Sara se sentía triste.
A ella no solían molestarle los rechazos de otras personas, porque respetaba que cada uno tenía la libertad de elegir con quien estar. Pero con Ava, eso se sintió un poco diferente. Y la razón porque eso era diferente, era porque Ava le gustaba… Y le gustaba más del simple hecho de gustar de alguien, le gustaba en el sentido de que se estaba enamorando.
Los besos que habían compartido en el cumpleaños de Ray la habían hecho ilusionarse, la habían hecho sentir que tal vez no era la única que estaba sintiendo cosas más allá de la amistad que tenían. Que tal vez Ava también gustaba de ella.
Pero Ava no recordaba nada porque había estado borracha y le dejó muy claro que lo que había entre ellas era simplemente amistad. Y Sara no quería perder la amistad que tenían, así que se tragó su orgullo y su dolor, y continuó como si nada hubiera ocurrido.
— Tenés que dejar de asustarme con tus ataques de pánico. — Le pidió Zari.
— Lo sé, lo siento. — Se disculpó ella. — Es que no sé cómo controlarlos. — Argumentó.
— ¿Te sentís cómo para ir a clase o querés que nos vayamos de acá? — Le dio a elegir Zari, como siempre hacía cuando la otra tenía uno de esos episodios.
— Hoy estoy como para irme. — Respondió ella con sinceridad.
Así que se fueron del colegio. Sabían que seguramente iban a recibir una amonestación por eso, pero no les importó. Zari la llevó a su lugar favorito de videojuegos. Sara agradecía tener una amiga como Zari. Ambas se entendían porque sus personalidades eran parecidas, les costaba hablar sobre sus sentimientos pero eran incondicionales para las personas que querían.
Una vez que se cansaron de jugar y gastaron todas las fichas que habían comprado, fueron a tomar un helado.
— ¿Pasó algo con Ava? — Preguntó Zari de repente.
— No, ¿por? — Dijo ella defensivamente.
— No sé, es que desde el cumple de Ray que las cosas parecen tensas entre ustedes. Pensé que tal vez se habían peleado o algo. — Explicó Zari lo que había querido averiguar.
— Nos besamos. — Admitió ella.
— ¿Qué? — Preguntó Zari, completamente sorprendida.
— Nos besamos, pero no hagas escándalo sobre ello porque no significó nada. — Dijo ella seriamente.
— Claro. — Dijo Zari, en un tono irónico.
— Enserio, Ava y yo somos amigas y no quiero que eso se arruine por un beso que nos dimos borrachas. — Expresó ella con sinceridad.
— Vos no estabas borracha. — Le recordó Zari. — ¿Eso significa que te gusta? — Pidió saber.
— Zari. — Advirtió ella, llamando su nombre.
— Bien, el secreto está a salvo conmigo. — Prometió Zari.
— Gracias. — Agradeció ella.
Por suerte el resto de la semana pasó rápido. El viernes y el sábado disfrutó de trabajar, ya que se divirtió mucho con sus compañeras.
El domingo se despertó sabiendo que iba a ser un día raro, porque era el cumpleaños de Laurel. Se preguntó si valía la pena ir a trabajar cuando a la noche tenía lucha libre… tal vez era mejor no sobrecargarse de cosas.
Agarró su celular y se sacó una foto, donde se podía ver su tatuaje y el colgante que Ava le había regalado para su cumpleaños. Abrió su instagram y la subió.
saralance el amor nunca muere
Cerró la aplicación porque no estaba lista para leer los comentarios que iba a recibir por parte de sus amigos, y fue a la cocina. Para su sorpresa, encontró a su mamá cocinando.
— ¿Qué estás haciendo? — Preguntó ella con curiosidad.
— Una torta. — Respondió Dinah. — Hoy es el cumpleaños de Laurel. — Comentó y volvió a concentrarse en la crema que estaba batiendo.
Su corazón se partió en mil pedazos ante ese hecho.
Sara regresó a su habitación y dio varios puñetazos a la pared. Su madre no había sido capaz de decirle feliz cumpleaños a ella en su día, pero a su hermana que ya no estaba era capaz de prepararle una torta. ¿Por qué le dolían tanto esas diferencias?
No era nada en contra de su hermana. De hecho Sara amaba a Laurel, ella había sido su persona favorita en todo el universo. Pero le dolía la indiferencia de su madre. Le dolía que Dinah quería y siempre iba a querer más a Laurel que a ella. Le dolía que eso continuará sucediendo, aún cuando Laurel ya no estaba. Pero Sara si estaba, ella estaba viva. Y eso no servía de nada, porque su madre seguía sin quererla.
Así que esa noche volvió a perder todas sus peleas. Entre el rechazo de Ava y la indiferencia de su madre, no se sentía con energías para pelear. Y quería mostrarle a Dinah su enojo, y no había mejor manera que hacerlo que perdiendo.
Jen y Nico le volvieron a decir que estaba loca y la volvieron a intentar convencer de no perder sus peleas, pero no lo consiguieron. Cuando Sara estaba decidida a hacer algo, era muy difícil hacerla cambiar de idea.
Ella sabía que volver a perder iba a ser para mal, pero tenía un plan. Cuando terminó sus peleas y se fue al vestuario a cambiar, no regresó al salón para irse con Dinah y Malcolm. Con la ayuda de sus amigas, se fue por una de las ventanas.
No podía regresar a su casa, así que se fue al único lugar que se le ocurrió, al gimnasio de Maze. Por suerte esa mujer tenía cierto cariño especial por ella, y la dejó pasar la noche en la torre.
A la mañana, cuando despertó, no se sentía con ánimos de ir al colegio. Pero necesitaba hacer algo para entretenerse y mantener su mente ocupada.
De pronto, encontró algo en el bolsillo de su campera que llamó su atención. La tarjeta de la terapia grupal que Ava le había dado. Buscó en su celular la información sobre el lugar y encontró que había grupos de terapia por las mañanas de los días lunes, miércoles y viernes, y por las tardes de los días martes, jueves y sábados.
Tal vez le iba a hacer bien hablar de sus ataques de pánico y de su madre. Así que decidió ir para darle una oportunidad. Caminó hasta el Hospital Militar de Starling y fue al salón donde realizaban la terapia. Observó desde el pasillo como varias personas fueron llegando y entrando.
— ¿Sara? — Preguntó Pam, sorprendida al verla allí.
— Si, soy yo. — Afirmó ella. — Ava me dijo que podía venir a estos grupos de terapia. — Agregó para explicar el motivo de su presencia.
— Claro que puedes venir, eres bienvenida aquí. — Aseguró Pam con calma. — ¿Quieres que entremos? — Le ofreció.
— No sé. — Respondió ella, todavía algo nerviosa e indecisa.
— Tomate el tiempo que necesites. — Dijo Pam y le acarició uno de sus hombros para darle ánimos. — Yo voy a ir entrando así preparo café. — Le dejó saber.
Sara observó desde la puerta como la sala se fue llenando de personas y como se fueron ubicando en las sillas formando una ronda. Finalmente, tomó coraje, entró a la sala y se ubicó en una de las sillas vacías.
Cuando empezó la sesión todos se presentaron, siempre que había alguien nuevo lo hacían.
— Soy Sara, fui torturada por un asesino serial. Él mató a mi papá y a mi hermana, también intentó matarme a mí pero yo sobreviví. — Se presentó ella cuando fue su turno.
A Sara le costaba decir eso en voz alta, pero lo hizo. Lo hizo por respeto, porque todos cuando se presentaban mencionaban el hecho de tortura que los había llevado a esa terapia.
El resto de la sesión se dedicó a escuchar. Se sorprendió mucho con la dinámica del grupo, la conversación era muy fluida entre todos los integrantes. A Sara le gustó que no fuera solamente un ida y vuelta con las dos terapeutas que guiaban el grupo, sino que todos participaban dando sus opiniones y consejos.
Cuando estaba por finalizar la sesión y Pam preguntó si alguien más quería hablar, fue cuando Sara finalmente decidió hacerlo. Ya estaba allí, así que por lo menos quería intentar hablar sobre sus problemas, ver si al hacerlo podía conseguir algún tipo de ayuda.
— Yo. — Dijo ella, llamando la atención de todos. — Me gustaría hablar sobre los motivos que me hicieron venir a este espacio. — Agregó, jugando con sus manos porque se sentía nerviosa.
— Te escuchamos, tomate tu tiempo. — Dijo Pam con calma.
— Tuve una pelea con mi mamá. Ayer fue el cumpleaños de mi hermana, y mi mamá le hizo una torta. — Relató ella, hasta qué necesito frenar para secarse las lágrimas.
— Los aniversarios relativos a personas que ya no están siempre son difíciles. — Intervino Linda, la otra terapeuta.
— ¿Algo así de concreto, como la torta, te hizo dar cuenta de la falta de tu hermana? — Preguntó con curiosidad Ella, una mujer que estaba sentada a su izquierda.
— Si, pero no es solamente eso. — Respondió ella y se tomó un momento para pensar lo que quería decir. — Cuando fue mi cumpleaños mi mamá ni siquiera fue capaz de decirme feliz cumpleaños, pero para mi hermana que no está hizo una torta. Y eso duele, me hace sentir que no me quiere. — Intentó explicar su dilema.
— No conozco a tu mamá, pero es evidente que no se está manejando bien. En su duelo se está olvidando del tuyo y no está pudiendo ver lo que sí tiene con ella. — Expresó su opinión Amenadiel, un hombre que estaba sentado frente a ella.
— ¿Has intentado hablar con ella, decirle lo que sentías? — Preguntó Chloe, una mujer que estaba sentada al lado de Ella.
— Ayer no, porque no estaba de ánimos para hacerlo. — Respondió ella con sinceridad. — Pero las veces que hablé con ella del tema, ella me dio a entender que habría preferido que mi hermana fuera quien sobreviviera. — Admitió tristemente, sin poder controlar las lágrimas silenciosas que caían de sus ojos.
A partir de eso recibió varias opiniones, así que se dedicó a escuchar atentamente. Algunos opinaban que su madre no decía, ni sentía eso realmente, sino que estaba tan fundida y cegada en su duelo que la usaba como medio de descarga. Otros opinaban que su madre estaba siendo cruel con ella, y que por lo tanto debía evitar ese tipo de conversaciones para no salir lastimada. Y otros opinaban que su madre era quien tenía que hacer terapia para aprender a ser una buena madre.
— ¿Vos no tendrías que estar en el colegio? — Preguntó de repente Lucifer, cambiando el tema de conversación.
— Si, esa es otra de las cosas que quiero hablar. — Afirmó ella. — Hace unos días me enteré que una compañera es la hija del asesino que me torturó, y desde entonces muchas de las veces que la veo tengo un ataque de pánico. — Explicó su otro motivo por el que había decidido ir a esa sesión.
— ¿Qué consideras muchas veces? — Pidió saber Linda.
— Una vez al día, la primera vez que la veo a la mañana, luego es como si mi mente ya se siente lista para seguir viéndola y no relacionarla con Darhk. — Respondió ella pensativamente. — Y no sé cómo hacer para controlarlo, y me hace sentir mal porque la chica es realmente buena y amable. — Expresó su frustración.
— Es normal tener ataques de pánico cuando hay algo que nos remite al hecho traumático, y tu mente relaciona a esa chica con su padre, quien es tu torturador. — Le dejo saber Ella.
— Es parte del estrés post traumático. — Agregó Chloe de manera informativa.
— A mi me sirve lo del truco de pensar en tres, deberían enseñarle docs. — Sugirió Charlotte a Linda y Pam.
— Es una buena idea. — Apreció Pam. — ¿Quieres que lo intentemos Sara? —Le ofreció, dejándola elegir.
— Si. — Asintió ella.
— La idea básicamente es pensar en serie para poder focalizar la mente en algo concreto y así hacer que la sensación de pánico se vaya. — Explicó Linda.
— Decí tres cosas que puedas escuchar, que no sean nuestras voces. — Le indicó Pam.
— El reloj de la pared, el tránsito de la calle, las palomas que están en la ventana. — Dijo ella, concentrándose en lo que la otra pedía.
— Decí tres cosas que puedas oler. — Le indicó Linda.
— el café, mi transpiración, un perfume de vainilla y coco. — Enumeró ella, cerrando los ojos para focalizar mejor.
— Ese es mi perfume. — Dijo Eve, una de las mujeres que estaba sentada al lado de ella.
— Decí tres cosas comunes y concretas que puedas ver en este ambiente. — Le indicó Linda.
— Las sillas, la mesa, la cafetera. — Dijo ella, observando la sala detalladamente.
— Decí tres cosas que puedas sentir en este momento por medio de tu tacto. — Indicó Pam.
— Mi pulso, mi respiración, la silla en la que estoy sentada. — Dijo ella, tomándose un instante para sentir cada una de esas cosas.
— Y así podés ir agregando más consignas, hasta que finalmente te calmas. — Intervino Daniel, dando su postura.
Sara se fue del grupo de terapia sintiéndose a gusto. La experiencia la sorprendió para bien. Y como sintió que sus ánimos habían mejorado un poco gracias a ello, decidió ir al colegio después del almuerzo para ir a la práctica de baile.
Ella se merecía hacer cosas que la hicieran sentir feliz. Y bailar, la hacía feliz.
