CAPÍTULO 33

"Perdídamene enamorada."

Llegamos a mi departamento y ella se acercó a la heladera. La abrió y sacó el agua mineral. La miré algo extrañada.

—¿Qué sucede, cielo? —le pregunté. Ella me miró.

—Me siento extraña — preocupada me acerqué a ella. —Lo que pasa es que… casi toda mi vida he visto a mis padres enfrentados. Y ahora fue muy extraño verlos de esa manera.

—¿Por qué… se separaron? —le pregunté. Ella soltó un suspiro. Me miró y levantó su mano para acomodar un poco mi cabello.

—Sinceramente creo que nunca supe la verdadera razón de todo. Pero por lo que yo veía en esos tiempos, todo fue culpa de la rutina. Mi padre llegaba siempre a altas horas de la noche de la oficina. Mi papi Leroy se la pasaba de viaje en viaje buscando nuevas modelos y esa clase de cosas. Un día empezaron a discutir y Leroy le echó en cara la falta de atención hacia él y hacia mí. Mi padre simplemente le dijo que no lo amaba más y todo se fue al bote de basura.

—¿Tú estabas presente en esa discusión? —ella asintió.

—Pero escondida debajo de la mesa, como toda niña entrometida.

—¿Y ahora te sientes mal porque están juntos? —pregunté. Ella sonrió.

—No creo que estén juntos. Lo más probable es que se estén matando, quizás ya cada uno se haya ido por su lado. Pero ya no pensemos en eso. Tengo sueño.

Me acerqué más a ella y la alcé en brazos. Ella soltó una leve risa.

—Vamos a dormir nuestra primera siesta romántica —le susurré en su oído.

—Y no va a implicar nada de eso que estás pensando —me aseguró.

—Oye, no todo en mí es querer hacerte el amor —la miré —Bueno en realidad sí. Pero aunque no lo creas yo también quiero dormir.

Ella sonrió y mordió su labio inferior.

—Bueno, entonces vamos a dormir juntitas, muy juntitas —susurró y rozó mis labios.

—Así me haces casi imposible querer sólo dormir —le aseguré.

Soltó una divertida carcajada y entré al cuarto sin bajarla al suelo. La apoyé en la cama y me acerqué a la ventana para bajar las persianas y que la luz de la tarde no nos molestara. Giré para mirarla y ella se estaba quitando el pantalón.

—¿Qué haces? —le pregunté. Me miró y alzó ambas cejas.

—Me estoy sacando la ropa para dormir. No pienso dormir con esta ropa incómoda. Sólo voy a quedarme con la remera. Además ¿Qué tiene de malo?

—No, nada. Pero eres una tentación.

—Por Dios, Quinn —renegó divertida.

—Entonces, ¿yo también puedo dormir en calzoncillos y sostén?

Ella me miró a los ojos y una sonrisa pícara se curvó en sus labios.

—Sí puedes.

Ella terminó de acomodarse y se acostó en la cama. Me quité la molesta ropa y me acosté a su lado. La abracé contra mi cuerpo y besé su frente.

—¿A qué hora nos despertaremos? —le pregunté.

—A la hora que sea — se abrazó más a mí. Besó mi frente y luego bajó la mirada para encontrarse con la mía —Pero eso sí, cuando nos despertemos yo iré a mi casa para ordenar un poco mis cosas y cambiarme de ropa.

—¿Me dejarás?

—Sólo por unas horas —me aseguró.

—Pero ¿A quién voy a abrazar esta noche? —le pregunté.

—A nadie —susurró —Pero vas a estar pensando en mí… y quizás te llame por teléfono para hablarte antes de dormir.

—O quizás yo aparezca por tu casa y no haga falta dormir sola.

Sonrió y se acercó a mi boca para besarme. La acerqué un poco más a mí y aquella tonta necesidad de no soltarla nunca me atrapó.

—¿Sabes que nunca pensé que terminaríamos así? —susurró alejándose apenas de mí.

—¿No? —acomodé un poco su cabello —Pues yo sí.

—No te creo.

—De verdad —la besé cortamente —Siempre supe que te morirías por mí en algún momento.

Ella rió y se volvió a apoyar contra mí. Colocó sus estilizadas y bronceadas piernas entre las mías. Sus manos fueron hasta mi espalda y me acarició tiernamente.

—Te amo —sonreí y cerré mis ojos.

—No más que yo a ti.


Llegué un poco agitada a la Universidad ya que se me había hecho realmente tarde. El lunes llegó, ¿pueden creerlo? Lo que quedaba del fin de semana se me pasó volando junto a Rachel. El domingo decidimos ir de picnic con Rose. ¿Leen eso? ¡Picnic! Nunca en mi vida pensé que iría de picnic tras los pasos de una mujer que me trae completamente loca.

Por lo que vi Rachel ya había llegado, porque que su auto estaba en el estacionamiento.

Ayer por la noche fuimos brutalmente separadas por nuestros amigos. Ella se fue a su casa con Brittany y Marley, mientras que yo me quedé, literalmente llorando, con Puck y Santana.

—No puedes estar tan insoportable, Fabray. Has estado con Rachel las 24 horas del día—me había dicho Puck.

—Pero yo la extraño —me quejé.

—Definitivamente esta no es la Quinn que nosotros conocíamos —aseguró Santana.

Reí y salí de mis pensamientos. Entré al salón y para mi desgracia el profesor ya estaba allí. Me miró bien y solo me limité a disculparme. Miré hacia la gente y la busqué con la mirada. Y allí estaba ella sentada casi al final de la segunda fila. Y ¿adivinen qué? El único lugar libre que queda es a su lado. Con cuidado me acerqué y sin decir nada me senté.

Ella me miró y yo la miré a ella. Sonrió y despacio se acercó a besar mi mejilla. Cuando se alejó la miré con reproche.

—Eso no es lo que yo quería —le dije. Ella rió por lo bajo y miró al frente.

—Estamos en clase, Fabray.

—Oh, ¿ahora soy Fabray, verdad? —gruñí con cierta indignación.

—Claro que eres Fabray, tonta—susurró.

—Pues no me parece correcto.

—¿Qué cosa? —me preguntó mientras me miraba de nuevo.

—Que te hagas la tonta, la que nada somos aquí.

—Pero si yo no me estoy haciendo la tonta. Sólo que no quiero que por tu culpa me castiguen.

—Nadie va a castigarte.

—Fabray, ¿quiere decirnos la respuesta? —me preguntó el profesor de filosofía.

Me giré a verlo. Y toda la clase me miraba, esperando a que dijera algo.

—No la sé —le confesé.

—Perfecto. Entonces ¿puede hacerme el favor de dejar de hablar con su compañera? — miró a Rachel y ella asintió.

—Sí —acepté. El profesor volvió a hablar y a escribir —Quiero mi beso.

—No Quinn, ahora no —musitó ella.

—Ahora Rachel Barbra Berry.

Me miró fijo, tratando de intimidarme. Sonreí y me acerqué un poco más a ella.

—Cuando digo que no, es no —susurró.

—Pero cuando yo digo que sí, es sí —le aseguré.

—Perfecto, me cansaron —lo escuchamos hablar. Ambas nos giramos a verlo. – Las dos se van de mi clase.

—Pero... —dijo ella.

—Pero nada Berry. Junten sus cositas y salgan a cuchichear afuera —sentenció él.

Rachel se puso de pie y juntó sus cosas. Yo copié su acción. Ambas salimos del salón. Y cuando la puerta se cerró detrás de nosotras ella se giró a verme.

—¡Eres una tonta! —me gritó enojada.

—Oye, oye, oye —la calmé y la tomé del brazo para acercarla a mí —Fue tu culpa, tú no quisiste darme mi beso.

—¿Es que acaso no podías esperar? —preguntó algo nerviosa —Por tu culpa me voy a perder una clase, más así no sé si llegaré a recibirme alguna vez.

La acerqué más a mí, abrazándola por la cintura. Ella colocó sus manos sobre mi pecho para poner una distancia entre nosotras.

—Solo necesito mi beso ¿sí? —Ella me miró fijo y dejó de hacer presión con sus manos sobre mí. Entonces la distancia comenzó a desvanecerse. Me acerqué más a ella y al fin obtuve lo que tanto quería. Su boca comenzó a responderle dulce a la mía y eso me hizo saber que realmente me estoy volviendo una dramática.

—¿Qué significa esto? —preguntó. Ella se alejó de mí y lo miramos.

—Finn —susurró algo nerviosa. Uuuh, esto se me va a poner muy bueno. Como una intuición de sí misma, Rachel se puso frente a mí. La miré y no pude evitar sonreír divertida.

—¿Qué necesitas Hudson? —le pregunté sin dejar de sonreír.

Él no dejaba de mirar a Rachel. Estaba esperando a que ella le dijera algo sobre lo que acababa de ver.

—¿Por qué la estabas besando Rachel? Tú no eres lesbiana—le preguntó él a ella.

Rachel me miró y luego volvió la vista a él.

—Creo que debemos hablar Finn, pero no aquí —Entonces dejé de sonreír y me puse algo nerviosa. ¿A dónde quería hablar si no era ahí? Ella se giró a verme —Debo hablar con él, Quinn.

—¿No me estarás pidiendo que te deje sola con este idiota? —gruñí en voz baja.

Ella levantó su mano y acarició mi rostro.

—Es sólo por unos minutos. Iré a hablar con él, le contaré todo y volveré a buscarte.

—No —sentencié.

—Por favor mi amor. Es mejor si yo hablo con él y dejamos las cosas bien en claras.

—No confió en él, Rachel.

—Pero sí confías en mí, ¿verdad? —me preguntó mientras me miraba fijo a los ojos.

—Sí —acepté soltando un suspiro. Ella sonrió y se puso en puntas de pie para besarme cortamente. Giró y miró de nuevo a Hudson que estaba rojo de la rabia.

—Vamos Finn —le pidió ella y comenzó a caminar.

Hudson la siguió y pasó por lado en forma retadora.

—Le tocas un pelo y te mato —le susurré cuando pasó por mi lado.

Él sonrió como si acabara de escuchar un chiste. Y a mí me encantaría ver su cara cuando Rachel le diga: Finn, Quinn y yo estamos de novias. Lo lamento idiota, pero nunca sentí nada por ti además de lastima.

Reí por lo bajo y decidí ir a caminar un poco para no pensar tanto en que dejé sola a mi novia con su ex. Pero eso… no es malo, no lo es. Ella misma me ha dicho que nunca lo amó y que sólo lo aprecia como a un amigo. Pero él, él es un maldito infeliz.

—Quinn, ¿podemos hablar? —me giré a verla al escuchar su voz.

—Katherine —tragué un poco de saliva. ¿Qué es lo que quiere ahora? —¿Hablar? ¿De qué?

—Quinn… no sé si tú te has dado cuenta de que yo… yo estoy enamorada de ti...

Cerré los ojos fuertemente y maldije para mis adentros. Lo que menos quería escuchar en este momento era la declaración de amor de Kitty Wilde.

—Kitty yo… —intenté hablar pero ella se acercó y apoyó uno de sus dedos sobre mis labios. Al instante me alejé.

—Déjame hablar —me pidió. Asentí.

—Voy a escucharte, pero evita tocarme, por favor —Ella asintió.

—¿En qué andas? —me preguntó.

—¿Con qué?

—Con tu vida… hace como una semana que no te veía. Y no lo sé… ya no sales, ya no estás faltando a clases, ya no eres la misma de siempre.

—Cambié —le aseguré.

—¿Cambiaste?

—En realidad me cambiaron.

—Rachel, ¿cierto? —suspiró mientras sus ojos se humedecían un poco.

Sentí un nudo en mi estómago y eso creo que se llama culpa. Me siento mal por ella, me siento por mal haberla ilusionado. Y ahora que amo a alguien sé cómo se siente aquello.

—Sí, por ella —le contesté.

—Quinn, yo estoy dispuesta a compartirte con Rachel.

Fruncí el ceño y la miré bien.

—¿Qué?

—Que no me importa tener un poquito de ti, pero… yo te amo Quinn. Yo sé que quizás es difícil de entenderlo y no es capricho yo te amo —declaró mientras se acercaba más a mí.

Al instante me alejé poniendo más distancia entre nosotras.

—No Kitty, estás equivocada —Ella me miró —Yo no puedo compartirme.

—¿Por qué? —preguntó.

—Porque estoy enamorada de una persona y mi corazón le pertenece completamente a ella. No puedo partirlo, ni sacarle un pedazo. Ya tiene dueña.

—¿Sabes qué? Vas a arrepentirte —me gritó mientras se alejaba de mí.

Reí por lo bajo. Ella me podría dar un poco de lastima, pero está completamente loca.

—¿Ah sí? —le pregunté.

—Te lo juro por Dios, que vas a arrepentirte de haberme hecho esto. Ya lo verás, ya verás que no soy tan estúpida como crees —se fue de allí.

Me apoyé contra la pared que estaba a mi izquierda y solté todo el aire que había estado aguantando.

—¿Qué haces bonita? —escuché su voz y me giré a verla.

—Rachel, mi amor, sólo estaba hablando con ella. Yo no…

—Shhh, tranquila. No tienes que darme explicaciones. Confió en ti —me dijo divertida —Escuché un poco de tu conversación con la señorita que se acaba de ir.

—¿Escuchaste? —pregunté.

—Sé que no debí, pero bueno fue sin querer —aseguró mientras se acercaba más a mí —Así que tienes una dueña. ¿No hay una posibilidad de poder competir con ella por tu amor?

Sonreí y di un paso hacia ella. Apreté mis labios mientras con mi mano tocaba mi mentón.

—La veo difícil —Ella sonrió y con eso morí — ¿Te gustaría competir con ella?

—Me encantaría competir con esa perra por un bombón como tú.

—¿Perra? ¿Le dijiste perra?

—Ajam —aceptó mientras se acercaba aún más. Levantó sus brazos y los colocó detrás de mi cuello.

—No, estás equivocada. Ella no es una perra es una gatita. Y qué gatita.

—Dame un beso — Coloqué mis brazos alrededor de su cintura, acercándola un poco más.

—¿Uno solo? —pregunté.

—Millones, los que quieras. Pero sólo dame un buen beso de desayuno.

—¿Hablaste con Hudson? – pregunté antes de besarla. Necesitaba saber aquello

—Sí – respondió fastidiada. Sonreí, ella quería que la besara.

—¿Y qué dijo?

—Te insultó un poco, pero ya lo sabe. Eso es lo importante.

—¿Entonces, no más Hudson y Kitty?