Episodio 79: Death Flower Succubus

Erik y Luis llegaron al Louvre tras una apresurada carrera, equipados con sus vestimentas de combate – en el caso del pelirrojo, debido a la ausencia de sus grebas y protecciones vestía un pantalón vaquero y zapatillas deportivas negras sobre la malla – y armas, encontrándose, ya a lo lejos, un panorama mucho más desolador de lo mostrado en televisión.

La pinacoteca estaba cuidadosamente rodeada por un cordón policial más allá de la famosa pirámide de cristal, la cual estaba ya agrietada y, según pudo adivinar el pelirrojo, no tardaría mucho en ser derruida por las raíces que emergían del suelo.

Antes de continuar se detuvieron un momento, temerosos como estaban por la vida de Simon y sobrecogidos por ver la fastuosa construcción a punto de ser reducida a escombros por una inmensa red vegetal que parecía crecer más y más, sabían que necesitaban calmarse y abordar el asunto con tranquilidad. Un paso en falso les haría correr la misma suerte que los cadáveres que, más allá del cordón policial, habían sido asfixiados por los apéndices y se desangraban sobre ellos, dando la impresión de alimentarlos con su líquido vital.

No tardaron mucho en advertir que la entrada principal era impracticable a simple vista, de modo que, sin prisa pero sin pausa, se dedicaron a rodear el edificio buscando alguna vía de acceso entre los tres pisos de los que disponía; no habían abandonado el frontón cuando una voz familiar les llamó la atención.

- Merci dieux! Merci dieux! ¡Justo ahora pensaba en vosotros!

Los dos jóvenes se dieron la vuelta, encontrando al comisario Jacques Rousseau corriendo hacia ellos; no ocultaron su sorpresa y preocupación al ver el estado del policía, lleno de sangrantes laceraciones y con su uniforme reglamentario desgarrado. Incluso parecía cojear.

- ¡Comisario! – exclamó el Fernández - ¿¡Qué le ha pasado!?

- No es nada importante, chico – contestó este.

- ¿Seguro? – inquirió Erik con suspicacia – parece haber salvado la vida por los pelos.

- La mía – repuso Jacques con voz lúgubre – pero no la de los desgraciados que intentaba sacar de ahí.

Los muchachos comprendieron al instante.

- Justo a eso venimos nosotros – continuó el pelirrojo – mi hermano está ahí dentro – chasqueó la lengua con fastidio, Luis advirtió que sudaba copiosamente, como le sucedía cada vez que se ponía nervioso – me pregunto qué habrá pasado.

- ¡Eso me gustaría a mí saber! – respondió el francés – las pocas personas que se han podido salvar dijeron que las primeras… plantas – le costaba llamarlas así, puesto que parecían horripilantemente vivas – salieron de los propios cuadros ¡Locuras!

- Señor Rousseau – lo interrumpió el Fernández, que continuaba escudriñando la fachada, con una mezcla de serenidad y exasperación – recuerde lo que ha vivido y no se atreva a tachar de locura cosas como ésta.

- ¿¡Acaso esto te parece normal!? – insistió el comisario, señalando el museo.

- No, un ataque a esta escala no lo es ni siquiera para nosotros.

- Pero tenemos que detenerlo – añadió Erik.

- ¿¡Vosotros solos!? ¿¡No habéis venido con los Lecarde!?

- Elise y François – contestó el español con un suspiro – tienen un hijo, no podrían haber venido los dos… de hecho – añadió tras un par de segundos – mejor que no haya venido ninguno, esto tiene pinta de ser más peligroso de lo que ya aparentaba por la tele y no es plan que el crío se quede huérfano de padre o madre.

- En todo caso, tenemos que darnos prisa – agregó Erik – estoy preocupado por Si-

No pudo continuar, de repente una multitud de gritos de terror los sobresaltó y vieron cómo la gente se echaba aún más hacia atrás, alejándose del cordón policial. Incluso ellos se vieron obligados a retroceder de un salto; y es que las raíces se extendían, destrozando el suelo y amenazando la vida de todo aquel que estuviera cerca.

- Merde! – exclamó el comisario - ¡Mirad cómo está esto! ¿¡Creéis que vais a poder acceder al museo así por las buenas!?

Con los gritos y lamentos angustiados de la gente de fondo, los dos compañeros se miraron. Debían detener aquello cuanto antes.

- Por las buenas es imposible acceder, eso desde luego – observó el pelirrojo mirando a todo el mundo – necesitamos un lugar donde nadie pueda vernos.

- La parte trasera del edificio entonces – propuso de inmediato Jacques, poniéndose en marcha – os llevaré.

- No es necesario, ya vamos nosotros – respondió Luis – usted debe quedarse aquí para supervisar todo este caos.

- ¡De eso ni hablar! – la voz de Rousseau era firme y decidida – Aquí hay agentes como para parar veinte trenes, algunos son de los más competentes del cuerpo ¡mejor asegurarse de que no os sigue nadie!

Se dio la vuelta y, tras gritar unas cuantas instrucciones en francés a un policía cercano, se volvió de dirigir a los muchachos.

- Allez-y – ordenó, reanudando sus pasos.

Los dos cazadores lo siguieron hasta la fachada trasera, también protegida por el cordón policial, pero con apenas agentes y curiosos, que fueron espantados tras unas pocas órdenes que los policías obedecieron sin rechistar. Ciertamente, las dotes de mando del comisario le hacían merecedor de su puesto.

- Bueno ¿y ahora? – preguntó el francés con curiosidad – no habrá nadie cerca de aquí en unos diez minutos, espero que sepáis cómo entrar.

- ¿Alguna idea, Erik? – se dirigió Luis a su compañero mientras miraba las asesinas raíces que se extendían en igual proporción y frondosidad a las que nacían de las otras caras del edificio.

- Sí, sí que la tengo – dijo éste – pero tendremos que darnos prisa, sólo se me ocurre un medio, y me dejará hecho papel de fumar como me descuide.

- El paso flamígero ¿no es así? – adivinó el Fernández.

- En efecto – Erik unió ambas manos con fuerza a la altura de su pecho, entrelazando los dedos – mi propio fuego no basta para esto, necesito otro más potente.

Según terminaba estas palabras, comenzó a recitar un aria – algo inusitado en él, todo un negado para la magia – y, rodeándolo, emergió una columna de luz rojiza que desprendía un calor infernal; tanto el español como Jacques observaron, éste último no sin cierta sorpresa, que las piernas de Erik hasta más o menos la altura de la rodilla ahora parecían estar hechas de metal al rojo vivo.

- Invoco el poder de las llamas de Svarog… - separó las manos con violencia y la columna se esfumó, liberando una sofocante corriente de aire - ¡FLAMING STEP!

Con un leve pero notable trabajo respiratorio, se dirigió a la cinta de plástico del acordonamiento, que se derritió al instante, e hizo señas al Fernández para que le siguiera.

- De aquí en adelante esto es cosa nuestra – indicó Luis al comisario – sea como sea no permita que nadie, ni sus propios hombres, entre en el edificio hasta que nosotros salgamos, de lo contrario su seguridad podría verse comprometida.

- Sin problema – aceptó éste – sólo tened cuidado, d'accord?

- ¿Os importaría dejaros de cháchara? – los apremió el Belmont - ¡Mi poder mágico no es precisamente eterno!

- Lo sé, lo sé – respondió el Fernández con fastidio, colocándose tras el - ¡vamos!

El comisario, que también había comprendido el mensaje, se alejó despidiéndose con un "bonne chance" mientras Erik se disponía a adentrarse en la vegetación, seguido del Fernández. Con satisfacción comprobaron ambos que aún ni había puesto el pie sobre las fibrosas raíces cuando estas cedían, quedando reducidas a carbonilla aquellas que no se retiraban a tiempo, por otro lado los apéndices lejanos atacaban sin cesar, pero las barreras electromagnéticas y la Yasutsuna de Luis daban buena cuenta de ellas.

- ¿Cómo vas? – preguntó el español a su compañero a mitad de camino - ¿bien?

- No mucho – respondió el aludido con dificultad, jadeando – no estoy acostumbrado a perder poder mágico, me agota.

- Deberías haber entrenado más ese aspecto – le reprochó Luis – te has desarrollado mucho más de lo normal en tu disciplina.

- ¿Te parece el mejor momento para hablar de eso? – lo cortó de inmediato el pelirrojo – ¡Nadie con un mínimo de sentido común pondría a un cojo a correr una maratón!

- Pero el cojo puede aprender a andar de modo que su dolencia no afecte a su eficiencia.

Erik gruño, se disponía a responderle, pero, cuando ya casi habían arribado a la fachada, un repentino temblor los detuvo, y de entre los arraigos emergieron tres inmensas flores. Erik las reconoció enseguida, estaban representadas en los cuadros del reportaje televisivo de la noche anterior, eran enormes, con tallos verdes, fibrosos y flexibles rodeados por pequeños tallitos independientes, pétalos carnosos y dentados que se abrían y cerraban formando entre todos una gran boca que protegía lo que aparentaba ser un enorme ojo, mientras despedían un suave y dulzón aroma.

- ¡Comehombres! – exclamó Luis mientras desenvainaba su katana.

- Mierda… es lo que nos faltaba – protestó Erik, preparando su Salamander

Las plantas se movían sinuosamente, como estudiándolos, agitando uno por uno sus pétalos de forma continuada al tiempo que por su "ojo" segregaban una especie de baba de la que parecía proceder aquel olor.

- No tenemos tiempo – indicó el Fernández – tenemos que quitárnoslas de encima de un solo golpe.

- Ya, ahora dime algo que no sepa, por favor.

Ninguno de los dos grupos, monstruos o cazadores, tomaba la iniciativa, Erik estaba deseando hacerlo, pero sabía que un paso en falso o una ligera descoordinación supondría la muerte de su colega.

- Tengo un plan – dijo Luis finalmente – pero necesito tu apoyo.

- ¿Literal?

- Sí.

Las flores continuaban observándolos mientras Luis, a sabiendas de que el pelirrojo conocía de antemano sus intenciones, retrocedía por el camino abrasado para disponer de algo de espacio, entonces, al verlo solo, la planta de en medio atacó directamente a Erik para devorarlo, a lo que este respondió con una certera estocada en pleno centro de la pupila, agachando en su estiramiento el cuerpo y brindando al Fernández un trampolín perfecto que este, ni corto ni perezoso, utilizó, impulsándose hacia la de la izquierda, segándola de un solo tajo y, de una patada, golpeando sus restos marchitos – aún cayendo – para atacar a la otra, cuyo capullo, cerrado a modo de inútil protección, seccionó en sentido descendente, pero aquí perdió pie, y se vio salvado por poco por su amigo, que en una rápida voltereta se colocó en el lugar donde adivinó que caería, abrasando la vegetación que allí se encontraba y ofreciéndole un suelo seguro.

- Siento ponerme pesado, pero tenemos que darnos prisa – insistió, cuando ya estaban de nuevo seguros – casi no me queda magia.

- Tranquilo – respondió Luis – lo tenemos sólo a unos pasos.

Y no era una exageración o eufemismo, en efecto, a unos pocos metros solamente se encontraba la fachada, con una perfecta capa de lianas y raíces por las que encaramarse para escalarla; la alcanzaron con rapidez, y Erik desactivó por fin el fuego de Svarog, perdiendo las fuerzas y viéndose obligado a apoyarse en su compañero.

- ¡Venga! – lo animó éste – Que eso son sólo unos segundos ¿Vamos?

- S-sí – aceptó el pelirrojo tras unos instantes – tenemos que llegar al tercer piso, entraremos desde ahí.

Se acercaron lentamente e iniciaron la escalada, Erik se mostró receloso en un principio, pero espantó sus propios miedos al considerar que todos los posibles apéndices atacantes se encontraban en el suelo. Aun así, no iban a encontrarse exentos de problemas: Como si pudieran sentir su invasión, las gigantescas y fibrosas columnas naturales se sacudían de vez en cuando, obligándolos a sujetarse con fuerza y, en más de una ocasión, utilizar sus armas como improvisados aperos de escalada.

Todo aquello les hacía sentirse, no sin cierto temor, como si se estuvieran asiendo a los músculos de un coloso.

Cuando llegaron a la altura del segundo piso respiraron aliviados, se habían visto obligados a cambiar de lugar varias veces debido a las sacudidas y la búsqueda de un acceso que no estuviera bloqueado ni fuera potencialmente peligroso; ya superado el límite de éste, Luis se detuvo con inmediatez, mirándose la mano con extrañeza.

- ¿Ocurre algo? – le preguntó su colega unos metros más arriba.

- Polvo… - articuló el Fernández sin más

- Natural – contestó el pelirrojo – estamos en un enorme museo que por poco no ha sido reducido a escombros, me extraña que te hayas dado cuenta de ello ahora.

- No – lo interrumpió inmediatamente Luis – esto no es polvo normal, es… oh, joder

Sin dejar de mirarlo, Erik arqueó una ceja.

- ¡Cierra la boca! – advirtió finalmente el español - ¡No respires!

- ¿Qué…?

- ¡CIERRA LA BOCA Y MIRA ARRIBA!

Obedeciendo, el Belmont alzó la vista no distinguiendo nada al principio, pero al momento le pareció visualizar un destello sin forma concreta, esperó un momento más, y entonces lo vio.

Un enjambre de insectos, pero no insectos comunes como al principio parecía, si no que se trataban de cabezas a medio descomponer, de un ponzoñoso color verde oscuro, cuyas orejas simulaban venosas y gruesas alas de mariposa rojas bordeadas de color púrpura.

- Amargariposas… - murmuró el Fernández.

- ¡Mierda! – articuló Erik con fastidio, desoyendo el consejo de su amigo - ¿Y ahora qué hacemos? ¡No estamos en posición de luchar!

Luis miró la piedra de su guante, que refulgía como si estuviera deseosa de entrar en acción.

- Me parece – dijo a su compañero – que no vas a ser el único aquí que va a hacer algo a lo que no está acostumbrado.

Erik se mostró confuso, pero no tardó en comprender.

- Espera ¿No estarás pensando en…?

El Fernández asintió.

- Por algo me hicieron maestro tan pronto ¿no? Tarde o temprano tendría que echar mano de esto en un combate real.

Dichas estas palabras, cerró los ojos y se concentró, liberando su aura que, en lugar de chisporrotear como lo hacía habitualmente, crepitaba de forma similar a la de Erik, brillando en una sucesión rápida de todos los colores visibles. Mientras, sobre el edificio crecían negras y gigantescas nubes de tormenta que de inmediato comenzaron a refulgir y tronar, al iniciarse este proceso el español extendió la mano donde portaba la Agnea, alejándola todo lo posible de su asidero.

"Joder" pensó el Belmont mientras se preparaba para descender en busca de un lugar seguro "¡Lo va a hacer de verdad!"

Mirando al cielo, Luis pareció enviar su aura hacia los nubarrones, cuya actividad cesó hasta que, con un grito, desencadenó su ataque.

- ¡HYDRO STORM!

Con la intensidad de un violento monzón, los cielos liberaron hectolitros de agua bendita que dieron cuenta de las Amargariposas más débiles, empaparon las alas de las más resistentes y resecaron las demoníacas raíces del perímetro –limpiándolas además del polvo venenoso - haciéndolo, al menos por el momento, un poco más seguro.

Sin embargo, el trabajo aún no estaba hecho, jadeando por el cansancio y sujeto a duras penas, Luis cerró el puño con fuerza a la vez que recogía la energía eléctrica de decenas de rayos expulsados por la tormenta para, acto seguido, elevarlo y, al grito de "¡PURIFICATION!" liberar una brutal descarga eléctrica en todas direcciones que liquidó a las criaturas restantes. Aquello pareció vaciarlo por completo de fuerzas, ya que se soltó y comenzó a caer, siendo salvado por poco por Erik, que afortunadamente estaba al quite.

- ¡Imbécil! – le espetó mientras lo asía y se equilibraba en la raíz – Dos weapon crashes al mismo tiempo ¿¡Te has vuelto loco!?

- Bueno… era la forma de acabar definitivamente con todo eso ¿no? – Argumentó el español con debilidad – ahora ya tenemos el camino libre, sigamos.

- Lo haremos cuando recuperes un poco las fuerzas, eres bastante incómodo de cargar.

- Jeje… vale

Tal y como el pelirrojo había sugerido, esperaron a que Luis recuperara al menos parte de su energía espiritual para reemprender la marcha, había quedado agotado, y no era para menos; tal y como Erik había dicho, las técnicas utilizadas por Luis eran conocidas como weapon crashes, inmensas descargas de energía que magnificaban el poder de un arma secundaria hasta hacerle alcanzar una masivo poder de destrucción. De todos ellos, el Holy Cross de Simon ostentaba el dudoso honor de ser el más poderoso, agotador y difícil de dominar, pero en cómputo global todos consumían una cantidad inconmensurable de energía, y era extremadamente raro que alguien fuera capaz de ejecutar dos simultáneos.

Luis Fernández era una de estas extrañas excepciones.

- Te noto muy callado – articuló el susodicho mientras volvía a sujetarse por sí mismo.

- Estaba pensando – respondió Erik – nada más.

Reanudaron juntos la escalada ya sin peligro alguno, las raíces habían absorbido el agua bendita del Hydro Storm lo que, irónicamente, había contribuido a su completa desecación, y las smargariposas que no se habían desintegrado yacían ahora por los rincones en descomposición acelerada.

Por fin arribaron al tercer piso sin mayores problemas. Erik, que pese a no estar precisamente versado en arte conocía al dedillo los planos de varios edificios monumentales, identificó inmediatamente que habían accedido al ala Denon, habitualmente vacía y cerrada al público en aquella altura, destinada a guardar obras y colecciones de próxima exposición.

- Dios… - comentó el español cuando pusieron por fin los pies en suelo firme – esto parece una jungla.

Y no era para menos, por más vacío que estuviera, aquel pasillo había sido invadido por toda suerte de vegetación, aparentemente inerte a dios gracias, y era poco menos que intransitable.

- Tenemos que darnos prisa – advirtió el Belmont – este edificio tiene tres plantas contando el bajo, y es bastante grande, mejor andar con cuidado.

Comenzó a caminar esquivando los primeros obstáculos, pero Luis lo detuvo y señaló hacia arriba.

Más Amargariposas, ocultas, con sus alas recogidas, y ninguno de los dos habían recuperado aún poder suficiente – mágico Erik y espiritual Luis – para destruirlas todas de un solo golpe. Un sólo paso en falso y tendrían a todo el enjambre encima.

- Tratemos de pasar… - susurró el Fernández a su compañero – sin hacer… el más mínimo ruido…

Haciendo caso de esta sugerencia, comenzaron a moverse lenta y cuidadosamente, al amparo de la luz de la ciudad y de la luna que se filtraba por las escasas rendijas que quedaban en las ventanas; era un trayecto largo y pesado, y apenas habían recorrido la mitad cuando un extraño ruido, un frish-frish, los sobresaltó.

- ¡Joder macho, que susto! – exclamó el español con voz casi inaudible - ¡Ten más cuidado!

- Oye – contestó Erik con el gesto torcido – yo voy al menos con el mismo cuidado que tú.

Continuaron avanzando, y de nuevo

Frish-frish

- ¿Quieres parar?

- ¡Te digo que no estoy haciendo nada!

Frish-frish

- ¡Vale ya! ¡Las vas a despertar!

- ¡Que no estoy haciendo ruido, coño!

Frish-frishfrish-frishfrish-frishfrish-frish

Alarmados, ambos quedaron paralizados y se voltearon lentamente para comprobar que, a sus pasos, parecía haber crecido un frondoso sotobosque, y lo peor no era eso.

Los matojos se movían a su antojo, sin el más mero soplo de aire que los agitara, pero aparte de eso parecía haber algo moviéndose entre ellos con inusitada rapidez, un extraño bulto rojo, cuya forma eran incapaces de determinar.

Fuera lo que fuera, debían exterminarlo antes de que aquel ruido despertarse a las amargariposas.

Frish-frishfrish-frishfrish-frishfrish-frishfrish frish

Lo veían acercarse, iba directo a ellos...

Frish-frishfrish-frishfrish-frishfrish-frishfrish-frish...

Criatura inconsciente... los dos jóvenes echaron mano a las empuñaduras de sus espadas, apenas estuviera cerca bastaría una estocada para deshacerse de ella.

Frishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrish

Ahora se movía con más rapidez, estaba cerca, muy cerca. Empujaron sus armas con el pulgar, liberando la zona fuerte de la hoja.

Sólo un metro más…

Frishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrishfrish

¡Ya está!

Desenvainaron al tiempo, enviando una estocada cruzada con la que pretendieron acabar con lo que quiera que fuera aquello que, en lugar de quedarse quieto, de repente se elevó con un estridente zumbido y un aún más agudo, molesto y penetrante grito.

IYIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAIIIIIRGH

Verlo los acongojó, ya que nunca se habían enfrentado a algo semejante: Se trataba de una criatura con forma de, literalmente, corazón humano, pero muchísimo más grande – casi del tamaño de todo un tórax - lucía dos grandes, grotescos y malevolentes ojos, uno amarillo y el otro azulado, y una infinidad de colmillos que surgían del extremo inferior, algunos de ellos del tamaño de su propio cuerpo; volaba gracias a dos tremendas alas similares a las de las libélulas, y tenía dos pequeñas e irónicamente graciosas patas.

Pero su apariencia no era lo único terrorífico.

Su antinatural grito había despertado y animado a todas las Amargariposas que, furiosas, habían comenzado a revolotear por todo el pasillo, esparciendo sus escamas venenosas por doquier y, para rematar, el monstruo embistió de frente al pelirrojo, que lo obligó a apartarse con un espadazo bien dado.

- Mierda… ¡No contaba con esto! – articuló mientras enfrentaba a aquella cosa.

- Ya, yo tampoco – reconoció Luis – pero eso es secundario ¡Ahora preocúpate de no respirar!

- ¡Es más fácil decirlo que hacerlo! – respondió mientras, de otro espadazo, volvía a rechazar al monstruo que, dicho sea de paso, no lo dejaba en paz.

- ¡Tenemos que salir de aquí! – indicó el Fernández mientras echaba a correr hacia el otro extremo del pasillo - ¡RÁPIDO!

Erik lo siguió, sintiendo el estridente zumbido a su espalda y observando, en un rápido vistazo, que todas las amargariposas lo seguían en masa. Aquello le dio una idea, y es que se aproximaban a una bifurcación propiciada por un pilar.

¿Lo seguían a él, o…?

Rápidamente se desvió a la izquierda sin dejar de correr en aquella extraña carrera de obstáculos, más amargariposas se habían añadido y ahora eran todo un ejército, que podría eliminar de un solo golpe si lo hacía bien.

Frente a él se extendía una raíz demasiado grande como para ser sorteada de un salto ligero, de modo que aceleró y dio primero un saltito, luego otro y poco más grande y finalmente un último lo suficientemente alto como para pasar por encima de ella, pero no llegó al suelo, si no que se agarró con una mano, se impulsó para colocarse sobre ella y formó una boca de dragón con su zurda y diestra.

Todo había sido calculado al milímetro, y le estaba saliendo bien.

Apuntó y separó los dedos.

- ¡DRAGON BREATH!

La llamarada fue tan devastadora y violenta como había predicho, zafándose con ella de todas las amargariposas perseguidoras. Se disponía a alcanzar a Luis cuando un violento empujón lo hizo caer al suelo. Volteó dispuesto a defenderse esperando algún tipo de criatura oculta en las sombras, pero no, el monstruo que lo había derribado era ni más ni menos que aquel grotesco ser con forma de corazón.

¿Había esquivado su técnica? ¿Cómo?

No tenía tiempo de teorizar, su espada estaba en la vaina, una sola estocada tan de cerca bastaría para acabar definitivamente con ella, pero antes, claro, necesitaba poder mover los brazos, atrapados por las antes graciosas patitas – ahora poderosas garras – de la bestia, cuyos mayores colmillos – los principales, supuso Erik – ahora traban de horadar en su pectoral izquierdo batallando contra la malla de combate.

Trató de liberarse, pero era inútil, aunque pareciera increíble, aquella cosa tenía al menos el doble de fuerza que él; entonces pensó en el flaming step y en quitárselo de encima de una certera patada, pero ¿Tendría poder mágico para hacerlo? O mejor dicho ¿Tendría tiempo? Una pequeña mancha de sangre y un débil aunque ya lacerante dolor le indicaban que había conseguido abrir una pequeña herida en sus férreos músculos. Tan afiladas eran aquellas fauces.

Sólo le quedaba una salida: su propia aura flamígera. Se concentró mientras sentía los punzantes colmillos abrirse paso hasta ya casi tocar las costillas y la hizo estallar en una potente llamarada; la criatura gritó y se retorció, pero se negaba a liberarlo, en respuesta a ello Erik preparó una segunda erupción cuando un relámpago impactó en la monstruosidad, que convulsionó emitiendo de nuevo aquellos berridos sobrenaturalmente agudos, pero así y todo continuaba resistiéndose a soltarse, siendo necesaria una segunda descarga para debilitar su presa, momento que aprovechó el pelirrojo para liberarse de golpe, desenvainar su Salamander y, antes de que ésta se diera cuenta siquiera de lo que estaba sucediendo, atravesar a la criatura con una certera y mortal estocada.

No hacía falta ni siquiera preguntarse quién había sido su salvador, sabía de sobra que Luis se hallaba a su espalda.

- ¿Estás bien? – preguntó éste a su compañero en un tono que bailaba entre la preocupación y el enojo.

- Si… por muy poco.

- ¡Creí haberte dicho que corrieras! – lo regañó inmediatamente el Fernández.

- ¿Y qué querías que hiciera? – contestó Erik con inmediatez – sólo la mitad de ese enjambre ya bastaría para matar por envenenamiento a media París ¡Y ya has visto el tamaño de esa cosa!

La respuesta del español esperó a que éste diera un profundo suspiro.

- Tienes razón – admitió – pero no olvides que para rescatar a tu hermano primero tienes que sobrevivir tú… la próxima vez que quieras hacer algo así, avísame.

El Belmont asintió sin rechistar. Era cierto, había sido una locura, pero no contaba con la velocidad y fuerza de la criatura.

- Qué tal la herida, por cierto – se interesó Luis al poco rato - ¿Profunda?

- Sobreviviré, aunque escuece un poco – reconoció su compañero, hurgando en ella para comprobar su alcance – parece que los colmillos no llegaron a tocar el costillar.

Se mantuvieron en silencio hasta casi el final del pasillo, el muchacho del pelo pajizo miraba a todos los rincones con atención mientras que Erik formulaba la teoría, sin saber muy bien si era optimista o pesimista, de que basándose en lo visto tanto en el exterior del edificio como en aquel simple corredor sólo quedaría, según sus estimaciones, una única persona con vida en el interior del edificio. A parte de ellos dos, claro.

Apenas habían alcanzado la esquina cuando Luis, precavido, pegó su espalda a la pared y forzó al Belmont a hacer lo propio, le hizo señas con el dedo de que guardara silencio y se aproximó, muy lentamente, al borde, asomando la cabeza apenas lo justo para echar un vistazo.

- ¿Y bien? – preguntó el pelirrojo al minuto de empezar a esperar - ¿Podremos tener un momento de tranquilidad o nos espera algo más?

- Plantas Cadáver – articuló sin más el aludido.

- Ajá ¿algo más?

- Pues… no, no – respondió el Fernández – más o menos a mitad del pasillo hay una entrada, puede ser un pasillo perpendicular o unas escaleras.

- Tienen que ser las escaleras de acceso al primer piso – aclaró Erik – ésta es el ala Sully, aquí se encuentran siempre los accesos a plantas inferiores y superiores.

- Bien… menos camino a recorrer entonces – se volvió a asomar - ¡Vaya!

- ¿Qué ocurre?

- Se extiende un pasillo un poco más en nuestra dirección.

- Claro, esta ala es una galería cuadrada.

- ¡Más terreno a recorrer! – protestó el español

- Bueno, me dices que lo que guarda esta parte son sólo plantas cadáver ¿no? No creo que tengamos mucho trabajo entonces, será como cortar malas hierbas – resolvió el pelirrojo con despreocupación.

- Calla – Luis se apartó, dejando su lugar a su compañero para que escrutase – y mira.

Erik obedeció y se asomó, no pudiendo evitar mostrar su sorpresa frente a lo que se alzaba ante él, y es que, si bien esperaba un pequeño bosque de plantas de tallo de unos dos metros con un capullo mutado en una grotesca cabeza semihumana, lo que allí había era más bien una espesa y casi inaccesible jungla formada por plantas cadáver enredadas entre sí, quedando como techo más de un millar de cabezas apiñadas a modo de macabros frutos.

- Jo-der…

- ¿Qué decías de que no íbamos a tener mucho trabajo? – le preguntó Luis con una sonrisa sarcástica - ¡Si comparamos esto a limpiar el jardín, vamos a necesitar una sierra eléctrica por lo menos! ¿Alguna idea de cómo entrar?

- Estoy pensando en ello…

Mientras ideaba algún plan, Erik no pudo evitar ser invadido por un temible pensamiento, y es que las Plantas Cadáver no eran otra cosa que Unes – los matojos vivientes que vieron en el corredor recién superado – que habían absorbido toda la sangre de la persona de la que se alimentaban, tomando su capullo la forma y rostro del desdichado… aunque muchas de esas caras eran repetidas ¿Cuánta gente había muerto, sólo en aquel lugar?

- Ya lo tengo – articuló finalmente – ya sé cómo, al menos, nos vamos a abrir un hueco ahí.

- Dispara entonces – lo apremió su colega.

El pelirrojo, que había empuñado su espada envainada, la soltó y extendió ambas manos, concentrándose.

- Sólo puedo abrir hueco para una persona – explicó – necesito que entres tú para evitar que se cierre mientras me recupero… no te apures – añadió, tratando innecesariamente de tranquilizar al Fernández – no tardaré más que unos segundos.

- De acuerdo – aceptó éste – adelante pues.

Según terminaba Luis de formular su aceptación, Erik generaba en sus manos dos grandes hachas de mano, de doble filo y aspecto increíblemente pesado, repentinamente saltó al descubierto revelando su presencia a las diabólicas plantas, que lo miraron abriendo sus bocas amenazantes sin darse cuenta del plan que el pelirrojo estaba a punto de ejecutar.

- AXE TORNADO

Con gran fuerza y decisión, Erik lanzó ambas hachas al mismo tiempo, que reaccionaron al chocar contra la pared vegetal girando en el espacio a gran velocidad y creando un violento y concentrado tornado que pulverizaba, casi literalmente, todo lo que encontraba a su paso; no pasaron más de 30 segundos hasta que abrió el camino suficiente como para que un hombre cupiera en él y, justo cuando se desvanecían, Luis ocupaba su lugar protegiéndose con una barrera de los ataques de las monstruosas carnívoras – basados en derramar desde sus bocas un ácido que era repelido por la esfera electromagnética – y usando su Yasutsuna para eliminar a cuantas podía y seguir allanando el terreno.

- ¡VOOOOOOOOOOOOOOOOOY!

Sin sobresaltarse, con toda la naturalidad del mundo de hecho, el español se hizo a un lado para ver a su amigo, prácticamente convertido en una bola de fuego, golpear la cuasi selvática pared y reducir a cenizas una gran porción de ella al grito de DRAGON PAWNCH

- ¡Si! – exclamó con satisfacción - ¡Ha salido de puta madre!

- Sí, ya me esperaba una entrada tuya de ese estilo – contestó el Fernández mientras, más desahogado y para no gastar más poder mágico de la cuenta, hacía desaparecer la barrera - ¿Pero qué técnica era esa? ¿Y qué demonios era eso de "PAWNCH"?

- Bueno, lo hubiera llamado FALCON PAWNCH – agregó Erik desenvainando su espada flamígera – pero me hubieras regañado por ponerme friki en momentos como éste.

Con un suspiro, mezcla de hartazgo, resignación y un poco de, por qué no decirlo, divertimento, Luis cercenó un par de cabezas que vomitaban ácido casi a su lado.

- ¡Esto es eterno! – protestó - ¿¡Cuánto nos queda para llegar a las escaleras!?

- A juzgar por lo que llevamos recorrido, no mucho – dedujo el pelirrojo – un par de metros y ya estaremos.

Y en efecto así era; unos cuantos espadazos más tarde tenían a su izquierda el hueco de las escaleras protegido por apenas unos pocos tallos, lo que contrastaba con la enorme cantidad de raíces que cubría el suelo al punto de abultarlo exageradamente. En principio ninguno de los dos le dio demasiada importancia, pero al poco Erik agarraba a Luis por la cintura y tiraba de él hacia atrás, sacándolo del pequeño montículo que era brutalmente devorado por lo que parecía ser – y sin duda era – una planta carnívora de enormes fauces.

- ¡Pero qué cojones…! – giró la cabeza para mirar a su amigo, que había dado un traspiés y caído al suelo – gracias, tío…

- De nada, de nada… - replicó el pelirrojo – me cago en la leche… ¿Esto es el Louvre o el puto jardín botánico de Barcelona?

Respiraban, creyéndose a salvo y buscando la forma de acabar con aquella cosa sin mucho esfuerzo, pero no se dieron cuenta, hasta que ya estaban siendo arrastrados, de que el vegetal los había atrapado con sus raíces y los atraía hacia sus fauces, de nuevo abiertas de par en par.

- ¡Joder! – En su mano libre y sin planear nada, Erik y Luis generaron a la vez un arma lanzable cada uno, el hacha y tres cuchillos respectivamente, que azuzaron a la criatura, reaccionando ésta soltándolos y retorciéndose en un mudo grito de dolor, momento que el pelirrojo aprovechó para levantarse y, apresuradamente, rematarla con su Salamander.

Con la planta carnívora desaparecida y el hueco de las escaleras abierto podían seguir avanzando, no obstante, cuando se disponían a descender el Belmont se detuvo súbitamente.

- Espera.

- ¿Qué ocurre?

- Aún nos queda medio piso por comprobar

- ¿Medio piso?

Erik asintió.

- Estamos en el ala Sully – explicó – de la que sólo hemos visto uno de los cuatro pasillos que conforman la galería, y además…

- Además ¿qué? – preguntó Luis, ente molesto y expectante.

- Nos queda la Richelieu – añadió – no podemos bajar tan pronto.

- ¿¡Estás loco!? – exclamó Luis tras un momento de duda - ¡Esto no es una visita turística! ¿¡Ya te has olvidado de qué hacemos aquí!?

- En absoluto – respondió el Belmont – sé perfectamente que tenemos que encontrar a Simon y sacarlo de aquí, pero también…

- ¿También? ¡No cortes las frases!

Antes de responder, Erik miró a su alrededor.

- También – prosiguió – tenemos que limpiar este lugar. Si mis sospechas son correctas y todo esto tiene que ver con la exposición, el maestro y creador de todo este jardín demoníaco no se encuentra aquí.

Luis lo miraba en silencio, como si siguiera esperando una buena razón para deshacer lo andado.

- Y, por último – concluyó el pelirrojo – nada nos dice que vayamos a encontrar a Simon en el piso de abajo, fácilmente podría estar en cualquiera de las tres galerías de alguno de los tres pisos.

Aceptando su razonamiento, al español no le quedó más remedio que admitir que su colega tenía razón.

- De acuerdo – accedió finalmente – pero sé que no te estoy contando nada nuevo si te digo que el tiempo apremia, puede que tengamos que hacer algún que otro sacrificio energético para subir el ritmo.

Erik sonrió, dejando emerger su flamígera aura.

- Estoy dispuesto a correr el riesgo.

La primera acción tomada fue sin duda limpiar la galería Sully del resto de plantas cadáver, algo fácil para ellos una vez superado el primer pasillo, y logrado su objetivo se dirigieron a Richelieu, donde lo que les aguardaba no era, ni de lejos, tan terrorífico como aquello que habían encontrado en las otras dos alas.

Unes

No sin cierta sorpresa, los dos cazadores contemplaron sorprendidos que suelo e incluso paredes estaban recubiertas de inquietas Unes que parecían esperar a que algún incauto las pisara. Aquello en cierto modo les alivió y descorazonó al mismo tiempo, ya que por un lado sería fácil limpiarlas, pero por otro se preguntaban si no habría algún tipo de trampa oculta.

Sin saber qué hacer durante un par de minutos, finalmente Luis invocó una botella de agua bendita y la estampó contra el suelo, dando como resultado una pequeña pared de llamas que avanzó unos dos metros antes de desvanecerse.

- Lento pero seguro – comentó Erik ante la maniobra de su colega – aunque no estoy seguro de que la versión básica funcione.

- No te falta razón – reconoció éste – échate un poco hacia atrás.

Invocó dos botellines, uno en cada mano, e imbuyó al primero con el poder de la Agnea, recibiendo el segundo una fuerte carga mágica ígnea.

- Con esto bastará para abrirnos más camino – lanzó con fuerza ambos viales contra el suelo - ¡Vamos!

Al romperse contra el piso, los frasquitos liberaron, como si se tratara de hechizos embotellados, diferentes poderes. El que había sido impregnado con magia de fuego dejó escapar una inquieta bola de fuego, del tamaño de un balón de fútbol, que se movía en direcciones aleatorias a lo largo del corredor, quemando las Unes que pisaba así como las colindantes; el que había recibido el poder de la Agnea, por otro lado, liberó una columna de rayos que se dividió hasta ocupar el ancho de la estancia y avanzó inexorablemente hasta su disolución, al mismo tiempo que la esfera ígnea, habiendo despejado más de un 50% de la zona.

- ¡Listo! – concluyó sacudiéndose las manos – volveré a usar la versión atronadora para limpiar el resto, ahora vamos a ver.

Avanzaron sin encontrar nada, atentos a los recovecos por si los ataques sorpresa que, afortunada y decepcionantemente, no llegaban, y temían que todo el recorrido fuera igual de monótono hasta que toparon con algo extraño.

Un poco más a lo lejos, casi al final del pasillo, dos bultos se movían de forma diferente, uno de ellos daba ser la impresión de ser un esqueleto de extraña vestimenta y lo otro era, o al menos parecía, una forma humanoide que se arrastraba por el suelo. Intrigados, los cazadores avanzaron un poco más, hasta donde la destrucción provocada por Luis les permitía.

- ¿Qué demonios…?

No tenían tiempo para detenerse a escudriñar, ni arriesgarse a dar un paso en falso y caer en las "garras" de las Une, por lo que Erik extendió su mano derecha, de la que escaparon seis brillantes luminarias que iluminaron con fuerza el espacio, mostrando una escena que sólo podía calificarse, como poco, de grotesca.

La sombra que estaba de pie era, en efecto, un esqueleto vestido de granjero, con sombrero de paja, peto azul raído y un zurrón del que sacaba semillas para lanzarlas alegremente sobre el bulto humanoide que era, para más inri, un ser humano, un hombreo que trataba de enfrentarse a su torturador de una forma que se hallaba entre lo valiente y lo patético, pero cuyas fuerzas, ya mermadas, lo habían llevado a dar con sus huesos en el suelo, quedando casi indistinguible entre los diabólicos matorrales.

- ¡EH!

Reaccionando ante la escena, el pelirrojo lanzó un hacha que destruyó de un solo golpe al esqueleto y, rezando para que el hombre estuviera aún con vida, lo animó.

- ¡Eh! ¡Oiga! ¿¡Está usted bien!?

No respondía, la masa se movía entre los matorrales sin pronunciar palabra alguna.

- ¿¡Se encuentra bien!? – insistió - ¡Trate de levantarse, lo llevaremos a un lugar seguro!

Sin respuesta otra vez, al menos durante unos segundos, hasta que pareció emitir un extraño sonido, como una voz agonizante.

- A… uen… e…

- ¿Qué dice…? – preguntó Luis mientras preparaba otro vial de agua bendita.

- A…yuen… e…

- No entiendo nada – renegó Erik en voz baja - ¡Trate de levantarse, enseguida vamos!

Con alivio observaron cómo el superviviente se incorporaba, eso sí, de un modo tan lento que les resultaba hasta doloroso. Luis comenzó a cargar la botellita con el poder de su Agnea, pero ésta se le cayó al suelo antes de terminar el proceso, liberando unas insignificantes llamitas, cuando por fin pudieron ver su estado.

Aquello ya no era humano ¡No podía serlo! Las semillas que el esqueleto había lanzado sobre él habían germinado en su cuerpo y nacían de su piel y orificios, así mismo su cuerpo había tomado un tono verdoso y las Unes arraigaban y extendían sus hojas a su alrededor, asfixiándolo o mejor dicho, invadiéndolo, como si quisieran controlarlo.

- A… uden… e…

Erik sintió su mano temblar, por un lado, quería salvar a aquel pobre desgraciado ,pero por otro sabía que la única forma de liberarlo era matándolo, Luis por su parte preparaba otro frasco de agua bendita, cargado de nuevo con su poder eléctrico, con el fin de barrer el resto de Unes y, al mismo tiempo, con la vana esperanza de que purificara el cuerpo de aquel pobre diablo.

Su mano, al contrario que la de su compañero, no tembló. Lanzó la botellita apenas estuvo lista, liberando el poderoso muro atronador que barrería con todo. A cámara lenta vio cómo se acercaba al que antaño era un hombre, y por si no tenía suficiente con todo lo que había visto ya, a través de los relámpagos observó cómo surgía otro matojo de la boca de la víctima. Su color, forma y movimiento eran completamente diferentes del de las Une. En un acto reflejo, se tapó los oídos y dio un único grito de advertencia para su compañero.

- ¡MANDRÁGORA!

La víctima, ya fuera forzado por las plantas parásitas o por querer sacarse aquel cuerpo extraño que lo asfixiaba, tiró de las hojas al mismo tiempo que Erik se tapaba los oídos, mientras la descarga eléctrica lo alcanzaba, sacando unas extrañas raíces con forma de bebé que dieron un largo y estridente grito antes de estallar, grito que, por cierto, había abierto una brecha en el muro y evitado que la electricidad llegara siquiera a rozarlo. Tras esto, el pobre hombre cayó al suelo, muerto.

- No podíamos hacer nada – resolvió Luis con tristeza – vamos, sígueme.

- No – contestó el pelirrojo sin más.

- ¿Qué?

Con los hombros gachos, Erik comenzó a caminar hacia el cadáver.

- Al menos quiero quitarle todas esas cosas de encima, su muerte ya ha sido bastante horrible.

El clima en aquel momento era de impotencia y tristeza, no sólo por parte del Belmont, si no también de Luis, que echó a andar tras él.

- Te ayudaré – concedió – cuanto antes acabemos, mejor, y yo tampoco quiero que se quede así.

No obstante, se detuvieron al poco al comprobar que el cuerpo se movía de un modo extraño y espasmódico, y aquello los hizo ponerse en guardia, ya que ningún humano sobrevivía al grito de la mandrágora. Al verlo de pie se confirmaron sus sospechas: Había sido tomado por las Unes.

Con los dientes apretados, el Fernández echó mano de su Yasutsuna, pero Erik lo detuvo, queriendo hacerse cargo él mismo.

Podía con el ejército de amargariposas, podía con la extraña criatura comecorazones, podía con las horriblemente mutadas cabezas de las plantas Cadáver, pero… había visto morir frente a sus narices a aquel pobre hombre, y lo menos que podía hacer por él era liberarlo de aquellos seres que lo habían torturado hasta morir.

Así que, con esta decisión tomada, se abalanzó sobre él con su Salamander desenvainada mientras que la víctima, ahora criatura, chillaba y se movía presa de la locura, embistiendo a su vez el pelirrojo.

Bastó un espadazo, un simple tajo que hizo arder el cuerpo sin vida una vez el Belmont hubo guardado su arma, pero por precaución debían ir más allá, y mientras Erik le cortaba la cabeza Luis vertía sobre los restos el contenido de una botella de agua bendita, que ardía al contacto, purificando completamente el mal que lo había asfixiado hasta matarlo. Mientras lo hacían se miraban a los ojos, haciendo patente el drama que todo aquello suponía para ellos. No es que no estuvieran acostumbrados, de hecho, destruían no-muertos prácticamente cada noche, pero no soportaban ver morir a alguien ante sus ojos sin poder hacer nada.

Finalmente descendieron las escaleras, encontrando para su sorpresa que aquel piso, aparentemente, no estaba custodiado por ningún tipo de monstruo vegetal. Aparentemente, claro.

No tardaron mucho en darse cuenta de que a los flancos de la bajada que habían tomado habían plantados dos árboles pequeños y esbeltos de unas formas un tanto curiosas, casi femeninas; ya escarmentados y previsores se pusieron en guardia con sus espadas al punto de desenvainar y esperaron un buen rato a ser atacados, pero nada sucedía, de modo que finalmente se distrajeron, preguntándose qué pasillo tomar. No se habían decidido aún cuando se sintieron paralizados por una fuerza invisible, y ante sus ojos los extraños árboles comenzaron a cambiar.

Ya no eran simples plantas, sus ramas cayeron y tomaron forma de dos delgados y blancos brazos de codo para arriba, la copa cayó hacia atrás y sus ramificaciones se afinaron hasta acabar asemejando una cabellera que coronaba una cabeza cuyo rostro se formaba poco a poco al igual que el tronco, transformándose poco a poco en un bello y esbelto torso desnudo femenino.

- No jodas… - murmuró Luis con un leve toque de terror en su voz – todavía no hemos terminado con las plantas… ¡Son Dríades!

Dríades, las ninfas de los bosques, engañadas en su ingenuidad por las fuerzas del mal hace siglos y puestas enteramente a su servicio. A causa de ello sus rasgos, ya formados, habían perdido su serenidad y dulzura y se habían deformado con la malignidad y sed de sangre propias del más perverso de los demonios.

Incapaces de moverse por alguna extraña razón, los dos jóvenes no pudieron evitar los frutos que éstas le lanzaron y que estallaron al golpearles. Resistieron con estoicismo tres andanadas, pero a la cuarta ya forcejeaban buscando una salida, el Fernández empezaba a pensar ya en recurrir a las enseñanzas del libro del santo, pero un extraño e ininteligible susurro de su compañero y una liberadora explosión a espaldas de cada uno le hizo replanteárselo.

- ¿Qué era eso? – preguntó Luis, confuso.

- ¿¡Y qué importa!? – respondió el Belmont desviando la conversación - ¡Vamos a encargarnos de ellas! ¡Será fácil!

Nada más lejos de ello, apenas habían desenfundado sus armas cuando se vieron atacados por las raíces de las ninfas, que evitaron por muy poco siendo Luis su ejecutor, decapitándolas de un solo tajo.

- Bueno… vía libre – resolvió secándose el sudor de la frente - ¿Has decidido ya qué camino tomaremos?

El pelirrojo asintió.

- Sí… No me preguntes por qué, pero tengo un presentimiento con el ala Denon, tiraremos por ella.

- Bien

Continuando con la exploración, Luis siguió a su compañero al lugar indicado; aquel corredor, al contrario que el descansillo de las escaleras y siguiendo con lo ya visto en el tercer piso, estaba cubierto de vegetación, pero al contrario que en lo visto anteriormente allí parecía un pacífico jardín cubierto de hiedras, enredaderas y rosales que escalaban las paredes, nada ni remotamente parecido a las enormes raíces, bosques de Unes y junglas de Plantas Cadáver que les acecharon anteriormente.

Además, el lugar estaba invadido por un aroma embriagador que incluso parecía embotar sus sentidos y apagar su espíritu de combate, aflojando sus músculos, no obstante, aquello no les impidió continuar en guardia, manteniendo las armas alzadas en todo momento.

Aquel lugar era muy tranquilo, demasiado tranquilo.

Habían recorrido aproximadamente un tercio del corredor cuando Erik hizo una observación, en parte por romper un poco aquel tenso e incómodo silencio.

- No me había dado cuenta arriba – comentó – pero aquí que se puede ver con más claridad se nota que ha habido una masacre.

Su compañero profirió una sarcástica carcajada.

- ¡JA! ¡No jodas, hombre! ¿¡No te habías dado cuenta con todo lo que hemos visto!?

- No hablo de eso – respondió – Me refiero a que no ha quedado ni una obra de arte sana, ni cuadros, ni estatuas, ni grabados… ¡Nada!

El Fernández torció el gesto.

- Sí, bueno… no le había dado importancia – admitió.

No la tenía realmente, no al menos para ellos dos – a Simon fijo que le daba un pasmo – pero no dejaba de ser una lástima.

- Ah, mira, queda uno vivo – observó el pelirrojo de repente, deteniéndose.

Luis dejó de andar a su vez, y los dos se detuvieron a contemplar la obra. Se traba de un retrato sencillo, de perfil, de una mujer vestida con un sencillo atuendo de época cuya piel, a causa de un extraño juego de luces, presentaba una tonalidad púrpura. Era bastante siniestro, lo suficiente como para hacerlos sentir incómodos y decidir continuar su andadura, pero cuando lo intentaron se vieron retenidos… de nuevo. Con movilidad suficiente para comprobar su situación, giraron la cabeza y vieron con horror que la dama del cuadro se había girado y ¡los agarraba con sus dos manos, emergidas del propio lienzo! Decididos a no ser víctimas de aquella obra de arte encantada, echaron sus espadas hacia atrás con el fin de dañarla y liberarse; el Fernández lo consiguió, pero Erik falló por muy poco e inmediatamente se vio inmovilizado y tratando de ser arrastrado a la fuerza. Apenas se abalanzaba Luis para ayudarlo cuando un presentimiento le hizo voltearse para, justo a tiempo, esquivar una especie de proyectil que, al verse evitado, giró en el aire y trató de alcanzarlo de nuevo, consiguiendo el español interceptarlo con su arma y partirlo en dos para descubrir que aquello no era otra cosa que un enorme abejorro del tamaño de su puño y color púrpura con el abdomen luciendo un brillante y peligroso rojo sangre; en guardia, se dio la vuelta de nuevo para comprobar que estaba rodeado por todo un enjambre.

Por su parte, el Belmont continuaba forcejeando, afortunadamente, el cuadro no era rival para él en cuestión de fuerza y al poco había logrado liberar su brazo derecho, en el que concentraba un gran cantidad de intensa energía azulada.

- ¡HOLY FIST!

Con todas sus fuerzas, estampó su puño contra el lienzo, que ardió entre sobrenaturales gritos e intensas llamaradas, pero apenas se había soltado cuando se vio obligado a usar su Salamander para exterminar un grupo de arañas – cuyo cuerpo no era otra cosa que una gran calavera – que comenzaron a acosarlo hasta el punto de llegar a escalarle por las piernas; a su vez, Luis avanzaba acabando con más y más abejas, tratando de localizar el panal que sabía que se hallaría por allí, el número de éstas era tal que ya lucía heridas de diversa consideración repartidas por todo el cuerpo, provocadas sólo con sus afilados aguijones.

Harto y con la intención de ayudar a su compañero, Erik clavó su espada en el suelo liberando una columna ígnea fugaz, pero fulminante para los arácnidos y, mientras terminaba con unos pocos que aún le perseguían, echo a correr él también en busca del avispero; lo localizó finalmente el español, casi al comienzo del corredor para fastidio suyo, ya que ni se habían dado cuenta. Destruirlo fue fácil, Erik dio buena cuenta de él con una estocada flamígera, pero a ninguno le pasó desapercibido su peculiar aspecto, normal en principio, a excepción de la extraña distribución de los panales vacíos, que dibujaban sobre la superficie del cúmulo los siniestros rasgos de un cráneo humano.

- Amargariposas, comecorazones, plantas cadáver – comenzó a enumerar el español, irritado, mientras retomaban su camino – plantas carnívoras, Unes, un tío poseído por Unes, esqueletos granjeros, Dríades, bichos… ¿¡Nos queda algo más!?

- No lo digas muy alto – contestó a ello su compañero, que no quitaba ojo a sus heridas – que no llevamos ni medio museo ¿Cómo te encuentras?

- Bien, bien, pero… - se llevó la mano a la frente por un momento – me parece que estoy mareado…

- Sí, yo también – admitió el Belmont – este sitio tiene algo que no tenían los otros pasillos, es como si…

No continuó, de repente se apercibió de que al final del corredor había algo colgado, con la forma de un inmenso cuadro, cubierto por una lona de color marrón gastado.

- ¿Qué es eso? – preguntó de repente.

- ¿Mhn? – Luis se frotó los ojos y siguió la mirada de su amigo - ¿Un cuadro?

- Por la forma diría que sí, pero…

No siguieron hablando, mientras avanzaban se dieron cuenta de una extraña neblina rojiza los rodeaba, pero pese a ello incluso podían seguir viendo lo que se extendía a sus ojos, y observaron que la zona donde se encontraba aquel cuadro estaba milagrosamente despejada de todo, incluyendo vegetación.

Continuaron avanzando pesadamente hasta alcanzar el último cuarto del pasillo, donde los rosales, parras y enredaderas perdían espesura hasta casi desaparecer. Apenas habían pisado el suelo firme – agrietado, pero firme – cuando una voz femenina, dulce e insinuante, los asaltó.

- Vaya, vaya… - dijo ésta, salida de la nada, tras una suave risa – así que se han colado dos ratoncitos más…

En respuesta volvieron a descubrir sus armas, pero no se les pasó por alto que el aroma, antes suave y agradable, ahora se había vuelto intenso y mareante en extremo, de hecho, tuvieron que realizar un esfuerzo consciente para mantenerse en pie.

- Así que… ¡Cazadores! – profirió la voz – vaya, eso explica cómo habéis logrado sortear las trampas y llegar hasta aquí… aunque no sin rasguños – volvió a reír.

- ¡Déjate de burlas y muéstrate! – exigió Erik.

- No nos gustan los jueguecitos – agregó el Fernández – de modo que haz el favor de salir de donde te encuentres.

De nuevo aquella sensual risita, y una sombra, protegida por aquella nebulosa rojez, que comenzó a materializarse ante ellos. Por unos momentos no tuvo forma concreta, pero mientras emergía de la neblina los dos guerreros tuvieron tiempo de quedarse atónitos.

Frente a ellos, o frente a los ojos de Luis al menos, aparecía una figura femenina que él conocía muy bien; bajita y delgada, diminuta en cómputo global comparada con él, sus pechos desnudos eran medianos, firmes y tersos, un pubis inmaculado con sólo una pequeña mata de vello y un cabello castaño, corto y ondulado que perlaba un rostro de boquita pequeña y ojos almendrados.

El español quedó completamente atónito… ¡Esther!

- Hola, mi amor… - saludó ésta con un tono de voz tan erótico que lo hizo estremecerse – ya… hacía tiempo que no nos veíamos…

Confuso, mientras la veía avanzar hacia su posición, miró a Erik, éste la observaba con los ojos desorbitados y una sonrisa boba, pero aquello no le cuadraba, su compañero no era ningún pervertido, y tenía más que claro que nunca la miraría con esos ojos.

¿Entonces…?

- ¿A qué esa expresión de sorpresa, cariño? – prosiguió ella, cada vez más cerca, moviendo sus caderas sugerentemente - ¿Acaso no te alegras de verme?

Finalmente se pegó a él, frotando su cuerpo desnudo contra las ropas de combate y las heridas del muchacho, rodeándolo con sus brazos.

- Yo si… - añadió, llevando su voz a un tímido susurro – Me alegro mucho de verte…

Justo en el momento en que sus labios se iban a unir a los del español, éste sonrió y la contuvo con su mano derecha.

- Ya te he dicho que no nos gustan los jueguecitos – espetó a la joven – y ahora harías bien en apartarte, la imitas de pena.

- ¡Oh, vamos! – contestó ella, retirando la mano de Luis - ¿Qué te hace pensar que no soy tu novia?

- No necesito que haya nada, simplemente lo sé – respondió – Y ahora… ¡Aparta!

Hizo estallar desde su mismo corazón una descarga eléctrica que espantó a la muchacha, haciéndola volar unos metros hacia atrás y caer al suelo con fuerza, al levantarse la sensualidad había desaparecido, y miraba a Luis con una mezcla de odio y desprecio.

- ¡Maldito! – profirió - ¿¡Cómo sabías – su cuerpo comenzó a cambiar, ganó altura y curvas, sus pechos se volvieron más voluptuosos, su pubis pelado, su cabello castaño creció y se alisó y sus rasgos, aún emponzoñados por el odio, guardaban una dulzura sin par – que no era ella!?

- Ya te lo he dicho – respondió el muchacho – simplemente lo sabía. Todo enamorado que se precie es capaz de distinguir a su pareja de un simple impostor, y más si se trata de un súcubo. Además – añadió – quizá habrías tenido algún éxito si hubieras añadido a la visión el que éste – dio un codazo al Belmont, que parecía confuso – no estuviera mirando a mi novia como si fuera un puto trozo de carne.

Con el ceño fruncido, la vampiresa se incorporó y completó u transformación, recubriendo sus piernas con unas botas de de látex rosado hasta la mitad del muslo y desplegando unas imponentes alas de murciélago de idéntica tonalidad.

- Muy listo – juzgó con sarcasmo – ¡Lástima que tu condición de hombre casi me haya permitido llegar hasta el final!

- Casi, pero no – intervino Erik – y ahora te convendría dejarnos pasar, tenemos prisa.

El súcubo se echó a reír.

- ¿¡Que tenéis prisa!? ¡Pasar! – se burló - ¡Pero qué divertidos sois! ¡Estáis locos si pensáis que va a ser tan simple!

Alzó la mano derecha en un movimiento a la vez violento y elegante, y cuatro enormes rosas, cuyos tallos excedían los dos metros, se alzaron delimitando los vértices de un rectángulo al tiempo que, al abrirse, comenzaron a despedir un suave efluvio que, como antes, empezó a embotar sus sentidos.

Rápidamente se echaron la mano a la cara para tapar boca y nariz mientras preparaban sus espadas, sabían que debían evitar respirar aquello a toda costa o tendrían serias dificultades.

- ¡Mierda! ¿¡Qué es esto!? – exclamó el Fernández finalmente.

- ¿Esto? Oh… sólo un pequeño aviso… o más bien una demostración de los estúpidos que sois – se llevó las manos a su escote y lo acarició mientras se inclinaba levemente – El suave y sensual aroma de una mujer… ¡La perdición de los hombres!

Seguido a estas palabras, apuntó con ambas manos al suelo y las volvió a lazar, haciendo emerger de una extraña puerta dimensional un gigantesco tallo espinoso, del grosor de un mismo cuerpo humano, que azuzó a los cazadores con una sola orden. Se hicieron cada uno a un lado para evitarlo, pero éste viró y atacó al Fernández, que consiguió esquivarlo a medias, ya que su cuerpo falló y no le obedeció correctamente, recibiendo a causa de ello un importante desgarro en el brazo a la altura del bíceps.

Al ver esto la diablesa rió y envió el diabólico tallo a Erik que, aturdido también, decidió no esquivar y recibirlo de frente, tratando de contenerlo con ambas manos, pero la fuerza con la que se movía era mayor de lo que podía contener y se vio superado, rodando hacia un lado en un intento fútil de evitarlo, ya que en su caso sintió cómo las espinas rasgaban la carne en sus omoplatos. Apenas había caído cuando en un momento vio que su adversaria los apuntaba a cada uno con un dedo de cuyas uñas surgió un resplandor, viéndose atacados por decenas de espinas que se les clavaron en el pecho a él y en la espalda al Fernández.

Heridos y atontados, los dos cazadores se levantaron con dificultad no por el dolor, si no a causa de aquel aroma dulzón que los debilitaba.

- No aguanto más – dijo Erik a su colega - ¡Esta vez voy a tomar la iniciativa!

- Te sigo – lo apoyó Luis – ya nos ha humillado bastante.

La miraron directamente a la cara, su expresión de puro placer sádico los enervaba y desafiaba; su sonrisa se acentuó aún más cuando los vio empuñar con decisión sus armas.

- Vamos – se cruzó de brazos, apretando con éstos sus pechos y reafirmando su escote – os espero, hombretones.

Los dos compañeros embistieron al mismo tiempo, atacando con sus Yasutsuna y Salamander apenas estuvieron a la distancia suficiente, pero la vampiresa los esquivó con facilidad y se apareció a la izquierda de Erik, que dándose cuenta de ello trató de decapitarla con un tajo horizontal, sólo para ver cómo ella se agachaba y, girando limpiamente sobre sí misma, se desembarazaba de él con un golpe de ala; en respuesta a esto Luis amagó un tajo vertical para ponerla en guardia, envainó la katana y generó tres cuchillos en su mano con los que trató de acertarle a bocajarro, de nuevo sin éxito, ya que ella se desvaneció y volvió a aparecer en sus narices, golpeándolo con fuerza en el estómago y mandándolo junto al pelirrojo.

- ¡Qué fácil es esto! – juzgó ella mientras se mesaba tranquilamente el cabello – los hombres sois tan patéticos…

Rechinando los dientes de rabia, los dos jóvenes se incorporaron de nuevo; aquello no era para nada normal, se sentían pesados y faltos de fuerza y reflejos, así como mareados, y sus sentidos estaban obnubilados por aquel extraño aroma que inundaba el pasillo.

- Será mejor que no os esforcéis – les aconsejó con sorna – ningún hombre que se precie podrá jamás vencer a una de nosotras, aún cuando sea el más poderoso cazador del mundo – alzó levemente el mentón y los miró con superioridad – en mis manos sois simples peleles.

- ¿¡Peleles!? ¡Eso está por ver! – reaccionó el Belmont mientras, con la espada envainada, la embestía con sus puños incendiados.

Sin perder la sonrisa ni moverse de su lugar, el Súcubo esperó pacientemente a que Erik atacara y, cuando alcanzó a hacerlo, alzó los brazos en cruz, riendo mientras su cuerpo se multiplicaba en tres imágenes de ella misma y, tras golpearlo simultáneamente, lo agarraban y abrazaban.

- Otro como vosotros lo intentó hace un rato – dijo la vampiresa al oído del pelirrojo – no se dejó sorprender y combatió como un verdadero valiente, pero sus esfuerzos fueron en vano, y lo acabé enviando al piso de abajo, donde su energía alimenta ahora todo aquello a lo que os habéis enfrentado.

Aquellas palabras lo espabilaron ¿Simon se había enfrentado a ella? ¿Y estaba abajo? ¿Con energía se refería a su sangre o…?

- Y ahora que sabes esto y has perdido toda esperanza – continuó la imagen que lo había abrazado desde delante – va siendo hora de que te unas a él.

No tuvo tiempo para nada más, una inmediata descarga eléctrica destruyó las dos réplicas y lanzó a la original lejos de Erik, que tuvo que hacer un gran esfuerzo por no caer al suelo, ya que el mero contacto con ella lo había agotado momentáneamente.

- Lo he oído todo – dijo el español desde su posición. mientras continuaba apuntándola con los dedos – me gustaría acabar contigo lenta y dolorosamente, pero como ya dijimos antes, tenemos prisa.

Desde el suelo, volvió a reírse con la mano sujetando el hombro izquierdo, donde había impactado la descarga.

- ¡Que pesados! Parecéis muy interesados en salvar a ese niño ¿Por eso os habéis enfrentado a todo el infierno que he tendido a vuestros pies? ¿A qué se debe?

- Ese… niño, como tú… lo has llamado – contestó el pelirrojo, que aún se mantenía a duras penas en pié – ¡es mi hermano! – para sorpresa del español, su aura comenzó a arder como una tea, cada vez más rojiza y concentrada, expeliendo un poder temible - ¡Y por esa razón voy a bajar ahí abajo, enfrentarme a lo que sea y salvarlo! ¡AUNQUE TENGA QUE FALTAR A MI CÓDIGO DE HONOR Y REMATARTE MIENTRAS ESTÁS EN EL SUELO!

Sin mediar una sola palabra más se abalanzó hasta ella, dispuesto a golpearla con todas sus fuerzas, con tal velocidad que ambos pensaron que no le darían tiempo a contraatacar, pero se equivocaron, y apenas en medio segundo el súcubo se había erguido y posicionado justo delante de Erik, deteniendo su avance, al tiempo que lanzaba contra Luis una cadena cuyos eslabones eran afiladas cuchillas de media luna; antes de que se diera cuenta, el Belmont vio su recién recuperado poder completamente aplastado, y la vampiresa se había abrazado y pegado a él de tal forma que su cuerpo parecía a punto de fundirse con el del cazador.

- ¿Sabes? – le dijo mientras sujetaba dulcemente su cabeza – me gustáis mucho los dos… creo que experimentaré verdadero placer alimentándome de vuestros sueños y energías…

El Fernández, que se esforzaba por protegerse de la afilada cadena, observaba impotente la escena.

- ¡Erik! – gritó desesperado - ¡No caigas! ¡Aguanta!

- Demasiado tarde – contestó el súcubo, cuyos labios casi rozaban los del pelirrojo – ya está bajo mi influjo…

Luis cerró los ojos ¡No quería verlo! Él, atrapado y con su sangre fluyendo entre los eslabones de la mortal cadena, y Erik a punto de ser atrapado en el diabólicamente placentero sueño del súcubo.

Y Simon, alimentando con su propia energía aquella pesadilla que podría destruir toda la ciudad.

Todo se había perdido.

Los milisegundos parecían minutos, se negaba a abrir los ojos y ver lo que la diablesa estaría haciendo a su amigo. Entonces, algo sucedió.

Sintió un frío absoluto, la cadena dejó de apretarle y su acero se congeló, y más allá sintió un cuerpo caer, y el súcubo gritando y maldiciendo de puro dolor.

Alguien había intervenido, pero ¿Quién?

Una voz femenina llena de rabia emergió de entre las sombras, estaba cargada de ira y deseo de protección a la vez, así como de una calidez inaudita, con su oído ya despejado pudo distinguir que dicha voz venía justo de donde el pelirrojo se encontraba.

- Si llegas a ponerle uno sólo de tus labios encima, guarra… – profirió la recién llegada - ¡TE REBANO EL PESCUEZO!

Lentamente abrió los ojos. Entonces ¿El súcubo no lo había conseguido? La primera impresión que tuvo fue la de encontrarse en una cámara frigorífica, paredes y suelo estaban escarchados, y las plantas habían muerto a causa del frío, Erik se hallaba de rodillas, jadeaba y parecía confuso, como si acabara de despertar de una horrible pesadilla, más allá la vampiresa estaba derrumbada y sangraba por algunos puntos de su cuerpo, pero… ¿Quién se interponía entre ella y el Belmont?

Era una figura femenina, de una altura similar a la de su amigo y curvas bien definidas, con brazos fibrosos y silueta imponente, llevaba dos espadas en la cintura sujetas con un doble cinturón cruzado, y por su espalda caía una larga y voluminosa melena dorada, su piel era blanca como la nieve.

- ¿Estás bien, Erik? – preguntó ella - ¿Puedes hablar?

- S-si… - respondió él entre jadeos – sí, gracias… nos has venido al pelo.

Satisfecha con la respuesta, se dio la vuelta y entonces Luis pudo verla bien, su rostro era joven, casi aniñado, con unos bonitos ojos grandes y redondeados de color acuoso, labios de grosor medio y una tez tan pálida como el resto de su piel, sobre la cual el flequillo caía hacia el lado izquierdo con una curvatura, cuanto menos, curiosa; vestía una camiseta negra de licra y unos muy ajados pantalones vaqueros ceñidos, junto con unas deportivas blancas con detalles rojos terriblemente estropeadas.

Le sonaba, la había visto antes en algún sitio, pero… ¿Dónde?

- ¿Y tú? – se dirigió al español - ¿Te encuentras bien, Luis Fernández?

¿Sabía como se llamaba?

- ¿Eh? Si, sí… como dice Erik, nos has venido de maravilla, gracias.

La muchacha sonrió con alivio.

- Menos mal… parecías estar pasando un mal rato.

- Sí, pero… no era dolor físico, era sólo… bueno…

- Entiendo – respondió, sonriendo de nuevo – ya deberías poder romper la cadena, está congelada al punto de ser puro cristal, un poco de presión bastará.

Tenía razón, le bastó con forzar un poco su musculatura para desmenuzarla, aparte de sentir haber recuperado todas sus fuerzas. Era evidente que el hechizo del súcubo ya no tenía ningún efecto sobre ellos.

Erik también estaba de pie y espabilado, había recogido su arma y puesto en guardia, mientras el súcubo se erguía de nuevo, con la más pura ira reflejada en su rostro.

- ¡Tú! – exclamó mientras se dirigía a ella - ¿¡Eres tú quien se ha atrevido a entrometerse!?

La chica puso sus manos sobre la cintura y respondió con suficiencia.

- ¡Por supuesto! ¿Quién podía ser si no?

- ¿¡Como te has ATREVIDO!? – gritó furiosa, mientras lanzaba una nube de espinas que la recién llegada congelaba y reducía a polvo realizando un simple barrido con su mano.

- La pregunta para mí es… - contestó - ¿Cómo te has atrevido tú a llevar a cabo semejante masacre?

- ¿¡Y qué te importa!? ¡Los humanos son simples hormiguitas que podemos aplastar cuando nos venga en gana!

- ¡Respuesta incorrecta! – la muchacha hizo aparecer frente a sí cuatro grandes flechas de hielo que proyectó a su enemiga - ¡NEEDLE SPIKE!

El súcubo las esquivó y la miró directamente a los ojos con todo el odio que era capaz de irradiar, la chica quiso dirigirse hacia ella, pero Erik se interpuso.

- Espera un minuto, Claire – le dijo – es demasiado peligrosa, la derrotaremos entre los tres.

La sola mención de su nombre bastó para poner de nuevo en guardia al Fernández. ¿Claire? Y ese aspecto ¿Dónde demonios había…?

- No – replicó la joven – vosotros id al piso de abajo y haced lo que tengáis que hacer, yo me hago cargo de ella.

- No, él tiene razón – intervino el español, olvidando sus dudas – no tienes más que ver cómo nos ha dejado.

Al oír esto, la vampiresa sonrió con orgullo.

- Os ha dejado así – contestó Claire – porque no existe en este mundo hombre que pueda derrotar a un Súcubo por muy grande que sea la diferencia de poder, y a juzgar por vuestro estado… diría que nunca os las habíais visto con una y os ha pillado en bragas ¿verdad?

Avergonzados, los dos muchachos tuvieron que reconocer que llevaba razón. Siempre que se tratara de súcubos, la hermandad enviaba a mujeres para que se hicieran cargo de ellas, razón por la cual ellos nunca habían dado con una de ellos.

- Dejadme a mí y seguid - insistió – no será rival para mí. Ya he despejado yo el ala Richelieu de este piso, así que no tenéis que preocuparos por eso.

- Oh, ¿Y que tú estés aquí significa que lograrás que les dejaré pasar? – intervino la diablesa - ¡Cuanta confianza, chica!

- No es que crea que haré que les dejes pasar – el tono de voz de la muchacha adquirió un marcado deje autoritario - ¡Es que les vas a dejar! ¡Sin hacer absolutamente nada para evitarlo!

Con un respingo, el súcubo quedó paralizada por completo, mirando a Claire con unos ojos que expresaban un temor casi reverencial. Sin poder entenderlo, pero también sin tiempo para detenerse a pensar en ello, le dieron las gracias y echaron a correr, dándose cuenta la vampiresa de esto sólo cuando fue demasiado tarde y, al ir a atacarles, la joven corrió hacia ella y le sujetó la mano con fuerza.

- ¡No pienso dejar – dijo mientras forcejeaba – que le hagas más daño!

A lo lejos, ya casi a mitad del pasillo, Luis cayó en la cuenta de quién los había rescatado.

- ¡Espera un momento! – exclamó - ¡Esa tía era Claire Simons!

- Claro – respondió Erik como si se tratara de lo más inocente y natural del mundo.

- Pero… ¡Es la asesina que te encargaron capturar!

- Ya.

- ¿¡No te das cuenta de que la estás dejando escapar!?

- Eso me la trae al pairo – contestó finalmente con exasperación – ahora lo que importa es salvar a Simon ¿No?

- Pues sí – admitió el Fernández - ¡Espera! ¡Te habló con familiaridad! ¿¡Es que os conocéis!?

- ¡Qué pesado! – protestó el pelirrojo – Pues mira, sí.

- ¿¡COOOMO!?

- De hecho – añadió como si nada – hace ya casi un mes, creo.

- ¿¡EEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEHHH!?

- ¡Concéntrate en rescatar a Simon, coño!

De vuelta al final del pasillo, Claire había contenido al súcubo hasta que sintió los pasos de los dos cazadores desaparecer en la oscuridad, y se había retirado de un salto ante un intento de contraataque suyo.

- Que creas que puedes vencerme es lo mejor que he escuchado en varios siglos – comentó la diablesa, jocosa, mientras la miraba con desprecio – y tengo varios, te lo aseguro.

- ¿Sí? – preguntó la joven con sorna – pues seguro que has sobrevivido por pura suerte, porque con ese poder…

- ¿¡Cómo!?

- De todas formas – prosiguió – no he venido aquí para burlarme de ti, tengo cosas que hacer ¡y me estás estorbando!

- Entonces – volvió a apuntar a Claire con su dedo índice – APARTAME

En lugar de pulverizarlas como la vez anterior, la joven cazadora avanzó hacia el súcubo, cubriéndose y encogiéndose para recibir el menor número de impactos posibles, y al encontrarse a su altura trató de golpearla en la cara, ésta la esquivó y respondió con un zarpazo que la muchacha detuvo con su rodilla para, ligeramente, desenvainar su No Name y golpearla con el émbolo de la empuñadura, esto la desequilibró, de modo que quiso tumbarla con una patada, pero su enemiga se cubrió y la rechazó con el ala izquierda, obligándola a retroceder a la pata coja y no cayendo por poco ante el pequeño vendaval que desató, batiendo sus alas con el fin de tumbarla.

Claire no había perdido la compostura, si bien reconocía que le fastidiaba ver que se le resistía pero, por otro lado, hacía tiempo que no cazaba vampiros, por lo que resultaba bastante estimulante. Disimuladamente, miró el enorme lienzo cubierto.

Debía llegar hasta él, sin ningún estorbo que se lo impidiera.

Por su parte, la súcubo estaba completamente furiosa, con los dientes apretados y tensa de pies a cabeza. Para ella era humillante no haber podido terminar aún con aquella cazadora, pero no le faltaban recursos para ello.

Resuelta a conseguirlo, apuntó con ambas manos al suelo y abrió la puerta dimensional de la que surgió, de nuevo, el enorme tallo espinoso que lanzó contra Claire; ésta, previendo que aquello podía traerle problemas, desenvainó su No Name y lo desvió de un fuerte tajo sólo para ver cómo éste volvía a por ella, quedándole claro que tal vez hubiera subestimado a la diablesa.

En principio, trató de hacer un recorrido en horquilla para evitarlo, pero no sin cierta sorpresa observó que al acercarse a la parte trasera ésta tomaba el liderazgo de la persecución, mientras, el Súcubo sonreía y de vez en cuando, con pequeños movimientos, daba órdenes concretas a la criatura – si es que podía considerarse aquello como algo vivo – como girar sobre sí misma o agitarse, llegando en un momento dado a causar una herida superficial en la pantorrilla de la joven que, harta, tomó una decisión drástica y, para sorpresa de su adversaria, saltó hacia atrás, sobre el tallo y se apoyó en él a sabiendas de que las espinas podrían atravesarle las manos; al caer, formuló un aria pequeña y la ¿criatura? quedó completamente congelada, bastando un único pero potente espadazo para hacerla caer, hecha esquirlas.

Una vez libre del peligro se abalanzó contra el súcubo, que se hallaba atónita, y la golpeó justo antes de ser rechazada por una tormenta de espinas que la empujó hacia atrás, viéndose obligada a dar una voltereta en el aire para no dar con sus huesos en el suelo y quedar indefensa, pero al recuperar la verticalidad se encontró con que lo que ahora venía tras ella no era otra cosa que la misma cadena que había atrapado a Luis.

En un rápido movimiento, la rechazó con su espada y trató de aproximarse de nuevo a la diablesa para asestarle otro golpe, encontrando la resistencia de sus alas, con las que la golpeó tres veces, no dándole tiempo a reaccionar cuando ésta fue a por su cuello y casi se lo cercena, habiendo podido evitarlo gracias a un rápido movimiento.

No cabía duda, la había subestimado, además, debía ahorrar fuerzas si quería llevar a cabo su cometido. Se le ocurrió una estrategia, extraña pero seguramente eficaz, y es que en uno de los rechazos se había apercibido de que los eslabones podían quedar atrapados en su No Name, de modo que trató de atrapar la cadena mientras la vampiresa se movía de un lado a otro, observándola como si fuera un simple divertimento y preparando su próxima maniobra. Craso error, finalmente, Claire logró atraer a su trampa aquella arma autónoma, y apenas la vio aparecer en un ángulo favorable se la lanzó directamente al torso, quedando ésta fuertemente herida por múltiples sitios.

- ¡Maldita! – le espetó con rabia - ¡Me las pagarás!

Volvió a apuntarle con el dedo, Claire esperó otra lluvia de espinas, pero en lugar de eso lo que llegó fue una potente y concentrada descarga de energía verdosa que, según pudo comprobar al evitarlo, atravesó incluso la pared del edificio, lo que la llevó a la conclusión de que aquello era demasiado peligroso: Un solo impacto y estaría muerta. No podía permitírselo.

Miró su otra espada, de vaina azulada. Si al menos pudiera usarla…

Costaba acercarse, las reservas de su enemiga no parecían tener fin, y las paredes, a excepción del gigantesco cuadro, empezaban a parecer queso gruyere ¿A cuantas personas habrían alcanzado aquellos rayos perdidos? No quería imaginarlo. Finalmente tomó una decisión, no le gustaba la idea, pero si quería llegar hasta ella y eliminarla no tenía otra alternativa.

Con rapidez, levantó una barrera de hielo que, calculó, duraría apenas cinco segundos, los justos para llevar a cabo su plan. Comenzó a recitar un aria con rapidez mientras la vampiresa continuaba atacando, una de las descargas, de hecho, llegó a atravesar la gruesa pared de cristal e impactar, ya debilitado, en su hombro derecho, pero con el objeto de terminar la invocación no emitió siquiera un quejido.

- ¡SUMMON GHOST!

Las dos se quedaron paralizadas, nada ocurría en el corredor, nada aparecía, en vista de esto el Súcubo comenzó a reírse abiertamente de ella, mientras Claire ni siquiera se inmutaba, hasta que sonrió y a su adversaria se le heló, literalmente, la sangre.

Y es que la invocación de la chica había tenido éxito, ahora un extraño esqueleto, visible sólo de cintura para arriba y rodeado por una extraña aura congelante, sujetaba a la diablesa sin permitirle moverse por más que forcejeara. La cazadora por fin podría quitarla de en medio, pero antes tenía una curiosidad que satisfacer.

Lentamente se acercó a ella, deteniéndose a una distancia prudencial de unos tres metros, la miró fijamente y envainó su arma en señal de respeto.

- Dime ¿Cuál es tu nombre? – le preguntó de improviso.

La aludida la miró, atónita.

- ¿Cómo? – respondió, mientras aún se resistía a su presa - ¿Mi nombre?

- Sí, eso he preguntado

- ¿¡Y para qué quieres saberlo!?

Claire suspiró.

- No suelo decir esto a los tuyos, pero… para ser lo que eres me has impresionado un poco – reconoció – normalmente los súcubos no os las apañáis nada bien contra mujeres ¡Y ya me he cargado a unas cuantas!

- ¡Estúpida presumida! ¿¡Y por qué habría de decírtelo!?

- No lo hagas si no quieres, pero puedes considerarlo una señal de respeto… cosa nada común, ya que estoy hasta las narices de todos vosotros.

La vampiresa apretó los dientes con furia y forcejeó hasta finalmente ceder.

- Lilith – respondió a regañadientes – me llamo Lilith.

- Lilith ¿eh? – la rodeó hasta llegar a su espalda, donde levantó su cabello castaño para descubrir la nuca, donde se hallaba un tatuaje que parecía representar un enorme manchurrón de pintura extendido con un pincel – Tienes una marca de servidumbre…

No dijo una palabra, pero la reconoció enseguida.

Tal y como imaginaba… ella, y probablemente todos los cazadores que estuvieran enterados de lo ocurrido en el Louvre…

Viktor Brauner.

Continuó rodeando a Lilith hasta volver a situarse frente a ella, antes de darle la espalda, mirando el cuadro. Definitivamente, era aquello que había ido a buscar.

- Maldita niña… – articuló la súcubo tras ella - ¡NO ME DES LA ESPALDA!

Para sorpresa de Claire, su adversaria se liberó, haciendo desaparecer al fantasma, y la atacó, escapando la joven por poco con una voltereta bien ejecutada.

- No te rindes nunca ¿eh? – preguntó, mientras se ponía en guardia.

- Tu… en todos estos siglos… nadie… ¿Cómo…? – estaba tan furiosa que ni siquiera era capaz de articular frases coherentes - ¿¡CÓMO TE ATREVES A HUMILLARME DE ESTE MODO!?

De repente, las membranas de sus alas se desgajaron y los huesos se deformaron hasta pasar a ser unos tentáculos de punta afilada con los que la atacó repetidas veces, logrando la muchacha siempre esquivarla por muy poco gracias a su velocidad, hasta que, finalmente, logró encontrar un hueco y los rechazó de un único espadazo para después, en la confusión del momento, cortarlos uno a uno. Lilith, herida, derrotada y sin alas, cayó de rodillas, llorando de rabia e impotencia.

- Supongo que ahora te darás cuenta de que no merece la pena seguir con esto – concluyó, mientras envainaba su espada – hazte un favor y quédate quietecita mientras me encargo de lo mío ¿quieres?

Victoriosa, la joven se dirigió al enorme lienzo y agarró la lona dispuesta a descubrirlo, pero antes de hacerlo rememoró las extrañas condiciones en las que, in extremis, le habían hecho aquel encargo esa misma noche, cuando una anciana alta y de aspecto y voz fuertes, que levitaba en vez de andar, le pidió ir en su lugar al museo y buscar aquel cuadro que debía destruir.

"Por alguna razón" pensó "Esa mujer sabe de mí algo que sólo mi familia conoce" cerró su mano con más fuerza sobre la lona "si al menos me hubiera revelado su identidad…"

- ¡No te atrevas a descubrir el cuadro! – dijo la voz de Lilith desde su espalda, sacándola de sus pensamientos.

- ¿Cómo? – preguntó sin soltar la lona.

- Sólo mi maestro puede hacerlo ¡Tiene que terminarlo – dibujó en su rostro una sonrisa demente – para que toda esta ciudad sea reducida a las cenizas de la destrucción!

"Luego, es cierto" pensó "Es ese cuadro, el que dijo la anciana"

- Si se trata de un cuadro que sólo tu maestro puede terminar – fingió deducir, haciéndose de nuevas – eso significa que sólo puede tratarse de Viktor Brauner ¿Cierto?

- ¡Así es! – admitió ella con orgullo - ¡Y no sólo ése es obra suya! ¡También todas las criaturas que inundan este lugar lo son! ¡Me dio permiso para distribuirlo todo a mi antojo! ¡Toda esta ciudad será un sacrificio en honor a nuestro señor!

Reía sin parar, enloquecida. Sin hacerle demasiado caso, Claire volvió a lo suyo y tiró levemente de la lona, descubriendo una esquina del marco bruñido en oro; se dispuso a dar un tirón aún más fuerte para revelarlo del todo, pero entonces ocurrió algo que la cogió completamente desprevenida: Del suelo emergieron ocho tentáculos que la sujetaron de pies, manos y cuello, uno de ellos incluso se enredó en su pelo y tiró con fuerza hacia atrás, doblándola para obligarla a mirar a Lilith, que sonreía con malicia; al hacerlo pudo observar que aquellos apéndices no eran otra cosa que sus propias alas, que había regenerado y clavado en el suelo para, por sorpresa, utilizar como trampa.

- Definitivamente – masculló la muchacha – eres más terca que una mula.

- ¡Cállate! – le contestó, señalándola - ¡Tú también serás un buen sacrificio!

- Idiota… No quería hacer esto ¡Pero tú lo has querido! ¡COCYTOS!

En un instante, el aura helada de la muchacha emergió y estalló, congelando todo, absolutamente todo lo que había en el pasillo sin contar el cuadro y a ella misma; también el súcubo, que había quedado convertida en una escultura de hielo, seguía con vida, con su rostro libre de la prisión gélida en la que se encontraba.

- ¿¡Por qué!? – preguntó entre tiritonas - ¿¡Por que no acabas conmigo de una vez!?

Claire, que en aquel momento se liberaba de su presa rompiendo los apéndices con suma facilidad, se dirigió a ella.

- Porque – argumentó – tengo entendido que los siervos tenéis "conexión directa" con vuestro amo, así que quiero transmitir, usándote a ti, un mensaje a tu señor para que se lo pase a quien quiera que sea que esté por encima suya.

Se tomó su tiempo para llegar hasta Lilith y arrodillarse frente a ella, tras lo que, mirándola a los ojos, habló con extrema severidad, usando a la vampiresa como si fuera una simple radio.

- ¿Brauner? ¿Puede oírme? Sé que sí… bien… me permito la libertad de utilizar a su sierva ya que quiero transmitirles a usted y sus colegas un mensaje muy importante: No me pienso unir a su bando, es más, voy a dejar de huir ¡los buscaré y eliminaré uno por uno, cueste lo que cueste, como cazadora que soy! Y para que vea que voy en serio…

Se levantó y alejó de Lilith para volver al cuadro, agarró la lona y lo descubrió del todo, dejando a la vista el impresionante lienzo que mostraba la ciudad de París en llamas y reducida a escombros, parecería terminado a falta de un único color: el rojo.

- Observe bien, Lord – añadió un gran retintín a aquella palabra – Brauner.

Lentamente y de forma que la vampiresa pudiera verlo todo, colocó su mano sobre la superficie del lienzo y se concentró, externamente no podía observarse nada, pero en su interior su energía mágica iniciaba una revolución, siendo moldeada a niveles imposibles por ella para sincronizarla con la de la macabra obra de arte.

- No… ¡Es imposible! – se dijo Lilith en voz alta - ¡Nadie puede destruir ese cuadro! ¡Hace falta un poder enorme para eso! ¡Un poder similar a…!

Se detuvo, no tuvo más remedio que hacerlo ante la visión del lienzo ardiendo poco a poco, el marco ennegreciéndose por la corrosión y las decenas de miles de espíritus malignos confinados en él escapando, perdiéndose en la infinidad del vacío.

El cuadro de Viktor Brauner… destruido… carbonizado junto con todos sus planes de destrucción… ¡A manos de una simple chiquilla!

- T-tú… - articuló a duras penas mientras sentía que su existencia se desvanecía - ¿Quién eres? ¿¡Cómo es posible que puedas hacer algo así!?

- Oh ¿no lo sabes? – preguntó la muchacha con despreocupación mientras se dirigía a ella – Creí que la forma en que te ordené que dejaras escapar a Erik y su amigo antes habría bastado para darte cuenta.

Esa presencia… aquella autoridad… aquella mirada…

- La… ¡La mirada del emperador! – exclamó en sus últimos estertores – Tu… Tú eres Is… Isa… ¡Isabella! ¡Nuestra…!

No llegó a terminar su frase, lentamente su existencia se apagó y su cuerpo se desintegró en pétalos de rosa dentro de la prisión de hielo, antes de convertirse en cenizas.

- Claire Simons – contestó la joven a los restos, con una mezcla de desafío y tristeza – mi único y verdadero nombre… es Claire Simons.

Mientras tanto, abajo, Erik y Luis habían limpiado las áreas Denon y Richelieu del primer piso sin lograr encontrar a Simon, el único lugar que quedaba era la sala principal del área Sully, una zona central gigantesca donde se encontraba el grueso de la exposición. Agotados pero decididos, se dirigieron para allá encontrándose, al cruzar el umbral, con una escena que, aún sabiendo todo lo que habían enfrentado en el museo, jamás habrían esperado.

Decenas de capullos de rosa gigantescos se alzaban y apelotonaban en un espacio cuyo suelo estaba invadido por las enormes raíces de éstas. Mientras Erik trataba de idear un plan para abrirse camino, Luis intentaba detectar el aura de su cuñado.

Simon estaba allí, en algún punto dentro de aquella enormidad, débil.

Pero, afortunadamente, con vida.