EPÍLOGO
NEW YORK, NEW YORK
SEIS AÑOS DESPUÉS...
MADARA
Me puse de pie en el aula, en la universidad de Nueva York, contando los segundos, preguntándome por qué había aceptado ese trabajo.
—¿Alguna pregunta? —miré el reloj.
Algunos alumnos alzaron la mano.
—Solo voy a responder a tres preguntas. —Señalé a una joven de la primera fila—. Usted, ¿qué quiere saber?
—Mmm... —Se sonrojó—. Buenos días, profesor Uchiha. Me llamo...
—Su nombre no me importa. Diga su pregunta.
—Mmm... Han pasado ya dos semanas desde que comenzó el semestre y todavía no nos ha dado el programa...
La ignoré y señalé con el dedo al tipo con aspecto de deportista de la última fila.
—¿Y bien?
—Tampoco nos ha dicho qué libros vamos a necesitar...
—¿Hay alguien en esta clase que conozca la definición de la palabra «pregunta»? —Elegí al último universitario, un pelirrojo que se había sentado junto a la ventana—. ¿Sí?
—¿Es cierto que estamos obligados a seguir un turno para traerle el café todos los días?
Miré la taza que tenía encima del escritorio y la hoja donde aparecía el nombre del alumno que la había traído hoy.
—No es obligatorio —repuse, recogiendo la taza—. Pero si se olvida de traerme el café, me aseguraré de que toda la clase lo lamente.
Lanzaron un gemido colectivo y movieron la cabeza. Algunos de ellos todavía tenían la mano levantada, pero ya había sonado el timbre.
—Lean de la página 153 a la 260 para la próxima clase. Espero que entonces conozcan los pormenores de cada caso. La clase ha terminado.
Salí sin añadir nada más.
Cuando me metí en el coche, me di cuenta de que había recibido un correo electrónico.
Asunto: Cuarto de baño.
Gracias por enviarme esa nota tan poco apropiada con las flores de hoy. Todos mis compañeros de baile saben ahora que todavía tenemos que follar en el cuarto de baño nuevo.
¿Es que no te das cuenta de que eres ridículo?
Sakura.
Asunto: RE: Cuarto de baño.
De nada por las flores. Espero que te hayan gustado.
Y lo que te he enviado no era una nota, era una orden que debes acatar en las próximas horas.
¿Por qué no reconoces que te ha encantado?
Madara.
Podía imaginármela poniendo los ojos en blanco ante mi último mensaje mientras aceleraba el coche en dirección a la casa que compartíamos.
Aunque había pasado allí los últimos seis años, seguía intentando tolerar las cosas que una vez odiaba, cosas que me molestaban cada vez menos, pero todavía me quedaba un largo camino por recorrer.
Algunos recuerdos no pueden ser reemplazados...
Sin embargo, Sakura estaba completamente fascinada y cautivada por esta ciudad. Cuando no estaba de gira con la compañía de ballet, insistía en que conociéramos todos los restaurantes, teatros y atracciones turísticas posibles, tratando de conseguir que me enamorase de todo otra vez.
Aparqué delante de la casa de ladrillo rojo que acabábamos de adquirir en Brooklyn y subí los escalones.
—¿Sakura? —la llamé mientras abría la puerta—. ¿Estás aquí?
—Sí —respondió desde algún punto lejano—. Y no estoy en el cuarto de baño.
—Ya lo estarás. —Caminé por el pasillo y solo me detuve cuando la vi colgando otra fotografía en su despacho.
Las paredes estaban cubiertas de imágenes de ella de pie en el centro de un escenario, una imagen diferente por cada vez que había estrenado una producción.
—¿Va a ser necesario que dediquemos otra habitación a ti y a tus fotos? —pregunté—. Se está acabando el espacio.
—No, creo que esta es la última.
—¿Sigues pensando en retirarte a final de mes? —Me puse detrás de ella y la besé en el cuello—. ¿No has cambiado de idea?
—No voy a cambiar de idea. —Se dio la vuelta para mirarme—. Creo que ha llegado el momento de que me concentre en algo nuevo.
—¿Piensas convertirte en la versión femenina de Ashcroft y dedicarte a la enseñanza?
—No voy a ser tan mala —aseguró—Pero creo que necesito un descanso, como tú has dicho.
Asentí moviendo la cabeza. La había apoyado durante toda su carrera profesional, viajando con ella fuera del país cuando era necesario, contratando un masajista personal que estuviera a su entera disposición y haciendo un álbum con recortes de periódico de todos sus logros.
Sin embargo, me había dado cuenta recientemente de que había habido un cambio en su actitud: a pesar de que se sentía feliz en los ensayos y cuando me hablaba de las próximas producciones de la compañía, parecía más interesada en la vida alejada del ballet, por lo que le había sugerido que se tomara un descanso.
Todavía me costaba creer que en vez de descansar por un tiempo hubiera decidido retirarse.
—Me encantó bailar en Rusia —sonrió, señalando aquella imagen—. ¿Te acuerdas?
—Te voy a contar yo de lo que sí me acuerdo... —repuse, mientras continuaba saboreando su cuello al tiempo que le deslizaba la mano por debajo de la blusa.
Suspiró cuando le froté el pezón con el pulgar, mordisqueándole la piel. Pero de repente se apartó.
—De hecho, necesito que envíes una notificación por fax a la compañía, tengo que comunicárselo oficialmente antes de las cinco.
—Después de estrenar el cuarto de baño. —La cogí de la mano—. Todavía faltan cinco horas.
Hizo una mueca, pero cedió, y me siguió al baño. Abrí el grifo antes de quitarle la blusa por la cabeza.
—Si realmente estás segura de que quieres dejar la escena para dedicarte a la enseñanza, podremos pasar más tiempo juntos.
—¿Más tiempo para convencerme de abandonar Nueva York?
—En realidad, ya no tendríamos ninguna razón para quedarnos —argumenté mientras le pasaba los dedos por el pelo—. Si vas a enseñar, puedes mudarte a otro lugar.
—¿Y si no quiero enseñar? ¿Y si prefiero seguir bailando?
—Compraré abonos para la temporada. —Encerré su cara entre mis manos mientras arqueaba una ceja—. Jamás te he pedido que dejaras de bailar, Sakura... Solo te he sugerido que te tomaras un descanso. No has tenido ni una semana de vacaciones en más de seis años.
—Voy a tomarme un descanso...
—¿De más de dos días?
—De mucho más tiempo.
—¿Dos semanas?
—Va a durar por lo menos nueve meses.
—¿Qué? —retrocedí, sorprendido. Habíamos dejado de usar protección cuando empezamos a vivir juntos, pero utilizábamos otras medidas anticonceptivas—. ¿Qué significa eso, Sakura?
—Significa que vas a ser padre —dijo casi con un susurro—. Y creo que es razón suficiente para que nos quedemos...
Me quedé en silencio durante varios segundos, mientras ponía las palmas de las manos sobre su vientre plano.
—¿Te parece bien? —preguntó—. ¿O no querías? Mi intención era decírtelo esta mañana, pero tenías tanta prisa que...
La interrumpí con un beso y la acerqué, acariciándole la espalda desnuda.
—Me parece maravilloso. —La miré a los ojos—. Claro que quería.
—Te amo —murmuró contra mis labios, y respondí lo mismo.
Se apoyó en la puerta de la ducha casi sin aliento.
—¿Puedes enviar ahora el fax? Estaría bien que por una vez no terminara retrasándome al hacer algo porque no tienes ni pizca de control y estabas demasiado ocupado follándome.
—Sin duda, pienso enviar el fax... —le succioné el labio inferior al tiempo que le apretaba el culo—, después de inaugurar el cuarto de baño.
Trató de zafarse una última vez, pero la inmovilicé contra la pared y la besé hasta que se rindió, fundiéndose conmigo.
Me alejé mientras jadeaba en busca de aire y le coloqué la pierna alrededor de mi cintura para deslizarme en su interior centímetro a centímetro.
Me rodeó el cuello con los brazos cuando le elevé las caderas, sujetándola por los lados mientras la atraía hacia mí.
—Cuando volvamos de cenar... —susurré al tiempo que deslizaba una mano por su estómago para llegar a su clítoris y acariciarlo con el pulgar—. Voy a follarte hasta que no puedas más...
Gimió, arañándome la piel.
—Ahhh...
—Ahora que vas a retirarte, me voy a pasar el día dentro de ti...
—Madara...
Sentí que se tensaba. Subió la otra pierna alrededor de mi cintura y apretó la espalda contra los azulejos.
—Todos los días...
Sus músculos internos ciñeron mi polla con más fuerza mientras se estremecía contra mí. Así que la abracé con más fuerza y la observé mientras llegaba al clímax, mientras se rendía por completo.
Le mordí el labio inferior, estrechándola con fuerza cuando otro orgasmo la atravesó de pies a cabeza.
—Deja de luchar contra ello...
—No... No puedo...
—Sakura... —Ella me miró a los ojos cuando me corrí unos segundos después que ella, y los dos permanecimos entrelazados durante varios segundos mientras el agua de la ducha caía sobre nosotros.
—A veces te odio... —Susurró, haciendo un gesto para que le soltara las piernas.
—Yo también te amo. —La dejé en el suelo con suavidad.
Cogí una esponja y la pasé por su cuerpo, deteniéndome al llegar al estómago.
—¿Has ido ya al médico?
—No. —Sacudió la cabeza—. Solo he hecho un test. Iré mañana.
—Iremos mañana.
Parecía que iba a decir algo más, pero solo gimió cuando le presioné la esponja entre los muslos.
—Ven aquí... —dijo, agarrando otra esponja cuando terminé—. Deja que...
—No. —La detuve cogiéndola por la muñeca y le señalé el banco de la ducha—. Siéntate.
—¿Qué?
—Siéntate.
—¿Lo dices en serio? —Sakura cruzó los brazos y me miró con los ojos entrecerrados—. ¿No vas a dejar que te lave solo porque estoy embarazada? ¿Es eso?
—Sí. —Me pasé la esponja por el pecho—. Es eso exactamente.
—Madara... —suspiró.
—No puedo perder otro. —La miré a los ojos—. Así que no quiero que hagas nada, nada en absoluto.
Asintió lentamente, dio un paso atrás y se sentó en el banco, manteniendo los ojos clavados en mí.
Cuando terminé, cerré el grifo y la envolví en una toalla antes de llevarla de la mano al dormitorio.
—¿Tengo que enviar también la portadilla? —pregunté.
—No, pero ya que estás tan complaciente, me gustaría que no fuéramos a la cena que hay esta noche de la facultad.
—Ni hablar. —Puso los ojos en blanco mientras apartaba la primera página—. Tienes mucho tiempo para prepararte. Ahora vuelvo.
Haciendo caso omiso a sus profundos suspiros, salí de la habitación para ir al despacho que tenía en casa. También esa habitación tenía las paredes cubiertas con fotos de ella bailando. Y, para mi disgusto, había puesto una imagen en la que estábamos besándonos justo encima del escritorio, una imagen que siempre aparecía allí sin importar las veces que la sustituyera por otra de mi título de abogado.
Encendí el fax y saqué la bandeja, aunque me detuve un momento a leer su nota.
«Estimados señor Ashcroft, personal de la CBNY y cuerpo de baile:
Escribo esta carta para presentar mi renuncia oficial como primera bailarina de la compañía. Como hemos comentado con anterioridad, me gustaría asumir un papel educativo durante al menos dos años para poder desarrollar algunos sueños personales. Tengo intención de regresar a los escenarios cuando sea el momento adecuado, pero en el instante actual debo hacer lo que considero mejor para mí y mi futura familia.
Sakura Haruno».
.
.
.
SAKURA
Me ajusté el cinturón de seguridad y miré a Madara.
—¿Cuánto tiempo tienes pensado que nos quedemos en el evento esta noche?
—Hasta que acabe.
Hice una mueca, recordando la última y aburrida cena a la que había asistido en la facultad. La mitad de los galardonados se habían dormido una hora después de empezar la ceremonia.
—¿Estás nominado para un premio o algo así? —pregunté.
—¿Qué te hace pensar que a alguien se le ocurriría nominarme para un premio?
—Bueno, viendo que te las has arreglado para recibir el premio «Al mejor profesor del año» tres veces seguidas, he llegado a la conclusión de que todo es posible.
—No. —Sonrió—. El banquete para el mejor profesor del año es la semana que viene.
—¿Qué se celebra esta noche?
—¿Importa? —Me puso la mano en el muslo y empezó a frotarlo con suavidad—. Quiero que estés aquí conmigo. ¿Cuándo tienes pensado decirles a tus padres que estás embarazada?
—Mañana... ¿Quieres decírselo a alguien?
Permaneció en silencio durante unos minutos.
—A Karin...
—¿A Karin? —Me reí—. ¿En serio?
—En serio —confirmó—. Es una buena amiga.
No lo podía negar. A pesar de que hacía tiempo había estado totalmente colgada por él, había sido un gran apoyo para nosotros desde que empezamos a vivir juntos en Nueva York. Nos llamaba al menos una vez al mes para saludarnos, pero también para pedirle consejos sobre hombres. Incluso me preguntaba a mí algunas veces.
Me miró mientras conducía el coche al interior del aparcamiento.
—Hace meses que dejaste de tomar la píldora, ¿verdad?
Asentí.
—¿Por qué?
—Porque tienes más ganas de tener un hijo de lo que quieres admitir.
—Te he dicho muchas veces que quería que tuvieras tu carrera, que consiguieras lo que querías antes de nada.
—Ya lo he hecho —repliqué mientras aparcaba.
Me cogió la cara entre las manos y me miró fijamente a los ojos durante un buen rato. Cuando abrió la boca para decir algo, sonó un golpecito en el cristal de la ventanilla.
El aparcacoches.
Suspiró y se alejó. Entregó las llaves a un joven vestido con un esmoquin blanco mientras dejaba que otro chico me ayudara a salir del vehículo.
—Deseamos que lo pasen bien —dijeron al unísono.
Madara me enlazó por la cintura y recorrimos una pasarela adornada con brillantes luces. Cuando nos acercamos a la entrada de vidrio del restaurante, uno de los presentes nos saludó con la mano.
—Buenas noches, señor Uchiha —dijo al tiempo que abría la puerta—. Señorita Haruno...
—Buenas noches —respondí, preguntándome cómo sabía mi nombre.
Noté que Madara me besaba el pelo mientras entrábamos en una estancia poco iluminada donde los presentes estaban sentados ante mesas cubiertas con manteles blancos.
Me condujo hasta un lugar junto a las ventanas y retiró mi silla. Miré a mi alrededor, sin apreciar ninguno de los detalles habituales en una de las soporíferas cenas de la facultad. No había ninguna cara familiar ni tampoco ninguna mención a que se trataba de una cena de la universidad de Nueva York en el menú del restaurante.
Me volví hacia Madara para preguntarle qué estaba pasando y vi que había dejado una pequeña cajita negra en el centro de la mesa.
—Iba a esperar hasta después de la cena... —me cogió las dos manos, haciendo que se me detuviera el corazón—, pero...
Respire hondo varias veces al notar que a mi alrededor todo se volvía borroso.
—Pero ¿qué?
—Quiero que lo tengas ahora. Creo que he sido muy paciente con respecto a este tema, así que...
—Sí. —Hice que me soltara las manos—. Mi respuesta es sí. ¿Puedo abrirla?
Sonrió.
—Por supuesto.
Respiré hondo una última vez antes de levantar la tapa de la cajita. Antes de sacar...
—¿Unos pendientes? —pregunté, tratando de sonreír mientras miraba los preciosos pendientes de diamantes en forma de zapatillas de ballet.
—Sí. —Asintió con la cabeza, sonriendo—. Hace algunas semanas mencionaste que querías unos así, así que después de saber lo del bebé he pensado que...
Desconecté de sus palabras y miré las joyas.
—¿No te gustan? —Me levantó la barbilla.
—Sí, pero... había pensado que... —Se me llenaron los ojos de lágrimas—. Sí... Sí, me gustan mucho, Madara.
Arqueó una ceja.
—Si te gustan, ¿por qué estás a punto de llorar?
—No lo estoy... —Me levanté—. ¿Me disculpas un minuto?
No esperé su respuesta. Me acerqué a un camarero para preguntarle dónde estaba el cuarto de baño.
Corrí en esa dirección tan rápido como pude. Una vez dentro, comprobé todos los urinarios antes de empezar a gritar.
—¿En serio? —aullé. Luego permití que las lágrimas reprimidas recorrieran mis mejillas.
Debería haberlo supuesto... Negué con la cabeza; sabía que no iba a ser capaz de terminarme la cena sin demostrar mis emociones. Al momento, saqué el móvil para escribirle un mensaje, pero... él apareció en la puerta en ese instante.
—Estamos en el cuarto de baño de mujeres —advertí—. Vete. Ya.
—¿Para que puedas enviarme un correo electrónico? —sonrió.
—Sí. Así podré enviarte un correo. —Di un paso atrás—. Tengo claro lo que quiero decirte, así que si me dejas sola...
—¿Por qué estás llorando, Sakura? —Avanzó hacia mí, haciendo que yo retrocediera hasta quedar apretada contra la pared—. ¿Es por algo que te he dicho?
—Estoy embarazada de ti, Madara. Vamos a ser padres...
—Lo sé. —Miró mi vientre antes de secarme las lágrimas de los ojos—. Aunque estoy seguro de que aún no deberías sentirte afectada por las hormonas. Todavía estás de pocas semanas.
—¿Vas a proponérmelo alguna vez? —No pude reprimir más la pregunta—. Llevamos seis años juntos...
—No creía que tuviera un plazo.
—Has dicho que cuando tuviera mi carrera encarrilada y... —suspiré mientras me secaba nuevas lágrimas—. Solo quiero que respondas sí o no, así no volveré a hacerme ilusiones de nuevo. Si no piensas casarte nunca conmigo por culpa del pasado, porque crees que voy a hacerte daño, como Mei, o simplemente porque no quieres comprometerte conmigo a largo plazo, solo quiero que me lo digas ya, para poder...
Dejé de hablar al sentir que me ponía un anillo en el dedo.
—Solo tenías que esperar veinte minutos más. —Me besó en la frente y bajé la mirada a mi mano. La subí hasta mi cara con un jadeo.
Era un anillo de corte princesa con pequeños zafiros azules rodeando la banda de platino. Y alrededor del lugar donde estaba la piedra preciosa más grande, el diseño incluía una línea de pequeñas M&S entrelazadas.
Miré cómo brillaba bajo la luz en estado de shock.
—¿Ibas a proponérmelo aquí?
—No. —Me besó los labios—. En la terraza.
Me quedé en silencio.
—¿Te ibas a poner de rodillas? —Me resbaló otra lágrima por las mejillas.
Asintió.
—¿Delante de la gente?
Volvió a mover la cabeza, asintiendo.
—¿Puedes hacerlo igual?
—¿Por qué quieres que lo haga?
—Para poder recordarlo.
—Ya has dicho que sí.
—Lo sé, pero puedo quitarme el anillo durante un rato para oír lo que ibas a decir. —Lo giré en mi dedo, pero él me detuvo.
—Si te lo quitas, supondré que estás diciendo que no... —Me miró—. Pero sé que jamás me lo perdonarás si no te lo digo, así que voy a hacerlo para que podamos recordarlo. —Me cogió de la mano y me guio fuera del cuarto de baño hasta unas escaleras.
Abrió las puertas que teníamos delante y atravesamos la terraza al aire libre, donde los clientes estaban sentados bajo un toldo blanco. Nos acercamos a una plataforma más adelante y me puso su chaqueta sobre los hombros antes de colocar las manos en mi cintura para sentarme encima de una roca fría.
Después de mirar por encima del hombro a los comensales que estaban observándonos con recelo, apoyó una rodilla en el suelo.
—¿Prefieres la versión censurada o la no censurada? —preguntó mirándome a los ojos.
—La no censurada.
—Vale. —Me cogió la mano derecha y la sostuvo con la suya—. Sakura... Nuestra relación empezó con una mentira, con una jodida mentira, pero por alguna extraña razón, no puedo dejar de alegrarme de que fuera así.
Hizo una pausa.
—Durante los seis últimos años, hemos encontrado nuestro propio camino hacia la verdad, y por mucho que duela a veces, reconozco que ha valido la pena.
Me sonrojé al notar que la gente a su espalda se quedaba callada, casi como si intentara escuchar lo que estaba diciendo.
—Llevo años queriendo proponértelo, pero no quería que te distrajeras, sino que te concentraras en tu carrera, así que compré el anillo y decidí esperar hasta que hubieras logrado todo lo que querías, hasta que por fin pudiéramos estar juntos más tiempo.
—Ohhh... —murmuró una mujer, levantándose y poniéndose una mano sobre el corazón.
—A pesar de que eres capaz de sacarme de mis casillas como ninguna otra y que continúas empujándome fuera de mi zona de confort..., no existe nadie con quien quiera estar más que contigo, y no hay nada que me gustaría más que seguir follándote durante el resto de mi vida.
Se oyó un jadeo colectivo, como si la gente estuviera preguntándose qué acababa de decir.
—Entonces... —acarició el anillo con el pulgar—, ¿quieres casarte conmigo?
Asentí con la cabeza, notando que me caían más lágrimas cuando él se incorporó y me estrechó entre sus brazos.
—¿De verdad tenías que decir la última frase? —susurré mientras me rozaba la boca con la suya.
—Sí. —Hundió la lengua entre mis labios—. Quiero que seas muy consciente de que, nos casemos o no, sigo siendo el mismo Madara.
—O Indra...
—No, Madara. —Volvió a besarme, esta vez con más pasión—. Indra se enamoró de la mujer equivocada. Madara, no. .
.
.
.
Me di la vuelta lentamente sobre Madara, sintiéndome débil tras haber alcanzado una vez más el orgasmo.
—Hola...
—Hola. —Me pasó las manos por la espalda desnuda y me besó en los labios.
—Me debes una cena... —susurré—. Una que hagas tú, no que hayas encargado.
—¿De verdad piensas que voy a levantarme ahora para hacerte la cena?
—Creo que vas a hacer lo que yo quiera durante los próximos meses. —Sonreí, sabiendo que era cierto. De hecho, estaba segura—. ¿Prefieres un niño o una niña?
—Me da igual. —Movió la cabeza—. No me importa. ¿Y tú?
—Yo prefiero una niña.
—¿Por qué?
—Siempre he querido tener una hija —confesé—. Para ser mejor madre de lo que fueron mis padres, ¿sabes?
—Por lo tanto, ¿llorarás si al final es un niño?
—Solo lloraré si acaba pareciéndose a ti.
Riéndose, se sentó y me hizo levantarme de la cama con él. Se puso unos pantalones de chándal y me ayudó a ponerme un camisón. Luego me cogió de la mano para ir a la cocina, donde me indicó que me sentara en uno de los taburetes que había junto a la barra.
Me apoyé en la encimera mientras nos dejábamos llevar por lo que se había convertido en una rutina desde que empezamos a vivir juntos. A pesar de lo que había dicho antes, Madara cocinaba para mí cuando se lo pedía. Por supuesto, después tenía que pagar un precio..., pero era algo a lo que estaba más que dispuesta.
Cuando el calendario de la compañía se descontrolaba y solo me quedaban cinco horas entre una actuación y el siguiente ensayo, siempre tenía la cena esperándome. Y cada noche de estreno me había enviado detrás del escenario un aperitivo con un ramo de flores por si quería picar algo.
—Y si es una niña —inquirió, al tiempo que ponía una ensalada de pollo delante de mí—, ¿se te ha ocurrido algún nombre?
—Aubrey, pero con i en vez de con ey, ¿entiendes?
Puso los ojos en blanco.
—No puede ser.
—Estaba de broma. —Cogí una fresa del plato—. Me gusta Autumn...
—¿Autumn? ¿Otoño en inglés? ¿Por alguna razón en especial?
—Es la estación favorita de los dos —expliqué—. Me enamoré de ti en otoño, y fue cuando tú te enamoraste de mí.
—Yo me enamoré de ti en invierno.
—No. Te diste cuenta en invierno, pero en otoño ya me amabas.
—Estoy seguro de que no fue así. —Me sirvió un vaso de zumo antes de sentarse a mi lado—. Quiero preguntarte algo.
—¿Desde cuándo me pides permiso para hacerme preguntas?
Me sujetó la barbilla y me hizo girar la cabeza para mirarlo.
—¿Quieres que celebremos una boda?
Asentí moviendo la cabeza mientras pasaba el dedo por el anillo una vez más.
—¿Antes o después de tener el bebé?
—Antes.
UN PAR DE MESES DESPUÉS...
MADARA
No sabía por qué Sakura había elegido un viñedo en el interior del estado de Nueva York para celebrar la boda, pero había insistido mucho. Habíamos recorrido el lugar por lo menos veinte veces y, en cada ocasión, se había enamorado al ver los exuberantes viñedos, las pequeñas casitas blancas en la distancia y los enormes árboles que daban sombra a la zona en la que nos convertiríamos en marido y mujer.
Además, una de las mayores ventajas de casarse allí era que había barra libre de vino.
—¿Madara? —me llamó una voz masculina desde atrás mientras me llevaba una copa a los labios.
Me di la vuelta para encontrarme al padre de Sakura.
—¿Gobernador Haruno?
—Oh..., qué bien suena eso, ¿verdad?
No respondí.
Suspiró antes de coger una copa de vino.
—Nunca pensé que llegaría este día. Jamás imaginé que mi Sakura se casaría. —Bebió un sorbo—. Con su antiguo jefe, nada menos.
Tampoco dije nada.
—Le llevas a Sakura unos diez años... —Por fin, algo que merecía una respuesta.
—Sí. ¿Está insinuando algo?
—No, en absoluto —repuso—. Está claro que estáis muy enamorados... Tienes que estar loco por ella para acompañarla en esas giras por el extranjero y asistir a cada función sin quedarte dormido.
—Eso es lo que se conoce como apoyar.
—Lo sé... No es que me importe demasiado, pero me gustaría saberlo. ¿Manteníais ya una relación cuando era tu pasante en USU o realmente os volvisteis a encontrar en Nueva York después de que dejara el bufete?
—Señor Haruno... —Dejé la copa sobre la mesa, cansado de confirmar la historia que Sakura se había inventado hacía años—. Dado que me lo ha pedido tan amablemente, se lo voy a decir una sola vez. Su hija y yo estábamos...
—¡Oh! ¡Aquí estás! —Su esposa se acercó y lo cogió de la mano—. Estaba buscándote. ¿Presionando al novio el gran día?
—Bueno, no diría que estaba acosándolo —protestó—, solo estaba haciéndole algunas preguntas.
—¿Sí? —Nos miró a uno y a otro—. ¿Qué clase de preguntas?
—Quiere saber si me acosté con su hija cuando ella era mi pasante.
La señora Haruno abrió la boca al tiempo que se llevaba la mano al pecho, luego miró a su marido.
—¿En serio? Creo que eso de ser gobernador se te ha subido a la cabeza. Está claro que alguien como Madara nunca haría algo así.
—En efecto. —Sonreí mientras asentía—. Es una regla que nunca se debe romper, ¿verdad? ¿Cómo iba a acostarme con una pasante? Y una pasante que todavía no se había licenciado...
Él no dijo nada.
—¿Ves? —Su esposa lo besó en la mejilla y luego se dio la vuelta para abrazarme—. Después de que nazca el bebé, quizá puedas convencerla para que retome su carrera de abogada. Entonces, podríais ser como nosotros.
Reprimí un comentario mientras le devolvía el abrazo.
Antes de que aquella animada conversación llegara más lejos, la organizadora de la boda se acercó con una carpeta.
—La novia ya está preparada —anunció, sonriente—. Ha llegado la hora.
El señor Haruno me miró una última vez y luego, lentamente, me tendió la mano.
—Para ella lo eres todo, nunca la había visto tan feliz. Gracias...
Su mujer me abrazó una última vez antes de que los dos se alejaran.
Me parecía bastante irónico que él hubiera visto a Sakura recientemente, porque yo no la había visto desde hacía tres días. El último fin de semana había sido su despedida de soltera y afirmó que necesitaba ocuparse de algunos detalles de la boda por su cuenta.
Mientras recorría el camino de pétalos que llevaba al altar, observé la pequeña multitud: los padres de Sakura, algunos compañeros míos de trabajo, Sarutobi y Uzumaki, y los miembros del cuerpo de baile de la compañía.
No había invitado a nadie de mi familia. No tenía sentido pedirles que vinieran o fingir que manteníamos algún tipo de relación.
—¿Por qué has tardado tanto? —siseó Karin cuando ocupé mi lugar junto a ella—. Ya te he dicho que se supone que este es el día más feliz de tu vida.
—Te dije que podías usar un vestido —recriminé, mirando el esmoquin a medida que vestía.
—Cuando acepté el papel de padrino, fue con todas las consecuencias. Ya sabes, tengo que hacerlo lo mejor posible.
—Llevas el pelo rizado.
—Sí, es que... —Se ruborizó—. A mi novio le encanta que lleve el pelo así, sobre todo cuando estamos en la cama, porque le gusta que...
—Karin... —No pude evitar hacer una mueca, pero luego me eché a reír—. Gracias por estar aquí.
—Es un placer. —Me abrazó—. Me siento muy feliz por ti y por Sakura. Ya iba siendo hora de que os casarais.
No tuve oportunidad de responder. La pequeña orquesta que había a la derecha comenzó a tocar y la gente se puso de pie.
Sakura apareció sola, tal y como quería, y clavó los ojos en mí cuando avanzó por el pasillo.
Todo el mundo empezó a murmurar a la vez lo preciosa que estaba. Sinceramente, no pude apartar la vista.
Se había recogido el pelo a un lado, dejando que algunos rizos le cayeran sobre el hombro, la espalda y la parte superior del pecho. Llevaba un velo muy fino del que colgaban algunas plumas blancas, a juego con el espectacular vestido; era un diseño sin tirantes que, aunque ceñía perfectamente sus caderas, ocultaba cualquier rastro de barriga. Estaba bordado con cristales que hacían brillar cada centímetro de la tela. Y la larga cola se extendía por el pasillo.
Cuando se acercó, le sequé los ojos con los dedos.
—Deja de llorar —susurré, cogiéndola de la mano.
Asintió, pero las lágrimas siguieron cayendo por sus mejillas.
La gente tomó asiento y el pastor comenzó a leer las escrituras.
—Los novios han optado por una ceremonia breve y sencilla —anunció el hombre, reprimiendo una risa—. Sus palabras exactas creo que fueron: «Cásenos y luego celebraremos la recepción. Solo pensamos pagarle una hora».
Los invitados se rieron, y yo deslicé el brazo alrededor de la cintura de Sakura para acercarla más a mí.
—Creo que esa es una indirecta. —El pastor se rio con más fuerza. Luego se aclaró la garganta, susurró que la tenía que soltar, aunque no le hice caso y besé a Sakura—. ¿Señor Uchiha? —volvió a aclararse la voz.
Me alejé renuentemente de los labios de Sakura.
—Le dijimos que nada de discursos —dije—. Así que sáltese la parte de «Pronuncien conmigo».
Entonces, volví a besar a Sakura una vez más, ignorando todo lo que nos rodeaba para susurrarle entre jadeos que siempre sería mía. .
.
.
.
UNOS AÑOS DESPUÉS...
SAKURA
Nuestra hija de tres años, Autumn, adora a Madara. Lo sigue a todas partes cuando está en casa, negándose a que la acueste otra persona. Cuando se despierta tarde, viene a nuestra habitación solo para asegurarse de que se encuentra allí.
Salvo su pelo rosáceo, ha heredado todo lo demás de su padre: sus penetrantes ojos negros, su sonrisa y, por desgracia, su personalidad.
También es adicta a las Pop-Tarts, concretamente a las de café.
—Ni hablar, Autumn. —Cruzo los brazos mientras la miro empujar su taburete de plástico por el suelo de la cocina—. Has tomado dos en el postre, no puedes tomar otra hasta mañana por la mañana.
Se detiene un momento, casi parece como si estuviera atendiéndome, pero luego sigue empujando el taburete.
—Autumn... —Me planto delante de ella mientras abre una alacena—. Mañana por la mañana.
—Papi dice...
—Da igual lo que haya dicho papá. Yo he dicho que no.
Con un gemido, sale corriendo de la habitación.
Suspiro y me pongo a contar en silencio.
En cinco... Cuatro... Tres... Dos...
Madara entra en la cocina llevándola de la mano. Sin mirarme siquiera, la sienta en la encimera y abre un paquete de Pop-Tarts para darle una.
—¡Gracias! —chilla ella mientras la deja en el suelo. Luego, como si quisiera suavizar la traición, parte la tarta a la mitad y me entrega un trozo.
—Quiero compartirlo contigo, mamá —me dice, mirándome a los ojos—. ¿Te apetece?
Reprimo la tentación de poner los ojos en blanco mientras acepto su ofrenda de paz.
—Gracias, Autumn.
—De nada. —Le da un pedazo todavía más grande a Madara y luego se aleja corriendo.
—Madara —lo llamo, respirando hondo—. Tenemos que hablar.
—¿Por una jodida Pop-Tart?
—No se trata de las Pop-Tart. Es por tu continua incapacidad para negarle algo a una niña de tres años. Si yo le digo que no a algo, recurre a ti de manera inmediata. Y en vez de ponerte de mi lado, le dices que sí.
—Entonces, quizá deberías empezar a decir que sí.
Lo miro con los ojos entrecerrados y me acerco más.
—Si sigues así, se va a convertir en una malcriada. No es necesario que digas que no todo el tiempo, pero no te morirías si lo dijeras un par de veces.
—En realidad sí. —Me apresa entre sus brazos y me besa hasta hacerme perder el aliento—. No quiero hacerla llorar. Nunca.
Jadeo mientras me frota la espalda.
—Solo pide chuches de vez en cuando —se justifica—. Y no pide mucho más.
Es cierto. Además de en su creciente colección de muñecas, últimamente ha concentrado su atención en el estudio vacío que Madara ha mandado construir en nuestro hogar.
Empieza a mostrar un poco de interés en el ballet: me mira ensayar los fines de semana, se ríe cuando le enseño los tutús, e incluso me imita poniendo las manos por encima de la cabeza de vez en cuando.
—Papá, ¿puedes arroparme? —Autumn regresa a la cocina y mira a Madara todavía masticando la Pop-Tart.
—Claro —acepta, apretándome la mano.
La seguimos a su brillante habitación amarilla y, como de costumbre, esperamos a que elija un libro del estante.
Hoy le toca a La cenicienta, y, para mi sorpresa, me lo entrega a mí.
—Quiero que lo lea mamá.
Sonriente, espero a que Madara la meta debajo de las sábanas y la arrope. Luego, nos sentamos en el borde de la cama para turnarnos para leerle el libro hasta que se duerma.
—Ni siquiera ha aguantado hasta la parte en que dan las doce. —Me besa la frente.
—¿Estás protestando?
—No, estoy sorprendido. Es probable que se haya dormido aburrida por tu tono monótono. —Tira de mí y apaga las luces—. Cuando leo yo, se mantiene despierta hasta la última página.
—¿Quieres que te mande al sofá esta noche?
—Solo si pones tu coño sobre mi cara.
—No lo pienso hacer. —Lo sigo hasta nuestro dormitorio y me meto en la cama—. Tendrás suerte si dejo que me beses esta noche.
Se desliza a mi lado y me abraza para echar por tierra mi farol mientras me besa una y otra vez.
—¿Cuándo fue la última vez que tuvimos sexo? —susurro contra sus labios.
—Esta mañana, en la ducha. —Desliza una mano entre mis piernas para frotarme el clítoris con suavidad—. ¿No te acuerdas?
—Sí... —Gimo por lo bajo mientras me muerde el labio inferior, haciéndome rodar encima de él.
—¿Seguro? —Me besa el cuello—. Podemos follar de nuevo para que te acuerdes.
—Ohhh... —Siento cómo su polla se endurece debajo de mí, sus manos en mis nalgas mientras continúa besándome la piel—. Madara...
Levanto la cabeza y lo beso en los labios al tiempo que le paso los dedos por el pelo. Cuando empieza a desabrocharme el sujetador, un sonido familiar nos interrumpe.
Es el golpeteo de unos pies diminutos por el parqué del pasillo. Con un suspiro, Madara me besa en la frente y me pone a un lado.
—Tengo miedo... —dice Autumn entrando en la habitación. Se acerca al lado de Madara y le tiende las manos—. ¿Puedo dormir aquí?
—Sí. —La coge de inmediato y la pone entre nosotros, arropándola una vez más. Extiende el brazo para cogerme la mano y me la acaricia, prometiéndome en silencio que terminaremos por la mañana.
—¿Cuánto tiempo crees que seguirá haciendo esto? —me susurra un poco más tarde—. Ya empieza a pasar dos veces por semana.
—¿Te molesta?
—No demasiado.
—Bien. —Me siento y me inclino sobre Autumn para besarla antes de acomodar la cabeza sobre mi almohada—. Porque estoy segura de que va a seguir pasando hasta que aprendas a decirle que no.
FIN
