Aviso: Secuela del fic Life Unexpected. Los personajes y todo lo que reconozcan pertenece a JK Rowling.

.


.

37. El final del túnel

Uno de los peores recuerdos que Mar guardaba sobre la muerte de su familia era el shock.

El dolor había sido insoportable, peor que cualquier cosa que hubiera vivido o que se hubiera imaginado llegar a vivir. Por días, estuvo segura de que no podría superarlo. El sufrimiento iba a consumirla entera, devorarla hasta convertirla en nada, y ella iba a dejarse ir, sin ejercer la mínima resistencia.

Y, aun así, esa no fue la peor parte.

Fueron los segundos antes; ese momento eterno que pasó entre ver la marca tenebrosa sobre el techo de su casa y comprender, finalmente, lo que significaba. Lo peor había sido ese sentimiento de completo adormecimiento, de estar flotando fuera de su cuerpo, solo esperando. Esperando por el dolor que iba a llegar, por la confirmación de la noticia que su subconsciente ya había comprendido.

Esperar por el segundo en que toda su vida se cayera en pedazos.

Con el cuerpo inconsciente de Sirius en sus brazos, el adormecimiento de todos sus sentidos volvió a aparecer.

No tardó en perder la noción del tiempo y del espacio. Se olvidó de dónde estaban, de lo que estaban haciendo y alrededor de quienes estaban. Ni siquiera estaba percibiendo el miedo, o la desolación. Lo único que pasaba por su mente era una simple y repetitiva plegaria.

Por favor… Por favor, no me dejes.

Más tarde, no recordaría cuánto tiempo estuvo ahí sentada, sosteniéndolo con firmeza mientras trataba de escuchar los latidos de su corazón, convenciéndose de que no eran solo los suyos. Pudieron pasar diez minutos o dos horas; no hizo ninguna diferencia cuando el lugar volvió a llenarse de personas. Esta vez, por miembros de seguridad y servicios de emergencia del Ministerio.

Un par de integrantes del equipo de San Mungo se acercó a ella, haciéndola apretar a Sirius con más fuerza. No se grabó sus rostros, pero sí la delicadeza con la que le explicaron que tenían que llevarlo al Hospital para asegurarse de que estuviera bien. A pesar de su reticencia inicial, terminó por ceder y soltarlo.

El vacío que sintió cuando lo dejó ir casi termina por quebrarla.

—¡Mar! Mar… —No registró la voz hasta que la tomaron por el brazo. Se giró con lentitud, encontrándose con el rostro ansioso de Remus—. Mar, ¿estás bien?

—Yo… Sí, sí —murmuró, a pesar de que no se lo creía—. Sirius… Tengo que ir a…

—Necesito que vengas conmigo.

—¿A San Mungo? —preguntó ella, parpadeando con interés.

—Sí, pero primero sígueme —respondió su amigo, jalándola con delicadeza—. Dumbledore quiere…

—¿Dumbledore? —repitió Mar, frunciendo el ceño—. Remus, Sirius está… Tengo que ir a…

—Lo sé, Mar, pero Dumbledore quiere hablar contigo. Él…

—¡No me interesa lo que quiera ahora! —explotó, sin poder evitarlo—. ¡Lo que sea puede esperar a que…!

—Es Harry —le cortó Remus, dedicándole una mirada urgente—. Voldemort…

Una ola de entendimiento la golpeó de lleno al escucharlo decir eso.

Harry estaba en peligro. Protegerlo era la razón principal por la que habían ido a ese lugar, y ahora…

—Él está bien. Dumbledore lo resolvió —le aseguró Remus, al ver la expresión de espanto que aparecía en su rostro—. Pero… James y Lily siguen inconscientes. También los están llevando a San Mungo.

Mar dio un respingo, sintiendo como su estómago se encogía y una punzada de culpa se clavaba en su pecho.

Se había olvidado por completo de ellos; de hecho, había dejado de pensar en cualquiera que no fuera Sirius. Escuchar que sus amigos también estaban en peligro la sacudió entera, haciéndola dar un paso hacia atrás para alejarse del precipicio.

—Y si ellos no… Mientras sigan inconscientes… —Empezó a decir Remus, sin poder disimular el miedo en sus ojos—. Alguien tiene que quedarse con Harry.

Él no lo dijo, pero alguien era ella. Era la responsabilidad que Lily y James le habían confiado un año atrás. La promesa que les había hecho de que, en caso de que ellos faltaran, se aseguraría de que su hijo estuviera a salvo.

Sirius y ella. Pero él no podía responder por Harry en ese momento.

Resistiendo su inmenso deseo de quedarse a su lado, siguió a Remus hacia otra habitación, donde encontró a Dumbledore junto a su ahijado. Una descarga de más que necesario alivio la invadió cuando puso sus ojos en el chico. Lucía frágil y descompuesto, pero, como Remus había dicho, estaba bien.

—¡Harry! —lo llamó, casi corriendo hacia él.

—¿Mar? —Giró la cabeza hacia ella y pareció igual de aliviado de verla—. ¡Mar, yo…!

Lo abrazó por impulso, sin dejarlo terminar. Cerró los ojos y lo apretó entre sus brazos, pensando que, tal vez, lo necesitaba tanto como ella.

—¿Cómo estás? —le preguntó, alejándose para mirarlo de arriba abajo.

—¿Dónde están mis padres? —replicó él, mirándola con los ojos abiertos—. ¿Y Sirius? ¿Están bien?

—Ellos…

—Marlene. —La voz calmada de Dumbledore la salvó de tener que responder—. ¿Puedes encargarte de Harry mientras todo esto se resuelve?

—Sí, por supuesto —aseguró ella, sin pensarlo—. Se queda conmigo.

—Estupendo —asintió el hombre, satisfecho—. Remus, ¿te importa acompañarme un segundo? Luego puedes reunirte con ellos.

—¿Reunirnos en dónde? —preguntó Harry, sin comprender.

—En San Mungo, iremos allá ahora —le explicó Mar, tratando de sonreírle de forma tranquilizadora—. Tus padres y Sirius están en camino.

La expresión de Harry se volvió aún más lívida, y ella no pudo culparlo. Suspiró con pesadez y rodeó sus hombros con un brazo, tratando de darle algo de confort.

Entonces, tomó todos los miedos que flotaban en su interior y los escondió en una esquina apartada. No importaba cuanto quisiera sucumbir al terror de no saber de Sirius, ni de James o Lily, sin contar el desastre que había ocurrido esa noche y que iba a alterar sus vidas por completo. Todo eso podía esperar, porque Harry la necesitaba y no podía fallarle.

No podía fallarle a su mejor amiga.

Una vez más, tenía que obligarse a ser más fuerte de lo que hubiera querido. O podido.

.


.

Muy pocas veces Harry había visto a Mar nerviosa, o angustiada. Estaba seguro de que esa debía estar siendo la segunda, o máxima tercera vez que lo presenciaba.

Era buena ocultándolo, mejor que la mayoría de las personas, pero, aun así, él se daba cuenta. No lo habría hecho, de no ser por qué notó que tenía muchos de los gestos que delataban a Lily cuando estaba en ese estado. Su madre era mucho —muchísimo— más evidente, pero era obvio que Mar los había tomado de ella.

Su estómago volvió a apretarse al pensar en Lily. Giró la cabeza hacia la puerta de la cafetería, decepcionándose por enésima vez al encontrarla cerrada. Seguían sin noticias.

Tenían una hora en San Mungo, esperando que alguien les dijera algo sobre Sirius, o James o Lily. Cada minuto se había sentido como una eternidad, y entre los dos apenas estaban haciendo un esfuerzo semi decente por mantenerse animados.

Harry se hundió más en asiento, sintiendo que su cuerpo iba a rendirse al cansancio de la noche. Todavía no se había recuperado de lo que había pasado en el Ministerio… de haberse encontrado con Voldemort.

De nuevo, había estado a pocos segundos de morir, y se había salvado por pura suerte. El miedo seguía impregnado en todo su cuerpo.

Se sentía enfermo y débil, pero estaba haciendo todo lo necesario para aguantar. Por su culpa, sus padres y Sirius estaban en peligro, heridos en alguna parte de ese hospital. Lo mínimo que podía hacer era mantenerse estable por ellos; al menos, hasta que tuvieran alguna noticia.

Si Mar estaba soportando, él también podía hacerlo.

—¿Deberíamos… ir de nuevo a ver a Tonks? —preguntó en voz baja, rompiendo el silencio tenso en el que se habían hundido—. Asegurarnos de que todo siga en orden.

—Su padre debe estar por llegar. Dejemos que Remus disfrute otro rato a solas —respondió Mar, dedicándole una sonrisa que no le llegó a los ojos.

Harry estuvo de acuerdo, así que se limitó a asentir. Como Dumbledore había dicho, Remus se les había unido en San Mungo poco tiempo después de su llegada. Luego, los tres habían ido a ver a Tonks, que se recuperaba rápidamente en una sala de descanso. Había sido un alivio tener al menos la seguridad de que ella estaba bien.

Sin embargo, no habían tardado en darse cuenta de que necesitaban un minuto a solas, así que se habían marchado de forma disimulada, con la excusa de ir a coger algo de cenar en la cafetería.

Ninguno de los dos tenía estómago para nada, así que se habían limitado a pedir un té, que solo estaba sirviendo para calentar sus palmas.

—Mar, tú… ¿Crees que todo esté en orden? —se atrevió a preguntar, mirándola por debajo de sus anteojos—. Con mis padres y Sirius…

Ella respiró hondo y se mordió el labio, con una expresión llena de contradicciones.

—Puedes ser honesta conmigo —le aseguró Harry, esbozando una mueca que intentaba ser una sonrisa.

—¿Es lo que hacen los adultos? —bromeó ella, de forma muy amarga para ser gracioso. Volvió a suspirar y se inclinó sobre la pequeña mesa de la cafetería para estar más cerca de él—. Estoy segura de que los sanadores están haciendo todo lo que pueden por ayudarlos. Los tres son muy fuertes, así que no tenemos por qué esperar lo peor.

Harry tragó saliva y asintió, tratando de aferrarse a sus palabras. No era la respuesta más directa, pero tampoco quería que le diera un diagnóstico catastrófico.

Era irónico que ninguno de los dos estuviera esperando lo peor. Pero sí que lo temían.

—Es mi culpa —murmuró Harry, sintiendo un nudo en la garganta—. Si hubiera escuchado a las chicas, yo… ¡Pero los llamé, Mar! Intenté hablar con ustedes, pero no… Kreacher me dijo que…

—Lo sabemos…

—Y pensé que Lily estaba en peligro. De verdad creí que iba a matarla —continuó, dedicándole una mirada suplicante. Sentía que las palabras se peleaban por salir—. Yo no… Solo quería…

—Harry, Él te engañó. Hizo todo esto porque sabía que irías a ayudarla, que conseguiría llegar a ti —le cortó Mar, mirándolo con una empatía que no se merecía—. Todos nosotros habríamos hecho lo mismo.

—Debí adivinarlo. Debí… —Se calló a la mitad, encogiéndose más—. Fui muy estúpido.

—Ya, no seas tan duro contigo mismo. Estás vivo y a salvo. —Mar estiró una mano para tomar la suya y le sonrió con toda la calidez que fue capaz de recoger—. Después de este año de mierda, es todo lo que importa.

Eso no iba a negarlo: el año había sido una pesadilla. Y recordarlo hizo que parte de la culpa que cargaba se diluyera.

—Si me hubieran explicado… Debieron ser honestos conmigo.

—Estoy segura de que lo serán —le aseguró Mar, agregando—: Cuando despierten.

Entonces, como si el universo la hubiera escuchado y apiadado de ellos, las puertas de la cafetería se abrieron.

Harry se giró en menos de un segundo, sintiendo el corazón en la garganta, y dejando que un alivio del tamaño del cielo se apoderara de él cuando vio quien acababa de entrar.

—Ah, están aquí —dijo James, sonriendo cuando los encontró—. Los estaba buscando. ¿Cómo…?

No tuvo oportunidad de terminar su pregunta, ya que en menos de dos segundos Harry se puso de pie y llegó junto a él para abrazarlo. Cuando lo hizo, sintió que le quitaban un peso gigante de los hombros.

—Hola, niño. También me da gusto verte —murmuró su padre, rodeándolo con los brazos—. ¿Cómo estás? ¿Estás herido…?

Harry negó con la cabeza, a pesar de que no podía responder con seguridad cómo se encontraba.

—Lo siento —balbuceó, diciendo lo primero que se le pasó por la mente—. No debí…

—Ey, no importa. Ya pasó —le aseguró James con suavidad, dejó un beso sobre su cabeza y le palmeó la espalda—. Todo acabó.

Harry tomó una profunda respiración y se permitió un segundo antes de apartarse. Se frotó los ojos con las mangas de su abrigo, secando la humedad que había aparecido.

—¿Estás bien? —le preguntó Mar a James, que se había mantenido apartada para darles su espacio.

—En una pieza —respondió James, sonriendo de forma irónica—. ¿Tú?

Una sombra críptica cruzó por la mirada de Mar, que prefirió no responder directamente.

—Remus está acompañando a Tonks. Está despierta, solo la hirieron un poco… Pero no sabemos nada de Lily —le dijo, con delicadeza, y la voz un poco quebrada al agregar—: Ni de Sirius.

Harry supo que James intentaba mantener una expresión calmada por él, pero eso no impidió que notara como todo su cuerpo se tensara ante la noticia. El brillo de miedo en sus ojos tampoco fue del todo disimulado.

Se aclaró la garganta y asintió, con una expresión grave.

—Bueno, supongo que tendremos que ir a averiguarlo, ¿no?

Y eso hizo, desde luego. Se aseguró de ir a la estación de enfermeras y a la recepción a hacer todas las preguntas que tanto Mar como él habían sido muy prudentes para hacer. No querían molestar a nadie, pero a James parecía tenerlo por completo sin cuidado. Además, su carisma natural impidió que lo miraran con tanto fastidio como a ellos.

Por desgracia, todas las sonrisas encantadoras que lanzó no ayudaron mucho. Sirius y Lily seguían bajo observación, en algún lugar del hospital que nadie quiso especificar. Lo único que podían hacer era seguir esperando.

Les aseguraron que, una vez estuvieran conscientes, los llevarían a la misma sala de recuperación donde tenían a Tonks, así que decidieron ir allá. La encontraron radiante junto a Remus y a su padre, que había llegado poco antes que ellos.

Tras asegurarse de que estaba bien, Remus llevó a James a una esquina para conversar sin que los escucharan. Harry no quería ser engreído, pero tenía el ligero presentimiento de que se trataba de él.

Desde luego, no se equivocó.

—¿De qué hablaban? —le preguntó en voz baja cuando regresó con él. Estaban sentados en una de las camillas vacías, a unos metros del resto—. Remus y tú.

—Ah, él… Bueno… Estaba contándome lo que te ocurrió en el Ministerio —respondió James, suspirando, con una expresión llena de gravedad. Esa vez no pudo ocultar su cansancio—. ¿Estás seguro de que estás bien, Harry?

—Sí, de verdad —respondió, bajando la mirada—. Pero no quiero hablar de eso ahora.

—De acuerdo. Podemos esperar a que Lily se nos una —respondió James, dándole una palmada en la rodilla—. Tenemos mucho de qué hablar los tres.

Que hiciera promesas a largo plazo, dando por sentado que su madre iba a estar bien, hizo que Harry recuperara algo de tranquilidad. Sabía que estaba en la naturaleza de James ser así de optimista, aunque las cosas apuntaran en una dirección totalmente opuesta. En ese momento, era justo lo que necesitaba: ver la luz al final del túnel.

Volvió a sentirse aliviado de tener a su padre ahí, sano, a su lado. Protegiéndolo.

—Papá… —empezó a decir, bajando la mirada al sentirse avergonzado—. Sé que teníamos unas semanas sin hablar y yo… Lo lamento…

—Bah, no te preocupes por eso, niño. Estabas disgustado, y tenías razones para estarlo —desestimó él, con sinceridad. Pasó un brazo por sus hombros y lo apretó contra él—. No pasa nada, ¿está bien? Yo entiendo.

Harry tragó saliva, reconociendo el calor que se acumulaba en sus mejillas al sonrojarse. En ese momento, le parecía absurdo haber pasado todo ese tiempo evitando a James, como si hubiera hecho algo imperdonable. Su comportamiento seguía estando mal, claro, pero era parte del pasado.

El hombre que él conocía no tenía nada que ver con ese chico en los recuerdos de Snape. En el presente, lo único que importaba era que podía haber muerto esa noche, y lo habría hecho sin haber hablado con su padre en semanas.

Ya había aprendido que no valía la pena.

Apenas le dio tiempo de terminar esa reflexión; su atención fue robada por el esperado sonido de las puertas abriéndose.

Iban a tenerle grima después de ese día.

—Tiene que recostarse, ¿de acuerdo? Tiene prohibido hacer esfuerzos de ningún tipo.

—Le aseguro que lo comprendo —le respondió Lily a la enfermera que la acompañó a la habitación—. Si me permite, quiero…

No pudo concluir la oración porque, como había hecho más temprano con James, Harry se abalanzó sobre ella. La abrazó sin medir sus fuerzas, guiado por la mezcla de alivio y desesperación que se agitaba en su pecho.

—Ay, tesoro, con cuidado… —le pidió ella, moviéndose apenas para que no le presionara las costillas vendadas.

—¡Le estoy diciendo que sin esfuerzo! —exclamó la enfermera, exasperada—. Jovencito, por favor…

—No, déjelo —le cortó Lily de inmediato—. No pasa nada.

Harry le agradeció para sus adentros que no permitiera que lo separaran de ella; no creía poder soportarlo. Como el año pasado, se aferró a las ropas de su madre como si su vida dependiera de ello, seguro de que no podía soltarla, no si no quería perderse.

Aflojó el agarre para no lastimarla, pero se acurrucó más contra ella. Lily lo rodeó con un brazo —el otro estaba inmovilizado con un cabestrillo—, y suspiró con alivio contra su cabello.

Esa vez, fue imposible contener las emociones que sentía atoradas en la garganta.

—Shh… Tranquilo, tesoro, tranquilo… —susurró ella, cuando sintió las lágrimas sobre su blusa—. Estoy aquí. No llores…

La petición se le antojaba imposible en ese momento. Después de la tensión que había acumulado desde hacía tantas horas, del miedo que lo había llevado a ser imprudente e irresponsable, necesitaba desahogarse. Necesitaba asegurarse de que era real, de que no la había perdido, ni por Voldemort ni por su propia estupidez.

Lily seguía ahí, sosteniéndolo.

—Yo… Yo creí que… creí que él…

—No me hizo nada, Harry. Nadie me ha hecho nada… Bueno, después sí me lastimé un poco —admitió, bromeando para tratar de calmarlo—. Ey, mírame…

El chico sorbió por la nariz y levantó la cabeza, encontrándose con el reflejo verde de sus propios ojos y la sonrisa más cariñosa que había conocido.

—Ya todo pasó —le dijo, repitiendo las palabras de James más temprano—. Estamos bien, ¿de acuerdo?

Harry asintió varias veces y volvió a abrazarla.

Sabía que era una verdad a medias. Esa noche, le había quedado más claro que nunca que aquello apenas estaba empezando. Voldemort se había escapado de nuevo, y no iba a detenerse.

Pero sí, en ese momento, estaban bien. Y era a lo que iba a tener que aferrarse.

—Oigan, no los quiero interrumpir —les dijo James, que había estado hablando con la enfermera—, pero me acaban de hacer responsable de tu descanso, así que…

—Perfecto. Tú eres mucho más amable que ella —susurró Lily, con complicidad.

—Para ti, siempre —respondió él, esbozando una sonrisa y guiñándole un ojo.

Harry desvió la mirada, sabiendo que lo que seguía era un beso y otra de sus íntimas conversaciones sin palabras. Prefería no presenciarlo.

La acompañaron entre los dos hasta la camilla libre junto a la de Tonks, que no tardó en recibirla con un sinfín de preguntas y comentarios sobre sus propias heridas. A su lado, Remus se limitó a sonreírle a su amiga.

—Qué alivio que estés bien —le dijo Mar, acercándose para darle un abrazo rápido.

—Y tú. ¡No tienes ni un rasguño! —señaló Lily, sonriendo aliviada antes de echar un vistazo a la habitación—. ¿Dónde está…?

La pregunta quedó suspendida en el aire, regresando el lugar a una pesada tensión.

El rostro de Mar volvió a descomponerse, mucho más de lo que lo había estado antes. Entonces, Harry confirmó lo que ya había sospechado: se había estado conteniendo sólo por él. Una vez que lo vio con sus padres, a salvo, se dejó caer en una silla, sujetándose la cabeza con las manos.

Harry tragó saliva y se apretó más contra el costado de su madre, tratando de controlar el temor que lo estaba haciendo temblar.

Todavía tenían una larga noche por delante.

.


.

Pasaron un par de horas —que se sintieron eternas— hasta que finalmente obtuvieron alguna noticia.

Seguía herido y bajo vigilancia, así que no podían moverlo a la sala de recuperación donde estaban todos. Solo Mar pudo entrar al cuarto donde lo tenían, con todo el torso vendado y la pierna en alto, con el yeso que debía haberse puesto meses atrás.

No podían asegurar cuando iba a despertar, así que a Mar no le quedó más remedio que sentarse a su lado a esperar. Una espera que parecía decidida a no acabar nunca.

Era bien entrada la madrugada, y en todo el hospital no se escuchaba más ruido que los murmullos de algunas enfermeras y los pasos de los sanadores de guardia. Casi todas las luces estaban apagadas, dejando el lugar en medio de la penumbra.

En la pequeña habitación, Mar había dejado unas velas encendidas para tratar de no quedarse dormida. No lo logró, pero fue lo primero que Sirius vio cuando abrió los ojos.

Lo hizo despacio, sintiendo el peso de dos toneladas sobre sus párpados, y otras diez presionando su cuerpo contra aquella camilla tan incómoda.

¿Dónde mierda estaba?

Tenía la mente tan adormecida que, durante un segundo, después de ver la luz de las velas, creyó estar en la enfermería de Hogwarts. Se había despertado ahí un par de veces, con una escueta excusa después de una mala luna llena, y el mismo dolor insoportable que lo invadía en ese momento. Estaba seguro de que no había un hueso en todo su cuerpo que no estuviera quejándose. Como si se hubiera vuelto uno con el dolor.

Estaba por preocuparse por Remus —que se deprimía por semanas cuando algo así pasaba—, cuando logró enfocar la mirada y aclarar su mente. Un poco, al menos.

Entrecerró los ojos, confundido. Eso no era la enfermería; parecía más bien la habitación de un hospital….

De pronto, lo recordó todo.

Harry… El Ministerio… Mortífagos… Regulus… Bellatrix.

Marlene.

Sus recuerdos estaban borrosos y mezclados, pero lo último que había registrado era haber gritado su nombre antes de tener que enfrentarse a la psicópata de su prima. Todo se había vuelto negro después de eso.

Por suerte para él, no tuvo mucho tiempo para angustiarse.

Mar estaba ahí, a su lado. Había movido una silla junto a la cama, donde se había hecho un ovillo, sujetando su mano entre las suyas mientras dormía con una expresión inquieta.

Se las arregló para hablar, a pesar de sentir la boca seca.

—Mar… —la llamó, con una voz pastosa que no reconoció—. Marlene…

No tuvo que decir su nombre una tercera vez. Ella abrió los ojos de golpe, despertándose en menos de un segundo, como lo hacía alguien que no estaba teniendo un sueño profundo.

No pasó por alto la expresión de alivio que le llenó el rostro.

—¡Sirius! Estás despierto —exclamó, poniéndose de pie de un salto—. ¿Necesitas algo? ¿Te duele? ¿Quieres que llame a los sanadores?

Movió las manos por encima de su cuerpo, ansiosa, a la vez que lanzaba miradas furtivas a la puerta, debatiéndose si ir por alguien.

A Sirius le dolía todo, pero no estaba entusiasmado por la idea de que empezaran a revisarlo y tocarlo. Quiso ponerlo en palabras, pero seguía bastante adormecido. Y medicado, seguramente.

Al final, se limitó a sonreírle. Estaba contento solo con tenerla ahí.

—Um, este es un buen cambio —murmuró, tratando de sonar divertido—. Hacía mucho que no estabas tan feliz de verme.

Fue el primer chiste que se le pasó por la cabeza, seguro de que ella agradecería que tratara de quitarle tensión al momento. No fue así, para nada.

El cambio drástico en la expresión de Mar se lo dejó más que claro.

Agrandó los ojos hasta que ocuparon todo su rostro, y apretó las mandíbulas hasta casi ponerse roja.

Oh oh.

—¿Es en serio? —preguntó entre dientes—. ¿Te parece que estoy de ánimo para tus chistes?

—Eh…

—¡Es increíble que seas tan…! —Mar levantó las manos y gruñó con frustración, desde el fondo de la garganta—. ¿Sabes cuánto llevabas inconsciente? ¡Tengo horas en este maldito lugar esperando que me dijeran algo! Apenas me dejaron entrar aquí. ¡No tenía idea de…! ¡No sabía nada de ti!

Sirius parpadeó, haciendo un esfuerzo por digerir todas sus palabras tan rápido como pudiera. Hablaba muy rápido y enfadada, y le estaba costando llevar el ritmo.

—Pero…

—¡Todo el mundo está preocupado por ti! Nadie ha podido ir a casa, nadie ha dormido… ¡Y todo porque no quisiste hacerte ver esa maldita pierna! —gritó Mar, fulminando a esa parte de su cuerpo con la mirada, como si hubiera cometido una terrible infracción—. Te dije que no estabas bien, te dije que no podrías curarte solo, pero tú… ¡Tú crees que tienes todo controlado! Crees que eres invencible, pero… ¡Solo eres un imbécil y… y... ! Merlín, ¡¿Tienes idea de lo asustada que estaba?!

Sirius abrió la boca, aunque no estaba muy seguro de que podía decir ante todo eso. No sabía qué clase de respuesta dar, así que se limitó a decir lo primero que se le pasó por la cabeza.

—¿Y por qué me estás gritando? —preguntó, genuinamente confundido.

Mar resopló con irritación e ironía, pasándose las manos por los cabellos despeinados. Respiró hondo y volvió a clavarle la mirada, que Sirius le mantuvo, a pesar de que lucía furiosa. Sin embargo, no duró mucho más.

Sus facciones empezaron a suavizarse al cabo de unos segundos, dándole un aspecto mucho menos escalofriante.

En especial cuando sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Mar? —preguntó, con incredulidad.

Ella sorbió por la nariz y se llevó las manos al rostro, llorando contra sus palmas antes de soltar un sollozo ahogado y arrojarse sobre él.

Se aferró con las uñas a la bata de hospital que le habían puesto y siguió llorando contra su pecho, tratando de silenciar sus sollozos, sin éxito.

Las alarmas en el cerebro de Sirius se encendieron de inmediato, por fin dejando de lado el sopor con el que se había despertado. No podía permitirse seguir en ese letargo, no si Mar estaba llorando.

Poco a poco, los gritos que le había soltado un segundo atrás empezaron a tener sentido. No la había escuchado llorar así en mucho tiempo, casi nunca, de hecho. Solo un par de veces en el pasado, cuando se derrumbaba después de haber soportado demasiado. Cuando el miedo se hacía tan grande que derrumbaba todos sus muros de contención. Entonces, todo encajó.

Sirius suspiró, sintiendo que el dolor físico hacía espacio para la culpa.

Levantó los brazos para abrazarla, aun con el dolor que le provocó el gesto.

—Lo siento —soltó ella de inmediato, cuando lo escuchó quejarse—. Debes estar adolorido…

—Estoy bien —mintió él, impidiendo que se enderezara—. No te muevas.

—Debería llamar a alguien para que venga a revisarte. Me dijeron que…

—No vas a buscar a nadie, Marlene —le cortó con suavidad, apartando sus lágrimas con los dedos—. Te quedas aquí. Conmigo.

Mar asintió y sujetó una de sus manos contra su mejilla, tomando una profunda respiración. Él se le quedó mirando fijamente, sintiendo un nuevo dolor a la altura del pecho.

No tenía idea de qué mierda le había pasado, pero supo que no se trataba de sus heridas físicas.

—¿Te he dicho que odio verte llorar?

—No es que sea mi pasatiempo favorito —resopló ella, irónica—. Y yo odio que me hagas pasar un susto así.

—Estoy bien, Mar —repitió.

—Pero la maldición te dio, Sirius —replicó Mar, sin dejar de llorar—. ¡Lo vi! Te dio en el pecho y yo… yo pensé que…

—Pero no era la maldición, Mar —le explicó él, entendiendo a lo que se refería—. No es la única luz verde que existe. ¿Qué crees? No soy Harry

De nuevo, ella no apreció la broma, solo que esa vez no se puso furiosa, sino que se limitó a volver a sollozar.

—Ya, tranquila. Ya pasó…

—Pensé que iba a perderte —confesó ella, pegando su frente a la suya y cerrando los ojos—. Tuve tanto miedo, no… no te imaginas…

—Créeme, puedo hacerme una idea —murmuró Sirius, apartando el que, sin duda alguna, era el peor recuerdo de su vida—. Estoy aquí, Mar. Estoy bien. Los dos estamos bien… estamos vivos.

Las palabras tuvieron un sabor agridulce en su boca. Una mezcla entre el alivio que suponían y la amargura de saber que, de ahora en adelante, tendrían que repetirlo constantemente.

Continuar con vida sería su mayor prioridad.

Mar lo sabía tan bien como él. Seguro fue esa la razón por la que tomó su rostro entre las manos y lo besó con fuerza.

Sirius le respondió, sintiéndose más liviano. Con menos dolor.

—No vuelvas a hacerme esa mierda —le pidió ella, aunque sonó más como una orden—. Te amo.

Él sonrió, ahora con uno de los mejores recuerdos de su vida flotando de forma nítida en su mente.

—Te estás copiando de mí —la acusó, sonriendo divertido contra sus labios. Volvió a besarla antes de responder—: Yo también te amo.

.


.

Hogwarts era un lugar donde las tradiciones rara vez se rompían. Todos los años llegaban en una fecha específica, y se marchaban de la misma forma.

Ese día, religiosamente, el castillo bullía de actividad, con chicos de todos los grados yendo y viniendo mientras terminaban de organizar el equipaje que pronto tendrían que bajar a la estación. Era un ambiente con sabor a cierre, el mismo que los envolvía cada junio.

Todavía quedaban un par de horas antes de tener que marcharse; primero, tenían que soportar el discurso de despedida de Dumbledore.

Sí, ya había regresado. Draco estaba tan entusiasmado por escucharlo como por pasar horas en un tedioso viaje en tren.

Su presencia se sentía de forma innegable en el Castillo, aunque era diferente para cada persona. Mientras que para muchos alumnos había sido la mejor noticia del año —mejor tarde que nunca—, para él estaba siendo una maldita pesadilla.

Levantó una mano para tocar la parte de la túnica donde aún llevaba la insignia de la brigada. Ya no tenía sentido usarla, por supuesto, pero aún no estaba listo para quitársela. Quería aferrarse un poco más a los rastros de poder que había tenido.

Y también quería sentirse mal por algo que, a final de cuentas, era insignificante. Al menos comparado con las otras cosas que estaban pasando en su vida.

Sacudió la cabeza con fuerza, apartando de golpe el recuerdo de la carta de su madre, así como las miradas furtivas que seguía recibiendo en cada maldita esquina.

Si las seguía recordando, iba a largarse sin mirar atrás, y no podía hacerlo. Todavía tenía que hablar con ella.

No lo habían acordado; de hecho, no habían hablado ni una vez desde aquella noche en la oficina de Umbridge. Sin embargo, no había hecho falta que lo hicieran.

Ambos sabían a donde tenían que ir antes de marcharse a casa. Era parte de la tradición.

Por eso no se sorprendió cuando la vio aparecer al final de su pasillo de siempre, con la expresión alerta y cautelosa. Él aguantó la respiración, conteniendo sin éxito el tumulto de sentimientos que lo invadieron al mirarla.

Era un rango muy amplio.

—¿Qué estás haciendo aquí? —soltó de golpe, con excesiva brusquedad.

Hannah se detuvo en seco al escuchar el tono de su voz, aunque, por la forma en la que no reaccionó, parecía haberlo esperado.

—Lo mismo que tú, supongo —respondió en un susurro, bajando la mirada—. Es nuestro último día… Partiremos a la estación en cualquier momento.

—Debes estar contenta —le espetó él, sonriendo con una ironía llena de intención—. No tendrás que preocuparte por seguir viniendo aquí.

—Draco…

—De hecho, ni siquiera tienes que quedarte ahora. Puedes darte la vuelta e irte con…

—¡BASTA! No hagas esto, por favor —le pidió ella, mirándolo de forma suplicante. Dio los dos pasos que la separaban de él—. Quiero que hablemos antes de…

—Yo he tratado de hablar contigo durante semanas —le recordó él, entre dientes, sin ocultar su resentimiento—. No parecías muy interesada.

—¡Porque estaba enfadada contigo! Me lastimaste muchísimo —replicó ella, sin dar su brazo a torcer—. Y no recuerdo que te hayas disculpado.

Draco soltó una carcajada llena de frustración y más ironía. Le parecía tan exasperante en ese momento que le hubiera encantado sacudirla.

—¿De verdad necesitas otra disculpa? —le preguntó, enarcando las cejas—. Creí que me había redimido cuando te dejé ir a jugar al Ministerio con tus amiguitos.

Ella se encogió en sí misma, bajando la cabeza para no encontrar su mirada.

Las palabras dejaron un sabor amargo en la boca de Draco, mientras que todo su interior se teñía de rabia y culpa.

Si no la hubiera dejado ir… Si los hubiera detenido…

—Agradezco que lo hicieras, de verdad —murmuró ella, respirando hondo—. Y entiendo por qué estás enfadado.

—No me digas.

—Yo… Escuché lo que pasó con tu padre —señaló Hannah, haciendo que la sangre en sus venas se calentara.

—Él va a estar bien. No pueden hacerle nada —le cortó Draco, poniéndose a la defensiva—. Puedes decirles que no celebren antes de tiempo.

—No hay nada que celebrar, Draco. ¿Acaso no ves…? Lo que tu padre hizo… lo que está haciendo… está mal.

—Cállate —le espetó el chico, apretando las mandíbulas—. Tú no sabes nada sobre mi padre. No sabes nada sobre nada. —Dio un paso hacia ella, clavando su mirada fría en ella—. Solo crees lo que Potter te dice y lo repites como si fuera sagrado.

—Eso no es cierto. Yo tengo una mente propia —replicó ella, agrandando los ojos con indignación—. ¿Quieres saber lo que ocurrió en el Ministerio? ¿Lo que tu padre hizo…? Lo que quería hacerme a mí.

Lo último lo tomó por desprevenido, y su expresión lo delató.

—¿A ti?

—Sí, a mí —repitió Hannah, con una expresión demasiado limpia. Sincera—. Si me dieras un minuto para…

—No. No quiero escucharte —le cortó él, moviéndose cuando ella intentó tomarle la mano—. Esto no tiene sentido, ¿cierto? Fue lo que me dijiste la última vez que hablamos. Que nosotros no teníamos sentido.

Un brillo de dolor apareció en los ojos de la chica, acompañado por un deje de realización que le dejó saber que lo recordaba. Y, lo que era peor, una parte de ella lo seguía creyendo.

Por fin, él también lo hacía.

—Quizá tengas razón. Quizá hemos estado haciendo el ridículo todo este tiempo —empezó a decir, sonriendo con amargura—. Es obvio que estamos en lugares por completo opuestos de esta situación.

—¡Pero no tenemos que estarlo! —casi chilló Hannah, rogándole con la mirada—. Draco no tienes que hacer esto. No tienes que ser esto. —Volvió a estirar su mano para tomar la suya. Esa vez, él se lo permitió—. Tú no eres como ellos. Tú eres bueno, yo sé que lo eres.

Una sonrisa sin gracia apareció en el rostro del chico, que miraba sus manos entrelazadas con una agria curiosidad.

En ese momento, le parecía absurdo haber llegado a creer que sus vidas estaban destinadas a estar así.

Juntas.

—Hannah, a veces no entiendo cómo eres tan crédula —le dijo, sacudiendo la cabeza—. La vida real va más allá del bien y el mal, de esa basura estúpida que les enseñan en Gryffindor.

Ella dio un respingo y soltó su mano, como si su tacto la quemara.

Sus miradas volvieron a encontrarse. De nuevo, ella lucía tan herida como indignada.

—Yo sé que no es tan sencillo, incluso mejor que tú —apuntó, desafiante—. Pero también sé cuando algo está mal. Y lo que Él quiere lo está.

Un escalofrío lo recorrió al entender a lo que se refería.

A Draco no le gustaba pensar en eso. Estaba bien jugar a ser miembro de una brigada poderosa dentro de las paredes del colegio. Era divertido, seguro. No tenía nada que ver con formar parte de algo real y peligroso en el mundo real. La idea no le resultaba tan apetecible como aparentaba.

Una cosa era decirlo, pero pensarlo como una posibilidad real, una que ya había tocado a su puerta, lo congelaba de miedo.

Aun así, sabía de qué lado estaba.

No había otra salida.

—Si esa es tu decisión —empezó a decir—, supongo que no te molestara que yo haya tomado la mía.

Pensó que Hannah iba a llorar. Durante un segundo completo, esperó que las lágrimas abandonaran los ojos de la chica, como siempre lo hacían.

El momento no llegó. Ella se limitó a respirar hondo y a asentir, dando un paso hacia atrás.

—No me molesta. Me duele —confesó, sin que le temblara—. Pero no puedo obligarte a cambiar de parecer, sin importar lo mucho que lo quiera.

Sin darle tiempo de agregar más nada, se dio la vuelta para marcharse.

Draco la siguió con la mirada hasta que desapareció al final del pasillo. Los separaban apenas unos metros que se sentían como kilómetros imposibles de distancia.

Y en ese instante, estaba seguro de que no los iba a recorrer. Seguía furioso, dolido y su orgullo seguía tomando todas las decisiones.

No tenía forma de saber que, en unas semanas, él mismo se encargaría de desaparecer esa distancia, de despojarse de todos los sentimientos que lo ahogaban en ese momento para ir a buscarla. Y encontrarla.

Pronto iba a necesitar un salvavidas, alguien que lo sacara de la tormenta en la que estaba a punto de zambullirse y lo llevara a la orilla.

Había subestimado lo rápido que podía subir la marea.

.


.

—¿Estás segura de que puedes hacer eso? No creo que sea lo más…

—¡Ya te dije que sí! Estoy en perfectas condiciones —respondió Tonks, sin darle importancia a su creciente ansiedad—. Y quiero hacer mi propio desayuno, si no te molesta.

—Tal vez deberías esperar a que tu madre vuelva —murmuró Remus, nervioso—. O yo puedo ayudarte.

Frunció el ceño cuando su honesta oferta fue recibida con una carcajada más burlona y sonora de lo necesario.

—Lo digo en serio —señaló, sin poder evitar sonar un poco ofendido—. No soy un completo inútil.

—Jamás lo implicaría —aseguró ella, sonriendo con inocencia—. Pero si lo que te preocupa es mi seguridad, mejor espera sentadito en el comedor.

Tras decir eso, Tonks procedió a seguir danzando por la cocina de su madre mientras utilizaba su varita para preparar un omelette con ingredientes que a Remus le parecían imposibles. No sabía mucho —nada—, de cocina, pero haber visto tantas veces a Lily le había dado una buena idea de cómo se hacía.

Tonks, como siempre, parecía llevar las cosas con su propio estilo.

Se quedó apartado y la dejó hacer lo suyo, mirando con una pequeña sonrisa llena de escepticismo y diversión. Sabía que tenía que relajarse, ¿qué mayor daño podía hacerse cocinando?

Al igual que para sus amigos, lo peor ya había pasado. James y Lily habían regresado a casa, y habían enviado a Harry a Hogwarts. Sirius había tenido que quedarse un par de días en el hospital —cosa que había recibido con tanta diplomacia como era de esperarse—, pero, por suerte, le habían dado el alta.

Había sido solo un susto, lo que seguía siendo un alivio, uno en el que podrían aferrarse por tiempo minúsculo antes de volver a la acción. Con Dumbledore de regreso, la Orden tendría que volver a reagruparse y planear lo que seguiría ahora que el regreso de Voldemort era una verdad innegable.

Pero, mientras eso pasaba, podían permitirse unos días para respirar.

Remus había estado haciéndolo en casa de los Tonks. Quizá demasiado seguido.

—Um, tengo que decir que esto me quedó buenísimo —exclamó la muchacha, dándole los últimos bocados a su desayuno—. Estoy más que lista para vivir sola.

—Creo que Andrómeda y Ted tendrán algo que decir al respecto —respondió Remus, tomando su plato una vez estuvo vacío. Ella abrió la boca para replicar, pero él la detuvo—. Por favor, déjame hacerlo.

Se apresuró a entrar a la cocina para que no tuviera tiempo de impedirlo. Una vez adentro, decidió hacerle el favor a Andrómeda de limpiar el lugar, que su hija había dejado patas arriba.

No era el mejor cocinero, pero sabía bastante sobre limpieza.

—Bueno, la cocina quedó lista —anunció, regresando con ella. Le preguntó, de la forma más atenta que tenía—: ¿Necesitas algo más? ¿Quieres ir a recostarte?

—¡Uy, no! Es lo último que quiero hacer —saltó Tonks, agrandando los ojos con horror—. Estoy harta de mi cama y de mi habitación. ¡Necesito salir! Cuanto antes pueda estar de regreso en mi rutina, mejor.

—En el hospital dijeron que deberías tomártelo con calma —le recordó él, tomando asiento a su lado en el sofá.

—Bah, yo fui quien lo tuvo más fácil. Apenas unos rasguños —desestimó ella, haciendo un gesto desdeñoso con la mano.

—Te diste un buen golpe en la cabeza.

—Deja que yo me preocupe por mi cabeza, ¿de acuerdo? —Sonrió divertida y se dio unos golpecitos en el pelo rosado—. Todo aquí sigue tan desordenado como siempre.

Él soltó una risita, sincera, y encontró su mirada. Tonks se encogió de hombros, sin dejar de sonreír.

—No tienes que seguir viniendo todos los días —le aseguró, ladeando la cabeza—. De verdad estoy bien. Pronto volveré a la normalidad: al Ministerio y a mi trabajo.

Remus asintió, asegurándose de disimular la forma en que su corazón cayó a su estómago al recordar ese pequeño detalle.

Esos días se sentía tranquilo sabiendo que Tonks estaba resguardada en la seguridad de su casa, junto a sus padres. Era un alivio inmenso, aunque ella estuviera aburrida y harta.

Saber que tarde o temprano volvería a la línea de fuego lo ponía ansioso. Le recordaba los segundos de pánico que había vivido al verla volar por los aires en el Ministerio, antes de caer de forma estruendosa sobre el piso.

—Tus padres están preocupados por eso —apuntó, apartando el desagradable pensamiento de su mente—. Ahora que las cosas van a… empeorar, se volverá más peligroso el…

—Remus, soy un auror. Mi trabajo es peligroso —le cortó ella, entrecerrando los ojos con recelo—. ¿Cuándo te dijeron eso, de todas formas?

Él se aclaró la garganta, decidiendo no responder a su pregunta. Nunca había sido la persona favorita de Andrómeda y Ted, y no los culpaba para nada. Sin embargo, esos últimos días visitando a su hija los había hecho ablandarse un poco, hasta recibirlo con más amabilidad.

Le habían comentado sus miedos el día anterior, sin que la muchacha supiera. Parecían estar bajo la impresión de que él podría convencerla de algo.

Remus conocía sus limitaciones, la conocía a ella, pero no estaba de más intentar.

—Sé que no eres cobarde, Tonks, pero las cosas… Van a ponerse realmente mal —le explicó, con una expresión grave—. No puedes saberlo…

—¿Por qué era una niña? Vaya novedad. —Tonks resopló, irritada. Cruzó los brazos y le lanzó una mirada desafiante—. Pues, ya no lo soy. Y, de cualquier forma, soy mayor de lo que tú eras cuando te uniste a la Orden. Así que el discurso lleno de dobles estándares está de más.

Remus se mordió la lengua y bajó la mirada, reconociendo su enfado en su tono de voz. Era obvio que había hablado de más.

Un silencio incómodo y pesado se estableció en el salón durante el siguiente par de minutos. Por suerte, ella decidió romperlo antes de que se hiciera demasiado largo.

—Me iría a mi habitación, pero en serio estoy harta de estar ahí —murmuró, como quien no quiere la cosa.

—¿Quieres que me vaya yo? —ofreció Remus, sin ofenderse.

—No, claro que no —respondió ella, girando los ojos con exasperación—. Nunca quiero eso.

Él asintió, manteniendo la mirada apartada. Se las había arreglado para mantener sus conversaciones casuales y amistosas durante sus visitas, aunque ella insistiera en llevarlas en otra dirección.

Tonks se había dado cuenta, porque no era ninguna tonta. Y esa vez no pensaba seguir dejándolo al mando.

—No lo quiero… en especial, porque no estoy acostumbrada a que vengas tan seguido —señaló, suspirando—. ¿Por qué lo estás haciendo, Remus?

—Te lastimaron —señaló él, haciéndose el desentendido—. Quiero asegurarme de que estás bien.

—¿Por qué?

El tono insistente en su voz lo hizo tragar saliva. Quería una respuesta concreta a una pregunta concreta, y no se iba a conformar con sus evasivas cobardes.

La intensidad con la que estaba clavando sus ojos en los suyos se lo dejó saber.

—Porque me preocupo por ti —murmuró, con la voz temblorosa—. Porque me importas.

—Tú nunca me has dejado preocuparme por ti —replicó ella, claramente dolida—. Ni ayudarte.

—Es diferente —replicó Remus, tensándose.

—Para mí no lo es. ¿Crees que es agradable verte hacer todo esto por mí cuando a mí ni siquiera me permites acercarme?

Él apretó los labios. Sabía que no lo era; solo de imaginarse en su posición, viéndola lastimada, sin poder acercarse, sin poder hacer nada… Era insoportable, y saber que era por lo que la hacía pasar lo hacía sentirse terrible. Más de lo normal.

Ella suspiró y se movió para quedar más cerca.

—No quiero ser tu amiga, Remus —admitió, aunque no era ningún secreto a esas alturas—. No es amistad lo que quiero de ti.

—Lo sé…

—Y tampoco quiero esta relación unidimensional —apuntó, señalando el espacio entre ambos—. Tú haciendo todo por mí y luego apartándome cuando necesitas ayuda. Es absurdo y no lo quiero. —Aguardó un segundo para escoger sus palabras antes de continuar—. Cuando se trata de ti, Remus, lo quiero todo, o prefiero no tener nada. Eso es lo que puedo ofrecer.

—Ese es el problema. Que yo no puedo ofrecerte todo. No cuando… —Él tragó saliva, tratando de evitar que su voz se quebrara—. Cuando estoy demasiado dañado para dártelo.

Volvieron a quedarse en silencio, con sus palabras cargadas de amargura y pena flotando en el aire entre ambos.

Al cabo de unos segundos, Tonks asintió y se puso de pie con una expresión decidida. Remus dio un respingo cuando se sentó sobre su regazo, con las piernas a cada lado de su cuerpo.

Su corazón empezó a latir a una velocidad que podía considerarse peligrosa. Había pasado mucho tiempo desde que no la tenía tan cerca. Una eternidad.

—No estás roto, Remus. Eres una persona completa, maravillosa —le aseguró, sujetando su rostro con sus manos—. El único que no lo cree eres tú.

Por supuesto que no lo creía; una parte de él, estaba segura de que nunca iba a poder creérselo.

Sin embargo, poder mirarse en los ojos de Tonks, y observar otra realidad, una en la que valía la pena estar a su lado, en la que era más que un hombre defectuoso y manchado, era un sueño contra el que no quería seguir peleando. Ya no.

No con el reloj andando.

Tomó un suspiro y subió las manos para tomarla por la cintura, nervioso.

—No sé cómo hacer esto —admitió, sin poder controlar la ansiedad en su voz—. No tengo idea…

—¡Yo tampoco! —le cortó ella, entusiasmada—. Eso será lo más divertido, ¿no crees? Tratar de descubrirlo juntos.

Remus se rió, contagiándose de su optimismo y su alegría natural sin poder evitarlo.

No sabía si divertido era la palabra que él hubiera utilizado, pero definitivamente sería interesante. Y quería estar ahí para descubrirlo.

Quería cada segundo de ese futuro.

.


.

¡Eso es todo por ahora! La próxima semana daremos el cierre oficial. ¡Nos leemos pronto! bye.