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Capítulo XXXIV

A la mañana siguiente, a unos treinta kilómetros de la granja, en una pequeña casita del pueblo de Keppoch, Karen, desnuda en la cama, se estiraba satisfecha de la maravillosa noche de sexo que había compartido con Archie.

Arrebujada entre las mantas sintió el cuerpo caliente de Archie contra el de ella. «Mmmm me encantas» pensó Karen pasando su mano con lentitud por sus muslos mientras aún dormía. Tocó su pene con curiosidad y tuvo que sonreír al sentir que, incluso dormido, aquel maravilloso juguete le prestaba atención, así que lo besó en el cuello, y Archie reaccionó abrazándola. Ella se acurrucó.

No sabía la hora que era, ni le importaba. Sólo sabía que estaba cansada y feliz, por lo que, dándose media vuelta, volvió a poner la cabeza encima de la almohada, cuando de pronto tuvo que abrir los ojos porque algo le llamó la atención.

Incrédula vio que delante de ella había una niña. Pero ¿de qué la conocía?

La cría, al ver que Karen la miraba, sonrió, dejando al descubierto su boca mellada, mientras continuaba sentada en la silla con los pies colgando.

—Hola —saludó la niña—. Soy Lexie.

Karen la miró contrariada.

—Hola, Lexie —respondió retirándose el pelo enmarañado de la cara.

«¿Lexie?, ¿la niña que la tarde anterior habían encontrado en Dornie?», pensó aclarando su vista.

—¿Por qué estás durmiendo con mi papi?

Su mente tardó unos minutos en asimilar aquello, pero al final lo hizo.

—¿Papi? ¿Estoy durmiendo con su papi? —gritó Karen a punto del colapso, y volviéndose hacia Archie, que continuaba inconsciente, comenzó a darle manotazos hasta que se despertó sorprendido.

—Karen —susurró aún entre sueños—. ¿Qué te ocurre? Me estás machacando el muslo con tus golpes.

—Hola, papi —saludó la niña, dejándolo boquiabierto—. ¿Ella va a ser mi mami?

—Papi —susurró Karen enarcando una ceja—. Esta niña te está llamando papi.

—Sí —él se incorporó. Se acababa de despertar completamente—. Ella es Lexie, mi hija —después se volvió hacia la niña—. Tesoro, ¿sabe Joana que estás aquí?

—Sí, papi. Como vimos tu coche me dejó venir a despertarte.

Con la boca abierta Karen lo miró. No sabía ni qué decir, ni qué hacer. Tampoco podía levantarse, estaba desnuda, y no quería escandalizar a la niña.

—Lexie, cariño —dijo Archie al sentir la incomodidad de Karen—. ¿Podrías esperar en tu habitación hasta que nos levantemos? Prometo que tardaré cinco minutos.

—Pero papi —señaló la niña—. Es que yo sola me aburro.

—¡Lexie Ann! —endureció la voz Archie— ¿Quieres salir de la habitación?

Tras suspirar con gracia la niña se levantó de la silla de un salto, pero antes de salir volvió a fijarse en Karen.

—Eres muy guapa.

—Gracias, Lexie. Tú eres preciosa —Karen le dedicó una enorme sonrisa.

Después la niña desapareció, momento en que Karen saltó de la cama y, cogiendo sus cosas a la velocidad del rayo, comenzó a vestirse.

—Karen, mírame —pidió Archie saliendo también de la cama.

—No. No voy a mirarte —se ponía la ropa como podía, quería salir de allí cuanto antes—, porque como te mire te juro que te parto la cara.

—Escúchame, por favor —dijo cogiéndola por los brazos—. ¿Recuerdas que anoche quería decirte algo? Pero con nuestras prisas por llegar a la cama no me dejaste hablar.

—Oh… no me vengas con esas ahora —dijo malhumorada—. Te conozco desde hace días, y nunca —gritó Karen—, ni una sola vez te he oído mencionar el nombre de Lexie, ni a ti ni a nadie de tu jodida familia. Incluso ayer en Dornie nos encontramos con ella, y Ona y Rous disimularon. ¿Por qué? Sois todos un atajo de mentirosos.

—Por favor, dame un segundo —se disculpó e intentó abrazarla, pero ella lo apartó de un manotazo.

—No. No te voy a dar ni un segundo —contestó colérica—. Creo que ya has tenido muchos segundos para contarme este pequeñísimo detalle ¡mentiroso!

—Tienes razón, te debo cientos de explicaciones, pero escúchame—dijo inmovilizándola contra la pared—. Si no te hablé antes de Lexie era porque nunca pensé enamorarme de ti como para contarte mi vida.

—¡No quiero escucharte ahora! —gritó Karen— ¡Suéltame!

—Dona, la madre de Lexie, fue el mayor error de mi vida. Pero mi hija siempre ha sido una bendición —comenzó a contar Archie—. Dona era una chica inglesa que conocí hace seis años en el festival de Edimburgo. Era alocada, pero eso me divertía de ella. Pocos meses después se trasladó a Keppock a vivir conmigo y a pesar de los rumores de que tonteaba con otros hombres yo estaba tan cegado por ella que me casé cuando se quedó embarazada. Al nacer Lexie, pensé que Dona cambiaría, pero todo fue a peor. No quería saber nada de la niña y su alocada vida comenzó a ser mi peor pesadilla. Tuvo un lío con mi primo Greg y la noche en que los descubrimos Albert y yo… ella cogió el coche de Greg para intentar huir y se estrelló contra un árbol al salirse del camino. Murió en el accidente.

—No quiero escuchar nada —siseó Karen.

—A partir de ese momento no he vuelto a mencionar su nombre hasta hoy, y mi familia pasó a llamarla «la difunta». Eso es todo.

Karen no quería escucharle, no. Ya había cedido cientos de veces con Joao y siempre era ella quien acababa sufriendo.

—¿Por qué me cuentas ahora esto? —le gritó.

—Porque te quiero —soltó.

Eso la confundió aún más.

—Maldita sea, Archie. ¿Cómo has podido ocultarme que tenías una hija? ¿Qué más me ocultas?

—Nada más —se sentó en la cama derrotado.

—No te creo —nunca había soportado la mentira, y muchas veces se había tenido que enfrentar a ella—. Ya no te creo.

Archie la entendía. Desde un principio tenía que haber sido sincero respecto a Lexie pero nunca pensó en implicarse tanto con aquella española. Ahora era tarde, se había enamorado de ella.

—¿Cómo puedo llegar hasta la granja? —preguntó Karen que cogió con rabia su bandolera.

—Si esperas diez minutos yo mismo te acercaré.

—¡No! —gritó abriendo la puerta del dormitorio—. Prefiero ir sola.

Terriblemente enfadada salió de la habitación hecha una furia. No sabía dónde se encontraba, pero estaba segura de que lograría llegar hasta la granja. Poniéndose el gorro azul de lana, cogió su cazadora bomber de la silla y se dirigió con rapidez hacia la puerta de la calle. Pero cuando la abrió notó que alguien tiraba de su bandolera. Al volverse se quedó parada. Era Lexie.

—¿Por qué te vas? —preguntó la niña.

—Tengo prisa.

—Te has enfadado con mi papá por mi culpa ¿verdad? —susurró la niña con un puchero que hizo que Karen se sintiera fatal.

—Oh, no cariño —dijo cerrando la puerta, y agachándose prosiguió—. Tú no tienes culpa de nada. Es sólo que tu papá y yo somos adultos y los adultos muchas veces se enfadan.

—Entonces ¿por qué te vas? —murmuró la niña—. ¿No quieres ser mi mamá?

—Cariño, yo… —susurró Karen dolorida.

—Lexie —suspiró Archie, que salió vestido de la habitación—. Karen se va porque papá no se ha portado bien con ella. Hice algo que no tenía que haber hecho, y de lo cual estoy seguro que me arrepentiré el resto de mi vida.

—Pues pídele perdón —señaló la pequeña mirándolo—. Tú siempre me dices que cuando uno hace algo malo, lo primero que tiene que hacer es pedir perdón.

—Lexie, ven aquí cariño —susurró Archie incapaz de mirar a Karen.

—Karen —dijo Lexie mirándola a los ojos mientras le quitaba el gorro—. ¿Por qué no perdonas a mi papi? Es el mejor papi del mundo, y es muy divertido. Además sabe jugar a las Barbies y cuenta unos cuentos muy bonitos ¿y sabes lo mejor? Hace unos desayunos muy ricos.

—Lexie, cariño, ven aquí y calla —sonrió con dulzura Archie. Conocía las carencias de su hija y una de ellas era encontrar una madre.

—Pero papi —protestó la niña—. Siempre has dicho que cuando trajeras a casa una chica, sería porque ella era especial.

La dulzura y el abatimiento en la cara de Archie al llamar a su hija fue lo que hizo que a Karen le comenzara a latir el corazón con más fuerza. Aquel tipo algo desgarbado de pelo cobrizo y más mentiroso que pinocho le había robado el corazón, y ya nada volvería a ser como antes. Allí delante tenía a dos personas que la necesitaban tanto como ella los necesitaba a ellos. Era inútil marcharse. No quería irse. Quería quedarse y sentir cómo la sonrisa de Archie le calentaba el corazón cada vez que la miraba, y también dejarse querer por Lexie. Así que se levantó, y mientras agarraba la manita de la niña, dijo mirando a Archie con una diminuta sonrisa.

—¿Es cierto que haces unos desayunos muy ricos? y además ¿sabes jugar a las barbies?

Al escuchar aquello Archie, no supo si reír o llorar. Sólo pudo mirar a aquella mujer que desde que había aparecido en su vida le había alegrado el corazón.

—Lexie —dijo Archie con el corazón a punto de estallar—. Ve a la mesa de la cocina y pon un cubierto más. Karen se queda a desayunar.

—¡Bien! —gritó la cría emocionada, que corrió hacia la cocina.

Archie se acercó lentamente a ella, y la tomó de la mano. Al ver que sonreía, él también lo hizo.

—Tengo algo más que decirte —dijo pegando su frente a la de ella—. Te quiero con toda mi alma española, y haré todo lo que esté en mi mano para que nunca te quieras separar de mí.

Emocionada y a punto de llorar, lo besó con amor. Archie era el hombre que siempre había buscado y ella sabía perdonar.

—Lo primero es lo primero —suspiró haciéndole sonreír—. Demuéstrame que sabes hacer el desayuno más rico del mundo, y cómo juegas con las barbies, y después hablaremos.

CONTINUARA