Hola a todxs!

Leo que ha sido una semana un poco chunga para algunxs de vosotrxs, para mí ha sido también un poco raruna (dejémoslo en ese término), jajajaja pero por fin se acaba. Confieso que he llegado por los pelos a revisar bien el capítulo, pero anoche me puse después de cenar y lo dejé bien finiquitado, aquí os lo entrego ;)

Vivi-ntvg, a veces me ha pasado que estando de invitada en casa de alguien, las costumbres son distintas y siempre termino haciendo lo que haga falta para mimetizarme, jajaja, me inspiré un poco en eso para el capítulo.

ElenaGilbert, también trabajo en desarrollar la evolución de los personajes secundarios (no es mi fuerte, así que gracias por darte cuenta :)). Muchas gracias por reservar siempre tu frase favorita, me gusta mucho leerlo :) Un abrazo, cuídate :)

Ai Biam, me alegro haber conseguido mejorar un poquito tu semana, puedes lloriquear todo lo que quieras :P, ya sabes que yo también lo hago a veces, jajaja. Para mí, la primera vez que estuve en una clase de escritura creativa y tuve que leer lo que había escrito a la cara de la gente fue lo mismo que si les estuviera haciendo un streptease en directo, jajaja, es duro al principio, pero es un aprendizaje muy bueno y siempre lo recomendaré :) Un abrazo, cuídate mucho!

Luna de Tabantha, la verdad es que sí estaba preocupada (y aún lo estoy) al ver que los habituales faltabais a nuestra cita del viernes, jajajaja, muchas gracias por pasarte, espero que estés muy bien, en serio. He decidido reinventar un poco el papel del Monte Lanayru, la Espada, las fuentes… es una mezcla de ideas que iréis descubriendo justo a partir de este capítulo. Cuídate mucho, buenas vibras como sueles decir! :)

Y para lxs habituales que faltan, os he echado de menos, por supuesto, pero sobre todo y por encima de cualquier cosa espero que estéis bien. Cuidaos, nos leemos!

-Juliet


El corazón de las cosas

Zelda me contó que el peregrinaje cambia a las personas. No hace falta creer en unos dioses o diosas concretos, incluso podrías no creer en nada en absoluto, pero me dijo que hagas lo que hagas, al volver de la Fuente de la Sabiduría no eres la misma persona. El viaje te cambia.

¿De qué manera? No supo decirme. Sólo que cuando volvió de allí al cumplir los diecisiete años, ella quiso seguir viajando y comprendiendo más cosas. No se veía a sí misma por siempre atada a la corona y a unas normas. Me imagino al rey Rhoam escuchando algo así y la verdad, no sé qué le diría, pero ella empezó a hacer planes y proyectos con la idea de seguir viajando y escudriñando cada secreto escondido bajo las piedras de las montañas, las arenas del desierto, incluso pensó hacer un viaje por el gran Mar del Amanecer. "El peregrinaje consiste en comprender el corazón de las cosas, Link, por eso nos hacemos más sabios. Por eso, la fuente tiene ese nombre."

No sabía qué íbamos a encontrar allí, pero el ascenso se hizo duro conforme fuimos alejándonos y adentrándonos en la montaña. De alguna manera era un ambiente familiar, éramos bárbaros de montaña y roca desnuda, pero al mismo tiempo había algo distinto. ¿Cuál era el corazón de las cosas? ¿Qué nos había arrastrado hasta allí?

Desde luego éramos los únicos en el camino, no dimos con alma viviente alrededor. Sí observamos pistas que indicaban que el camino había sido transitado por más viajeros en el pasado: restos de antiguos refugios, carbón de hogueras que resurgía negro bajo la nieve derretida... pero nada más.

Sobre el mediodía, una neblina blanca empezó a cubrirlo todo y hacía mucho frío. Con la poca visibilidad nuestros pasos se hicieron más lentos e inseguros, e Impa se puso al frente de la expedición.

—¿Cuándo ascendiste hacía tanto frío como ahora? —pregunté a Zelda, que tenía pequeños copos de nieve enganchados en las pestañas.

—Más o menos. Creo que ahora hace más —gruñó, por debajo de sus gruesas capas de ropa. Yo echaba de menos las mías, pero no quería que me dijese algo como un "te lo dije" o algo parecido, así que fingí no tener frío. No. Los bárbaros éramos duros, vivíamos con un volcán en nuestro interior. El mío era un volcán de hielo, pero ella no tenía por qué enterarse.

—Alto —nos detuvo Impa —hay alguien ahí.

Vimos una luz balanceándose de un lado a otro. Un hombre con pelo y barba corta, tan blancos como la niebla que nos rodeaba, apareció.

—No se puede seguir, no es seguro —dijo. Al principio me había parecido joven, pero al verlo de cerca noté que era bastante anciano.

—Soy Impa de los sheikah, viajamos con una misión especial.

El hombre nos examinó de uno a uno. Torció un poco el gesto al ver nuestras pieles y vestimentas.

—Mucho menos voy a dar paso a unos extranjeros. La montaña es peligrosa. Estoy aquí para evitar que haya más accidentes.

—¿Qué accidentes? —preguntó Zelda, sin reprimir su curiosidad.

—Será mejor que deis la vuelta —gruñó el hombre, dándonos la espalda —tengo órdenes de no dejar pasar a nadie.

—¿Órdenes de quién? —Impa no parecía querer dar su brazo a torcer.

—Del alcalde de Hatelia. Mira, sé que tu pueblo es importante, muchacha, pero el Monte Lanayru pertenece al gobierno de Hatelia, junto con el río del Sostenido y los Picos Gemelos.

—Nuestras órdenes vienen de más arriba —Impa levantó la barbilla y mostró un rollo fino de papel.

El hombre sacó unas gafas pequeñas y redondas que usó como si fueran un catalejo para leer el salvoconducto de Impa.

—Está bien. No puedo oponerme a los mandatos del rey —dijo el anciano, torciendo el gesto —pero no puedo permitiros que continuéis hasta que no levante la niebla. Es una temeridad, podríais perder un pie y caer al vacío.

Impa asintió aceptando las condiciones y todos seguimos al hombre.

—¿Desde cuándo hay aquí un refugio? —preguntó Impa.

—Desde que empezaron los problemas. Lo constructores Karud lo levantaron para poder controlar los accesos. El peregrinaje ya no es seguro —se sacudió la nieve en el umbral de la puerta —descalzaos. Intento mantenerlo tan cálido como puedo.

Obedecimos y además pedí a Fridd y Ardren que dejasen sus armas a un lado y a la vista.

—En el Este hay gente tan gruñona como Fridd —susurró Ardren, con una sonrisa de medio lado.

El anciano se puso a cocinar sin hacer preguntas. Por la ventana sólo se veía una capa de niebla cada vez más gruesa, no se veía nada ni a unos pocos metros de distancia. De veras era peligroso salir así.

—No podréis ascender hoy. Por suerte el refugio está pensado para acoger incautos como vosotros.

Nos mantuvimos en silencio. No sé por qué, era como si nos sintiésemos como niños traviesos que se habían portado mal y merecían ser castigados. Zelda hundió la nariz en su diario y luego en el mapa. Marcaba un camino secreto, escondido tras la Fuente de la Sabiduría, y se empeñaba en repasarlo una y otra vez por si había algún error en sus cálculos. Impa se quedó en pie, con una taza de té en las manos y el hombro contra la ventana, escudriñando el clima y cualquier posible cambio. Mis amigos se pusieron a jugar a los dados en silencio, junto al fuego.

—¿Puedo ayudar en algo? —pregunté al hombre.

—No sabía que los bárbaros cocinasen.

—Lo hacemos. También sabemos calentarnos los huesos en nuestros refugios de montaña.

—Me apaño bien.

A pesar de la negativa, me quedé cerca, observando cómo pelaba y picaba las verduras para la sopa con precisión. ¿Qué edad tendría? Era difícil de saber, tenía la constitución de cualquier hombre fuerte y robusto, pero las arrugas en sus manos y en su rostro eran profundas.

—¿Ha habido muchos problemas en la montaña? —pregunté con timidez. Igual me mandaba al infierno. En lugar de eso, me miró de reojo y siguió cocinando.

—La nieta de Nun fue la primera. Desde que subió a peregrinar hace dos meses, al cumplir diecisiete. Nada fue igual a su regreso, por Hylia —resopló —Unos terrores nocturnos la asolaron. Dejó de dormir, decía que las sombras oscuras aún la perseguían. Cayó enferma y hoy por hoy sigue en cama.

—De donde yo soy también hay sombras oscuras, y muy reales.

—Lo sé. Nuestro alcalde viajó al castillo a la llamada del rey para informarse de esos rumores del Oeste. Nuestra partida regresó hace poco, sin demasiadas ayudas, la verdad. Rhoam es un rey que escucha, pero sus asambleas no sirven para nada.

—En eso estoy de acuerdo —sonreí.

—Luego le tocó al hijo de Sonnar, el vaquero. A menudo sube a buscar agua de la misma fuente sagrada, dice que si los terneros nacidos en primavera beben de ahí, darán la mejor carne y leche. Regresó con un enorme corte en el pecho.

—¿Qué pasó?

—Nunca vi nada igual. Tenía el rostro descompuesto. Decía que había un ejército, muchos hombres dentro de la Fuente. Y que algo le atacó, algo rápido como un rayo. No logró ver gran cosa, salió corriendo para salvar su vida.

—Diablos...

—Aun así, más jóvenes estúpidos como vosotros se empeñaron en peregrinar. Nadie de la aldea, desde luego, pero sí algunos viajeros sureños. Los muy idiotas. Nunca volvimos a saber de ellos, así que el alcalde decidió construir este refugio.

—Y buscó un buen guardián —sonreí. A lo mejor el hombre se ablandaba un poco.

—No me gustan los extranjeros —dijo, agitando la punta del cuchillo cerca de mi nariz —mucho menos la gente de tu pueblo.

—Sólo queremos ayudar, pero entiendo la desconfianza, proteger a la familia es importante.

Gruñó y me ignoró para seguir a lo suyo. Empezó a pelar patatas y partirlas en dados. Todo lo fue añadiendo a un caldero que había calentándose en la lumbre.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, mientras removía el caldo.

—Link.

—Es un nombre ridículo —refunfuñó —Link, menudo nombre. Agarra de ahí y ten cuidado de no quemarte. Vamos a apartarlo un poco, necesito recomponer el fuego.

Ayudé a mover el pesado caldero y después fui a sentarme junto a Zelda, que seguía inmersa en lo suyo.

El viejo tenía razón, la niebla seguía siendo densa y espesa y sólo bajó al caer la noche. No me importó, hacía demasiado frío afuera y todos parecíamos casi agradecidos de poder descansar en la cabaña. Además, la comida resultó ser como un milagro, sentí cómo mis músculos se desentumecían con cada trago de caldo, y con la rica carne que asamos en las brasas.

Cuando oscureció del todo, el anciano salió a hacer una ronda, con su farol.

—Puedo acompañarte —me ofrecí —es peligroso.

—Conozco cada piedra y recodo de esto. Si me acompañas serás un estorbo, podrías caerte, tropezar. Tendré que estar pendiente de ti y tu torpeza.

Otra vez me sentí un poco apaleado, pero lo acompañé a la puerta, necesitaba respirar un poco de aire fresco, aunque el de esa noche estaba helado. Por suerte, el viejo también tenía gruesas capas de piel y lana, que nos ofreció al ver nuestra escasa vestimenta bárbara.

—Si quieres ser de utilidad quédate aquí —dijo, dándome la espalda, mientras enfocaba al camino y los árboles con el farol —vigila que nadie se acerque a la cabaña, ¿está claro?

—Sí, señor.

Se marchó haciendo crujir sus pasos en la nieve, y yo me quedé mirando hasta perderle de vista. ¿Qué nuevo peligro se escondía en este monte?

—Link, entra adentro, vas a coger frío —dijo Zelda, asomando la nariz por la rendija de la puerta.

—¿Y los demás?

—Fridd y Ardren duermen. Impa aún no, pero no tardará en caer.

Al ver que no me movía del sitio, fue a buscar una de las capas de lana y salió a hacerme compañía.

—¿Hablamos de cosas que no tienen importancia? —susurró, apoyando la espalda contra la fachada de la casa, como yo.

—¿Y tu famoso vino de Necluda? ¿Cómo es posible que llevemos días en Necluda y no lo hayamos probado aún?

—Imperdonable, lo sé —carcajeó —no ha salido como lo pensamos.

—No, es algo diferente a llenar mi cuerno con vino de un barril de Hatelia —sonreí.

Estuvimos un rato en silencio. Aún había nubes en el cielo, pero también había claros que parecían agujeros negros hacia un cielo infinito, donde se venían algunas estrellas.

—Me alegra que no estés enfadado conmigo —dijo, sin mirarme a la cara.

—No lo estoy —suspiré. Era un poco desquiciante, pero no podía enfadarme con ella.

—Te he notado un poco distante, pero igual sólo lo he imaginado. Suelo pensar demasiadas veces las cosas, ya sabes.

—Supongo que no puedo ocultarte nada —dije, agitando la cabeza, después la miré a los ojos para obligarla a hacer lo mismo —tienes esa especie de poder sobre mí.

—¿Qué poder? —se rio, con timidez.

—Pues tu poder con todo. Aunque me empeñe soy incapaz de resistirme, no puedo, ni puedo ocultarte nada. Ese es tu poder.

—Exagerado...

—No, no exagero —sonreí —sería capaz de hacer cualquier cosa que tú me pidieses, aunque fuese lo más horrible en el mundo.

La vi titubear, incluso ruborizarse y luego frunció el ceño, pensativa.

—Nunca te pediría que hicieses algo horrible por mí.

—Te quiero, Zelda.

Su reacción me cogió un poco por sorpresa. Algo tembló en ella y sus ojos de repente se volvieron de cristal para romperse en lágrimas.

—Ey, lo siento, ¿estás bien? —la sostuve por los hombros —hace tiempo que quería decírtelo, pero como soy torpe a lo mejor no he elegido el mejor momento.

—No, no es eso —sollozó, esforzándose en vano por detener las lágrimas. Le sostuve la cara con las manos y ella tomó aire, después me apartó las manos con suavidad —lo he estropeado...

—Qué va, aún estás a tiempo de arreglarlo —bromeé —además, no tienes que responder nada si no lo sientes así.

Tomó aire y se recompuso para mirarme, aunque sus ojos aún seguían brillantes, repletos de lágrimas.

—Es que hay algo que no te he contado, Link —la miré en silencio, y dejé que se tomase su tiempo para hablar —soy peor persona de lo que crees. Y... a lo mejor eso te hace cambiar de opinión sobre mí.

—No hay nada que me pueda hacer cambiar de opinión sobre ti.

—Te he ocultado algo muy importante, algo que hice estando en el castillo de Hyrule. Es... bueno. Gae se empeñó en que merodeásemos por los aposentos de Kahen. Sé que no está bien, ¿vale? Ya sé lo que vas a decirme sobre eso. Créeme si te digo que me siento una estúpida, una cría estúpida por hacer esas cosas a tus espaldas. Y a la espalda de todo el mundo en realidad, pero... bueno, aprovechamos una de las asambleas de padre para colarnos en los aposentos de Kahen. Y allí encontré un saquito con lo que me pareció que eran Ojos de la Muerte.

Levantó una ceja y me miró de reojo para observar mi reacción. Yo me limité a apretar la mandíbula sin articular palabra.

—Se lo conté a Impa y... ella fue con Kahen al Bosque de Farone por este motivo, para vigilarle de cerca. No ha descubierto nada aún, si es lo que te estás preguntando —volvió a mirarme y yo a no decir nada —pero me pidió que viniésemos aquí, porque le llegaron los rumores sobre el Monte Lanayru y porque su hermana vive en Kakariko y podría ayudarnos a analizar lo que encontré en los aposentos de mi hermano.

—¿Y bien?

—Sí, son las mismas setas con las que intentaron envenenarme.

—Intentaron matarte —maticé.

—No, eso no lo sabemos, Link —negó, frunciendo el ceño —no sabemos la verdadera intención de todo esto.

—Vale —suspiré y volví a tragarme toda la rabia. Pensé que me molestaría menos al escucharlo de nuevo, pero no, molestaba igual.

—Y... ahora m-me... —titubeó —me siento como una idiota. Soy una idiota por no habértelo contado y... sé que no es lo correcto, no me he portado bien contigo, Link, te he arrastrado conmigo como una egoísta y... soy una idiota...

—Eso ya lo has dicho.

Las lágrimas volvieron a escapar de sus ojos. Di un paso hacia ella y enterró su cara contra mí. La rodeé y me sentí aliviado.

—N-no... no he actuado bien, pero tenía miedo —sollozó.

—Cierto, me gustaría mucho que me lo hubieras dicho. Me duele que no lo hicieras.

Pensé en decirle que lo sabía todo, pero había prometido a Impa que no haría tal cosa, y no podía faltar a mi palabra. Rompió nuestro abrazo, un poco más tranquila.

—Lo siento mucho —dijo, sorbiendo lágrimas por la nariz. Se le puso un poco hinchada y roja.

—Bueno, no es tan grave —sonreí de medio lado —me duele, pero no cambia nada.

—¿No cambia nada?

—Aun así te quiero.

—Link, yo-

—Ve adentro, rápido.

La empujé para que se deslizase en la cabaña. Suponía que era el viejo, que estaba de vuelta, pero no fue eso lo que vi. Me llevé la mano al cinto y desempuñé mi puñal de caza. Mi espada estaba dentro de la cabaña.

—¿Quién hay ahí?

Vi dos ojos azules como el hielo brillar. Di unos pasos al frente y entre las sombras apareció un lobo de gran tamaño que me puso el vello de punta. El animal no quiso atacarme, al verme se dio la vuelta y echó a andar. Se detuvo para mirarme de nuevo. ¿Pretendía que lo siguiese?

—¿Link? —preguntó la voz de Zelda, tras la puerta de la cabaña.

—Quédate ahí, diablos. Sólo es un animal hambriento. Voy a resolverlo, no tardaré. Cierra bien y no abras a nadie.

Agarré uno de los dos faroles que iluminaban la cabaña, y seguí al lobo. Se movía rápido, ascendiendo por una colina. Cuando nos alejamos lo suficiente, quise dar la vuelta, pero el animal volvió a buscarme. Estaba seguro de que me miraba "entendiendo", no parecía un animal salvaje, había algo más, y no se movió de allí hasta que no volví a seguirle montaña arriba.

Hacía mucho frío, cada vez más conforme me perdía detrás del lobo. Supuse que estábamos siguiendo el camino del peregrinaje, bajo la nieve notaba adoquines componiendo una senda, y el lobo sabía perfectamente por dónde moverse para que fuese seguro, incluso con nieve y oscuridad.

—¿A dónde me llevas? —le pregunté. Hacía tanto frío que se me estaban helando los dedos de las manos y los pies.

El lobo me ladró, me dio su respuesta de alguna manera, y me hizo continuar. ¿Era eso lo que habían visto los peregrinos perdidos? Si había sido el lobo tenía que seguirle para dar con el origen del misterio.

Al fin, se detuvo ante una enorme elevación de hielo. ¿Era hielo? Tenía que parpadear dos veces para estar seguro, porque brillaba tanto que costaba entender si era hielo o cristal. El lobo volvió a ladrar, "me insinuó" que me adentrase allí.

Frente a mí, encontré la Fuente de la Sabiduría. Debía ser eso, aunque todo estaba congelado, y era una capa tan gruesa que se podía caminar por encima sin problemas. La estatua de piedra de la Diosa (que no se parecía en nada a la Diosa) estaba en el centro. Caminé con pasos muy inseguros con el hielo, estuve a punto de resbalar varias veces. Y entonces lo vi. Una abertura en la cúspide helada de la montaña, la entrada a aquel pico de cristal helado. Tomé aire y me metí dentro, como recordé que indicaba el mapa de Zelda. El lobo aulló a mi espalda y sentí un escalofrío recorriéndome de la cabeza a los pies.

Caminé por la gruta de hielo, farol en alto, hasta dar con otra puerta que me condujo a una sala circular. Aquello estaba allí adrede, era una construcción artificial dentro de la montaña, nada que ver con una cueva natural. ¿La habrían excavado los mismos que hicieron la fuente?

—¿Quién anda ahí? —pregunté, elevando la luz. Volví a ver dos ojos azules acercándose, pero esta vez estaban a la altura de los míos —vamos, di algo, te estoy viendo.

Te estoy viendo —respondió.

Avancé hacia el tipo más y más. También portaba un farol, y me miraba con desconfianza. Dejé el farol en el suelo y él hizo lo mismo, en un gesto tan parecido al mío que pensé que lo hacíamos al unísono.

—Esto no es un juego, amigo.

Esto no es un juego, amigo.

Vestía unas ropas extrañas, parecía una especie de caballero porque llevaba una cota de malla bajo la túnica verde, y un gorro extraño, sólo había visto a los niños llevar gorros así.

Desenvainó su espada y yo hice el mismo gesto, en un acto reflejo, pero recordé que sólo llevaba conmigo mi estúpido puñal de caza, me maldije por eso.

—Esa espada es...

Esa espada es...

Me atacó. Dio un salto hacia mí y tuve que esquivarlo. Era ágil y rápido y tras varios movimientos el frío desapareció de todos los rincones de mi cuerpo. Diablos, era peligroso. Su hoja silbó cerca de mi oreja un par de veces, pero conseguí fintar a tiempo.

—¿Quién eres? ¿Qué te hecho yo a ti?

Mi nombre es Link.

Al infierno. Aquella montaña estaba embrujada. Rodé por el suelo y tuve que utilizar un truco sucio para deshacerme de mi adversario, me abalancé sobre sus pies y lo hice caer de espaldas. Se deslizó por el suelo helado y se perdió en la oscuridad. Llegados a ese punto, yo había entrado en calor, me salían enormes nubes de vapor de la boca y la nariz.

Me di la vuelta y vi un solo ojo azul esta vez. Me miraba desde la penumbra, igual que antes. Me aseguré de que mi otro adversario seguía caído, pero no vi nada, sólo oscuridad. Supe que también debía enfrentar al hombre de un solo ojo y me acerqué, con más cautela esta vez.

Conforme avanzaba, veía su imagen reflejada en el cristal del hielo y dando un paso, apareció frente a mí. Era rubio, como el otro, y vestía de un modo muy parecido. Habría jurado que eran hermanos, si no fuese porque este tenía un parche oscuro cubriéndole un ojo y parecía mayor. Levanté mi puñal de caza en posición defensiva.

¿Sólo eso? Jamás conseguirás derrotarme con eso.

—Ya lo veremos.

Utilicé el mismo truco que con el otro, pero consiguió adivinarlo. Incluso se rio de mí. La pelea fue mucho más dura. Uno de sus tajos consiguió acertarme, sólo un poco, en el hombro izquierdo. Era una herida poco profunda, pero consiguió que me doliese el brazo como mil rayos. No podía moverme igual. Seguía riéndose de mí, pero me esforcé en fintar y esquivar una y otra vez. Dejó de reírse. Tras un rato de tajos fallidos por parte de ambos, sentía que tenía la espalda empapada en sudor, la camisa y las pieles se me pegaban al cuerpo, pero él estaba incluso más cansado que yo. Era mi oportunidad. Me moví rápido, y aproveché su falta de visión para lanzar un tajo que creo que le alcanzó. Retrocedió doliéndose y se perdió en la oscuridad, como el otro.

Mientras intentaba recomponerme aparecieron otro par de ojos azules. El corazón me iba a estallar, necesitaba recobrar el aliento, por Or. Pero no hubo margen, esta vez avanzó rápido hacia mí. También vestía de verde, el mismo tipo de ropa extraña, la misma espada, La Espada. Era más alto que los otros, y además llevaba una capa larga y roja que le llegaba casi hasta los pies.

Soy el primero —dijo.

Y me atacó sin piedad. Falló el tajo, pero me asestó un puñetazo bajo la mandíbula que me tiró al suelo. Me puse en pie pensando a toda velocidad en un punto débil. Los otros dos tuvieron puntos débiles claros: el primero su exceso de ingenuidad, al confiar en un duelo a espada como si estuviera medido por reglas. El segundo su exceso de confianza, que rozaba la arrogancia. Pero este tipo era una mezcla de los otros, luchaba con espada y puño con la misma destreza.

Me levanté y luché con la fuerza que me quedaba, pero estaba cansado, sudaba, me dolía el hombro. Me estaba mareando.

Esperaba más.

—Cállate.

Seguí lanzando mordidas con mi puñal, que él esquivó, aunque conseguí darle un puñetazo que le rompió el labio. Sonreí con triunfo, pero al girarme vi que no estábamos solos, los otros dos habían vuelto, y un gruñido a mi espalda me hizo saber que el lobo ya no era amigable.

—Mierda. Es injusto —sonreí, con ironía —¿todos a por mí?

Siempre es injusto —dijo el de la capa.

Se te acaba el tiempo —dijo el del parche en el ojo.

Mira al pasado para entender el futuro, Link —dijo el más joven.

Me golpearon con dureza. Se turnaron para hacerlo, tal vez querían alargar mi agonía. El lobo me había mordido la pierna y ahora cojeaba. Sin hombro y sin pierna era hombre muerto. El del parche en el ojo era el que más disfrutaba con los golpes. Me levantaba una y otra vez para volver a arrojarme al suelo de una patada o un empujón.

No eres digno... —repetía, entre carcajadas.

En uno de sus empujones, choqué contra una de las paredes de hielo, y su risa se interrumpió de golpe. Palideció como si le hubiera golpeado el estómago, ¿por qué? Di un golpe al hielo y él se dobló por la mitad, doliéndose, pero yo ni me había acercado. Me giré y vi mi imagen en el hielo como en un espejo. Como en un espejo...

—¡Claro!

Ahora era yo el que me reía. Ellos eran todos iguales, imágenes parecidas entre sí. Y habían salido del hielo, ¡del espejo! Ese era el verdadero enemigo. Empecé a golpear las paredes de hielo, quebrándolas, y los vi retorcerse en el suelo, incapaces de atacarme. Incluso el lobo aullaba, lloraba como un cachorro herido. Desaparecieron cuando el hielo fue incapaz de reflejar nada.

—Os he vencido, bastardos.

Una cálida sensación me sobrevino, y me dejé abrazar por ella. Cerré los ojos.

—Os... he vencido.