Gracias a todas las lectoras que se han tomado el tiempo de leerme desde que empecé, lo aprecio mucho ya que gracias a ustedes volví a retomar esta historia.Muchas cosas han cambiado de esos tiempos a hoy, a veces, han sido muy difíciles, pero al ver un comentario el año pasado en mi grupo de Verochy, me di cuenta que ustedes necesitaban tener un final de ella, y sigo manteniendo eso en mis pensamientos.No ha sido fácil, creo que para nadie, pero aquí estamos y espero que todo vaya mejorando, no solo para mí, si no para todos.(Sí, me siento un poco pensativa y depre estos días, pero ya pronto mejorará mi ánimo)No las retraso más con el capítulo, que lo disfruten.
Tanya pov.
Me levanté de la cama sintiendo un mareo en mi cabeza, llevé la mano hasta mi sien y cerré los ojos esperando que se pasara. Había tenido fiebre durante todo el día y ahora me sentía un poco débil.
Me moví despacio esperando no caerme en el proceso, cuando llegué a la ventana, me acomodé, dejé que la brisa entrara y golpeara un poco mi piel, quería sentir algo fresco que me despejara esta sensación que mi cuerpo sentía.
El atardecer estaba cayendo para darle paso a la noche, el jardín de la casa se iluminó de repente y en el área de la alberca pude ver a Edward y a esa niña sentarse en una de las sillas que estaban allí.
Observé a la parejita y sentí una punzada en el pecho, la pequeña sensación de envidia me invadió por unos minutos.
—Es duro ver algo que no tienes—la voz maliciosa de Alec, llegó a mis oídos.
—Si te digo que te marches, ¿lo harás? —pregunté sin alterarme.
—No—dijo y pude escuchar sus pasos al acercarse—¿Cuándo te irás?
—Mañana—contesté sin permitir que él me provocara.
Llegó hasta donde me encontraba y, aunque no estaba viendo su rostro, pude sentir su mirada sobre mí.
—¿Nunca has tenido curiosidad por saber cómo se encuentra, Allan?
Escucharle decir ese nombre, hizo que todo mi cuerpo se congelara. ¿Por qué de todas las personas que conocían mi pasado, Alec Cullen, debía ser uno de ellos.
—No—respondí sin estar segura de mis palabras.
—Es una lástima, la última vez que fui a Nueva York, pude conversar con él, debo decir que ha llegado a superarte a pesar de cómo lo dañaste—Alec comentó mientras tomaba asiento frente a mí.
—¿Es tu diversión desenterrar el pasado de los demás? —pregunté con sarcasmo.
—Algo así—respondió divertido.
—¿No tienes a alguien más a quien molestar? —cuestioné llevando la mirada hasta él por primera vez desde que entró en la habitación.
—Solo a ti y Esme, pero creo que ella se ha encontrado muy pensativa últimamente.
—Eso me preocupa—mencioné, al recordar que la última vez que había intentado hablar con ella, me había rechazado sin verla personalmente.
—No tienes por qué preocuparte, lo superará cuando acepte que todo este tiempo estuvo equivocada.
—¿Nunca te ha importado ella?
—Me es irrelevante—contestó.
A veces me impresionaba esa actitud de él, tan fría y sin interés alguno por su propia familia.
—Ella es tu tía política— dije al ver que no agregó nada más.
—¿Y? —susurró cerca de mí oído.
Su acercamiento me asustó momentáneamente.
—Allan, sigue siendo parte de tu pasado—dijo como si eso explicara lo que había dicho de Esme.
—No es lo mismo—exclamé llevando nuevamente la mirada a él.
—¿Importa?
—Tener una conversación contigo sigue siendo un dolor de cabeza. Mejor vete.
—Aja—bufó mientras daba vueltas por la habitación.
Volví la atención a la pareja que podía observar desde mi ventana, y la actitud cariñosa y tierna me hizo recordar una escena parecida en mi pasado.
—Allan…—su nombre se escapó de mis labios—Nueva York…
Recordé que no me encontraba sola en la habitación y cuando busqué a Alec burlándose de mí, me di cuenta que ya se había ido.
—Mejor.
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Días después
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Bella pov.
Abrí la puerta de la tienda de postres y dulces italianos, al entrar, el aroma que percibió mi nariz me hizo desearlos cada vez más.
—Buongiorno—saludó la mujer detrás del mostrador.
Le sonreí y me acerqué para poder escoger los dulces y postres que llevaría.
—¿Sería el primero o segundo?—preguntó repentinamente.
—¿Ah? —pregunté, al no entender a qué se refería.
Llevé la mirada en la misma dirección que ella y me di cuenta que estaba hablando de mi embarazo. Toqué mi abultado vientre, que parecía una enorme pelota que siempre andaba conmigo, y le respondí con amabilidad.
—Segundo, pero me siento como si fuera el primero.
Ella sonrió divertida y luego negó como recordando algo que parecía hacerla sentir feliz.
—Tiene mucha razón, cada embarazo se parece mucho al primero, y es bueno que la mami lo reciba de la misma manera.
—¿Tiene hijos?—pregunté.
—Si, tengo dos y debo decir que son un poco traviesos, pero alegran mi vida.
—Eso es lo más importante—dije poniendo toda mi atención en la vitrina.
—¿Qué le voy a servir señora?
—Quiero una tartaleta de manzana, una tarta Vernier, Tiramisú, y el favorito de Edward; Éclairs.
—Le gusta mucho lo dulce—ella comentó mientras sacaba los postres y los empacaba.
—Bastante—sonreí.
La campana de la tienda sonó anunciando que otro cliente entraba al local, no me giré para ver a la persona, solo me mantuve concentrada en la vitrina para ver si escogía algo más.
—Buenas tardes, señor Leo.
La dueña del lugar saludó al hombre que acababa de entrar.
—Es un gusto verte nuevamente, Stella.
—¿Le llevarás algo a tu esposa?—ella preguntó con un poco de desdén, al mencionar la última palabra.
Sentí que el ambiente se volvió más tenso, y que la actitud cordial que ambos intentaban mostrar, era totalmente falsa.
—Aquí esta, señora—dijo ella, entregándome una cajita con todos los postres que había pedido.
—Muchas gracias—contesté, y fui directamente adonde se encontraba otra joven, detrás de una caja registradora.
De mi cartera saqué la tarjeta que Edward me había dado, y pagué con ella.
—Que tenga una feliz tarde, señora Markopoulou—dijo la chica, al ver mi apellido grabado en letras doradas, en la tarjeta de color negro.
Me avergoncé un poco al sentirme extraña de que pronunciara mi apellido de esa manera, ya que, antes de ser la señora Markopoulou, solo era una chica que vivía en un pequeño apartamento en Brooklyn, ahora, todo era diferente y a pesar de los meses que habían pasado, aún me era difícil acostumbrarme.
Caminé hacia la puerta y me disponía abrirla, cuando una mano se me adelantó y la abrió en mi lugar.
—Gracias —dije al ver su gesto caballeroso.
—Es un gusto, señora Markopoulou.
Escuchar mi apellido de casada en los labios de ese hombre, me hizo sentir un pequeño escalofrío.
Llevé la mirada hasta él, y por su apariencia fina y muy cuidada, podía creer que tenía unos cincuenta años, no se veía tan viejo.
—¿Me conoce? —pregunté al escuchar como me había llamado.
—Sí, ¿a caso no me recuerda?—preguntó mostrando una media sonrisa.
Yo negué al no estar segura de si lo había visto antes.
—Leo Christakis, uno de los socios de la naviera, y el antiguo suegro de Edward.
Ahora que lo mencionaba, recordaba dónde lo había visto anteriormente.
—Ahora lo recuerdo, nos encontramos en una ocasión en la empresa, señor Christakis—intenté sonar lo más normal que pude, pero me sentía incómoda hablando con él, y deseaba terminar esto lo más pronto posible.
—Si, veo que lo recordó. Es extraño verla sin la presencia de su esposo, ¿le gustaría tomar un café y así charlamos un poco?
—No creo que necesite tenerlo a mi lado todo el tiempo—respondí a lo primero, ignorando su invitación.
—Si entiendo, veo que la confianza en ustedes es muy fuerte…
—¿Por qué lo menciona?—cuestioné con curiosidad, ya que no me gustaba la manera en como lo había dicho.
—No lo tome a mal, señora Isabella, solo lo digo por el escándalo que hubo. Usted debe saber que los medios inventan muchas cosas y debió ser terrible ese momento tanto para usted cómo para él.
—Creo que eso es algo de lo que no estoy interesada en charlar, señor Christakis, y por eso siento rechazar su oferta de café, tal vez en otra ocasión.
Me giré a la salida, pero la puerta que él sostenía se soltó de pronto, y por un momento creí que impactaría contra mi cuerpo, pero la mano del señor Christakis volvió a agarrarla.
—Lo siento, mis manos son débiles y no soportaron el peso de la puerta.
Lo miré, completamente asustada y sorprendida al mismo tiempo porque, por un momento creí que la puerta me golpearía y lastimaría a mi bebé.
—Por poco…—no terminé la palabra y solo me limité a ver su rostro preocupado.
Él se acercó más a mí y me ayudó a salir del local.
—Debería tener más cuidado en el estado en que se encuentra, porque los accidentes pasan, y puede ser peligroso tanto para la madre como para su… hijo.
—Sí, lo tendré—respondí y alejé su mano de mi brazo para alejarme de él.
—Espero volver a verla pronto, Isabella.
Le di la espalda y no volví la mirada atrás, me apresuré a llegar al estacionamiento, donde el chofer me esperaba con el auto, y me subí lo más rápido que pude.
No me había gustado para nada este encuentro ni tampoco sus palabras.
Había cierta malicia en ellas que me incómodo, y lo de la puerta, dudé en que pudiera haber sido un simple accidente.
Los movimientos de mi bebé dentro de mí, me hicieron recordar que debía relajarme, no podía seguir pensando en cosas que me alteraran, ya que todo lo que yo sentía, el pequeño Edward lo recibía.
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—¡Matthew!—exclamé mirando el desastre que había creado con la cena—¡No!
Él tomo el plato en donde se servía su cena, y lo dejó caer en el piso haciendo un ruido que se escuchó en toda la habitación.
—¡Bella!
—¡Hermana!
La voz de Claire y Fernando, se escuchó al momento que cruzaron la sala y llegaron al comedor.
Ambos se rieron al ver a Matt lleno de comida en todo su rostro, y llenándose su cabello con sus manitas.
Iba a recoger el plato, pero Kaly se adelantó, y lo hizo por mí
—Señora, no debe agacharse, ya que ahora es más difícil para usted.
—Gracias—dije, y me dirigí donde se encontraba mi hermanito en su sillita de comer.
Quité el seguro y lo saqué de allí.
—Hoy te has portado muy mal.
—No lo regañes, Bella, solo es un bebé—dijo mi hermano.
Fernando se acercó a nosotros y ayudó a recoger el desorden.
—Fer tiene razón, Bella.
—Lo sé, pero este muchacho necesitará un buen baño.
Matt sonrió divertido—Ma… má—dijo haciendo que una sonrisa se dibujara en mi rostro.
—¡Lo has escuchado, Claire! —grité emocionada.
Claire río y le dio un beso a mi hermanito en la mejilla.
—Si, Bella, lo hemos escuchado.
—De que se impresionan. Ya sabe decir agua también, y no es como si hubiera dicho mamá primero, Bella.
Toda la emoción que había tenido, hasta hace un momento, fue rápidamente alejada con las palabras de él.
—Fernando, sabes cómo arruinar un momento, ¿no es así?—dije, estrechando mis ojos hacia él.
Él solo se encogió de hombros.
—¿Qué sucedió aquí?
La repentina pregunta vino de Edward, y mis ojos rápidamente lo buscaron. Él apareció frente a nosotros y Matt, extendió sus brazos hacia mi esposo.
—¡Papá! —exclamó el bebé sin ningún titubeo.
Rodeé los ojos al ver cómo Edward lo cargaba, y le hacía pucheros para que él riera.
—Lo siento, Bella—dijo sin sentirlo realmente, ya que estaba más que orgulloso al ser "papá" lo que Matthew pronunció como su primera palabra.
—fingiré que te creó—respondí.
Fernando, corrió a abrazar a Edward, después de dejar el plato y los restos de comida que había tirado al suelo en la cocina.
Los tres salieron del comedor. Mi esposo, preguntándole a Fer cómo había estado su día.
Los observé hasta que desaparecieron de mi vista.
—Edward, ha cambiado mucho—dijo Claire cerca de mí.
—¿De verdad? —pregunté extrañada.
Ella asintió—Has logrado que volviera a sonreír, y a disfrutar de la vida, algo que ya no hacía.
—Espero que siga así—contesté, sintiéndome orgullosa de haber logrado algo insignificante para muchas personas, pero importante para mí.
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Luego de la cena, Edward y Alec, se encerraron en el estudio. Yo subí a la habitación, y después de revisar los folletos que Rosalie me había traído el día anterior, me encontré indecisa, al elegir donde Fernando estudiaría el próximo año.
Había buscado muchas opciones, pero la que más me llamaba la atención, era el colegio donde asistía Perséfone.
—Creo que también tomaré la opinión de Fernando—decidí después de varios minutos.
Guardé los folletos en una gaveta del escritorio que tenía en la habitación, y tomé mi laptop, y con ella, me fui a la cama.
Me senté y acomodé, para luego, abrir la computadora y ver las opciones que me ofrecían las profesiones en línea. Quería volver a estudiar, pero no estaba segura en qué realmente quería especializarme.
—¿Arquitectura? mmm, no. Diseño, posiblemente.
Seguí viendo lo que ofrecían hasta que el tiempo me consumió, y cuando miré el reloj de la pantalla, me sorprendió de lo noche que era.
—Son las doce.
Miré la puerta de la habitación, y me pareció muy extraño que Edward aún no hubiera regresado.
Me levanté de la cama y dejé la computadora sobre el escritorio, fui al cuarto de baño y lavé mis dientes para luego cambiarme de ropa. Regresé a la cama y tomé un poco de agua, que mantenía en un jarrón de vidrio con un vaso en una bandeja de plata.
Edward había insistido en que no quería que bajara hasta la cocina por un vaso de agua, porque temía que fuera a caerme de las escaleras.
Me metí debajo de las sábanas y me mantuve despierta durante un tiempo. El rostro de Tanya vino a mi mente de repente, y recordé cómo la había visto llorar sobre la acera.
Antes de llegar a verla de esa manera, creí que por ser hija única y de padres millonarios, no tendría problemas emocionales tan fuertes cómo había demostrado; tenía dinero, era linda e inteligente, pero aún así no era feliz.
Cuando la vi marcharse, un día después de que la traje aquí, la mirada que me dedicó antes de subirse al coche, fue de agradecimiento, aunque, su "gracias" haya sido forzado, creo que el haberla ayudado y hablar a solas, había logrado que su rencor hacia mi, disminuyera, aunque sea un poco.
—Espero que seas feliz, Tanya—las palabras salieron de mis labios, como un suspiro en esta cálida y apacible noche.
Después de eso, mis pensamientos se perdieron en un sueño profundo, en el cuál, ya no pude seguir esperando a Edward.
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Edward pov.
Tomé asiento en uno de los sofás del estudio, y Alec, fue directamente al coñac que siempre mantenía en un mini bar.
—¿Quieres?
—Sí—respondí y minutos después me tendió el trago frente a mí.
Lo tomé, y lo llevé a mi boca para tomar un trago.
—¿Cómo pudo recuperarse? —pregunté.
—Posiblemente fue su esposa.
Alec, tomó asiento frente a mí, y puso la botella de coñac sobre la mesita en medio de los dos.
—¿Tienes problemas…?—pregunté extrañado al ver la botella frente a nosotros.
Él negó—Creí que lo necesitarías.
—No pienso emborracharme por una basura como Leo, aunque haya logrado pagar su deuda y haberse librado de la bancarrota, no significa que todos sus problemas hayan terminado.
—Pero hasta que no obtengamos más información de cómo logró pagarle a la dueña de Nightmare, es como si estuviera logrando moverse sin que sus pasos puedan ser predichos, y eso no es algo que te haga sentir tranquilo, ¿o si Edward?
Escucharlo solo hizo que mi mal humor regresara, cuando recibí la llamada de él en la oficina, me sentí furioso, y luego, ver a Leo sonriendo como el dueño de mi compañía me frustró aún más.
Odiaba su maldita actitud arrogante cuando no valía nada. No es como si sus acciones fueran un problema para mí, pero quería hacerlo desaparecer de la sociedad Griega que tanto amaba, pero ahora todo se veía como al principio, sin sacarlo de la naviera.
Quería verlo entrar en desesperación, ¿era eso tan difícil de hacer?
—Si te sumerges en tus pensamientos, créeme que no lograré leerlos, no soy un lector de mentes, Edward.
—Que gracioso—me burlé—solo estaba pensando en todo lo que habías mencionado ahora.
—Hasta a mí me cuesta creerlo—dijo sirviéndose otro vaso de coñac.
—¿Tu fuente de información es segura?—cuestioné al tener una pequeña esperanza de que se hubiera equivocado.
Alec me miró enarcando una ceja.
—Confió en ella—contestó sin extenderse en una explicación.
—¿Ella?—pregunté empujándolo a hablar un poco más.
—Sí—fue lo único que dijo.
—¿Y…?—inquirí, pero él solo me observó callado—¿Quién es ella? —pregunté directamente al ver que no estaba dispuesto a decir nada más.
—No creo que necesites saberlo—contestó cortante.
Jamás me había preguntado cómo Alec, conseguía toda esa información, y cómo lograba mantenerme al tanto de los problemas que me estaba causando Leo.
Yo también tenía mis medios, pero desde pequeño siempre había confiado en él, así que no necesitaba a terceros sabiendo cosas que podía brindarme mi primo.
Qué mejor que alguien en quien confías.
¿Pero quién era ella? ¿Alec, por qué no hablaba de esa mujer?
—¿Tanto la proteges?
—No es eso—respondió y volvió a callarse.
—Alec, ¿Ella no es peligrosa, verdad?
No hubo respuesta.
—¡Maldición! Podrías decirme en qué diablos estás metido—exclamé, perdiendo la paciencia con él.
—No es necesario que te exaltes, no tiene nada que ver contigo.
—¿Acaso crees que esas palabras me tranquilizan? —pregunté sintiendo que todo el estrés acumulado con la actitud de él, me estaban terminando de estresar.
—Tu estrés y tu actitud no mejorarán nada—dijo en tono de burla.
Fijé la mirada en él, y bebiendo un trago del licor, imaginé el tipo de relación que debía tener con esa persona, para no querer hablar nada de ella.
¿Cercana? Era probable, ya que ganarse la confianza de él, era demasiado difícil.
—Existe la posibilidad de que se hubiera equivocado—mencioné solo por ver hasta donde llegaba.
—Lo dudo—respondió firme, y muy seguro.
Sí, confiaba.
—Que molesto…—murmuré, y él sonrió mientras tomaba un trago de coñac.
—Necesito saber lo antes posible cuáles son sus pasos, y que es lo que intenta hacer.
—Me ocuparé de ello.
Miré el licor en mi mano y moví el líquido dentro del vaso.
—Lo sé.
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Leo Christakis Pov.
El tic tac del reloj me distrajo de los pensamientos que llenaban mi mente, este lugar era más lúgubre de lo que pude haber imaginado.
Habían pinturas colgadas en las paredes de tapiz rojo y negro, con tintes dorados.
El gran reloj antiguo se encontraba en el pasillo principal y a pesar de que estaba a unos metros de distancia, aún así, podía escuchar los sonidos de sus agujas con cada segundo que pasaba.
El click de una puerta, me paralizó de repente. Me giré para ver a la persona con quién me vería está noche. Dos guardias abrieron ambas puertas y dieron paso a un hombre de apariencia elegante y sombría.
—Buenas noches, Leo.
Me costó hacer que mis pensamientos procesarán su saludo, pero cuando finalmente lo hice, él sonrió.
—Es un gusto conocerlo, señor…
No sabía su nombre aún, pero esperaba que pudiéramos presentarnos en esta reunión.
—No es necesario que sepas mi nombre.
—Pero…¿Cómo me dirigiré a usted?
—No necesitas hacerlo, lo único importante aquí, es que discutamos los términos del préstamo que acabo de hacerte. ¿Estás de acuerdo?
Si, lo único que importaba en este momento es que había evitado todo tipo de bancarrota que pudiera afectar mi prestigio. No podía perder mi participación en la naviera, y no iba a permitir que todo lo que había buscado en este tiempo desapareciera como si nada.
A pesar de que mis padres no pudieron lograrlo, sabía que su mayor deseo era que yo obtuviera la herencia de los Markopoulou.
Si no hubiera sido por culpa de Antón Markopoulou, hace mucho tiempo lo hubiera obtenido por medio de Esme, pero aún no era tarde para lograrlo.
Tal vez Esme ya no era mi solución, pero quitando el único obstáculo que tenía, podría llegar a obtener la presidencia de la compañía más grande de toda Grecia, y así, mi fortuna sería completamente inmensa, ya no tendría que preocuparme por pequeños gastos, todo por lo que mi madre y la abuela de Esme lucharon, estaría en las mejores manos que jamás pudieron haber imaginado.
Yo era el único que merecía la naviera por la que había soñado en todos estos años.
—Sí, creó que es hora de saber cuál será el costo por saldar mis deudas.
El hombre que solo se había mantenido observándome en silencio, se acercó a uno de los sofás que había en la habitación, y se sentó en él, para luego formar una sonrisa lobuna en su rostro que provocó un pequeño escalofrío en mi espina dorsal.
—Siéntate, y lee el contrato que está frente a ti.
Observe la carpeta y las páginas dentro, detalladamente estaba escrito cada una de las deudas que habían sido canceladas, la más principal, Nightmare, en donde Beatrice me había amenazado con matarme.
Ahora esa maldita perra ya no tendría como tenerme en sus manos. Cualquier cosa era mejor que deberle a esa mujer.
Terminé de revisarlo y al llegar a la última página, había un espacio para colocar mi firma; tomé la pluma y con tinta roja dibuje las palabras que sellaban el contrato. Al finalizar, uno de los guardias retiro los papeles y el hombre sentado frente a mí, extendió su mano.
—Fue un gusto hacer negocios con usted, señor Christakis.
Tomé su mano en un apretón y sentí el alivio por las deudas que había tenido hasta hace un momento.
—Le pagaré hasta el último centavo que dio por mí—dije soltando su apretón de manos.
—Eso espero, si no….
¿Qué les pareció el capítulo? Me gustaría leer lo que opinan de él.
Una vez más, gracias y que disfruten el resto de la semana.
Rakel Luvre gracias por tus reviews y me agrada que te guste la historia.
