Hola a todos de nuevo.

Lamento haber estado desaparecida todo este tiempo. Últimamente he tenido mil cosas que resolver de manera personal y a la vez había tenido problemas para decidir un final verdaderamente digno para esta historia en la que he trabajado durante los casi dos últimos años.

Les cuento que en el momento en que estaba más abrumada un gran amigo, maestro y colega, mi estimado Pepsipez aceptó ser parte de la aventura y ayudarme a darle los toques finales a este capítulo que sin duda espero llene sus expectativas.

Su ayuda fue valiosísima para mi y me siento muy feliz de al fin poder presentarles este final lleno de todo mi cariño, así que espero que lo disfruten. Aun falta el epílogo, pero tranquilos. Ese ya está en proceso.

Les envío un fuerte abrazo y espero escuchar sus comentarios al final.

Los Amamiya

Capítulo 35: El final del ocaso y el inicio del alba.

Ascendió despacio a través de las escaleras a la vez que sujetaba con fuerza las manos de su hermanita para que no fuera a caerse de su espalda mientras intentaba llevarla a su cuarto.

Aquel día, tal y como ocurría a menudo últimamente, su madre no había llegado a tiempo a recogerlos de la escuela y ya cansado de esperar y con Sakura dormitando a su lado, había decidido recorrer el camino hasta su casa por sí mismo.

¿Qué podía decir? Su madre era con mucho la mujer más despistada y torpe del planeta. No sólo quemaba el desayuno y se caía en todos lados, también tenía una fijación casi ridícula de quedarse dormida en cualquier lugar y momento del día sin importar los compromisos que tuviera por delante, y justo por eso llegaba tarde a todo, incluyendo llevarlos e ir por ellos a la escuela.

La maestra al verlo con el ceño fruncido y los brazos entrecruzados mientras la esperaba, solía animarle a que tuviera paciencia con ella y confiara en que su madre debía tener buenas razones para ser así, pero en su opinión no había nada que justificara el hecho de que alguien olvidara que tenía un par de niños esperándola hacía horas en el patio de la escuela. No importaba la cara que ella pusiera ni lo mucho que se disculpara, ese día nadie la libraría de la cantaleta que estaba dispuesto a montarle.

Acomodó a su hermanita bajo la manta rosa de su diminuta cama y resuelto a llamar la atención a su madre que seguro debía estar rendida sobre su cama totalmente ajena a la hora, se acercó a la puerta entreabierta de su habitación, deteniéndose extrañado al no solo escuchar dentro la apacible voz de su progenitor quien se suponía no llegaría del trabajo hasta varias horas después, sino el que la normalmente alegre y dulce voz de su madre estuviera envuelta en sollozos y llanto.

—No es tu culpa Nadeshiko. Has luchado mucho todo este tiempo, está bien si ya no puedes hacerlo más.

—Pero no es justo Fuji. Yo en serio no me quiero ir. No quiero dejarlos solos. Quisiera ver a Sakura y Touya crecer, pero hoy ni siquiera he podido atravesar la calle sin desmayarme, si los vecinos no me hubieran visto y te hubieran llamado los niños hubieran tenido que verme así, hubieran tenido que darse cuenta de que su madre los dejará en cualquier momento aunque sean tan pequeños. Quisiera que las cosas fueran diferentes, quisiera... quisiera tener mucho más tiempo.

—Nadeshiko… —Escuchar toda la congoja y frustración en la voz de su padre quien ya no había podido contener su llanto, incapaz de decir algo que la consolara, le hizo retroceder mientras sus manos y piernas temblaban incapaces de asimilar todo aquello.

Su madre jamás lloraba. Aun si las cosas no le salían como quería casi siempre sonreía. No importaba si se golpeaba contra la pared, si se cortaba un dedo, si arruinaba la cena. Ella no se quejaba, jamás se lamentaba… pero en ese momento mientras su padre le abrazaba, la fuerza de su llanto era tan amedrentadora como la negrura de las nubes de tormenta que cubrían el cielo afuera, tan desolador como los sentimientos que lo embargaron al escuchar la conversación que mantenían y que auguraban el más desgarrador de los resultados.

Su madre era joven y hermosa, una mujer amable y cariñosa que siempre sonreía, que siempre le abrazaba, que estaba llena de energías y deseos de vivir, entonces ¿por qué?

Echó a correr horrorizado al escuchar el jarrón a sus espaldas fragmentarse al ser empujado por su espalda e incapaz de ver el rostro de sus padres, solo salió de la casa dispuesto a ir con las únicas personas que creían podían hacer algo para ayudarlo. Y aunque no supo cuando empezó a llover o sus piernas le habían hecho caer en un charco recién formado, solo se puso de pie y continuó corriendo, corriendo sin saber que parte de aquello era real. Deseando… deseando que aquella no fuera más que una vil y cruel mentira.

Las nubes se agolpaban sobre su cabeza, la luz del sol desaparecía en el horizonte y la presión en su pecho no lo dejaba respirar. Nunca antes conoció aquel inmenso sentimiento de pérdida y dolor, de impotencia y desasosiego, pero aunque sólo era un niño, aunque aún ni siquiera entendía el mundo a su alrededor, una parte de él sabía que aquella pena que sentía no desaparecería aun si dejaba de llover.


Pesado, lúgubre, taciturno.

El ambiente en aquella habitación era lo más desolador que la mayoría había vivido en carne propia. No sólo era el hecho de que todos, incluyendo su normalmente alegre y entusiasta hermanita estuviera tan callada y falta de vida, sino que los aparatos conectados al cuerpo del anciano, quien apenas era capaz de permanecer consciente, confirmaban que tal y como había indicado el médico hacía unos segundos, esta vez aquello no terminaría con indicaciones de reposo y medicina.

Tenía cáncer, uno muy agresivo que se hallaba en su última etapa. Hacía meses que los medicamentos recetados para contrarrestar sus síntomas ya casi no le hacían ningún efecto, y la única razón por la que en ese momento no estaba retorciéndose de dolor tal y como había estado cuando su padre le había llevado allí en una ambulancia, era por la alta concentración de metadona y morfina que corría a través de la intravenosa. Tan sólo había pasado una semana desde la última vez que había ido a la empresa pero, sin lugar a dudas, había envejecido treinta años en un par de noches.

Sus profundos ojos cafés se rodaron hacía el lugar junto a la puerta dónde el trigueño permanecía de pie mientras sus debilitados dedos acariciaban la cabeza de Tomoyo, quien no se había apartado ni un segundo de su lado. Masaki pidió un minuto a solas con Touya, y solicitó a los demás, incluyendo a Tomoyo, que intentaran contactar a Sonomi mientras ambos hombres conversaban en privado.

Ya había pasado alrededor de media hora desde que esta había abandonado aquella habitación desconcertada por la noticia, y dado que no tomaba el teléfono, era imposible determinar si aún se encontraba en el edificio o había vuelto a su hogar. Conocía esa mirada llena de dolor. Lidiar con tal sentimiento de pérdida era abrumador y por ello de todas las soluciones posibles, Sonomi había elegido la de huir de algo que no podía cambiar.

—Siento mucho lo que está pasando, Amamiya. Estoy seguro de que cuando al fin consiga asimilarlo ella…

—No te pedí que te quedaras para que me mostraras compasión, Kinomoto. – Señaló el anciano con voz cavernosa. -Aunque me vea así ahora, he lidiado con las rabietas de mi nieta por casi cuatro décadas. Esto no es algo nuevo para mi.

Al verlo incorporarse en la cama con dificultad mientras los huesos pegados a su piel parecían a punto de quebrarse, pensó en acercarse y ayudarlo a tomar asiento, pero era obvio que aquello sería considerado como un insulto por parte del anciano. Había vivido durante ochenta y seis años, gozando por más de la mitad de ese tiempo de una inmensa riqueza que lo hacía tenedor de una influencia y prestigio con la que muchos solo podían soñar, pero aunque según sus propias palabras aquella constituía una vida lo suficientemente generosa para cualquier mortal, la maldición que musitó ante el dolor que sintió al reducirse a sí mismo los analgésicos para poder estar más o menos consciente dejó claro que en realidad aquello solo lo decía porque era lo que se suponía debía decir y no porque en verdad lo sintiera.

Si, había tenido más de lo que cualquiera pudiera desear, pero también había perdido más de lo que muchos podrían soportar. Había visto morir a su esposa, hijos y nieta, y allí en el ocaso de su vida ni siquiera era capaz de obligar a su cuerpo a recibir el alimento o las medicinas, ni siquiera podía correr tras Sonomi y dejar que lo insultara a placer hasta que su impotencia se disipara. Lo había tenido todo, si, pero al final había sido tan inútil que ni siquiera le había podido evitar aquel dolor.

Y en esas circunstancias, el que alguien que se había pasado más de media vida repudiándolo y rechazándole lo mirara con compasión, no hacía más que recordarle lo impotente que se había vuelto justo cuando la mecha de su vida estaba a punto de extinguirse.

—¿De que quería hablar entonces Amamiya?

—¿Cuáles son tus verdaderas intenciones con Tomoyo?— Juraba que su corazón se saltó un latido con solo oír aquella repentina pregunta que el anciano soltó sin preludios o introducciones mientras le sostenía la mirada, pero aunque tardó unos segundos en asimilar que aquello no lo había imaginado, se vio en la obligación de tragar saliva para intentar mantener la compostura y la calma que habían huido de él desde que recibió aquella llamada.

Tenía mil preguntas agolpándose en su cabeza y creía que de todos los momentos para aquello ese era el menos indicado, pero la firme mirada de Masaki no dejaba lugar a réplicas o vacilaciones.

Era la primera vez que su voz titubeaba o se amedrentaba ante otra persona y aunque ciertamente una parte de él sentía el impulso de escaquearse y buscar una excusa para poner fin a aquella conversación, respiró profundo, apretó sus nudillos e intentando que su voz sonara lo más segura y firme que sus tensos hombros le permitían, un "Quiero que sea mi esposa" convencido e inalterable salió de sus labios mientras le sostenía la mirada y esperaba un reproche enaltecido que jamás llegó.

De hecho su cara era un verdadero poema al escuchar su nombre saliendo de los labios de Masaki por primera vez desde que tenía memoria y si eso lo tenía bastante desconcertado, nada se comparaba al escalofrío que le provocó ver aquella sonrisa de puro sosiego dibujada en la algo reseca boca del anciano mientras reconocía que le aliviaba que fueran a darle un buen término a todo aquello.

Había pensado en miles de reacciones posibles, desde que se desatara una acalorada discusión que culminara con un grupo de enfermeros ingresando apresuradamente a la habitación para detenerlos o el que tal vez le aventara alguno de los costosos aparatos que tenía a su alrededor, pero una sonrisa jamás fue una posibilidad en su cabeza. No entendía nada, ni siquiera estaba seguro de si soñaba o si el anciano le tomaba el pelo. Lo único que sabía era que, dada las circunstancias, alegre era lo último que él debía estar con aquella revelación.

—Pero los he tratado con indiferencia, he negado su apellido, ni siquiera le he dado importancia al hecho de que yo y ella llevamos la misma sangre, usted debería…

—Tienes razón, en ocasiones en serio quería asesinarte por ser tan idiota y hasta amenacé a tu padre de que si te ayudaba al menos un poco o se atrevía a decirte que yo ya lo sabía lo descuartizaría y freiría en aceite caliente -. Reconoció el anciano mientras volvía a intentar acomodarse en la algo incomoda camilla y miraba con ternura al hombre que tenía frente a él, y que conservaba la misma expresión de terror y confusión que había puesto Fujitaka cuando le confesó que no solo había descubierto lo que le ocultaba acerca de ellos dos, sino que pretendía observar desde las sombras hasta ver en que terminaba todo aquello.

Reconocía que en más de una ocasión se vio tentado a romper su promesa de no intervenir sobre todo cuando se enteró de la metida de pata de Touya y como Tomoyo se había visto en vuelta en medio de una situación extremadamente complicada, pero aquel día en que se encontró con él en el ascensor y vio aquella mezcla de miedo y resignación en sus opacos ojos que hasta hace unas semanas habían brillado tanto… pues simplemente no pudo contenerse y se vio obligado a contarle a Touya del inminente matrimonio de su nieta con la esperanza de que aquello lo motivara a revaluar sus decisiones. Claro, jamás se imaginó que Touya perdería a su bebé en el proceso, pero debía reconocer que tal tragedia le había convertido en mejor persona, eso y que Tomoyo era mucho más feliz desde que todo entre ellos se había arreglado. Eso lo aliviaba y llenaba de sosiego… pero debía reconocer que no era la única razón por la que había aceptado todo aquello al final.

—Y lo que dices de llevar la misma sangre… no puedo oponerme por algo que ni siquiera es verdad.

La cabeza de Touya iba procesando a paso lento y mesurado cada una de sus palabras como si se trataran de otro idioma, pero aun así, aquella última frase no sólo le hizo despertar de su incredulidad sino que le provocó un terrible mal presentimiento.

El rostro del anciano había vuelto a llenarse de pesar y la máquina que marcaba sus latidos había aumentado la frecuencia de aquel insoportable pitido dejando claro que su corazón latía más a prisa que de costumbre. Las nubes empezaban a agolparse en el horizonte y aunque la mirada del anciano se perdió brevemente en el cielo encapotado, cuando lo miró otra vez y empezó a hablar, ir tras Sonomi y resolver todo aquello era lo único en lo que Touya podía pensar.

—Sabía que aquí estarías. Desde niña te ha gustado encerrarte en esta habitación cuando tienes problemas.

La voz dulce y casi cantarina de su prima le hizo levantar la mirada hacía la algo polvorienta puerta, y aunque verla después de tanto tiempo y sin ser acompañada por el insoportable de su esposo realmente le alegró, no hizo ningún esfuerzo por abandonar la posición fetal en la que se hallaba acostada sobre aquella diminuta cama y un "¿Qué haces aquí?" fue el único saludo que pudo articular, aunque no estaba segura de si ella había sido capaz de escucharla.

Se había pasado los últimos tres días llorando y maldiciendo a todo pulmón así que su voz era apenas audible, pero al sentir la cama moverse mientras sus suaves y cálidos dedos se colaban entre su melena rojiza, no pudo evitar transportarse al tiempo en que ambas ocupaban aquella habitación. Habían vivido allí por varios meses luego del fallecimiento de sus padres, pero aunque con el tiempo solo se limitaban a ir en verano y algunos feriados, las paredes de aquella casa estaban llenas de recuerdos de ellos tres. Recuerdos del tiempo en que la vida no era tan complicada, en que se tenían uno al otro y aquello parecía más que suficiente. Los dedos de ella seguían acariciando su cabeza pero aunque la paz que le transmitía su prima era algo que no era capaz de describir con palabras, la realidad era que en ese momento ni siquiera ella podía disipar todo el dolor que sentía destrozando su pecho.

—¿Por qué viniste por mí, Nadeshiko? ¿Acaso me vas a decir que debería estar en su funeral? ¿Qué debería dar la cara como su esposa y perdonarlo?

—Te equivocas. No estoy aquí para ninguna de esas cosas, Sonomi.— Su voz seguía sonando dulce y compasiva, como si mas que sentir enojo o decepción por la actitud tan tosca que tenía con ella, se sintiera aliviada de que estuviera sacando de si todo ese dolor acumulado. Si Fujitaka un día le faltara no habrían palabras para describir el dolor que sentiría. Por eso apenas podía imaginarse todo el sufrimiento que estaba experimentando su prima al no solo estar lidiando con la repentina pérdida de su compañero de vida sino… con la desdicha de descubrir que no todo era como parecía.

—Tienes derecho a sentir pena y estar enojada Sonomi, y si esta es la manera en que puedes manejarlo yo no soy nadie para juzgarte. Solo quiero que esto no detenga el paso del tiempo en tu vida, que, tarde o temprano las agujas de tu reloj sigan andando y no pierdas las ganas de vivir.

—¡¿Y como rayos voy a hacer eso Nadeshiko?! Ya no tengo un esposo, ni mucho menos un hogar, todo… todo se ha ido al traste solo porque Shiro fue un estúpido. ¿Cómo rayos puedo seguir adelante después de eso?

Los ojos de Nadeshiko se llenaron de lágrimas mientras el llanto de Sonomi se hacía doloroso y enfurecido, pero aunque le tomó un rato calmarse y dejar de maldecir y decir cosas que en verdad no sentía, al recostar una vez mas su cabeza en su regazo mientras los sollozos salían a intervalos de su garganta, encontró un cierto alivio que no había podido conseguir en todo aquel tiempo allí encerrada. No había comido ni bebido nada desde hacía dos días así que se sentía tan débil que apenas podía mantenerse despierta, pero aun si se quedaba dormida estaba segura de que eso no desaparecería aquel agudo y profundo dolor.

—No es justo. Yo quería ser quien compartiera esa experiencia con él, quería… quería que tuviéramos una hermosa familia como la tuya. ¿Por qué entonces la vida insiste en quitarme todo lo que quiero? ¿Por qué no pude quedarme al menos con algo suyo ahora que no volveré a verlo nunca más?

—Aun lo tienes Sonomi.— Escuchó susurrar a su oído mientras un dulce beso se posaba en su frente y poco a poco se iba perdiendo en las lagunas del sueño. — Sólo necesitas abrir aún más tu corazón y convertir todo ese dolor en amor.

—Sonomi, Sonomi…

Abrió los ojos lentamente al escuchar aquella voz llamándola de manera imperativa y al ver a Touya de pie al lado de la cama que ocupaba en ese instante, su cuerpo la hizo alejarse lo más posible de él mientras lo miraba profundamente turbada. No se había dado cuenta de que se había quedado dormida en aquel polvoriento lugar mientras se dejaba engullir por los recuerdos y ahora que estaba bien despierta, no podía evitar sentir miedo de haber soltado sin querer más de lo que debía decir.

—No tengo intenciones de ir a ver morir a ese viejo mentiroso, así que si por eso estás aquí puedes…

—No es por eso que estoy aquí. Mas bien hay algo importante que debo anunciarle.

—¿Importante?— Su voz exhibía la misma confusión que estaba dibujada en su rostro, y aunque nada que no tuviera que ver con trabajo o su abuelo podía ocurrírsele, la expresión del trigueño le gritaba que se trataba de algo más, algo que no le gustaría para nada.

—Yo y Tomoyo estamos saliendo. De hecho pienso pedirle matrimonio en cuanto tenga la oportunidad.

Sus palabras consiguieron que le mirara conmocionada mientras palidecía incapaz de creer que lo que acababa de oír era de hecho lo que el acababa de confesarle, pero aunque abrió la boca una y otra vez intentando responder a aquello, la verdad era que su perplejidad era tan inmensa que nada conseguía ocurrírsele. Touya era un hombre terco, fastidioso e insolente la mayor parte del tiempo, pero en ese momento no estaba tomándole el pelo o intentando sacarla de sus casillas. Lo que decía era real, muy real, tan real como el terror que sintió ante la decisión que había plasmada en su mirada.

—Eso no es posible. El abuelo enloquecerá en cuanto se entere. Seguro que se levanta de esa cama y…

—Él ya lo sabe. Lo hablamos hace unas horas y está de acuerdo.— Sonomi se dejó caer en el borde de la cama mientras miraba sus manos que temblaban frenéticamente. Era obvio que su mente comenzaba a entender exactamente lo que estaba pasando, pero una parte de ella se negaba a aceptarlo por más que sus labios temblaran y su voz vacilara.

—No es posible. No hay forma posible de que el abuelo acepte esto. Es decir, ustedes son primos, se que para ti el lazo sanguíneo con nosotros nunca ha valido gran cosa pero si lo piensas un poco el que ustedes dos salgan es…

—Sonomi, no tiene caso seguir ocultando la verdad. El abuelo ya me contó todo. —Sentir las manos de Touya tomando las suyas ahora que puesto de cuclillas la miraba a los ojos la hizo darse cuenta de que al decir todo se refería precisamente a eso, a eso que aún en ese momento le aterraba y que al fin y al cabo era el sustento de su realidad.

Los brazos de Touya la rodearon mientras los ojos de ella se llenaban de lágrimas y al sentir la calidez de su cuerpo y la congoja de su voz garantizándole que Tomoyo lo entendería, no pudo hacer otra cosa que llorar de manera desconsolada ante el inminente derrumbe de todo lo que había luchado por construir, lo que se había esforzado por mantener. Era injusto, tan injusto. El abuelo tenía razón, no se podía sostener una realidad a base de mentiras.


—Hace veinticinco años me casé con un hombre que conocí en la universidad. Su nombre era Shiro Daudoji.—Comenzó a relatar Sonomi mientras desviaba su mirada hacia el horizonte y veía el cielo estrellado, que considerando la hora que era estaba a punto de desaparecer.

Les había tomado un buen tiempo volver a la clínica desde la casa de verano en la que Masaki residía, pero aquello más que un inconveniente para ambos, fue lo ideal para que Sonomi se calmara y hallara las palabras adecuadas para comenzar con su relato. Los ojos de Tomoyo no se despegaban de ella ni un instante y aunque por petición de la pelirroja, Touya permanecía presente allí junto a ella, era obvio que lo que su madre diría solo le concernía a ellas dos.

—Shiro y yo estuvimos casados tres años, y salvo ciertas diferencias que fueron inevitables, todo parecía ir bien entre nosotros. Todo… hasta que intentamos tener hijos y descubrimos que yo era estéril.

La amatista abrió los ojos inmensamente al escuchar la última afirmación, pero aunque fue capaz de percibir al instante cual era el sentido de aquella historia, al sentir a Touya tomando su mano mientras negaba con la cabeza, se dio cuenta de que aquello no era todo lo que tenía que contar.

Era la primera vez que la veía tan asustada, tan vulnerable, pero aunque una parte de ella quería pedirle que parara antes de que aquello las lastimara más, notar el gran esfuerzo que hacía la pelirroja mientras luchaba por no ceder a las lágrimas, la motivó a ser fuerte y seguir escuchando en silencio.

—Estaba destrozada.—Reconoció Sonomi.— Me sentía tan miserable que desquité toda mi ira en Shiro, y un día sin poder soportar más las constantes discusiones, él tomó la decisión de irse de la casa. Estuvimos separados por un par de meses, pero luego él regresó, arregló las cosas conmigo y poco a poco trató de que todo volviera a la normalidad entre nosotros. O al menos eso parecía. - Respiró profundo sabiendo que venía la parte difícil, pero aunque intentó contener las lágrimas apretando los puños con fuerza, una que otra comenzó a deslizarse por sus mejillas haciéndola soltar una maldición al saberse tan débil que aquello aun le doliera. —Unos meses después de regresar conmigo, Shiro empezó a actuar extraño. Llegaba tarde a la casa, recibía llamadas misteriosas y parecía inquieto la mayor parte del tiempo. Yo me negué a pensar que estuviera haciendo algo incorrecto. A simple vista, él no parecía del tipo de personas que lastima a otros a propósito. Por Dios, ¡Ni siquiera era capaz de alzarme la voz cuando en serio me lo merecía! No tenía razón alguna para dudar de él y aun cuando si las hubiera tenido, creo que jamás me hubiera imaginado lo que en verdad ocurría. Por eso fue tanta mi desesperación cuando me llamaron aquella noche y me informaron que había tenido un accidente en su auto. —Un profundo y doloroso sollozo salió de su garganta mientras todo su cuerpo comenzaba a temblar con el simple recuerdo de ese desgarrador momento. Tal vez se había saltado un par de luces rojas, tal vez había estado a punto de atropellar a varios de los transeúntes que tuvieron la desdicha de encontrarse con ella en su desesperación, no lo sabía. Estaba tan desesperada que no era capaz de hacer otra cosa que rogar al cielo que su esposo estuviera bien mientras maldecía que el camino hacía la clínica fuera tan endemoniadamente extenso. —Fui al hospital, pregunté por él y me informaron que había fallecido al llegar, tal y como había pasado con su esposa. "Yo soy su esposa", dije como una idiota sin entender aun lo que ocurría y entonces, el médico me explicó que al momento del accidente él estaba en el auto con una mujer embarazada, y que como sus últimas palabras fueron que salvarán a su hijo, ellos asumieron que se trataba de su esposa. En otras palabras, el maldito tenía otra mujer que si le iba a dar un hijo y ni siquiera fue capaz de decírmelo. Así que, salí del hospital como una demente y me fui al único lugar en el que creía nadie intentaría buscarme. Quería huir de todo lo que lo evocara, ya no quería que su recuerdo me atormentara. Me sentía tan decepcionada, tan sola. Solo quería morirme y pedirle una explicación de todo aquello.

Deslizó su mano por la mejilla de la amatista quien había comenzado a llorar contagiada de su dolor, y mirándola a los ojos pensó que aunque duro, lo demás no era tan malo como parecía. De hecho, contra todo pronóstico las cosas iban a mejorar a partir de ese desafortunado descubrimiento.

—Un día, Nadeshiko vino a verme y me dio la idea más bizarra que jamás nadie me había planteado. Me dijo que ella había visto al bebé de Shiro y que era una hermosa nena. Que como quería tanto un recuerdo de mi esposo debería adoptarla. Obviamente me negué y le grité que si solo había ido a hablar sandeces entonces no quería que me visitara, que ni loca adoptaría a la hija de esa mujer. Pero luego me remordió la conciencia y fui al hospital solo para convencer a Nadeshiko de que lo había intentado y así conseguir que me dejara en paz.

—Esa niña, fue lo más hermoso que había visto en mi vida. — Su voz comenzó a quebrarse al ver a Tomoyo bajar la mirada incapaz de seguir viéndola a los ojos, y tomando su rostro entre sus manos la miró con una sonrisa llena de amor, pensando en que tanto ahora como entonces solo mirarla le provocaba los mismos sentimientos. — Era la viva imagen de ese idiota y tenía los mismos ojos que esa mujer, pero aun así, era tan indefensa, tan inocente… que no pude resistirme a mover cielo y tierra para que la dejaran conmigo, para darle la vida que Shiro hubiese querido. Me tomó un tiempo acostumbrarme, y se que no he sido la madre más tradicional o amorosa del universo pero esa… esa fue la mejor decisión que he tomado en mi vida. Ella es la persona que más amo en el mundo y la que ha llenado mi vida de felicidad. Así que aunque no tenga mi sangre, ni haya estado en mis entrañas, yo…

—Te adoro mamá.— La calidez de los brazos de Tomoyo rodeándola mientras lloraba profusamente la hizo romper en llanto y limitándose a abrazarla le pidió perdón por mentirle tanto tiempo. Había tenido tanto miedo, miedo de que ella no pudiera entenderlo, de que aquello rompiera lazos que las unía, que olvidó por completo la clase de persona que era Tomoyo, la persona maravillosa que había visto crecer y que amaba con locura. No importaba si su nacimiento había sido el resultado de una traición o un desliz momentáneo, si en su momento significó el derrumbe de todo lo que conocía. Ella había llegado a repararlo todo, a llenarla de alegría. La amaba tanto, que si pudiera devolver el tiempo seguro no sería capaz de cambiar el hecho de haberla conocido y hecho parte de su vida.


—¿Estás bien?

Al sentir las cálidas manos de Touya abrazando su cintura mientras apoyaba la cabeza en su hombro, no pudo evitar volverse para refugiarse en su abrazo y así buscar el sosiego que tanto necesitaba.

No estaba segura de cuanto tiempo llevaba ya de pie en aquella azotea, pero cada vez que intentaba dar un paso en dirección a las escaleras aquella agonía en su interior le impedía moverse.

La brisa helada consiguió erizar la piel de ambos mientras los mechones azabaches de Tomoyo ondeaban en el viento, y aunque el cielo aun estaba lleno de estrellas y las luces de Tokio competían con la inmensidad nocturna, la verdad era que aquella noche parecía la más oscura de todas las que había vivido hasta ese instante.

-Sabes que puedes decirme cualquier cosa pequeña, no tienes que fingir que estás bien si no lo estás.

-Lo sé, es solo que… es mucho que asimilar.

-Tienes razón. Lo siento.

Touya besó su frente mientras la estrechaba con fuerza entre sus brazos y se quedaron así en silencio por un buen rato más. Había sido un día lleno de emociones fuertes, de revelaciones y el que ella estuviera allí en vez de con su abuelo le indicaba claramente que aun tenía cosas que asimilar y comprender, no se trataba de si estaba bien o mal, sino de como su nueva realidad afectaría su existencia a partir de ese día.

Al mirarla no pudo evitar pensar en todo lo ocurrido en el último año, en los cambios que había sufrido su vida y su manera de ver las cosas desde aquella noche en que la encontró en la carretera.

En ese entonces creía en su fuerza, en su sentido de la justicia, en que su manera de hacer las cosas siempre era la correcta, pero la vida se había encargado de mostrarle cuan errado era su punto de vista.

Habían pasado muchas cosas y tenía muchos arrepentimientos, pero sin duda lo que más rondaba su cabeza desde que Masaki le había contado todo lo relacionado con el verdadero origen de Tomoyo, eran las cosas que había perdido y ya no podría recuperar.

Tomoyo levantó la mirada hacía él y al darse cuenta de que sus ojos se habían cristalizado mientras luchaba por no ceder a las lágrimas, suprimió la poca distancia que había entre ellos y rodeando su cuello con sus brazos lo sintió sollozar en silencio incapaz de contener más todos aquellos sentimientos encontrados que tenía en su corazón. Era obvio que todo lo que estaba ocurriendo no hacía más que recordarle sus propios errores, sus propias faltas.

Había perdido a su hija, la primera que le hizo pensar realmente en su destino en la vida, y aunque su existencia había desaparecido de manera física, la huella que ella había dejado en su corazón seguía allí, intacta, inamovible.

Aunque quiso evitarlo, el peso de sus errores habían caído sobre los hombros más diminutos y frágiles posibles, y al final, aunque dijera mil veces que quería dejar atrás su pasado e iniciar una nueva vida, simplemente aquello era algo de lo que no podía deshacerse.

Si las cosas hubieran sido diferentes a esas alturas ya ella hubiera nacido, podría tenerla entre sus brazos, podría gozar de la oportunidad de verla crecer y sonreír. Pero había hecho todo mal y ahora ese dolor que sabía aun existía en el pecho de él y que veía en su mirada cada vez que aquel recuerdo llegaba a su cabeza, era la razón por la que no era capaz de abrir la boca y contarle… todo lo maravilloso y abrumador que le estaba pasando.

Al final ella también lloró. Lloró por que aunque su madre había decidido amarla y tomarla como un regalo de la vida, eso no cambiaba el hecho de que su simple existencia le había causado mucho dolor, por que tendría que vivir con mil dudas por no haber podido conocer a su padre, porque directa o indirectamente ella tenía parte de la responsabilidad de que Touya hubiera perdido aquella parte tan importante de él y porque no había nada que pudiera hacer para salvar a su abuelito.

Su abuelo. Sin duda, de todas sus dudas y temores en ese momento la inevitable despedida era lo que la tenía más abrumada y llena de impotencia.

—Yo, en serio quiero estar junto al abuelo como los demás pero… es realmente difícil Touya. Es decir, ¿Qué debo hacer ahora? Fingir una sonrisa y decirle que todo estará bien, o solo asegurarle que aunque esta sea una despedida, no debe preocuparse porque voy a superarlo.

Él se quedó en silencio mientras la dejaba desahogarse. Conocía bien esa sensación, era la misma que había experimentado aquella tarde después de haber corrido bajo la lluvia tras descubrir la verdadera condición de su madre. Su padre no había dicho nada ni siquiera para regañarlo por ser tan impetuoso mientras lo llevan en su espalda y por supuesto él tampoco se animó a pedirle explicación alguna de lo que ocurría. No fue hasta que vio a su madre correr hacía él y abrazarlo en el umbral que se dio cuenta de lo mucho que perdería. Sentía tanta ira, tanta impotencia, no podía creer que algo como eso les estuviera pasando, que en serio no pudiera hacer nada para salvarla.

Entrelazó sus dedos con los de ella mientras la abrazaba por la cintura y un "Solo dile que lo amas. Es todo lo que necesita escuchar", salió de sus labios mientras recordaba aquellas mismas palabras saliendo de boca de su padre justo antes de atravesar aquella puerta. No sabía de donde había sacado fuerzas para decirlo entonces, pero el alivio que se veía en la sonrisa de su madre al escucharlo consiguió que su corazón de niño sintiera verdadero alivio de sus cargas. Porque aunque tal vez nunca hubiera sido capaz de cambiar su situación ni cuanto tiempo le quedaba, siempre pudo estar a su lado y garantizarle su amor incondicional, y aquello, aunque simple, al menos por el momento parecía suficiente.

El alba despuntaba en el horizonte y la negrura del firmamento se había disipado para dar paso a una agradable mañana, pero aunque había sido una madrugada difícil para todos los presentes cuando al fin empujaron la puerta y entraron a la habitación de hospital tomados de la mano, ver el alivio en el rostro del anciano al besar la frente de la amatista mientras esta con lagrimas en los ojos le agradecía todo su cuidado y cariño, se dieron cuenta de que eran muy afortunados de compartir ese momento.

Tal vez en otro escenario, Touya se hubiera sorprendido o hasta extrañado de descubrir que el anciano era tan sensible como para romper en llanto al escuchar a Tomoyo decirle cuanto le quería, pero después de haberle visto desahogarse y contarle las penurias de Sonomi mientras se le saltaban las lágrimas, estaba más que convencido de que él solo era un frágil ser humano como todos los demás y, que aquello que llamaba rencor, no era más que una medida desesperada que había tomado para que el recuerdo de su madre no desapareciera, que sólo tenía miedo de que olvidar todo le hiciera también olvidarse de ella.

Pero estaba equivocado en eso también. Nada la sacaría de su corazón, así como tampoco la había sacado del de todos los que la conocieron y estaban allí presentes en aquella habitación.

—Bueno, este no es momento de estar lloriqueando, quiero que todos se coloquen ahí juntos donde pueda verlos. —Solicitó el anciano mientras indicaba a Tomoyo que volviera junto a Touya y se quedaba examinando con la mirada a cada uno de los presentes.

Fujitaka lucía más en paz consigo mismo, Sonomi se había reconciliado con su pasado y decisiones, Sakura y Shaoran aunque jóvenes eran poseedores de un amor inquebrantable y Tomoyo y Touya… ambos habían aprendido del otro a ser mas tolerantes y a luchar por lo que de verdad querían. Todo era tal y como había soñado, tal y como había deseado alguna vez, y por eso esbozando una enorme sonrisa se quedó mirándolos satisfecho.

—Si… definitivamente tengo la familia más hermosa del mundo. Ya este viejo puede morir en paz.

Sus palabras resonaron en la habitación a la vez que sus cansados ojos se cerraban y sus manos caían inertes sobre la cama, pero a pesar de la llamada al unísono de todos los presentes, él ya no respondió. Era inevitable. Había llegado el momento de poner fin al ocaso para entonces dar paso a un nuevo amanecer.


—¿Estás segura de que quieres hacer esto?— Al sentir la cálida mano de Touya tocando su hombro se dio cuenta de que se había quedado más tiempo del necesario sosteniendo la perilla de la puerta. Podía sentir ligeras gotas de lluvia golpeando su hombro mientras él sostenía aquella sombrilla tan gris como la vida misma, pero aunque su verdadero deseo era solo tirar la llave y salir corriendo de allí, respiró profundo y terminó de abrir la puerta mientras le explicaba que aquello era lo que su abuelo quería.

Ya habían pasado dos semanas desde su fallecimiento y todo seguía exactamente igual, los muebles con un aire antiguo, las repisas llenas de fotos y objetos de casi medio siglo de antigüedad. Su abuelo había convertido aquella en su fortaleza del recuerdo y aunque mil veces estuvo allí escuchando sus historias, nunca le había parecido tan melancólico. Sus piernas empezaron a flaquear al pensar que pronto todos esos recuerdos terminarían varados en el sótano, y antes de darse cuenta se hallaba en el suelo de mármol pulido incapaz de dejar de llorar mientras Touya se quedaba a su lado dejando que se desahogara.

Las últimas semanas habían sido un caos para ella. No sólo su madre estaba básicamente indispuesta ahora que se hallaba en plena etapa de duelo, sino que ella como principal heredera legal de las propiedades de su abuelo había tenido que pasarse los días ocultando su dolor y haciendo todo tipo de papeleos mientras asimilaba la verdad sobre su propia existencia. Aquella era la primera vez en que se daba la oportunidad de ser vulnerable desde aquella madrugada en la azotea, así que, hasta cierto punto, le daba algo de gusto verla al fin desahogarse.

—¿Cómo puedes aceptar que no pudiste hacer nada por alguien a quien amabas, Touya? ¿Cómo lo superas?

—No lo haces. Hay días en que todo parece irreal, que no eres capaz de aceptar que ya no está ahí, que no puedes tocarla, escucharla… en otras no paras de pensar en si tal vez pudiste hacer algo más, si pudiste evitarlo. Por eso ese tipo de cosas no se superan, solo… se ponen en un lugar donde duela menos y sigues adelante.

—Aun no puedo creer que no esté. Nunca debimos permitir que estuviera aquí solo. Es nuestra culpa que terminara así.

—No digas eso. Si algo ayudó a Masaki a soportar todo, fue la idea de que ustedes pudieran seguir con sus vidas sin preocuparse por su salud. Él sabía que si se enteraban, ambas querrían pasar cada segundo con él y que cuidarlo poco a poco las desgastaría física y emocionalmente. Solo quería verlas sonreír el mayor tiempo posible, y soportar en silencio era la única forma que conocía de lograrlo. Fue su decisión y nada de lo que dijeran o hicieran la cambiaría.

—Es reconfortante. En serio me alegra escucharte hablar así de él. Parece que aquella última conversación que tuvieron realmente los acercó más.

—Sí, supongo que así fue.—Murmuró con algo de pesar mientras sus ojos se deslizaban hacía la vieja repisa que contenía una foto de Masaki con su madre en el jardín de aquel lugar cuando esta apenas tenía unos diez años.

En ese entonces ambos se veían tan felices que era difícil creer que ya no estuvieran. Masaki tenía el mismo pensamiento y por eso no le sorprendió del todo cuando le contó acerca del suplicio que significó para él no haber podido ver a Nadeshiko ni siquiera en sus últimos días de vida.

Sentía tanto miedo de que Sonomi o Tomoyo llegaran también a faltarle y que eso terminara de destrozar los diminutos trozos de corazón que aún estaban en su pecho, que no fue capaz de vivir en la misma casa ellas. Decía que se arrepentía de cada segundo que perdió por culpa de su temor y que deseaba que él no perdiera ni siquiera una hora por la misma razón. Ambos sabían a que se referían y sin embargo… aun no había podido llevarlo a cabo. Es que, cada vez que la veía así tan desolada, tan triste, simplemente no era capaz de siquiera planteárselo.

—Un arcoíris… ¿no te parece precioso Touya? —Tomoyo siguió mirando a través de los ventanales de cristal que daban al jardín mientras una dulce sonrisa atravesaba la comisura de sus labios. Era realmente hermoso. Parecía como si aquel arco de luz estuviera situado justo en el amplio terreno silvestre y atravesara de lado a lado los terrenos de la mansión.

Su abuelo siempre había presumido de lo maravilloso que era vivir lejos de la civilización y lo mucho que le encantaba escuchar los grillos y los pajarillos llenando de sonidos tanto el ocaso como el amanecer. Aquella definitivamente era una hermosa mansión, pero cuando a eso se sumaba a aquella mezcla de rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta que le regalaba aquel precioso fenómeno y que le trajo magníficos recuerdos de sus veranos allí con su abuelo, se convertía en todo un paraíso terrenal que le recordaba que cuando las cosas se derrumbaban, podía mas bien estar colocándose en su lugar.

—Mamá creía que si justo antes de que se desvaneciera cerraba los ojos y pedías un deseo, pues este seguro se cumpliría.

—¿Ah sí? ¿Y que pedirías tú, Touya?

—Eso es un secreto.

Le dio un golpecito en la frente con sus dedos mientras le sonreía y aunque le dolió un poco no pudo evitar sonreír en respuesta al sentir que su pena se disipaba.

Lo que sentía cuando estaba con él siempre era así.

Era… como si un día, sin esperarlo hubiera llegado alguien que tomara su viejo columpio, lo pintara de colores, le asegurara las cadenas y la ayudara a subir a él, solo para empujarla suavemente y sostenerla. Y entonces antes de darse cuenta se había atrevido a levantar los pies del suelo y sentir que podía volar otra vez sin importar la avalancha de pensamientos negativos que intentaran empañar esa felicidad.

Era lo que él representaba, lo que era en su vida y por eso… no quería que nada lo decepcionara.

—Deseo… tener el valor de algún día contártelo. — Rogó mientras cerraba los ojos y llevaba sus manos a su vientre al verlo avanzar en dirección a las escaleras, quitándolas de inmediato al escucharlo regresar sobre sus pasos mientras le amenazaba de la dejaría atrás si no se daba prisa.

Su sonrisa era tan reconfortante, tan abrumadora. Ojalá y cuando se enterara… siguiera sonriendo de la misma manera.


La mansión Daudoji era un completo caos aquella mañana.

Las personas iban y venían colocando adornos por doquier mientras los cerezos que habían ordenado trasplantar desde el verano anterior llenaban con sus rosáceos pétalos el suelo que más bien parecía un mar de flores. Definitivamente el día perfecto para celebrar la boda de la chica que no sólo compartía nombre con ellas sino que era la cumpleañera. Porque sí, el primero de abril era la fecha que habían elegido para aquella boda tan esperada.

-Quieres dejar de ir de acá para allá solo por un instante. Es absurdo que el padrino esté más nervioso que yo que soy el novio.

-Cállate Mocoso.- Gruñó Touya fastidiado mientras miraba a Shaoran con cara de pocos amigos y tocaba por milésima vez su bolsillo para asegurarse de que el anillo estuviera justo donde debía de estar.

Llevaba semanas planeándolo. Aquella noche, Nakuru y Sakura se asegurarían de que Tomoyo estuviera en primera fila en el momento en que se efectuara el lanzamiento del ramo de novia y entonces, en vez de que Sakura lo lanzara a sus espaldas tal y como indicaba la tradición, lo pondría en manos de su hermosa novia y entonces él aparecería y le propondría matrimonio. Una idea muy romántica que seguro la emocionaría, pero que, por supuesto, no terminaba de hacerlo sentir cómodo.

Y es que, ¡Con un demonio! ¿A quien se le ocurriría que un tipo como él podría hacer semejante pregunta ante tantas personas y de una forma tan extravagante?

"Mi hija se merece la mejor propuesta del mundo, así que o lo haces de esa manera o olvídate de casarte con ella". Había dicho su suegra.

"Sí, hermano, debes esforzarte", secundó Sakura.

"¿Esforzarme?" Había alborotado él con desesperación su pelo mientras pensaba en el sermón que Sonomi y su hermana le habían montado al contarle sus intenciones, siendo ellas quienes al final le propusieron aquella desastrosa idea asegurando que por ser algo que él nunca haría por voluntad propia, se convertiría en algo inolvidable para ella.

No dudaba que fuese inolvidable. Lo que dudaba es que lo fuera en el buen sentido de la palabra. Y es que con sólo pensar en todos esos ojos sobre él juzgando cada uno de sus gestos y palabras... la valentía se le iba a los talones y en lo único que pensaba era en tomarla de la mano y huir a un lugar mucho más privado.

-Esto será un fracaso.- Murmuró mientras suspiraba resignado y recibía un par de palmadas de parte de un Yukito que más que sentir pena por él, estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por morderse la lengua y no revelar la verdad de todo eso. Claro que todos sabían que él sería incapaz de realizar semejante hazaña sin terminar pareciendo un robot ceñudo, pero necesitaban mantenerlo lo suficientemente ocupado como para que no notara lo evidente antes del "momento".

La verdadera sorpresa de la noche seguro lo dejaría tan abrumado que aquello le parecería una nimiedad comparado con lo que se le venía encima. Es más, si todo salía bien, tal vez ni siquiera habría necesidad de hacer la dichosa propuesta.

-Tengo una idea. ¿Qué tal si vas con las chicas y ves como va todo? Tal vez ver a Sakura vestida de novia distraiga tu mente.- Propuso Yukito con su normalmente afable sonrisa y aunque no parecía demasiado convencido con la idea, el trigueño decidió que distraer su mente en otros asuntos era lo mejor antes de que sufriera un colapso nervioso. Tal vez la emoción reflejada en el rostro de Tomoyo mientras daba los últimos retoques a la boda de su amiga le diera un pequeño guiño de cómo se vería cuando al fin llegara su turno, y eso le recordara porque hacía todo aquello.

-Supongo que tienes razón… así podré ayudar al monstruo si decide escapar de su cruel destino.

La palidez que se apoderó de la cara del castaño con la sola idea de que su novia se arrepintiera en el último segundo, le hizo sonreír satisfecho. Tal vez no podría arrebatársela a esas alturas pero mortificarlo un poco antes de que al fin fuera su esposa le parecía un verdadero deleite.

Con eso en mente salió de la habitación y caminó a través de los intrincados pasillos de la mansión, quedándose de pie extrañado al escuchar la inusual conversación que se llevaba a cabo detrás de la puerta de la habitación de Tomoyo.

No había algarabía, ni mucho menos emoción en la casi inaudible voz de la amatista que en esos momentos susurraba, y lo que era peor su hermana se oía realmente histérica mientras aseguraba que "aquello" espantaría a su futuro esposo.

-¿Qué ocurre aquí? ¿Por qué el monstruo está escondido en el armario?- Preguntó profundamente contrariado mientras entraba sin avisar a la habitación, teniendo un mal presentimiento al ver lo pálida que se puso Tomoyo con solo escuchar su voz.

- Solo nos hemos puesto a presionarla con eso de que ahora va a ser una esposa y se nos ha pasado la mano. Nada fuera de lo común. Solo nervios de novia.- Explicó ella recuperando la calma en un claro intento de restarle importancia a lo que sea que Sakura seguía lloriqueando, mientras esbozaba su usual pero claramente falsa sonrisa.

"¡Shaoran ya no querrá casarse conmigo cuando se entere!"

-¿Nervios de novia?

Si alguna vez alguien había opinado acerca de lo blanca que era la piel de la amatista, seguro hubiera adquirido un nuevo concepto de ello al ver cómo su rostro perdió por completo el color al escuchar el nuevo lamento de la castaña que parecía ajena a la presencia extraña en la habitación y ver a su novio enarcar las cejas incrédulo.

Era más que obvio que esas dos se traían algo raro entre manos, pero aunque perfectamente podría sacarles la información a la fuerza, la verdad era que no tenía ni tiempo ni energías para envolverse en asuntos femeninos o en lo que sea que le preocupaba a su hermana.

Caminó hacía el estilizado par de puertas que resguardaban el enorme guardarropa de la amatista y ante la mirada aterrada de ella que seguramente pensaba que intentaría tirarlas y sacar a la castaña contra su voluntad, se quedó de pie frente a ellas con el rostro extrañamente relajado. Es más, lo que parecía haber en sus labios era algo así como una sonrisa llena de nostalgia, tal vez porque aquello le recordó el tiempo en que Sakura escuchaba un ruido extraño en la casa y de inmediato se escondía pensando que se trataba de algún fantasma. Era increíble pensar que esa misma niña asustadiza sería la que caminaría del brazo de su padre dispuesta a iniciar una nueva vida.

-Sabes monstruo, no creo que esté mal que tengas miedo. De hecho creo que el miedo siempre viene acompañando a todos las grandes decisiones que se toman en la vida. Es como montar por primera vez en una bici o encontrar un libro extraño en el ático que te abre las puertas a un mundo mágico totalmente nuevo. Las personas sienten miedo. Miedo a no cumplir las expectativas, miedo a no ser suficiente para lo que viene, miedo a que las cosas cambien demasiado… todo ese miedo es más natural de lo que imaginas y lo sentimos más personas de las creerías, pero ¿quieres que te diga un secreto?… cuando algo te hace muy feliz y a la vez te da un poco de miedo puede ser lo que exactamente necesitas. Así que ¿no crees que vale la pena que salgas de ahí e intentes averiguarlo?

La puerta comenzó a abrirse lentamente dejando ver sólo una parte del rostro de la castaña quien con los ojos llorosos intentó torpemente explicarle que aquello no era sólo simple miedo. Sabía que no era suficiente, que aquello era demasiado.

-Si resulta ser cierto, si realmente me ha pasado lo mismo entonces…

-Entonces hallarán juntos la manera de resolverlo.- Touya extendió su mano hacía ella mientras le aseguraba aquello y al verla tomarla algo insegura la animó a salir de su escondite, tomándola de los hombros una vez estuvo fuera, mientras la observaba maravillado y acariciaba su mejilla como si no fuera capaz de creer que su hermanita hubiera crecido tanto y fuera tan hermosa.

-El mocoso ha sido tu novio por más de nueve años, no le ha importado atravesar el océano con tal de verte, aparte de que te pidió matrimonio a pesar de todo lo que tenían en contra, ¿en serio crees que cambiará de opinión con tanta facilidad? -Ella negó con la cabeza.

-Entonces, sea lo que sea que te preocupa. Solo respira, hincha el pecho y repite conmigo: Pase lo que pase…

-… Todo estará bien. – El rostro lleno de temor y angustia de su hermana fue sustituido rápidamente por una enorme sonrisa de alivio y antes de darse cuenta, la tenia prendida de la cintura mientras le agradecía que fuera tan buen hermano.

La verdad era que él tenía más que agradecerle por darle sentido y propósito a su vida durante tanto tiempo, por llenar su día a día de sonrisas y alegría, de esperanza y orgullo. Su hermana tal vez era su primer contacto con el amor, con la responsabilidad, con la entrega y ahora que la veía vestida de blanco vuelta toda una mujer dispuesta a tomar las riendas de su vida, no podía evitar comenzar a sentir que su alma se llenaba de nostalgia y melancolía. Limpió rápidamente sus ojos antes de que fuera él el primero en llorar de emoción ante todo lo que estaba pasando y colocando su frente contra la de ella le garantizó que no podría dejar de extrañarla.

-Tranquilo, te aseguro que pronto ninguno de los tres me extrañarán.

-¿Los tres?

Aquella pregunta no sólo puso la piel de gallina a la emocionada amatista que estaba a nada de correr en cualquier dirección en busca de una cámara para inmortalizar aquel conmovedor momento, sino que casi provocó un ataque a la castaña que no tardó en darse cuenta de que acababa de meter la pata en grande y perjudicar a su mejor amiga, quien terminó sintiéndose diminuta ante el escrutinio del trigueño que no podía verse más confundido.

Café y violeta se encontraron mientras Tomoyo estaba a punto de sufrir un colapso nervioso y antes de que cualquiera pudiera decir o preguntar nada, el par que previamente había abandonado la habitación y que regresaba con una extraña bolsa por la que no tuvo tiempo de indagar, ingresó a la habitación sacando al trigueño a prisa del cuarto mientras argumentaban que el padrino debía estar con el novio no con la novia.

Al principio tocó varias veces intentando obtener respuesta a todas las dudas que ahora perturbaban su mente, pero al mirar la hora y recordar que por el momento había cosas más importantes que atender, se dirigió hasta la ceremonia mientras repetía una y otra vez aquellas confusas palabras.

¿Ninguno de los tres? ¿De que tres estaba hablando su hermana?


-Tomoyo, ¿Estás aquí?

Soltó un enorme suspiro al comprobar que para su infortunio también aquella habitación estaba vacía. Se acercaba el momento en que haría su propuesta y para desgracia de sus nervios, su novia había desaparecido de la celebración en el último segundo.

No lo entendía. Se suponía que debía estar de aquí para allá grabando cada instante con su inseparable cámara, no escondida en alguna habitación haciendo quien sabe que cosa.

Aquello le daba mala espina. Después de su conversación con Sakura ella había estado actuando bastante extraño por lo que tenía un mal presentimiento al respecto, pero aunque intentó preguntarle a su hermana acerca de aquel comentario que había hecho antes de que la desquiciada de Nakuru lo sacara a patadas de la habitación, ella solo se había limitado a desviar nerviosamente la conversación hacía cualquier otra cosa. Ya estaba harto, encontraría sin duda a Tomoyo y luego tendrían la conversación del año sobre la confianza y la necesidad de que no existieran secretos entre ellos. Después de todo, ¿Qué podía ser tan grave como para que ninguna de las dos quisiera contarle?

Dio un vistazo a la inmensa habitación a oscuras concluyendo que tal vez lo mejor era que se relajara y dejara de ser neurótico, pero justo cuando se disponía a salir de ella seguro de que Tomoyo no se encontraría en un lugar tan solitario, una luz se encendió a sus espaldas viendo así como se reproducía en una enorme pantalla lo que parecía una de las antiguas grabaciones de Tomoyo.

Era de hacía diez años. Lo sabía porque su hermana, la principal protagonista, tenía aún el cabello extremadamente corto y usaba el par de adornos de cabello que le había obsequiado por su cumpleaños.

Recordaba bien aquella ocasión. Yukito había llevado a Sakura al acuario y mientras tomaba su pedido en la cafetería se rompió el estanque circular a sus espaldas y había tenido que sacar a Sakura del agua. Al final la colocó en las escaleras junto a Tomoyo y está preocupada no dejaba de preguntarle si estaba bien.

-¡Gracias Yukito! Me has dado una gran idea.- Recordaba haber suspirado resignado al notar que aunque él acababa de pasar el susto de su vida su hermana estaba allí actuando como si nada, pero lo que no recordaba era que Tomoyo le había enfocado con la cámara y él hubiese sonreído. Tal vez en ese entonces no era del todo consciente de sus interacciones con Tomoyo pero a juzgar por los demás fragmentos que siguieron apareciendo en el video parecían ser más de lo creía, aunque claro está, siempre estaba tan serio que parecía realmente molesto.

Se quedó un buen rato recordando y mirando escenas de los últimos diez años hasta que en la pantalla comenzaron a aparecer grandes letras con un mensaje que no pudo descifrar inmediatamente pero que lo llenó de curiosidad.

"Hemos compartido muchos momentos juntos. Pero ha llegado la hora de iniciar una nueva y desafiante aventura."

Se quedó mirando las letras mientras las leía en voz alta, y al sentir una mano tocando su hombro se movió azorado al darse cuenta de que Tomoyo estaba allí a su lado. Llevaba un hermoso vestido rosa, que la identificaba como dama de honor y madrina de aquella boda y sus larguísimos mechones azabaches caían a ambos sobre su cuerpo enmarcando su increíble figura. Hermosísima. Fue lo que pensó al verla y lo que se había pasado toda la velada pensando, aunque a juzgar por cómo sus mejillas yacían sonrosadas y sus manos parecían temblar parecía avergonzada de que hubiera visto sus grabaciones.

-Siento mucho haber entrado sin permiso, es que de repente se encendió la pantalla y yo…

-No te preocupes. De hecho deseaba que lo vieras.-. La vio sonreír nerviosamente al darse cuenta de que aún no había caído en cuenta de lo que estaba pasando y extendiéndole una diminuta caja que hasta ese instante no se había percatado de que llevaba en las manos, la tomó y comenzó a abrirla ante su mirada expectante.

No recordaba que fuese una fecha especial como para recibir un regalo de su parte, pero según parecía hallaría la respuesta a todas sus dudas cuando al fin la abriera.

-Estos son los escarpines que compré con Yukito.- Señaló confundido mientras levantaba la vista hacia ella sin aun entender del todo lo que ocurría. Ella sonrió con ternura y tomando una de sus manos y deslizándola hasta su vientre la posó sobre su ombligo haciendo que él la mirara todavía más aturdido. Últimamente con lo ocupado que estaba con todo eso del traspaso de mando y las constantes reuniones y viajes de los que debía encargarse desde que había asumido la presidencia de la fábrica apenas les quedaba tiempo para estar juntos o conversar más que por teléfono o en breves encuentros en su casa mientras ella se encargaba de los últimos preparativos de la boda.

Cuando había llegado el día anterior de su viaje a Italia la había notado un poco reacia a que se acercara demasiado, al principio creía que se debía a que estaba resentida por todo el tiempo separados y que lo estaba castigando por no sacar más tiempo para hablarle entre compromisos, pero a juzgar por la cara que tenía era obvio que ese no era el caso. De hecho, si tomaba en cuenta que tenía un par de tallas extras en ciertos lugares específicos y que la parte en la que su mano estaba posada estaba algo más abultada de lo normal, aquello definitivamente era así de maravilloso y abrumador como ella describía.

—¿Quieres decir que… tendremos un bebé?— Preguntó inseguro mientras abría los ojos como platos y ella asintió intentando confirmar lo que ya era más que obvio, aquello que últimamente la había llenado de tanta felicidad como angustia y que aunque no había podido ocultar de sus amigos y familiares aun no se había animado a contarle a él.

Comenzó a sospecharlo unos días antes de volver a Japón. De hecho, había querido hablarle de sus dudas a Touya mucho antes de confirmarlo pero entonces su abuelo no se veía bien, él estaba muy ocupado y ella simplemente no encontraba ni el momento ni el lugar adecuado para contárselo. Cuando vino a darse cuenta su abuelo había muerto y Touya había tomado sobre sus hombros la responsabilidad de la compañía y estaba aún más ocupado. Creía que aquello no le sería agradable, que tal vez, en el fondo él se decepcionaría de que ella le impusiera tal responsabilidad en un momento tan inadecuado.

Un par de lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas mientras ella temblaba abrumada por todo aquello, y él, pareciéndole de repente la cosa más frágil del mundo, llevó sus manos a su rostro inseguro de cómo debía tocarla ahora que entendía que la Tomoyo que tenía delante de él ya no era más la Tomoyo que había conocido desde siempre.

—No llores pequeña. ¿Por qué estás tan asustada?

—Es que, esto no estaba en tus planes. Sabía que tienes muchas cosas importantes aún por resolver y yo solo te fallé.

—¿Fallarme? ¿De qué hablas? ¡Esto es asombroso! Sabía que tenía puntería ¡¿pero tanta?! Habrá que hacer muchos cambios, creo que necesitaremos una casa más grande y aún necesitamos saber si será niño o niña para preparar su habitación. ¿Segura de que no son gemelos? Sería genial si son ambos.

—¿En serio no estás molesto?

—¿Por qué habría de estar molesto si tendré un hijo con la mujer más hermosa del universo? De hecho me pregunto… si estará bien que sienta tanta felicidad. - Hizo una pausa mientras la abrazaba y ahora era él el que luchaba por no ceder a las lágrimas, presa de tantas emociones encontradas.

Cada vez que se planteaba la idea de continuar con Tomoyo el resto de su vida, una parte de él sentía dudas de si en verdad era digno de permanecer a su lado. Había hecho cosas terribles, tenía muchas malas actitudes, su carácter no era el más agradable… ella podía encontrar a alguien mil veces mejor, estaba seguro de ello. A veces se preguntaba si su deseo de permanecer a su lado solo era un reflejo de lo egoísta que era. Si en serio se merecía gozar de una dicha tan grande.

Ahora ni siquiera tenía sentido planteárselo. Debía estar a su lado, quería estar a su lado. Si no era suficiente, buscaría la manera de serlo. Si debía cambiar buscaría la manera de lograrlo. A partir de ese momento nada era más importante. Debía cuidarla, protegerla, amarla y si tenía que comenzar de cero para conseguirlo sin duda lo haría. Ahora tenía razones de sobra para hacerlo.

-Yo en serio me siento muy afortunado. Gracias por este regalo.

—Yo también me siento muy afortunada. Me hace muy feliz que lo hayas tomado tan bien. Seguro que serás un tío y padre muy feliz.

—¿Tío?

Tomoyo le sonrió con ternura ante su pregunta y como si se tratara de un camión a punto de arrollarlo, su cabeza de repente entendió el porque de los temores de su hermana. No podía negar que ante tal revelación lo primero que pensó fue en salir en busca del desgraciado mocoso que había robado la inocencia y virtud de su hermanita antes de casarse, pero sabía que debía cambiar, que debía ser mejor persona. Se controlaría, lo tomaría de manera madura y diplomática. Su hermanita ya era una adulta y estaba casada, además de que era mayor que su madre cuando lo tuvo a él, sería un hombre razonable y tranquilo que se alegraría por ellos, si… se lo tomaría con calma y...

-Puedes ir. Solo no seas tan duro con Shaoran. Ni siquiera se ha enterado.- Murmuró ella mientras levantaba la cabeza y le sonreía como si pudiese leer sus pensamientos, y convencido de que no pudo haber encontrado a una mujer mas perfecta, besó sus labios, musitó un "Te Amo", y después de ponerse de cuclillas y repetir el mismo acto con el hasta ese momento casi inexistente vientre de su novia, se alejó dispuesto a darle la noticia a su cuñado de la manera más caótica y tenebrosa posible. ¿Qué podía decir? El que fuera un hermano sobreprotector y neurótico también era una de sus facetas favoritas.

-Mi hijo se ha convertido en un buen hombre ¿no lo crees así pequeña?

Tomoyo giró la cabeza azorada al escuchar aquella voz desconocida a su lado y al ver sonreír a aquella mujer de enormes ojos verdes y pelo grisáceo para luego solo desvanecerse, llevó sus manos a su vientre dándose cuenta de que aquella criatura que ahora formaba parte de ella era aún más especial de lo que creía. Si, definitivamente aquello no era el final sino sólo el comienzo de una increíble y maravillosa historia.