CAPÍTULO 37

"Ya no más… Ya no más, Rachel."

Corrí hacia donde se había dirigido el auto, pero ya se había alejado demasiado.

—¡NO! —volví a gritar mientras sentía aquella sensación de impotencia en mi pecho.

—¡Quinn! —me giré a verlos y Puck y Marley venían corriendo hacia mí —¿Qué pasó?

—Se la llevaron —susurré mientras me daba cuenta de ello. Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Y Rachel? —preguntó a Marley.

—A Rachel—susurré.

—¡¿Qué?! —gritó ella sin poder creerlo.

—Tranquila, Quinn… vamos a encontrarla. Necesitamos llamar a la policía y ¿Por qué se la llevaron? —insistió mi amigo.

—Mi padre — lo miré a los ojos.

Puck asintió levemente y estiró la mano para entregarme el celular que había tirado antes de salir corriendo. Lo tomé y sin pensarlo marqué el número de su celular.

—¿Qué pasó, hija? —me preguntó al atender.

—¡¿Dónde está maldita sea?! ¡Por tu bien no le toques un pelo porque juro que voy a encontrarte y a acabar contigo! —grité mientras apretaba los dientes.

—Sólo estoy intentando ayudarte. Quiero salvarte, aunque no lo creas.

—¿Por qué no me dejas en paz? —mi voz se quebró y las malditas lágrimas comenzaron a salir de mis ojos – No le hagas daño, por favor.

—Por eso mismo es que quiero alejarla de ti, hija—susurró él como si estuviera con alguien – Ella es la que va a acabar contigo si no hago algo.

—¡No, por favor, no le hagas nada! —supliqué.

—Me lo vas a agradecer algún día — colgó.

—¡NO, MALDITA SEA, NO! —Puck se acercó a mí y me abrazó mientras yo sentí que todo el mundo se venía sobre mi cabeza —Va a hacerle algo —susurré sin dejar de llorar —Él está loco y va a lastimarla.

—Tranquila rubia, tranquila—me consoló él y se alejó de mí —Vamos a llamar a la policía y hay que buscar a personas que hayan estado cerca de tu padre y que sepan lugares en los que pueda estar.

—Ya llamé a la policía —se adelantó Marley —Están viniendo para acá.

—Katherine —me alejé de ellos para correr de nuevo hacia la Universidad.

—¡Quinn, espera! —me gritó Puck.

Aun así no me detuve. Ella debe saber algo de todo esto, ella debe tener una idea de a donde ese infeliz se llevó a Rachel. Voy a matarla si no me lo dice.

Entré abruptamente al salón. Todos se giraron a verme. La busqué con la mirada y la encontré sentada casi al final del salón.

—¿Dónde está? —le pregunté fuerte dándole una cachetada.

Sus ojos se abrieron bien y se puso de pie para retroceder levemente. Me acerqué más y la toqué por los hombros.

—¿Qué haces? —me preguntó nerviosa.

—¡Dime dónde diablos la tiene! —le grité.

—¡Quinn, Quinn! —Puck me alejó de ella. Intenté soltarme, pero él me lo impidió.

—¡Suéltame Puck! ¡Esta perra sabe dónde la tiene! ¡Ella lo sabe! —grité mientras seguía haciendo fuerza para soltarme de mi amigo.

—¡No sé de qué estás hablando! —me ignoró ella mientras comenzaba a llorar.

—¡Mentira, sí lo sabes! ¡Lo sabes, maldita sea! —seguí gritando.

—¡Sáquenla de mi clase! —ordenó el profesor.

Sentí las manos de Santana sobre mi otro brazo y me giré a verla.

—Se la llevaron, San —conté mientras volvía a soltar un par de lágrimas —No sé dónde está… tengo que encontrarla.

—Vamos afuera —pidió ella un tanto confundida.

Salimos del salón y me solté de sus brazos.

—¿Qué sucede aquí? —el rector preguntó y me giré a verlo.

—Necesito ayuda, señor. Se llevaron a Rachel, la secuestraron aquí afuera, delante de mí. Necesito ayuda —supliqué desesperada.

—Tranquila, la policía ya está aquí —me dijo.

Brittany se acercó a mí y me abrazó con fuerza. Apoyé la cabeza en su hombro y comencé a llorar de nuevo.

—Voy a morirme si le hace algo —balbuceé a mi prima.

—Tranquila —susurró ella con voz queda —Todo va a estar bien.

—Quinn, la policía necesita de tu declaración —me habló el rector.

Me alejé de Brittany y sequé mi rostro antes de girar a verlo. Asentí y caminé con él hasta su despacho. Un hombre de pelo blanco me miró y me dio la mano.

—Ya hemos sido informados de lo sucedido. Pero necesitamos que nos ayude a recabar datos, tiene que esperar, vamos a trabajar en su búsqueda.

Asentí y él me dejó sola en su despacho. Me senté pesadamente en la silla y cubrí mi rostro con ambas manos. Esto no podía estar pasando, esto no era real. Debe ser que estoy durmiendo y es una pesadilla como la de ayer. Sólo una pesadilla. Rachel está durmiendo a mi lado. Solo necesito despertarme.

—Quinn —me sacó de mis pensamientos Britt entrando al despacho. Levanté mi cabeza y la miré —Ya llamé a Leroy y a Hiram. Están viniendo para acá.

—Les fallé —musité y mi mirada quedó clavada en la nada.

—No, no primita—negó ella y se arrodilló frente a mí —Tú no les fallaste.

—Sí les falle —la miré y sus ojos estaban llenos de lágrimas —Yo no la cuidé, es mi culpa. Sólo tuve que haber hecho lo que él quería y ahora ella estaría aquí bien, sana y sin miedo.

—Las cosas pasan por algo, Quinn — acarició mi rostro. Se acercó a mí y me abrazó con fuerza. Todavía tengo la esperanza de estar durmiendo.


Las horas comenzaron a pasar y con ellas la sensación de que era sólo un sueño se había ido. Esto es real y está pasando. No habíamos tenido ninguna noticia de mi padre, ni nada por el estilo. Él no había vuelto a llamarme.

Miré a Leroy y este no dejaba de llorar mientras se encontraba acurrucado entre los brazos de Hiram.

Mi madre y Ben habían venido hacia la Universidad al enterarse de lo sucedido.

Mi celular comenzó a sonar y todos se callaron para mirarme con expectación.

—Cuando yo te diga, atiende —me pidió el comisario. Asentí —Ahora.

—¿Hola? —saludé tratando de sonar lo más calmada posible.

—¿Ya llamaste a todo el mundo, cierto? —me preguntó él —¿Qué necesidad había hija? Esto pudo haber sido un secreto entre nosotros.

—¿Dónde la tienes? —le pregunté.

— ¡Quinn!— De pronto escuché su hermosa voz a lo lejos.

— ¡No, no, no! —negué mientras las lágrimas comenzaban a llenar de nuevo mis ojos. —Por Dios, suéltala.

—¡Cállate, niña! —le gritó él.

—Por lo que más quieras, papá —le hablé sin dejar de llorar —Déjala en paz. Voy a hacer lo que quieras. Voy a dejarla, pero no le hagas daño.

—Eso lo tuviste que haber pensado ayer, hija. Ahora es tarde, yo no puedo permitir que tú arruines tu vida.

—Por favor —supliqué y cerré los ojos con fuerza.

—Sé que vas a odiarme al principio, pero después vas a ver que yo tenía razón. Esto es necesario.

—No, no es necesario.

—Adiós, hija —colgó antes de que pudiera decirle algo más.

Me giré a ver al comisario y él sonrió levemente.

—Lo tenemos.

Asentí mientras él decía el lugar. Yo sé perfectamente en dónde queda. Cuando era niña me escondía de mi padre en aquel galpón que estaba detrás de la casa.

—Sí... sé dónde queda —todos me miraron.

—Bien, enseguida mando unas patrullas.

—No, yo voy —corrí para salir del lugar.

—¡No, espera! —gritó él.

Salí y encontré a Betty. Me subí rápidamente a ella y comencé a manejar. Tenía que llegar a ese lugar antes de que fuera demasiado tarde. Giré mi cabeza hacia atrás para ver como todos comenzaban a seguirme en sus autos. Unas cuantas patrullas de policía también iban detrás de mí. Aceleré y me pasé varios semáforos en rojo. Pero nada de eso me importaba ya. Solo necesitaba llegar a ese lugar y sacarla de allí.

Me bajé corriendo del auto mientras todos los demás se detenían detrás de mí. Uno de los policías me agarró del brazo.

—No, es mejor que no entres — Lo miré.

—Voy a entrar —aseguré y me solté de él.

—¡No, Quinn! —escuché la voz de mi madre.

Me giré a verla y vi su angustia. Negué con la cabeza y volví a correr para dirigirme a la entrada de aquel viejo galpón.

Llegué y con cuidado abrí la puerta de chapa. Todo se veía oscuro y silencioso. Entré del todo y comencé a caminar por allí.

Todo estaba lleno de cajas y latas de pintura. Había ratas y bichos. Seguí caminando hasta que escuché su voz a lo lejos. Me acerqué más hacia el lugar.

—Pronto todo terminará, Rachel —le habló él.

Me asomé y allí estaba. Parado frente a ella mientras sostenía un arma con la que jugaba sin prestarle atención. Ella estaba sentada y atada a una silla. Un pañuelo sobre su boca le impedía hablar pero su rostro estaba empapado en lágrimas.

—Todo es una lástima, ¿sabes? —se detuvo frente a ella y la apuntó con el arma, justo en la cabeza. Rachel cerró los ojos con fuerza. —Todo hubiese sido distinto si solo Quinn me hubiese escuchado. Pero no lo hizo. Está como idiotizada por ti y yo no puedo permitir eso. No puedo permitirlo —la miró y sonrió —Abre los ojos querida, quiero que veas —ella abrió los ojos y le sostuvo la mirada —¿Hay algo que quieras decir antes de morir?

Mi corazón se detuvo y la respiración abandonó mi cuerpo.

Ella asintió levemente y entonces él sonrió y le quitó el trapo de la boca.

—Yo… yo amo a Quinn —balbuceó temblorosa.

Tuve ganas de entrar allí corriendo, pero si lo hago él puede hacerle daño. Tengo que encontrar la forma.

—Todas dicen lo mismo —aseguró él.

—No, no estoy mintiendo. De verdad la amo.

—¿Y si la amas por qué no la dejaste? Tuviste que haberla dejado si la amabas. Pero no, decidiste no hacerlo. Entonces no la amas, querida.

—¿Por qué hace esto? —le preguntó ella.

—Ya se te acabó el tiempo para las preguntas —le quitó el seguro al arma. La coloc bien sobre su cabeza. Ella volvió a cerrar los ojos.

—¡No! —grité y me hice ver. Él se giró a verme.

—Quinn —susurró Rachel temblorosa.

—Todo va a estar bien, mi amor. Voy a sacarte de aquí, lo prometo —traté de tranquilizarla sin dejar de mirarla.

Ella asintió y soltó unas cuantas lágrimas.

—Vaya —interrumpió mi padre y se alejó de Rachel. Comenzó caminar en círculos — Viniste hija, viniste a ver la muerte de tu novia.

—Suéltala Russel, se terminó. Estás perdido.

—Si entendieras las cosas hija... sabrías porqué hago lo que hago.

—Solo quiero que la sueltes —exigí y me acerqué un poco más a él, que retrocedió levemente y apuntó de nuevo a Rachel —Mátame a mi Russel.

—¡No! —gritó desesperada Rachel.

—¿Morirías por ella? —me preguntó. La miré y ella negó con la cabeza sin dejar de llorar.

¿Cómo no voy a morir por ella? ¿Cómo no voy a morir por su sonrisa? ¿Cómo no voy a morir por esa paz que me causa? ¿Cómo no voy a morir por el amor que despertó en mí? ¿Cómo podría seguir sin ella? Nada tendría sentido… ni siquiera seguir viviendo.

—Claro que sí —asentí sin dejar de mirarla.

—Pero yo no quiero que lo hagas —me dijo él. Volví a mirarlo —Creo que aún no has entendido nada, Quinn.

—Sí lo entiendo, estás loco —le grité —Toda tu vida me odiaste y jamás pudiste verme feliz. Porque estás loco.

Él negó y se acercó a Rachel para apoyar el arma al costado de su cabeza.

—Puede ser que tengas razón al decir que te odié. Y sí, lo hice. Te odié más que a nada en este mundo —admitió mientras seguía sosteniendo el arma cerca de Rachel. —Pero después te tomé cariño, a mí manera claro.

—Eres un psicópata —grité entre nerviosa y divertida.

—Yo no quiero que tú termines igual que yo — me miró. Un nudo se formó en mi garganta—Por eso lo mejor va a ser que ella muera.

—No... no —supliqué negando con la cabeza —Yo la necesito, mucho.

—Por eso mismo, hija. Es mejor sacártela ahora que luego. Ella se volverá una obsesión para ti. Peligrosa y que te hará odiar hasta a tus propios hijos, como pasó conmigo —lo miré y negué con la cabeza —Te volverá loca y no podrás vivir en paz nunca. Y a pesar de que sí te odié, eres mi hija y por eso no quiero que pases por lo mismo.

—Pero yo soy yo, Russel. Yo amo a Rachel y la necesito… no solo porque es mi obsesión. Es la persona que me complementa. No podría vivir sin ella.

—¿Y qué pasara el día en que se canse de ti? —preguntó —¿Qué harás?

—Lo entenderé, si ella ya no es feliz conmigo voy a entenderlo.

—No hija, no entiendes. No podrás dejarla y te volverás loca. Te lo aseguro.

Volvió a quitarle el seguro al arma y lo acercó más a Rachel.

—¡No, Russel! —escuchamos su voz.

Me giré a verla y allí estaba ella. Mi padre se alejó de Rachel y la miró bien.

—Judy —susurró mientras sus ojos se iluminaban y una sonrisa aparecía en él.

—No puedes hacerle eso a esa joven, Russel. Y mucho menos a tu hija —le ordenó ella mientras se acercaba más a él.

—No, mamá —intenté acercarme a ella pero con un gesto de mano me detuvo.

—Si alguien tiene que morir aquí, esa soy yo — Negué con la cabeza —Suelta a Rachel y déjala con Quinn. Esto es entre tú y yo.

Sin dejar de mirarla mi padre se acercó a Rachel y comenzó a desatarla. Rachel se soltó y al instante se puso de pie y corrió hacia mí. La abracé con fuerza a mi pecho cuando comenzó a llorar compulsivamente.

—Ya mi amor, ya —le susurré al oído.

—Tuve tanto miedo, Quinn. Pensé que jamás volvería a verte —sollozó sin apartarse de mí.

—Todo terminó, estoy aquí —besé su frente y luego busqué sus labios e hice lo mismo.

Volví a abrazarla con fuerza. Levanté la vista y miré a mis padres. Ahí parados uno frente al otro.

Mi madre sonrió levemente.

—Ya no más Russel, se terminó —le ordenó ella.

—¿Por qué me hiciste lo que me hiciste, Judy? Si yo te amaba.

—Yo también te amaba, Russel. Pero no supiste manejar el amor. Lo volviste una enfermedad. Despreciaste a nuestra hija y mira como estás ahora.

—Por eso tú vas a morir.

—Vamos Russel, termina con la obsesión que te trajo hasta aquí —le exigió ella.

—¡NO! —grité y abracé más fuerte a Rachel para que no viera nada de lo que estaba pasando.

Ella escondió su rostro en mi cuello. Cerré los ojos y entonces aquel sonido entró con fuerza por mis oídos. No los abrí por unos cuantos segundos. Todo se detuvo a nuestro alrededor. Rachel seguía escondida en mi cuello y los segundos se hicieron interminables.

Lentamente abrí mis ojos y la vi allí parada con la mirada perdida en un punto. Miré a sus pies y allí estaba él con el arma en la mano y una bala en la cabeza. Se mató, él mismo se mató.

Los policías comenzaron a entrar y agarraron a mi madre para alejarla de Russel. Ben entró corriendo al lugar y tomó a mi madre para abrazarla con fuerza. Ya todo al fin había terminado.

—Vamos, vamos afuera por favor —pidió uno de los policías y se acercó a nosotras.

Sin soltar a Rachel comencé a caminar hacia la salida. Cuando salimos Rachel se soltó de mí para correr hacia los brazos de sus padres.

Ellos la abrazaron con fuerza y Leroy rompió en llanto. Giré hacia mi derecha y mi madre estaba entre los brazos de Ben. Ella me miró y se alejó con cuidado de su marido.

A paso lento se acercó a mí. Con una de sus manos acarició mi mejilla.

—Todo termino, Quinn —me dijo con voz temblorosa.

—Lo sé —musité.

—Y tú no tienes la culpa —siguió acariciando mi mejilla.

—Eso también lo sé.

Ella sonrió con los ojos llenos de lágrimas y me acercó para abrazarme con fuerza. La apreté un poco más y me sentí realmente protegida.

Me alejé de mi madre y giré para encontrarme con Rachel frente a mí. Sonreí levemente y ella copió mi acción.

—Ven aquí —susurré y ella corrió hacia mis brazos. Volvió a esconder su rostro en mi cuello y acaricié su espalda dulcemente —Casi muero cuando vi que te llevaban.

Mis labios rozaron su frente. La sentí temblar levemente.

—Gracias, mi amor —susurró.

Levantó la vista de mi cuello y me miró. También la miré. Levanté mi mano y acaricié su rostro.

—Ya no más obsesión Rach. Ya no más —la besé suavemente en los labios sabiendo que ahora todo estaría bien.