Disclaimer: Los personajes no son míos, la historia sí.

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Hans.

Si ser el hijo número trece y el nieto número veinte no era suficiente prueba de que alguien se había ensañado con él mucho antes de nacer, que comprara precisamente el boleto del asiento junto al de la blonda sin duda debía serlo.

Porque era totalmente imposible, no le cabía duda que si en ese momento rayaba un boleto de lotería— y con la suerte que arrastraba— se volvería millonario al instante.

"El destino y el karma son un par de hijos de perra que van tras de ustedes hasta que los alcanzan" las palabras que su abuela les dijo a él, a sus hermanos y a sus primas en algún momento de su infancia, hicieron eco dentro de su cabeza.

Los rusos eran demasiado supersticiosos y aquello definitivamente era obra del karma.

En algún otro momento, meses atrás… días atrás, habría encontrado aquella casualidad conveniente, pero no en ese momento. No cuando la blonda parecía querer preguntarle— con una acusación disfrazada de duda— sobre lo no ocurrido la noche pasada.

No cuando su mandíbula seguía tensa por un golpe que merecía, pero no por lo que no hizo; porque si en algún momento— deseaba con todas las fuerzas que tenía que nunca sucediera— Roland, su mejor amigo, su hermano, se enteraba de lo que habían hecho y decidía desquitarse, Hans se prometió no defenderse.

Porque eso sí que lo merecía.

La muchacha a su lado se revolvía incomoda en el asiento, como si encontrar la postura correcta le ayudara a expresar lo que quería decir; decidido a ignorarla, tomó su teléfono para dedicarse a contestar los Snaps pendientes. Sus cejas pelirrojas se fruncieron al encontrar cierto contacto del que creía haberse olvidado antes.

"[W: ¿Vendrás a Moscú pronto? No nos hemos visto desde hace casi seis años".

―¿Me vas a hablar o no? ―no despegó la mirada de la pantalla al escuchar a Elsa.

Anastasia le envió un mensaje.

"[Anya R.: No seas imbécil y responde".

"[W: Ya puedes irte al carajo. Ya pueden irse al carajo los tres".

―Hans, te estoy hablando― insistió Elsa por lo bajo, apretando los dientes.

El bermejo quiso ponerse sus airpods para no seguir escuchándola, pero las instrucciones de la auxiliar de vuelo cuyo tono y rostro sugerían que no era del todo amigable y que debería acatar sus órdenes, lo hicieron desistir.

Cuando el avión despegaba, la blonda se aferró al soporte de los asientos y le rozó la mano en el proceso, ambos se alejaron del contacto del otro al instante.

Deseó soltarle un comentario burlón sobre lo ridícula que se veía temiéndole al despegue de un avión cuando borracha se besaba hasta con el barman, entonces recordó que aún le quedaba un poco de dignidad y apretó los dientes.

Una vez el avión estuvo en el cielo y sin la prohibición de usar su teléfono, volvió a sacar el aparato y sus auriculares inalámbricos. Después de un rato, la voz de uno de sus artistas favoritos sobre sus cavidades auditivas fue abruptamente cortada cuando Elsa— aprovechando que había cerrado los ojos con la intención de dormir durante todo el camino— le arrancó los auriculares con brusquedad, obligándolo a volverse en su dirección al instante.

―Dámelos― demandó.

―No.

―Qué me los des, dije― trató de quitárselos, pero la albina en un movimiento que no vio venir, guardó las dos piezas de plástico dentro de su blusa.

Ella parecía tan sorprendida como él al notar lo que había hecho.

―Y yo dije que no― espetó después de recuperarse.

Hans la miró con rabia contenida.

―Estás muy equivocada si crees que eso va a evitar que recupere mis audífonos, lagartija bañada en cal― se enderezó, dispuesto a pelear por sus cosas.

―Por supuesto, no va a ser la primera vez que tus manos van por ahí― siseó Elsa, retándolo.

Hans aspiró con fuerza y se alejó.

―¿Sabes qué? consérvalos, ya me compraré otros cuando llegue a casa.

"Estúpida".

Recordó que tenía otro par en la mochila que llevaba con él, se levantó del asiento para alcanzarlos y regresó una vez los tuvo en sus manos. Maldijo por lo bajo al ver lo enredados que estaban, aquella era la razón por la que prefería los inalámbricos…

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando Elsa tiró de los auriculares y en aquella ocasión los metió dentro de su pantalón holgado, el bermejo se vio en la necesidad de sujetarse del asiento, lívido, para no lanzarse sobre ella.

―No sé qué demonios quieres, pero ya está bien. Regrésame mis cosas de una vez.

―¿Las quieres de vuelta? Entonces vamos a hablar y ya te los daré…

―No tengo tres años para caer en tus chantajes― la cortó el bermejo― y no tengo ganas de hablar contigo ¿Cómo ves?

―¿No?

―No, dame mis cosas.

―Entonces ya puedes intentar recuperarlas.

La albina jadeó de sorpresa cuando Hans se abalanzó sobre ella, metió las manos dentro de las capas de blusas y, obligándose a no pensar en la suave textura de los senos de la blonda dentro del sostén de encaje que rozaba su mano, se dedicó a buscar mientras la muchacha trataba de apartarlo, empujándolo del brazo sin lograr demasiado.

Terminó encontrando solo uno de los dos airpods.

―Eres un hijo de perra― escupió Elsa, arreglándose la ropa.

La muy idiota debió pensar que le iba dejar a pasar aquella jugarreta.

―¿Eso crees? Pues todavía no termino.

Apenas dijo aquello, Elsa abrió los ojos desmesuradamente al entender sus palabras y sin darle tiempo a hacer nada, fue a meter la mano dentro del holgado pantalón de la blonda.

―Suéltame, perdido― trató de empujarlo, pero Hans la inmovilizó con un brazo y siguió paseando la mano en busca del maldito cable que parecía no querer aparecer.

―No hasta que logre sacar mis audífonos― declaró, decidido.

Una de las manos de la blonda logró tomarlo por el pelo, obligándolo elevar la cabeza para mirarla y en ese instante su palma abierta, que tanteaba los muslos tratando de sentir el cable, se frotó sobre el centro de la albina y esta trató de retener un jadeo mientras las mejillas de ambos se coloreaban de rojo.

―¿Puedo ofrecerles algo de beber? ―escuchó la voz de la auxiliar de vuelo a su espalda y Hans se dijo que no quería más aquellos auriculares, soltó a Elsa y ambos se volvieron hacia ella, totalmente desarreglados por la lucha perpetuada. La mujer los miró pícaramente―… Oh, me temo que no pueden hacer nada de eso aquí; pero yo fingiré que no hay un baño al fondo si usted y su esposa desean…

―¡No estábamos haciendo nada! ―espetaron al unísono de inmediato.

―Primero me lanzo de este avión antes que desear que este neandertal obsesionado con Putin me toque.

―Prefiero vivir en el lugar más caluroso del planeta antes que casarme con esta lagartija paliducha. Mírela bien porque jamás va a ver a otro espécimen tan blanco como ella.

―¿Sabes qué, mantenido? encuentro más sencillo volverme monja antes que ser tu mujer.

―Yo prefiero hacerme la vasectomía para no arriesgarme a tener mocosos transparentes como tú.

―¡Igualado!

―¡Perdida!

La azafata les dirigió una mirada insegura.

―Entonces les traeré algo de vodka ¿De acuerdo?

No dejó que contestaran, tomó su carrito y se lajeó de inmediato.

―Enserio, Elsa, no sé cuál es tu maldito problema― espetó una vez estuvieron solos.

―¡¿Mi problema?! ¡Acabas de tocarme la vagina, degenerado!

―¡Ay, por favor! ¡Cómo si fuera la primera vez!

La señora de la fila de al lado, que llegó en cuanto la azafata se marchó, los miró con espanto.

―No es lo que usted cree, señora― trató de aclarar Hans de inmediato―. A mi esposa le gusta… ya sabe, en público.

Elsa soltó un siseo de ira.

―Eso no es…

―Ya, ya, dejemos a la señora en paz― esperó a que la viejecita se girara, más calmada, y tomó a la blonda de la muñeca con fuerza medida―. A ver si ya cierras tu maldita boca.

―Me estás lastimando.

―Ya tuve una pelea con tu hermano por tu jodida culpa, no voy a permitir que me boletinen en el aeropuerto como un asqueroso acosador por tu causa ¿oíste? ―Elsa refunfuñó y finalmente dejó su mano libre.

―Solo quería disculparme por lo que pasó con Roland― masculló, frotándose la muñeca―, y agradecerte por el regalo.

―Sí, seguramente ya lo tiraste a la basura― respondió, disimulando lo descolocado que se sentía―. Apuesto a que no querías que habláramos sobre lo de anoche.

Elsa titubeó un instante.

―Bueno…

―No pasó nada― la interrumpió―, quédate tranquila porque no llegó más allá de algunos besos.

―Claro, algunos besos que me dejaron marca en los senos.

Hans suspiró, el cansancio reemplazó su molestia.

―No pasó nada porque me fui de esa habitación y tú te dormiste al instante.

―¿Y porque me dormí fuiste a buscar a la tal Naomi esa?

―¿Qué más te da? ¿Acaso te molesta?

Elsa estrechó los ojos.

―No digas estupideces, me refiero a que si no me hubiera dormido sí que habríamos terminado… todo.

―No te equivoques, no soy ningún aprovechado. Dijiste que no querías y eso fue suficiente.

La blonda parpadeó, pero no dijo palabra alguna.

―Te voy a dar un consejito, Elsa― se acercó a ella―: deja de beber tanto en las fiestas, porque te aseguro por la vida de mi abuela que no va a haber otro imbécil que tome en cuenta que no quieres que te toque y se aparte. Por tu bien, copo de nieve.

La muchacha se limitó a mirarlo por varios segundos, suspiró y, después de esculcar disimuladamente dentro de su blusa, le pasó el auricular que le faltaba, se inclinó para levantarse el pantalón y el colorado pudo ver el cable atorado en la pierna de la muchacha; no pudo preguntarse cómo habían llegado ahí porque ella se los entregó y finalmente le dio la espalda.

Anya volvió a enviarle un snap.

"[Anya R.: Imbécil".

No volvió a dirigirle la palabra lo que restó del viaje.

Elsa no tardó en quedarse dormida y él se planteó hacer lo mismo, pero le resultaba difícil apartar la mirada del perfil de la blonda, podía ver la naricita respingona por encima de su delgado hombro, pecas pálidas se regaban casi imperceptiblemente y tenía las mejillas sonrosadas.

No concebía cómo era posible que se viera tan… angelical dormida si cuando estaba despierta era una fierecilla. No fue hasta que la viejecita del otro lado del pasillo lo llamó que notó lo ensimismado que había estado mirándola.

―Es una chica muy guapa― halagó―. Felicidades.

Sin saber por qué se sentía avergonzado de que una extraña lo hubiera atrapado mirando a la blonda, Hans solo atinó a asentir.

―Lo es.

La mujer le regaló una sonrisa.

―Hacen una linda pareja.

―¿Eso cree? ―preguntó, las manos le sudaron de miedo.

Miedo a que fuera verdad.

―Desde luego― afirmó―. No los conozco, pero cada uno tiene algo que encaja con el otro. Aunque ahora mismo parece que están enojados, solo es pasajero…

―Discúlpeme, debo ir al baño.

Se levantó al instante y casi corrió por el pasillo para alejarse de la desconocida lo más pronto posible, antes de que pudiera intuir lo mal que se llevaban y, sobre todo, antes de que su imaginación volara.

Ningún bien le hacía pensar en ellos dos de esa manera.

Para cuando volvió, la señora estaba entretenida charlando con su acompañante, otro hombre que parecía de la misma edad y Hans suspiró, aliviado de no contar más con su atención. Se acomodó en el asiento, le echó un último vistazo a Elsa y terminó quedándose dormido también.

Despertó al sentir una ligera presión en el brazo, la asistente de vuelo con mal genio le comunicó que estaban por aterrizar, el bermejo se enderezó al instante y giró la cabeza para ver a Elsa, la albina ya estaba despierta y seguía dándole la espalda.

Lo ignoró durante el aterrizaje, evitó mirarlo cuando bajaron del avión y sentó a Anya entre ambos cuando llegó el pequeño buggy que los llevaría hasta la puerta de entrada, fingió que no estaba parado detrás de ella cuando les hicieron entrega de sus maletas y se quedó parada junto a él, totalmente callada, para esperar a Dimitri.

―¿Cómo vas a irte a tu casa? ―preguntó su mejor amiga a la albina.

―Papá dijo que el abuelo vendría― resopló la aludida―, pero no creo que lo haga, menos con esta nieve.

Hans la observó en silencio, ya inventaría una excusa para meterla en la camioneta si el viejo Solberg no aparecía pronto.

―Sophie y papá deben estar por aquí, podemos acercarte a tu edificio― ofreció Dimitri, mirando su teléfono.

―Ay no, que pena…

―Hans puede llevarte― dijo Anya al instante, clavándole el codo en las costillas con fuerza―, al chofer de su abuela no le molestará ¿A qué no, Vanya?

―Prefiero irme de rodillas― espetó la blonda, elevando la cabeza con orgullo.

―Pues que disfrutes tus pies congelados, así no podrás bailar― replicó el colorado―. Pensándolo bien, eres tan frígida que un poco de nieve no te hará daño.

―¿Ahora sí tienes algo que decirme, zoquete?

Dimitri levantó la mirada de la pantalla de su teléfono y se volvió hacia su novia.

―Anya, haz algo. Van a montar una escena.

―Alexandrovich…

―No vale la pena armar un escándalo aquí― espetó el colorado de mayor edad, interrumpiendo la reprimenda de su mejor amiga―. Pero no me voy a quedar con las ganas de decirte que eres una mocosa mimada hija de…

―¿Elsa?

Hans cortó el insulto que estaba por proferir y, al igual que los otros tres jóvenes, se volvió hacia el recién llegado.

Alistair Krei, junto a su callada e intimidante asistente, estaba parado frente a ellos.

―¿Alistair? ¿Qué haces aquí?

Hans entrecerró los ojos con sospecha al ver a la blonda arreglarse el cabello disimuladamente.

―Mi vuelo aterrizó hace media hora, acabo de llegar de París― informó, casualmente.

―Oh là là― silbó Anya.

―¿Disfrutó de su viaje, señor Krei?

Hans fingió que movía su maleta para pisar a Dimitri.

―Desde luego, pude atender algunos negocios…

―Pero si a París no se va a trabajar― replicó Hans, usando su mejor tono amistoso―. Francia es para disfrutar.

―Efectivamente, disfruté de buena compañía estos días.

La sonrisa de Hans se hizo más grande, sabía a qué se refería y aparentemente, Elsa no.

Intercambió una mirada furtiva con sus amigos pelirrojos y comprobó que lo habían notado también.

―Que gusto saber que disfrutaste tu viaje― añadió Elsa.

―Ojalá que tu vuelta a casa haya sido satisfactoria.

―Algo como eso― sin encontrar una razón lo suficientemente buena, aceptó que el tono medianamente coqueto de la blonda lo molestó.

―Bueno, debo oír más sobre eso― el hombre adoptó una sutil pose galante que el colorado reconoció al instante.

―Ya habrá tiempo después― se metió, ocultando su desagrado―. Es tarde y Elsa está esperando a su abuelo.

La blonda le lanzó una mirada fulminante.

―En realidad― de inmediato supo que no le haría gracia lo que Krei estaba por decir―, volví antes para ver algunos pendientes y se lo comuniqué a Runeard, me pidió que te acercara.

―Nos dirigimos allá― dijo la asistente, hablando por primera vez.

Elsa parpadeó, sorprendida.

―Yo…

―No los hagas esperar más, Elsie― instó Anya―. Ve con ellos.

La blonda asintió, le sonrió a la pelirroja y a Dimitri, y se marchó junto a Krei, la asistente y los tres tipos que hacían de escolta del magnate.

Y a él no le dirigió ni una mirada.

―La tierra es de quien la trabaja― comentó su mejor amiga, despreocupadamente.

Hans se volvió hacia ella, con la mandíbula tensada y ademán tosco.

¿Qué?

Nada, nada; es un refrán que la chica mexicana… ¿cómo se llamaba? ¡Elena! bueno, ella me lo enseñó en la fiesta de Elsa.

Su amiga Naomi, la irlandesa que te dejó como cristo de Iztapalapa, también dijo otros― añadió Dimitri―: Al que madruga, Dios lo ayuda.

El cobrizo frunció el ceño.

¿Cristo de dónde? ¿A quién ayuda Dios?... ¿saben qué? déjenlo así, ya tengo suficiente con ir a la iglesia con mi abuela como para que ustedes saquen a la religión…

Ay Hans, no seas imbécil― Anya rodó los ojos―, ambos significan que si no estás atento a cuidar de lo tuyo, llega alguien más listo para quitártelo.

Hans abrió la boca, ofendido.

Cualquiera puede pensar que eres un blanquito hueco, amigo, ya va siendo hora de que salgas y te relaciones con personas de otros lugares, deja un poco a los pálidos aburridos. Culturalízate.

A ver, no estén insinuando que esa lagartija pálida y yo…

¡Chicos, por aquí!

Anya negó con la cabeza y se alejó, danzando en dirección de Sophie, quien agitaba la mano en su dirección como una posesa; Dimitri tomó su maleta y la de su novia, y la siguió.

¿Se divirtieron, terroncitos? ―preguntó la rubicunda mujer, plantando besos en las mejillas de Dimitri y de Anastasia.

Hans se cuestionó, mientras recibía los mimos de la madrastra del otro colorado, si Sophie era completamente rusa.

Quizá todos los años que pasó en París la habían ablandado.

Hubo de todo, Soph― asintió Dimitri―: peleas, sexo y alcohol.

La rubia soltó una risita pícara.

Ya veo, ya veo. Me recuerda a mi Vlad y a mí cuando éramos jóvenes, antes que mi padre me obligara a casarme con el franchute de mi difunto marido.

Hans recordó que solo conocía al difunto por fotografías, también volvió a su memoria que Anya le había contado que en el funeral, Sophie no parecía del todo abatida por su nuevo estatus de viuda.

¿Dónde está mi padre?

Dimitri buscó al hombretón con la mirada.

Ya viene, se detuvo a hablar con un tipo― Sophie rodó los ojos―. Olvidé lo ajetreada que es la vida en Rusia.

Hans vislumbró a su chofer y se despidió del resto, alegando que quería saludar a Vladimir, pero que se sentía demasiado cansado.

No te preocupes, mon chéri. Le daremos tus saludos.

Nos vemos después― Anya se acercó a él―. Y haznos un favor a todos, especialmente a ti: espabila, ya sabes lo que dicen: Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.

Hans bufó.

La corriente no puede arrastrar a los camarones porque nadan. A veces eres muy tonta.

Y tú demasiado imbécil.

Dimitri solo le hizo un gesto con la cabeza y finalmente se marchó en dirección del chofer.

Señor― saludó el hombre mientras le tendía la maleta.

¿Están mis abuelos en casa?

No, partieron a San Petersburgo esta mañana; el señor Ivan ordenó que viniera por usted.

El colorado asintió, por lo menos tenía tiempo de pensar en cómo reforzar su excusa de no tener más que hacer en Oslo antes que su abuela estuviera frente a él.


Elsa.

A pesar de ir sentada muy derecha, seguía sintiéndose pequeña en comparación con Judith y Alistair.

Sobre todo con este último, ese hombre tenía algo que lograba atraer la atención de todo el mundo. La suya también aunque con más reticencia, seguía sintiéndose molesta por aquella conversación que escuchó.

―Entonces― comenzó el rubio―, dijiste que tu vuelta a Oslo no fue lo que esperabas.

Elsa arqueó una ceja.

―Estoy segura que no usé esas palabras.

―Sonó a que te referías a eso.

La albina curveó los labios en una pequeña sonrisa astuta.

―Fueron tres días llenos de emociones. Algo así como una montaña rusa.

―Ya veo.

―¿Y cómo salió todo con Ryder? ―preguntó Judy, mirando el iPad que llevaba en las manos.

Elsa vio una oportunidad para que su amigo y la mujer tuvieran un pequeño acercamiento.

―No sé mucho sobre eso, en realidad― admitió―, pero estoy segura que él te lo contará en cuanto vuelva a la ciudad. Le agradas.

―¿Ryder Nattur? ¿El muchacho que acompañó a Elsa a mi oficina?

Alistair osciló la mirada entre ambas.

―El mismo― asintió Judy, distraídamente.

―Dicen que es un buen chico― el hombre le sonrió a su asistente con presunción―. Quizá deberías frecuentarlo un poco más, July.

―Judy― corrigió―, y no, gracias. Tengo novia.

―Lo olvidaba, Gabrielle ¿cierto?

―Giselle.

―Ella misma.

Elsa frunció el ceño, no terminaba de decidir si Krei realmente olvidaba el nombre de las personas o simplemente lo hacía a posta para molestar.

―Siempre se pone de mal humor cundo le digo que salga con un joven― le confió Alistair con un risa fresca―. Es divertido hasta que se molesta y le pone leche a mi té.

―Le eh dicho en muchas ocasiones que llevo bastante tiempo con Giselle― repicó la pelinegra, calmada.

―Por supuesto, pero son cómo el agua y el aceite.

―¿De verdad quiere hablar sobre el agua y el aceite en las relaciones? ―Judy finalmente levantó la mirada para enfocarla en Alistair, frunciendo el ceño.

El rubio, por el contrario, volvió a reír.

―Jamás dije que tenías que frecuentarlo de manera sentimental, me refería a una amistad; pero vamos a dejarlo estar… por ahora.

Llegaron al edifico donde vivía la blonda y bajaron del coche, Alistair se portó galantemente al abrirle la puerta y escoltarla hasta el ascensor; Judy presionó el botón que daba hasta el pent-house y guardaron silencio mientras subían los pisos.

Elsa hizo un esfuerzo por mantener un gesto desinteresado y luchó por no sonreír al sentir los ojos de Alistair sobre ella.

Las puertas de metal se abrieron, dejándolos libres, Alistair las dejó salir primero y detuvo al chofer, quitándole la maleta de la blonda educadamente para llevarla hasta la puerta de entrada del departamento.

El guardia asintió al verlos llegar y se hizo a un lado para dejarlos pasar, Nanny se apresuró a recibirlos y la atrajo en un abrazo cálido que la hizo sonreír.

―Te extrañé mucho, muñeca― reveló la mujer, soltándola para aceptar la maleta que Alistair le tendía―, pero que grosera ¿Puedo ofrecerles algo de tomar?

―No se moleste― la detuvo el rubio―, ¿el señor de la casa…?

―En su estudio.

Krei asintió.

―Ya vengo― Nanny hizo amago de acompañarlo, pero volvió a detenerla―. Despreocúpese, conozco el camino.

Nanny suspiró.

―Americanos, son demasiado amables para su propio bien.

Elsa arqueó una ceja.

¿Americano?

―Tu sí tienes hambre ¿verdad?... pero claro que sí, estás en los huesos. Enseguida te traigo algo… a las dos.

Judy negó con la cabeza y se sentó en uno de los sofás de cuero, Elsa la imitó, dejándose caer a su lado.

―¿Alistair es americano?

―¿Cómo está Ryder?

Se miraron mutuamente y sonrieron un poco.

―Tú primero.

―¿Cómo está Ryder?

―Por lo que me ha dicho, muy bien.

―Se nota que son muy cercanos― comentó, despreocupadamente.

―¡No lo somos! ¡Nada de eso! ―se apresuró a corregirla, Judy arqueó una ceja ante su tono y Elsa carraspeó―, es decir, solo somos amigos.

―Ya veo.

―¿Por qué lo preguntas?

―Simple curiosidad― respondió, encogiéndose de hombros―. Es un poco raro que un buen nieto ruso esté soltero.

―Nunca dije que lo estuviera.

―¿No?

Elsa se tomó un par de segundos para estudiar la expresión la de Judy, pero la mujer parecía relajada, sin dar muestras de nada más que una curiosidad sana.

Nada más allá.

―En realidad lo está, pero sí que está interesado en alguien.

―Vaya.

―Sí, está trabajando en eso.

―Espero que ella le corresponda, parece buen chico― comentó, tecleando en su iPad―. Sería una pena si no, es muy joven.

―No más que tú, supongo.

Judy negó con la cabeza y se encogió de hombros.

―Querías preguntarme algo.

―Claro― recordó la blonda―, no sabía que Alistair es americano.

―No lo es, su madre sí― corrigió.

Elsa frunció el ceño, tampoco sabía mucho sobre Krei.

Nanny regresó con una tetera, un par de tazas y varios platitos con distintos tipos de galletitas encima.

Hablaron poco hasta que Alistair volvió junto a Runeard, su abuelo sonrió en cuanto la vio y Elsa se levantó del sofá para acercarse a él y depositar un beso en la mejilla del hombre pelirrojo.

―¿Tuviste un buen cumpleaños, linda? ―preguntó después de besarla en la frente rápidamente.

―Bueno fue poco, yo diría que más bien fue… movido.

Runeard frunció el ceño.

―¿Todo bien? ¿Tu hermano se comportó o no?

―Roland no tuvo nada que ver, quise decir que sí fue un buen cumpleaños― lo corrigió, nada le apetecía hablar de su hermano frente a Alistair.

―Si tú lo dices…

―Es agradable volver ¿No, Elsa?

La blonda contempló la sonrisa relajada de Krei con un gesto prudente, después de todo, Runeard estaba presente.

―Sí, Rusia no está mal.

―Terminarás encantada, ya lo verás― aseguró.

Elsa asintió, no encontraba que más agregar.

Su abuelo comentó que era tarde y que mejor debería descansar, una sutil manera de hacerle saber a Krei que ya iba siendo hora de que se fuera. No podía evitar notar que, a diferencia de las ocasiones anteriores, Alistair la miraba con mayor libertad; como si no le importara la presencia de Runeard.

Krei se despidió de su abuelo con un apretón de manos, y de ella con una sonrisa tenue. Elsa retrocedió un paso disimuladamente cuando lo vio acercarse en su dirección.

De ninguna manera le dejaría saber que se emocionaba como una niña tonta ante su cercanía, no después de lo que dijo sobre ella.

Tendría que ganárselo.

Krei y Judy finalmente se retiraron minutos después, Nanny se ofreció a llevar su maleta, pero la blonda no se lo permitió.

―Puedo cargar con ella, de verdad― aseguró Nanny, frunciendo el ceño.

―No, enserio― Elsa le sonrió, dulcemente―; ahora la llevo yo.

―Te encargo una taza de té, Nanny. Por favor.

La mujer se apresuró a cumplir con la orden de su abuelo, dejándolos solos.

―¿Por qué volviste tan pronto?

Elsa rodó los ojos.

―Tu siempre haciéndole saber a tu familia ese cariño que sientes por nosotros ¿verdad?

―No seas sarcástica, aún no bebo mi tercer vaso de whiskey nocturno.

―¿No te dijo papá?

Runeard negó con la cabeza, se sentó en el sofá y se cruzó de piernas mientras tomaba el periódico dispuesto en la mesita de centro para echarle un vistazo.

―Agnarr piensa que puede llamar para dar órdenes; se le olvida que sigo siendo su padre y que me debe respeto.

―Puedo irme a otro departamento y así ya no te molesto.

―No digas ridiculeces, definitivamente eres idéntica a tu abuela. Ni más ni menos.

―Tengo unos ensayos de último momento para el show de Año Nuevo― le informó y tomó su maleta, corría el riesgo a seguir conversando con su abuelo si no se iba pronto―. Tengo que estar en la academia mañana temprano.

Runeard bajó el periódico para mirarla.

―Me temo que no podré llevarte, estoy demasiado ocupado con los pendientes de la oficina y los preparativos para la fiesta― Elsa se abstuvo de hacer un comentario―. Este año soy el anfitrión, como ya sabes…

―Bueno, no te has cansado de repetirlo.

―…, mi familia vendrá por primera vez a Rusia y tengo que dar una fiesta inolvidable― siguió, ignorándola―. Debes bailar como nunca, hay que enseñarle a los eslavos que los escandinavos sabemos hacer las cosas mejor.

Nanny volvió con el té y la blonda vio una oportunidad para marcharse, Runeard dejó claro que aún no terminaban porque, ni bien dio un paso, su frías esmeraldas revolotearon hasta ella, ordenándole que no se moviera.

―¿Cómo salió todo con este amigo tuyo, Ryder? Me refiero al asunto de su madre.

Elsa se encogió de hombros.

―No hemos hablado al respecto.

―¿De verdad? qué raro, tú y ese muchacho parecen muy cercanos.

―Somos amigos.

―Sí, y la confianza debe existir…

―Abuelo, no me ha dicho nada y si lo hubiera hecho, por esa confianza que me tiene no te lo diría.

La sonrisa que Runeard dibujó en su boca le puso los pelos de punta.

―Bueno, siempre hay otras maneras de enterarse.

―Seguro, ¿Puedo irme a dormir ya?

―No sin antes darme un beso de buenas noches.

Elsa suspiró y se acercó para depositar un beso delicado en la mejilla de su abuelo, quien no se inmutó en lo más mínimo.

―¿Tratas de ser el típico buen abuelo ruso? ―preguntó, encaminándose a la salida.

―Yo no me veo en esa necesidad, es ofensivo para uno mismo tratar de demostrar lo que somos cuando lo sabemos a la perfección.

Elsa no se detuvo.

―Descansa, cariño.

―Adiós, abuelo.


Hans.

Con cierta vergüenza trató de ocultar el gesto de incredulidad que dejó salir al entrar a la cocina y encontrar a su madre preparando lo que parecía ser el desayuno.

El colorado carraspeó y se sentó en uno de los taburetes de la barra.

¿La abuela…?

Aún no vuelves, pero descuida, podrás verla antes del Año Nuevo.

Hans asintió y masculló un agradecimiento cuando la mujer rubia puso frente a él un plato repleto de tres rebanas de pan de centeno con un huevo frito sobre cada uno, un tazón de gachas de sémola, un pequeño plato más atiborrado de sírniki y una taza de té caliente.

Volviste muy pronto.

No había mucho que hacer allá, mejor regresé para seguir entrenando y poder ascender de rango más rápido― explicó apresuradamente, sin saber por qué―. Quizá consiga salir de la Academia antes.

Sorine, su madre, frunció el ceño ligeramente.

¿Quieres dejar Rusia de nuevo?

Quiero servir a mi país.

Pero si ya lo haces, dulzura, lo mejor que le pudo pasar a este país fue que tú y tus hermanos nacieran aquí.

Sor… Mamá, no empieces.

Sorine torció la boca en una sonrisa.

Ya entiendo, mi pequeño es demasiado mayor para los mimos de su mamá.

¿Qué estás haciendo aquí?

Deseó no haber sido tan brusco con ella al ver su sonrisa desparecer, siendo remplazada por un ceño fruncido.

Tu y papá jamás vienen si no están los abuelos― agregó, presuroso.

Tu abuelo me dijo que volvías, cuando llegué ya estabas dormido y me quedé para alimentarte.

Gracias.

Mejor dime qué piensas de venir a casa unos días.

Ya estoy en casa.

La otra casa, donde vivimos tu papá y yo.

Hans se llenó la boca con una cucharada de gachas, ganando tiempo. Jamás consideró aquella casa como suya, tanto él como sus hermanos y su primas habían crecido con sus abuelos; yendo esporádicamente con sus padres por días que le resultaban eternos.

Pues…

Puedes entrenar ahí todo lo que quieras y solo sería hasta que tus abuelos regresen.

Hans bebió del té, pensando en una excusa que simplemente no encontraba. Se sentía culpable por no desear acompañar a su madre del todo.

Deja que tome algo de ropa…

No te preocupes, ya tienes en casa.

Entonces deja que me bañe.

Sorine asintió, sonriendo emocionada mientras levantaba los platos sucios y los ponía en el fregadero para que alguna de las señoras que se encargaban del aseo pudiera lavarlos.

Tu padre se va a poner muy feliz de verte ahí…

El bermejo huyó de la cocina antes que su madre se pusiera más sentimental, la quería sí, pero se sentía… extraño por convivir tan estrechamente con ella cuando había dejado que Irina los criara sin objeción alguna.

Se bañó sin prisa y se tomó su tiempo para vestirse, pero su madre no parecía molesta por la espera cuando se unió a ella en el salón principal.

¿Listo?

Sorine no esperó respuesta, tomó su abrigo y salió de la casa para dirigirse al coche que había traído consigo, Hans la detuvo antes que ella tomara el asiento del piloto.

Deja, manejo yo.

¿Crees que tu madre no sabe conducir?

No es eso, solo trato de evitar que te apoderes del estéreo y pongas tus canciones de señoras.

Sorine se llevó una mano al pecho, dramáticamente.

Se metieron en el coche y él condujo cuidadosamente por las calles heladas hasta la casa de sus padres, que aunque no era la mitad de grande que la de sus abuelos, sí se encontraba oculta de los ojos curiosos de los periodistas que solían ir detrás de las familias más influyentes del país.

¿Desde cuándo tienen otra fuente? ―preguntó mientras entraban por la verja.

Desde hace tres meses, lo sabrías si vinieras más seguido.

Se sintió culpable al instante.

Eh tenido muchas cosas que hacer.

Bueno, eso es lo de menos― trató de restarle importancia y bajó del coche―, solo intenta venir. Su padre los echa mucho de menos cuando no están.

Como digas― asintió, incapaz de decir más.

No era su culpa— del todo— no extrañarlos como se suponía que debía hacer, simplemente se había acostumbrado a su volátil presencia en su vida.

Entraron a la casa y Hans casi corrió en busca del pequeño gimnasio que su padre incorporó años atrás y que las veces que él y sus hermanos lo usaron se podían contar con una mano.

Y le sobrarían dedos.

Mientras corría en la caminadora sus pensamientos volaron hacia Elsa y Krei, se dijo que definitivamente había algo ahí, tanto por parte de la blonda como del tipo ese.

Y no le gustaba para nada.

"Pero a ti ¿Qué más te da?" se recriminó y aumentó la velocidad de la máquina.

Se quedó ahí hasta que su estómago comenzó a exigir comida, pero estaba bañado en sudor que decidió tomar una ducha antes de ir en busca de alimentos.

Su madre lo esperaba sentada en el pequeño comedor dentro de la cocina.

¿Has terminado?

Ya eliminé todo lo que comí estos días.

Me doy cuenta, ya puedo ver esos kilos de más fuera de ti― asintió, de manera sarcástica.

No te estés burlando.

Hablo enserio, es notable esa figura definida.

Madre.

Bien, ya siéntate. Preparé frikadeller.

Su estómago gruñó ante la mención del platillo.

¿Tú cocinaste? Deja que tenga preparado el número de emergencia.

Muy gracioso― Sorine le jaló el oído después de poner un plato atiborrado frente a él―. No es el pelmeni de Irina, pero definitivamente está delicioso.

Sorine se sentó a su lado y lo miró comer con una sonrisa adornándole el rostro. Hans fingió que le era indiferente toda la atención que le estaba profesando.

Siempre que tenía la oportunidad de tenerlos a él, a los gemelos y a Lars, siempre trataba de desvivirse en cuidados.

¿Y papá? ―preguntó para llenar el silencio que se había cernido entre ambos.

Estará aquí para la cena.

¿Sigue trabajando…?

¿Qué te pasó en la cara?

Hans aspiró con fuerza.

Nada.

Ese nada sin duda pega fuerte.

¿Por qué piensas que alguien me golpeó?

Aunque no lo creas, reconozco un golpe cuando lo veo― declaró―. Crecí rodeada de hombres, que no se te olvide.

Fue un borracho en la fiesta de la hermana de Roland, nadie sin importancia.

Ya, claro.

Si no vas a creer nada de lo te digo, no sé para qué preguntas― espetó.

No dije que no te creo.

Pues a eso sonó― replicó―, ¿sabes qué? mejor regreso a casa de mi abuela… a mi casa a esperarla.

Sorine se envaró.

Pues vete.

Hans parpadeó, sorprendido. Esperaba que ella cambiara el tema o tratara de disuadirlo, pero no que lo instara a irse.

Si te vas a ir, que sea de una vez. Aunque no te guste, soy tu madre y no voy a permitir que me amenaces.

No fue una amenaza…

Pues a eso sonó― dijo, repitiendo sus palabras.

No era mi intensión, perdona― masculló a regañadientes.

La mujer se levantó, ignorándolo, para dirigirse a una de las gavetas y sacar una pequeña caja.

¿Qué haces? ―preguntó, mirándola volver.

Si vas a volver a esa casa, es mejor que te curemos esto antes que tu abuela lo vea― apuntó el golpe en su mandíbula, que empezaba a adquirir un color violáceo―. Irina va a morirse si descubre que te peleaste con un ebrio.

El colorado permaneció callado, estaba molesta y no quería contribuir― de nuevo— para que aumentara su mal humor.

Sorine masajeó el golpe con una pequeña pomada y finalmente aplicó un par de banditas frescas sobre el lugar afectado. Hans hizo un gesto ante la sensación.

Ya está― guardó las cosas dentro de la cajita y volvió a levantarse, plantó un beso en su mejilla y se alejó de él―. Levanta tu plato y friégalo antes de irte, las señoras del aseo están muy ocupadas hoy.

Finalmente salió, dejándolo solo. Hans suspiró y después de pasarse una mano por la cara con cansancio, se levantó para obedecer la orden de Sorine.

¿Quería que fregara un estúpido plato? Bien, ya le enseñaría lo que era una vajilla limpia.

Mientras tallaba el plato con fuerza se planteó si de verdad quería volver a esa casa sola y fría, o quedarse en compañía de sus padres… de su madre.

"Ya sabes la respuesta"

El plato se rompió y Hans masculló una maldición cuando se cortó con uno de los pedazos. Metió la mano con cuidado al agua llena de jabón para destapar el fregadero y dejar que el líquido saliera. Tiró los pedazos de porcelana en el bote de basura y enredó una bandita sobre su dedo afectado.

Sin nada más que hacer, se dirigió a la sala de estar para ver un poco de televisión, su madre bajó de su habitación un par de horas después y no pareció sorprendida al encontrarlo arrellanado en el sofá.

Así que te quedaste― comentó casualmente, sentándose a su lado.

Rompí el plato― informó, sin despegar sus orbes de jade de la pantalla.

Ya lo creo que sí.

Y me corté el dedo con un jodido fragmento.

Sorine levantó su mano afectada al instante y plantó un beso sobre la bandita.

Mi pobre bebé― musitó, atrayéndolo hacia ella para abrazarlo―, soporta un golpe en la cara, pero no un corte pequeño.

Hans siguió mirando la televisión, no había sido tan mala idea quedarse.


Elsa.

Terminó de atarse las zapatillas y se unió a sus compañeras en el salón de baile, algunas comenzaban con sus estiramientos un poco más apartadas y otras ya bailaban sus piezas.

Pensé que no ibas a llegar― Elsa se giró al escuchar a Tatyana a su espalda.

Soy la estrella de la presentación, sería catastrófico que no apareciera― respondió, petulante.

Aún no olvidaba que Tatyana era amiga de Honeymaren… o para ser más concretos, la rusa que tenían enfrente había estado del lado de la castaña hasta que dejó de ser conveniente para ella.

Tanya sonrió felinamente.

Bueno, estoy segura que Madame K. terminaría eligiendo un reemplazo― replicó, Elsa se contuvo para no soltarle que ella sería la primera en postularse para ocupar su lugar―. Los rusos siempre buscamos soluciones.

Lo sé.

¡Tatyana! ¿Vas a ensayar o te quedarás viendo a Solberg a los ojos? ―la gruesa voz de la instructora se extendió por el amplio salón.

Tanya no agregó nada más y se alejó hacia la barra de entrenamiento, Elsa cuadró los hombros y, sin alargar más la espera, se encaminó hasta la esquina dónde Madame K. se encontraba parada.

Iba ataviada en un elegante vestido gris acorde con los decorados de madera del salón y llevaba el cabello canoso levantado en un moño ceñido a la altura de la nuca. Con su expresión severa se asemejaba a una estatua.

¿Disfrutó sus vacaciones, Solberg? ―preguntó con su usual tono aburrido.

Como si a esos tres días se les pudiera llamar de esa manera.

Fueron días agradables― terminó diciendo.

Me calma el alma saberlo― su tono derramaba sarcasmo―, aun así tenemos los días encima para la presentación.

No se preocupe, ya tengo aprendida mis piezas y le aseguro que…

Yo no me preocupo― replicó―, a estas alturas es tu problema si no memorizaste las piezas que se te asignaron.

Entonces me temo que no…

Tienes cuatro días para aprenderte la pieza de entrada.

Elsa sintió como su cuerpo se volvía rígido.

¿Cuatro días?

Sí ¿te parecen demasiados? Porque podemos acortarlos a tres.

¿Puedo preguntar por qué necesitamos esta nueva pieza? Ya están listas todas las que cubrirán el evento.

Mentira. Aún falta la pieza con la que abrirás el show.

Elsa arqueó una ceja.

Madame, ya tenemos…

¿No me digas que pensaste que uno de esos bailes tan sencillos era el de apertura? ―la blonda se mantuvo callada―. Esta es la belleza del ballet, las sorpresas.

Esa mujer debía estar loca, no le cabía en la cabeza cómo dejaba algo tan importante como el baile de apertura hasta el final.

¿Podrás hacerlo o se lo pido a alguien más? ―los orbes gélidos de Madame K. volaron hasta Tatyana, quien apartó la vista de ellas de inmediato.

La albina se irguió en toda su altura, levantando la vista como una reina.

Desde luego que podré.

Eso pensé. Ahora ven, acompáñame.

La blonda siguió a la mujer fuera del salón, bajo los atentos ojos de sus compañeras; la guio por un pasillo iluminado por la tenue luz que entraba por las ventanas hasta que llegaron a otro recinto. Dentro se encontraba un hombre embutido en una camisa suelta bajo un pantalón oscuro con ligueros a cuadros junto a un muchacho moreno que lucía un mono completo en color negro.

Petrov, ya estamos aquí― anunció Madame K. y se acercó al hombre.

Pensé que esperarías a que Putin ganara las elecciones nuevamente para honrarme con tu presencia― el desconocido, Petrov, le echó una ojeada rápida―. ¿Es ella? ¿Esta niña es la noruega que tiene loca a Irina y a todos los demás?

¿Es difícil de creer para ti? ―ladró Madame K., retándolo con la mirada.

Petrov frunció el entrecejo.

Para nada, me parece que es la pareja perfecta para Gavriel…

Gabriel― corrigió el muchacho, sus ojos marrones lucían apáticos y lacónicos.

… ya encontrarán cómo sincronizarse.

La albina tensó la mandíbula, no recordaba que su instructora mencionara que debía bailar con alguien.

Madame K. se retiró en compañía de Petrov, dejándolos solos. Elsa miró a su compañero, el joven latino tomó camino hasta la barra de estiramientos y la blonda se decidió a seguirlo, soltando un suspiro en el proceso.

Si resultaba ser tan presumido y orgulloso como sus compañeras, sincronizarse no sería tan sencillo.

Me llamo Elsa― se presentó, distraídamente―. No me dijeron que esto sería en parejas…

¿Es que acaso no has visto ningún show de apertura antes? ―la interrumpió con sequedad mientras comenzaba a estirarse.

No de ballet ruso "ni de ningún otro".

Para nadie es un secreto que hay un show de apertura cada temporada, el de la pasada no fue tan importante, pero el de esta sí porque se celebra el Año Nuevo― explicó con un tono que sugería que hablaba con una idiota―. El primer baile es secreto hasta para los elegidos, a ellos se les dice cuando faltan varias semanas. Supe que la última pareja tuvo dos doce días para prepararse.

A nosotros nos dieron cuatro días.

Porque no somos rusos― declaró con convicción―, el baile es una gran responsabilidad y nadie quiere arruinarse echándolo a perder.

Si no sale bien podrán escudarse diciendo que sucedió porque no somos como ellos. Que personas tan despreciables.

Gabriel se detuvo para mirarla.

Si vas a estar quejándote, estos días serán largos.

No me quejo.

A mi me pareció que sí.

Elsa tensó la mandíbula y sus mejillas enrojecieron de disgusto, su nuevo compañero lograba molestarla tan rápido como Hans.

"¡No! no pienses en Westergaard. Ya no" se ordenó.

Fantástico, debo hacer pareja con una blanquita pesimista.

¡¿Perdona?! ―exclamó la albina.

Te perdono, ahora vamos a aprendernos ese baile.

Sin decir más, se unió a los instructores para discutir la pieza que interpretarían. Elsa se tragó el resentimiento y se acercó.

Ya Gabriel tendría su oportunidad de conocerla.


Hans.

Acomodó la sábana blanca que cubría la cama de esa habitación, miró a su alrededor y suspiró, había dejado todo en la estancia tal y como lo encontró. Impoluto.

Cruzó la puerta llevando la bolsa de basura en una mano, decidido a botarla en el contenedor de alguna estación de servicio para que las personas que iban a asear la cabaña no pudieran decirle a su hermano Christen el tipo de cosas que encontraron ahí, pero se detuvo abruptamente al pasar por la sala de estar.

Elsa estaba de pie frente a la chimenea y le daba la espalda, mirando las llamas repiqueteando atentamente.

―¿Elsa? ―la llamó.

No encontraba alguna razón por la que ella pudiera estar ahí. La blonda giró al escucharlo y esbozó esa sonrisita cínica que le daba cuando iban a tener intimidad.

―¿Qué haces aquí? ―preguntó, confundido.

―Dijimos que nos veríamos hoy― respondió, acercándose a él.

Le arrebató la bolsa de las manos para arrojarla a una esquina del salón y lo atrajo hacia ella para besarlo, las manos del colorado volaron hacia la cintura de la muchacha para afianzar su agarre y abrió la boca para profundizar el beso.

Elsa se alejó de sus labios para pasear los suyos por su cuello, alzándose en puntillas― como cuando bailaba ballet― y poder alcanzarlo. Hans suspiró al sentirla succionar el lóbulo de su oreja y la dejó guiarlo hasta el sofá más cercano, no dejó salir ni una sola protesta cuando ella lo empujó para hacer que se sentara.

―Quiero quedarme aquí toda la noche― confesó, abriéndole las piernas con una rodilla sonrosada en la que pudo observar un morete amarillento, tal vez había sido brusco la última vez―. Quiero que me dejes tan agotada que tengas que llevarme a cuestas.

Hans la miró al instante, Elsa era más relajada durante el sexo, pero ¿Desde cuándo decía ese tipo de cosas sin que él comenzara primero?

―No creo que se pueda― replicó, sintiendo su miembro luchar por salir de la prisión de sus pantalones―, tu hermano…

―Roland está muy ocupado ocupándose de su vida en casa, no notará que no estoy― aseguró, inclinándose para desabrochar su pantalón y masajear el bulto dentro de sus calzoncillos oscuros.

―Elsa, alguien se va a dar cuenta que no estás en tu casa…

La albina puso los ojos en blanco y resopló, procediendo a desabotonarse la gabardina Louis Vuitton para dejarla caer, revelando su cuerpo desnudo. Hans tragó seco, muriéndose por tocar esa piel de alabastro que encontró tan tentadora desde que ella dejó de parecerle una niñita.

―Puedo irme si quieres― planteó, sonriéndole.

Hans gruñó.

―Dijiste que íbamos a quedarnos, cúmplelo.

Elsa le dedicó una mirada arrogante y se sentó en su regazo, atrapando su boca rápidamente.

―Deja que me quite la ropa― pidió entre besos, su voz sonaba ronca.

―Tócame primero― contestó ella de la misma manera.

El bermejo no esperó a por otra orden y guio su mano izquierda hacia la intimidad de la blonda, su pulgar encontró rápidamente el botón rosado de la albina y masajeó lentamente, haciendo que se retorciera.

―Más…― pidió, dejando su boca para volver a besar su cuello.

Hans atrapó el pezón izquierdo con la boca mientras su mano libre comenzó a atender el otro, adentrando primero un dedo y el segundo poco después, Elsa echó la cabeza hacia atrás y dejó salir un alarido ante la sensación, poniéndole la sangre a hervir con los sonidos que escapaban de si boquita.

Hans…

Usó sus dientes para mordisquear el pezón y pasar su lengua al instante.

Hans…

Su mano aferró el pecho con más fuerza, sin llegar a lastimarla.

Hans…

Aumentó la velocidad con la que sus dedos se movían dentro de ella, ya podía sentir la intimidad de la muchacha apretándose a su alrededor.

Por Dios…

Estaba tan cerca.

¡Por el amor de Dios, Hans! ¡Despierta!

El bermejo abrió los ojos de golpe, se incorporó bruscamente y, después de forcejear con las mantas con las que se había arrebujado en algún momento, cayó al suelo. Logró detenerse con las manos para no golpearse la cara.

Sorine lo miraba, de pie, con desconcierto.

¿Qué pasó? ¿Qué quieres? ―preguntó, sobresaltado.

¿Qué pasó, dices? Te quedaste dormido desde las tres de la tarde.

¿Cómo? Entones ¿sólo había sido un sueño?

"Pues claro que sí, imbécil".

¿Y por eso me despiertas? ―espetó, sintiéndose molesto de repente.

Parecía que estabas teniendo una pesadilla― le informó su madre, tratando de ocultar su preocupación―. No dejabas de quejarte en susurros.

El colorado se sintió tentado a decirle que podía estar segura que, si se quejaba, no era por miedo.

Tu padre llegará pronto, para que cenemos juntos. Anda, deja que te ayude a levantarte.

Sintió un escalofrió recorrerle la columna, no podía permitir que ella lo viera… así.

¡No, no! ya me levanto solo― aseguró―. No soy un niño, madre.

Sorine puso los ojos en blanco.

Como quieras, chico grande.

Giró sobre sus alpargatas color arena y lo dejó ahí tirado; Hans se levantó hasta que estuvo seguro que ni ella ni nadie del servicio rondaba por ahí, se enredó con las mantas y corrió en dirección de su habitación, cinco minutos bajo el agua fría de la ducha debían bastar.

Mientras esperaba a que su problema desapareciera, trató de apartar todos los recuerdos frescos de aquel sueño, pero su mente lo dominó y los trajo de vuelta.

Se sentía tan idiota por soñar cosas como esas porque llegó a la conclusión que, si no lograba arreglar nada con Elsa, tendría que contentarse con simples sueños.

"¿Y qué vas a arreglar con esa lagartija descolorida? Ella no te importa en lo más mínimo" se espetó, chasqueando la lengua. "No tienes que contentarte con sueños cuando hay muchas chicas".

¿Quería a alguien más para eso?

"Dijimos que nada de mujeres en un buen tiempo, la Academia es todo lo que importa ahora" se recordó.

Cerró la regadera y tomó su toalla para secarse, pero seguía sintiéndose descontento con las decisiones que había tomado.

Si no le importaba ¿Por qué se sentía tan molesto de que solo hubiera sido un sueño?


ACLARACIONES:

Oficialmente Gabriele Nuñez from Elena de Avalor se une a la historia como el nuevo ¿rival? de Elsa. Eso ya lo veremos. En la cuna del ballet no podían faltar los bailarines masculinos por lo que busqué y consideré a otros personajes para que ocuparan su lugar, pero terminé decidiéndome por Gabriel al inspirarme en el bailarín profesional de ballet y actor mexicano Isaac Hernández, aparece en la serie de Netflix Alguien tienen que morir por si gustan verla.

Hola a todos; una disculpa por estar desaparecida y por no haber actualizado, espero que la actualización de hoy les guste. Feliz inicio de semana, estaré contestando sus reviews mañana porque ahora mismo estoy muerta.

Abríguense por el frío, usen face mask y no le crean a su ex porque eso no sería muy rockstar de su parte. Nos leemos, besos.

Entonces qué... ¿Review? ¿No? Ok.

Harry.