Aviso: Secuela del fic Life Unexpected. Los personajes y todo lo que reconozcan pertenece a JK Rowling.
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38.
Tras salir del hospital, Lily le había ofrecido a Mar que se quedaran en su casa un par de días. Lo hacía a menudo, cada vez que necesitaba que la ayudaran con Ophi, y habría sido de mucha utilidad ahora que Sirius no estaba en su mejor forma. Sin embargo, ella se negó, a pesar de saber que sería más difícil encargarse sola de ambos.
Quería hacerlo. Después del susto que había pasado, necesitaba unos días para disfrutar de su pequeña familia.
—Ya, por fin voy a poder descansar —dijo Sirius, suspirando con alivio mientras se acomodaba contra las almohadas—. No sé cómo esperan que alguien se mejore durmiendo en esas camillas de mierda. Debimos poner una queja.
—Debimos agradecer que no nos echaran. Con todo el ruido que hicieron una vez te despertaste… —señaló Mar, girando los ojos. Estaba terminando de guardar la ropa que habían llevado al hospital—. Recibiste más visitas que yo cuando di a luz.
—¿Qué puedo decirte? Soy una celebridad —se jactó él, enarcando las cejas con arrogancia.
—Pues, celebridad, recuerda poner la pierna en alto —le dijo ella, lanzándole una mirada significativa—. Ya nos causó suficientes problemas, ¿no te pareces?
—Y nunca me vas a dejar olvidarlo, ¿cierto? —murmuró Sirius, fastidiado.
Mar sonrió con suficiencia y se acercó para ayudarlo a subir el tobillo sobre la pila de almohadas que habían acomodado a los pies de la cama. La rodilla no estaba rota, pero su imprudencia de no visitar el hospital tras la primera lesión había dejado secuelas que, según la sanadora, serían muy difíciles de sanar. El dolor iba a ir y venir cada cierto tiempo, y posiblemente tuviera que ir a terapia, cosa que estaba negado a hacer.
Aparte de eso, se había roto un par de costillas y lesionado la espalda; por suerte, en el hospital se habían encargado de sanar la peor parte. Ahora, solo le quedaba descansar y no cometer más estupideces.
Mar se encargaría de que lo cumpliera.
—Cuando dejes de ser un idiota, tal vez lo haga —le dijo, subiéndose a la cama y tumbándose a su lado—. ¿Crees que eso ocurra pronto?
—Creo que mejor me iré al cuarto de Ophelia. Ella me trata mejor —fingió ofenderse él, sonriendo con diversión cuando la vio bostezar—. Igual tú vas a dormirte en cualquier momento, así que…
—Ya, cierra la boca —le cortó Mar, suspirando con somnolencia—. Estoy bien.
—¿Quisiste decir cansada? Lo noto. —Esa vez, la mirada significativa llegó de su parte—. Ya te has desvelado suficiente, Marlene.
—Sí, te enviaré una nota de agradecimiento.
Se suponía que tenía que salir como un chiste, pero se pareció tanto a los reproches con doble sentido que había estado haciendo los últimos meses que Sirius arrugó el ceño con amargura.
Mar se sintió culpable. Ya no quería eso; estaba cansada de seguir arrastrando desconfianza y resentimiento. No podía seguir viviendo de esa forma.
Las decisiones que había tomado habían sido para mejor, y ahora podía ver que había sido lo correcto.
Era hora de seguir adelante.
—Por cierto, le pediré a James que vaya a recoger tus cosas en Grimmauld Place —comentó, como si nada—. ¿Quieres hacer una lista o…?
Sirius giró la cabeza y parpadeó varias veces, con una expresión ligeramente sorprendida en el rostro.
—¿De verdad quieres que vuelva? De forma permanente —preguntó, esbozando una sonrisa bromista que buscaba enmascarar su escepticismo—. Pretendo volver a caminar en algún momento.
—Más te vale —respondió ella, entrecerrando los ojos—. Y claro que lo quiero, idiota. ¿Por qué otra razón te lo diría?
—No tienes que hacerlo si no es…
—Sirius, no estoy trayéndolo a debate —le dijo con rotundidad, clavando su mirada en la de él—. Te quiero devuelta. Necesito que estés aquí.
Se mordió el labio durante un segundo, dubitativa, antes de decidirse e incorporarse en la cama.
Con cuidado, se acercó a él y se sentó a horcajadas sobre su regazo, asegurándose de no poner peso sobre ninguna de sus heridas, aunque eso no impidió que aguantara la respiración y la tomara por las caderas. Mar sujetó su rostro entre sus manos y lo hizo mirarla.
—No puedo hacer esto sin ti —le susurró, siendo tan honesta como podía, hablando desde lo más profundo de su corazón—. Fue como lo logramos la primera vez. Juntos. Y no pienso cambiar esa estrategia.
—Es bueno saberlo —respondió él, sonriendo con alivio. Subió una mano a su cabello, acariciándole la nuca en el camino—. Vamos a hacerlo de nuevo, Mar. Nos libraremos de esto como lo hicimos entonces; nos desharemos de esos hijos de puta antes de que puedan darse cuenta.
Ella cerró los ojos y respiró hondo, tratando de atrapar esas palabras y guardarlas dentro de sí misma, lo suficiente para creerlas.
Esa primera vez habían ganado, técnicamente, pero el precio que todos habían pagado —lo que habían perdido y sufrido en el proceso—, era tan alto que, a veces, le costaba recordar que había sido una victoria.
Fue una cuestión de suerte, lo sabían; nadie que hubiera estado ahí podría decir lo contrario. A Mar le costaba creer que pudieran contar con el mismo milagro en una segunda ocasión.
Sin embargo, no tenía más opción que creer que así sería, aferrarse a la idea de que saldrían ilesos de nuevo, que volverían a retomar sus vidas sin mayores secuelas. Y esa vez, de forma definitiva.
Creérselo era su única promesa de cordura.
—Sí, claro que sí —susurró, inclinándose para estar más cerca—. Y quiero estar contigo mientras eso ocurre. Ya no… No quiero seguir perdiendo más tiempo.
Por toda respuesta, Sirius estiró el cuello solo lo suficiente para reclamar sus labios con los suyos. Mar suspiró sobre el beso y le echó los brazos al cuello, pegándose por inercia contra su cuerpo. Él soltó un gruñido que fue una mezcla de satisfacción y queja.
—Vamos a recuperarlo, Mar —prometió, apenas separándose—. Cada segundo.
Ella volvió a retomar el beso, sujetándose a él como si su vida dependiera de eso.
Lo besó tratando de que su promesa se adhiriera a su piel y de que el sabor de sus labios siguiera lavando las manchas oscuras que el miedo había dejado días atrás. Necesitaba creer que sí, estaba ahí, a su lado. Y no iba a irse a ningún lado.
Sirius se aseguró de confirmarlo, tomando en el puño una porción de su cabello y bajando la otra mano para sujetarle el trasero. Mar jadeó contra su boca cuando movió las caderas contra la suya, frotando su erección contra ella.
Una oleada de calor sacudió su cuerpo con violencia, recordándole todo el tiempo que había pasado, y lo mucho que lo quería. Que lo necesitaba.
Le mordió el labio, arrancándole otro gruñido, y correspondió con un movimiento propio, excitándose con cada roce de su erección contra su clítoris. Soltó un gemido por lo bajo, reconociendo las cosquillas placenteras en lo más bajo de su vientre. Estaba segura de que podría haberse corrido solo así.
Había pasado demasiado.
—Sirius… Creo que no…
—Sh —le cortó él, separándose para llevar la boca a su garganta—. Ni lo digas.
—Estás herido… No deberíamos… —Mar tragó saliva cuando empezó a besarle el cuello—. Tienes que descansar…
—Marlene, por favor —resopló, frustrado, contra su piel—. Dame un puto respiro.
Ella rió por lo bajo y se dejó hacer, sin poner más reparos.
Tampoco era tan buena enfermera.
Se estremeció mientras él dejaba un camino de saliva y mordidas sobre la piel de su cuello, sin la concentración necesaria para ordenarle que no le dejara marcas. Le importaba muy poco en ese momento.
Con una destreza que se mantenía intacta, Sirius la despojó de su blusa y el sujetador que había debajo en tiempo record.
Le dedicó una mirada inflamada, hambrienta, que hizo que sus pezones se endurecieran a niveles imposibles. Mar sonrió, complacida y muerta de excitación, tragándose otro gemido cuando tuvo sus labios calientes llevando sus besos ahora a la piel de sus senos.
Dejó que se recreara a su gusto mientras ella colaba las manos entre sus cuerpos, encargándose, con movimientos casi desesperados, del cierre de su pantalón. Sirius le dio un mordisco cuando sus manos sujetaron su erección pulsante.
Mar sintió que se le secaba la boca.
Sabiendo que no tenían mucho tiempo —en verdad, tenían toda la noche, pero había pasado bastante desde la última vez y ya no eran adolescentes—, levantó las caderas y apartó sus bragas hacia un lado, llevando la punta del pene a su entrada.
Lo acogió en su interior, soltando un gemido ansioso y agudo que no sabía que había estado conteniendo.
—Mierda —gruñó Sirius, echando la cabeza hacia atrás y clavándole los uñas en las caderas.
Ella volvió a gemir y empezó a moverse por puro instinto, deseosa de sentirlo más adentro, en todas partes, tan rápido como pudiera.
Cegada por la calentura, olvidó que había estado intentando ser cuidadosa y apoyó las manos sobre su abdomen. El quejido de dolor que le arrancó la trajo de regreso.
—Lo siento —soltó de golpe, abriendo los ojos de par en par—. Déjame…
—Que ni se te ocurra detenerte —le espetó Sirius, mirándola como si estuviera loca—. Sigue.
Mar sonrió, muy excitada como para llevarle la contraria, pero no para olvidar que no podía dejarse llevar tanto.
Volvió a sujetarlo del cuello y empezó a moverse más lento, a conciencia, disfrutando de cada ola de placer que le apretaba el vientre y le hacía curvar los dedos de los pies.
Echó la cabeza hacia atrás, sin dejar de gemir.
—Maldición… —jadeó Sirius, contra su garganta, moviendo las caderas para acompasar sus movimientos—. Mierda, te amo.
Mar suspiró y cerró los ojos, sintiéndose plena.
—Y yo a ti… Solo a ti.
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Días después del desastre del Ministerio, Regulus seguía sin comprender lo que había hecho. No había podido llegar a la raíz de su comportamiento, mucho menos de su decisión impulsiva de aparecerse ahí para intentar… ayudar, dentro de sus posibilidades. Tampoco sabía si había valido la pena; no iba a atribuirse una victoria que poco había tenido que ver con él.
Al final, lo único que había conseguido fue destapar su secreto de tantos años, el que lo había librado de las consecuencias de sus actos pasados.
Había logrado marcharse antes de que llegaran los miembros del Ministerio, y, aunque Dumbledore le había asegurado que seguía estando oficialmente muerto, sabía que no iba a durar.
Sus ex compañeros lo habían visto, sabían que estaba vivo. El Señor Tenebroso lo sabía, y si algo sabía Regulus, era que no se llevaba bien con la traición. Dudaba que importara cuántos años habían pasado.
El tiempo se estaba acabando, lo sabía, y Dumbledore también. No había sido directo al respecto, pero él había entendido el mensaje entre los comentarios místicos y enredados del director. Tenían que apresurarse y cumplir su misión.
Quizá, si lo hacía a tiempo, tendría oportunidad de volver a escapar.
No podía evitar sentirse frustrado y confundido. Un año atrás, había tenido muy clara su meta: entregar la información que tenía, asegurarse de que se usara en la forma correcta y volver a desaparecer. Había sido práctico, sencillo. Nada iba a distraerlo de su objetivo, nadie iba a intervenir ni retrasarlo.
Al menos, eso era lo que había pensado.
Esa noche, cuando se plantó en el apartamento de Sirius sin invitación, fue otra prueba de el giro drástico que habían dado sus planes.
—Ah, mira, peque: es tu tío el que no tiene emociones faciales —comentó su hermano, sentado en el sofá con la niña sonriente sobre el regazo—. No. No, Remus, el otro…
—Basta, no seas idiota —le ordenó Mar, torciendo los ojos antes de girar hacia él—. ¡Qué bueno verte, Reg! Fui a Grimmauld Place hace un par de días y no te encontré.
—Sí, Kreacher me informó. He estado ocupado —respondió él, sin revelar nada. No sabía si ya Dumbledore había tenido oportunidad de explicarles.
—¿Haciendo qué? ¡No me digas! —exclamó Sirius, agrandando los ojos—. ¿Te conseguiste una novia? Oh no, es ciega, ¿cierto?
—Cállate. Insoportable —le espetó Marlene, dedicándole una mirada asesina—. Muy amable de tu parte pasarte a verlo, pero nadie te culpará si no regresas.
—Gracias por darme el pase libre —dijo Regulus, enarcando las cejas con ironía.
—Cuando quieras —rió Mar, poniéndose de pie y tomando a Ophelia en los brazos—. Siéntate, ¿sí? Nosotras iremos a hacer té.
Reg asintió y la siguió con la mirada, aunque estaba más interesado en observar a la niña que a ella.
Había crecido muchísimo desde que la había conocido en esa fiesta de Halloween que no había salido del todo bien.
Seguía sin parecerse a su familia. Con su rostro regordete y luminoso, no tenía casi ningún rasgo distintivo de los Black. Pero cuando sonreía, Regulus podía ver a su hermano, y se encontraba recordando ese antiguo dicho que aseguraba lo pesada que era la sangre.
Ver a su sobrina lo hacía pensar seriamente sobre lo verdadera que podía ser.
—En serio deberías sentarte. Si regresa y te ve ahí, pensará que no te dejé hacerlo y me meterás en problemas.
—No pensaba quedarme mucho tiempo —señaló, volviendo a Sirius.
—Solo toma asiento, idiota —resopló este, fastidiado—. Me desespera ver a los demás de pie cuando yo estoy aquí postrado.
Trató de enderezarse más en su asiento, pero la pierna inmovilizada y el abdomen vendado no se lo permitió. Regulus decidió apiadarse de él y tomó asiento en el sillón vacío.
Nunca había estado en ese apartamento, pero era… agradable. Tenía el mismo aire cálido y confortable que había reconocido en la casa de los Potter. Y, una vez más, entendía por qué Sirius prefería estar ahí.
Era su hogar.
—Escuché que te recuperarás pronto, que no resultó ser nada muy grave. .
—Por supuesto, ¿no me conoces? —preguntó su hermano, sonriendo con arrogancia—. Me he librado de peores.
—Es bueno saberlo. —Regulus asintió, con gravedad—. Por un momento… Digamos que las cosas no parecían a tu favor.
—Tan amable como siempre —masculló Sirius, apretando las mandíbulas al agregar—: Por cierto, dile a tu adorado elfo que cuente sus días porque cuando me recupere y pueda ir a visitarlo…
—Kreacher ya recibió su castigo. Me encargué de eso —aseguró Reg, poniéndose un poco a la defensiva. Sabía que Kreacher había causado un desastre, pero no podía evitar salir en su defensa—. Está muy arrepentido por lo que hizo.
—Sí, estoy seguro de que está muy arrepentido de haber logrado que casi me mataran. Dile que el sentimiento es mutuo.
Regulus respiró hondo y sacudió la cabeza. A veces era imposible intentar conversar con él.
—Ya, quita esa cara. Si lo sigues defendiendo, voy a pensar que estuviste detrás de todo eso y dejaste que él cargara con la culpa —comentó Sirius, enarcando una ceja—. Fuiste todo un héroe después de todo.
—No lo hice para ser héroe.
—¿Entonces?
Sabía que iba a cuestionarlo, era lo que había hecho desde que habían vuelto a encontrarse, e incluso antes. Debía haber dado con una respuesta que pudiera satisfacerlo, sin importar si era completamente sincera o no.
No lo había hecho porque no la tenía, y no tenía sentido intentar dar con una en ese momento.
Al final, se limitó a encogerse de hombros, seguro de que el gesto haría que su hermano se enfureciera y empezar a acusarlo de todos los delitos y traiciones que se le pasaran por la cabeza, recordándole que, sin importar lo que ocurriera, nunca iba a ganarse su confianza.
Por eso no pudo disimular su sorpresa cuando, por toda respuesta, Sirius lo miró a los ojos durante un segundo más de lo necesario y asintió. Solo eso.
Le creía.
—A ver, no te voy a agradecer ni construirte un monumento por haber tenido un mínimo de decencia humana —explicó, frunciendo la nariz con desagrado—. Pero apareciste y peleaste con nosotros, a pesar de que por un segundo pensé que habías llegado para apoyar al otro bando.
—Naturalmente —murmuró él, sin ofenderse. La impresión no se lo permitió.
—Y ayudaste a Mar cuando yo no pude, por obvias razones —recordó Sirius, dedicándole una mirada desdeñosa a su rodilla—. Y eso… Digamos que lo aprecio. Bastante.
No tuvo que ser muy específico. Después de todo ese tiempo, Regulus lo había entendido.
—Solo hice lo que tenía que hacer —respondió, sin querer atribuirse nada—. Cualquiera hubiera hecho lo mismo.
—Creeme, no cualquiera —señaló Sirius, suspirando y dejándose caer contra el respaldar del sofá—. Entonces, dime cómo se siente.
—¿Qué cosa? —preguntó Regulus, genuinamente confundido.
Por toda respuesta, su hermano esbozó una sonrisa tan divertida como satisfecho.
—Estar del lado correcto de la partida.
Regulus iba a pasar muchas horas reflexionando sobre esa afirmación, sin saber qué tan cierta era.
Una vez ya había estado seguro de estar del lado correcto. Se había unido a los mortífagos pensando que era lo que tenía que hacer, que era el camino que debía seguir. No había tardado en entender lo equivocado que estaba.
Solo esperaba no volverlo a hacer.
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Regresar a casa estaba siendo más duro de lo que Hannah había esperado.
Había pasado meses segura de que sus problemas se habían vuelto parte del colegio, lo que significaba que podría alejarse de ellos apenas se marchara, dejándolos olvidados entre los muros del castillo. Con el año escolar detrás de ella y todas las vacaciones por delante, empezaba a darse cuenta de que no iba a ser tan sencillo.
Se sintió feliz al volver a ver a sus padres, a pesar de la reprimenda que le dieron tras enterarse de su aventura en el Ministerio. Dijeron muchas cosas e incluso le gritaron un poco, cosa que no era común en ellos, pero Hannah lo dejó pasar. Estar en casa le generaba un inmenso alivio; podía lidiar con un regaño paternal.
Durante los primeros días, se limitó a dormir todo lo que le fue humanamente posible. Estaba exhausta, como nunca en su vida. Se hizo la desentendida durante la primera semana, tratando de mantener la distancia con sus amigos. Necesitaba un par de días para despojarse de todo el drama del año y reponer energías.
Pronto no pudo seguir durmiendo, a pesar de que seguía sintiéndose cansada.
Una inmensa sensación de pánico se apoderó de ella al darse cuenta de que esa nube gris que había apagado la luz a su alrededor no desaparecía con horas de sueño y comida casera. Todavía se encontraba sin ánimos de hacer nada, sintiendo una pesadez en el pecho que la ponía triste de pronto, sin ganas de levantarse de la cama.
Sin quererlo, volvía a pensar en todo lo malo, y se dejaba arrastrar de regreso a las sombras.
Pensaba en Harry y en el peligro que corría. En lo cerca que estaba de perderlo. Se dejaba envolver por el terror frío que esa idea le causaba, en el dolor asfixiante que producía.
Y pensaba en Draco. Muchísimo. Todo le recordaba a él, a lo que había aprendido y comprendido a su lado.
Le recordaba lo mucho que lo quería y a cómo, quizá, ya lo había perdido.
Esa idea la hacía llorar por las noches, sorpresivamente, más de lo que lo había hecho por Harry en su momento.
No sabía cómo se las había arreglado para terminar con el corazón roto tantas veces en un año.
Pero no eran solo ellos quienes nublaban sus pensamientos. También se encontraba viajando a los meses antes de navidad, cuando entre toda la niebla fría que la envolvía, había encontrado una tenue luz que iluminara todo. Un pedacito de esperanza al que aferrarse.
Hailey.
A pesar de que no había olvidado lo que Helen le había dicho —pensaba en eso casi a diario—, una parte de ella nunca se había terminado de hacer a la idea. Simplemente no estaba dispuesta a aceptar que tenía que mantenerse alejada de su hermana. Que tenía que olvidar su existencia, como si pudiera solo borrarla de su memoria.
Quizás Helen tuviera ese don, pero, por desgracia para ella, no se lo había heredado.
Así fue como, al principio de su primera semana en casa, Hannah salió por su cuenta y se encaminó a la ciudad, aún sabiendo que su presencia no sería bien recibida.
No le interesaba. Se negaba a quedarse de lado y ser miserable solo para hacerle la vida más fácil a una mujer que nunca había tenido ninguna consideración con ella.
Hailey era su hermana menor. Tenía derecho a verla.
Se plantó frente a su puerta con esa determinación guiando sus pasos. Lo más seguro era que no tuviera mucho tiempo para estar con la niña, tal vez apenas podría echarle un vistazo, pero no le importaba. Al menos tenía que dejarle saber que no la había olvidado.
Tomó una profunda respiración antes de atreverse a tocar el timbre.
Se mordió el labio mientras esperaba. Dejó correr los segundos, cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro.
Nada.
Frunció el ceño. Era un apartamento pequeño, así que no había forma de que no hubieran escuchado.
Volvió a tocar, agudizando el oído para tratar de adivinar algún movimiento dentro del apartamento.
No escuchó ni el murmullo de una mosca.
—Buenos días.
Hannah dio un respingo y se giró a su izquierda, encontrando a una mujer en la puerta de enfrente que la veía con curiosidad.
—Oh, buenos días —respondió, tratando de sonreír con amabilidad—. Yo estaba…
—¿Buscas a la señora con la pequeña niña?
—Sí, justamente —asintió Hannah, acercándose a ella—. ¿Sabe si están en casa o…?
—No, no lo están.
—¿Tiene idea de a qué hora volverán?
—Um, ¿es amiga de ellas? —preguntó la mujer, confundida—. Debería saberlo…
—¿Qué cosa?
—Se marcharon hace un par de semanas —explicó, aparentando desinterés—. Llevaban dos valijas grandes y un par de cajas.
La información golpeó a Hannah en el estómago, sacándole el aire.
Se quedó de piedra durante unos segundos, tratando de no sucumbir a las olas de pánico que chocaban dentro de su pecho.
No podía ser… No. No era posible. Tenía que tratarse de algo más.
Lo que fuera.
—Pero… ¿Se habrán ido de viaje o…? —preguntó, aferrándose al último vestigio de esperanza que tenía. Y que la mujer no tardó en arrebatarle.
—No lo creo, querida. La casera puso un anuncio de renta un par de días después. ¡Y no es que yo sea metiche! Pero otra vecina escuchó a la señora hablar sobre irse a Irlanda con unos familiares. Rarísimo, a mi parecer, porque aquí nunca vino nadie a…
Hannah no pudo escuchar el resto del chisme. Su mente se había apagado.
Irlanda.
Se había marchado, de verdad lo había hecho.
No estaba dispuesta a creer que se trataba de una coincidencia, no podía ser. Una persona que le había dicho en su cara que no quería enfrentar a su hija a cambios drásticos no despertaba un día y se marchaba a otro país. No era ese el caso.
Lo había hecho con un solo propósito en mente: quería alejarse de ella.
Helen la despreciaba tanto que había decidido, otra vez, que mientras más distancia hubiera entre ambas mejor. Y, una vez más, se había asegurado de llevarse con ella lo único que Hannah habría querido conservar.
Salió del edificio con los hombros caídos, cargando ahora con el peso roto de todos los pedazos de su interior.
Una sensación imposible de desolación se apoderó de ella.
Sólo entonces comprendió algo que debía haber entendido hacía meses.
La raíz del problema no estaba en Hogwarts. No eran Draco, ni Harry.
Era ella. Todo estaba en su interior, a pesar de que este se había quedado vacío.
—¿Hannah? —preguntó su madre cuando entró al salón de casa. La mujer se giró y dio un respingo al ver su aspecto—. ¡Cariño! ¿Dónde estabas? ¿Por qué luces tan…?
La chica arrastró los pies para llegar a su lado, con las piernas a punto de fallarle.
—Mamá… —murmuró, con la voz quebrada y las lágrimas surcando su rostro.
—¿Qué ocurre, linda? —La mujer se acercó y le tomó el rostro con delicadeza—. ¿Estás bien?
No, no lo estaba, y ver la genuina angustia en el rostro de su madre, junto al amor profundo e incondicional que siempre le había profesado, se lo confirmó.
Si eso no era suficiente, entonces sus problemas eran más grandes de lo que creía.
Ya no podía seguir ocultándolos.
—Mamá… Yo… —Soltó un sollozo desde el fondo de su garganta y se arrojó sobre ella. Vencida—. Por favor… Necesito ayuda.
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Para Harry, el inicio de las vacaciones tampoco estaba resultando ser un camino de rosas.
Se sentía bien de estar de regreso en su casa, sin tener que pensar en exámenes, clases ni Umbridge, aunque ella ya no sería un problema en Hogwarts. Era un alivio estar con sus padres, sabiendo que ambos estaban fuera del hospital, al igual que Sirius. Sin embargo, no podía ignorar que las cosas estaban siendo algo incómodas y tensas.
Lo habían sido luego de que conversaran con Dumbledore.
Y ninguno de los dos vivirá si el otro sobrevive.
Cada vez que pensaba en eso, Harry sentía que su estómago volvía a retorcerse. Las palabras del director, dándole, por fin, las explicaciones que tanto había deseado, seguían produciéndole náuseas.
Ahora, finalmente entendía muchísimas cosas, pero eso no lo ayudaba a sentirse mejor. No se le ocurrían muchas formas de hacerlo en esas circunstancias.
Pasó el primer par de días fuera de Hogwarts evitando salir de su habitación, tratando de digerir ese nuevo giro que había dado su vida, de entender lo que significaba y cómo haría para superarlo.
Esa mañana, comprendió que no tenía sentido seguir intentando por su cuenta.
Bajó temprano a la cocina, esperando dar con sus padres preparando el desayuno. Solo encontró a James, que estaba sentado en la mesa manipulando los trozos rotos de uno de sus espejos, en un infructuoso intento por volver a unirlos.
—¿Crees que tenga arreglo? —preguntó Harry con timidez, haciendo que su padre se girara para verlo.
—La verdad es que no lo sé. No creo… —admitió James, disimulando su sorpresa, y haciendo una mueca con la boca—. Este tipo de objetos está hecho con magia muy antigua y complicada. Una vez que se rompe, es difícil volverlos a unir.
Harry asintió, obligándose a entrar a pesar de la punzada de culpa en su estómago.
—Ya veo —murmuró, suspirando a la vez que tomaba asiento junto a él—. Papá, en serio lo lamento. Yo no…
—Ey, niño, ya te dije que no pasa nada —le cortó James, sonriéndole de forma tranquilizadora—. Fue un accidente.
—Pero sé que era especial para ti…
—Harry, en ese momento tenías cosas muchísimo más importantes por las que preocuparte. No voy a enfadarme por un juguete roto —le aseguró su padre, encogiéndose de hombros. Le dedicó una mirada divertida antes de agregar—: Además, no todo está perdido.
Harry frunció el ceño, pero tomó el pedazo de espejo que James le tendió. Lo llevó a la altura de su rostro, observando su reflejo ahora distorsionado.
—¡Buen día! —exclamó James, usando el que seguía completo—. ¿Está mi increíble hijo por ahí?
—¡Funciona! —jadeó Harry, sorprendido y aliviado al ver que el rostro de su padre reemplazaba el reflejo del suyo—. ¡Todavía funciona!
—Ajá. Está hecho pedazos y ya la imagen no es tan nítida, pero todavía podemos utilizarlo —le dijo James, sonriendo satisfecho—. ¿Lo ves? Todo tiene solución.
Harry soltó una risita y giró los ojos. Para él, nunca nada era demasiado grave.
Fue entonces cuando el chico se dio cuenta de que ya no estaban solos. Lily los veía desde la puerta de la cocina, con una sonrisa divertida y cansada que le dejó saber que estaban pensando lo mismo. El lado realista que ambos compartían nunca dejaba de maravillarse por el optimismo ciego de James.
Le devolvió la sonrisa a su madre, dejándole saber que la entendía, y ella le guiñó un ojo con complicidad.
—Ey, no te había visto —dijo James, cuando se dio cuenta de que había llegado—. ¿Tienes mucho rato ahí?
—Acabo de llegar —mintió Lily, entrando a la cocina—. No quería interrumpir su momento.
Harry no puso objeción alguna cuando se acercó a él y le rodeó los hombros con un abrazo, apretándolo. Se dejó abrazar, moviéndose más hacia ella y permitiéndose disfrutar del gesto.
—Me alegra que hayas bajado —le susurró su madre, dejando un beso sobre su coronilla—. ¿Quieres desayunar?
—Por favor —murmuró Harry, algo avergonzado.
—A mí no me han preguntado, pero yo también quiero —añadió James, levantando la mano.
Lily soltó una risita y se acercó a él para saludarlo. Luego se dirigió a la alacena para sacar todo lo que necesitaría para preparar la comida.
Harry se abrazó a sí mismo, regodeándose en el momento tan doméstico que estaban viviendo.
Se sentía tranquilo, normal, y esas eran dos cualidades que había aprendido a extrañar y desear durante ese año lleno de problemas e incertidumbre.
Había extrañado sentirse en familia.
—Tengan cuidado de no cortarse con los bordes del espejo —les dijo Lily—. Hay que encontrar la forma de suavizarlos.
—Está bien. Harry puede llevarse el que sigue entero, y nosotros nos quedamos con…
—¿Llevarme? —preguntó el chico, confundido—. ¿A dónde?
—Pues, a Hogwarts cuando regreses en septiembre, claro —respondió su padre, sin entender la pregunta.
Decir que el comentario lo tomó desprevenido fue quedarse corto.
Se volvió para ver a Lily, esperando encontrarla tan roja como su cabello o apunto de sufrir una crisis de nervios. Si había intentado mantenerlo en casa el verano pasado, los recientes acontecimientos definitivamente la harían querer retomar ese plan.
Al menos, eso había pensado Harry, y se sorprendió al darse cuenta de que no era el caso.
Su expresión apacible le dejó saber que estaba de acuerdo con James, de verdad lo estaba.
—¿Voy a volver, en serio? Digo… ¿Van a dejarme? —preguntó, sin salir de su asombro.
James y Lily intercambiaron una mirada rápida, tratando de decidir qué responder.
—Bueno, tesoro, siempre que sea lo que tú quieres —explicó su madre, al cabo de unos segundos. Suspiró y se frotó la sien con los dedos—. En este punto, no creemos que haya mucha diferencia entre estar con nosotros o regresar al colegio.
—Lamentablemente —gruñó James, encogiéndose de hombros—. Y siempre será mejor que puedas seguir estudiando y estar con tus amigos. No vamos a quitarte eso.
Harry dejó escapar una bocanada de aire que no sabía que había estado conteniendo.
De pronto, se encontró sintiéndose liviano y agradecido.
Iba a regresar el año entrante, justo como quería.
—Quiero ayudarlos —añadió, mirándolos a ambos con intención—, pero no quiero volver a ponernos a todos en peligro intentándolo.
—Eso no volverá a pasar, tesoro —le aseguró Lily, volviendo a acercarse a la mesa—. Te prometemos que no dejaremos que ocurra.
—Esta vez ya no tenemos más secretos para ti —prometió James, con una sonrisa amarga.
Lily suspiró con pesadez y se sentó a su lado.
—Harry, de verdad lo sentimos…
—Sí, sé que lo hacen. Yo también… pero no estoy enfadado. No mucho —corrigió, bajando la mirada—. Creo que lo comprendo.
Lo hacía, en el fondo.
No había una forma correcta o apropiada de ser sinceros sobre esa profecía, sobre lo que significaba para su vida y todo lo que les aguardaba en el futuro. Podían haber llevado mejor el secreto, pero ya habían aprendido la lección.
No tenía sentido seguir resentido al respecto.
—Y… ¿qué haremos ahora? —preguntó, mirándolos con curiosidad.
—Pues seguiremos adelante, y nos aseguraremos de dejar esto atrás —respondió James, levantando la barbilla con firmeza—. Y mantenernos a salvo, cueste lo que cueste.
Harry sonrió y se giró hacia su madre, esperando poder tener un momento como el que habían compartido un segundo atrás. Sin embargo, Lily no le devolvió el gesto; estaba muy ocupada mordiéndose el labio con aire pensativo.
—Pero antes de eso… —empezó a decir, vacilante— Hay algo más que podemos hacer. Algo más… divertido.
—¿De qué hablas? —le preguntó James, con una expresión confundida que le dejó saber a Harry que estaba tan perdido como él.
En lugar de responder, Lily se puso de pie y salió de la cocina, dejándolos a ambos con expresiones idénticas de incomprensión.
Regresó al cabo de un minuto, con una carpeta llena de papeles bajo el brazo.
—Bien, se supone que esto iba a ser tu regalo de celebración por haber terminado todos tus exámenes —le dijo Harry, volviendo a tomar asiento—. Pero ahora supongo que podemos celebrar el haber salido con vida de otra situación peligrosa.
—Lily, ¿de qué estás hablando? —insistió su esposo, agrandando los ojos
—¡Es una sorpresa! Para ambos —se apresuró a explicarse ella—. Sé que se enfadaron conmigo cuando me puse un poco necia las vacaciones pasadas, así que quería compensarlos…
Abrió la carpeta y sacó dos sobres, uno para cada uno.
Cuando revisaron el contenido, padre e hijo jadearon con el mismo grado de impresión.
—¡Espera! —exclamó Harry, boquiabierto—. ¿Esto es…?
—Les debía un viaje a Grecia, ¿no? —dijo ella, esbozando una pequeña sonrisa.
—Lily —le dijo James, sin dejar de mirar el pasaje de avión en su mano—. No tienes que…
—Quería hacerlo. Quiero que lo hagamos —le cortó ella, suspirando y tomándolos a ambos de las manos—. Tenemos que seguir creando recuerdos y disfrutando de nuestros momentos juntos, porque si vamos a detenernos hasta que las condiciones sean óptimas pues… —Sacudió la cabeza, con una expresión adolorida—. Ahora entiendo que no podemos sentarnos y esperar que todo sea perfecto; no sabemos cuándo ocurrirá eso. Y, hasta entonces, tenemos que encontrar la forma de seguir viviendo.
Se quedaron en silencio luego de eso, procesando sus palabras y la noticia.
Entonces, Harry volvió a mirar su pasaje, la pila de papeles que Lily había traído —suponía que se trataba del resto de los preparativos—, y luego a ella.
Lo estaba intentando; era lo único que había hecho desde que se habían conocido.
En todo ese tiempo, Lily nunca había dejado de intentar. Ser una buena madre, tomar las decisiones correctas, hacer lo mejor para él… ser la persona que Harry necesitaba. Y en ese momento se sintió tan agradecido y feliz de tenerla, que se aseguró de dejárselo saber con la sonrisa más grande y sincera que tenía.
—Si hubiera sabido lo que hacía falta para que nos dejaras ir a la playa… —empezó a decir, bromeando—. Nos hubiera puesto en peligro meses atrás.
—Debiste hacerlo, niño. En serio me hacen falta unas vacaciones —dijo James, uniéndose al chiste.
—¡Basta! Eso no es gracioso —exclamó Lily, mirándolos con horror—. No hagan chistes así.
Ambos se echaron a reír con ganas. Si los conocía, sabría que lo hacían de la forma más cariñosa del mundo.
Pasaron el resto de la mañana conversando sobre el viaje, retomando los planes que ya habían hecho el verano anterior y agregando actividades e ideas nuevas.
La profecía, Voldemort y el futuro negro que aguardaba paciente se quedó fuera de los muros de la casa, en donde pensaban dejarlos por un buen tiempo.
Cómo James había dicho, se merecían unas vacaciones.
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¡Hola, mis amores!
Bien, aquí está: el final de esta segunda parte. Sé que ha sido algo corto, pero solo nos hacía falta darle cierre a algunas cositas; lo más importante ya lo habíamos dejado listo en los anteriores.
Primero que nada, quiero darles las gracias por haberse mantenido fieles a esta historia a pesar de mis laaargas ausencias. Cuando inicié este fic, esperaba llevar un ritmo tan consistente como en la primera parte, pero la vida se me puso en medio muchas veces y no logré cumplir mi cometido. Aun así, muchos de ustedes siguieron leyendo y comentando y por eso estoy muy agradecida. Gracias por darle a mis personajes tanto cariño y atención.
Lo segundo, es responder a una pregunta que me han hecho muchísimo. Como ven, la historia termina de una forma bastante abierta, lo que da mucho espacio para continuarla, cosa que pretendo hacer, aunque no de la forma en que lo he venido haciendo. Quiero darle un cierre digno a esta historia y a estos personajes, pero en este momento no puedo comprometerme a empezar otro fic largo; no sería justo con ustedes. Estoy pensando formas de hacerlo más adelante, quizás con viñetas sueltas o fics más cortos. Apenas lo resuelva, serán los primeros en enterarse!
Con esto, quiero decirles que no es una despedida final, espero que podamos volver a encontrarnos en esta historia más adelante, cuando el tiempo sea correcto. Ojalá alguno de ustedes siga ahí cuando eso ocurra(:
Hasta entonces… ¡Espero que les haya gustado! Gracias por todos sus comentarios y su compañía. Les mando un abrazo inmenso, cuídense mucho y, con suerte, nos leeremos pronto.
Bye!
