Aviso: Como es usual ya para la recta final del fic, nos vemos en 10 días. Quiero aprovechar el tiempo antes de que sea el final y me toque hacerle duelo.
Capítulo XXXVII.
Magia
I.
Parte del templo quedó hecha trizas, completamente devastada. Al menos, toda la estancia principal. Katsuki no tiene tiempo de lamentarse por las rocas hechas trizas. A veces así pasa. Las cosas se destruyen para que otras puedan existir. Pero en ese momento no sabe si hay una razón, si décadas después tendrá sentido el rostro desencajado de Izuku al ver el templo en pedazos. Su expresión no pasa de allí, observa Katsuki, porque el culto a La Madre es mucho más que los ostentosos templos construidos después de su muerto. A pesar de todo, entiende que Izuku los encuentro hermosos y pacíficos.
Y eso es todo lo que no son los restos del templo de Jaku.
—Necesitamos encontrarlos, Katsuki —dice Izuku y su voz suena seria y determinada—. Entonces podrás llamar a los demás y yo podré… —Suspira. Katsuki todavía no entiende exactamente qué pretende—. No pudieron ir lejos. No tienen la magia de…
—Kurogiri —completa Katsuki, recordando el nombre al que responde el cuerpo del príncipe Oboro Shirakumo.
—Probablemente Tomura tenía un plan de escape, pero si quiere venganza, no debe de estar lejos. —Izuku entorna los ojos, intentando concentrarse de nuevo. Respira pesadamente y sólo así Katsuki nota lo mucho que le cuesta mantener la cabeza centrada, entre el miedo y la desesperación que lo embarga—. Ya nos tiene en su terreno. Tenemos que ir a hasta él, de nuevo. Y sabe que no lo dejaremos pasar. Ni tú ni yo. Porque somos obstinados y él no es…
Divaga, pero Eijiro olfateando el aire lo interrumpe.
—Apesta —murmura—. No me gusta estar aquí. ¿No lo sienten?
Izuku intenta olfatear, pero siente la magia que no es pura de manera muy leve. No se parece a las visiones del pasado.
—Algo —admite, de todos modos.
Eijiro vuelve a olfatear y Katsuki se queda mirándolo. No sabe si tiene sentido o no lo que está haciendo, pero Izuku lo está mirando con interés. Algo debe estar pensando.
—Hacía allá… —Eijiro señala en una dirección arbitraria— huele un poco más. Más fuerte. Más penetrante. Como si todo se estuviera concentrando hacia allá.
Los ojos de Izuku se iluminan.
—Oh, ¡eres un genio! ¿Hacia dónde está el norte? —pregunta al aire, y empieza a orientarse. Katsuki es mucho más rápido que él.
—Allá. —Señala. Está intentando seguir el curso de pensamiento de Izuku.
—¡Y el manantial de Jaku está hasta el noroeste del templo…! —El príncipe acaba de descubrir algo; Katsuki sabe que a él le falta información—. ¡Claro! ¡Nos atrae hasta el manantial! Le aluden propiedades mágicas a su agua y si Tomura es la fuente… No, no la fuente. No sé cómo explicarlo… —Katsuki alza una ceja. Observa como el dragón lo está mirando con los ojos muy abiertos—. La magia corrupta de estas tierras rodea a Tomura. Es su fuente, su destrucción, su… todo. ¡El olor tiene sentido! Tenemos que ir en su dirección.
Katsuki bufa. Izuku lo nota.
—¿Puedes caminar?
—Tendrás que ser mi bastón príncipe.
—No puedes pelear así. —Katsuki no sabe a dónde va a parar esa conversación, pero tampoco quiere averiguarlo.
—No voy a dejarte solo.
Lo dice con una voz severa, dura, imprime en ella todo el miedo a perder a Izuku. El príncipe no discute. Le tiende la mano.
Se abren paso hasta el manantial de Jaku.
A pesar de la norma común, el agua del manantial de Jaku es salada como las lágrimas; los bardos aseguran que es así y no de otra manera porque nació de la tristeza. Es un lugar a donde acudían todos aquellos que se encuentran perdidos o en duelo. Sus aguas invitaban a que cualquiera sumergiera en ellas sus pies y encuentre paz, sosiego; quizá solo un momento para poder procesar un duelo, una tragedia, un desencuentro. Eso fue, por supuesto, antes de la caída del Reino Shirakumo, antes de su decadencia, antes de la muerte qué lo convirtió en las Tierras Malditas. Muchos años antes, cuando Katsuki empezaba a soñar con ser rey mientras se acercaba a la adolescencia e Izuku era apenas un niño, la gente acudía al manantial de Jaku para ofrecerle sus penas, sus lamentos y sus pies. Decían que el agua curaba todos los males y podía con todos los pesares.
Antes. Ahora Katsuki no sabe lo que van a encontrar, aunque recuerda la historia desde los labios de Izuku, que lo ha inundado, desde el momento en el que le regaló la Gran Biblioteca, con su voz qué narra historias con una pasión qué Katsuki nunca ha visto en alguien más. Ni siquiera la voz tranquila de Masaru Bakugo sentado frente al fuego se me acerca. Si Katsuki puede vivir sin un odio desmesurado al sur, una tierra a la que aprendió a ver con cautela y resentimiento, al oír las historias de los pueblos asqueados, las mujeres robadas, los niños huérfanos, es por Izuku. El príncipe es capaz de relatar su tierra en sus momentos más benévolos y más bárbaros, cubriéndola de los complicados claroscuros de la historia. Su voz narra la gente y la tierra con una sinceridad que sólo se encuentra en las historias pasadas qué nadie sabe si son verdad.
Del príncipe, Katsuki ha oído sobre Jaku. Un Jaku vivo, donde camina la gente, se oyen los perros y la gente se acerca al manantial, buscando encontrar a La Madre. Izuku lo conoce porque lo narra, aunque nunca antes hubiera puesto un pie en aquel templo y aldea o en su manantial. Ahora se enfrentan a la desolación qué choca con las historias de Izuku.
Y quizá, piensa Katsuki, si logran volver el destino al revés, un día Jaku volverá a tener gente y el templo volverá a erigirse.
Katsuki no comprende el sur. No le interesa conocerlo más que en la boca de Izuku. Pero al menos, se duce, puede respetar la determinación de un príncipe para enfrentarse al destino.
Camina a su lado. Arrastra una pierna, pero se niega a quedarse atrás. Es pura terquedad, pero tiene una estrategia.
No necesita la pierna si Eijiro se convierte y puede pelear sobre él. Además, ni siquiera necesita enfrentarse a todo cara a cara. Necesita proporcionarle espacio a Izuku para que se acerque a Shigaraki. No va a aferrarse a su venganza, porque ya no le alcanza el odio. Puede admitir para sí mismo que no puede enfrentarse al hechicero en igualdad de condiciones.
Y Nana Shimura le pidió a Izuku que fuera él su destino.
—¿Estás bien? —pregunta el príncipe, al verlo retrasarse, aún aferrado a uno de sus hombros.
—Maravillosamente.
—¿Estarás bien? —Hace, esta vez, en énfasis en el futuro, en voz más baja, probablemente buscando que Eijiro, unos pasos adelantes, siguiendo el aroma, no los escuche.
—No te atrevas… —Katsuki aprieta los dientes un momento—. No te atrevas, Izuku; no puedes tenerme lástima.
El príncipe frunce el ceño.
—La preocupación no es lo mismo que la lástima.
Katsuki aprieta los labios. No están muy lejos del manantial y serán víctimas de una emboscada en cualquier momento. Eijiro está alerta para convertirse al primer indicio de magia. Katsuki también está listo.
—Estaré bien —asegura—, confía en mí.
Izuku asiente.
La preocupación sigue pintada en su rostro, pero no dice nada más. Katsuki lo entiende. «Confío en ti, Kacchan».
El sur es terrible. Sus historias desde la voz de Izuku lo vuelven todo más hermoso y mucho más poético. Las desgracias tienen algo bello escondido en ellas cuando Izuku las narra. Es capaz de hacerlo creer que, efectivamente, el manantial de Jaku nació de las lágrimas de aquellos que lloraron a Nana Shimura. Pero a la hora de la verdad, Katsuki sólo puede ver un cuerpo de agua salada, enclavado en medio de una tierra maldita.
Piensa que en un pasado fue hermoso.
En ese momento, todavía a lo lejos, pero cada vez a menos distancia, tan solo es una trampa.
Eijiro se detiene.
—Esperen.
Es un momento, visto y no visto.
Eijiro se transforma con un rugido antes de que el fuego lo cubra todo y levanta a Katsuki y a Izuku con sus garras. No es la manera más fácil de volar o de moverse. Katsuki está acostumbrado a esos gestos de Eijiro, tan impulsivos como sólo pueden serlo en medio de la batalla. El Rey Bárbaro alcanza a ver al mago de fuego, Dabi, antes de alzarse en el aire en el aire. Izuku grita. Una bruja, en el piso ríe. El hombre lagarto usa una lanza, pero Eijiro es rápido para esquivarla.
Al final todos los movimientos de una batalla son desesperación.
—¡Ponme en tu cabeza, carajo! —grita Katsuki. Izuku sigue gritando, aferrado como puede a la garra. El Rey Bárbaro se dirige a él—: ¡Te abriremos paso, pero debes tener cuidado! ¡Sujétate bien un poco más!
Eijiro le hace caso cuando se alza un poco más en el aire, esquivando otra lanza y el fuego que amenaza con comérselo todo.
—¡Katsuki! ¡Rompe el collar!
—¡Confía en mí! —responde él.
—¡Katsuki…!
—¡CONFÍA EN MÍ!
Izuku no es el único buen estratega allí. Katsuki puede reaccionar en segundos, eso debe de contar para algo. Se acomoda entre los cuernos de Eijiro. No puede hacer mucho desde allí, sin una lanza, pero los enemigos tienen suficientes. Robar una no será difícil.
—¿Qué tan cerca del suelo puedes volar a la mayor velocidad posible? —pregunta.
Mientras lo dice, busca a Shigaraki con la mirada, quien sonríe, envuelto en una raída capa roja, en medio de todo y de todos. Protegido. No puede hacer gran cosa contra ellos en el aire.
Eijiro gruñe.
—¡Deja a Izuku allí! ¡Y luego tenemos que dar vueltas en círculos en torno a él! ¡Lo más rápido que puedas!
Planea crear una barrera con las escamas de Eijiro. Aferra el collar de copo de nieve que le dio el príncipe Shouto Todoroki. Ya sabe lo que hará. Sólo le queda confiar en que todo saldrá bien.
—¡AHORA! —grita.
Nunca se ha convertido en el escudo de otro como lo hace en ese momento. Ve a Izuku aterrizar y apenas ponerse en pie antes de que la bruja lo alcance, pero Eijiro la derriba de un aleteo. Katsuki mira el suelo, buscando algo que brille.
No están demasiado lejos de agua. Los pies de Shigaraki tocan la orilla; Izuku está a unos metros. Katsuki se obliga a no mantener la vista pegada en la espalda de su esposo, porque de otro modo no puede protegerlo.
—¡La próxima lanza que veas, recógela si puedes! —le grita a Eijiro.
Dan una vuelta; se acercan al agua.
Otra vez. Izuku se defiende sin fijarse mucho. A Katsuki le sorprende todo el progreso del príncipe, pero ese no es momento de notar esas cosas. Supervivencia es supervivencia.
La siguiente vez que están a punto de pasar junto al agua, el Rey Bárbaro arranca el collar de su cuello, lo lanza en el aire, desenvaina su espada y le da un golpe que lo convierte en una lluvia de cristal mágico. Algo truena en el aire. La magia está viva. El agua se mueve y lleva el milagro.
La magia de portales es una de las más peligrosas que existen. Está conectada con los deseos y con el agua. Y es una suerte, comprende Katsuki, cuando ve el agua congelarse brevemente y luego romperse en mil pedazos.
Nunca ha visto algo como eso.
La magia de portales está lejos de toda comprensión posible y sólo unos cuantos magos con conexiones con el agua son capaces de dominarla con un poco de ayuda. Es una magia colaborativa, porque un solo mago no puede abrir una puerta con su energía. La magia de portales es el esfuerzo de muchos.
Además, es imposible abrir un portal sin un ancla del otro lado.
Katsuki —el collar— fue el ancla.
El príncipe Shouto Todoroki se materializa sobre el agua, de un momento a otro. El cabello largo ondea con el aire, hay dos trenzas a cada lado de su cabeza que se dirigen hasta el medio chongo sobre el que coloca su peineta. Bajo el atuendo de mangas anchas, azules, llenas de copos de nieve bordados con blanco plata, se alcanzan a ver todavía las vendas de sus brazos, de su cuello y de su pecho. Pero Katsuki lo ve con los ojos entornados, la mirada decidida.
Y tras él, Denki y Mina y nadie más. La magia de los portales no puede transportar a demasiada gente y es todo un milagro que el apoyo no sea sólo el príncipe Shouto Todoroki.
Katsuki ríe.
—¡Te lo dije, ¿no?! —grita esa vez, en dirección al príncipe Shouto Todoroki—. ¡Te dije que te traería hasta aquí!
El príncipe usa el hielo para moverse. No le hace casi a nadie más más que a su no difunto hermano.
—¡Shouto! —grita Dabi y el fuego se alza tan algo que Eijiro debe elevar un poco el vuelo. El hielo del príncipe evita que todos terminen achicharrados.
Al final, todo es desesperación.
Izuku está cada vez más cerca de Tomura Shigaraki. Lo ve a lo lejos. Blande la espada con la seguridad de un guerrero, pero no ataca. Sólo se defiende y eso hace su movimiento mucho más rápido, mucho más confiado que si estuviera atacando a alguien conscientemente.
Eijiro aleja a todos los que pretenden acercarse, levanta una lanza en su boca y la lanza en el aire para que Katsuki pueda cacharla. Katsuki se aferra a sus cuernos y se agacha la siguiente vuelta que dan. Su puntería es impecable. La lanza contra la bruja rubia, Himiko Toga, cuando se acerca a Izuku. Le da en una pierna, limpiamente.
—¡Muere!
El grito es música para los oídos de Katsuki.
—¡Eijiro! —grita a alguien, desde el suelo.
Es Denki. Alza los brazos y salta. Eijiro toma un desvío rápido, ahora que no están solos, para recogerlo con la mandíbula y luego lanzarlo por los aires para que aterrice en su cabeza. Katsuki sonríe a medias al verlo, pero el mago ni siquiera le presta atención. Abraza las escamas de Eijiro un momento.
Katsuki cumplió su promesa.
Se pone en pie, apoyado en uno de los cuernos de Eijiro.
—¡Katsuki! —exclama—. ¿Sabes que conduce perfectamente la electricidad? —pregunta. Denki sonríe de lado. Katsuki no alcanza a responder a la pregunta retórica—. ¡El agua!
—Ten cuidado —espeta Katsuki. Mira a Izuku. Va directo hacia Shigaraki, al borde del agua.
—Lo tendré… —jura Denki—. Aquí no puedo abusar de la magia. Todo el ambiente está…
—Maldito, lo sabemos —responde Katsuki.
—Inestable —continúa Denki, como si el Rey Bárbaro no lo hubiera interrumpido—; una chispa podría acabar con todo tal cual y como lo conocemos.
Eijiro no se detiene. Le consigue otra lanza a Katsuki y el Rey Bárbaro la usa para derribar al hombre lagarto. Su puntería no es mala, pero sólo le da en el brazo y es la fuerza del impacto la que lo hace caer. Por suerte, Mina se enfrenta a él antes de que tenga tiempo de incorporarse para volver a ir hasta Izuku.
Por fin, el camino está libre.
Izuku Midoriya y Tomura Shigaraki.
El destino choca. El manantial llora. Es en ese momento, cuando lo ve brillar contra sol, que comprende que sí está lleno de lágrimas y justamente en eso reside su belleza. «Hay fuerza en las lágrimas», recuerda haber oído a Izuku. Un viejo dicho de la reina, le dijo el príncipe muchas lunas atrás. «Hay una fortaleza especial en la vulnerabilidad».
Quizá ese es el poder de Izuku.
«Hay fortaleza en mostrarse vulnerable», comprende Katsuki, cuando lo ve frente a su enemigo.
Izuku baja la espada, sólo un poco. Está a lo lejos. Katsuki alza la vista al cielo y le reza a una diosa-mujer en la que no cree, pero acaso lo escucha.
«¡Cuídalo!», le implora a Nana Shimura.
II.
Izuku Midoriya tiene miedo.
Es lo primero que siente cuando Eijiro lo deja en la tierra, a merced de los villanos que han intentado arrebatarle la vida y aquello que más ama una y otra vez. Diría que no lo entiende, pero le queda claro, al menos en el caso de Tomura Shigaraki, que ansía recuperar el poder que nunca tuvo. Ansía volverse, quizá, dueño de si mismo, mientras destruye un mundo que nunca fue amable con él —y, cuando lo fue, tuvo el rostro engañoso de Hisashi Midoriya—; nunca nadie le tendió una mano. Un abrazo.
Así pues, amarra al miedo tanto como puede y se mueve al frente. No ve otra cosa.
Distingue a Katsuki, quien junto a Eijiro le cuida las espaldas. Se siente cuidado y protegido.
Ve a Shouto cuando aparece desde el agua. Y ve su hielo y su fuego con el rabillo del ojo. Si lo mirara con atención, después podría describir con exactitud sus movimientos majestuosos. Pero sólo mira a Shigaraki, de pie en el agua, esperándolo. Parece que quiere tenerlo cerca, pero en su territorio e Izuku no le va a negar la oportunidad.
Ve a Mina lanzarse contra el hombre lagarto.
Ve a Denki que se encarama a Eijiro.
Ve, pero no mira y a su alrededor sólo se escuchan gritos que no entiende. Tomura Shigaraki está frente a él e Izuku encara su destino.
De repente, ya casi no hay distancia entre ellos. Izuku baja la espada un poco.
—Tenko —llama.
Shigaraki se ríe. Suelta una carcajada que tiembla en el aire.
—¡Ese ya no es mi nombre!
El tiempo parece detenerse entre Tomura y él, pero Izuku nunca es más consciente de todo lo que ocurre. Los gritos, la desesperación, los golpes, la sangre. El aire carga ese aroma salino y férrico que deja la sangre al derramarse. Ya no más, piensa, ya no más. No más odio. Cómo se puede seguir cuando la única opción es enfrentarse al otro con la espada y derramar el odio en alguien más. Busca en el rostro de Tomura cualquier rasgo de Tenko Shimura, cualquier pista, cualquier cosa. Un rastro del niño asustado que merecía un abrazo en sus recuerdos.
¿Existirá todavía?
—Me enseñaste tus recuerdos —dice. Mantiene la espada en guardia, pero no tan amenazante. Quiere esperar. Un momento. Ver cómo terminará aquello.
—Tu padre nunca me escondió nada sobre ti —admite Tomura.
No lo ataca, todavía no.
Cuando Tomura menciona a su padre, hay verdadero cariño en su voz. También hartazgo: el de un hijo adolescente —aunque el hechicero ya no lo sea— que quiere ir contra las normas impuestas, aunque no las odie categóricamente. Pero hay cariño y eso todavía le deja a Izuku un vacío. Quizá Tomura lloró más —y sintió más— la muerte de su padre. Izuku la conjura y se mezcla con golpes y otra clase de horrores; se mezcla con toda la manipulación, con todas las veces que Hisashi Midoriya, el difunto rey, le hizo daño. Pero Tomura lo quiere porque le tendió la mano cuando nadie más lo hizo y le dio un nombre.
Lo manipuló para que toda la magia que alberga en su interior fuera suya, también, pero no cabe duda que el Rey fue mejor padre para Tomura que para Izuku.
—Así que era justo que supieras por qué deseo matarte —le dice—. Tú y tu elite… Nacieron en camas de plumas y sábanas de las más finas telas. Nunca miraron a los desgraciados, nunca miraron a esta tierra. ¡Dijeron que protegerían al mundo a costa de hacerle daño a los suyos!
«Lo entiendo», quiere decir.
Lo sabe.
Hisashi Midoriya, en su campaña contra el norte, nunca se alzó como un conquistador despiadado frente a los suyos. Contó una historia retorcida, a la que dio vueltas hasta que se volvió verdad, incluso en los oídos de Izuku.
El príncipe no sabe cómo acabar con el odio de Tomura; tampoco puede perdonarlo.
Pero nadie nunca ha intentado acallar su magia.
Incluso Hisashi Midoriya la alimentó. Poco a poco, para usarla a su favor. Su padre lo quería por la magia.
—¡No puedo permitir que dañes a alguien! —grita Izuku—. No puedo, no puedo…
—¡No eres diferente del resto!
Tomura se acerca.
—¡No saliste de tu palacio! ¡No viste el mundo a la cara!
Otro paso. Izuku lo ve venir y sólo se pone en guardia. Defensa primero. No ve al resto. Oye los gritos, los golpes, pero no los ve. Si aparta los ojos de Tomura, perderá de vista lo que está intentando. Su magia. Necesita sentirla, oírla, apaciguarla.
—¡Pobre príncipe Midoriya en un lecho de plumas!
«Ese no es mi nombre». Pero quizá tiene razón. Se encerró entre las historias y la biblioteca y no entendió las diferencias entre el norte y el sur hasta que conoció a Katsuki. No creyó por completo las historias del norte bárbaro hasta que sus ojos tuvieron que desmentirlas. No hizo un plan para acabar con la corona hasta que no tuvo otra manera de enfrentar el mundo.
—¡De todas maneras no permitiré que dañes a otros! ¡No puedo dejar que aquellos a los que amo sufran daño!
Si lo permitiera, qué clase de guerrero y hombre sería.
Tomura estira su mano para tocarlo. Izuku la repele esa primera vez. Tan sólo un toque podría acaba con él.
Golpea tan fuerte como puede, aunque la magia del hechicero lo proteja, y Tomura Shigaraki se tambalea hacia atrás. Y entonces ya no hay más gritos entre ambos, Izuku busca debilitarlo y Tomura desea acabar con él. O apresarlo para matarlo frente a Katsuki. No lo sabe, sólo no está dispuesto a que ocurra. Aunque ya ha peleado antes, una y otra vez, por su vida, por primera vez cobran sentido todas las lecciones de Katsuki, todas las prácticas con Kyoka. Fueron todas para ese momento en particular, para defender su vida y todo lo que cree. Tomura es tan sólo destrucción sin concierto alguno, Izuku quiere construir algo. Dinamitar todo para llevar la paz, no la sed de sangre que busca el hechicero.
Arremete una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.
No se detiene, no se cansa.
Lo hace hasta que Shigaraki cae al agua y ya no puede incorporarse.
—De todos modos, un simple fierro como una espada, nunca será suficiente contra la magia y la hechicería y…
—Lo sé —responde Izuku.
Tomura Shigaraki intenta volver a ponerse en pie. Tan solo consigue incorporarse a medias. Suelta un quejido de animal a medio morir y a Izuku le da lástima.
La espada es sólo una espada. Sí, es la espada de Masaru Bakugo, el padre de Katsuki, pero es tan solo un arma incapaz de levantarse por sí misma, sin alguien que la blanda. Es sólo eso. Izuku la deja al borde del agua.
—Lo sé —repite, para convencerse de que hace lo correcto. Todo está en sus manos—. Lo siento.
El toque del hechicero no busca a Izuku; el príncipe pone sus manos sobre él.
Tomura no entiende lo que pretende e intenta resistirse, pero Izuku busca cualquier rastro de magia. Nunca la ha sentido en carne propia y no entiende su lengua, pero quizá eso sea lo que la magia acumulada y maldita que se hizo un hogar en Tomura Shigaraki. El dolor puede entenderse en cualquier lengua e idioma. Y eso es lo primero que siente Izuku.
Un dolor tan grande como ningún otro. El dolor de la magia presa, cautiva, atesorada por años. El dolor que se unió a la rabia y a las lágrimas de Tenko Shimura para arrebatarle su identidad a la que más tarde Hisashi Midoriya daría nombre y sentido. Siente que lo inunda, que intenta destrozar su cuerpo. Pero Izuku lo entiende. Entiende los dolores grandes y las penas que no se pueden cargar. Entiende el dolor de la magia alejada de todos aquellos que puedan entenderla. Lejos de los árboles, de los bosques, del agua, de los guardianes, de los magos, de las estrellas, de las brujas, de los hechiceros.
La magia lo embarga y grita.
Alguien suelta un alarido e Izuku no se da cuenta de quien es hasta que siente como si se desgarraran sus cuerdas vocales.
La magia de las Tierras Malditas lo inunda y él intenta regalarle la libertad. La entiende. Comprende el dolor y el odio y lo siente en carne propia.
No es necesaria una espada con sus dos hojas filosas para desgarrar una garganta. Una espada no puede cortar la magia, porque nadie puede acabar con el lenguaje mismo del mundo. Izuku sólo le tiende su mano y le ofrece otra casa. Una mucho más benévola, le ofrece la comprensión, aunque no hable su mismo lenguaje. Le ofrece el mundo que le fue negado tantos años, cuando los ancestros de los Shirakumo pretendieron controlara. Le arranca todo a Shigaraki y lo transforma.
«Lo siento, lo siento, lo siento», piensa. Es una cantinela dentro de él. Ojalá alguien te hubiera tendido una mano, Tenko, piensa. Ojalá todo esto nunca hubiera pasado,
Pero el pasado es inamovible y sólo cambia en cómo es narrado. Sólo puede afrontar sus consecuencias.
Al final, es casi como si estuviera abrazando al hechicero. La magia lo inunda. Cruza desde él hasta el mundo. Vuelve a ser libre, porque Izuku le regala todo su corazón para volver a purificarla. La magia no es buena ni mala, simplemente es. El problema de la que tiene Tomura dentro es que quisieron obligarla.
La frase de Mitsuki Bakugo tenía razón. «Que el amor y la magia conquisten todas las tempestades».
Izuku le regala todo el que tiene y, cuando no puede más, se desploma en el agua. Tomura Shigaraki se desploma a un lado de él.
«Ya está», piensa, «ya no hay más magia maldita».
El aire está fresco, piensa, por primera vez desde que lo llegaron allí.
Mientras cierra los ojos, oye un grito cerca de él.
—¡Izuku!
Un rayo rompe el aire y algo lo saca del agua antes de que la electricidad la toque.
—Izuku…, Izuku…
—Déjalo, lo vas a estrangular así. Está respirando.
—¡Maldita bruja!
—¡Katsuki, tienes que dejarlo!
Izuku tose. Las voces lo confunden. Despierta en el pecho de alguien y el mundo brilla demasiado como para que el sepa quién es. Intenta alzar las manos, pero todo el cuerpo le duele.
—¡No te muevas! —La voz de Katsuki lo devuelve a la realidad de un golpe. Lo tiene en brazos, entiende Izuku. Vuelve a toser—. No sé que demonios hiciste, pero…
—¡Déjalo en paz! ¡Tengo que vendar sus manos y ponerle ungüento! Las tiene destrozadas…
—¿Mina…? —pregunta. Está perdido. No entiende lo que pasa. Todo es confuso alrededor.
—Lo está apabullando —dice otra voz.
—Corazón, deberías descansar, no intentar…
—¡Estoy bien! ¡Estoy bien! —«Ese es Denki», comprende Izuku—. Sólo es una cicatriz.
—Que te recorre todo el brazo. Descansa. —Ese es Eijiro. Izuku nota un tinte preocupado en su voz, aunque no puede verlo.
—¡Mina, el ungüento!
—¡No me apresures, Katsuki!
Izuku siente que alguien levanta sus manos y manipula sus dedos. Intenta levantar la cabeza o la vista y sólo se ve unas manos mucho más llenas de cicatrices que antes. Sí, se ven destrozadas. Sintió toda la magia de Shigaraki en a punta de sus dedos.
—¿Kacchan…? —llama.
Eso parece calmar al Rey Bárbaro, que se inclina para pegar su frente con la de Izuku en una posición que no parece muy cómoda.
—Aquí estoy. —Lo dice en un tono mucho más suave y amable que con el que se dirige al mundo—. Aquí estoy.
Izuku abre la boca. Su voz sale.
«¿Qué… qué ocurrió…?»
—Descansa —dice Katsuki, al ver como intenta hablar—. Por ahora descansa.
La oscuridad vuelve a tragárselo e Izuku no puede hacer nada contra ella. Sueña con su madre, con Katsuki, con Tenko Shimura y con Tomura Shigaraki. Suena con su padre en sus peores y en sus mejores momentos. Sueña con su boda. Sueña con los pies de su madre y con sus historias.
Sueña con Nana Shimura, que se arrodilla ante él y le dice: «gracias»:
Despierta mucho más tarde, al amparo de un techo de paja a punto de caerse. Se da la vuelta y nota que están en una de las propiedades abandonadas de Jaku. No está solo. Shouto Todoroki está acostado cerca de él, de nuevo cubierto de vendas. También, Denki está sentado en el piso, contra la pared, medio dormido. Cuando se da cuenta que está despierto, se pone de pie de un salto.
—¿Denki? ¿Qué…?
—¡Espera, iré por Katsuki! Dijo que fuéramos por él en cuanto despertaras.
—¡No, espera…!
Pero el mago no le hace caso y sale antes de que Izuku pueda detenerlo. Se da la vuelta y nota que Shouto Todoroki lo observa.
—¿Príncipe…? —pregunta Izuku.
—Está bien —dice Shouto—; no sé que fue lo que hiciste, pero todo está bien. Estas tierras ya no están llenas de magia que apesta a resentimiento. —Suspira y después mira al techo. A Izuku hay una pregunta que le quema la lengua, pero no sabe si es pertinente hacerla—. Mi hermano… —dice Shouto y se detiene, dudando—. Está muerto.
—¿Tú lo…?
Shouto niega con la cabeza.
—Su propio fuego lo traicionó —respondo Shouto—, al final. Cuando tenías las manos sobre Shigaraki, el hechicero. La magia se descontroló un momento y su fuego se lo comió. A Denki lo impactó uno de sus rayos, pero por su naturaleza pudo soportarlo —informa después—. A mí un hielo… se llevó una parte de mi piel… —Le enseña el brazo vendado—. Pero mi hermano… —Se detiene, parece calcular sus palabras—. Cuando me entrenaba, mi padre siempre decía que mi hermano era mucho más débil que yo. La magia se había equivocado con él, decía. No sé si lo sentía realmente o si sólo lo decía por ser despectivo. Nunca pude… Mi padre estaba peleando con él, todo el tiempo. Nos apartó. Estaba convencido de que un día nos haría daño. Y al parecer… no se equivocaba.
—Lo siento —dice Izuku. No le sale ninguna otra palabra.
—Sólo desearía que no hubiera acabado en esto —dice Shouto—. Mi padre… No sé que pretendía. Él me mirará a los ojos y me jurará que tenía la mejor de las intenciones. Quizá sea una mentira que incluso el crea. Pero Touya murió dos veces y nunca nadie… Yo ni siquiera… Ni siquiera sé si soy capaz de entenderlo. —No deja de mirar al techo, no se atreve a mover los ojos—. Nunca había conocido tanto odio.
—Lo siento —repite Izuku.
—Gracias
Después de eso, Shouto Todoroki se queda callado.
Izuku intenta levantarse y lo logra. Tiene las manos vendadas y están inútiles. No puede usarlas. El resto del cuerpo le duele, aunque menos. Intenta ponerse en pie y lo logra sin tambalearse.
Se asoma hasta la puerta. Efectivamente, están en la ciudad muerta de Jaku.
Ve al cielo cuando alguien prácticamente se le lanza encima.
—¡Izuku!
—¡Kacchan!
Quiere reñirlo, porque está débil y no puede lanzársele así. Pero Katsuki lo aferra con tanta fuerza, con tanta desesperación y no se atreve.
—No deberías estar caminando.
—Puedo caminar —repone Izuku—. No sé qué pasó, necesito… ¿Shigaraki está…?
—No está muerto. —Katsuki frunce el ceño.
—¿Vivo, entonces?
—No, tampoco. Bueno, su corazón late, pero… —Katsuki suelta un bufido—. Le ocurrió algo, cuando le pusiste las manos encima. Ven. —Katsuki lo conduce hasta la siguiente habitación, a tan sólo unos pasos. Allí descansa Tomura Shigaraki. Por primera vez desde que Izuku lo conoce, parece pacífico—. Creímos que sólo habías noqueado, pero… Mina intentó despertarlo, para interrogarlo. Dijo que no quedaba en él más que un rastro muy débil de magia, que es la que lo mantiene dormido —informa—; no cree que despierte. No cree que sea capaz. Planea depositarlo en alguna parte y hacer un sello mágico. Para que nadie… —carraspea— disturbe su sueño. —Katsuki alza la vista hasta Izuku—. No sé cómo le quitaste su magia, pero… Cuando logramos llegar hasta ti, te habías desmayado. Eijiro te sacó del agua antes de que un rayo alcanzara la superficie. Y yo te tomé en mis brazos y en mis manos y había algo raro en ti. No sabría decirlo…
Izuku busca la mano de Katsuki con la suya. No puede aferrarla porque la suya está cubierta de vendas.
Katsuki toma las vendas entre sus manos y alza el brazo de Izuku, para besarlo.
Los interrumpe una descarga que recorre el cuerpo de Izuku; algo parecido a un rayo de color verde.
—¿Qué está pasando? —pregunta.
—No sé —reconoce Katsuki.
Izuku respira hondo. Inhala. Exhala. El rayo, aunque más tenue, sigue dentro de él.
«Magia».
Notas de este capítulo:
1) Estoy convencidísima de que Katsuki acepta conocer el sur desde las historias de Izuku. Las historias pueden presentarnos otros mundos y contarnos verdades disfrazadas de ficción o envueltas en ficción. Pasa con muchos mitos, por ejemplo. De hecho, las historias son otras formas de acercarse a la realidad. El otro día que estaba leyendo La historia interminable de Michael Ende —uno de mis libros favoritos— me acordé.
2) Sí, esta pelea no se gana con una espada. No es que no me gusten las espadas —son maravillosas y geniales en las barbillas de la gente—, pero el poder de Izuku es su benevolencia, su amabilidad, su deseo de ayudar a otros. En este caso, es matar a Tomura Shigaraki y a su magia para salvar a Tenko Shimura. Que ya veremos como acaba en el siguiente capítulo, que pretendo hacer tan largo como sea necesario para que me dé tiempo de cerrar en cuarenta.
3) ¿El final? Uh, pues se los explico en diez días, pero obvio que pueden ir adivinando que ocurrió.
Andrea Poulain
