VEREDICTO FINAL

El domingo por la mañana se reunieron todos de nueva cuenta en el despacho del director; la profesora McGonagall, Remus, Hermione, Snape y Malfoy acompañado de su madre. Sirius Black también se hallaba presente en su papel de Supervisor de Seguridad de Hogwarts y alrededores. El profesor Dumbledore finalmente anunciaría las medidas que tomaría con todos los implicados en los sucesos de los últimos días.

- Señor Malfoy, debo informarle que lo hemos encontrado culpable de atentar contra la salud de un profesor de Hogwarts, chantaje, manipulación de la voluntad de una estudiante con el uso ilegal de la Poción Implantadora e intento de violación. Dada la gravedad de los actos cometidos dentro del colegio, como Director General he decidido quitarle el derecho a graduarse de Hogwarts. Si desea obtener su certificado de estudios, deberá presentar por su cuenta una solicitud ante el Tribunal de Exámenes Mágicos y ellos evaluarán si le permiten o no realizar los EXTASIS. Pero dudo que cedan a su petición, puesto que en su expediente de alumno quedarán asentadas sus malas acciones dentro del colegio.

- ¡¿Me está expulsando de Hogwarts?!- gritó Malfoy con furia e indignación.

- Escuchó usted bien.

- ¡Esto es una injusticia!- exclamó Narcisa Malfoy.

- ¡El que debería largarse es éste!- secundó el rubio volteando a ver a Remus, con la respiración agitada a causa de la rabia que sentía.

- Usted no está en condiciones de dictar resoluciones, Malfoy- le dijo calmadamente Dumbledore- no después de sus actos faltos de ética.

Nuevamente Narcisa Malfoy saltó en defensa de su hijo:

- ¿Entonces le parece ético que un profesor abuse de su autoridad para andar metiéndose con chiquillas? ¡¿Usted permite que Lupin mantenga una relación con una alumna y que agreda a mi hijo por acercarse a ella?! ¡Eso es favoritismo! Me aseguraré de que todos los padres de familia se enteren de esto.

- Narcisa- interrumpió Dumbledore firmemente - ¿Acaso no estás conciente de la gravedad de los delitos de tu hijo? Si lo desearan, tanto el profesor Lupin como la señorita Granger podrían presentar formalmente cargos en su contra ante el Wizengamot. Él podría ser enviado a Azkabán por el simple hecho de haber utilizado la Poción Implantadora sobre la señorita Granger… eso sin mencionar lo ocurrido el viernes por la noche.

Narcisa Malfoy apretó los labios. Remus y Hermione intercambiaron miradas; previamente ellos habían acordado que denunciarían a Malfoy. Se hizo momentáneamente un silencio entre los presentes interrumpido por Remus, quien serenamente se dirigió a Malfoy:

- Mira Draco, es mejor que no hagas más grande esto. De cualquier manera Hermione y yo te denunciaremos pero creo que depende de tí si todo el asunto se maneja con discreción o no.

-¡¿Cómo se atreve…?!- dijo furiosamente la madre de Draco, indignada por lo dicho por Remus.

- No creo que la familia Malfoy quiera que otro de sus miembros salga en la primera plana de El Profeta cuando sea enviado a Azkabán- señaló él, encarándola sin temor.

Madre e hijo permanecieron en silencio; sabían que llevaban todas las de perder. Sin más preámbulo, el director decretó:

- Desde este momento, señor Malfoy, usted ya no es alumno de Hogwarts.

Acto seguido Sirius tomó la varita mágica de Malfoy, la cual estaba encima del escritorio del profesor Dumbledore. Con un rápido movimiento la partió en dos y lanzó los trozos a la chimenea.

La tensión en el ambiente era palpable. El rostro de Draco estaba rojo de furia. Por su parte Remus se mantenía en guardia, listo para defender a Hermione en caso de ser necesario. Narcisa Malfoy ahogó un sollozo al escuchar el crujir de los restos de la varita mágica de su hijo en el fuego. Dumbledore se dirigió a ella de nueva cuenta:

- Narcisa, a nadie le conviene hacer un escándalo de esto. Solamente por la gratitud que a título personal le tengo a tu familia por la ayuda prestada en la batalla contra Voldemort, me encargaré de que este asunto sea manejado con extrema discreción. A cambio, ustedes tampoco dirán una palabra sobre el profesor Lupin y la señorita Granger.

Y fue así que derrotado y humillado, Draco Malfoy y su madre fueron escoltados por Sirius a la salida del castillo. El corazón de Hermione se llenó de alivio al verlo salir del despacho del director. Snape y la profesora McGonagall fueron tras ellos.

En cuanto quedaron a solas, Dumbledore les pidió a ella y a Remus con una seña que ocuparan las sillas del otro lado del escritorio.

- Y bien…- comenzó a decir Remus. La voz le temblaba ligeramente- ¿qué hay respecto a mí? Supongo que querrás mi renuncia.

Hermione también estaba tensa. Sorpresivamente Dumbledore soltó una risita.

- ¿Qué?- preguntó Remus confundido.

- Lo siento, muchacho… por un momento te recordé junto a James y Sirius cuando acababan de hacer alguna fechoría. Tienes la misma cara que en ese entonces…

- Vamos, Albus. Esto es serio- dijo Remus dejando escapar una sonrisa al recordar lo mencionado por Dumbledore- tú mismo me lo dijiste el viernes: el ejercicio de la violencia contra estudiantes está penado en el reglamento del colegio.

- Eso es cierto- concordó el anciano- ayer volví a leer el reglamento… aunque no había necesidad, siendo que yo mismo le sugerí esa regla al profesor Dippet hace muchos años. Pero me temo que omití especificar en qué situaciones se prohíbe eso…

- ¿Cómo?- Remus seguía sin comprender la actitud de Dumbledore.

- Verás… ayer que la profesora McGonagall y yo estábamos discutiendo sobre las medidas que tomaríamos, me hizo una observación que me parece sensata.

- … - Remus se movió impacientemente en su silla.

- Defender a la persona amada no es ningún delito, Remus. Y tampoco hay regla alguna que prohíba usar los puños en una situación de peligro… entonces, como la del viernes era una situación de peligro para la señorita Granger… - Dumbledore hizo un gesto, dando a entender que no tenía caso seguir hablando.

Remus suspiró y esbozó una gran sonrisa. Estaba sorprendido, pero no más que Hermione. Ella volteó a mirarlo y él en respuesta la tomó de la mano.

- Saben… el amor suele ser impredecible- continuó Dumbledore elocuentemente- pero nunca es algo que merezca castigarse. Sin embargo, hay algo que sí les voy a pedir: sean discretos. Técnicamente no puedo prohibirles que tengan una relación pero no todo el mundo lo vería con buenos ojos.

"En el aula de clases mantengan la distancia debida entre profesor y alumna; porque si bien me haré el desentendido sobre su romance, no permitiré que eso dé pie a tratos preferenciales en la parte académica ni seré condescendiente si su rendimiento como profesor y alumna de Hogwarts respectivamente, baja. De ahora en adelante el contenido y la calidad de las lecciones de Defensa Contra las Artes Oscuras serán supervisadas de cerca".

- Entendido, señor- dijo Remus mostrando su acuerdo.

- En cuanto a usted, señorita Granger, la profesora McGonagall espera que desempeñe sus labores de estudiante y prefecta con gran excelencia- señaló el director.

- Cuente con ello, profesor- respondió la chica de inmediato.

Los ojos de Dumbledore adquirieron un brillo especial al ver la felicidad que irradiaba la pareja de enamorados.

- Ahora salgan de aquí, vayan a disfrutar el resto de este bello día. Sirius comenzará el trámite de la denuncia y los mandará a llamar cuando se tengan que presentar en el Ministerio de Magia.

- Gracias, Albus…- dijo Remus sonriéndole al anciano.

Sin decir más la pareja se retiró, soltando sus manos antes de salir.

A toda prisa y con el mayor disimulo posible se dirigieron al despacho de Remus. Morían por hablar de lo recién ocurrido en la oficina del director. Después de todo, las cosas no habían salido tan mal.

Aunque Remus no podía evitar sentirse como un tonto. Se suponía que él era el mayor en esta relación y por ende, el que debería de tratar los asuntos complicados con la madurez y sensatez propia de su edad.

Sabía que él debió comportarse a la altura y desde un inicio llevar el asunto del amuleto perdido y el de su romance con Hermione ante el director. Si lo hubiera hecho de esa manera, se habrían evitado todos los problemas que los llevaron al desagradable episodio del viernes pasado.

Aunque la pesadilla había terminado, se sentía terriblemente mal por haber puesto a Hermione en esa situación y se prometió a sí mismo que haría todo lo que estuviese en sus manos para compensarla por el daño ocasionado.

Una vez que se aseguraron de que nadie los veía, entraron a la oficina. En cuanto Remus aseguró la puerta, Hermione se lanzó a sus brazos.

- Apenas puedo creerlo- dijo con inmenso entusiasmo, mismo que logró contagiarle a él- por fin podremos estar tranquilos.

Remus la tomó suavemente de la barbilla para que sus miradas se cruzaran.

- Así es, preciosa. Nuevamente te pido perdón por…

- Shhh…- Hermione le puso un dedo en los labios para que no siguiera hablando- Ya hablamos de eso, ahora está en el pasado. Estamos bien, eso es lo que importa. Nuestro amor sí fue más grande que esto.

Y dicho eso, lo besó tiernamente en los labios. Remus suspiró; jamás se cansaría de besar a su castaña. Entonces ella comenzó a trazar un camino de besos que descendió por la barbilla del licántropo y llegó a su cuello. Él no lo esperaba y sintió que las rodillas se le doblaban a causa de la sensación del cálido aliento de Hermione en su piel; pronto se percató de un calor que comenzaba a surgir en su entrepierna y se sorprendió al descubrir el gran efecto que la joven bruja tenía sobre él.

Sin más preámbulo ella comenzó a desabotonarle la camisa. Si no se detenían ahora, él querría seguir adelante y hacerle el amor por segunda vez. Después de haberlo hecho la tarde anterior, se había quedado con ganas de más pero no quería que ella se sintiera presionada de ninguna manera para tener relaciones íntimas.

- Linda, espera un momento- dijo haciendo acopio de la cordura que aún le quedaba. Gentilmente se separó un poco de ella y tomó sus manos antes de que continuara con los botones.

- ¿Qué pasa?- preguntó ella un poco extrañada.

- Escucha… no es necesario que lo hagamos si no quieres- dijo él en tono tranquilizador.

- Pero sí quiero- replicó ella- y sé que tú también.

Y lo volvió a besar.

- Por Merlín, claro que lo deseo- masculló él interrumpiendo de nueva cuenta el beso, tomando cariñosamente el rostro de la joven entre sus manos- pero quiero que sepas que no necesitas ir a la cama conmigo para que yo me mantenga interesado en ti. Yo te amo por lo que eres. Bastan tu sonrisa y tu ternura para mantenerme enamorado. Recuérdalo siempre.

Ella asintió y sonrió. Aunque no lo admitiese en voz alta, las palabras de Remus la reconfortaban y ahora deseaba aún más repetir lo de la tarde anterior. Lo miró fijamente a los ojos y susurró:

- Quiero que me hagas tuya otra vez, mi cielo.

En respuesta, Remus la tomó de la mano y la dirigió a su dormitorio escondido detrás del gran librero en su despacho.

Los besos y las caricias se hicieron presentes entre ellos, poco a poco la ropa fue quedando regada en el lugar.

Remus se tomó su tiempo para recorrer con besos una vez más cada rincón del cuerpo de Hermione, acrecentando en ella el deseo de una mayor cercanía. Ávido por complacerla, Remus se hundió apasionadamente en su interior.

Esta segunda vez fue mucho más placentera para Hermione, quien instintivamente rodeó la cadera de Remus con sus piernas, permitiendo un contacto mucho más profundo entre ellos. Aún se sentía un poco cohibida por no poder reprimir sus gemidos pero Remus se deleitaba enormemente al escucharla y saber que él era el causante de su goce.

Definitivamente esto era algo que Hermione querría repetir con frecuencia.


Para el lunes por la mañana fue inevitable que todo el mundo hablara de que Draco Malfoy se había ido de Hogwarts.

Por su parte Harry, Ron, Hermione y Remus procuraban actuar con la mayor normalidad posible, sin mencionar una sola palabra de lo ocurrido durante la noche del viernes.

A la hora de la comida los cuchicheos estaban fuera de control y se percibía gran inquietud en la atmósfera. Al director no le quedó más remedio que hacer un comunicado con la versión oficial que al final se había acordado:

- Su atención, por favor- dijo el profesor Dumbledore justo a la mitad de la hora de la cena- sé algunos de ustedes, especialmente los alumnos de la casa Slytherin, se preguntan el por qué de la ausencia del señor Malfoy. Lamento informarles que a él ya no le será posible concluir el año escolar en Hogwarts debido a que recientemente su madre ha estado teniendo serios problemas de salud; a causa de esto es necesario que el señor Malfoy continúe con sus estudios desde casa. Por respeto al dolor que está viviendo la familia Malfoy no diré nada más. Así que ya aclarado el asunto, les voy a pedir que paren los cuchicheos y se concentren en prepararse para sus exámenes finales.

Hermione se sintió agradecida por la manera en que se manejaron las cosas. Sabía que la profesora McGonagall había hecho un gran esfuerzo por asegurarse que ella no tuviese que pasar ningún tipo de vergüenza ante los estudiantes. No podía negar la mala experiencia por la que había pasado pero no era algo de lo que quisiera hablar abiertamente con los demás alumnos. Por el momento tenía suficiente con declarar ante el Ministerio de Magia lo ocurrido.

Después de la cena, ella y Ron hicieron su habitual ronda como prefectos. Iban ya de regreso a la torre de Gryffindor cuando ella sintió como si algo la detuviera por la espalda, lo que la sobresaltó un poco.

- ¿Qué ocurre?- le preguntó Ron. Él y la joven castaña voltearon para ver al profesor Lupin parado al final del pasillo desierto, quien con un encantamiento había llamado la atención de la chica. El pelirrojo al instante comprendió y se retiró tras despedirse de Remus con un gesto.

Esbozando una gran sonrisa, Hermione corrió a encontrarse con él. Se abrazaron y ella le dio un cariñoso beso en la mejilla.

- ¿Creíste que me iría a dormir sin despedirme de ti?- le susurró él acariciando su cabello.

- Más le vale que no, profesor Lupin…- contestó juguetonamente la chica, antes de ser besada tiernamente.

- Descanse, señorita Granger… la veo mañana en clase. No llegue tarde.

Rieron y tras una mirada cómplice, se separaron. Él la observó marcharse, anhelando poder dormir a su lado una vez más.