yo me concentré en su nudo, mi lengua persuadiendo y coqueteando con su centro, imitando los movimientos que mi polla pronto estaría haciendo en su interior.
Mi manos ansiaban tocarla, ahondar en su dulzura, pero en su lugar tomé sus pechos y apreté. Jadeó mi nombre y se volvió hacia mí. Más.
Tiró mi cabeza hacia atrás y me miró, una mirada salvaje en sus ojos.
—Naruto, por favor. No puedo esperar más.
Me puse de pie, mis manos levantándola mientras sus piernas iban a mi alrededor. Apuñalé su interior, y mi cuerpo cantó de alivio, el intenso placer de deslizarme en ella haciéndome gritar.
—No quiero lastimarte —le susurré en el cuello mientras bombeaba suavemente, introduciendo más y más mi longitud.
—No lo harás —susurró.
Bombeé suave y luego con fuerza, colocándome hasta que estuve completamente adentro.
Sus dedos se clavaron en mis hombros y me estimularon, sus pequeñas caderas sacudiéndose para conseguir más, su cuerpo apretándose y chupándome.
Rugí. Ella era la mía, y yo sabía que nunca querría otra chica por el resto de mi vida de esta manera. Usando mi pecho, la apreté más contra la pared y entré en un ritmo firme, mi polla ya reventando por venirse. Se sentía tan condenadamente bien su calor, su centro de terciopelo mojado con necesidad. Golpeé dentro y fuera, empujando con golpes poderosos. Gimió cuando cerré mis brazos a cada lado de ella, abrazándola con fuerza para que pudiera angular hacia abajo para presionar mi pelvis contra su piel sensible. Me sacudí contra su centro, mis manos ahuecando su culo, posicionándola para tomar cada una de las deliberadas embestidas.
Ella tiró de mi cabello y mi cara fue a la de ella.
—Lo que sea que estés haciendo, no te detengas.
—Nunca.
Tomé sus labios y la besé bruscamente, mientras se aferraba a mi cuero cabelludo, sus dedos enterrándose. Mi boca profundizaba en la suya.
Nuestros sonidos, sus jadeos, mis gruñidos, el chasquido de nuestros cuerpos...
—Tú, todo por ti.
Ella gritó su orgasmo, sus piernas aferrándose alrededor de mis caderas.
Dejé escapar un grito cuando me vine en su interior, el placer más intenso que jamás había sentido estremeciéndome, una ola de calor, deseo y necesidad que culminó en una explosión de sensaciones. Mi cuerpo se onduló y se sacudió con réplicas, y anhelaba estar sobre ella, mi pecho agitado como si hubiera corrido un maratón.
