Aviso: Secuela del fic Life Unexpected. Los personajes y todo lo que reconozcan pertenece a JK Rowling.

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36. Departamento de Misterios

Harry tenía tantos malos recuerdos sobre el Ministerio de Magia que apenas podía empezar a contarlos. Había ido un centenar de veces siendo un niño. Era el lugar al que los trabajadores sociales lo llevaban antes de cambiarlo de locación. Cada vez que lo sacaban de un orfanato para ir a una casa adoptiva, o de una casa adoptiva para volver al orfanato, primero tenía que dar un paseo por el Ministerio. Odiaba el piso de servicios sociales, pero también lo pequeño que lo hacía sentir el resto del lugar. Lo indefenso y desamparado.

Con el paso de los años, la situación no había mejorado.

En septiembre, fue en el Ministerio donde tuvo que enfrentarse a un juicio desagradable, donde lo habían tratado como a un criminal. Antes de eso, fue el lugar donde decidió que no volvería a pisar un hogar adoptivo en su vida. Fue donde encontró la dirección de James, y donde se llevó una enorme decepción al darse cuenta de que su padre había vivido tan cerca de él todos esos años.

Fue en esa entrada donde se peleó con Lily por primera vez. Y la segunda.

Podría haber atribuido el vacío que sintió en el estómago a los movimientos salvajes del Thestral sobre el que estaba montado, pero volar no le daba miedo. Perder a su madre sí.

Gracias a algún instinto masoquista dentro de su cabeza, estaba escogiendo ese momento para recordar esas dos peleas con ella en las puertas del Ministerio. Recordaba con una claridad vergonzosa todo lo que había dicho, lo enfadado que había estado, lo hiriente que había sido y cuánta intención le había puesto a sus palabras. Había querido lastimarla, y lo había conseguido.

Estaba haciendo un esfuerzo por alejar esos pensamientos de su mente. No tenía sentido flagelarse por eso. Era parte del pasado, uno que cada vez se veía más lejano. Él ya no se sentía así y su madre lo había perdonado. De hecho, nunca se lo había tenido en cuenta.

En su lugar, intentó enfocarse en el único recuerdo bueno que tenía sobre ese lugar. El día que a sus padres les habían regresado la custodia completa, cuando se convirtieron en una familia. Aunque, para ese momento, ya lo habían sido durante meses.

Se aferró con las uñas al sentimiento de calidez y seguridad que recordaba haber sentido. Evocó los rostros de sus padres, tan felices y aliviados como él. A pesar del frío de la noche azotando contra su cuerpo, se dejó confortar por el recuerdo de los brazos de Lily, sosteniéndolo contra ella y haciéndolo sentir protegido. A salvo.

Pensar en eso lo estaba llenando de fuerzas, de energía para llegar al Ministerio. Para llegar con su madre y salvarla, como ella había hecho con él un año atrás.

Fue lo que se prometió a sí mismo cuando se bajó del lomo del Thestral, después de un aterrizaje aparatoso y un viaje incluso peor. La idea de Luna había sido brillante, solo que no les había advertido lo particular que sería el viaje.

—Nunca más —dijo Ron, haciendo un esfuerzo para no caerse. Quiso alejarse a grandes

pasos de su Thestral, pero solo volvió a chocar contra él—. Nunca… Nunca más… ¡Ha sido el peor vuelo…!

Hermione y Ginny aterrizaron en ese momento, y ambas se bajaron con un poco más de elegancia que Ron, aunque con las mismas expresiones de alivio por volver a tocar tierra firme. Neville se bajó de un salto, temblando, y blanco como la nieve. Luna desmontó suavemente, inalterada.

—¿Estás bien? —preguntó Harry, girando la cabeza hacia su derecha.

Hannah asintió, a pesar de llevar la misma expresión lívida de Neville. Él sabía lo mucho que odiaba volar, así que tenía una idea de como le había sentado el viaje.

Seguía enfadado por su discusión más temprano, pero saber que había desarmado a Malfoy para acompañarlo lo hacía sentir un poco mejor. Además, nunca podría estar tan enojado como para no preocuparse con ella. Sintió un jalón en el estómago al pensar en que, seguramente, iban a tener que pelear, y, a pesar de las clases, Hannah seguía sin ser la mejor en defensa. Tendría que mantenerla cerca en todo momento.

—¡Por allá! —anunció Ginny, apuntando hacia la cabina de teléfono maltratada.

Todos la siguieron, y Harry volvió a sorprenderse por lo decidida que sonaba. Aunque al principio había tenido sus dudas sobre dejar que los acompañaran, en ese momento se sintió más seguro sobre su decisión. Después de todo, había sido una de las mejores en el ED.

Su presencia definitivamente iba a ayudar.

Cómo pudieron, los siete se metieron apretujados en la cabina.

—El que esté más cerca del auricular, que marque los números seis, dos cuatro, cuatro dos —indicó Harry, que apenas podía ver el aparato.

Ron logró estirar el brazo lo suficiente para alcanzar el disco del teléfono. Un segundo después, una calmada voz femenina llenó el lugar, poniendo los nervios de Harry más en punta aun.

Bienvenidos al Ministerio de Magia —anunció—. Por favor, declare su nombre y asunto.

Harry dijo todos sus nombres a la carrera, sin poder evitar sonar exasperado.

—¡Estamos aquí para salvar a alguien! A no ser que alguien del Ministerio lo haga primero.

Gracias —respondió la voz, ignorando su tono irónico—. Por favor, tomen las placas de identidad y péguenlas en la parte delantera de sus túnicas.

Media docena de placas se deslizaron por el tobogán de metal donde se deslizan las monedas del cambio. Hermione las levantó y se las pasó a Harry en silencio sobre la cabeza de Ginny.

Visitantes del Ministerio, se requiere que se sometan a un registro y presenten sus varitas para que queden registradas en el escritorio de seguridad, que se encuentra en el extremo más lejano del Atrio.

—¡Bien, bien! —dijo Harry en voz alta, sintiendo una nueva punzada en su cicatriz—. ¿Ya podemos irnos?

El suelo de la cabina telefónica tembló y el pavimento se levantó. Pronto, la calle desapareció frente a sus ojos, mientras que la oscuridad se cerraba sobre sus cabezas. Tras un sonido agudo y rechinante, se hundieron en las profundidades del Ministerio de Magia.

Una grieta de suave luz dorada golpeó sus pies y subió por sus cuerpos. Harry flexionó las rodillas y mantuvo su varita lista, tanto como se podía en su posición actual. Entrecerró los ojos para ver a través del vidrio, tratando de adivinar si alguien los estaba esperando. Por suerte, el lugar parecía desierto.

El Ministerio de Magia les desea una agradable noche —los despidió la voz femenina.

La puerta de la cabina telefónica se abrió en ese momento. Harry salió de forma estrepitosa, seguido de cerca por Neville y Luna. El único sonido que reconocía era el constante flujo de agua de la fuente dorada, donde chorros de agua manaban desde las varitas de la bruja y el hechicero. La punta de la flecha del centauro, el pico del sombrero del duende y las orejas del elfo doméstico y caían en la alberca circundante.

—Vamos —dijo Harry en voz baja. Entonces, los siete empezaron a correr a toda velocidad por el

vestíbulo.

Pasaron la fuente y llegaron al escritorio donde se sentaba el guardia que Harry recordaba de la última vez que había visitado el lugar. Estaba seguro de que debía haber alguna persona en ese momento, pero estaba vacío. Fue un indicio de que algo no iba bien, presentimiento que se acentuó mientras pasaban por el portón hacia los ascensores.

Apretó el botón para descender más cercano y un ascensor llegó casi de inmediato. La reja dorada se abrió con un ruidoso timbre y todos se apresuraron a entrar. Una vez ahí, Harry marcó el número nueve; las rejas se cerraron con un fuerte golpe y el ascensor empezó a descender, con un fuerte ruido metálico, rechinando y traqueteando.

El chico tragó saliva. Estaba seguro de que el estrépito iba a atraer a todas las personas de seguridad dentro del edificio. Sin embargo, cuando el elevador se detuvo la voz anunció: Departamento de Misterios y las rejas se abrieron, encontrando el pasillo tan desierto como el vestíbulo.

Sin pensarlo, Harry marchó directamente hacia la puerta negra.

Luego de meses y meses de soñar con ella, finalmente estaba allí.

—Bien, escuchen —les pidió, deteniéndose a dos metros de la puerta—. Tal vez… Tal vez sea mejor que algunos se queden aquí.

—Claro que no —dijo Hannah de inmediato, casi como si supiera que estaba pensando en ella.

—Pueden ser centinelas y…

—¿Y cómo vamos a avisar si algo ocurre? —preguntó Ginny, con las cejas levantadas—. Podrías estar a kilómetros de aquí. O en otro piso.

—Vamos contigo, Harry —le aseguró Neville.

—¡Sí! Tenemos que seguir adelante —lo apoyó Ron, sin pensarlo.

Harry apretó los dientes. No quería tener que llevarlos a todos consigo, pero parecía que no tenía elección.

Lo agradeció unos minutos después, cuando lo ayudaron a atravesar una serie de acertijos y obstáculos que nunca habían aparecido en sus sueños. Cuando lo sacaron de esa tenebrosa habitación con ese arco infinito del que parecían salir voces. Voces que le hablaban.

No entendía qué estaba pasando. En sus sueños, el camino siempre era fácil, conocido. En ese momento, sin embargo, ninguna puerta parecía ser la correcta. Todas las que abrían seguían llevándolos a habitaciones que no podía reconocer, como si la que estaba buscando le estuviera rehuyendo.

Estaba empezando a desesperarse cuando, por fin, la encontró.

Supo que era esa por la impresionante luz que danzaba por el lugar, formando estrellas de diamantes. Cuando se acostumbró al resplandor, vio relojes brillando desde cada superficie. Relojes de todos los tamaños y formas. El origen de la luz era una inmensa campana de cristal que estaba colocada en el extremo más lejano del cuarto.

—¡Por aquí! —exclamó, antes de empezar a avanzar.

Ahora que sabía que estaba en el lugar correcto, su corazón había empezado a latir de forma frenética. Encabezó la marcha por el angosto espacio entre líneas de escritorios, dirigiéndose, como

había hecho en su sueño, a la fuente de luz. La campana de cristal casi tan alta como él estaba puesta en un escritorio.

—Esta es —insistió, sintiendo cada latido retumbar contra su pecho—. Es por aquí…

Echó un vistazo a su alrededor. Todos tenían sus varitas afuera, con expresiones serias y ansiosas en el rostro. Harry miró de nuevo hacia la puerta y la empujó. Habían encontrado el lugar.

Alto como una iglesia y lleno solo de imponentes estantes cubiertos con pequeñas y polvorientas esferas de vidrio. El cuarto estaba muy frío, justo como en sus sueños. Harry avanzó rápidamente hacia delante y entrecerró los ojos para mirar uno de los pasillos sombríos entre dos filas de estantes. No percibía ni el mínimo signo de movimiento.

—Dijiste que estaba en la fila noventa y siete —le recordó Hermione.

Harry asintió, mientras buscaba algo al final de la fila más cercana. Debajo del grupo de velas que emitían una luz azul, brillaba el número plateado cincuenta y tres.

—Creo que tenemos que ir a la derecha —susurró Hermione, mirando de reojo la siguiente fila—. Sí, esta es la cincuenta y cuatro…'

—Mantengan sus varitas preparadas —les indicó Harry con suavidad.

Avanzaron con lentitud, echando una mirada hacia atrás mientras caminaban por los largos callejones de estantes, cuyos extremos más alejados estaban en una casi total oscuridad.

Pasaron la fila ochenta y cuatro… ochenta y cinco…

Harry estaba tratando con fuerza de escuchar cualquier indicio de movimiento, pero Lily podría estar amordazada, o inconsciente…

O muerta.

—Lo habría sentido —soltó de golpe, tragándose el pánico que se acumuló en su garganta y apartando esa voz imprudente en su cabeza—. Lo sabría…

—¡Noventa y siete! —anunció Hermione en voz baja.

Se agruparon alrededor del final de la fila, contemplando el pasillo junto a este.

No había nadie.

—Está al final —indicó Harry, con la boca seca—. Desde aquí no se ve…

Los guió entre las imponentes filas de pelotas de vidrio, algunas de las cuales resplandecieron suavemente mientras ellos pasaban.

—Debe estar cerca —susurró el chico, nervioso ante la idea de encontrarse a la figura de su madre de un momento a otro—. Por aquí… en cualquier lugar…

—¿Harry? —preguntó Hermione, dudando. Él no pudo responder.

Llegaron al final del corredor, donde fueron iluminados por un grupo sombrío de velas.

Allí no había nada más que el eco de sus respiraciones.

—Tal… Tal vez…

—¿Harry? —Esa vez, fue Hannah quien le habló.

—¿Qué? —preguntó, impaciente.

—Yo… No creo que Lily esté aquí.

Todos permanecieron en silencio.

Harry se negaba a mirarlos. Tenía el estómago revuelto. No entendía lo que estaba pasando, ¿por qué su madre no estaba ahí? Tenía que estarlo. La había visto en ese mismo lugar.

Sin pensarlo, se echó a correr hasta el espacio al final de las filas. Pasillo vacío tras pasillo. Todos vacíos. Corrió hasta la otra punta, pasó de nuevo frente a sus compañeros que se quedaron mirándolo.

No había signos de Lily por ningún lado, ni siquiera el indicio de una pelea.

—Harry… —susurró Ron.

No. No quería escuchar lo que tenía que decirle. No quería que Ron le dijera que había sido un idiota, o sugerir que debían regresar a Hogwarts.

Sintió el calor subir a sus mejillas ante la idea de volver al vestíbulo del Ministerio y enfrentar las miradas acusatorias de los demás. Aceptar que se había equivocado.

—Harry, ¿viste esto?

—¿Ah? —preguntó, desconcertado ante la pregunta de su amigo—. ¿Qué cosa…?

—Tiene tu nombre —le explicó Ron.

Harry se acercó, confundido. El pelirrojo estaba mirando fijamente una de las pequeñas esferas polvorientas. Parecía que no había sido tocada en años. Décadas, quizás.

—¿Mi nombre? —preguntó él, con la voz lejana.

Dio unos pasos hacia delante. Como no era tan alto como Ron, tuvo que estirar el cuello para leer la etiqueta amarillenta pegada al estante justo debajo de la polvorienta bola de vidrio.

Con una letra como tela de araña estaba escrita una fecha de más o menos dieciséis años atrás. Lo que había debajo, envió su corazón a su garganta.

S.P.T. a A.P.W.B.D.

El Señor Tenebroso y Harry Potter.

Harry parpadeó.

—¿Qué es eso? —quiso saber Ron, inquieto—. ¿Por qué está tu nombre ahí? —Miró a su alrededor y agregó—: ¡Yo no estoy aquí! Ninguno de nuestros nombres está…

—¡Harry! —jadeó Hannah, cuando él estiró la mano—. ¡No la toques!

—¿Por qué no? —preguntó él, frunciendo el ceño—. Es mía. O al menos, tiene que ver conmigo.

—No lo hagas, Harry —intervino Neville, lo que hizo que Harry se girara a mirarlo. Parecía estar a punto de explotar por la tensión.

—Tiene mi nombre —insistió.

Entonces, sintiéndose un poco imprudente, puso la mano sobre la esfera.

Esperaba sentirla fría, pero no fue así. Al contrario, se sentía como si hubiese estado al sol por horas, como si el brillo de luz dentro de esta lo hubiese estado calentando.

Aguardando, hasta esperando, que algo dramático fuese a pasar, algo excitante que hiciera valer ese viaje tan largo y peligroso, Harry sacó la bola de vidrio de su estante y la miró fijamente.

No pasó nada .

Nada más que la aparición de una nueva voz.

—Muy bien, Potter. Ahora, date la vuelta suavemente… y dámela.

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Lily sabía que a James no le gustaba hablar sobre el futuro de una forma negativa. Cada vez que ella lo sacaba a colación, él se las arreglaba para pintar de mil colores sus más oscuros presagios. Usualmente, se lo permitía sin rechistar, porque lo amaba por su capacidad para tomar sus miedos y hacerlos desvanecerse en el aire, asegurándole que todo iba a estar bien, que encontrarían una forma de resolver todo lo que se les presentara. Como él lo creía, hacía más fácil para ella hacer lo mismo.

Pero había ocasiones en las que no se podía permitir vivir en un mundo de fantasía. De vez en cuando, tenía que ser firme y obligarlo a pisar tierra, a enfrentar la realidad que estaba frente a sus ojos. Una de la que no podían escapar, ni dejar para después.

Fue por esa razón que a principios del verano anterior se obligó a salir de su letargo de recién casada para hacerlo charlar de uno de sus peores miedos. Quizás, el más grande de todos.

Con el susto del cementerio aún fresco en sus corazones, hicieron una promesa. Si algo así volvía a ocurrir, si volvían a verle la cara al peligro de esa forma, Harry siempre sería la prioridad. No importaba lo que tuvieran que sacrificar, lo harían sin pensarlo, solo para salvar a su hijo.

Lily no había querido creer que tendría que volver a vivir un momento como ese tan pronto.

—Ese mocoso idiota… ¿En qué demonios estaba…?

—Sirius, eso no es de ayuda ahora —le espetó James, mientras terminaba de recoger lo que necesitaban para marcharse.

—¡Es que no entiendo en qué mierda estaba pensando! —exclamó el aludido, resoplando—. ¿Por qué haría algo tan estúpido?

Para salvarme, pensó Lily, dejando que la culpa se hiciera paso dentro de ella para opacar al terror frío que quería aferrarse a sus venas.

El día había dado un giro oscuro y macabro en una cantidad de tiempo vertiginosa. En un momento habían estado en San Mungo, a punto de marcharse a Hogwarts para ir por Harry, y de pronto habían recibido dos noticias alarmantes en menos de media hora.

Primero Regulus, avisando que Harry había llamado preguntando insistentemente por ellos, pero que solo había estado Kreacher para atenderlo. Y luego Snape, dándole sentido a lo anterior.

—Dijo que el Señor Tenebroso te había capturado. Parecía muy seguro al respecto —les contó Severus, con su típica expresión inalterada, pero clavando sus ojos en ella con intensidad—. Entiendo que eso era lo que él quería que pensara. Y si no hubiera sido tan mal estudiante de Oclumancia, tal vez podría haberlo evitado…

James se encargó de cortar de raíz la diatriba sobre la falta de inteligencia de Harry, lo que Lily agradeció, al igual que ver que se limitaba a darle las gracias —de forma tan seca como pudo—, y dejarlo estar. No tenía tiempo para lidiar con ellos, no cuando estaba tratando de no ceder ante el pánico.

Sabía que no podía permitírselo.

—Debió haber esperado a hablar con alguno de nosotros. ¿Por qué haría algo tan impulsivo y…?

—Porque tiene muchos ejemplos que copiar —le cortó Remus, irónicamente, mientras marchaban hacia la entrada de Grimmauld Place.

—¿Qué estás…?

—¡¿Podemos solo irnos?! —casi gritó Lily, exasperada—. Por favor.

—Sí, andando —respondió Mar, poniéndose a su lado y empujándola a la salida—. No hay tiempo que perder.

Los cinco salieron de la casa hacia el callejón donde solían aparecerse. El sol se había puesto hacía mucho rato y Lily no pudo evitar subir la mirada, anhelando encontrar un grupo de escobas surcando el cielo estrellado.

Si conocía a su hijo, sabría que esa sería su forma de llegar. Volando.

—Lamento haber tardado —le dijo Mar, mientras caminaban tan rápido como podían—. Tuvimos que dejar a Ophi en…

—Están aquí —interrumpió Lily, dejándole saber que no se lo tenía en cuenta—. No importa.

—Llegaremos pronto, Lily —le aseguró su amiga, dándole un apretón en la mano—. Ya vas a estar con él.

Ella asintió, encontrando consuelo en sus palabras.

La hacía sentir segura saber que James caminaba justo detrás suyo, pero, en ese momento, prefirió estar junto a Mar. Su amiga no iba a prometerle que todo estaría bien, como sí lo habría hecho su marido.

En tiempos de crisis, Mar tenía la habilidad de hacerla sentir fuerte, compuesta, como tenía que ser en ese momento.

Porque Harry estaba en peligro, y la necesitaba entera.

Se aparecieron junto al Ministerio, donde Tonks los recibió con una expresión alerta.

—Kingsley y Ojoloco están esperándonos —les indicó, guiándolos hacia la entrada—. Tenían razón. El registro muestra que entraron al Departamento de Misterios.

—¿Y cómo entraron sin que nadie se diera cuenta? —preguntó Remus, en la primera interacción que Lily los había visto tener en meses.

—No hay nadie de seguridad en el Ministerio. En ninguna parte —respondió la muchacha, sin darle importancia a quien había hecho la pregunta—. Es obvio que… fue alguien de adentro.

Sirius soltó una palabrota que Lily repitió en su cabeza. Todo pintaba tan mal como podía.

Como Tonks había informado, no tardaron en dar con Kingsley y Moody, que los guiaron por un atajo rápido hacia el Departamento de Misterios. Cada paso que daban, Lily encontraba alivio en saber que estaba más cerca de Harry, aunque no dejaba de estar aterrada. Al igual que el año anterior, la idea de llegar tarde parecía haberse incrustado en su mente.

No era así, para su más profundo alivio. Sin embargo, la imagen que la recibió al entrar a esa habitación —penumbrosa, con escalones altos que separaban la entrada de una arena con un extraño arco en el medio—, no fue menos desesperante.

Sintió hervir su sangre cuando divisó a Lucius Malfoy, que no solo tenía el descaro de estar vestido de mortífago en el mismísimo Ministerio de Magia, sino que estaba parado a escasos centímetros de su hijo, con una actitud amenazadora.

Fue una suerte para él que Ojoloco lo apartara de Harry con un hechizo certero. Lily estaba segura de que un segundo de más podría haberla llevado a cometer una locura.

Su deseo de llegar de inmediato con Harry no se cumplió. Apenas llegaron, empezó la batalla.

Una desagradable sensación de deja vu se apoderó de Lily cuando rayos de luz empezaron a volar a través de la habitación, al igual que gritos de hechizos y maldiciones yendo y viniendo. Habían pasado catorce años, pero, de pronto, parecía haber ocurrido el día anterior.

Fue cuando supo que todo había vuelto a empezar.

Se las arregló para quedarse junto a James, que esquivaba maldiciones y apartaba mortífagos con el mismo propósito que ella. Tenían que llegar junto a Harry. Tenían que sacarlo de ahí.

Lily no lo perdía de vista. Por el rabillo del ojo, podía verlo librando sus propias peleas, desenvolviéndose de una forma que podía haber llevado lágrimas de orgullo a sus ojos. Estaba haciéndolo tan bien, con una habilidad que algunos magos adultos solo podían anhelar. Le agradeció a Remus por ser tan buen profesor, y se sintió feliz de no haberse opuesto a la preparación que había tomado durante ese año.

Al menos, algo había hecho bien.

Con un movimiento furioso de su varita, logró apartar a un mortífago que estaba a punto de acorralarlo. Por fin, llegaron junto a él.

—¡MAMÁ! —gritó Harry cuando la vio, con el mismo alivio que ella estaba sintiendo—. ¡Están aquí…!

—¿Harry, estás bien? —le preguntó ella, mirándolo de arriba abajo para asegurarse.

—Sí, sí, yo… Mamá, papá, lo siento —les dijo, tragando saliva—. Lo siento, yo… No debí haber venido, pero pensé…

—Está bien, niño. Hablaremos después —desestimó James, que se las arregló para sonreír a pesar del desastre a su alrededor—. Ahora tienes que irte, ¿de acuerdo? Ve con tus amigos y…

Entonces, una risa psicótica y conocida llegó hasta los oídos de Lily, haciéndola girar la cabeza de inmediato. Primero vio la cabellera rubia de Mar y luego la mirada asesina de Bellatrix. No vio a Sirius por ningún lado, así que tuvo que decidirse en menos de un segundo.

—¡Quédate con James! —le gritó a Harry, antes de salir corriendo en dirección contraria.

Llegó junto a su amiga a tiempo para ayudarla a salir del aprieto, creando un cráter en el piso que las alejó lo suficiente de la mujer. Conociéndola, eso no iba a detenerla, pero al menos ganarían tiempo.

Seguía vigilando a James y a Harry de reojo, así que pudo ver el segundo exacto en que el chico arrojaba un Petrificus Totalus sobre una figura enmascarada que estaba sobre ellos.

—¡Eso estuvo perfecto, niño! —lo halagó James, dedicándole una sonrisa reluciente de orgullo—. Ahora ve a…

—¡PAPÁ!

Lily sintió que su alma dejaba su cuerpo cuando un rayo de luz púrpura golpeó a James en el pecho, arrojándolo de bruces contra el piso.

No se puso de pie.

Harry apartó al perpetrador, pero cuando quiso girarse para revisar a su padre, ella lo detuvo.

—¡Él está bien, Harry! —le mintió, gritándole desde la distancia—. ¡Tú solo vete de aquí! ¡AHORA!

No pudo verificar que le hiciera caso, porque pronto tuvo que concentrarse en las maldiciones que Antonin Dolohov arrojaba sobre ella.

Su corazón gritaba, rogándole que se las arreglara para correr a asegurarse de que James estaba bien. De que iba a ponerse de pie. Tuvo que hacer uso de una fuerza mental que no recordaba que tenía para no sucumbir, para ignorar la sangre Gryffindor que hervía dentro de ella.

Tenía que mantener la mente fría y seguir peleando. Era la única forma de asegurarse de que Harry saliera ileso de allí.

Habían hecho una promesa. Y así como Lily nunca podría perdonarle a James no cumplirla, sabía que lo mismo aplicaba para ella.

Sin importar que la desgarrara por dentro.

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Grimmauld Place estaba vacía, y Regulus no lo estaba disfrutando. Ni un poco.

Aun se sentía mal por haber tenido que castigar a Kreacher, nada drástico, como lo hubiera hecho su madre, pero igual había sido desagradable. También estaba cargando con un peso considerable de culpa por no haber sido él quien atendiera la llamada del chico, ahorrándoles a todos aquel drama. No podía evitarlo, a pesar de que nadie se lo había recriminado. De hecho, James y Lily le habían agradecido repetidas veces por avisarles, más de las que él hubiera considerado necesarias.

Seguía deambulando por la casa deshabitada, sin entender con exactitud qué lo estaba molestando. Era cierto que se había acostumbrado al constante ruido y desorden, pero no era como si hubiera empezado a gustarle. Todavía anhelaba esos raros momentos en los que podía quedarse solo, con la única compañía de sus pensamientos. Los mismos que no dejaban de irritarlo en ese instante.

Lo que había deseado por meses, estar en completo silencio y soledad, de pronto lo hacía sentir incómodo.

Echó una mirada furtiva a la puerta antes de regresar a la cocina para vigilar la chimenea. Los minutos seguían pasando, lentamente, sin que nadie regresara. Quedaba claro que, lo que fuera que el Señor Tenebroso había planeado, había tenido éxito. Y la Orden no había llegado a tiempo para evitarlo.

Frunció el ceño, ante lo macabro de sus propios pensamientos. Trató de convencerse de que era absurdo pensar de esa forma. Lo más seguro era que siguieran en el medio de la situación, tratando de resolverla. Que estuvieran tardando no tenía por qué significar que todo estuviera perdido.

Sin embargo, eso no lo hizo sentir mejor.

Con un suspiro pesado, se dejó caer en una silla de la cocina, observando con detenimiento la varita en sus manos. Hacía tanto tiempo que no la había usado para luchar. En más de una década no había arrojado una maldición contra nadie, ni había lanzado un hechizo de defensa.

Pensar en que todas las personas con las que había convivido esos últimos meses lo estaban haciendo, lo llevó a aceptar la realidad de lo que sentía.

Estaba preocupado.

No estaba listo para llegar a la raíz de su preocupación, pero ser consciente de que lo estaba fue suficiente para llevarlo a la introspección.

De más estaba decir que no era algo que acostumbrara.

Para ese entonces, Regulus estaba más que entrado en la adultez, pero aun no estaba seguro de haber comprendido con exactitud el límite entre el bien y el mal. Si era que existía tal cosa.

Durante muchos años, en su adolescencia e inicios de su juventud, nunca se había molestado en tratar de averiguarlo. Para él, lo malo y lo bueno era lo que sus padres le decían, lo que sus primos, demás familia y, posteriormente, compañeros de casa, creían y profesaban. Jamás se había atrevido a cuestionarlos, ni por error. Se había limitado a asentir, sin tomarse un segundo para preguntarse si lo que hacía era correcto, o si existía otro camino a tomar.

Era la razón por la que, con el paso del tiempo, la brecha que lo separaba de Sirius se había vuelto imposible de cruzar.

Su hermano, a diferencia de él, había nacido con una increíble facilidad para cuestionarlo todo. Absolutamente todo. No se conformaba con seguir órdenes, no si no tenían una explicación que lograra satisfacerlo. Era capaz de tomar todo lo que sus padres decían y encontrar mil formas de desprestigiarlo, desmenuzar cualquiera de sus argumentos hasta convertirlos en polvo. Frente al ojo demasiado crítico de su hermano, los principios firmes de la familia Black siempre habían parecido más cristal que piedra.

Regulus nunca había entendido por qué lo hacía. ¿Por qué se molestaba en pelear con su madre? ¿Qué ganaba con hacerla enfadar hasta que perdiera los estribos? Hasta conseguir que lo lastimara. Para él, no tenía ningún sentido. Era más fácil asentir y seguir la corriente, evitar las confrontaciones y solo ser quien todos esperaban que fuera.

Sabía que era esa docilidad e incapacidad de contradecir a su familia lo que le había ganado el desprecio de su hermano. Sirius valoraba la rebeldía y la osadía por encima de cualquier otra cosa, mientras que Regulus se decantaba por la autopreservación.

Esa actitud le había ganado muchas cosas en su juventud. Su lugar como hijo favorito, después como alumno predilecto y, más tarde, miembro respetado entre los seguidores del Señor Tenebroso.

Había conseguido todo eso bajando la cabeza y obedeciendo, siendo un fiel vasallo que nunca se atrevía a desviarse del camino trazado.

Excepto por esa vez, que había hecho todo lo contrario.

Sabía que, a pesar del tiempo que había pasado, Sirius seguía sin creer que había cambiado. Podía haber aprendido a tolerar su presencia, pero, en el fondo, su hermano seguía creyendo que los iba a traicionar. Y lo hacía, porque, sin importar cuantas veces le preguntara por qué había traicionado al señor Tenebroso, él no le daba una respuesta.

Sirius creía que se debía a que seguía del otro lado, y eso habría sido menos patético que la verdad.

¿Cuál era la verdad? Regulus no podía responderle, porque él mismo no sabía la razón.

Catorce años atrás, no hubo un gran momento de reflexión de su parte. No se despertó un día con una profunda revelación sobre los principios, la moralidad y el deber. Habría metido de decir que hubo algo de eso. No fue poético, ni heroico de su parte; se trató solo de responder a un malestar que lo había estado acompañando durante demasiado tiempo, y que un día explotó.

Solo decidió que lo que estaba haciendo, las órdenes que seguía y las acciones a las que lo obligaban, no eran lo que quería hacer. Si estaba bien o mal, no le importó demasiado.

Todavía no diferenciaba lo que conllevaban ambos conceptos, pero sí podía diferenciar el sentimiento que crecía en su pecho en ese instante, el mismo que había sentido tantos años atrás. Era esa necesidad, ese deseo casi físico de levantarse y hacer algo. Cambiar algo.

Luchar por sí mismo, sin la influencia de otros.

Sirius había acaparado para sí toda la impulsividad que sus padres habían sido capaces de procrear. Regulus siempre lo había pensado, y todavía lo hacía. Habían demasiadas pruebas como para intentar creer lo contrario.

Esa noche, por segunda vez en su vida, se permitió creer que había dejado una pizca para él, aunque fuera minúscula.

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Todo iba mal. Era un completo desastre que se les había salido de las manos, si era que en algún momento lo habían sujetado.

Y Harry sabía que era su culpa.

No podía dejar de repetírselo mientras escuchaba maldiciones ir y venir sobre su cabeza. Estaba en medio de un campo de batalla que nunca podría haberse imaginado. A pesar de que estaba defendiéndose como mejor sabía, al igual que sus amigos, no podía evitar pensar en que, al final, nada de lo que habían practicado iba a servirles. Su entrenamiento los estaba manteniendo vivos, pero nunca habría podido prepararlos del todo para lo que estaban viviendo.

El chico ni siquiera podía compararlo con lo que había ocurrido el año anterior en el cementerio. Se parecía porque sus padres también habían peleado, pero había pasado demasiado rápido. Había sido aterrador, pero había terminado en menos de diez minutos. Lo que ocurría en ese momento, a mitad de ese cuarto tan peculiar en el Departamento de Misterios, no parecía estar por acabar pronto. Esa vez, los mortífagos los superaban en número, y habían llegado listos para la batalla. La Orden no contaba con el elemento de sorpresa que había salvado a James y a Lily el junio pasado.

James.

Giró la cabeza una vez más, sintiendo un vacío en el estómago al ver que su padre seguía sin ponerse de pie. Lily le había dicho que estaba bien, pero si era así ¿por qué no se levantaba? Tenía miedo de conocer la respuesta.

Quería asegurarse de que estuviera bien, y también quedarse a ayudar, pero su madre le había dicho que se marchara. Y después de todo lo que había causado su testarudez, lo menos que podía hacer era obedecerla.

Divisó a sus amigos a unos metros de él, siendo guiados por Kingsley hacia la salida. Corrió hacia ellos de inmediato, decidido a escuchar instrucciones por primera vez en el día.

Más tarde, podría decir que lo había intentado.

—¡Hannah! —la llamó, cogiéndola del brazo y ayudándola a ponerse de pie—. ¿Estás bien?

—Sí, sí. No es nada —le aseguró ella, pasándose una mano por el rostro para limpiar rastros de sangre—. ¡Harry, tenemos que irnos! Por favor, no…

—Lo sé, lo sé —le cortó el chico. No le sorprendió que se hubiera preparado para intentar convencerlo.— Salgamos de aquí, ¿de acuerdo?

—De acuerd… ¡AH!

—¡Hannah…!

No tuvo tiempo de moverse. De pronto, Lucius Malfoy volvió a aparecer en su campo de visión, sujetando a Hannah contra él y clavándole la varita en la mejilla.

—¡DÉJALA IR! —gritó Harry, intentando dar un paso en su dirección.

—Ni un paso más, Potter —le advirtió el hombre, apuntándolo a él—. No querrás que tu amiga salga lastimada.

Harry sintió que su corazón caía a su estómago ante la amenaza. Miró a Hannah, que tenía los ojos abiertos de par en par y apretaba los labios con fuerza.

—Ahora dámela, Potter —ordenó Malfoy, sin ni una pizca de la calma con la que lo había hecho más temprano—. Dame la profecía.

—¡Harry, no! —le dijo Hannah, moviéndose para tratar de soltarse. Tenía lágrimas en los ojos, pero le insistía con la mirada—. ¡No se la des…!

—No te lo volveré a repetir, Potter. Dámela.

Sin pensarlo dos veces, Harry metió la mano en el bolsillo de su pantalón y recogió la esfera de cristal que había cogido más temprano. No entendía como aquella vieja baratija podía haber causado todo ese desastre, pero no le importaba.

Le daba igual lo que Malfoy, Voldemort o quien fuera quisiera hacer con ella.

Si tenía que elegir entre proteger esa profecía o a Hannah, la respuesta era simple.

Ignoró sus súplicas y estiró el brazo, dejando que la esfera cayera sobre la palma abierta de Lucius, cuyos ojos brillaron con satisfacción.

—Ahora —dijo Harry, con los dientes apretados—. Déjala…

No tuvo tiempo de terminar la oración. Un rayo de luz roja golpeó a Malfoy en el costado, arrojándolo al piso. La esfera cayó a los pies del chico, partiéndose en pedazos. Un humo azul se derramó de los fragmentos de vidrio, tomaron la forma de una mujer con ojos grandes, diciendo la profecía en voz alta. Sus palabras se perdieron en los sonidos de las maldiciones chocando, aunque Harry tampoco le estaba prestando atención.

Tomó a Hannah en sus brazos y la empujó hacia la salida por la que había salido el resto. Estaba a punto de seguirla cuando vio a la persona que había desarmado a Lucius Malfoy. Primero pensó que era Sirius, pero él estaba al otro lado del lugar, peleando con otra un par de mortífagos.

Entonces, comprendió.

—Pero… ¡¿Qué estás haciendo aquí?¡ —justo preguntó Sirius, agrandando los ojos cuando lo vio llegar.

—Ayudar —se limitó a decir Regulus, metiéndose en la pelea junto a su hermano.

—¿Te parece que necesitamos ayuda? —resopló Sirius. A pesar de su ironía, parecía incapaz de salir de su asombro.

Un chillido de rabia se escuchó por encima de todo el escándalo. A Harry lo sacudió un escalofrío al reconocer la voz.

—¡! —gritó Bellatrix, echando chispas por los ojos mientras veía a Regulus—. ¡MALDITO TRAIDOR! ¡Rata asquerosa, rastrera…!

—Eh, Bella, esas no son formas de iniciar nuestra reunión familiar —fingió reprenderla Sirius, sonriendo con diversión—. ¿Dónde quedaron tus modales?

La mujer lo apuntó con su varita, lista para responderle, pero fue arrojada hacia atrás por un rayo azul de luz.

—¡Sirius, concéntrate!—le gritó Mar, dedicándole una mirada asesina.

Su padrino se rió en voz alta, y Harry habría puesto los ojos en blanco de no ser porque su atención fue robada por otra pelea. A unos metros de él, Remus estaba teniendo dificultades para quitarse a dos enmascarados de encima.

Tenía que irse. Sabía que tenía que hacerlo.

Pero también tenía que ayudar, si podía hacerlo.

—¡Desmaius! —exclamó, apartando a uno y dando espacio para que Remus se deshiciera del otro.

—Gracias, Harry —le dijo, pasándose una mano por la frente—. Estuvo muy bien.

—Tuve un buen profesor —respondió el chico, permitiéndose un segundo para sonreír.

—Debes irte ahora, Harry. No puedes quedarte aquí más tiempo…

—Remus, James…

—Él estará bien. Iré a verlo apenas pueda —le prometió, sin dejar de mirar a su alrededor, alerta—. Pero tú tienes que…

Un grito femenino los hizo girarse al mismo tiempo. Harry apenas pudo reconocer el cuerpo de Tonks caer al piso antes de que Remus saliera disparado en su dirección, olvidándose por completo de él. Y luciendo lívido de un segundo a otro.

—¡HARRY!

Dio un respingo cuando reconoció la voz de su madre, a quien encontró lanzándole una mirada llena de exasperación.

—¡Harry, VETE! ¡Te dije que…!

—¡NO!

Harry jadeó cuando la maldición golpeó a Lily en la espalda, arrojándola varios metros por el aire hasta caer sobre los altos escalones.

Al igual que James, ella tampoco se levantó.

—Ma… Mamá…

—¡Pelirroja sangre sucia! ¿Por qué no te levantas a jugar? —preguntó Bellatrix, riéndose de forma estridente, disfrutando de lo que acababa de hacer—. ¿Ya te cansaste?

—¡Maldita seas! —le gritó Sirius, disparando su varita contra ella—. ¡Demente de mierda…!

Iniciaron un intenso duelo al que Regulus pronto se unió. A pesar de que eran dos contra uno, las maldiciones de Bellatrix eran lo suficientemente mortíferas para que entre ambos apenas pudieran arreglárselas.

Mientras que Sirius peleaba de forma instintiva y brusca, casi con violencia, Regulus lo hacía con un aire a Remus. Arrojaba sus hechizos de forma calculada, metódica.

Cuando su prima arrojó un confringo contra el piso, tuvo la habilidad necesaria para adivinar el siguiente movimiento de su prima, y la rapidez para crear un arco protector alrededor de ambos, antes de tomar a Sirius del brazo y jalarlo con él hacia el piso para protegerse de la explosión.

Funcionó, pero no tuvieron tiempo de sentirse aliviados.

—¡Mar! —gritó Sirius, agrandando los ojos al verla rodar por el piso.

Ambos hermanos se incorporaron al mismo tiempo, pero sólo Regulus pudo ponerse de pie y correr hacia ella.

—¡Mierda! —exclamó Sirius, haciendo una mueca de dolor y doblándose hacia abajo. Se sujetó la pierna derecha, que parecía estar impidiéndole avanzar.

Después, todo ocurrió en un segundo.

Sirius logró enderezarse lo suficiente para enviarle un débil hechizo a Bellatrix, que la mujer pudo desviar en un suspiro, soltando una carcajada antes de disparar contra él.

El grito de Harry fue opacado por la voz de Mar.

—¡SIRIUS! —El chorro verde de luz brilló en los ojos desorbitados de la rubia.

Lo golpeó de lleno en el pecho, lanzándolo por los aires como había hecho con Lily, solo que el cuerpo de Sirius se estampó contra una de las columnas del arco a mitad de la habitación. Sonó como una rama que se quebraba a la mitad, y luego como un saco de huesos que caía al piso.

—No, no… ¡NO!

Harry sintió que su sangre se congelaba al escuchar el tono desesperado de Mar. Se quitó de encima a Regulus, que la había ayudado a ponerse de pie, y salió corriendo en su dirección.

—¡Sirius…! Ya, ya llegué… Aquí estoy. —La voz de Mar estaba quebrada por el pánico. Se lanzó de rodillas a su lado, de una forma casi dolorosa—. Tranquilo… Sirius, mírame… Mírame, aquí estoy.

Tomó el cuerpo tieso de Sirius y lo abrazó con fuerza, recostando la cabeza de su pecho. Harry estaba inmóvil, mirando con los ojos muy abiertos como su padrino permanecía inconsciente.

—Mírame, por favor… —le pidió Mar, boqueando con desesperación, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. ¡Maldita sea, no me hagas esto! ¡Sirius, te lo ruego…!

Si hubo más peleas después de eso, Harry dejó de escucharlas. En su cabeza, la habitación había quedado en completo silencio.

Una fría realización se apoderó de él cuando miró a su alrededor y se encontró con lo que había causado.

James seguía sin responder, al igual que Lily. Estaban tendidos en el suelo, incapaces de pelear. Y ahora Sirius también.

Sirius.

Trató de apartar la tenebrosa realización que carcomía su estómago, haciéndose paso para subir hacia su pecho. No quería creerlo. No quería…

Pero Mar seguía llorando. Y Mar nunca lloraba.

Harry empezó a desesperarse. No podía dejar las cosas así. Tenía que existir una forma de ayudar, algo que pudiera hacer…

Entonces, la vio.

Con una sonrisa satisfecha y los ojos brillantes de gozo, Bellatrix les dedicó una última mirada antes de reír por lo bajo y dar media vuelta para desaparecer.

Al verla huir, la ola de furia que Harry había acumulado en el pecho durante todo ese año, terminó por desbordarse.

Sin pensarlo más de una vez, la siguió.

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