CAPÍTULO 36
"Mi pesadilla hecha realidad."
Me desperté y me senté en la cama agitada. Miré hacia mi izquierda y Rachel dormía tranquilamente allí. Solté un suspiro y me volví a acostar. Había tenido una pesadilla, sólo eso. Ella está bien, ella está a mi lado.
—¿Qué sucede? —su dulce voz rozó mi oído. Giré mi cabeza para mirarla y ella tenía sus ojos bien abiertos.
—Nada, sólo tuve una pesadilla —me acomodé bien de costado para acariciar su rostro.
Ella se acercó más a mí y escondió su cara en mi cuello. Sus brazos se metieron debajo de los míos y sus manos acariciaron mi espalda.
—Sólo fue una pesadilla —susurró.
—Lo sé —dije mientras cerraba los ojos y disfrutaba de su cercanía —¿Me das un beso?
—Primero necesito ir al baño —balbuceó mientras se alejaba.
—No, no… primero un besito —hice un puchero.
—Bien —aceptó en un suspiro y se acercó a mi boca. Coloqué mi mano en su nuca y la acerqué más a mí.
—¿Me amas? —le pregunté cuando la solté.
—Mmm… no lo sé —negó ella mientras se ponía de pie. Sonrió y me volvió a besar — Claro que te amo, ¿Por qué lo preguntas?
—Sólo quería volver a saberlo.
—Tontita hermosa —suspiró divertida y entró al baño.
Aquel sueño había sido tan real. Rachel era alejada de mí y nunca más volvía a verla. Mi vida se volvía miserable y sin sentido. Había sido tan fea la sensación del vacío y el dolor. Me volví a acostar sobre la almohada y me tapé bien con las sábanas. Hacía un poco de frío.
Rachel salió del baño y volvió a acostarse a mi lado.
—¿Qué hora es? —le pregunté.
—Temprano, muy temprano —musitó mientras se acurrucaba entre mis brazos y volvía a cerrar los ojos.
—¿Qué tan temprano?
—Son las 5 de la mañana, amor.
—¿Enserio? —insistí.
—Sí—susurró y besó mis labios —Aun tenemos 4 horas más para dormir. Así que deja de hablar y cierra tus lindos ojos.
La abracé contra mi pecho y cerré mis ojos. Aun la maldita sensación me seguía molestando. Pero decidí ignorarla. Eso sólo una sensación, nada significa.
Las cuatro horas que faltaban para levantarnos pasaron volando y Rachel fue la primera en levantarse y bañarse. Se puso el uniforme de la Universidad y luego se tiró encima de mí para despertarme mientras sus manos intentaban hacerme cosquillas.
—No vas a lograrlo, no las tengo —susurré sin abrir los ojos.
—Bueno, no tendrás cosquillas pero si te dan calor los besos —se metió debajo de las sábanas para comenzar a besar mi cuello y bajar hasta mi estómago.
—Rach… no —supliqué.
—¿Viste? Yo sabía —susurró y su aliento quemó mis abdominales.
—No hagas eso. Espera… porque… ¡Rachel! —la regañé elevando mi voz y sacando las sábanas de encima de ella.
Ella estaba sentada a horcajadas sobre mí con aquella linda camisa que estabamos obligadas a usar para asistir al campus. Sonreí al recordar que así mismo la quería yo cuando estaba encima de Betty. Ella mordió su labio inferior y me miró con ganas.
—¿Por qué no me haces caso y te levantas? —me preguntó.
—¿Por qué estás sentada encima mío con esa ropa? ¿Acaso piensas que así voy a levantarme y querer salir de esta cama? —le pregunté.
Podría decirse que ella casi gateó sobre mí hasta llegar a mi rostro. Sus labios rozaron los míos. Su aroma a ropa lavaba y perfume simplemente me excitó.
—Vamos a llegar tarde mi amor… tienes que levantarte, ahora —exigió.
—¿Tú estás jugando conmigo? —y sin darle tiempo a nada giré sobre la cama y la atrapé debajo de mí. Ella rió divertida.
—Esto no es justo —se quejó mientras calmaba su risa.
—Y ¿Por qué no?
—Porque yo era la que te estaba controlando… así no vale, Fabray.
—¿Tú controlar? Estás equivocada, amor.
—¿Estás segura? —susurró sin dejar de mirarme fijo a los ojos.
Entonces entendí aquello, si ella dice que no… a veces realmente es no. Me bajé de ella y me acosté a su lado.
—Está bien, tú ganas.
Rió por lo bajo y volvió a subirse sobre mí. Bajó su rostro y me besó tiernamente. Intenté acariciar su rostro mientras la besaba. Pero ella tomó mis manos y las dejó sobre la cama. Se alejó despacio dejándome totalmente idiotizada.
—Ahora sí, nos vamos —ordenó y se bajó de la cama.
Soltando un gruñido me puse de pie y entré a bañarme. Lo hice rápido pues al ver la hora, sólo teníamos media hora antes de que comenzara la Universidad. Salí y me cambié. Bajé las escaleras del cuarto de Rachel y me acerqué a la cocina para comer un poco de cereales.
—¿Vamos?
—Vamos, amorcito — aceptó ella con una leve sonrisa.
Salimos de su casa y otra vez en su auto nos dirigimos hacia otro maldita día de clases. Más rápido de lo que esperé llegamos y allí estaban nuestros amigos.
—Hola —saludó contenta Rachel.
—Hasta que al fin aparecen —nos regañó Brittany.
—Lo siento, se nos hizo tarde —le expliqué a mi prima mientras besaba su cabeza.
Saludé a Marley y luego les di la mano a Santana y Puck.
—¿Entramos? —continuó Puck.
—Sí, antes de que lleguemos tarde enserio —insistió Santana.
Caminamos hacia la entrada. Y Rachel se detuvo. Nos giramos a verla.
—¿Qué pasó? —le pregunté.
—Me olvidé de unos cuadernos en el auto, voy a buscarlos.
—Te acompaño —caminé hacia ella.
—No, amor. No es necesario. Vayan yendo que ya los alcanzo —se acercó a mí y me dio un leve beso antes de correr hacia la salida.
Volví hacia donde estaban los chicos.
—¿Larga noche, rubia? —me preguntó Santana.
—No le preguntes esas cosas, Santana López —la retó Brittany.
—¿Qué tiene? —cuestionó ella confundida —Es mi amiga, toda la vida le pregunté sobre sus aventuras de cama.
—¡Eres una asquerosa! —dijo realmente ofendida y comenzó a caminar más rápido.
Santana comenzó a seguirla mientras le decía que no podía enojarse por ello. Reí por lo bajo al igual que Marley y Puck.
—Se pelean siempre, pero a los dos segundos están como si nada hubiese pasado —contó Puck divertido.
Mi celular comenzó a sonar. Detuve mi paso y lo busqué en mi bolso. Miré la pantalla y el número que aparecía era desconocido.
—Vamos Quinnie, estamos por llegar tarde —exigió Puck.
—Vayan yendo —me alejé un poco para contestar —¿Hola?
—Lo intenté, juro que lo intenté —su voz paralizó mi cuerpo —Pero no lo comprendiste y no me hiciste caso.
—¿Qué es lo que realmente quieres, maldita sea? —pregunté nerviosa.
—Yo quise hacer las cosas por las buenas y tú me obligaste a hacerlas por las malas. Tú no la puedes dejar, bueno, yo voy a ayudarte a hacerlo.
—¿De qué estás hablando? —susurré sin entender.
—¿Dónde está Rachel ahora, Quinn? —me preguntó.
Mi corazón se detuvo en ese mismo momento. Solté el teléfono y comencé a correr lo más rápido que pude hacia la salida. La luz de afuera se veía lejana y yo sentía que mis piernas jamás iban a llegar hasta allí. Salí casi volando hacia el exterior y examiné hacia donde estaba el estacionamiento. Rachel salía del auto.
—¡Rachel! —le grité. Ella levantó la vista y me sonrió. Y entonces un auto negro salió de la nada y se detuvo a su lado. Unos hombres salieron de allí y colocaron sobre su nariz un pañuelo —¡NO!
Corrí hacia ellos pero fue demasiado tarde. Se la llevaron.
