Capítulo 35

A dos días del suceso, y pese a los breves intentos de Elsa para impedirlo, la música del baile que compartiera con Hans seguía repitiéndose en su cabeza, con tanta claridad que tenía la sensación de que unos músicos la perseguían interpretándola.

No le causaba molestia, su corazón se deleitaba con la composición, pero temía que de repente, distraída, comenzara a moverse siguiendo el sencillo ritmo. En solitario podía aceptarlo, no así en un lugar visible para los demás.

Podría controlarlo si ponía el acérrimo dominio de sí misma que era capaz, solo que se resistía, porque le provocaba un sentimiento agradable envolverse en la música; le relajaba tanto que había dibujado varias cosas hermosas en su nuevo cuaderno sin haberlas practicado antes en una hoja aparte.

Como en ese transcurso de hora.

Sonriendo, la joven posó su palma izquierda a la mitad de la página donde había trazado unas bellas enredaderas de flores en las esquinas superior e inferior, que enmarcarían a la perfección el fragmento de un soneto. No serían más que cuatro líneas, a fin de no robarle demasiada atención al dibujo. Tendría que buscar un verso adecuado entre sus libros, de momento no se le ocurría alguno digno.

…O, se mordió el labio inferior, ella podría crear el correcto.

Golpeó el lápiz contra la superficie de su escritorio, tratando de inventar unas frases bonitas. Puso especial atención a su pecho y surgió con lo primero cruzado por su mente.

Emanas cálido toque de sol querido

en zozobroso invierno prolongado con pesares.

Calló su pensamiento con una mueca. No era buena. ¿Y en qué pensaba para salir con algo como eso? Sus antiguas canciones eran mejores.

Liberó un suspiro.

¿Sabría Hans uno indicado? Suspiró otra vez. Seguramente no, ya había varios versos en las primeras hojas.

El estómago le ronroneó y las vibraciones se expandieron en su cuerpo como olas en el agua, levantando los pelitos en sus brazos y piernas.

Depositó el lápiz en la mesa, frotándose la piel de sus antebrazos.

Se apoyó en sus codos y observó al causante de esa reacción con aire pensativo. Ese regalo de Navidad era mucho más de lo que podía poner en palabras. Era un obsequio personal y bien cuidado, igual que las típicas acciones de su marido; era algo planeado con gran antelación y donde se había trabajado bastante; estaba hecho únicamente para ella, con el propósito de encantarle.

Ni Anna con una manta tejida por sus propias manos le había dado una cosa tan significativa y acorde a sus preferencias.

El bisbiseo en ella provocó una chispa en su órgano vital. Negó; estaba conmoviéndose por un gesto que equiparaba al suyo, el cual había decidido hacer de tal modo en agradecimiento por el apoyo que Hans le había dado ese duro año.

Asimismo, sus obsequios eran consonantes a la relación amistosa que estaban forjando por su futuro papel de padres.

(En el fondo de su mente, una voz le cuestionó si, tal vez, como la festividad eclesiástica de ese día —no que ella aplicara a una mártir—, estaba siendo inocente al definir el estado de su cercana convivencia.)

Esbozó una sonrisa. Si su interacción actual era un ejemplo de la manera en que afrontarían esa etapa de sus vidas, no daba la impresión de que serían un desastre; era probable que pudieran llegar a acuerdos pacíficos aun teniendo posturas distintas.

—No por apuestas —pensó fuera de la privacidad de su mente.

Evocar la que había concluido el día veintiséis le hizo reír, borrado su enfurruñamiento con la pareja traidora (sí se alegraba de que estuviesen en términos más civilizados). La forma en que él se cobrara su triunfo la había hecho quitarse malos sentimientos.

Había disfrutado de sobremanera con el "premio" de Hans, aunque él no supiera que había ansiado una actividad como esa. Él la habría sugerido creyendo que ella tenía aversión por el baile —o eso quería pensar—. Tampoco imaginaba que lo hiciera por maldad, suponía que le había hecho atreverse a algo nuevo, como con otras cosas.

Le satisfacía que a él se le ocurriera esa idea y que su compañero en la pista fuese una persona con dos buenos pies y coordinación musical (en la boda de Anna, había tenido que compartir una pieza con Kristoff, tosco para ello).

Elsa soltó un bufido; a veces parecía que Hans era perfecto, mas su incapacidad de ser humilde, su despreocupación por la mayoría de la gente, y su obstinación en sus ideas, junto con otras características propias de él, lo hacían menos virtuoso.

…No que aquello disminuyera la exaltación de sí mismo que demostraba.

Ella tendría que estar atenta para cultivar el equilibrio en su progenie; sería riesgoso un heredero al trono con demasiada arrogancia.

Hizo una mueca, odiando esa percepción aséptica de una hija o hijo. Considerar moldearle por un futuro puesto le sabía peor que antes, tan injusto como con ella.

Se inquietó y pausó ese rumbo de pensamiento que iba a reflexionar sobre su persona, prefiriendo enfocarse en el aspecto favorable de que tuvieran confianza.

Parecerse a su padre no era del todo malo.

Temblando y de forma inconsciente, su mano descendió a su zona media, rozándolo con sus dedos cual alas de mariposa, antes de notar lo que hacía. —No lo sabes —se reprendió agitando la cabeza.

Tenía un presentimiento y ese le hacía sentir diferente, pero no podía asumir un hecho así empleando su intuición. Hasta podía ser obra de su deseo e ilusionarse en vano.

Incluso diciéndoselo, Elsa tardó unos minutos en apartar esa especie de magia que le provocaba su creencia sin fundamentos fiables.

Le serían eternas las tres semanas que quedaban hasta sus días de sangrado.

Se puso en pie para, unas horas, no compartir más silencio con esas lucubraciones. Cogió sus pertenencias y fue hacia la puerta, pretendiendo ir a la oficina de Hans.

No supo por qué, pero al salir de su despacho, una vez más la invadió el sonido del reindenler, haciendo girar sus ojos en sus cuencas y marearla unos segundos.

Tardó poco en llegar a su objetivo y allí rió entre dientes al ver a Skygge arriba del escritorio de Hans, quien observaba un mapa extendido.

—Siéntate frente a mí, hago planes para el desarrollo de Arendelle.

—Estás muy interesado. —Al acercarse vio que el mapa era de su reino.

—Es finales de año, no hay suficiente trabajo y si esta zona será concurrida, como preveo, tengo que adelantarme cuando los precios son baratos. Beneficios a largo plazo, tú sabes.

Elsa sonrió de lado y consintió, ubicándose en una silla y dejando los artículos de su mano en la otra mientras Hans la observaba, ya no tan interesado en el territorio y en negocios.

Ella lucía más animada; podía jurar que su rostro transmitía un brillo distinto.

Tales concepciones se cortaron abruptamente al captar un movimiento endemoniado del gato. Este se irguió y paseó descaradamente sobre el mapa y el escritorio, esquivando el marco con Sitron en el lado derecho del mueble de oficina, burlando la imagen de su caballo al menearle la punta de su cola, sin tocar el artículo.

Hans siseó. Estaba resignado a la presencia del animal, aunque eso no era sinónimo de otorgarle comodidades como esa.

Al menos era inteligente para saber qué no tocar. El regalo que había recibido de Elsa era muy importante (lo sentía hasta más especial que sus negocios y los gemelos.)

Miró a Skkyge con ojos entrecerrados. Tanto tiempo, dedicación y atención a él no podían ser objeto de daño.

—Yo lo acostumbré a no perturbar el estado de mi mesa, para todo lo notorio. El mapa es muy delgado y se pierde con la madera —comentó Elsa con matiz divertido.

—Defiendes lo que no debes —se quejó sarcástico.

El felino se bajó y dirigió a la otomana, donde se acostó tras un estiramiento perezoso.

—Hans.

La miró otra vez.

—Te ha dejado en paz —reiteró Elsa con ojos llenos de gracia—. ¿Qué planes tienes?

Sin darle más valor al asunto del que tenía, Hans se inclinó al mapa, su estimulación mayor por el interés en el rostro de la rubia.

{…}

El dormitorio de Elsa le dio la bienvenida con la ausencia de su dueña, por lo que Hans se sentó al borde de del colchón a esperarla. Su esposa se había retirado primero después de jugar unas partidas de cartas, así que debía andar por ahí.

Se recostó con los brazos doblados debajo de su cabeza, confiado en que no se dormiría. Era más temprano de lo que acostumbraban a acostarse, ya que se desvelaría al día siguiente por el festejo de fin de año; y tampoco tenía sueño, el lavado de su cara le había desvanecido cualquier rastro de cansancio por la jornada.

Unos minutos más tarde, su ceño se frunció. Ella no había aparecido todavía y se preguntó dónde se encontraría, si no estaba atendiendo sus necesidades como había supuesto.

Estuvo de pie como un relámpago al pensar que algo le hubiese pasado en el baño y se dispuso a rodear la cama para averiguarlo. No obstante, al ir hacia este vio de reojo una sombra en el balcón, a través de las cortinas entreabiertas, por las que alumbraba uno de los espectáculos de la naturaleza.

Sin detenerse por la locura que era salir a una noche de invierno en bata y con calcetines de lana, fue a las dos amplias puertas de vidrio y metal y abrió.

—¿Elsa? —llamó con un estremecimiento.

Ella soltó la baranda y se volteó parpadeando. A él le tembló la mandíbula mientras se abrazaba para mantener calor.

Con un movimiento rápido de mano ella le agrandó el tamaño de su prenda y sus dientes dejaron de castañear. Persistía el frío, pero no era terrible como al comienzo.

—Llevas más de diez minutos aquí afuera —aseveró aproximándose a ella, preguntándose si su vestido azul la guardaría a tantas ráfagas de aire, superiores en la oscuridad y en la altura.

—Estaba atenta a la danza de la dama verde —contestó Elsa en tono de reverencia, regresando a su posición anterior para mirar el cielo nocturno, iluminado con una gran aurora boreal. —Hace bastantes años que no aparecen en diciembre.

De brazos cruzados, él se colocó a su derecha y elevó su rostro al paisaje en lo alto. Unas corrientes verdosas con brotes violáceos rompían el interminable manto negro en sus cabezas, conformando una visión atrapante.

Esa maravilla mítica e inexplicable era lo que la había hecho olvidar de tiempo y espacio.

—¿Algún día podrán explicárnoslas? —Las palabras de Hans le hicieron ladear la cabeza. —¿Por qué surgen?

Elsa encogió los hombros, ignorante del tema.

—El año pasado ascendí la montaña con Kristoff y había una en medio de un valle… solo en ese sitio. —Él suspiró. —Era de mañana, ¿cómo fue eso posible? Y había una sensación inexplicable…

Debieron ser los trolls; su lugar de residencia, siempre que lo veía, tenía esa mágica señal. Elsa podría decírselo, pero no era su secreto, ¿cierto?

Un fuerte viento sopló y Hans, a diferencia suya, tembló. En otros casos, si ella sufriera por el frío, eso les guiaría a calentarse mutuamente.

Recordó que de todas maneras ella podía enfermar.

Callada, de su mano derecha expulsó una bola de energía, la cual en el aire se convirtió en una amplia manta morada que les cubrió los hombros.

—Arendelle no necesita más snowgies —bromeó él sujetando el borde de su lado.

Rió en voz baja.

—Ah, es plácido. Debiste hacerla mucho antes para estas noches de invierno.

—El frío no me molesta.

A excepción de ciertos días.

Él negó. —No vayas a deshacerla más tarde, tus manos no son heladas como el ambiente que me congela los pies.

Con un soplo al pecho se quedó sorprendida por esa admisión de no importarle su temperatura. Cerró los ojos unos segundos, absorbiendo la confesión, y después siguió contemplando el interminable mar de los cielos.

Al cabo de unos minutos el acto lumínico desapareció, haciéndoles retornar a la habitación. Dentro, él fue el primero en ir a la cama mientras ella daba una última mirada al exterior, viendo la zona donde habían estado.

Dándose la vuelta eliminó su ropa. Sonrió al descubrir a Hans acomodando la manta sobre la cama, debajo de la que originalmente cubría las sábanas; en verdad sentía frío.

Fue a él y le tocó un omóplato, absorbiendo la magia en su bata. Solo formó en sus pies un par de calcetines azules que los protegieran.

—Qué agradable; gracias. —Elsa sonrió casi enternecida al verlo mover sus dedos gordos.

Hans se giró quitándose su batín; posteriormente sus brazos pasaron por sus costados mientras inclinaba la cabeza. Ella enroscó sus manos en su cuello y acercó el rostro hacia él, sintiendo unas sacudidas que se expandían desde el centro de su cuerpo.

Cerró los ojos entreabriendo la boca y soltó un quejido cuando los labios de él se presionaron contra su mejilla, para continuar dando un reguero cosquilleante de besos en su mandíbula.

Intentó buscar su boca.

—No, no. Te caliento la piel. ¿Acaso tienes los labios fríos? —murmuró él muy cerca de su oído.

—Tú sí —replicó con los ojos entrecerrados antes de iniciar un beso.

Sintió la sonrisa de él contra sus labios y debió interrumpir su unión por la incapacidad de contener la propia, contagiada por la comicidad de él.

Una carcajada brotó de Hans, que temblando de humor la levantó y depositó en el colchón, en tanto ella se mordía los labios inútilmente, aguantando la risa y la emoción jocosa que vitalizaba su interior. Al final, se le escaparon risitas que aumentaron su potencia hasta que estuvo riendo como su marido.

—Sigamos… corrigiendo —pronunció Hans divertido, colocándose encima de ella.

Sin calmarse del todo, él le dedicó atenciones que transformaron sus risas en jadeos carnales de parte de ambos.

Esa ocasión su encuentro fue lento y, al terminar, Elsa notó que sus brazos se rozaban más, acomodándose así para quedar debajo de la amplitud de la manta. Ninguno quería desproveerse del calor y la comodidad que dotaba la prenda mágica.

Cayó dormida sin habérsele ocurrido extender su tamaño.

{…}

Abandonando el abrigo íntimo entre las piernas de Elsa, recuperándose del punto máximo del gozo, Hans determinó que esa era la mejor forma de tener un despertar tardío el uno de enero.

Comenzar el año con una actividad como aquella debía garantizarle un porvenir más dichoso que una almendra oculta en gachas de arroz, el augurio de buena suerte que le tocara en la fiesta de horas atrás.

(Prefería otro fruto escondido.)

No lo dijo en voz alta, o su esposa le reprendería por ser impúdico, ignorando deliberadamente las conductas atrevidas que tenía en sus aposentos, mofas de los cánones que sugerían relaciones maritales en la ceguera.

Aspiró con fuerza y se acomodó en su costado, doblando su brazo izquierdo para usarlo como apoyo. En esa posición miró a su compañera que normalizaba su respiración como él.

Cuan agradecido estaba por que ella no siguiera los preceptos sociales. Sería terrible privarse de todo su glorioso cuerpo, a lo que se habría resignado si fuese el verdadero deseo de Elsa.

Su mano libre circuló en el aire hasta que su índice aterrizó en el pasaje blanquecino que separaba las molduras en el torso de su mujer. Presionó justo en una de las muchas gotitas de exhaustividad por su entretenimiento matutino y la unió a otra perlita de sudor.

—¿Qué haces? —preguntó ella.

Ascendió su mirada. Ella tenía los ojos cerrados, pero sus cejas estaban fruncidas.

—Nadie nos espera hasta más tarde.

Sonrió ladino y su dedo recorrió el camino que le separaba del botón colorado en el seno femenino. Este se veía relajado y él marcó con su dedo el área donde la piel de ella cambiaba su tono pálido a un bronceado que le recordaba al de un melocotón. Hizo lo mismo con el otro y unas arruguitas se manifestaron en los dos, sensibles a su exploración.

Se amplió su sonrisa; ahora también veía el acercamiento a una nuez, o al hueso del melocotón.

Liberó un sonido de gusto, observando y palpando ávido la piel de su mujer.

Aprobaba los rasgos de ella, y tenía lo sospecha que, si cambiaba por un embarazo, su opinión no sería distinta. De hecho, en ese momento le daba una especie de respeto, satisfacción y ardor territorial pensar que ella reflejaría más belleza por una capacidad tan reverente como albergar vida, que ocurría gracias a que su semilla dejaría constancia visible en su cuerpo.

Era ilógico… sin embargo, el pelirrojo sabía que no tenía demasiada objetividad en lo que refería a ella.

Máxime cada vez que se acercaban; perdía parte de su enfoque y concentración por sus maneras, sus ojos, su boca, su cuello, sus manos.

—Hans… ¿El sexo siempre es como…?

Su índice tomó rumbo hacia el capullo escondido en su estómago. Entendía su pregunta; quería saber si la cópula era tan memorable como la suya.

(No reconoció la alegría que le proporcionaba que ella no quisiera resolver su cuestión en la práctica.)

—Solo cuando hay buen acoplamiento entre los involucrados —contestó tras sopesarlo un poco, sin tener una respuesta confiable, decidiendo que ese era el motivo.

Inclusive si ella era la única con quien había encontrado algo de esa clase.

Rompiendo con la extrañeza en sus adentros, se movilizó para juntar sus bocas. Aprovecharía el tiempo en que su miembro se recobraba dotándola de disfrute.

{…}

A un año de la fecha, Elsa desconocía si su hermana sabía de su aborto y por ello se había mantenido lejos de ella todo el día. Fuera así o no, le quitaba importancia, solo estaba contenta con no haberla visto ni en las comidas; era consciente que Anna no era culpable de su pérdida y ya no sostenía tan graves sentimientos hacia ella, pero simplemente no quería tentar a su mente ese delicado día.

Ahora bien, estimaba que el tiempo le restaría exactitud a su recuerdo, sobre todo si ocurrían embarazos y crianzas dichosas, mas un año después quería una calma que no le podría dar la presencia de Anna.

Para ser franca, ni la de nadie más que su esposo —si se remitía a los humanos.

Él se la había otorgado con creces. Desde el despertar, habían compartido prácticamente todas sus horas de la jornada juntos, puesto que ella no había tocado nada relacionado a sus obligaciones y había permanecido en la oficina de Hans, que ni había salido a hacer ejercicio.

Hasta ese momento, ya en el dormitorio de ella, no habían hablado del bebé perdido; en París habían sacado la aflicción que les preparara para eso, pero a lo largo del día la compañía y miradas plenas de conocimiento habían dicho cosas innecesarias en palabras.

Y quizá esos actos eran los que tenían a Elsa con un cúmulo de sensaciones en su pecho, abrumándola al grado de temblar por dentro. Se contenían en el fondo de su ser como un globo que se llenaba de aire y tenso amenazaba con romperse en el fragor apoteósico de una obra magistral, sin ella saber cómo terminaría tal estrépito.

Era una cosa tan profunda e intensa que ni podía usar su mano de hierro para pararla… y esperaba que la explosión final no tuviera terribles consecuencias.

El hundimiento del colchón a su izquierda disolvió lo ensimismada que se hallaba, haciéndola parpadear y mirar otra vez la chimenea, en la que se habían enfocado sus ojos azules.

—¿Qué ocurre? —preguntó Hans atento al rostro de su esposa, quien hasta entonces había lucido tranquila.

Ella negó, abriendo los puños en su regazo.

—Tú… ¿estás bien? —preguntó Elsa.

No recordaba si ella alguna vez le hubiese dirigido palabras similares, prefiriendo su agudeza para comprobar su estado, así que, sorprendido, Hans esperó a que su corazón aminorara el ritmo para responder.

Era la misma fecha en que sintiera algo parecido al miedo; un año de haberse enterado que sería padre a la par que la criatura se había ido, mientras se preocupaba por la sobrevivencia de la mujer que compartía su misma pérdida.

En la actualidad le asombraba haber vivido y resistido en aquellos momentos, tanto como poder afrontarlos y hablar de estos pasado un tiempo.

Era penoso, pero aceptaba que ese hijo no había podido ser y llegaría el que sí, que disfrutaría sin opacarle por quien no había nacido.

Debió tardarse en contestar, porque la mano cándida de Elsa se posó en su pierna.

—Sí. Pensaba. —Alzó las cejas. —No sé cómo es posible, porque estaba fuera de mí, pero recuerdo con exactitud las palabras del doctor Asbjörn.

—Lo único de lo que me acuerdo es su consejo de no dejar que la imposibilidad de Anna de tener hijos me hiciera creer que me pasaría lo mismo.

El médico era listo para haberse referido a un tema que Elsa también le había mencionado anteriormente —en específico, cuando había sugerido a Joseph como posible padre de sus hijos.

—Quizás es —susurró Elsa tan bajo y débil que él requirió de mucho esfuerzo para escucharla— …porque lo había pensado, junto con la creencia que Anna no puede embarazarse por mi culpa. —Los hombros de ella cayeron. —Al ver a Eir recordé el comienzo de todo ese infierno y cuando ella estaba en cama me atormentaba porque sentía que le debía. Temo que… congelarla… le quitó la posibilidad…

Él retuvo el aire conmocionado y consternado.

Ese era el meollo con la frialdad. La opinión de los demás no podía ser tan importante como el creer que había evaporado la posibilidad de su hermana para engendrar un hijo, consciente de lo mucho que esta quería formar una familia.

Por eso tanto empeño en la entrega a una hermana que no era digna de ella.

También su cambio… su reclusión después de trece años en puertas cerradas.

Y todo por accidentes, por malas decisiones de sus suegros, por la ignorancia de otros, por el egoísmo de su hermana, por estúpidas reglas monárquicas.

…O, en realidad, por la manera de ser de ella, acostumbrada al sacrificio por los otros.

Tragó saliva con una bola de fuego en su mitad superior. Tenía rabia pura hacia muchas personas y quería sangre en sus manos, pero la reprimía porque había una cosa más indispensable en ese instante.

Y ni siquiera entendía por qué le afectaba sobremanera.

Inspiró; entonces, con su dedo dirigió el rostro de Elsa hacia el suyo, queriendo que lo mirara. Los orbes intrigados de ella se clavaron en los suyos.

la víctima.

—¿Qué?

—Tú nunca actúas como tal o te diriges a ti misma en ese término, y bien sabes que lo mereces; no eres como todas las personas que al menos una vez ocupan el lugar de la víctima, siempre eres la culpable o te haces la fuerte, mas nunca dejas de cargar el peso de las cosas.

Los ojos de ella se expandieron.

—Eso no es verdad. Es ridículo y no sirve.

Rió negando. —Claro que no. Sin embargo, incluso has tenido el sentimiento de culpa por lo que le pasó a Anna en tu infancia, pero olvidas que ella no era la única niña esa noche. Has sido responsable de cosas, sí, pero no de todas, y estoy seguro que la falta de hijos de tu hermana no es responsabilidad tuya.

Ella intentó girar la cabeza con la mirada húmeda y él lo impidió colocando sus manos en los costados de su cara.

—Elsa Margaretha Skaði Håkonson-Westergård —pronunció con fuerza y suavidad combinadas— …no te mereces lo que te ha pasado o te han obligado a vivir. Ni que tu único pariente cercano vivo disfrute lo que tú no. Tampoco que sea yo el privilegiado de compartir tu cama y darte hijos. Te mereces más.

La última frase la musitó a un respiro de su boca, que apenas terminó tomó en un beso pausado, tan diferente a lo que sentía debajo de la superficie. Una cosa en su interior que inflamaba su deseo más que la atracción entre los dos y que lo hacía salvaje por tenerla, pero se mostraba en un toque tan procurado para no herirle ni un precioso cabello.

Como toda respuesta Elsa se asió de sus hombros, cerró los ojos y permitió que el conjunto de sensaciones dominara sobre el análisis de Hans, dejando que sus intenciones de hacerla sentir bien no fueran opacadas.

Entreabrió sus labios dándole bienvenida a ese mimo tan cuidado que le causaba aleteos en el estómago y la mente. Era un nivel superior a los burbujeos de otras veces, pero con el mismo sentimiento de dicha y arrobo que habían aparecido en algún punto de sus intercambios.

La rubia se entregó por completo cuando el beso subió de intensidad y entrelazó sus lenguas en una danza que siempre parecía nueva sin perder la familiaridad de dos amigas que se conocían y encantadas se saludaban al reencontrarse. Había tal entusiasmo que este viajaba al sur de su cuerpo y creaba el comienzo de un manantial en su zona más íntima.

Sus manos se movieron con parsimonia desnudándolo y acariciándolo, copiando las acciones de él en su cuerpo. Lo tenía memorizado y no necesitó verlo, solo seguir el llamado de sus deseos para tocarlo, reviviendo el calor de su piel, repartido en rincones que no podía dejar de disfrutar. Todo en él se erizaba como su propio territorio corpóreo, generando humedad y arenilla en el área conquistada.

Se separaron gimiendo.

Él se inclinó para colocar su mano detrás de sus rodillas y acomodarla de espaldas sobre el colchón. Ella sintió un pellizco por el brillo en sus ojos verdes y el instinto la hizo atraerlo de regreso a su boca.

Su marido la acarició presionando sus senos adoloridos, arrancando jadeos que interrumpían sus besos y lo hacían rozar su mandíbula hasta que ella lo devolvía a sus rebordes acolchados, buscando absorber el placer que le daba la pelea entre sus lenguas. Un empuje le demandaba solo tenerlo así, unidos boca a boca mientras sus sexos obtenían del otro lo que les correspondía.

Por sobre sus rizos sentía la potencia de su erección, contra la que su pelvis se movía una y otra vez, incitándola a penetrar el pasadizo oculto entre sus pliegues bajos, donde el agua pegajosa ya se derramaba en ansia.

Estremeciéndose de calidez en el vientre, Elsa alzó una de sus piernas y la colocó en la cintura de Hans, animándolo a entrar en ella. Una mano de él se deslizó desde su seno a su centro húmedo; sus dedos plasmaron huellas musicales en su piel, haciéndola arquearse y frotarse en la hombría erguida.

Las palpitaciones aumentaron conforme él burlaba su cavidad sin introducirse y ella gruñó deteniendo su beso.

—Hans —sollozó apretando su mano en la cadera de él, rogándole con los ojos.

—Sí, preciosa —dijo él sobre sus labios con la mirada oscurecida. —Te lo daré.

Hans la capturó de nuevo y ella no debió esperar para recibirlo. Su ingreso fue tortuoso y suave, con una delicadeza igual a su primera noche juntos.

Cuando la llenó, Elsa recibió un pinchazo por la repentina atención que sus dedos dieron a su pequeña protuberancia.

Jadeó apretando los ojos. —Hans…

El corazón se le salía por la garganta y aun así onduló sus caderas apretando su agarre. Su otra pierna fue elevada para rodearle y ella extendió los brazos a su cuello, atrayéndolo.

La primera estocada coincidió con el saludo de sus lenguas.

Cada embiste fue sosegado, permitiendo que compartieran múltiples besos pacientes y cortas caricias robadas que tuvieron un efecto más potente en su alma que toques raudos y frenesí por la luz cegadora.

En un momento se convirtió en una alabanza que endulzó sus sentidos, tirando de ella, soplando en ella y creando una conexión con su parte más espiritual y natural, donde no había barreras para la emoción y su sentir.

Y ocurrió.

El globo explotó. Se trató de un estallido fuerte en su interior, como una bomba de felicidad que dio golpes en su estómago y aceleró su pecho a un ritmo frenético, enviándole también oleadas de ternura y anhelo.

Fue mágico.

Tanto que, al abrir los ojos más tarde, descubrió las sábanas bañadas de un resplandor celeste formado por cientos de bellos copos de nieve, como nunca antes había pasado.

En una nube, eliminó la escarcha y se dispuso a dormir, solo para desperezarse de golpe al tomar más conciencia de lo que acababa de suceder.

El hielo había salido.

Sin su habitual manejo meticuloso, a sus poderes los guiaban dos cosas opuestas (raras ocasiones combinadas). El miedo y la repulsión, que causaban una muestra desagradable de hielo.

Sabía que no había sentido eso; por lo cual eran la otra, de dos emociones siempre mezcladas.

La libertad y…

Los oídos le pitaron.

esa emoción; que le otorgaban energía para crear todo lo precioso que se pudiera realizar con su magia.

Se observó las manos pasmada. Había hecho una manifestación incontrolada y hermosa por yacer con su marido.

Y si no había sentido miedo y repulsión, tenían que ser la libertad y

el amor.


NA: ¡Hola!

El día que Elsa hace la poesía es lo que para los cristianos se conoce como "Día de los inocentes", una conmemoración de cuando Herodes envió a matar niños menores de dos años para deshacerse de Jesús el Nazareno.

Leí que los Sami le dicen a las auroras "poesía en movimiento" y los locales de Noruega "la dama verde", qué bonito. Por la naturaleza de las auroras, la escena iba a producirse antes o después de invierno, pero como no es imposible que pase en diciembre, pues a darle XD

¿Qué tal, qué tal? ¿Hablo de todo el capítulo o el final? Bueno, a lo último, total, todo el capítulo gira en torno a eso. Con el amor, Elsa vino primero; o lo identificó primero; ella ha estado expuesta a esa emoción y puede vincularla. Si pusieron sus apuestas en Hans, perdieron, pero aguarden a lo que vendrá. Obviamente, él está muy colado por ella y se nota a kilómetros; si lo vieran sus amigos no la salva.

La dos líneas de "la poesía de Elsa" hablan de ella y Hansy, él le ha dado la calidez que Olaf manifiesta en su gusto por los abrazos.

Besos, Karo


Guest1: Ha,ha,ha, I didn't want to be so obvious with Hans' 'prize'. It's nice to know I got what I wanted :D , he's so in love with her that he wants her happy. MyGodIneedabreakfromsweetlove. I had to think of really good gitfs, so I'm proud you liked them, they need important meanings of their relationship. / About the miserable couple, oh dear, I'll be curious as you it if weren't me writing, you'll know in the future, promise. / Thanks for r&r.

Guest2: ¡Muchas gracias! La escena de los regalos fue pensada hasta el cansancio, quería algo de buen significado y me alegra saber que lo logré, quiero que transmita sentimientos buenos de parte de los dos. ¿Cuándo va a admitir Hans lo que siente? Lo tengo escrito en los capítulos que llevo adelantados, pero no sé si lo considerarán pronto o tardío ja,ja. Por Elsa, aquí hubo un avance de su lado, ya no podía estar tanto en la oscuridad. / La noticia ya viene, siento que todas las personas que me leen esperan eso más que sus declaraciones de amor XD