Lo único sencillo en ese proceso fue sentarme en la silla porque después solo me limité a ver la pantalla y las varias pestañas abiertas incapaz de moverme. Sabía que eso estaba mal de muchas formas, que no era el modo de hacer las cosas. O al menos eso habría pensado Supergirl de todavía existir. Esa confusión conmigo misma me dio el impulso para reaccionar y acercarme a la computadora. Mi mano tembló sobre el mouse al expandir una página y entonces decidí leer.
Winn había hecho un trabajo espectacular. La cantidad de datos solo en esa página era imposible de creer. ¿Y solo había abandonado eso como así? Le di el crédito de crearse todo un trabajo digno lejos de lo que hacía en la universidad pudiendo tener todo tan fácil solo con un ordenador.
La pestaña en cuestión tenía números y nombres —sin demasiado interés informativo— y tres enlaces que al abrirlos dirigían a algunas cuantas páginas sin título. La primera decía lo siguiente en letra blanca simple sobre fondo negro:
"Samantha Arias, trece de febrero de 1990.
Calle 62 Ringwood Drive, Birmingham, Inglaterra. Imagen satelital adjunta.
Escuela de Derecho, Universidad Yale.
Mercadotecnia, Universidad New Haven.
Destacada en béisbol y ciencias económicas.
Idiomas (noruego, alemán, francés, italiano e inglés).
Hija de Patricia Arias (62) y Terrence Arias (fallecido).
Sin hermanos. Sin hijos.
Patrimonio neto de 21 millones de dólares."
Contemplé la cifra boquiabierta. Seguramente era normal para gente como ella, pero después de lo contado por Lena no me fiaba del todo sobre la procedencia de tanto dinero. Ciertamente no estaba con ganas de descubrir ese detalle en ese momento así que continué con la siguiente página.
Habían una serie de correos electrónicos, de los que solo un par tenían el nombre de Sam. Dudosa de todos por igual abrí el enlace junto al primero.
Por los siguientes quince minutos revisé la mayoría de las cuentas con la esperanza de que algo resonara. Pero entre la mediana cantidad de contenido relacionado con el trabajo en CatCo y demás archivos al respecto no había mucho que leer. Solo textos aburridos, contrataciones en su mayoría y así era lo mismo en todos los correos. Disgustada por el tiempo perdido cansando mi vista seleccioné el último de todos, aquel que no tenía ningún indicio de que podía poseer Sam.
Una fuerte sensación nauseabunda me subió hasta la garganta transcurridos no más de treinta segundos.
Los correos databan de los últimos meses y llevaban en mayúscula el apellido Luthor. Ojalá hubiera sido por las razones correctas, ojalá hubiera sido para Lena. Pero el primero tenía de asunto las palabras "A imprimir" y abajo todo comenzaba con Sr. Lionel Luthor.
Se ha salvado del cáncer. Operación difícil, casi no lo cuenta.
Tiene que quedarse en el hospital por un tiempo.
Supergirl permanece en la Fortaleza recuperándose despacio. No he podido recibir mucha más información que esta gran noticia: ya no tiene ni una sola gota de su poder.
Sage está en una casa segura. La he ido a ver la noche anterior para llevarle provisiones. Tiene miedo de salir y que la encuentren. Nadie tiene ninguna sospecha.
Con los dientes apretados pasé al segundo correo.
No sé cómo lo hizo pero encontró una cura. Ha estado trabajando todos los días por una estúpida manera de salvar a la kryptoniana y lo logró.
No pude tener acceso a la sustancia. Solo ella y un par de científicos anónimos la manejan. Para este momento es probable que Kara ya la haya recibido.
Lena sigue sin pisar el hospital. Según archivos de su doctora no le queda demasiado tiempo.
Sam sabía mi identidad. Eso era todo lo que repetía mi cabeza. No era el misterio más grande de todos si se investigaba bien. Pero estaba sorprendida. No me parecía que Lena se lo hubiera contado alguna vez, me lo habría dicho, así que me costaba asimilar que no solo Sam pero Lionel Luthor y, vaya, hasta Sage supieran quién era. Mejor dicho lo que solía ser. Esa información en tantas manos equivocadas podía serme un pesado problema si actuaban contra mí.
Casi todos los demás correos eran iguales al resto. Con información de lo que Lena había estado haciendo, menciones claras sobre mi relación con ella, y detalles de mi vida como Supergirl y Kara por igual.
Estaba enfurecida.
Cómo Sam había pasado tanto tiempo espiando nuestras vidas en secreto yo no tenía ni idea. Cómo yo no me había dado cuenta era todavía más extraño. Tenía curiosidad acerca de hace cuanto sabía sobre Supergirl. En los correos me mencionaba por primera vez hace varios meses pero no sonaba sorprendida para nada. Podía estar enterada desde que me contrató la primera vez, aunque en ese tiempo su trato hacia mí no era en absoluto lo tosco de ahora. Quise asimilar que debió descubrirlo luego.
La idea de salir a buscarla se instaló en mí muy persistente. Estaba molesta y no poder descargar todo ese enojo me enfurecía el doble. Por medio segundo mis ojos ardieron y temí derretir la pantalla y toda la oficina. Hasta que recordé que Lena había asegurado que eso era normal, el sentir rastros de mis poderes como si siguieran ahí. En lugar de seguir enojada me consumió un profundo sentimiento de angustia. Casi como el que sentí al regresar a la tierra y conocer la realidad.
Tal vez por eso no me levanté y escapé de ese lugar. Pero algo insistió a que me quedara solo un momento más, el adecuado para pasar a los primeros correos recibidos y hacerme con otra sensación peor al leer.
Esos sí eran de Lena. Podría haber ignorado aquello sin problema, y sin embargo la fecha atrapó mi interés. Era del año en que me había ido.
No tengo ganas de hacer esto, Sam. Sé que tu madre es muy buena, será asombrosa en el juicio pero no sé, no creo poder soportarlo. No sé si es lo que quiero en este momento, ¿entiendes? Todas esas personas mirándome, juzgando mis decisiones, ¿siquiera van a creerme? No quiero ni pensar en las preguntas. Cielos, las preguntas. No quiero explicar todo aquello otra vez. No me creerán. Es Lionel Luthor contra un pobre trozo de justicia. Hará todo por aparentar inocencia. Comprará a todos. No sé si valga la pena, Sam.
Tu madre me sugirió adelantar la visita a la psicóloga. Así que tomé valor y fui, y ella me envió con un psiquiatra. Y él me dio medicamentos tan fuertes que la primera noche dormí hasta la hora del almuerzo. Elizabeth está preocupada. Me mira como si temiera no volver a verme, pero no la culpo. Después de lo de Alison todo es más complicado. Y ya sé que te lo preguntas, Sam, también pienso en ella. ¿Pero qué puedo hacer? Sé que debo asumir que no va a regresar pero duele de un modo imposible de tolerar. Y es tan difícil pretender que no me importa, porque no es cierto. Ya pasó un tiempo y estoy hundida en la primer casilla rogando porque pase algo que me haga cambiar de opinión. De corazón.
Con un nudo brutal en el pecho continué al siguiente correo.
Hoy fue la primer audiencia y él por supuesto estuvo presente. Con su traje a medida, como si fuera una cuestión de negocios muy sencilla, estaba sentado en el otro extremo de la sala con sus dos abogados. No puede ser tan cínico. Pero bueno, claro que lo veo posible, es Lionel Luthor después de todo. No habló y yo tampoco me vi en la desagradable necesidad de tener que subir al estrado y repetir mi historia. Tu madre me dijo que eso será en la siguiente audiencia. Pero no sé cuánto más pueda soportar la sensación de que sus ojos están clavados constantemente en mí.
Un par de personas que no conozco se acercaron a mí para felicitarme por ser tan valiente. No se quienes eran pero parecían sinceros. Aunque podían haber sido periodistas muy bien encubiertos si lo pienso mejor. Ya sabes, la gente puede pretender ser lo que no es bastante mejor de lo que se espera.
Gracias por venir ayer. Sé que es complicado encontrar un horario libre en tu universidad para venir hasta aquí. Pero me sentí normal después de mucho tiempo. Fue agradable, aunque no lo demostré tanto como hubiera querido. Es extraño tener a alguien dispuesto a escuchar y no temer lo peor. Me alegra no temer lo peor de ti, Sam. Prometo visitarte yo la próxima vez, sin excepciones.
Recibí tus correos pero no tenía las ganas suficientes para contestar. Elizabeth me reprochó sobre el no querer verte la semana anterior, espero que puedas entender que en verdad no tenía ganas de salir de la cama. Ni siquiera después de haber ganado el juicio.
Todos los que ayudaron con el caso, tu madre, los psicólogos, cada uno siente al necesidad de festejar pero no yo. Admito que ya no siento la ansiedad sobre las posibilidades, ahora todo está como debería y sin embargo no puedo experimentar ninguna emoción. Me siento enferma en esta piel. Pasé mucho tiempo viviendo lo peor de todo y en este momento no sé qué es lo que sigue, no entiendo cómo debo continuar. Y para ser honesta no sé si quiera.
Por favor no vengas. Estaré bien. No te dejes llevar por todo lo que Elizabeth te diga, tiende a exagerar un poco cuando está preocupada y a veces la supera. Gracias por el apoyo, Sam.
Un solo correo de una diferente dirección era el último en la bandeja de entrada. Sabía que no podía ser nada bueno y realmente no me equivoqué.
Tu madre me ha estado diciendo que estás muy preocupada por Lena. Empezaré esto diciendo que por favor no vengas hasta aquí. Sé lo mucho que te estás esforzando allá y solo hace poco has aterrizado en Londres.
Lena tuvo una recaída hace tres días. Tomo toda la responsabilidad por no verlo con antelación pero ha estado consumiendo varias sustancias desde hace semanas, no quiero atreverme a decir meses. Sé que sabes que Lena puede ser muy inteligente cuando se propone algo y esta vez no fue la excepción. De algún terrible modo pasé por alto que ocultaba las drogas en su armario. Reconozco que no lo revisé ni una vez, por miedo a molestarla tal vez. Pasaba tanto tiempo encerrada allí que era un milagro cuando salía y la veía tan llena de vida como antes. Transcurría de buen humor el tiempo necesario para que yo no dudara que estaba recuperándose de todo por lo que había pasado. Fue un grave error. Y fue un milagro encontrarla a tiempo. Mi niña estaba tan mal, Sam, nunca podría haber imaginado que la vería en ese estado. Fue doloroso y todavía más cuando despertó. Temblaba y lloraba y por todos los medios quería irse. Se arrancó el suero como si nada y se volvió más desgarrador que cualquier cosa que hubiera visto antes.
Quizás sepas que Lena no es una persona propensa a gustarle el contacto con los demás. Pero nunca me negó ningún abrazo, al contrario la mayor parte del tiempo me los devolvía, un tanto avergonzada por su propia muestra de afecto. Lo que pasó cuando intenté acercarme fue por completo lo contrario. Gritó cuando la toqué, me gané un par de rasguños y a pesar de todo tuve el corazón para comprender que no era más que una niña asustada. Me recordó precisamente al día en que su madre murió, cuando Lionel la dejó en mi puerta porque en sus exactas palabras no la quería aguantar, cuando lloraba con gran desespero y no había forma en la tierra de calmarla.
La única solución fue ser paciente. Dejarla llorar, gritar, romper lo que quisiera. Hasta que lentamente fue cayendo en el silencio y no era posible sacar jamás una palabra de su boca. También fue importante esperar, recordarle que todo estaría bien pronto, y hacer todo aquello que estuviera a mi alcance.
Esto es igual. Sé que Lena estará bien. La conozco como si fuera mi propia hija y sobrevivirá porque es lo mejor que sabe hacer. Estaré en el hospital hasta que le den el alta, será complicado, y lo que siga después todavía más pero ya no está sola.
Te mantendré al tanto pero no tienes qué temer. Saldrá de esto.
Me llevé las manos al rostro en el momento en que las lágrimas más abundaron. No podía entender cómo pero dolía de una forma escalofriante. Como si cientos de fantasmas del pasado hubieran salido de esa pantalla y ahora treparan por mi espalda para susurrar en mi oído que nunca debí alejarme. Era la sensación más fría y penosa que había experimentado en mucho tiempo. Ese eco cruel del pasado, de recuerdos que parecían una tortura, estaba clavado en mí como un trozo de hielo afilado. Justo en medio de mi pecho.
No había más en esa computadora que necesitara, tampoco más que deseara saber. Con manos temblorosas saqué mi celular y tomé varias fotos de los correos de Sam a Lionel y me levanté como un rayo. Me limpié los ojos en un miserable intento de verme decente y salí de la oficina.
Maggie estaba con Winn al otro lado del pasillo. Ella con un sándwich grande y él con lo que parecía un café. No le di importancia a su mirada tan singular, si sabía o no que había ignorado su pedido de no sacar información de allí ya no me interesaba. En vez de tomar el elevador seguí por las escaleras a mi izquierda ignorando el llamado de Maggie. Bajé corriendo tanto como mi cuerpo me lo permitía, quedándome sin aire muy seguido. Me hacía falta eso; el profundo efecto de agotamiento en cada rincón de mí, pidiendo parar a toda costa, nublando mi vista y golpeando con fuerza un latido en mis oídos.
Llegué abajo cuando pensé que estaría cerca de perder la conciencia. Mi aliento lo notaba extrañamente fresco mientas llenaba de oxígeno mis pulmones. Pero por sobre todo mi cuerpo, pese a tan enorme ejercicio, estaba más ligero, casi como cuando solía...
—Kara, oye... Kara, ¿estás bien? ¿Qué fue lo que viste?
Era Maggie que tropezaba a mi lado con las manos en los costados y respiraba a duras penas. Miré hacia la calle igual de normal que antes, esperando que algo extraño sucediera en mi vida tan de golpe ordinaria, pero la gente siguió caminando y los autos continuaron su recorrido sin problema. No sé qué era lo que yo tanto deseaba que pasara, pero cualquier situación habría ayudado a distraer mi cabeza de todo esos correos que se sucedían en mi mente repetidamente.
Negué con la cabeza a medida que recuperaba todo el aire por completo. No le diría a Maggie sobre lo que sabía más allá de los correos de Sam hacia Lionel, pero tampoco sería en ese momento. Antes tenía que hablar con Lena y enseñarle lo que había descubierto, pero nadie me aseguraba que no me pusiera a llorar frente a ella apenas verla.
—¿Puedes llevarme a casa de Lena?
Maggie aceptó el pedido en silencio y pasó por mi lado hacia la patrulla en la calle de en frente. Yo la seguí, no llegando a sentir nada más que crepitante culpa.
Cuando Lena llegó a casa estaba oscureciendo. Me había avisado por mensaje que demoraría un tanto más de lo esperado y acepté la extensión de soledad como una oportunidad para pensar. Y aún así seguía tan confundida como hace horas atrás.
Lena me encontró en el sofá, me sonrió abiertamente y besó mi mejilla.
—Olvidaba lo intenso que puede ponerse un solo día —empezó. Soltó el bolso y se quitó el sencillo saco. Su estilo ya no parecía tanto al de la empresaria que había vuelto a encontrar hace meses, luego del accidente de avión su modo de vestir había cambiado drásticamente y se podía apreciar al mirarla. Esas cosas caras, que usaba muy poco, ya no le interesaban—. ¿Eso no es alcohol, verdad?
—No lo es.
—Que mal, porque necesito un poco.
Exhaló, estiró el cuello y se alejó algunos metros hacia el mueble con las bebidas. Se sirvió algo oscuro y regresó a mí con la misma velocidad, solo que al volver no se sentó a mi lado, se quedó de pie mirándome curiosa. Estudiando.
—¿Qué tal estuvo tu día?
—Podría haber resultado mejor —dediqué una penosa mirada al vaso en su mano. A mí también me habría venido bien un par de tragos para lo que tenía que decir—. Lena, hay algo que debo contarte. Sobre donde estuve hoy.
—Tu paseo.
—Sí, sobre eso...
—Sé cuando me ocultas algo, Kara. Pero no estoy molesta al respecto.
—¿Sabías que mentía? —Lena bebió un poco y ladeó la cabeza.
—Imaginé que si lo hacías era porque debía existir una razón y opté por creer eso. Preferí dejarlo pasar y no presionarte.
—No era mi intención ocultar nada, ¿de acuerdo? Quería... Gran Rao, no sé como vaya a escucharse esto pero busqué en tus notas la dirección de Sam y fui a su casa. No te preocupes, ella no estaba, nos fuimos antes de que volviera cuando revisar sus cosas no sirvió de nada.
—¿Hiciste qué? —al contrario de sonar enojada demostró sorpresa—. Kara, eso podría haber sido peligroso en tantos niveles. Si ella te hubiera visto... Después de lo que dijo Lionel y su ausencia constante ya no sé quién es. Me preocupa lo que puede hacer.
—Por esa razón quise ir. Quería encontrar algo para ayudarte a entender, quería intentar quitarte las dudas en cuanto a Sam y... No sabe que fui, todo está en su lugar y en serio no debes preocuparte, Lena. No por mí.
—¿Qué quieres decir?
Froté mis ojos exhausta. Era más complicado de lo que había esperado.
—Maggie sugirió ir a otra parte. Estábamos en la patrulla cuando llamaste. No quería contarte en ese momento lo que pasaba, quería tener algo valioso y no esperanzas inútiles.
—¿A dónde sugirió Maggie que fueran?
—A ver a Winn Schott.
—El programador —murmuró entrecerrando los ojos—. ¿Por qué?
—Cuento con que sabías que iba a nuestra universidad. Bueno, Maggie lo conocía bien y a mí me ayudó una vez en ese tiempo.
—Sí, es un buen hacker después de todo —respondió despacio. Parecía agarrar el hilo de lo que quería explicar. Yo asentí.
—Le pedí toda la información que pudiera obtener de Sam.
Lena tomó un sorbo rápido, demoró unos segundos y tragó. Sí que podía volverse bastante inexpresiva cuando se lo proponía.
—¿Qué fue lo que encontraste?
—En realidad mucho. En donde nació, sus padres, todos sus estudios, donde ha trabajado... También sus correos electrónicos.
—Vale.
—Tiene algunas cuentas diferentes. Revisé cada una —expliqué sonrojándome—, en su mayoría son normales. Contrataciones, entrevistas, contactos con inversores. Pero había una cuenta que destacaba. No tenía su nombre, solo algo aleatorio pero... Sam sí ha tenido contacto con Lionel. Hay correos que es seguro imprimió y le llevó a él en sus visitas. Son dirigidos a él pero nunca los enviaba a nadie. Seguridad tal vez. Aunque pésima.
—Correos.
Lena se había puesto muy seria. La mujer a pocos pasos había elevado todas sus barreras y me preocupaba lo que pudiera ocasionar lo siguiente.
—Winn no permitió que sacara ninguna información de su oficina pero tomé fotografías de los correos —le tendí mi celular y ella dejó el vaso a un lado, mirando algo que no era precisamente la pantalla—. Lo siento, Lena.
Entonces comenzó a leer. Pasados los minutos ni siquiera se la veía enojada, no había nada. Ya no tenía el entrecejo fruncido ni su porte me recordaba al de la empresaria letal y segura de sí misma. Quería hablarle, aunque no sabía qué decir, o abrazarla pero no era lo correcto en un momento tan crucial para ella.
Su mandíbula se tensó en cierto momento, parpadeó lento y al cabo de un minuto tragó cuando me devolvió el teléfono.
Me miró a los ojos con amargura.
—Esperaba que fuera mentira.
—Aun es posible que sea un error, ¿no? —yo no lo creí y Lena claro que tampoco.
—Todos estos meses me ha estado mintiendo en la cara. Es que no puedo dejar de sentirme una estúpida por no ver ninguna de las señales. A veces las había, una mirada extraña, o una contestación distinta a lo normal, brusca, pero todo lo demás era como siempre. No entiendo cómo pudo hacerme esto. ¿Tramar con él... Con Sage además? No hicieron más que herirme y ahora complota con ellos.
—Tampoco sé porqué haría algo como eso. Se conocen hace... tanto.
Lena me observó detenidamente.
—Conozco ese correo. Sam lo usaba hace años —dijo, como esperando una reacción que yo no sabía cómo evitar—. Has leído los otros correos, ¿verdad? Los que yo le envié.
—Lena, lo siento tanto, no quería entrometerme de ese modo pero vi tu nombre y tuve curiosidad y...
—El pasado no importa ahora, no te disculpes —replicó sentándose junto a mí pero sin tocarme. Su ánimo solo iba en decadencia.
—No eran muchos, solo correos antes del juicio y...
—No esperaba que te enteraras así de mis peores días. Te conté antes sobre esto pero no quería hacerlo tan grande y hacerlo importante. Solo es el pasado, Kara, no tiene relevancia.
—En parte debe tenerla porque me siento fatal —contesté sincera. Volteó el rostro y respiró hondo al mirarme, pero yo hablé antes—. No me alcanzarán los días para lamentar lo que hice. Saber que estuviste tanto tiempo sintiéndote así y que yo estaba lejos es terrible. Nadie debería vivir lo que tú viviste.
—Fue algo que yo me busqué después de todo. Las drogas, quiero decir. Fue el punto más bajo al que llegué pero era lo único que podía hacer para que mi cabeza no siguiera atormentando cada minuto de mi vida. Con recuerdos de Lionel, de sus clientes, de Alison... Y sí, de ti también. Pero no eres la culpable, Kara.
—Debí estar para ti —musité notando las lágrimas buscar lugar—. Quería tanto estar contigo. Quería volver tantas veces.
Lena miró pensativa los retratos en la pared del frente.
—Me arrepiento de muchas cosas con respecto a todo eso pero no sé si cambiaría algo. Te lo dije antes, no estaríamos aquí de no ser por todo lo que pasamos. Mira, cuando tú te fuiste y al tiempo conocí a Sam quería creer por todos los medios que era una señal. Que ella... tal vez podría ser una suerte de reemplazo. Que era la correcta. No estuvo bien y lo sabía. Pero Sam era una buena compañía, y me escuchaba, y podía confiar en ella. Si lo deseaba con las ganas suficientes a veces podía imaginar que existiría algo entre nosotras, que así iba a olvidarte más pronto y dejar nuestra historia atrás. Sin embargo mientras más intentaba peor era. Sam quizás veía eso como algo que no era aunque nunca lo demostró. Ella sabía que yo estaba demasiado rota por dentro como para sentir plenamente como era debido. Pero no sé si sabía que no tenía ningún interés en querer a nadie así nunca de nuevo. A pesar de todo se quedó siempre. Por eso duele saber que su amor ya dejó de ser incondicional hace tiempo. Estuve mal y me rompí y caí muchas veces pero Sam estaba ahí. ¿Por qué dejaría de querer eso? No es... ¿Kara?
—Dame un minuto.
—Kara.
Lena intentó tocarme, o abrazarme, no lo supe. Pero me alejé. Me levanté del sofá y no logré calmar la maldita sensación agobiante que inundaba todos los huecos heridos en mí. No podía estar llorando y no quería que ella lo supiera pero era muy tarde.
—¿Qué pasa? Por favor dime, déjame ayudarte.
—No tienes que hacer nada. Solamente es... Es solo que estoy como demasiado hipersensible estos últimos días, ¿entiendes? Y no sé cómo rayos se controlan este tipo de cosas. Quiero decir, antes podía volar y lo que parecía un minuto era una eternidad bien gastada para mí. Lo podía solucionar muy fácilmente y... No, no. Esto no se trata de mí. Lo lamento. Solo son las estúpidas emociones, las siento en todas partes. Dame un minuto.
Al estar de espaldas a ella no tenía que verla y desear llorar el triple. Sin embargo la escuché ponerse de pie y rodear mi cintura con sus brazos, apoyando su peso cálidamente y su mejilla en mi hombro.
—Tú eres lo más importante del universo. Lo más importante de mi vida y odio verte así. ¿Crees que podría ser capaz de dejarlo estar? —suspiró, reacomodó su rostro y aguardó un momento. Mi llanto se había vuelto peor—. Sam pudo haber estado allí cuando necesité de alguien, pudo haber significado mucho su ayuda. Pero nada nunca se comparó con lo que tú habías hecho por mí. Lo olvidé en ese entonces, ¿sabes? Lo mucho que me ayudaste a salir de ese agujero oscuro en la universidad. Y tal vez debí aferrarme a eso solo un poco, lo necesario para entender que irte no era lo que querías, y que tenía que existir una razón que explicara todo. Tú hiciste más por mí que cualquier otra persona en la vida. Hiciste que sintiera amor real, y lo que significa amar sin ataduras de un modo puro y admirable. Estaba en las simples cosas lo mucho que me amabas y yo me negué a recordar eso. Tú no tienes que disculparte por ser tú y haber pensado que las necesidades de los demás van antes que las tuyas. Estamos aquí ahora, y no me daré por vencida hasta que sepas que eres la única en todos los sentidos que merece cada gota de amor que hay en el mundo. Yo ya pude sanar, podré con esto y podré con Sam. Tú también vas a poder con lo que sea. Y si el camino se torna difícil haré que lluevan diamantes, o caiga nieve en el desierto para solucionarlo ¿me oyes?
Lena hizo silencio y no dejó de abrazarme. Terminé de llorar, un poco avergonzada por semejante momento de debilidad. Pero no del todo. Había prometido que dejaría de ocultar lo que sentía pero el momento no era el correcto, no quería hacer todo sobre mí todo el maldito tiempo.
Y muy a pesar de eso estaba en paz. Mi pecho había vuelto a estar ligero y mi cuerpo no estaba tenso. Quería permanecer así todo el tiempo del mundo y Lena no daba a entender lo contrario. Pero extrañaba sus ojos aunque los míos parecieran dos manchas rojas pegadas a mi cara.
Despacio me giré y Lena no me dejó ir. Sus brazos me siguieron sosteniendo y una mano suya se acercó a mi rostro para secar con cariño la humedad antes de regresar a la posición de antes.
—Eres la mujer más increíble y especial que he conocido —dije con una voz frágil y tonta por haber llorado.
—Pues no te quedas atrás. No estás mal.
—¿Es posible enamorarme más de ti?
—Dado mi brillante plan todo va según lo acordado, así que sí. Es posible.
—¿Tienes un plan para volverme más adicta a ti? —esa risa calmada hizo que pudiera sonreír al fin.
—Tengo planes para todos los días de nuestras vidas. Tú solo tienes que aceptar llevarlos a cabo conmigo.
—¿Y cuáles son esos planes?
—No te diré sobre los demás. Pero hoy cenaremos a lo grande y dormiremos aún mejor. Espero que mi compañía te sea suficiente encanto.
Esta vez sí que no pude evitar reír y, antes de buscar sus labios y encontrar mi paz, dije:
—Tú ya eres todo lo que necesito. Nada más que tú, Lena.
Siento que es hora de decir adiós.
Acabar con esta larga tortura y con esta espera tan dolorosa.
Sigo atorada en los sentimientos, en los recuerdos que son tan crueles y vivos que a veces, cinco de siete días, no puedo irme a la cama por miedo a soñar contigo. Como si el solo hecho de pensarte a todas horas no fuera suficiente martirio.
Cuando te enamoras nunca crees que se convertirá en un infierno. Todo es tan perfecto que ignoras la posible catástrofe. Pero he estado en varios ya, en largos e interminables infiernos. Algunos llegaron a ser dulces escenarios, podía sobrellevarlos. Pero esto es imposible de manejar. Estoy estancada.
Cada vez que respiro me pregunto en qué parte del mundo estarás.
El collar aún lo tengo, pero es la simple visión del colgante lo que me hace dejarlo otra vez entre prendas viejas por la amargura solitaria que se me instala en todas partes.
Tú no entiendes el dolor por el que estoy pasando, pero deberías. Deberías poder sentir todo lo que no me deja dormir, todo eso que pienso y que es tan, pero tan terrible. Alison ya no está y en parte me alegro. Elizabeth dice que está mal que hable así. Pero quiero decir, tantos años en sufrimiento tenían que parar en algún momento, ¿no crees tú?
No tengo el coraje para contarle esto a ella, o a los psicólogos, pero incluso ahora que el juicio resultó a mi favor me siento peor. ¿Cuál es mi propósito en todo esto? ¿Qué sigue? Me hubiera encantado tenerte aquí para que me lo dijeras, que todo resultaría bien y... Bah, ahí voy de nuevo poniéndote en un jodido pedestal. Sabes, prefiero creer que te odio cuando mi cabeza te extraña como mil demonios. Cuando me tiemblan las manos, y tengo escalofríos a mitad del mediodía porque se me pasó por la mente que existías . O, todavía peor, que ya no.
Me aterra no saber. Me avergüenza querer odiarte y que tal vez ya no estés. Pero sí que estás, siento que sí.
En fin, dejé de escribir esto hace dos semanas pero aquí volví. Resulta que tengo un grave caso de estrés postraumático, quién lo hubiera dicho ¿no? Pues bueno, lejos de unas variadas cuestiones mentales más, desarrolladas durante estos años, me siento bien. Estaba en medicación constante, pero había dejado de estar del todo segura de lo que ocurría a mi alrededor así que, entre tú y yo, dejé varias píldoras y las sustituí por otras. Encontré a una agradable mujer que vende cosas muy interesantes. Caras, pero muy buenas. Si hasta estoy escribiendo esto, ¿no te parece genial? No faltará para que Elizabeth sospeche, no estoy siendo muy precavida, pero la verdad es que dejó de importarme. Hay una parte de mí, quién pensé que era, que está muy pero muy lejos de aquí. Que se está ahogando en vaya a saber cuánta mierda y no pienso hacer nada al respecto.
Las cosas están mejor así, digo, sé que mencioné algunas situaciones nada alentadoras pero estoy aprendiendo a acostumbrarme al vacío de tenerlo todo y no comprender nada.
No es tan agobiante cuando dejas de sentir la mayoría de cosas que una persona promedio siente. Al menos no duele como dolía. El que no estés, digo. Una que otra noche pensar en ti me provoca tantas ganas de llorar que debo recurrir a mis poco saludables métodos de auto ayuda. Reírme mientras escribo esto no dicta nada sano, ya sé, pero todo es tan gracioso ahora. Encarcelé a mi padre, dejé la universidad, Alison murió, los psicólogos me persiguen como cuervos, y encima del hecho de que mi novia me abandonó como una cobarde también consumo sustancias tóxicas.
Te adjunto un par de fotos actuales, por si se te da por regresar y olvidaste mi cara. ¿Te imaginas? ¡Sería chistosísimo ! Aquí estoy con Claude pasando el rato.
Es la amiga de la que te hablé antes. Maneja bien su negocio. A Elizabeth no le agradan para nada sus visitas, se la pasa cuestionándome porqué una mujer tan mayor como Claude viene semanalmente. Claro que no le puedo comentar en qué cosas gasto el dinero estos días, así que siempre es la misma excusa de que es una amiga de por ahí. No puede culparme por no saber mentir, pero no hará nada. Elizabeth cree que estoy mejorando y le daré al menos eso.
Tal vez me cambie el color de cabello, o me haga un tatuaje enorme en el cuello, ¿quizás? Estoy con ganas de algo distinto. Algo que cambie toda esta nada.
Es momento de dejar esto de una vez.
En mi ignorancia no acepté que estabas terminando conmigo, ni siquiera cuando me dejaste, ni tampoco cuando no volviste. Tengo que acabar con esta situación de mirar fotos tuyas, esas que te saqué mientras no mirabas, las acabo de eliminar de hecho. Admito que ya estoy muy arrepentida pero no quiero verte más. No quiero volver a verte jamás.
De ser necesario me lo repetiré hasta creerlo.
Me salvaste en su momento y por eso te agradezco. Pero eso es todo. Adiós, Kara.
—No sabía que te gustaba ser masoquista.
El tono poco audible que Lena empleó me hizo correr un frío helado por la espalda.
Estaba detrás de mí, de brazos cruzados apoyada en la puerta, el cambio de las fotos en el correo con la mujer de pie allí era abismal.
Lena se acercó, leyó algunas líneas y miró mi avergonzado rostro.
—No sabía que te había llegado después de todo.
—Fue una de las primeras cosas que hice al volver. Tratar de saber algo sobre ti. Llegué a este correo después de los rumores sobre tus tantas relaciones amorosas fallidas y... Ah, tu enorme banca rota —Lena sonrió, apenas un poco.
—El estado en el que estaba en ese momento... —negó con la cabeza—. No era yo misma. No era nadie en realidad. Un simple cuerpo vacío sin nada en su interior. Nada en lo absoluto, ¿entiendes? Eso no era yo. En esa sonrisa no había felicidad. Lo que hacía estaba tan mal, lo que le hice pasar a Elizabeth fue horrible. Pero no dejes que palabras viejas te afecten ahora por favor.
—Leí tantas veces esto. Me hice a la idea de que yo no tenía el derecho de regresar a tu vida así como así, y era verdad. No era mi derecho. Y sin embargo también fue un error. Mi pasado se nutre de errores —dije casi en gracia.
Lena se arrodilló junto a la silla, tomando una de mis manos.
—Hacemos tantas cosas estúpidas en la vida, Kara. Somos producto de nuestras decisiones, quienes somos hoy se lo debemos a lo que fuimos hace siete años. De tu responsabilidad al tener que irte y de mi necesidad de buscar ayuda. Teníamos cosas que solucionar, y aunque hubiera amado que sucediera contigo sé que el haberlo hecho sin ti me dio el valor que nunca había tenido por mí misma. Esa valentía de hacer algo real por la persona destruida que era.
—Duele verte así —indiqué tragando saliva, en dirección a las fotos. La sentía muy lejos allí.
—Si sirve de consuelo por un buen tiempo pensé que las drogas ayudaban en verdad. Ahí me sentía bien. Los efectos eran tan placenteros pero una gran farsa. No sabía quién era la mitad del tiempo, y solo me levantaba para consumir un poco más.
—¿Cómo sobreviviste?
—Sam. Sus visitas casi diarias impedían que hiciera lo mío. Ya sabes, su madre era mi abogada y nos hicimos amigas y... eso —murmuró perdiendo un poco la voz—. En fin, por supuesto que no podía drogarme frente a ella así que a veces, cuando algunos días su compañía me hacía olvidar mi situación solo... lo dejaba estar. Me iba a dormir olvidando que no había consumido nada. Confieso que sirvió para no volverme una completa adicta, pero como ya sabes eso en cierto momento acabó. Sam tuvo que regresar a su universidad y pues, tan solo dejé de contestar sus llamadas, ya no respondí sus mensajes y así solo bastó pensar en ello para volverlo a hacer otra vez.
Tanta amargura al mismo tiempo, tanta complejidad y recuerdos de malos días ya eran demasiado para mi torpe corazón que insistía en llenarse de remordimiento.
—¿Pudiste ubicarla? —pregunté en un pobre intento de calma. Lena había estado intentando encontrarla y sin ningún éxito. Era como si se la hubiera tragado la tierra, o peor, que ya supiera que conocíamos de su relación con Lionel.
—No. No ha vuelto a la empresa en un par de días, nadie recuerda haberla visto. ¿Tienes algo sobre Sage?
—Sigue tan desaparecida como de costumbre —el modo en que su mirada se intensificó no podía indicar muchas cosas buenas. Volví a hablar, medio en broma le dije—, sin rencor ¿recuerdas?
—Puedo sobrellevar la traición de mi mejor amiga. Lo que no puedo es dejar pasar que casi te maten. Sage va a pagar. Sea mañana, en un mes o en diez años. Pero lo hará. Lo que te hizo no tiene perdón y personalmente me encargaré de que lo sepa.
No reconocí al instante que también había guardado para mí ese pensamiento. No hasta que habían transcurrido varias horas desde que Lena se había despedido para salir de emergencia a CatCo. Y yo me había puesto en marcha.
Si ya no tenía las habilidades de Supergirl, entonces debía recurrir a lo que mejor me salía; ser una reportera. Aunque para eso tuviera que investigar durante todo el día. Era esencial encontrar a Sam antes de que las cosas se pusieran peor de lo que ya estaban.
Puse en marcha un plan poco elaborado y más desesperado que inteligente, pero un plan al fin. Me preparé poco para salir, tomé un taxi y así entré en la comisaría con la excusa de visitar a Maggie. Por supuesto ella no estaba, tenía el día libre con Alex y de ese hecho yo estaba enterada. Sabía que entre los agentes había un recién llegado, muy novato para saber las reglas al pie de la letra, y fue quien justo me atendió.
—¿Hola? Buenas tardes —comencé—, mi nombre es...
—Kara Danvers —completó antes que yo pudiera decir nada más, deteniendo su escritura en el teclado y levantando con un dedo sus grandes gafas.
—Eh... Sí, sí, precisamente. ¿Te conozco?
—No, ¡Ja ja! Conocerme. No, para nada. Pero sé quién eres, ¡la reportera! La que escribe artículos para CatCo. No hay nada como una buena dosis de realidad para recordar por qué se hace lo que se hace. Te admiro desde tus columnas sobre cocina.
—¿Lees mis artículos? —indagué confundida.
—Pues claro, soy fiel lector —apenas decir la última palabra su rostro pasó a uno apesadumbrado—. Ahora que lo pienso ya no he encontrado tus notas. ¿Te fuiste de esa revista?
—Eh... No, yo... He estado un poco enferma estos días.
—Ah, que pena.
Un momento de silencio. Él me quedó viendo como a un personaje de feria y yo aguardé a que se le diera por reaccionar. Medio minuto más tarde.
—¡Cierto! Lo lamento, ando muy despistado y conocerte es como otro nivel. ¿En qué te puedo ayudar? —qué diría si supiera sobre Supergirl...
—Estoy en... Bueno, venía ver a mi amiga, Maggie. Trabaja aquí.
—¿Eres amiga de Maggie Sawyer? —preguntó frunciendo el ceño. Casi sentí que me estaba por atrapar cuando siguió—. Esa mujer no se lleva bien con nadie.
—Cuesta ablandarla, es todo. Me dijo que esperara en su oficina, en... en tanto regresaba y eso. Almorzaremos juntas.
—Oh, no sé si tengo permitido dejarte pasar, podría meterme en problemas —murmuró mirando por la cabeza como buscando a alguien. Negué frenéticamente.
—No, claro que no, vengo aquí todos los días y Carl ya me conoce. Le preparo unos pasteles para morirse.
—¿Quién es Carl? Solo conozco a una...
—¡Carla! Dije Carla —interumpí riendo a lo tonta—. Es fácil de confundir, lo sé. ¿Y bien? ¿Puedo esperar allí?
—Quizás debería llamar a mi jefe antes, por si acaso...
—¿Cuál es tu nombre?
—Me llamo Felix —respondió suavemente levantando sus gafas. Yo le sonreí, poniéndome en un lamentable y forzado papel.
—Bien, Felix, te diré la verdad. Mi hermana va a casarse y para eso necesita de mi ayuda para colocar cierto objeto entre las pertenencias de mi amiga. Serán cinco minutos, no me verán entrar y no me verán salir. ¿Crees que sea posible?
—¿Un casamiento? ¿Maggie Sawyer se casará?
Su expresión sorprendida y la total confianza en mí funcionó para sentirme como una total mentirosa. Lo era después de todo, pero odiaba admitirlo. Mentir por un beneficio propio me disgustaba tanto que cerca estaba de acabar con esa farsa y volver a casa. Pero asentí.
—Vaya... ¿Y yo seré parte de esto?
—Solo si quieres serlo —dije con su misma emoción—. Maggie será tan feliz...
—Dios... Van a matarme si alguien se entera —murmuró para nosotros, pasando una mano por su cuello—, pero supongo que puedes pasar solo unos minutos.
—¿En serio? Oh, gracias. ¡Gracias! Eres genial. No me tardo.
Haciendo uso de la poca atención de la gente alrededor acepté su consejo de pasar deprisa hacia el baño, doblando en dirección a un pasillo cercano a último momento. Desde la recepción levantó apenas la mano. Cinco minutos.
Recordaba la oficina de Maggie. Había ido algunas veces y conocía los corredores y sus oficinas, y la puerta de mi mejor amiga estaba a unos pocos metros de donde yo estaba. No me fue gran trabajo apresurarme sin hacer contacto con nadie, aunque pocos caminaron por mi lado y ninguno me miró directamente.
Inhalando me escabullí dentro del oscuro lugar. Las cortinas estaban corridas y precisé de la linterna del celular para no pisar ninguna de las cajas en el suelo. En su mayoría estaba segura de que eran sobre la investigación de Sage. Sabía que Maggie estaba trabajando duro para hallar algo, cualquier cosa que fuese lo suficientemente relevante sobre ella para poder encontrarla, pero era tan difícil como creer que Supergirl regresaría un día.
La comparación no fue la mejor de todas, admití amargamente. Pero no había tiempo para disgustos.
Encendí la computadora e inicié sesión. Desde que tenía uso de razón Maggie utilizaba la misma contraseña para casi todas sus cuentas y el adivinarla años atrás no fue gran sorpresa para variar. Digamos que poner como clave el cumpleaños de tu novia no es la idea más inteligente para una detective. Pero allá ella, y que suerte para mí.
Entre tantos archivos policiales y asuntos en los que yo no debería estar indagando encontré lo que necesitaba. Una delgada línea conectaba al DEO con la policía, y resultaba ser Maggie. O bueno, uno de sus casos. Grandes cargamentos de sustancias ilegales estaban en un depósito del gobierno, arrebatados hace algunos meses por la policía y el DEO de un grupo de alienígenas. Hasta ahí llegó el asunto entre las dos entidades, aquello quedó en el anonimato, pero desafortunadamente los criminales no habían quedado tras las rejas.
Supergirl había ayudado en ese caso, pero no había contado con que los alienígenas tenían extraños poderes para lograr literalmente desvanecerse del radar. Eran imposibles de encontrar, y a su vez ansiaban una sola cosa; el cargamento que habían perdido.
Evidentemente iba a ser yo quien se los devolviera.
Y más que seguro Maggie iba a cabrearse. Junto con una especial cantidad de policías.
Pero me hice con los datos que precisaba y tres minutos después la oficina estaba igual que antes. Con cientos de pensamientos al mismo tiempo, caminé por el pasillo hacia la recepción, donde Felix hacía de cuenta que no me miraba. Al estar frente a él le agradecí y me di la vuelta para desaparecer tan rápido como pudiera, pero siendo detenida por la voz del muchacho.
—Oye.
—¿Sí? —contesté de un modo que evidenciaba mis nervios.
—¿Crees que podamos salir uno de estos días?
Me lo quedé mirando seriamente confundida.
—Eh... ¿Qué?
—Salir, ya sabes, no tiene que ser una cita. O sea, si quieres sí pero no... No es necesario ponerle un nombre. Tal vez un café o...
—Oh, no, por favor. Tengo novia.
—¿Tú también... ?
—Sí, causa tantas risas en las cenas familiares... —su cara entre la vergüenza y la sorpresa estaba bastante roja—. En fin, debo irme. Podrás guardar este secreto, ¿verdad? Te lo agradecería si lo mantienes entre nosotros.
—¿Qué tienes novia? —su pregunta me dejó con cara de estúpida.
—Um... no, sobre lo de Maggie.
—¡Oooh! Claro, sí, disculpa. Entre nosotros.
Hizo como si por su boca se deslizara un cierre y acepté sonriente el silencioso pacto. Esa vez al salir nadie me detuvo y después de unas incómodas llamadas, el primer taxi que pude hallar me llevó directo al bar alienígena que frecuentaba de vez en cuando antes, al creerme alguien un tanto más normal.
Que paradójico era sentir que ahora no era nada en absoluto.
El lugar estaba como siempre a rebosar de tantos seres extraterrestres uno pudiera esperar. A las risas, con bebidas en mano, sonriendo... Siendo ellos mismos. Una envidia cruda y fría sentí en el cuerpo, al momento que divisaba a los alienígenas con los que debía hablar, uno de ellos me vio también y al segundo los demás, como en cadena. Como si estuvieran conectados para ser más precisa.
Me acerqué y me coloqué a una distancia prudente del líder. Eran cinco en total, y él destacaba porque sus brazos eran los que más espinas negras tenían. Aquella especie tan interesante contaba con una serie de individuos nacidos cada cual con un poder diferente. Y a quien yo precisaba resultaba ser la hermana de ese tipo tan molesto que hace meses se nos había escapado.
—Pero si es Supergirl quien nos honra con su visita —dijo con su particular voz chillona. No se me escapaba que supiera sobre mi identidad, eran alienígenas muy inteligentes, lo que me sorprendía era el poco interés en usar esa información durante todo este tiempo.
—Me temo que no en este momento.
—Fue extraño que llamaras... Más que el hecho de que pudieras hacerlo. Una hija de Krypton queriendo hacer un trato con nosotros. No suena correcto —vi el brillo en los ojos del tipo a su lado, hambriento y paciente, pero no me acobardé. No podía darles tal lujo.
—Pruébame. Verás que no hay trucos.
Entrecerró los ojos cetrinos, miró a su compañero y este me contempló por medio segundo.
—No está mintiendo.
—¿Qué casualmente podemos darte por ese estúpido cargamento?
—No puede ser tan estúpido si me estás preguntando —él gruñó mostrando los dientes—. Es algo sencillo, no va a costarte nada más que un momento.
—¿Crees que somos tan estúpidos para ir a un lugar lleno de policías?
—Solo hay tres guardias vigilando. A excepción de los viernes que solo hay dos. Imagino que pueden contra tres simples humanos.
—Tiene que haber algo mal aquí —murmuró alguien a un costado, el único inquieto de todos ellos y el más joven—. ¿Acaso todos ignoran que es Supergirl?
—En caso de que la noticia no les llegara ya no lo soy hace un tiempo. Les estoy ofreciendo algo importante, estoy rompiendo la confianza de personas que realmente quiero por esto.
—¿Qué puede ser tan importante para ti, Kara Zor El, que estás dispuesta a destruir lo que más valoras?
—No sabes lo que más valoro —dije apretando los puños. Probablemente había dejado que las emociones me ganaran en ese momento tan tenso, o tal vez uno de ellos estaba haciendo de las suyas con mi cabeza, revisando en mis pensamientos.
Observé directamente al responsable del poder y la sensación se detuvo.
El líder le reprochó con la mirada y luego se inclinó hacia mí con desgana.
—Dime lo que quieres —saqué de mi bolso un suéter y se lo entregué casi a la fuerza.
—Encontrar a alguien. Te aseguro que el cargamento estará ahí.
Miró a uno de los suyos, él asintió, y al cabo de un minuto le dio la prenda a su hermana. Ella solo precisó tocarla, pasar sus pálidas manos por la tela unas cuantas veces hasta que sus ojos se volvieron negros. Le pasaron un trozo de papel y una pluma y escribió a ciegas con furia. Finalmente fue como si recobrara la compostura y respirase de una vez, tomando color en la piel.
El que seguía con intenciones hambrientas me entregó la hoja bruscamente y ver la dirección fue sentir claridad después de mucho tiempo. Yo hice lo mismo con mi información, el horario de los policías y el sitio del cargamento. Estaba mal... tan mal. Pero no tenía intenciones de arrepentirme.
Recordaba aún el dolor en los ojos de Lena al leer esos correos, me dolía como si yo misma hubiera causado su pena. Tener tanto miedo de que pasara por más sufrimiento era tormentoso, de las cosas más difíciles de procesar últimamente. Por mucho que ella me dijera que estaría bien yo no podía dejarlo así.
—Al final resulta que todos los alienígenas son igual de despreciables —dijo el líder, animado, cuando le hicieron saber que el cargamento estaba donde yo decía—, no importa cuánto traje se intente poner encima.
Con risas a mis espaldas y un vacío en el pecho me fui tan rápido como mis piernas me lo permitieron.
Ya no era fuerte, ni veloz, ni capaz de volar. Ya no sabía quién era ni mi propósito en ese planeta. Pero me quedaba el amor que sentía por Lena, y esa furia por lo que ella había tenido que pasar para ser traicionada otra vez... Ya no más.
Asegurando la dirección otra vez, sin ningún plan en concreto, deseé que si ahora en verdad era el final Lena pudiera algún día perdonarme.
Toda historia
necesita de sus héroes.
De sus villanos.
Y de un monstruo.
El último día de mi vida siempre lo imaginé de modos distintos.
Primero en mi dolorosa estadía en Krypton. Esos días los recordaba, en particular, por el calor agonizante que llenaba cada espacio de mi cuerpo. Un calor tan infernal que la idea de dejar de respirar era lo único que cruzaba mi mente cada hora transcurrida allí.
Luego al casi perder a Lena, cuando el avión explotó.
Mi vuelo desesperado en su búsqueda había durado tan poco que no lo había sentido en ese instante. El dolor agonizante que me quería arrancar el aliento, creciendo mientras más difícil era hallarla, se convertía en un nudo triste y ansioso en mi pecho.
E inmediatamente después al encontrarla, al ver y escuchar como su corazón dejaba de latir lentamente.
Eran cosas que había podido superar pero que sufrí con un último aliento. Porque en cada fibra de mi cuerpo el sentimiento de que si Lena se iba yo inevitablemente también, estaba allí latente.
Eran esas cosas que pasaban por mi mente, en lo que contemplaba el edificio, las que me hacían dudar sobre lo que estaba a punto de suceder. ¿Pero qué exactamente pasaría? ¿Con qué me encontraría si allí estaba Sam?
Le eche un vistazo al móvil y una foto de Lena en la pantalla me sonrió feliz. Se la había sacado ella misma días atrás, mientras preparaba un postre escocés que ella aseguraba iba a adorar —cosa que fue cierta—, sus ojos estaban más verdes y puros que lo habitual en esa toma. El impulso de llamarla irrumpió en mí con dureza, y lo desaparecí apagando el celular sin pensarlo una vez más.
Escucharla me habría hecho regresar en menos de un segundo.
Dudando, comprendiendo el error al que le iba a hacer frente, pasé de la entrada principal en completo silencio y me escabullí por el estrecho callejón.
Mi respiración iba y regresaba a mi rostro en lo que me esforzaba por deslizarme hasta el espacio más abierto un metro más a la izquierda. Un paso más y llegaría al ancho hueco. Evité gastar aire y reírme; que muerte tan audaz sería esa, morir atrapada entre dos edificios sería el cúspide de la ironía. En cambio mantuve la calma, como si pudiera quebrar el ladrillo que raspaba la palma de mis manos en cualquier segundo.
Pocos menos de un minuto más tarde mi cuerpo dejó la tensión y me liberé.
Me froté las manos, me quité el polvo que había terminado en mi cara y respiré hondo. Había una ventana a escasos centímetros de mí, hacia la izquierda, y estaba abierta.
Por lo que fueron casi cinco minutos estuve en completo silencio, escuchando, conteniendo la respiración cuando mi cerebro creía oír pasos cerca. No me convencía mi escondite, o estar inmóvil sin saber cuál sería el siguiente paso. Pero de una cosa estaba segura; cuánto más me demoraba peores eran las posibilidades con respecto a los planes inciertos de Sam.
Un impulso idiota me alentó a escabullirme dentro del apartamento.
El esfuerzo no había significado la gran cosa y sin embargo el aliento me faltaba. En lo que recuperaba aire miré rápidamente el sitio. No era tan de mala muerte como dio a entender su exterior. Bueno, al menos la cocina no se caía a pedazos. Me apuré en detectar tantos escondites como pudiera emplear en caso de emergencia, pero nada era lo precisamente discreto. Había muchos espacios abiertos y cualquiera me podría ver de poner un pie dentro.
Escuché sobre los latidos de mi corazón y miré más detalladamente la cocina. Era común y corriente, pero no tanto como para dar a entender que se habitaba seguido. Ni restos de comida, ni manchas de suciedad, ni siquiera la más mínima indicación de que podía vivir alguien allí.
A pesar de esto, descubrí para mi pesar, que descansaba sobre la mesa del centro lo que parecían un vaso y una botella de agua casi vacía. Me enteré que el vaso contenía hielo al mismo tiempo que ruidos se oyeron a una distancia no tan lejana.
Me asustó más mi inquietud que las posibles situaciones que podrían darse. Era nueva la sensación agonizante de no poder hacer lo que quería. De no lograr que mis ojos vieran a través de absolutamente nada, o que mis oídos me alertaran de los peligros antes de tiempo. Pensar en lo inútil que me había vuelto me angustiaba a un nivel doloroso.
Tan solo por quitarme esa amargura de la cabeza me moví con toda la rapidez que mis silenciosos pies permitían. El suelo crujía en ciertas partes al cruzar la puerta hacia la lavandería, una decisión apresurada ya que no sabía quién podía estar en dónde. Pero acerté. Detrás del cubierto de una enorme lavadora vieja me sentí otra vez estúpida.
¿Cuál era mi propósito ahí si iba a seguir escondiéndome? Tenía sentimientos encontrados. No quería arriesgarme, pero a otra parte de mí le era desagradable tanta cobardía.
—No hay nada de qué hablar. No pondré un pie en esa empresa. No... Tú escúchame a mí. Estoy segura de que está al tanto de todo. El imbécil de Lionel se lo dejó en bandeja, no quiso hacerme caso. Sí... sí, lo ha ido a ver. Te dije que no podíamos confiar en él hasta el final. Está loco de remate. No tenía nada más que perder y le ha dicho a Lena que lo visitaba —una breve pausa. El corazón me saltaba en la garganta y el frío me recorría el cuerpo. Sam se escuchaba fastidiada—. Mira, no importa. Nadie sabe de este sitio, podemos seguir con el plan y acabar con Lena. No descansaré hasta verla destruida y lo sabes, Sage. Perfecto, adiós.
El odio se intensificó en mi sangre, una emoción desconocida que no tenía nada bueno que aportar más que un impulso innecesario de hacer algo tonto.
El silencio se expandió y con cada segundo la preocupación crecía. En mi cabeza se desarrolló el instante en que, momentos antes, cometí el error de cerrar la ventana por la que había entrado.
Y ya era muy tarde para cambiar las cosas.
—Sal de ahí.
Mi estómago se revolvió. Ni siquiera había tardado un minuto.
Samantha Arias esperaba de pie en la puerta, con nada en la mirada, lo que causaba más inquietud aún. Levantó un arma perezosamente en mi dirección, moviendo el cañón hacia arriba.
—Para hoy por favor.
El momento de salir de mi humillante escondite fue todo lo vergonzoso y tonto que podía esperarse. Pero lo sentía como una costumbre para ese momento. Vacilando me acerqué.
Sam me contempló de arriba a abajo, bajó el arma y exhaló. Nada en ella parecía sorprendido. Incluso se atrevió a darme la espalda en dirección a la cocina, diciendo:
—Pero mira quién es. Si la mismísima
Kara ha venido a enriquecer mi hogar con su valiente llegada.
—No pareces muy asombrada.
—Me imaginé que podía darse una situación como esta en cierto momento, solo que no creí que vendrías tú misma y ser aún más estúpida de lo que te creía.
—No sabes si vine sola.
Sonrió con diversión y me indicó una silla de la cocina y contra mi voluntad tuve que acceder a sentarme. Era tortuosa la falta de fuerzas en mi cuerpo. Sin contar que de por sí estaba exhausta con tanto repentino estrés... Todo se sumaba al desgastante sentimiento de cobardía. Sin los poderes que siempre me habían sacado de cientos de situaciones ahora no parecía nada más que un cuerpo débil y exhausto.
—Mira a dónde te trajo el amor —dijo Sam—. Un día estás volando sobre todo Europa y al siguiente te pones frente a una bala y lo pierdes todo. Te diría que es romántico pero no me resulta otra cosa más que estúpido. Debiste quedarte justo donde estabas.
—Y permitir que Sage matara a Lena, claro. Estarías muy feliz ahora mismo —lo ideal era no alterarla cuando ella era la que sostenía un arma, pero no pude contener mis palabras—. ¿Cómo pudiste caer tan bajo, Sam? Lena confiaba en ti ciegamente, y tú le pagas con este desprecio.
—No sabes nada sobre caer bajo, Danvers. No entiendes nada, ¿no es así? Nunca entiendes nada.
—Entonces hazme entender. Explícame cómo pudiste traicionarla con la ayuda del hombre que le causó tanto daño cuando no era más que una niña.
Ella me sonrió y la repulsión me quemó por dentro. Pensar que tiempo atrás había creído que era una persona agradable me enfadó el doble.
—Las cosas estaban en perfecto orden sin ti. Lena tenía sus días, sus tan... especiales momentos donde no hacía caso a nadie. Pero yo siempre era paciente. Estaba día y noche pendiente de que estuviera todo como debía estar, solo para que ella pudiera olvidarse de su pasado. Y funcionaba, la mayor parte del tiempo, funcionaba. Existía la gran posibilidad de que pudiera olvidarse de todo, y de ti, entonces... Un día fue como si lo hubiera hecho. Nos fuimos a la cama una noche, y muchas otras después de esa. Todo era fantástico —una risa densa y cínica hizo eco en la cocina—. Pero quisiste regresar. ¿Por qué lo hiciste? Nada de esto habría ocurrido de no ser por ti. Pero volviste. Y recuerdo bien ese día. Lena estaba totalmente loca al verte. Puedo jurar que miré sus ojos y fue claro como el agua que estaba desesperada por entender qué sucedía. En ese mismo segundo supe, aunque ella lo fuera a negar, que no te había superado en lo absoluto.
—Decidiste seguir a su lado aguardando por las sobras. A mí me parece algo patético que considerar, y humillante a conciencia.
El disgusto volvió desagradables sus facciones, le añadió diez años más a su rostro. Sus nudillos se tornaron pálidos alrededor del arma.
—No todos se enamoran y tienen la suerte de ser felices con la persona indicada —advirtió en un tono que se acercaba a lo espeluznante.
—Dudo muchísimo que a otros con tu suerte se les de por atentar contra una vida por ese motivo, Samantha. Pero estás lejos de saber lo que significa estar enamorada. Créeme.
—Yo era una personal normal antes de que volvieras. No habría hecho nada de esto si hubieras muerto en Krypton. Lena había asumido que lo estabas —dijo lentamente, absorta. Su mirada se volvió una reflexión lejana, fija en cualquier punto del aire entre nosotras—. Y yo creo que Lena estaba feliz de pensarlo. De no tener que verte otra vez. En cinco años más se habría casado conmigo.
La imaginación fue espantosa. Lena y... ella, una completa psicópata. No, habría sido terrible.
Tanto dolor y a causa de aquella mujer despechada, sin corazón ni principios.
—Estás loca de remate —Sam salió de su ensoñación, volviendo sus ojos ardientes de enojo.
—Me arrebataste lo que más deseaba. Todo ese poder Lena lo habría compartido conmigo. La tendría a ella y nada en el futuro, jamás, sería imposible.
—Eso te importa entonces. Al final de cuentas... el poder. ¿Su dinero también? ¿Tan mediocre eres?
—Me dices que tú ignoras los millones que posee y que no te causan ningún interés —mi risa ahogada fue suficiente respuesta. Es que no podía siquiera manejar todo lo enfermizo de lo que me contaba. Cómo es que podía ser una posibilidad—. Quizás ahora lo comiences a entender. Ahora que solo tienes el poder de levantarte de la cama. Vas a empezar a desear cosas que nunca habías imaginado. Bueno, no en realidad... No. Si después de todo hiciste justo lo que no tenías que hacer. Venir hasta aquí.
—No sería lo más sabio que me hagas algo, Sam. Lo sabrán. Lena sabrá. Y cuando sepa que has hecho algo tan mínimo como tocarme un cabello...
—¿Qué? ¿Vendrá tras de mí? No le tengo miedo a Lena. La conozco y le estoy haciendo un favor. Tengo un plan. Si mantengo mi paciencia ella va a entender un día que estaba enamorada de una alienígena inútil, sin nada más que ofrecer más que un cuerpo débil y el espíritu roto.
Exhalé frustrada. No me imaginaba que una persona a simple vista cuerda, al final fuera una demente con todas las letras. Una de tantas dudas salió de mis labios.
—Dime algo, ya que todo se ve tan perdido para mí. ¿Tuviste algo que ver con su accidente de avión?
A Sam le cambió la cara. Se notaba que luchaba por mantener el arma quieta y no vaciar el cargador en mi cabeza. Sacó de su bolsillo unas esposas y las tiró en mi regazo.
—Póntelas. Detrás de la espalda —lo medité un instante pero lo hice con calma, sin quitar la vista de su cara. Era interesante cómo su sola presencia generaba náuseas vivas en mi estómago. Cuando ella revisó que todo estuviera en orden (incluso hurgar en mi ropa y tirar mi celular en la mesa) volvió a su sitio—. No estaba en mis planes ese accidente. No fue mi idea.
—Lo sabías. Supiste que iban a intentar matarla. ¿Cómo pudiste mirarla a la cara después?
—No fue mi idea —repitió entre dientes. Por ese asunto en particular se mostraba realmente enojada—. Sage tenía sus propios planes, los cuales no conocí hasta que me enteré por medios externos. Sage había colaborado por su cuenta con Lionel. Creyó que estaría de acuerdo. Pero nunca fue mi deseo asesinar a Lena. Sigue sin serlo.
—¿Por qué hacerle daño a Lena?
—Si le echas un vistazo a nuestros planes verías algo verdaderamente confuso. Ella quiere terminar con Lena y yo quiero terminar contigo. Y Lionel... pues Lionel es muy vengativo. Él quiere acabar con todos.
Soltó unas cuantas risas, pero el humor no se extendía a su rostro. Lejos de querer pensar en la razón por la que Sam me contaba esas cosas, y llena de un agobio imposible solo me interesé en lo que podía pasarle a Lena.
—¿Qué tiene Sage contra ella?
—La he persuadido para que abandone temporalmente sus deseos asesinos. Por lo demás creo que esa muchacha tiene potencial para salirse con la suya, tengo la impresión de que seguirá mis sabios consejos aunque desconozco a cuál grado. Pero ya veré cómo me la quito de encima cuando te resuelva a ti.
—Esto no se trata de un juego, Sam. Estás hablando de vidas. Entiendo que puedas estar molesta por mi regreso pero no es culpa de Lena. Por favor, solo... déjame avisarle sobre el peligro que corre.
—¿Recuerdas a su familia? Tu regreso a la tierra provocó un fatal accidente. Pero seguro que te habló antes de su perdida. Seguro notaste su dolor.
—Ese accidente... Oh, no, no hablas en serio.
—Quiere asesinar a Lena para hacerte sufrir. Un poco extremo, quizá. Pero la entiendo. Es asombroso como una persona puede cargar con tanto resentimiento y sin embargo hacer de cuenta que nada está mal. Imagina el dolor de esa pobre muchacha, lo que tu estúpido regreso causó —su voz se volvió casi maternal, como si le hablara a una niña indefensa y perdida. Por otro lado también se veía más psicópata—. Lo arruinaste todo, Kara. Solo tenías que morir lejos de aquí. Pero veo... que después de todo, el trabajo sucio es mío. No dejaré que mate a Lena, como ya te he dicho, la necesito viva. Pero tú sí que estás acabada.
El café seguía helado a un costado del portátil apagado, y el apartamento sumido en un silencio sepulcral casi a oscuras. Estaba anocheciendo y no tenía las fuerzas para encender las luces.
Horas habían pasado desde que había sabido algo de Kara y para entonces desconocía si quería golpearla o gritar que regresara. Evitaba pensar en lo absoluto a decir verdad. Tan solo calma dura, y molesta... y desagradable.
El sonido de la puerta me alertó y emocionó durante muy poco tiempo. En la poca luz divisé dos figuras; la de Maggie y Elizabeth. Todo se iluminó después de que accionaron los interruptores, y por sus expresiones decaídas no existía noticia alguna sobre el paradero de mi novia.
—Su celular sigue apagado. Y ninguna cámara la ha captado, no de las que verificamos.
—Pues verifiquen todas las malditas cámaras de la ciudad si es necesario.
—Lena, por favor —imploró Elizabeth dando pasos hacia mí—, necesitas mantener la calma. No podemos hacernos ideas apresuradas. Solo han pasado...
—Cuatro horas desde que la vi. Tres desde que un incompetente le dejó acceder en archivos de la comisaría. Explícame, Maggie, cómo dejan que cualquier persona entre en tu oficina. En una oficina de la policía.
—El tipo es nuevo y conocía a Kara de sus artículos. No puedes culparlo por cometer un acto de ignorancia frente a alguien que admira.
—Oh sí, claro que puedo. Si Kara no regresa pronto sana y salva será el primero al que le caerá toda la culpa —me levanté del escritorio, fatigada y tensa. Me acerqué al bar, me llené medio vaso de lo más fuerte que tenía y soporté el disgusto en mi garganta.
Elizabeth fue quién intentó poner los trapos húmedos nuevamente.
—Están haciendo todo lo posible. Tú sabes que es así.
—No, no todo. Deberían esforzarse más. Se trata de Kara, ¿entiendes? No puede desaparecer otra vez, Elizabeth. Tiene que estar en alguna parte. ¿Cómo es que no saben lo que fue a buscar a la comisaría? —Maggie lucía consternada cuando me giré a mirarla.
—Kara sabe cómo ocultar sus propias huellas. Yo misma se lo enseñé.
—No me dejaría otra vez —murmuré lentamente—, no se atrevería a volver a irse así.
—Y lo sabemos —contestó con firmeza Elizabeth. Aquella mujer me había visto llorar por Kara durante largas noches y ahí estaba, con esperanza en sus ojos—. Por eso volverá. Solo necesitamos ayudarla a regresar.
—¿Cómo haremos eso?
Una línea dura de sus labios me dio a entender que tenía tan poca idea como yo. Las tres nos quedamos en total silencio un buen rato. Fue Maggie quién se excusó porque debía regresar al trabajo y entonces las cosas se sintieron de golpe más frágiles. Como solían serlo hace años, al no entender mi entorno ni lo que estaba ocurriendo.
—¿Crees que siga viva? —salió de mis labios sin previo aviso, sin considerar las sílabas ni entender las palabras. Mi estado —sereno por fuera— iba empeorando. Volví a beber.
—Por todos los cielos, no digas esas cosas.
—Siempre me ha perseguido la infelicidad. Está pegada a mí como un virus. No es constante, pero me acecha como una sombra desde que tengo uso de razón. Si me pongo a analizar mi pasado...
—No necesitas ponerte a recordar esas cosas —reprochó abruptamente y yo la observé con cautela.
—¿No crees que algo está mal en mi vida para que siempre me ocurran desgracias? En verdad no tengo ningún interés de volver a despertar por las mañanas sintiendo que estoy flotando en un apocalipsis. Todo continua empeorando.
Cerré la boca. Perdía saliva quejándome sobre aquello en lo que no tenía ningún control. La mirada de lástima que cargaba Elizabeth la había visto muchas veces antes.
—Sé que todo se ve mal pero necesitas mantenerte positiva con respecto a esto, Lena. Eres brillante y fuerte. Tal y como tu madre. No te dejes vencer por esos pensamientos, ella nunca lo hizo —aunque su mención tocó una fibra sensible en mí, decidí enfocarme en algo más.
—¿Ibas a decirme algún día que ustedes dos estaban juntas?
A Elizabeth la pregunta no le tomó lo que se dice de sorpresa. Con tantos dramas y revelaciones quizá y hasta se esperaba algo así pronto. Lo que sí noté fue nerviosismo en su estado más puro.
—Tu madre y yo... pasamos por muchos baches en nuestra relación. Nunca fue sencillo dejar que alguien comprendiera lo que teníamos, dejarlos entrever. Y tampoco podíamos. Si Lionel se enteraba todo llegaría a su fin demasiado rápido.
—¿Fue eso lo que pasó? —quise saber. La amargura continuaba inamovible en mi garganta. Miré inquieta la puerta, quizás y Kara de pronto aparecería.
—En realidad sí. Un error de ambas, un descuido, y entonces él puso una bomba en su avión. Me dejó vivir para que sufra todos los días de mi vida. Yo agradecí seguir aquí. Aún estabas tú. No podía hacerle eso a Lillian, permitir que su hija quedara completamente sola. Lena, si yo hubiera sabido que él te estaba... —se hizo al silencio. Un vergonzoso silencio. Pasaron por mi cabeza cientos de momentos humillantes, crueldades inimaginables por parte del hombre que se decía era mi padre. Elizabeth recuperó el camino al que iba—. Siempre quise protegerte como a mi propia hija, y lamento haber fallado en eso. No tengo una excusa para ocultar mi relación con tu madre pero si de algo sirve, nunca he amado a otra persona como amé a Lillian. Y te aseguro que ella estaría más que orgullosa de todo lo que has logrado hasta el día de hoy. Tanto como yo.
Reflexioné algunos minutos, pensando en la mujer que era un recuerdo ya borroso en mi memoria. Todo sería demasiado distinto de seguir ella aún con vida.
Costaba tanto respirar. Mis ojos dolían y mi garganta se sentía áspera. Eran muchas emociones.
Pero luego mi teléfono sonó.
Sam escupió varias palabrotas una vez su puño abandonó mi cara por tercera vez. Aún así, no solo sacudió la mano para quitarse la molestia, sino que al mismo tiempo se rió con gran humor. El anillo en su dedo me había hecho un raspón al primer golpe, pero ahora que se había cansado momentáneamente tenía como obsequio un corte bajo el ojo que sentía sangrar. No estaba muy segura ya sobre el dolor. Era extraño, algo nuevo y fuera de lo que recordaba. Pero supuse que si mi cara ardía con tanto ímpetu y no podía sentir los labios debía significar eso.
Dolor era un término que no había querido conocer tan pronto después de perder mis poderes. Pero era evidente que esos últimos días los tenía más de la cuenta.
¿Ser golpeada por Sam? Mejor que aquel calor interfal en mis ojos que marcaba los restos ya extintos de mi visión calorífica.
Así que aún podía ser peor.
—Que curioso, todavía tienes la piel algo resistente —dijo arqueando una ceja y dando un paso hacia la mesa detrás suyo—. Cambiará con el tiempo.
—Pensaba que tu plan involucraba asesinarme muy pronto. No entiendo muy bien tus ganas de hacer esto, Sam, ya eres una adulta.
—Lena sí entenderá lo que significa vivir tus siguientes días como un fantasma. Será penoso ver cómo la mujer más poderosa del país se derrumba porque perdió a su noviecita de la universidad. Imagina las portadas de las revistas. Las cadenas de televisión siguiendo cada uno de sus miserables pasos. Voy a acabar contigo y Lena sufrirá cada minuto recordando que al final no te puedo salvar. Y entonces estaré ahí nuevamente. Me entenderá.
—Confías mucho en tu teoría, ¿verdad?
—No es una teoría. Es la realidad —espetó con suficiencia fría.
No dije nada al respecto. Me limité a lamer la protuberancia en mi labio inferior sufriendo el instantáneo ardor molesto.
Comenzaba a tener sed.
—Me gustaría hablar con Sage —dije tragando. Parpadeando para aclarar mi visión, levanté la cabeza y encontré a Sam apoyada en la pared de en frente a unos tantos metros. Me miraba seriamente. Ni yo sabía por qué lo deseaba.
—Su temperamento imposible es lo que menos deseamos ahora mismo. No le conviene a mis intereses. La mantendremos lejos un tiempo. Además, ¿qué podría ser tan importante para hablar con ella? Pensaría que es la persona que menos deseas escuchar por estos días. Y más, si hasta yo soy mejor compañía.
—Ah, no, lo dudo mucho —murmuré en voz baja. Intenté ver por la ventana que había usado para entrar, pese a que el muro paralelo de ladrillo del estrecho callejón no dejaba mucho a la vista—. Pero entre ustedes dos elijo la soledad en cualquier oportunidad —una pausa—. ¿Confías en que esto te hará feliz, Sam?
—No gastes tu tiempo en darle más vueltas a mis decisiones, cariño. Tú estando fuera del tablero tendrá consecuencias, pero... sé el modo justo para que Lena supere esta fatal perdida. Lo haré exactamente como la última vez.
—¿Cómo es que supones que funcionará?
Se sonrió con mi confusión. Con mi modo tan patético de estar allí esposada y débil. Oh sí, también tenía náuseas y la cabeza me dolía. No podía faltar mucho para perder la conciencia.
Sam sacó de algún sitio un rollo de cinta y levantó las cejas sugerente. Sonrió, cortó un largo trozo y pese a mis arrebatos y quejas logró cubrir mi boca.
Pronto estaba marcando en su celular e irónicamente apoyó el índice en sus labios. Mi corazón se agitó y por ende la silla chirrió cuando me sacudí para hacer ruido. A Sam mucho no le importó pero tuvo que alejarse al hablar.
—Lena. Dios mío, al fin puedo encontrarte. Necesito que me escuches un minuto. Lo sé... lo siento, detente, solo unos segundos. ¡Es acerca de Kara! Sage me secuestró —negué frenéticamente, convencida de que Lena no podía caer en ninguna trampa de Sam, pero con algunas dudas estallando en mí. Me esforcé por hacer algún sonido, por caer al suelo, pero estaba ya muy exhausta y mareada—. Sé que no me crees ahora pero puedo ayudarte a encontrar a Kara, lo juro. No... Lena, escúchame. Lo siento, voy a estar arrepentida toda mi vida por eso, pero hablo con la verdad en este momento.
Sam se mostraba puramente afligida, como si Lena estuviera frente suyo. Vil mentirosa. No cabía posibilidad para que Lena se tragara eso, no podía hacerlo. Era más inteligente que ella.
—Te explicaré todo. Pero ahora mismo debes preocuparte por Sage. Intentará asesinarte esta noche.
Ni los pequeños movimientos bruscos, ni las fuertes quejas detenidas por la cinta hicieron algo para llamar la atención. Sam se deshizo de su expresión tan dolida, de su temple lamentado y arrepentido. Volvió a ser la serpiente satisfecha que recuperaba su sonrisa ante mi patética situación.
Arrancó la cinta de mi boca y levantó las cejas.
—No le hagas esto. Si la amas... Si de verdad quieres a Lena por favor no le hagas esto.
—Que frágil resultaste ser, Danvers. Tan débil de pronto, tan insignificante. ¿Qué piensas que puedes hacer con una mujer como Lena? Es una Luthor. Está en su sangre ser una mujer exitosa. Tú sabes solo rendirte, ¿recuerdas? Es lo que mejor te sale.
—Deja de decir eso.
—La abandonaste en su peor momento. Volaste lejos como una cobarde, escapaste. ¿Y para qué? Mira cómo te encuentras. No eres más que polvo de lo que solías ser. Un fracaso de héroe —rodeó mi silla en lo que sus palabras se asentaban en lo más oscuro de mis pensamientos—. Podrías morir de la herida más tonta que jamás hubieras pensado que te afectaría. Incluso más golpes y tu cerebro dejaría de funcionar con normalidad. Siente la vergüenza, Kara, de ser un verdadero fracaso y no poder remediarlo.
—¿Lo dices por experiencia propia?
La bofetada lastimó mi boca y por mi barbilla algo de sangre se deslizó. Mis párpados pesados comenzaron a caer, la fatiga era demasiada y no recordaba haber tomado esa mañana las píldoras que Lena había indicado para mis cambios repentinos de energía. Mientras volcaba mi conciencia en un sueño atroz y sin consuelo, pensé en que todo tendría que estar bien de alguna manera... Pronto. Para bien o para mal.
