Aviso: Secuela del fic Life Unexpected. Los personajes y todo lo que reconozcan pertenece a JK Rowling.
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34. El peor recuerdo de Snape
La sala común de Gryffindor había sido un lugar pesado y gris durante el último par de semanas. Los vientos de optimismo que había renovado el ED se habían marchado con su inevitable fin, llevándolos de regreso al punto gélido en el que habían empezado el año. Por meses, Harry había estado seguro de que nada podía ser peor que volver a enfrentarse a lo ocurrido en septiembre, cuando todos parecían temerle, odiarlo o un poco de ambas. Ninguna situación sería tan mala como ser llamado mentiroso y acusado de inventarse la peor noche de toda su vida.
Y, de alguna forma, aquello estaba siendo casi tan terrible. Había subestimado lo demoledor que podía resultar ver como se despedazaba frente a sus ojos algo que había puesto tanto esfuerzo en construir, un lugar que había significado tanto para él y para sus amigos y compañeros. No se imaginó que sería tan duro.
Peor que tener esperanza, fue tenerla y que se la hubiera arrebatado.
Tomó una profunda respiración, sintiéndose asfixiado. En cualquier otro momento, no lo habría pensado dos veces para marcharse a dar una vuelta, al menos, hasta que fuera la hora de cenar. Por desgracia, si salía esa noche sería para ir al último lugar en el que deseaba estar.
Saber que no tenía opción no hizo nada para mejorar su humor.
—Yo… tengo que irme ya —dijo, girándose para verla—. Lo más seguro es que Snape esté esperándome.
Hannah, que había estado fingiendo leer un libro, tomó un suspiro profundo y levantó la cabeza. Su expresión apagada y resignada hizo que el corazón de Harry se saltara un latido. Estaba sentada en la otra esquina del sofá frente a la chimenea, con las piernas estiradas sobre los cojines, lo suficiente para tocarlo sin tener que acercarse del todo. Era su forma de buscar apoyo y compañía, aunque sin ceder demasiado.
—Sí, está bien —murmuró, cerrando su libro—. Iré al dormitorio a esperar que sea hora de bajar.
—Puedes quedarte aquí —se apresuró a asegurarle Harry.
—Estoy segura de que nadie apreciará eso —respondió ella, dedicándole una mirada significativa.
Miró por encima de sus cabezas, echando un vistazo rápido a la sala común antes de volver a encogerse en sí misma. Harry suspiró y se pasó una mano por el cabello, nervioso.
A pesar de que hacía su mayor esfuerzo por aparentar lo contrario, podía sentir las miradas furtivas y acusatorias de sus compañeros desviándose hacia ellos cada pocos segundos, aunque no fuera el chico el destinatario directo.
Si estaban ahí, era solo porque él insistía en que esconderse no serviría de nada. Y lo mantenía, pero también comprendía por qué era difícil para ella.
—Hannah…
—Tienes que marcharte, o se te hará tarde.
—Nadie te culpa por lo que pasó, ya te lo dije —susurró, tan bajo para que solo ella lo escuchara—. Todos saben que no fuiste tú.
Esa parte era verdad. Aunque en un primer momento, la ausencia de Hannah había sido en extremo acusatoria la verdad sobre cómo los habían descubierto no tardó en salir a la luz. Sin embargo, el hecho de que no estuviera allí justo cuando Umbridge había aparecido, era algo que sus compañeros no estaban dispuestos a ignorar, no después de todo lo que habían visto esos últimos meses.
Por supuesto, todo era culpa del idiota de Malfoy.
—Da igual, ¿no? —dijo Hannah, esbozando una sonrisa amarga que no le llegó a los ojos—. No ponen en duda que fácilmente podría haber sido yo la soplona.
—No lo habrías hecho —atajó el chico, sin un segundo de duda—. Yo sé que no.
Hannah apretó las mandíbulas y apartó la mirada, aunque eso no impidió que él notara sus ojos llorosos.
Estaba siendo sincero. No había puesto en duda su lealtad ni una vez, ni siquiera cuando no apareció hasta bien entrada la noche, luego de que todo el drama hubiera ocurrido. Él supo, desde el primer segundo, que Malfoy debía haber hecho de las suyas para protegerla, y, en otras circunstancias, Harry podía habérselo agradecido. Solo si eso no hubiera significado que ahora toda su casa se hubiera puesto en contra de Hannah.
Por supuesto, él había sido muy estúpido para prevenirlo.
Harry le echó un vistazo al reloj y resopló con irritación. En serio tenía que irse, pero detestaba dejarla sola en ese estado. Las cosas seguían sin volver a normalidad entre ellos, pero él se había asegurado de mantenerse a su lado durante esos últimos días; era su forma de dejarle saber a todos que le creía y que estaba de su lado. Aunque no había hecho mucha diferencia, quería creer que podía haber sido peor.
Tomó su mano y le dio un apretón tranquilizador.
—¿Estarás bien?
—Bueno, no puedo meterme en más problemas de los que ya tengo —respondió la chica, sonriendo con ironía. Respiró hondo y se enderezó, tratando de aparentar fortaleza—. Anda, sé te hará tarde.
—Como si estuviera muriéndome por ir —gruñó Harry, poniéndose de pie con toda la lentitud del mundo—. Quizás pueda pedirle a Fred y a George uno de sus caramelos para la fiebre y…
—Dudo mucho que a Snape le importe que alcances los cuarenta grados de temperatura y no te puedas mover —bromeó ella, apuntando hacia la puerta con la cabeza—. Por favor, ve. Será peor si no lo haces.
Contra esa lógica, por desgracia, Harry no tenía nada que replicar.
Si la sala común era un área hostil, el resto del castillo no tenía nada que envidiarle.
La pesadez en el aire que lo había envuelto todo durante esas últimas semanas cayó sobre sus hombros apenas se adentró en los pasillos. Estaba seguro de que una nube negra se había posado sobre su cabeza, siguiéndolo a cada paso que daba. Caminaba con cautela, inseguro de casi todo a su alrededor; de hacer o decir algo que pudiera poner en peligro la frágil sensación de seguridad que todavía permanecía en la escuela.
Cada día que Dumbledore permanecía lejos, esta se debilitaba un poco más.
El director no había sido, para nada, tan atento y cálido con él como el año anterior, pero su presencia seguía siendo una garantía de tranquilidad y protección que habían perdido cuando el hombre se había entregado por ellos. Había sido su último intento de mantenerlos a salvo antes de marcharse.
Harry tragó saliva, sintiendo como la culpa le revolvía el estómago. No importaba que todos intentaran hacerlo sentir mejor, nada podía quitarle de la cabeza que todo había pasado por él. Por sus tonterías.
No tenía idea de dónde estaba el director, pero sus padres le habían asegurado —en repetidas ocasiones ya—, que estaba bien.
De momento, era lo único a lo que podía aferrarse.
Una oleada imposible de frustración se adueñó de él cuando estuvo parado frente a la oficina de Snape. Cerró los ojos y se tomó un momento para respirar profundo, tratando de retrasar el momento de entrar a su peor momento del día.
Como si no tuviera suficiente con lo que lidiar, todavía tenía que enfrentarse a las inútiles clases con Snape, que no servían de nada más que para humillarlo y hacerlo exponer los peores momentos de su vida. Esos en los que no habría vuelto a pensar por decisión propia.
Hizo una mueca de dolor al imaginar lo que estaba por enfrentar, por enésima vez. Sabía que Snape lo hacía para torturarlo, era la única razón por la que estaba interesado en que siguiera yendo a su oficina. Sin embargo, seguía sin entender por qué James y Lily seguían insistiendo en que debía ir, sin darle más explicación que un absurdo: es por tu seguridad.
Esa respuesta solo lo llenaba más de enfado y resentimiento.
—Ya llegué —anunció, de mala gana. Volvió a respirar y tocó la puerta—. Ya…
Cerró la boca de golpe al encontrarla abierta, cosa que nunca ocurría. Frunció el ceño y se atrevió a entrar, algo vacilante.
—Eh… ¿Profesor? —llamó, pasando la mirada por el lugar, esperando encontrar a Snape—. ¿Está aquí?
No hubo respuesta. El lugar estaba vacío.
Una parte optimista de él quiso pensar que la clase estaba cancelada y podía regresar a su dormitorio, pero otra, la más realista, le recordó que no tenía tanta suerte. Las cosas de Snape seguían sobre el escritorio, así que supuso que debía haber salido.
Estaba por sentarse a esperar cuando algo llamó su atención. Era el caldero donde el profesor guardaba sus recuerdos antes de iniciar las clases.
Harry parpadeó varias veces, pensando en todas las veces que lo había visto sustraerlo antes de depositarlos ahí. No podía evitar preguntarse qué secretos guardaba Snape que no deseaba que nadie viera, qué lo avergonzaba tanto para temerle a que Harry pudiera enterarse.
Se mordió el labio, tratando de pelear contra el pinchazo de curiosidad que sentía en la piel. Al final, se encogió de hombros y terminó por acercarse.
A diferencia de Hannah, él siempre encontraba la forma de meterse en más problemas.
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Kilómetros lejos de Hogwarts, en Londres, Sirius estaba teniendo un día mucho más agradable que su ahijado.
De hecho, esas últimas semanas habían sido las mejores que había vivido en casi medio año.
—¿Crees que podamos volver al trabajo? —le preguntó Mar, separándose apenas—. No nos enviaron aquí para…
—¿Segura? Creo que somos mejor en esto que haciendo guardias —replicó él, hablando sobre sus labios—. Y es decir bastante tomando en cuenta que somos excelentes.
—Seríamos mejores si de hecho estuviéramos en la guardia.
—Bueno, suéltame y podremos regresar, ¿qué esperas?
Mar entornó los ojos con fastidio, pero no se movió un centímetro ni tampoco apartó las manos que se habían colgado a su cuello. Era la reacción que estaba esperando, y le correspondió esbozando una sonrisa victoriosa que le ocupó todo el rostro.
No iban a moverse de ahí en un buen rato.
Lo confirmó al inclinarse de nuevo sobre ella, atrapando sus labios para retomar el beso que habían dejado a la mitad un momento atrás. Mar abrió la boca con un suspiro, aferrándose a él mientras la elevaba unos milímetros por encima del suelo. Sirius gruñó con satisfacción y la abrazó con fuerza por la cintura, empujándola contra la pared del callejón para atraparla entre esta y su cuerpo, negado a dejarla ir.
No pensaba volver a hacerlo.
Sabía que no era lo más responsable que podían hacer, pero era muy tarde para fingir que era el miembro más honorario de la Orden. Además, era muy temprano en la mañana y estaban en un vecindario bastante tranquilo; dudaba que su suerte fuera tan mala como para que el primer ataque en meses ocurriera justo en ese lugar y en ese momento. Y, aunque así fuera, dejar de besarla no iba a detenerlos de aparecerse, así que tenía cubiertas sus excusas.
Había pagado con creces por sus pecados, así que se estaba dedicando a disfrutar en pleno de todo lo que tanto había añorado.
Bueno, no de todo.
—Sirius —murmuró Mar, entre besos, cuando lo sintió meter la mano bajo su blusa—. ¿Qué crees que haces?
—Nada —respondió, separándose para dedicarle una mirada inocente—. ¿Qué haces tú?
—Puedo decirte lo que no vamos a hacer —dijo ella, tomándolo por la muñeca antes de que pudiera alcanzar el broche de su sostén—. No te vas a poner creativo a mitad de la calle, a plena luz del día.
—Vamos, esto no es la mitad de la calle. Y no es como si eso te hubiera detenido en el pasado…
—Siempre tendrás esos recuerdos. —Mar giró los ojos y lo apartó con un suave empujón antes de separarse de la pared—. Pero ahora tenemos que ir a trabajar, así que anda.
Sirius gruñó con fastidio y se dejó arrastrar de regreso a la acera principal, a pesar de expresar en voz alta sus objeciones.
—Antes eras más divertida, Marlene. ¿Qué te pasó?
—Pues, supongo que tendrá que ver con dejar de tener diecisiete años. Se llama madurar —bromeó la aludida, dedicándole una mirada irónica—. Deberías intentarlo alguna vez.
—¿Disculpa? Soy un tipo de lo más maduro, pensé que ya te había quedado claro y por eso me quitaste la pena de muerte.
Soltó una carcajada cuando ella murmuró algo sobre que dejara de ser un dramático. Estaba de excelente humor, sin importar que su cuerpo estuviera en llamas por, de nuevo, dejarlo en la sequía más larga que había experimentado en toda su puta vida.
Desde el cumpleaños de Ophelia, las cosas entre ellos habían entrado en una especie de limbo que no terminaba de comprender. La incomodidad de mierda, los silencios cargados y las conversaciones a medias por fin habían terminado, regresando poco a poco a la normalidad. Sin embargo, todavía no habían vuelto a vivir juntos y tampoco se habían acostado. Habían hecho otras cosas, que estaban impidiendo que Sirius sufriera una combustión espontánea, pero nunca llegaban al final.
Por extraño que pareciera, se las había arreglado para no quejarse ni una vez… O, al menos, para no hacerlo de una forma que se volviera insistente o molesta. Hacía los eventuales comentarios desubicados, pero procuraba no presionar. Lo último que quería era darle la idea errónea y terminar echando por tierra todo su progreso.
Le bastaba con poder sentirse tranquilo junto a ella, volver a hacer las guardias a su lado y saber que no lo odiaba.
Aunque no iba a quejarse por volver a verla desnuda en el menor tiempo posible.
—Veo que vas a tomarte en serio tu promesa de esperar hasta tu cumpleaños —comentó, mirándola con diversión mientras se acomodaban en su puesto de vigilancia—. ¿Crees que podamos adelantar la celebración unas semanas o…?
—Quizás podemos saltarnos la celebración por completo —respondió Mar, frunciendo el ceño con cierto disgusto—. Te dije que no teníamos que hacer nada…
—Te escuché, pero ya descubrimos que no eres el mejor árbitro en este tema —recordó Sirius, echándose a reír ante su mirada asesina—. Vamos, ¿no confías en que organizaré algo divertido?
—No lo sé. Pasas mucho tiempo con James y eso me preocupa bastante.
—¿Qué? ¿Vas a rechazar mi cena a mitad del bosque con música en vivo y velas? —Sirius jadeó y agrandó los ojos, fingiendo ofenderse.
—Sé que estás bromeando, pero no tienes idea de lo nerviosa que me pone solo imaginarlo.
Volvió a reírse a la vez que metía una mano en el bolsillo trasero del pantalón de Mar, jalándola hacia él. Ella se dejó hacer con una sonrisa fastidiada, dejándose abrazar sin ningún problema. Sirius sonrió contra su coronilla, disfrutando de la ola de calidez y satisfacción que se extendía dentro de su pecho.
La conocía lo suficiente para saber qué tipo de plan iba a disfrutar, así que estaba tranquilo sobre su elección. Estaría encantada y él podría alardear al respecto por el resto de sus días.
Era perfecto.
La guardia duró hasta después del mediodía, pero el tiempo pasó desesperantemente rápido, como si el reloj hubiera decidido correr solo porque sabía que era el único rato con el que contaban para estar juntos. Tenían que ir a diferentes lugares en la tarde y no estarían libres hasta bien entrada la noche; esperaba arreglárselas para quedarse a dormir con ella, pero no creía lograrlo.
Aun así, no iba a dejar que su estado de ánimo se viera opacado por los nuevos cambios en sus horarios. Fue la razón por la que, mucho más tarde, llegó a Grimmauld Place silbando con toda la tranquilidad del mundo.
—Hola —lo saludó Reg cuando entró al salón. Enarcó las cejas al verlo—. Alguien está de buen humor.
—Ajá, es uno de los estados del ser humano. Bueno, de los que tienen sentimientos —replicó él, mirándolo con condescendencia—. ¿Sabes lo que son o tengo que explicártelo?
Su hermano le dedicó una mirada fastidiada y volvió a girarse hacia el pizarrón de la Orden. Sirius rió por lo bajo y lo miró con extrañeza, preguntándose qué estaría haciendo allí. A parte de husmear, como siempre.
—No, gracias.
—¿Seguro? Siempre me ha gustado sacarte de dudas, ¿recuerdas cuando te explique sobre los elfos malvados que dormían en el ático? —señaló, ahora riendo en voz alta ante el recuerdo.
—Eso nunca pasó.
—Eh, claro que sí.
—No, lo leí en un libro y tú me convenciste de que no era cierto —señaló Reg, mirándolo con las cejas enarcadas—. ¿Recuerdas?
—¿Yo hice eso? —preguntó, genuinamente sorprendido.
Regulus se limitó a asentir, sin darle mayor importancia, antes de volver a inspeccionar la pizarra. A pesar de que no le estaba prestando atención, Sirius no pudo evitar moverse con incomodidad. Recordaba esa historia un poco diferente, con él siendo quien asustaba a su hermano en lugar de consolarlo.
Lo contrario se le hacía lejano.
—Quizás era un niño menos divertido de lo que recuerdo.
—Quizás —asintió Regulus. Era obvio que tenía la cabeza en otra parte—. ¿Puedo preguntarte algo?
—No.
—¿Por qué están haciendo tantas guardias en el Ministerio? —preguntó de todas formas, aparentando una indiferencia que Sirius no creyó—. Más que antes.
—¿Por qué te importa? —quiso saber su hermano, entrecerrando los ojos.
—Solo me parece curioso.
Sirius enarcó una ceja, mirándolo con recelo. Si algo sabía, era que Regulus rara vez hacía preguntas solo por inocente curiosidad. Estaba detrás de algo, siguiendo con cualquiera que fuera el maldito plan que lo había llevado hasta allí.
Tras la salida de Dumbledore del colegio, la Orden había tomado medidas más drásticas de seguridad. Ahora habían enviado personas a los alrededores del colegio, como una protección extra para calmar la ansiedad de todos al saber que los chicos ahora estaban bajo el control total de Umbridge. Y, como decía Regulus, habían doblado las guardias en el Ministerio, tanto afuera como adentro.
A sus alrededores, todo estaba inmerso en una calma demasiado tensa, demasiado frágil. Las cosas podían cambiar en cualquier momento, y el director había hecho énfasis en proteger la Sala de las Profecías. Desde hacía meses, era prioridad para la Orden, pero esos días lo era aún más.
Desde luego, Regulus no lo sabía. Y no pensaba ser él quien se lo dijera.
—Estamos cuidando el lugar. No es tan curioso.
—Pero hay dos guardias diferentes de…
—Ey, si tienes un problema con el pizarrón, habla con Moody —dijo Sirius, encogiéndose de hombros—. No le va a gustar que critiques su trabajo, pero alguien tiene que decirlo.
Por supuesto, Regulus no cayó en sus bromas. Se dedicó a mirarlo fijamente a los ojos, a lo que Sirius respondió manteniendo la mirada con firmeza y tratando de dejar entrever tan poco como fuera posible.
—Todavía no confías en mí, ¿cierto?
—Si quieres puedes decirme qué se traen entre manos Dumbledore y tú —replicó, sonriendo con ironía—. Una respuesta por otra.
Regulus apretó las mandíbulas con fuerza, cerrándose en banda. No había esperado lo contrario, pero eso no hizo su reacción menos frustrante.
—Creo que todavía estamos lejos del puerto de la confianza.
—Lo que sea que estén vigilando, tiene que ser importante —apuntó su hermano con seriedad—. Deben tener cuidado.
—Gracias por la preocupación, madre —dijo él, esbozando una sonrisa burlona—. Relájate, Reg. Nadie va a ir a morir al Ministerio.
Hizo una mueca absurda y salió del salón sin esperar una respuesta.
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Desde que Dumbledore se había marchado, Draco sentía Hogwarts como su campo de juegos personal. Cinco años después, por fin estaba experimentando esa sensación de libertad que nunca había encontrado en el colegio. Esa parcela de poder que había adquirido con Umbridge como directora era todo lo que había deseado obtener; un pase libre para hacer lo que quisiera, sin temer por las consecuencias, y el permiso para controlar al resto de los estudios. Sabía que su padre iba a estar orgulloso.
Sin embargo, nada de eso importaba, porque no lo estaba disfrutando. Ni un poco.
No podía hacerlo cuando, en el proceso, había perdido lo único que en verdad había querido.
Gruñó con irritación mientras esperaba, escondido detrás de una columna, a que todos los niños de primero salieran en fila del comedor. Era desesperante que fueran a cualquier parte en grupo.
Ya no tenía necesidad de esconderse, pero sabía que, si ella lo veía, iba a evitar tener que cruzárselo, como había estado haciendo durante las últimas semanas.
Su ausencia se clavó de forma dolorosa en su pecho. Una vez más, se encontró reproduciendo en su cabeza la última conversación que habían tenido, cuando un día que en un principio había prometido ser perfecto, se había convertido en una maldita pesadilla.
La encontró a la mañana siguiente en su lugar de siempre. Él llegó con una sonrisa enorme, que se quebró en pedazos al ver el aspecto que ella traía.
Le quedó claro de inmediato que su burbuja de felicidad se había roto.
—Lo sabías, ¿cierto? —le había preguntado ella, mordiéndose el labio con fuerza, para tratar de contener las lágrimas—. Sabías lo que iba a pasar.
—Hannah, no tengo idea de lo que estás…
—Ya, ahora vas a mentirme —le cortó la chica, resoplando con ironía—. Eres increíble. ¿No te bastó con engañarme ayer?
—Yo no te…
—¡Claro que lo hiciste! ¡No pretendas lo contrario! —exclamó Hannah, al borde del llanto—. Te pregunté por qué no había nadie en tu dormitorio y me dijiste… ¡Aparentaste que no pasaba nada! Actuaste como si todo estuviera bien cuando ellos… ¡Tú sabías lo que estaba ocurriendo! Lo sabías y aún así… ¡Aún así me engañaste!
Draco parpadeó varias veces, sin dar crédito a lo que estaba escuchando.
—Hannah, no entiendo qué me estás reclamando —respondió, sincero—. Solo te estaba protegiendo.
—¿Protegiéndome? —repitió ella, agrandando los ojos, como si acabara de insultarla—. ¡MIS AMIGOS ESTABAN EN PELIGRO! Les tendieron una trampa y tú… ¡Tú lo sabías y aparentaste que no estaba ocurriendo nada! Sin ninguna pizca de remordimiento, ni…
—¿Por qué debería haberla sentido? Estás siendo absurda —le espetó él, empezando a enfadarse—. Estaba haciendo lo que creí correcto.
—¿Lo que creíste…? —Ella boqueó, con incredulidad—. Pero… ¡¿Cómo puedes ser tan cínico?!
—Yo no te obligue a hacer nada, Hannah.
—¡Me engañaste para que no estuviera con ellos cuando los descubrieron! Si hubiera sabido que eso iba a pasar, nunca habría ido contigo a ninguna parte.
El comentario lo lastimó más de lo que dejó ver. Se sintió como si le quitara importancia a lo que había pasado entre ellos el día anterior, como si se arrepintiera o, simplemente, le dijera que no había significado lo mismo.
—Si no hubiera hecho lo que hice, no habría podido sacarte de problemas después —le dijo, entre dientes—. Tendrías que enfrentar detención al igual que a todos ellos. ¿Tienes idea de lo que…?
—¡Tendré que enfrentarlos de todas formas, Draco! —exclamó ella, levantando los brazos con exasperación—. ¡Mi nombre está en la lista de miembros! Solo porque no estuve ahí ayer no significa que me haya salvado.
Escucharla decir eso hizo que su corazón cayera con un golpe seco sobre su estómago. Esa vez, no pudo contener su expresión de sorpresa y de genuina frustración. Pensaba que lo tenía todo cubierto, que podía protegerla de sus estúpidas decisiones.
Pero Hannah parecía decidida a impedir que la ayudara.
—¿Y sabes qué? Me alegra no haberlo hecho —le aseguró, con la barbilla en alto y los ojos llorosos—. De lo contrario, nunca hubiera podido perdonarme.
—Ahora estás exagerando —desestimó él, disfrazando su incomodidad de fastidio.
—¡Por Merlín! ¿Por qué es tan difícil para ti entender esto? —preguntó ella, con la mirada bañada en exasperación. Y dolor—. ¡Son mis amigos! Mis compañeros. ¡Porque tú no tengas idea de lo que es la lealtad no significa que…!
—No seas estúpida, Hannah —le espetó, dedicándole una mirada furiosa—. Solo porque no voy por ahí haciendo el ridículo y siendo cursi no significa que no me importen mis amigos.
—Si lo hicieras, entenderías por qué estuvo mal lo que hiciste. De hecho, si me conocieras en lo más mínimo, entenderías que nunca me pondría a mí misma por encima de las personas que quiero. Jamás.
—Ya, claro. Lamento que no pudieras estar ahí para ser la primera en consolar a Potter.
Hannah agrandó los ojos con incredulidad antes de suspirar y sacudir la cabeza, llena de resignación.
—No se trata de Harry, Draco. Nunca ha sido sobre él. Es sobre hacer lo correcto. Saber diferenciar entre el bien y el mal y escoger un lado —explicó, dejando que las lágrimas cayeran por su rostro—. Y si tu lado es junto a esa mujer y todo lo que ella representa, entonces esto no tiene sentido… Nosotros no tenemos sentido.
El chico aguantó la respiración al escuchar eso, sintiendo como si el piso bajo sus pies hubiera desaparecido. Lo había envuelto una desesperación asfixiante, que le permitió olvidarse de mantener una fachada de indiferencia y frialdad.
Con el corazón pendiendo de un hilo, no tenía sentido aparentar nada de eso.
—Hannah… —la llamó, dando un paso hacia ella y estirando un brazo.
—No. No te me acerques —le ordenó ella, con la voz quebrada—. Olvídalo, ¿sí? Solo… Solo olvídate de todo.
Era una petición absurda, y ella debía haberlo sabido.
No podía olvidarlo, ni siquiera tenía sentido que lo intentara. Él no quería hacerlo.
Le daba igual que Hannah estuviera haciendo todo en su poder para evitarlo, si creía que iba a rendirse tan fácil, entonces tampoco lo conocía. Sin embargo, iba a tener que concentrarse si quería recuperar lo que había perdido.
Fue lo primero que pensó cuando se dio cuenta, muy tarde, de que ya la chica había salido del comedor. Se distrajo tanto con el recuerdo que no pudo atraparla antes de que reparara en su presencia.
Hannah se quedó congelada justo en la entrada del gran comedor, con sus miradas enlazadas a pesar de la distancia. Draco se embriagó en el azul de sus ojos, tomando todo lo que podía de su imagen, antes de que el momento terminara.
Abrió la boca por inercia, a pesar de no tener idea de qué demonios decir. Ella, por su parte, se limitó a sacudir la cabeza y apresurarse a cambiar de camino. Lo más lejos de él que pudiera.
Gruñó y se pasó las manos por el cabello con frustración.
No. No iba a terminar así. Después de todo lo que había esperado, de lo que había hecho para llegar tan lejos… No estaba dispuesto a perderla.
Lo que no sabía, era lo mucho que estaba subestimando lo que Hannah le había dicho.
Pronto, dejaría de tratarse sobre lo que querían, y empezaría a ser todo sobre las decisiones que tomaran.
Como ella había dicho, de qué lado estaba cada uno.
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El dormitorio de quinto año de Gryffindor estaba en absoluto silencio, excepto por las respiraciones pesadas de Harry y el eventual rechinido de sus dientes. No había bajado a cenar con el resto de sus compañeros; no creía tener estómago para probar cualquier bocado.
Echó un vistazo por la ventana y suspiró hondo. Todavía había sol cuando se marchó de la oficina de Snape, pero había dado tantas vueltas por el castillo que la noche se hizo para cuando por fin regresó a la torre. Había recorrido todo el lugar por lo que se sintió como una eternidad, buscando distraerse con cualquier cosa, encontrar algo que lo ayudara a no recordar lo que acababa de ver. Por supuesto, había sido en vano.
Se encogió en sí mismo al recordar el momento en que Snape lo había descubierto. Estaba furioso, y, para variar, Harry no podía culparlo. Lo que era peor, por primera vez desde que había entrado a Hogwarts, estaba sintiendo algo por su profesor que no fuera resentimiento y desagrado. Se sentía mal por él, lo había hecho durante gran parte del recuerdo. Incluso, había querido entrar a ayudarlo más de una vez.
Había deseado poder defenderlo de James.
Volvió a suspirar y se frotó los ojos por debajo de las gafas. Una parte de él, quería permanecer incrédulo ante la situación, pero había otra que sabía que era absurdo. En el fondo, ya lo sabía, y eso solo lo hacía sentirse como un idiota. Recordaba todas las veces que había defendido a su padre y a Sirius de Snape, jurando con la cabeza en alto y sin titubear que no eran como él decía, solo para encontrar que, tal vez, el equivocado no era Snape. Sino él.
Tragó saliva, con la culpa presionándole el pecho. A pesar de que estaba intentando, se le hacía muy difícil no creer que lo que el hombre siempre le había dicho era cierto.
Tenía un millón de preguntas nublando su cabeza y creando un nudo en su garganta. Necesitaba respuestas, y las necesitaba de inmediato.
Subió el espejo entre sus manos y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no apartar la mirada. De repente, parecerse tanto a James había dejado de ser divertido.
—¿Mamá? —llamó, en un murmullo cauteloso—. ¿Estás ahí?
Esperó un par de segundos hasta que el reflejo se difuminó y apareció otro rostro que no era el suyo.
Se sintió aliviado de que no se tratara de James, pero fue casi igual de malo.
—¡Eh, mocoso! Por fin apareces —exclamó Sirius, con una sonrisa de oreja a oreja—. Pensamos que te habías olvidado de nosotros.
La broma le cayó pesada, a pesar de ser de lo más inofensiva. Dudaba que su padrino pudiera decirle algo en ese momento que le sentara bien, o le hiciera gracia.
—Yo… Estuve ocupado —murmuró Harry, dando una escueta excusa para no haberles hablado en más de una semana.
—¿Haciendo qué? No me digas que has estado estudiando —dijo Sirius, haciendo una mueca de espanto.
—Los TIMOS están a la vuelta de la esquina, Sirius, así que espero que sí. —La voz de Remus hizo que el chico se tensara. Por primera vez, su sonrisa cálida y amable no lo hizo sentirse mejor consigo mismo. Todo lo contrario—. Hola, Harry.
—Hola.
—Remus, Harry es un niño inteligente como yo. No necesitamos estudiar —bromeó Sirius, pagado de sí mismo—. ¿Cierto, chico?
—Sí… seguro.
Su respuesta parca alertó a ambos hombres, que dejaron de sonreír e intercambiaron una mirada extrañada. Él se concentró en la lámpara que reconocía del salón de su casa, evitando a toda costa tener que enfrentarlos.
—¿Está todo en orden, Harry? —le preguntó Remus con suavidad—. Te ves algo…
—¿Está Lily en casa? —le cortó el chico, sin ocultar su ansiedad—. Necesito hablar con ella
—Pero que…
—Sí, está en el jardín —asintió Remus, interrumpiendo la objeción de su amigo—. Déjame ir a buscarla.
—Oye, si querías contarme algo divertido que hayas hecho no tenías que mentirle a Remus —le dijo Sirius cuando estuvieron solos, tratando de establecer el aire de complicidad que siempre existía entre los dos—. Puede manejar tus travesuras.
—No tengo mucho que contarte, la verdad.
El hombre cerró la boca de golpe al sentir la frialdad en su voz, que no se molestó en ocultar. Hubiera deseado poder aparentar tranquilidad, pero ver la sonrisa de Sirius, y el brillo de picardía en sus ojos, era volver a observarlo burlándose sin piedad de Snape.
No se sentía muy cercano a su padrino en ese momento.
Por suerte, no tuvo que enfrentarlo mucho más tiempo.
—¿Harry? —preguntó Lily, apareciendo en su campo de visión—. Remus me dijo que me estabas llamando.
—Sí, yo… Quería decirte algo, pero… —Harry se mordió el labio, mirando de reojo hacia Sirius y Remus—. ¿Puede ser en privado?
—¡¿Disculpa?! —Sirius boqueó y agrandó los ojos, indignado—. ¿Se puede saber qué…?
—Claro que sí, tesoro —respondió Lily, ignorándolo por completo—. Dame un momento para ir al piso de arriba.
Le quitó el espejo de las manos a Sirius y pudo escucharlos discutir durante unos segundos antes de que Lily finalmente saliera del salón hacia las escaleras.
—Listo, ya aseguré la puerta —le dijo su madre, tras entrar a su habitación y sentarse en la cama—. Tendré que lidiar con Sirius una vez que terminemos de hablar.
—Puede manejarlo —murmuró Harry, sin disimular su amargura.
—¿Estás enfadado con él? —preguntó Lily, extrañada, antes de girar los ojos con exasperación—. ¿Qué estupidez te dijo ahora?
—No lo estoy, yo… —Iba a poner una excusa, pero sacudió la cabeza y decidió ir al punto—. Mamá, hoy ocurrió algo… En mis lecciones de Oclumancia con Snape.
—¿Te hizo algo? —saltó ella, preocupándose de inmediato—.
—No, no se trata de eso. Tranquila —le aseguró Harry, mordiéndose el labio con nerviosismo antes de agregar—: Pero yo… Yo sí hice algo que… Bueno, no estuvo del todo correcto de mi parte, ¡pero necesito que te concentres en lo importante! ¿De acuerdo?
—De acuerdo… —aceptó Lily, entrecerrando los ojos con desconfianza—. ¿Qué hiciste?
—Snape no estaba cuando llegué; había salido del salón, pero… pero dejó sus recuerdos en el pensadero. Siempre lo hace antes de una clase, supongo que para que yo no pueda verlos —empezó a explicarle, tragando saliva—. Sentí curiosidad y… eché un vistazo.
—Entiendo. —Lily asintió, con los labios fruncidos y las mandíbulas apretadas. Era obvio que se estaba esforzando para no regañarlo—. Supongo que quieres hablarme sobre lo que viste.
Harry sintió un vacío en el estómago. De pronto, había dejado de sentirse tan seguro sobre su decisión de llamarla. ¿Qué esperaba recibir de ella? ¿Una defensa de su padre y sus amigos? ¿Qué le diera la razón a los recuerdos de Snape? Quería sentirse mejor, pero le daba miedo que, de alguna forma, solo terminara empeorando.
—¿Qué fue, tesoro? —insistió su madre, suavizando su expresión tanto como su tono de voz—. Cuéntame.
De inmediato, todo en su interior se sintió más cálido y confortable. Recordó la noche que había regresado a casa en Navidad, luego del ataque al señor Weasley, cuando acurrucarse entre los brazos de su madre había parecido la solución a todos sus problemas. Deseó, con todo su corazón, poder hacer eso en ese momento. Lo había querido desde que el ED había terminado.
Entonces, fue muy consciente de lo mucho que la extrañaba.
—Era el día que tomaron sus TIMOS, en quinto año. Estaban todos. Snape, tú, Sirius… James.
—Recuerdo ese día —murmuró ella, soltando un suspiro resignado—. ¿Qué tanto viste?
—¡Todo! Yo… Lo vi todo. Después de presentar los exámenes, Snape salió al jardín y él… ¡No estaba haciendo nada! Leyendo, creo, y James y Sirius solo… Fueron horribles, mamá. ¡Y me mintieron! —exclamó, inflando el pecho con indignación—. Desde que los conozco me han dicho que se metían con Snape porque él los molestaba primero, pero no estaba haciéndoles nada. Lo humillaron frente a todo el colegio sin ninguna razón, solo porque Sirius estaba aburrido. —Soltó la palabra con tanto resentimiento que se sorprendió a sí mismo—. Por supuesto, James estuvo más que encantado de entretenerlo. ¡Y Remus ni siquiera intentó detenerlos! Solo se quedó sentado, ignorando toda la situación.
—Harry…
—Ustedes siempre han bromeado sobre lo mal que se portaban en el colegio, pero yo pensé que… No lo sé, creí que estaban exagerando o que se trataba de bromas graciosas, como las de Fred y George. Pero esto no fue así… ¡Esto estuvo mal! Fue cruel e innecesario, y…
—Eran niños, Harry.
—¡Tenían mi edad!
—Lo sé, lo sé. Y eso no es una excusa para comportarse como ellos lo hacían —se apresuró a aclarar Lily, sin que le temblara la voz. Su expresión mostraba reproche, pero también comprensión—. Pero la adolescencia es una etapa extraña. Todos cometemos estupideces a esa edad…
—Tú no. Tú defendiste a Snape y les dijiste lo que merecían —apuntó Harry, con una nota de adoración en su voz—. Hiciste lo correcto.
—Bueno, era Prefecta. Ese era mi trabajo —comentó ella, con una pequeña sonrisa.
—No. Lo hiciste porque eras una buena persona, a pesar de ser una adolescente. En cambio James… Era horrible. —La voz se le quebró al decir eso, y sintió cómo su estómago se encogía—. Puedo entender por qué lo odiabas.
—No lo hacía.
—Por favor, ¡claro que sí! —resopló Harry—. Lo hacías entonces y cuando los conocí también.
—Nunca he odiado a James, Harry. Esa es la verdad —aseguró Lily, con una firmeza que no permitía réplica—. No fue mi persona favorita durante mucho tiempo, pero nunca lo odié.
—¿Por qué no? Se portaba terrible sin ninguna razón y luego… Bueno, ya sabemos lo que te hizo después.
—No hace falta que me lo recuerdes —dijo su madre, con un brillo de dolor en los ojos que lo hizo arrepentirse de haberlo mencionado—. Pero nos lo hizo a ambos, Harry. A ti y a mí. ¿Acaso tú lo odias?
—Claro que no, pero…
—No lo haces porque lo conoces. Tú sabes quién es James ahora. Conoces su corazón —susurró Lily, dedicándole una sonrisa de lo más dulce—. Tu padre es una persona maravillosa que ha cometido muchos errores, pero que ha aprendido de ellos y se ha convertido en un mejor hombre. ¿O no te parece que nos haya compensado por lo que hizo?
Harry bajó la mirada, sintiéndose avergonzado de pronto.
Era lo primero que se había dicho a sí mismo tras salir de la oficina de Snape. Lily tenía razón, él conocía a James en el presente, había sido testigo en primera fila de cuánto había cambiado, de lo mucho que se había esforzado para reparar el daño que había hecho.
Durante casi dos años había conocido una versión de su padre que no era para nada como la que había visto en el recuerdo de Snape. No era un chico arrogante y cruel, sino alguien en quien podía contar, que se preocupaba por los demás y estaba dispuesto a entregar todo por las personas que quería. Alguien a quien Harry se había acostumbrado a admirar.
En el fondo, sabía que no era justo dejar que todo desapareciera por un vistazo al pasado.
—Sí, lo ha hecho.
—Y no es que Sirius haya madurado mucho, pero ambos sabemos que no es un monstruo —señaló Lily, con una sonrisa cariñosa y divertida—. Y creo que Remus se defiende bien sin mi ayuda.
Harry soltó una risa por lo bajo. No era lo más animado que podía sonar, pero era mejor que nada.
Remus y Sirius no le dolían tanto como James, pero estaban bastante cerca.
Durante un buen tiempo, cuando estaba demasiado resentido como para acercarse a su padre, se había apoyado en ellos para tratar de comprender aquel nuevo concepto de familia. Eran dos de sus personas favoritas en todo el mundo, y los admiraba casi tanto como a James.
Hubiera deseado que eso fuera suficiente para que la nueva herida dejara de escocer.
—Sabes que no era el niño más popular en las casas de acogida, ni en los orfanatos —empezó a decir, al cabo de unos segundos—. A los demás les parecía divertido burlarse del chico raro que no podía controlar sus poderes.
—Me contaste —murmuró Lily, sonando atragantada. Harry no quería hacerla sentir mal, pero sentía la necesidad de explicarle.
—Es difícil para mí ver que traten así a otros. Incluso a Snape —admitió, haciendo una mueca con la boca—. Y es más difícil saber que mi propio padre era… Bueno, como esos otros niños.
—Eso es porque tienes un corazón enorme —apuntó su madre, dedicándole una mirada llena de amor que lo envolvió entero, a pesar de los kilómetros de distancia—. A pesar de todo lo que has vivido, eres una persona llena de bondad y compasión, Harry. Me enorgulleces muchísimo, y a James también. Siempre ha estado aliviado de que seas más maduro que él a tu edad.
Se las arregló para esbozar una sonrisa, a pesar de saber que no le había llegado a los ojos.
—No sé si quiera hablar con él pronto, mamá. O con Sirius y Remus.
—Está bien. Tienes derecho a estar disgustado —le aseguró ella, sin juzgarlo—. Tómate el tiempo que necesites.
Harry asintió, con una inmensa sensación de gratitud llenándole el pecho.
Siempre le había gustado cuando la gente le decía que, a pesar de ser idéntico a James, tenía más de Lily de lo que parecía a simple vista. Recordarla enfrentándose a él a los quince años, tan segura de sí misma y de lo que era correcto, lo hacía sentirse orgulloso de tener algo de eso en su interior.
—Supongo que esto te enseñará a no volver a espiar los secretos de tu profesor —comentó su madre, dedicándole una mirada significativa. Él se encogió, avergonzado. Había estado seguro de que iba a esquivar ese tema.
—Ya, da igual. No creo volver a tener clases con él de cualquier forma —apuntó Harry, frunciendo el ceño.
—¿A qué te refieres? —preguntó Lily, extrañada.
—Bueno, es obvio que no apreció lo que hice —explicó el chico, encogiéndose de hombros—. Me echó del aula y me dijo que no regresara, así que creo que no volveremos a…
—¡¿Te dijo qué?! —chilló Lily, provocando que casi dejara caer el espejo—. No, Harry, tienes que seguir practicando Oclumancia. Es muy importante que lo hagas.
—Pero es pura basura. No he aprendido nada y Snape es…
—Eso no importa —le cortó ella, con rotundidad, luciendo nerviosa—. No importa que Snape no te caiga bien ni lo que te haya dicho hoy. Espera unos días a que se le pase y regresa a tus lecciones. Tiene órdenes de Dumbledore de enseñarte y no puede negarse.
—¿Por qué? ¿Qué importa si aprendo Oclumancia o no? —quiso saber, irritado.
—Ya te lo hemos dicho, Harry. Es por tu seguridad.
—Pero ¿por qué?
Lily apretó los labios, tragándose todas las respuestas que Harry estaba tan desesperado por obtener.
—Vas a tener que confiar en nosotros para esto, tesoro. Es lo único que te puedo decir.
El chico chasqueó la lengua, dejando que la indignación y la rabia volvieran a adueñarse de él, reemplazando el anterior abatimiento.
Cada vez que estaba seguro de que daba dos pasos en la dirección correcta, sus padres lo empujaban diez hacia atrás con sus mentiras y secretos.
—¿Sigues soñando con el pasillo del que nos contaste? Con la puerta y…
—Sí, ¿pero qué demonios importa? Es un sueño estúpido, nada más.
—Harry, prométeme que vas a seguir asistiendo a tus lecciones, sin falta, y qué pondrás todo de tu parte para aprender. Es imprescindible que lo hagas —casi le rogó su madre, dedicándole una mirada suplicante—. Dumbledore, James y yo estamos contando con eso para saber que estás a salvo. ¿Puedes prometermelo?
—Mjm —murmuró el chico, fastidiado—. Lo prometo.
Lily le dedicó una mirada significativa, que solo tuvo efecto porque, de pronto, quedaba claro en las marcas de su rostro lo exhausta que estaba.
—Te quiero mucho, Harry. Más que a nada en el mundo.
—Lo sé —murmuró, soltando un suspiro—. Y yo a ti.
Se despidió después de eso, alegando que tenía que bajar a comer, aunque ya era muy tarde para alcanzar a servirse algo.
Guardó el espejo con un sabor agridulce en la boca. Se sentía mejor con respecto a lo que había visto en el pensadero; su madre definitivamente lo había ayudado con eso. Sin embargo, el final de su conversación le había recordaba lo injusto que le parecía que nadie quisiera decirle una verdad que le competía de forma tan personal. A pesar de todo lo que sus padres hablaban de confianza, eran incapaces de ser honestos con él y explicarle las cosas. Era como si pensaran que era muy joven o estúpido para comprenderlo.
Fue inevitable recordar lo miserable que se sentía en ese momento,así como lo inseguro y cansado que estaba.
Más tarde, Lily podría arrepentirse de no haberle dicho la verdad.
Y él de no haber cumplido su promesa.
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¡Hola, mis amores!
Uf, otra vez, ha pasado muchísimo tiempo desde la última vez. El 2020 fue un año bastante especial para ponerlo de forma bonita, y entre tanto caos no tuve la oportunidad de volver a escribir el fic, mucho menos actualizar.
No quería regresar aquí, darles un capítulo y volver a desaparecer, así que como ya faltaba tan poco para terminar, decidí escribir los últimos para dárselos todos de una vez. Tienen tres (3) capítulos más aparte de este, y solo faltaría uno que estaré subiendo la próxima semana.
Ahora, hay una razón particular para mi ausencia y me hace mucha ilusión contarselas: ¡voy a publicar mi primera novela!
Sip, así es. El 18 de febrero sale en formato digital mi libro con el sello Selecta. Es una historia romántica New Adult, y no quiero aburrirlos con los detalles pero si les interesa, pueden ir a mi instagram: jorgimarwriter, con un punto entre ambas palabras. Siempre estoy comentando cositas ahí sobre mis novelas.
Bueno, no quiero quitarles más tiempo así que los dejo para que lean los otros capítulos. ¡Espero que disfruten el final de esta historia!
Los quiero mucho. Un beso enorme y un abrazo, ¡sigan cuidándose! Bye.
