Capítulo 40: Ultimátum
Para cuando Harry y Ron llegaron con los refuerzos al Atrio, la situación estaba al borde de colapsar completamente. Drake Mufson y Megara Fishback, dos de sus aurores más experimentados, a duras penas conseguían mantener la barrera mágica de contención contra el motín de civiles que se abalanzaba sobre ellos. Los otros aurores se esforzaban con detener a aquellos magos que lograban cruzar la barrera, intentando por todos los medios causar el menor daño posible.
Aún así, para cuando finalmente lograron contener el disturbio y dispersar a la multitud, el conteo daba un total de diez civiles y dos Aurores heridos que habían sido trasladados a San Mungo. La mayoría eran heridas menores, a excepción del civil que había recibido el ataque inicial de parte del oficial del ERIC.
En medio del caos y descontrol, Harry reconoció a varios periodistas, tomando fotografías y obteniendo testimonios. Resopló internamente, imaginándose lo que dirían las noticias al día siguiente.
Era un verdadero desastre. Y los dejaba parados en la peor posición imaginable frente a la opinión pública. Hacía varios meses que Percy Weasley venía advirtiéndole al Ministro Shacklebolt que las últimas encuestas mostraban un descenso en su popularidad, y Harry estaba seguro de que este altercado sólo provocaría una caída mayor.
Harry se vio obligado a activar el protocolo de seguridad de emergencia dentro del Ministerio. Nadie podía entrar o salir del edificio en tanto la situación quedase controlada, y el Primer Piso, donde se encontraba el Ministro, quedó sellado. Sólo él, como Jefe de Aurores, o el propio Ministro, podían abrir el piso y desactivar el bloqueo.
Muchos de los manifestantes se calmaron y dispersaron en cuanto vieron aparecer al famoso Harry Potter, seguido por un importante número de Aurores. Pero hubo otros que persistieron en sus intenciones de entrar al Ministerio y buscar personalmente a Shacklebolt. Algunos de ellos, insistían con sorprendente violencia. Harry se vio obligado a detener a varios de ellos, bajo los cargos de Actos de Violencia, Alteración del Orden y Ataque contra las fuerzas de los Aurores.
Para cuando finalmente lograron vaciar el Ministerio y recuperar el control del Atrio, la noche ya había caído sobre el edificio. Harry desactivó el protocolo de sellamiento, y empezó el proceso de evacuación, habilitando a los empleados a abandonar el Ministerio para volver a sus casas. Las miradas de desconcierto y preocupación surcaban la mayoría de los rostros mientras las fuerzas de los Aurores guiaban la evacuación. Un murmullo generalizado recorría entre la gente, una voz sin rostro que repetía lo que todos pensaban: el Ministro de Magia estaba perdiendo el control de la situación.
—Podría haber sido peor —comentó Ron, palmeándole la espalda.
—¿Ah, sí? ¿Cómo? —quiso saber Harry.
—Nadie murió —dijo Ron, encogiéndose de hombros. Harry suspiró.
Luego de la revuelta, ambos se habían dirigido a San Mungo para comprobar cómo se encontraban los heridos. Sus dos Aurores se encontraban completamente recuperados, y varios de los civiles ya habían sido dados de alta. El hombre a quien había atacado el joven del ERIC, sin embargo, continuaba muy delicado. El maleficio le había estallado uno de sus pulmones y fracturado múltiples costillas, y los Sanadores lo tenían profundamente dormido para control del dolor, mientras intentaban regenerar su pulmón y cicatrizar sus huesos.
Bajaron el resto de las escaleras hacia el subsuelo donde yacía la Morgue en silencio. Nadie los detuvo en el camino. Todavía llevaban puestos los uniformes de Aurores, y Harry no estaba de humor. Su rostro sin duda debía de expresarlo.
—¿Necesitas que entre contigo? —preguntó Ron, cuando llegaron a la puerta de la Morgue. Harry lo contempló unos segundos, alzando una ceja.
—¿Tú qué crees?
—Es que… Bueno… Pensé que tú podías hablar con ella sin necesidad de que yo esté presente… —balbuceó Ron, pasándose una mano nerviosa por los cabellos. Harry sonrió divertido.
—No me digas que todavía te da miedo enfrentarte a ella —se burló de él Potter. Ron se sonrojó hasta las orejas.
—¡Me odia, Harry!
—¡Han pasado veinticinco años, Ron! —se rió Harry sin poder evitarlo. Pero Ron lucía verdaderamente mortificado.
—Y uno pensaría que ya se habría olvidado después de tantos años —susurró Weasley—. Pero no.
—Ya. Vamos —lo apremió Potter, abriendo la puerta y entrando, sin dejarle tiempo para escapar—. Buenas noches, Lavender —saludó Harry a la mujer que se encontraba en el interior del lugar.
Lavender Brown estaba inclinada sobre un cuerpo humano, el cual se hallaba tendido sobre una mesa de disección metálica e impoluta. Llevaba puesta la túnica verde lima propia de los empleados de San Mungo, pero se había colocado una bata blanca encima, para evitar ensuciarla. Estaba concentrada, moviendo su varita haciendo florituras complicadas en el aire, y dictándole cosas a una vuelapluma que escribía por sí sola a su lado.
—Oh… Harry, qué sorpresa verte por aquí —respondió Lavender, despegando la mirada del cuerpo y sonriéndole amistosamente. Unos segundos más tarde, se percató también de la presencia de Ron. Inmediatamente la sonrisa se borró de su rostro y sus ojos se endurecieron—. También estás tú —agregó con cierto desdén, y volvió su atención nuevamente hacia el cadáver.
—Te lo dije —articuló silenciosamente Ron para que solo Harry pudiese entenderlo.
—Hemos venido por las autopsias del caso Parkinson —continuó Harry, como si nada.
Lavender resopló, cierta exasperación filtrándose en su tono, mientras abandonaba el cadáver sobre el cual estaba trabajando y caminaba, con la frente en alto, hacia un archivero para sacar un informe del interior.
—¿Ya terminaste el informe? Impresionante —dijo Harry, intentando sonreírle de la forma más conciliadora posible.
Después de trabajar en múltiples casos con Lavender, Harry había aprendido un par de cosas. La primera, era que a Lavender le gustaba que la apreciaran en su trabajo, y las adulaciones y reconocimientos sobre sus informes nunca estaban de más. La segunda, era que Ronald Weasley siempre la ponía de mal humor. Normalmente, Harry iba sin él, pero esta vez necesitaba de la ayuda de su mejor amigo. Ron no era uno de los mejores ajedrecistas de su generación por nada: entendía de estrategias mejor que cualquiera que Harry conociera. Era observador cuando se lo proponía, y capaz de develar el juego de su oponente y adelantarse a sus movimientos.
Y ellos llevaban demasiado tiempo jugando en desventaja contra el Mago. Era momento de cambiar la estrategia, o al menos, entender contra qué estaban jugando de una vez por todas.
—Hice que un especialista en heridas de armas muggle examinara el cuerpo de Parkinson —aceptó contarles Lavender, tras varios segundos de hacerse desear—. Efectivamente, murió de causas no mágicas. Logré extraer una bala de su cuerpo… No encontré ningún rastro de magia en ella.
—Lo mató un muggle —concluyó Harry.
—O alguien en posesión de un arma muggle —corrigió Ron. Lavender asintió secamente, sin mirarlo.
—Sin embargo... Había rastros de magia en su cuerpo —agregó Lavender, contrariada.
—¿Rastros de qué tipo? —presionó Harry.
—No es magia negra, si eso es lo que quieres saber —se apresuró a asegurarle la Sanadora.
—Pero tuvieras que arriesgar, ¿qué tipo de magia dirías que es, Lavender?
—Si tuviera que arriesgar... Diría que alguna especie de hechizo aturdidor o confundidor —dijo ella, lanzándole una mirada significativa.
—¿Y el otro cadáver? —preguntó Ron.
—El cadáver del muggle… Es una historia completamente diferente —le afirmó Lavender, la emoción brillando en sus ojos.
—¿Algo que llamara tu atención? —propuso Harry. Lavender arqueó las cejas.
—¿Aparte del hecho de que una niña de seis años logró romperle todos los huesos del cuerpo a un hombre adulto? —espetó Lavender—. Me tomó bastante trabajo detectarlo. La huella mágica de la niña estaba por todo el cuerpo… Pero una vez que logré aislar su marca, encontré algo más… —abrió el informe y le señaló una parte del mismo a Harry para que lo leyera.
—Este muggle estuvo expuesto a magia antes de entrar en contacto con la hija de Parkinson —dedujo Harry, leyendo con el ceño fruncido el texto que había escrito Lavender. Usaba palabras científicas y un tanto complejas, pero básicamente lo que intentaba decir era…
—¿Crees que estaba bajo el influjo de algún hechizo cuando entró a la casa de los Parkinson? —intervino Ron, acercándose a leer también el informe. Lavender volvió a resoplar.
—No, un hechizo no. Un maleficio. Y uno importante —lo corrigió ella, dedicándole una mirada de desagrado como si estuviese mirando a un insecto.
—¿Imperio? —preguntó Harry inmediatamente. Lavender chasqueó la lengua.
—No puedo asegurarlo. Esa maldición ya es de por sí difícil de detectar en personas vivas…
—Pero en tu experiencia, ¿crees que es posible? —insistió Potter. Lavender le dedicó una mirada confundida.
—¿En mi experiencia? Harry… No hemos visto Maldiciones Imperdonables en mucho tiempo. No desde… —se interrumpió a mitad de camino, una de sus manos viajando instintivamente hacia su cuello, su mirada apagándose bruscamente.
—Voldemort —completó Harry, concentrado en el informe. Le tomó unos momentos volver en sí, y cuando lo hizo, intentó disimular su renovada preocupación con una sonrisa forzada—. Gracias, Lavender. Ha sido de mucha ayuda —se despidió.
—Me he enterado de lo que sucedió hoy —soltó repentinamente su antigua compañera de Hogwarts, antes de que Harry llegase a abandonar la Morgue, obligándolo a mirarla por sobre el hombro—. Sobre la manifestación en el Ministerio… Mis colegas comentan… La gente en general dice…
—¿Qué es lo que dicen, Lavender?
—Hablan de represión —soltó finalmente.
La palabra golpeó a Harry con más violencia que una maldición cruciatus. Era un adjetivo que nadie quería escuchar para describir un gobierno democrático. Suponía el uso de violencia excesiva e injustificada contra gente inocente. Implicaba imponer el poder contra la voluntad de la mayoría. Hacía parecer al Ministerio de Magia como un gobierno déspota, y a las fuerzas de seguridad como peligrosas.
—¿Tú qué crees? —preguntó Harry con calma, mirándola fijamente. Lavender tragó saliva.
—Creo que alguien se está tomando mucho trabajo en desprestigiar el gobierno de Shacklebolt —respondió la Sanadora Brown.
La casa de Versalles estaba silenciosa. Extremadamente silenciosa. Draco era ahora más consciente que nunca de lo grande que era ese lugar. Demasiado grande. Nunca antes había notado la quietud y la imponencia de la mansión. Nunca antes se había percatado de la fría elegancia de sus paredes, de la ostentosidad de los jardines.
Astoria siempre se había encargado de que no lo notara. Desde el primer momento en que puso un pie en aquel lugar, Astoria lo había cambiado. Ella había inundado cada rincón de la casa con su luz y su vitalidad. Había llenado las habitaciones con flores perfumadas, había abierto las ventanas y ventilado los ambientes, había encendido la radio en el salón de baile y reparado la sala de pintura. Con su sonrisa, había calentado cada habitación, haciéndola ver reconfortante. Bajo su tutela, los elfos trabajaban con regocijo. Hacía mucho tiempo que la Mansión de Versalles no tenía una Señora tan amable y llena de vida.
Astoria había convertido la casa de verano de la familia Malfoy en un verdadero hogar. El contraste con la Mansión de Whiltshire era inverosímil: allí donde la vivienda de Inglaterra se alzaba imponente, fría y sombría, la casa de Versalles resplandecía con vitalidad, calidez y alegría.
Lejos de los fantasmas de la guerra, y de las pesadillas que escondían las habitaciones de Whiltshire, Draco finalmente había encontrado la paz en Versalles. Astoria, con su infinita paciencia, lo había sanado. Lo había salvado, incluso cuando él mismo se había creído perdido y sin esperanzas.
Allí, en esa casa, Draco había sido feliz.
Pero ahora, todo parecía desfallecer frente a sus ojos. Astoria se empequeñecía día a día, el color de sus mejillas empalideciendo, el deterioro en su cuerpo haciéndose evidente. Y con ella, se iba también todo lo que amaba de Versalles.
Una casa demasiado grande para él solo.
—Amo Draco… Hay una mujer en la entrada de la casa, señor. Solicita verlo… inmediatamente —le informó Goody, uno de sus elfos.
—Si es Madame Lafinur para discutir sobre el contrato con los enanos de Luxemburgo… —empezó a decir Draco, sus ojos todavía fijos en los cuadernos de cálculo que estaban esparcidos sobre su escritorio, a pesar de que hacía rato que no estaba prestando atención a los números.
—No es Madame Lafinur, amo —se apresuró a aclarar Goody, retorciéndose las manos nerviosamente. Draco levantó la mirada.
—No recuerdo haber concretado ninguna reunión para hoy —señaló. El elfo se mordió nerviosamente el labio inferior.
—No, no tiene ninguna reunión programada, señor —coincidió la criatura. Draco resopló.
—Ya sabes que no recibo a gente sin una reunión programada previamente, Goody.
—Si, Goody lo sabe, señor. Pero…
—Y conoces las excepciones también—agregó Malfoy, bajando la mirada nuevamente hacia los números. Había sólo dos personas a quienes Draco había autorizado a visitar su casa de Versalles sin aviso. Uno de ellos, había muerto en Italia. Y el otro, se encontraba demasiado ocupado dirigiendo el Cuartel de Aurores en Inglaterra.
—Sí, señor. Pero ella insistió… Dijo el amo Draco querría hacer una excepción por ella. Por los viejos tiempos, dijo —logró articular finalmente Goody.
Draco se tensó en su silla, su mano aferrándose con tanta fuerza a la pluma que la partió a la mitad. Goody pareció percibir el cambio en su amo, porque instintivamente retrocedió un paso.
Respirando profundo, Draco se tomó unos segundos para controlar sus emociones y esconderlas cuidadosamente. Cuando volvió a mirar a Goody, la expresión en su semblante era fría e indescifrable.
—Hazla pasar al Salón de Visitas, por favor —dio la orden en un tono tranquilo e imperturbable. Con un chasquido, el elfo desapareció.
Cuando intentó ponerse de pie, Draco comprobó que las manos le temblaban. Era un temblor fino y rápido, que traicionaba su máscara de fría indiferencia. Dando dos zancadas hasta la pequeña mesa donde guardaba las botellas, se sirvió un vaso largo de whisky de fuego y lo bebió de un trago. Iba a necesitarlo para enfrentar lo que lo esperaba en la Sala de Visitas. El whisky quemaba en su descenso por la garganta, y Draco se regocijó momentáneamente en el dolor.
Por los viejos tiempos.
Solo esas palabras bastaron para traer el pasado de regreso al presente. Los recuerdos que había guardado con estratégica minuciosidad reflotaron a la superficie, helándole la sangre. Haciendo uso de todo su autocontrol, Draco se concentró en volver a encerrarlos. No era el momento de dejarse sobrepasar por el miedo paralizante del pasado.
Cuando entró en la Sala de Visitas, la mujer ya lo aguardaba allí. Caminaba parsimoniosamente por la habitación, de espaldas a él, examinando con interés las fotos exhibidas sobre la chimenea, y los cuadros que decoraban las paredes. Draco pensó que no se había percatado de su llegada, y estaba a punto de anunciarse, cuando ella habló.
—La casa luce diferente a como la recordaba —confesó la mujer. Giró a mirarlo.
Draco se sintió de regreso en una celda en el subsuelo del Ministerio de Magia, observándola a través de los barrotes fríos. Había sido una de la últimas veces que se habían visto. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, pero Malfoy la habría reconocido en cualquier lugar sin dificultad. Estaba diferente, pero él la habría reconocido igual.
Durante un momento, simplemente se miraron, ambos intentando reconocer a los adolescentes que alguna vez habían sido, buscando los restos que había escondidos detrás de sus rasgos ahora maduros.
—Han pasado muchos años desde la última vez que estuviste aquí, Pansy —le recordó Draco, y a pesar de que su rostro se mantenía sereno, su voz tembló. Una esquina de los labios de Pansy se curvó suavemente.
—Sí… ¿Qué fue? ¿En el verano antes de empezar cuarto año? —respondió ella nostálgicamente, mientras sus ojos recorrían rápidamente la habitación, como si esperara encontrar la respuesta allí.
—Quinto —corrigió Draco rápidamente, en un tono más brusco del que habría querido. Ella le dedicó una mirada de soslayo, y una expresión felina se dibujó en su rostro.
—Sí… Quinto año —susurró Pansy, y a pesar de que sonreía, sus ojos lucían apagados. Se sentó en uno de los sillones de la sala sin esperar la invitación de Draco a hacerlo, como si se tratara de su propia casa—. Crabbe y Goyle se quedaron aquí contigo, y yo me hospedé en lo de Daphne... Aunque pasábamos prácticamente todos los días aquí —hizo una pausa, y Draco supo que estaba reviviendo aquel verano en su memoria, al igual que él—. Recuerdo que en ese momento pensé que éramos muy afortunados de que nuestros padres nos permitieran pasar las vacaciones todos juntos en Francia… Nuestros generosos padres.
Pronunció las últimas palabras con veneno y resentimiento mal disimulado. Draco, que todavía se encontraba de pie en el arco de ingreso a la sala le sostuvo la mirada antes de responder.
—Querían mantenernos lejos de lo que estaba pasando en Inglaterra —dijo con una voz indiferente que prácticamente no reconoció como propia. Pansy soltó una risa amarga y desdeñosa, un sonido que Draco encontró escalofriantemente familiar.
Los dos sabían lo que había sucedido ese verano. Había sido el verano después del regreso de Voldemort. Había sido el verano en que las vidas de sus familias habían cambiado para siempre. Draco había pasado incontables horas recapitulando todo lo que había sucedido durante aquella época, intentando comprender lo incomprensible, buscando una explicación o un consuelo que no existía. Mirando retrospectivamente, ese había sido el verano en que su destino había empezado a perfilarse hacia su propia destrucción, sólo que él todavía no lo sabía.
Estaba convencido de que sus padres lo habían mandado a Versalles ese verano para mantenerlo alejado de Voldemort y de sus Mortífagos. Aunque si lo habían hecho para protegerlo o porque simplemente era un estorbo, no estaba seguro. Ni siquiera cuando la guerra terminó, Draco nunca se atrevió a preguntárselo a sus padres. Algunas cosas, era mejor no saber.
—Fue un buen verano… El último buen verano que tuvimos —siguió hablando Pansy.
Un escalofrío amenazó con sacudir el cuerpo de Draco, y éste tuvo que hacer un esfuerzo para esconderlo. Porque Pansy tenía razón. Aquel había sido el último verano feliz. En su momento, Draco no lo había apreciado lo suficiente. Había dado muchas cosas por sentadas: sus amigos, su familia, su lugar en el mundo… De haber sabido que todo se iría a la basura en menos de un año, lo habría valorado más.
Pero el Draco de aquella época nunca se habría detenido a considerar siquiera la posibilidad de que su padre podía estar equivocado, o de que él mismo podía estar equivocado. Demasiado arrogante. Demasiado petulante. Amparado por el manto de impunidad que había protegido a su familia durante años, el Draco de aquel verano se habría creído intocable.
Se había equivocado. Todos los mortales sangran, incluso los Malfoy.
—¿A qué has venido, Pansy? —preguntó en un suspiro, mientras avanzaba hacia ella, apoyando ambas manos sobre el respaldo de una de las butacas, aferrándose con fuerza a la misma, para evitar los temblores.
—¿Es que no puede alguien visitar a un viejo amigo? —se burló ella, y durante un segundo, Draco creyó ver esa chispa que la había caracterizado en la juventud. Fue solo un instante.
—Puedo contar con los dedos de una mano la cantidad de veces que has visitado Francia desde…—empezó a decir Draco, pero no pudo terminar.
Las palabras se estrangularon en su garganta. Frente a él, Pansy empalideció. La temperatura descendió varios grados dentro de la habitación a pesar de que el fuego seguía crepitando en la chimenea y todavía el sol se encontraba alto en el cielo.
La guerra. A Pansy no le gustaba hablar de ello. Draco no podía culparla. A él tampoco le gustaba hablar de esa época. Todos habían hecho lo mejor por olvidar. Cada uno había buscado su forma de sanar. Draco pensaba que ninguno lo había logrado exitosamente. La mirada de fría cólera que le dedicaba Pansy en ese momento se lo confirmaba.
—Lo siento —ofreció Malfoy, pasándose una mano por el cabello como si quisiera peinarlo hacia atrás, a pesar de que estaba perfectamente peinado.
Dio la vuelta a la butaca y, finalmente, se sentó. Estaba nervioso. Volver a ver a Pansy, después de tanto tiempo, lo ponía nervioso. Inevitablemente, ella le recordaba cosas que prefería olvidar. Le recordaba el tatuaje que todavía manchaba la piel de su antebrazo izquierdo; le recordaba la oportunidad perdida en la Torre de Astronomía; le recordaba la Mansión Malfoy convertida en cuartel de Mortifagos, su propia casa transformada en una pesadilla; le recordaba en pánico paralizante que lo había dominado durante aquellos años, la terrible ansiedad de sentirse atrapado y sin escapatoria. Pansy le recordaba a Voldemort y a la guerra. Y estaba seguro de que a ella le sucedía lo mismo cada vez que lo veía. Era imposible no mirarse entre ellos y ver los pecados de cada uno reflejado en el otro, como un espejo infernal.
—¿Vamos a pretender que no sabes por qué estoy aquí? —rompió el silencio Pansy, siseando.
—Lamento mucho la muerte de Perseus —respondió Draco educadamente.
Pansy abrió una pequeña cartera que llevaba con ella y extrajo un atado de cigarrillos. Tomó uno y se lo colocó entre los labios, acercando el extremo de su varita para encenderlo. Realizaba los movimientos con presteza y gracilidad, tomándose su tiempo, disfrutando la primera pitada, soltando el humo lentamente por la boca, como una exhalación de alivio. Estiró la caja de cigarrillos hacia Draco, ofreciéndole.
—No, gracias —respondió él cortésmente, aunque en el fondo deseaba aceptar. Ceder nuevamente al vicio. Buscar refugio en otra pitada.
—Cierto… Ya no fumas. Todo un hombre nuevo —se burló de él Pansy con una expresión petulante. Draco se lo dejó pasar. —Dicen que lo mataron unos muggles —soltó repentinamente, la burla todavía bailoteando en su voz.
—Eso es lo que dicen las noticias —confirmó Malfoy, impasible desde su butaca.
—Esperaba que tú pudieras arrojar un poco más de luz sobre lo que verdaderamente sucedió —confesó finalmente la mujer de cabellos oscuros frente a él. Draco arqueó las cejas.
—¿Qué te hace pensar que yo sé algo más que eso? —preguntó Draco en un tono casua, arrastrando las palabras.
Pansy entornó los ojos, y Draco supo que no la había engañado. Ese es el problema de crecer entre gente de Slytherin. Aprendes a leer los mensajes escondidos, las palabras que se callan y las mentiras que se cuentan. Así como Draco había sabido, desde el momento en que la vio, que Pansy no estaba simplemente de visita, ella también sabía que Draco no estaba diciéndole toda la verdad.
—Tú conociste a Perseus… —le recordó ella.
—Eso fue hace mucho tiempo.
—Pero algunas cosas nunca cambian, Draco —puntualizó ella—. Y a pesar de que hace años que no veía a mi primo, me cuesta imaginarme a alguien como Perseus siendo derrotado por tres simples e insignificantes muggles —escupió Pansy. Draco frunció la nariz.
—Le habían revocado su permiso para portar una varita, Pansy —insistió Draco, pero ella simplemente chasqueó la lengua e hizo un gesto desdeñoso con la mano en la que sostenía el cigarro.
—Vamos, Draco. Los dos sabemos que incluso sin varita, Perseus los habría hecho añicos si lo hubiese deseado. ¡Son muggles, por todos los cielos! —dijo Parkinson, poniendo los ojos en blanco.
—Tu primo se había ganado el odio de la mayoría de sus vecinos, por lo que tengo entendido.
—Mírame a los ojos y dime que verdaderamente piensas que esto fue una especie de vendetta muggle —lo presionó ella, inclinándose hacia delante en su sillón y acercando su rostro al de él. Draco no respondió, y Pansy sonrió triunfante—. Mi primo jamás habría permitido que un muggle entrara en su casa. Alguien los ayudó a entrar… Uno de los nuestros.
—¿Qué es lo que estás buscando, Pans? —empezó a preocuparse Draco. Algo peligroso relampagueó en los ojos de su vieja amiga.
—La verdad —respondió ella, su voz grave—. Un mago sangre pura, heredero de una antigua y prestigiosa familia inglesa, con un historial de enemistad con quienes ahora dirigen el Ministerio, a quien han enviado a Azkaban y le han revocado su derecho a hacer magia bajo el cargo de violación del Estatuto de Secreto Mágico, es asesinado nada menos que por las mismas personas a quienes el gobierno mágico intenta proteger con dicho Estatuto… Vamos, Draco, incluso tú puedes apreciar la poética y trágica ironía en ello —explicó con astucia.
Ella no había ido hasta allí a buscar la verdad. Ella ya sospechaba la verdad. Siempre había sido muy observadora y entrometida. Había crecido en el mismo mundo de vanidades y pretensiones que Draco, donde uno tenía que aprender a reconocer la verdad escondida detrás de las máscaras y las segundas intenciones. Había ido a buscar la confirmación de labios de Draco. Porque después de haber sobrevivido juntos tantas mentiras y artimañas, después de atravesar el infierno y salir airosos (aunque no indemnes), ellos se debían la verdad mutuamente.
—La muerte de Perseus es parte de un juego más grande, que lleva mucho tiempo jugándose a espaldas de todos —habló finalmente Malfoy, arrastrando las palabras con fría indiferencia—. No podría haber llegado en un momento más oportuno: la credibilidad y la confianza en el gobierno de Shacklebolt se ha debilitado, la guerra de Europa continental está cada vez más cerca de Inglaterra, y la gente tiene miedo.
—Alguien está intentando derrocar al Ministerio —comprendió Pansy sin dificultad, dando una nueva pitada a su cigarrillo, con fría indiferencia.
—Sí —confirmó Draco secamente. Unos segundos de pesado silencio invadieron la sala tras la confirmación de Malfoy. Y entonces, tomándolo completamente desprevenido, Pansy empezó a reírse. Era un sonido discorde, completamente fuera de lugar, casi histérico. —¿Te alegras de escuchar esto? —le criticó Draco, frunciendo el ceño.
—Bueno… no voy a decir que me entristece —respondió con cruda honestidad.
—Quieres verlos pagar por lo que te hicieron —comprendió Draco. Pansy hizo una mueca de desagrado.
—¿Puedes culparme? —exclamó defensivamente—. Después de lo que nos hicieron… me sorprende que tú también no desees verlos caer.
—Teniendo en cuenta las cosas de las cuales nos acusaban, podría haber sido mucho peor, Pansy —dijo Draco, prácticamente siseando las palabras.
—¡ÉRAMOS NIÑOS! —estalló finalmente ella, lanzando lo que quedaba de su cigarrillo a la chimenea con más energía de la necesaria—. Pero eso no les impidió juzgarnos con toda la fuerza de la ley… ¡Hicieron un ejemplo de nosotros! ¡Miren todos lo que le sucede a los mocosos que eligen el lado equivocado! ¡Nos encerraron, nos humillaron, nos despojaron de todo lo que teníamos! ¡De todo lo que éramos! ¡Nos sacaron todo, Draco!
—Estamos hablando de una nueva guerra en nuestro país —intentó hacerla entrar en razón. Pero Pansy estaba enfurecida, resoplaba agitada, su pecho subiendo y bajando a un ritmo frenético, sus manos temblando a los costados de su cuerpo.
—El mismo país que nos robó nuestra herencia y nos mandó a vivir al exilio —gruñó Parkinson en un tono peligrosamente bajo—. ¿Cuándo vas a aceptarlo, Draco? ¿Cuándo vas a aceptar que Inglaterra ya no es más tu hogar?
Las palabras de Pansy golpearon contra Draco como un látigo, lacerándolo profundamente. Las sintió repiquetear dentro de él, calentándole la sangre y acelerándole el pulso, haciéndolo perder el autodominio.
—¿Te crees que no lo sé? —sus ojos grises largaban chispas embravecidas.
—No puedes dejarlo ir… Y te has quedado aquí, en Francia, porque no toleras la idea de alejarte, de verdaderamente irte. Has aceptado todas sus condiciones, has cumplido con todas las humillaciones que te han impuesto, has llevado una vida silenciosa y en las sombras con la esperanza de poder enmendar el daño que provocaste, y conseguir algún día la absolución. Pero te tengo una mala noticia, Draco… ellos jamás te perdonarán. Sin importar lo que hagas, siempre serás una paria ante sus ojos.
Pansy escupió las palabras como si fueran veneno. Todo ese rencor, todo ese odio, toda esa impotencia, enquistada dentro de ella durante más de dos décadas, finalmente había estallado frente a Draco. Malfoy absorbió la violencia del ataque con estoicismo, erguido en silencio en su silla, a pesar de que en su interior se libraba una tormenta. Porque si había algo que Draco entendía, era el dolor. Y Pansy estaba en constante dolor.
La dejó gritar y descargarse, vociferando contra él, contra Inglaterra y contra el mundo. Tenía los ojos vidriosos, aunque Draco no sabía si se debía a tristeza o enfado. A pesar de ello, Pansy no derramó una sola lágrima, y finalmente, volvió a guardar silencio.
Inesperadamente, Draco sonrió. Era una sonrisa alicaída, más nostálgica que alegre. Había algo deprimente en ella, y Pansy alzó una ceja inquisitiva.
—¿Acaso dije algo gracioso? —lanzó Parkinson.
—Londres siempre será nuestro infierno —recordó repentinamente Draco.
—¿Qué? —estaba completamente desconcertada.
—Theodore me dijo eso una vez… Hace muchos años. Después de los juicios —explicó Malfoy—. Me hiciste acordar a él… Aunque su tono fue mucho más diplomático que el tuyo, por supuesto —agregó, una risa suave escapándose entre sus dientes. La mirada de Pansy se ablandó al escuchar el nombre de Nott.
—Lamento no haber podido estar presente en el entierro —confesó Pansy.
—¿Habrías ido si no hubiese sido en Inglaterra? —le preguntó Draco con una expresión cínica.
—No —fue la respuesta—. Sabes que odio las despedidas —agregó a modo de justificación. Draco la aceptó. —¿Por qué lo enterraste ahí, Draco? ¿De todos los lugares que podrías haber elegido, por qué Inglaterra?—le preguntó Pansy, la angustia quebrándole la voz.
—Porque, a pesar de todo, era su hogar.
Pansy bajó la cabeza, escondiendo momentáneamente el rostro. Había perdido la posición adusta en la silla, como si el muro que la separaba del resto del mundo se hubiese derrumbado en esa frase, dejando al descubierto a una criatura frágil.
—Me han extendido un permiso para entrar —dijo Pansy, todavía con la cabeza gacha—. Por lo visto, soy la única pariente viva que le queda a mi sobrina, así que el Wizengamot ha autorizado mi ingreso a Inglaterra de forma provisoria.
—¿Cuándo?
—Hoy —respondió ella—. El Traslador sale un una hora.
—¿Y qué haces aquí todavía?
—Quería asegurarme de que estuvieras bien… Tú y… Astoria —Pansy levantó la mirada, sus ojos clavándose significativamente en Draco. Éste se encontró riendo por lo bajo.
—Has hablado con Daphne —comprendió Draco inmediatamente. Pansy asintió. Por supuesto que Pansy se había enterado. Ella y Daphne habían sido siempre íntimas amigas.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Pansy sin preámbulos. Draco no pudo contener la mueca de dolor que atravesó su rostro.
—No mucho… Meses —respondió con voz áspera. Tragó saliva, intentando alivianar el bulto que se le había formado en la garganta.
—¿Qué vas a hacer, Draco? —la pregunta brotó de los labios de Pansy provista de una humanidad inesperada en ella. Una sincera preocupación.
—Aprovechar hasta el último segundo que me quede con ella —confesó él, con una media sonrisa. Una expresión piadosa se dibujó en el rostro duro de Pansy.
—¿Y después?
—Sobrevivir… Es lo que mejor sabemos hacer, ¿no? —dijo con amargo resentimiento.
—Sí —coincidió ella.
Ambos se miraron fijamente, sus ojos diciendo todo lo que sus bocas no podían articular porque era demasiado doloroso, y también, un poco vergonzoso. Él y Pansy nunca habían sido de las personas que llevan el corazón en la mano, expuesto ante el mundo.
—Ya debo irme o perderé el Traslador —anunció Pansy, poniéndose de pie, tomando su bolso y encarando hacia la salida.
—Por supuesto —aceptó la despedida Malfoy. Pero Pansy se detuvo al llegar a puerta, vacilando, y giró levemente hacia él.
—Ojalá encuentres la redención que estás buscando, Draco —le deseó con una sonrisa sincera, una de las pocas sonrisas reales que había lucido en todo el encuentro.
Se fue sin esperar una respuesta. Y Draco quedó nuevamente a solas, en medio de aquella casa demasiado grande, y demasiado silenciosa.
Cuando Harry entró al despacho principal del Ministro de Magia, se encontró con que ya había una reunión en curso. Además del propio Kingsley y su secretario, Percy Weasley, también estaban presentes Hermione Granger, y para sorpresa de Harry, el Jefe de Legales, Linus Cavenger.
—Oh, aquí está por fin, Auror Potter —le dio la bienvenida Linus Cavenger, haciendo un gesto hacia la silla que había libre. Harry permaneció de pie, y en cambio, giró su mirada hacia Kingsley, inquisitivamente.
—El Partido de Rebelión por el Cambio ha elevado una solicitud para una reunión oficial —informó Percy en un tono que claramente desaprobaba la idea.
Harry frunció el ceño. Coincidía con Percy. Partido de Rebelión por el Cambio era el nombre pomposo con el que se autoproclamaban los manifestantes dirigidos por Zafira Avery. En su opinión, era una forma elegante y astuta de disfrazar a los seguidores del Mago de Oz. A pesar de que una reunión entre la gente de la Marea Roja y el Ministro Shackebolt le parecía la peor idea del universo, Harry no podía decir que lo sorprendía. Se había visto venir algo así desde el altercado en el Atrio.
—Con todo respeto, usted no estará considerando aceptar a reunirse con ellos, ¿verdad, señor Ministro? —dictaminó Harry, mirándolo seriamente.
—El asesinato de Perseus Parkinson y los eventos que le siguieron han dejado al Ministerio muy mal parado frente a la opinión pública… —empezó a explicar Percy, acomodándose nerviosamente los anteojos.
—Ceder bajo las presiones de la Rebelión no es la solución —insistió Harry—. Esta gente no quiere dialogar… Esta gente quiere derrocar nuestro gobierno.
—Me temo que no tenemos muchas alternativas, Auror Potter —intervino Linus, hablando pausadamente—. Después de la catástrofe que supuso que nuestras propias fuerzas de seguridad arremetieran violentamente contra una manifestación de civiles…
—Sabes perfectamente que no fue así como sucedieron las cosas, Linus —esta vez, fue Hermione quien se plantó.
—Diez civiles terminaron en San Mungo, y uno de ellos, miembro del Partido de la Rebelión, continúa en estado crítico —respondió Linus con igual severidad—. Creo que coincidirás conmigo, Hermione, en que eso no pone en un lugar muy vulnerable. Como asesor legal, mi consejo es que aceptemos a llevar adelante la reunión —dictaminó. Hermione guardó silencio, los labios apretados y la mirada preocupada.
—Es demasiado peligros, Kingsley —Harry lo llamó por su nombre, la necesidad de hacerlo entrar en razón volviéndose imperiosa—. No puedes reunirte con ellos.
—No es conmigo con quien quieren reunirse, Harry —le explicó Shackebolt—. Han solicitado una reunión con el Jefe de los Aurores.
Harry tardó varios segundos en asimilar las palabras del Ministro. La sorpresa se hizo evidente en su rostro, y Linus aprovechó el momento de desconcierto para volver a hablar.
—Aceptar a reunirse con ellos sería un gesto de buena fe por parte de nuestro gobierno. Una manera de demostrar buena predisposición a resolver los problemas que aquejan al pueblo —insistió diplomáticamente Cavenger.
—¿Negociar con terroristas es un gesto de buena fe? —soltó Harry sin poder evitarlo. Percy suspiró, llevándose una mano al rostro en un gesto derrotado. Hermione le lanzó una de sus ya conocidas miradas de advertencia.
—No estoy proponiendo que negociemos con ellos. Pero lo mínimo que podemos hacer es mostrarnos abiertos al diálogo y a subsanar el daño provocado por la respuesta desmesurada de sus fuerzas, Auror Potter —le recordó Linus con acidez.
—No fueron mis fuerzas —masculló Harry entre dientes apretados.
—¿Perdón?
—He dicho que no fueron mis Aurores quienes atacaron —repitió Harry, sus ojos verdes brillando peligrosamente detrás de las gafas. Linus, sin embargo, no parecía intimidado—. Fue uno de los oficiales del ERIC.
—Pero los oficiales del ERIC se encuentran bajo supervisión de sus Aurores. Creo recordar que usted solicitó específicamente que fuese así cuando se aprobó la Ley de Vigilancia —Linus hablaba con serena indiferencia.
—También dije, específicamente, que el ERIC no era un equipo preparado para enfrentar este trabajo. No están lo suficientemente entrenados para hacerlo —retrucó Harry.
—En última instancia, eso es su responsabilidad, Auror Potter. Se le concedió un tiempo prudencial al Cuartel de Aurores para entrenar a los oficiales de ERIC antes de que comenzaran a cumplir sus labores de vigilancia.
—Un mes, Abogado Cavenger. Me dieron un mes para prepararlos —gruñó Harry.
—Teniendo en cuenta que su cuartel asegura ser capaz de entrenar Aurores hechos y derechos en un solo año, creo que un mes para preparar magos capacitados en Defensa y Vigilancia es algo más que lógico —Linus lanzó un golpe certero con una sonrisa fría—. A menos que exista algún motivo personal por el cual su departamento ha brindado un entrenamiento subóptimo a los oficiales del ERIC… —sugirió de forma casual.
—¿Por qué habría de hacer algo así? —Harry empezaba a enojarse. Hermione lucía particularmente tensa, y por la expresión en su rostro, ella parecía entender perfectamente hacia dónde apuntaba Linus.
—Sólo creo que ha sido muy oportuno para el Cuartel de Aurores que fuese alguien del ERIC el culpable de lo que sucedió en el Atrio, después de que usted se mostrara tan reticente a incorporarlos en primer lugar —aventuró Linus con cinismo.
—Si me crees capaz de especular con la seguridad de la gente para mi propio beneficio, entonces no me conoces en absoluto, Cavenger —le advirtió Potter. Linus simplemente se encogió de hombros con un movimiento desinteresado e impersonal.
—Creo que el Auror Potter ha demostrado en numerosas ocasiones a lo largo de su carrera que su prioridad siempre fue, y sigue siendo, proteger el mundo mágico —lo defendió Hermione mirando con dureza a Linus.
—Entonces no debería tener problema en hacerlo una vez más, aceptando reunirse con la gente de la Rebelión —puntualizó Cavenger, quebrando la muñeca hacia Potter.
—Ministro Shackebolt—llamó Harry, fijando entonces su atención en la persona que verdaderamente tenía la última palabra aquí. Kingsley permanecía taciturno y silencioso, pero sus ojos oscuros lo observaban con calidez—. ¿Qué es lo que desea que haga, señor? —preguntó de forma respetuosa, y excesivamente formal.
Habían quedado acorralados. El Mago los había engatusado una vez más. Era su turno de mover una ficha, pero Harry sentía que sin importar el movimiento que hicieran, no había forma de salir airosos de esa situación. Negarse a la reunión reforzaría los pensamientos negativos que se habían asentado en el pueblo después de lo sucedido en el Atrio. Los haría ver como un gobierno intransigente, violento y orgulloso. Minaba la confianza del pueblo sobre las fuerzas de seguridad, que lejos de inspirar respeto, ahora inspiraban miedo y recelo.
Pero aceptar a reunirse con la Rebelión implicaba invitar al Ministerio a un grupo de magos subversivos y disidentes, que pregonaban todo aquello que Harry había luchado por erradicar: la supremacía de la magia, la inferioridad de las personas no mágicas, y la necesidad de intervenir en el mundo muggle. Daba a entender al pueblo que el Ministerio estaba dispuesto a considerar la solución que el Partido de la Rebelión proponía para la crisis actual. Habilitaba a considerarlo como una opción.
Sin importar lo que decidieran, Harry supo que esta batalla estaba perdida. La expresión en rostro de Kingsley se lo confirmaba.
—Reúnete con ellos, Harry —respondió en un suspiro cansado—. Averigua qué es lo que quieren.
La llegada de comitiva del Partido de Rebelión por el Cambio al Ministerio para iniciar diálogo con el Jefe de Aurores, Harry Potter, no pasó desapercibida a la prensa. Alguien (Harry estaba seguro de que los propios miembros de la Rebelión) había filtrado la noticia de que se llevaría a cabo una reunión, y los periodistas atestaban la entrada al Ministerio, en un desesperado intento por conseguir una declaración de Zafira Avery, la delegada encargada de reunirse con el Auror Potter.
Zafira se detuvo unos minutos frente a las vuelaplumas y las miradas sedientas y anhelantes de los reporteros para hacer una breve pero elocuente declaración, expresando su satisfacción porque el gobierno finalmente se había dignado a reconocer sus falencias y parecía dispuesto a buscar nuevas soluciones. Era exactamente lo que Harry se había temido que sucedería: la Rebelión aprovecharía este momento de debilidad para reforzar el mensaje subliminal de que sus ideales eran la solución que necesitaban.
Ron escoltó a la comitiva hasta la Sala de Reuniones del Primer Piso, pero sólo le permitió pasar a Zafira Avery. La bella muchacha arrugó la nariz, visiblemente descontenta, pero finalmente aceptó y entró sola. Sus ojos escudriñaron con aburrida curiosidad la sala austera para finalmente detenerse sobre Harry Potter, sentado frente a una enorme mesa de roble oscuro, con su uniforme de Auror. Zafira sonrió complacida.
—Gracias por acceder a reunirse con nosotros, Auror Potter —saludó educadamente la muchacha, extendiendo una mano en su dirección.
Harry se puso de pie y la estrechó, pero permaneció en silencio. Zafira se sentó en la silla frente a él, cruzando las piernas delicadamente, la túnica roja escarlata abriéndose para revelar un vestido negro, sobrio y elegante. Se acomodó en la silla como si se tratara de un trono, y ella fuese una reina. Incluso miraba a Harry con ese aire de superioridad propio de la nobleza mágica. Lucía a gusto, y claramente complacida consigo misma. Hacía cierta codicia en su mirada azul, mientras observaba atentamente a Harry.
—Quisiera empezar diciendo que lo que sucedió el otro día en el Atrio fue un evento sumamente desafortunado y que desde mi partido político aborrecemos todo tipo de violencia innecesaria, y lamentamos la pérdida de valiosas vida mágicas… —empezó a decir Zafira, al ver que Potter no hablaba. La expresión en el rostro de Harry se endureció.
—¿Qué es lo que quiere, señorita Avery? —la interrumpió con brusquedad. Zafira saltó levemente en su silla, tomada por sorpresa. Sus ojos se entornaron, y su sonrisa se afiló.
—Es verdad lo que dicen de usted —comentó con una voz cantarina, casi divertida.
—¿Qué es lo que dicen de mí?
—Que es un hombre de acción... No un hombre de política —respondió ella.
—No tengo tiempo para perder en el intrincado juego de palabras que tanto disfrutan los políticos —espetó Harry sin delicadeza. Los ojos de Zafira brillaban, cargados de energía, una mezcla de fascinación y desprecio.
—Bien, iré directo al grano, entonces —aceptó Avery, enderezándose todavía más en la silla y alzando el mentón—. Como usted bien sabe, uno de nuestros miembros se encuentra peleando por su vida en San Mungo. En representación de su familia, me gustaría saber qué medidas piensa tomar el Ministerio de Seguridad contra el oficial que lo atacó —disparó. Harry también se enderezó en la silla y acomodó las manos sobre los apoyabrazos, manteniéndole la mirada.
—El oficial se encuentra suspendido hasta que su caso sea evaluado por el Wizengamot —le respondió Potter.
—Oh, pero usted es el Wizengamot, señor Potter —le recordó Zafira.
—Yo soy sólo uno de los integrantes del jurado —advirtió Potter, manteniendo un tono sereno. Zafira alzó las cejas con fingido desconcierto.
—Usted es el Jefe Supremo. Tiene la última palabra, señor Potter.
—¿A qué viene eso?
—El pueblo se sentirá muy reconfortado si el oficial culpable de atacar, y casi matar, a un civil, recibe la máxima pena que la ley contempla para estos crímenes —aventuró a decir Zafira, mientras se examinaba sus pulcras y cuidadas uñas con detenimiento.
—¿El pueblo… o la Rebelión? —leyó entre líneas Harry. Zafira levantó la mirada.
—En este momento, la Rebelión es el pueblo, señor Potter —ronroneó Zafira seductoramente.
—El Wizengamot le asignará la condena que le corresponda. Ni más, ni menos —respondió Harry tajante.
—¿Y qué me dice de los muggles que atacaron a la familia Parkinson? —volvió a arremeter Avery, su voz encendiéndose más de lo que ella misma hubiese deseado, dando a entender que ese era un tema importante, mucho más importante que el anterior. —Tenemos entendido que los otros dos individuos involucrados en el crimen han sido capturados.
—Así es.
—Según los informes brindados por su departamento, señor Potter, estos criminales se encuentran actualmente bajo custodia de las fuerzas de seguridad muggle.
—¿Es eso una pregunta o una afirmación? —se exasperó Harry. Zafira torció una mueca.
—No le corresponder a ellos juzgarlos —se apresuró a señalar Zafira, el resentimiento filtrándose en su rostro, agriando su bello rostro—. Han matado a mago. Deberían ser juzgados por magos.
—Los muggles no pueden ser juzgados por el Wizengamot —fue la respuesta que escapó entre los dientes apretados de Harry, mientras se preparaba para la respuesta que vendría a ello.
—Podrían serlo si no fuese por el Estatuto de Secreto Mágico —soltó predeciblemente Zafira—. El mismo Estatuto bajo el cual se juzgó a Perseus Parkinson y se lo condenó a Azkaban y a renunciar a su varita. El mismo Estatuto que lo dejó desprotegido frente a sus atacantes, resultando en su muerte.
Harry se aferró fuertemente con las manos a los apoyabrazos de la silla, contendiéndose de reaccionar contra el ataque.
—Eso es a lo que has venido, ¿verdad? —masculló en un hilo de voz.
Zafira inspiró profundamente, hinchando el pecho orgullosamente, creyéndose más grande e importante de lo que verdaderamente era. Potter no podía dejar de pensar que era simplemente una niña… Apenas una mujer adulta según las leyes del mundo mágico. Todavía demasiado joven e inexperta, embebida en la arrogancia propia de los jóvenes, que creen saber más sobre el mundo de lo que verdaderamente saben.
La muchacha deslizó una de sus delicadas y delgadas manos hacia uno de los bolsillos y extrajo una carta. La colocó sobre la mesa que yacía al costado de ellos, y la deslizó sobre la superficie pulida de madera hasta dejarla al alcance de Potter.
Harry lanzó una mirada de reojo hacia la carta, pero no la tomó. En cambio, permaneció estático en la silla, con las manos todavía quietas sobre los apoyabrazos, aguardando. Podía notar la impaciencia creciendo dentro de Zafira, y la furia empezando a oscurecer sus ojos. La irritaba la indiferencia de Harry.
—Es para usted —dijo ella finalmente, con aires de suficiencia. Fue el turno de Harry de sonreír.
—Eso imaginé.
—Se la envía el Mago de Oz —dijo ella, sin poder contenerse, algo salvaje asomándose en sus rasgos afilados y aristocráticos.
Harry tuvo que resistir el impulso que lo asaltó. Sintió que se le retorcía el estómago mientras sus ojos se desviaban nuevamente hacia el sobre.
En todos esos años, el Mago de Oz le había escrito sólo en una ocasión. En ese entonces, el Mago había anunciado la llegada de la Rebelión, y el Albus y James habían estado a punto de morir en el Templo de Hades. Tan sólo el recuerdo de aquel momento le heló la sangre. Harry luchó para mantener sus sentimientos raya y evitar que su preocupación se hiciera evidente en su rostro.
Tomó la carta y la leyó.
—Esta carta es una amenaza —dijo Harry, dejando la carta nuevamente en la mesa. Había algo peligroso ahora en su voz, y Zafira pareció notarlo, porque la expresión arrogante y altiva que la había caracterizado hasta entonces pareció flanquear.
—Es una sugerencia —corrigió Zafira, aunque no parecía del todo convencida. Tragó saliva con dificultad, y se humedeció los labios antes de volver a hablar. —Ha llegado el momento de aceptar que la forma en que funciona nuestro mundo necesita cambiar. Es la única manera.
—No voy a derrocar el Estatuto de Secreto Mágico, señorita Avery —afirmó Harry, sin una pizca de duda. Un halo de seguridad lo rodeaba, resultando intimidante para Zafira.
—Tal vez quiera tomarse uno días, y consultarlo con el Ministro de Magia, señor Potter —sugirió Zafira, intentando mantener la postura erguida y la actitud desafiante. Pero estaba nerviosa. Incluso, asustada.
—No.
—El Mago de Oz está dispuesto a esperar cuarenta y ocho horas para su respuesta —insistió Zafira, su voz temblando casi imperceptiblemente.
—No necesito cuarenta y ocho horas para responderle.
—El Mago de Oz me advirtió que usted diría eso —puntualizó Avery—. También me dijo que, cuando lo hiciera, le recordara que el futuro de Inglaterra depende de esto.
—Podría arrestarte por esto —le advirtió Harry, y aunque su voz no se elevó, Zafira tembló en la silla.
—No, no puede —respondió ella—. No he hecho nada malo. Yo soy una simple mensajera.
—La mensajera de un hombre que amenaza con un golpe de estado —agregó Harry. El miedo surcó momentáneamente los ojos de Zafira, para ser rápidamente reemplazado por una expresión desafiante y terca.
—Deténgame entonces —lo provocó—. Ya veremos cómo se toma la gente la noticia de que fui atraída al ministerio bajo la excusa de una reunión pacífica, y en cambio, fui engañada y arrestada injustamente por el mismísimo jefe de los Aurores.
Pudo ver la expresión triunfante en el rostro malicioso de la muchacha. Tenía razón. Harry no podía arrestarla. Algo así terminaría por destruir la credibilidad y la confianza en el Ministerio de Magia. Era un suicidio político. Diablos, cómo odiaba la política, con todas sus vueltas y engaños.
El Mago de Oz estaba jugando con él. Aquello era una clara provocación de su parte. Era algo cuidadosamente planeado. Había pedido específicamente reunirse con él, porque sabía que la primera reacción de Harry sería rechazar la oferta y arrestar a Zafira.
—Si no va a detenerme, entonces creo que ya le he robado suficiente de su valioso tiempo —Zafira había recuperado su actitud sobradora—. Oh, casi me olvido… Una copia de esa carta ha sido enviada a todos los medios de comunicación de Inglaterra. Si usted decide rechazar esta oferta… Bueno, digamos que la responsabilidad de lo que suceda después recaerá enteramente sobre este gobierno, señor Potter. Y todo el mundo lo sabrá. Que tenga un buen día.
El campo de Quidditch estaba repleto, los alumnos de Hogwarts congregados para presenciar el partido final entre Gryffindor y Hufflepuff, que decidiría finalmente la copa. Con un empate y una victoria, el equipo de James Potter corría con desventaja, y necesitaba asegurarse la victoria si deseaba quedarse con el campeonato.
El equipo de Hufflepuff había tenido una temporada excepcional. Liderados por su capitana, Pipa Caldwell, la casa del tejón había arrebatado dos victorias contundentes, tanto contra Ravenclaw como contra Slytherin. El gran descubrimiento había sido la nueva Buscadora del equipo, Sophie Dixon.
Deseoso por conseguir su primera victoria como capitán de los leones, James había sometido al equipo de Gryffindor a extenuantes entrenamientos y excesivas horas de vuelo y de discusiones sobre estrategias de juego. El hermano de Albus se sentía bastante confiado mientras entraba al campo de Quidditch, sobrevolando la tribuna y saludando al público. Pero Albus tenía que reconocer que James siempre lucía confiado.
—¿Quién crees que va a ganar, Al? —preguntó Elektra, extasiada.
Albus no pudo evitar sonreír. La alegría y la emoción de su amiga eran contagiosas. Había una dulce inocencia en la forma en que Elektra disfrutaba del quidditch, como si todavía le resultase sorprendente que un deporte se practicara sobre escobas voladoras.
—Sophie Dixon es muy buena —reconoció Albus, encogiéndose de hombros.
—Caspian Volts no juega nada mal tampoco —comentó Scorpius, quien tenía un brazo extendido alrededor de los hombros de Rose. Hedda chasqueó la lengua.
—Volts es un Buscador decente, pero Dixon es claramente superior —puntualizó la pálida muchacha—. Si Potter quiere ganar, tiene que presionar con el ataque de los Cazadores y asegurarse una diferencia superior al valor de la snitch.
—O derribar a Sophie Dixon de la escoba —comentó Lysander con una sonrisa traviesa.
—¡Ey! —se quejó Keith Nox a su lado, dándole un empujón amistoso—. Estas hablando de mi equipo.
—No es personal… Es quidditch, Keith —aseguró Scamander, guiñándole un ojo. Nox se sonrojó, y volvió su atención nuevamente hacia el campo de quidditch. Albus pudo ver que estaba sonriendo. También notó cómo una de las manos de Lysander se enroscaba alrededor de la de Nox, sus dedos entrelazándose.
—¡Shh! ¡Va a empezar! —exclamó Rose, apuntando hacia delante con un dedo. Efectivamente, Oliver Wood se había elevado en el centro del campo y estaba llamando a ambos capitanes para que se acercaran y estrecharan manos antes de empezar el partido.
—¿Sabes? No es necesario guardar silencio durante un partido de quidditch… —se burló Malfoy con una sonrisa cínica. Rose revoleó los ojos.
—Estoy segura que los jugadores se concentrarían mucho más si los espectadores no estuviesen gritando como locos a su alrededor —aseguró la pelirroja.
—Y yo estoy seguro de que sería el partido más aburrido de la historia —dijo Scorpius, inclinándose hacia donde estaba Albus para susurrárselo al oído.
—LOS CAPITANES POTTER Y CALDWELL ESTRECHAN MANOS… ¡Y EL ÁRBITRO WOOD SUELTA LA QUAFFLE Y DA INICIO AL ÚLTIMO PARTIDO DE LA TEMPORADA, QUERIDOS AMIGOS! —exclamaba la voz jocosa de Lorcan—. WEASLEY TOMA POSESIÓN DE LA QUAFFLE, HACE UNA RÁPIDA JUGADA CON POTTER… POTTER A MCCLANE… ESA CHICA SI QUE SABE ESQUIVAR UNA BLUDGER… MCCLANE AVANZA… ¡Y PIPA CALDWELL LOGRA INTERCEPTARLA ANTES DE LANZAR! EXCELENTE COMIENZO DEL PARTIDO…
Tal como Hedda Le Blanc había previsto, la ventaja de Gryffindor estaba en sus Cazadores. Y James se había encargado de trazar un plan de juego ofensivo. Él, Louis Weasley y Dree McClane surcaban el aire como cometas encendidas, lanzando la quaffle contra los postes de Hufflepuff, intentando encestar la mayor cantidad de puntos en el menor tiempo posible.
Pero Pipa Caldwell era una buena capitana, y había previsto algo así. El equipo de los tejones no tardó en reacomodar su formación hacia una estrategia más defensiva, dificultándoles el avance a los leones. Albus estaba convencido de que Pipa estaba especulando con la snitch. En una carrera mano a mano entre Caspian Volts y Sophie Dixon, la buscadora de Hufflepuff tenía todas las chances de ganar.
Había un clima de excitación generalizado en las tribunas. Últimamente, había pocas cosas para festejar en el castillo. Las últimas noticias sobre el enfrentamiento entre fuerzas de seguridad del Ministerio y un grupo de manifestantes habían avivado los enfrentamientos constantes entre los estudiantes, sumiendo a todos en un humor gris. Pero ese día había amanecido despejado, la nieve comenzaba a derretirse, y la perspectiva de una mañana al aire libre mirando quidditch había enaltecido los ánimos de todos, Albus incluido.
Había sido un año extraño para Albus en lo respectivo al quidditch. La expulsión tanto de él como de Scorpius del equipo de Slytherin había sido un golpe duro para su ego, e inicialmente, su distanciamiento del deporte había sido algo voluntario e intencional. Pero conforme pasaron los meses, Albus fue perdiendo gradualmente el interés, la trivialidad del juego quedando opacada por cuestiones más urgentes. Una parte de él se había olvidado de lo divertido que podía ser.
Tenía que reconocer que era un buen partido. Tanto Gryffindor como Hufflepuff estaban jugando al máximo de su rendimiento. Y a pesar de que ambos equipos intentaban jugar de la forma más limpia posible, a medida que el partido avanzaba, la intensidad fue escalando y las jugadas volviéndose gradualmente más peligrosas.
Caspian Volts y Sophie Dixon sobrevolaban el campo a mayor altura que el resto de los jugadores, en una búsqueda desesperada por la snitch. A pesar de que el día estaba despejado, no había señales de la pelota dorada por ninguna parte.
Por debajo de ellos, los cazadores parecían estar batiéndose a duelo sobre las escobas. La quaffle saltaba de las manos de uno al otro, para ser lanzada contra los aros contrarios, desafiando el equilibrio y los reflejos de los guardianes. Los bateadores sacudían las bludgers de un extremo al otro del campo, interrumpiendo las jugadas y amenazando con derribar jugadores.
Conforme el partido se prolongaba, la formación defensiva del equipo de Hufflepuff empezó a fallar. Los jugadores de Gryffindor empezaban a abrirse paso con mayor facilidad conforme deducían sus jugadas, y lentamente, el equipo de James empezó a marcar una diferencia en puntos.
Pasada la primera hora de juego, con Gryffindor a la cabeza con una diferencia de setenta puntos, James y Louis comenzaron a relajarse y a mostrarse más seguros en su juego. Como consecuencia de ello, sus jugadas se volvieron cada vez más atrevidas y peligrosas.
—WEASLEY SE ABRE PASO ENTRE BRIGTON Y CALDWELL, INTENTA UN PASE UN TANTO FORZADO CON POTTER… ¡PERO POTTER LOGRA ATRAPAR LA QUAFFLE Y AHORA AVANZA CONTRA EL GUARDIÁN DE HUFFLEPUFF! ¿DE DÓNDE DEMONIOS SALIÓ ESA BLUDGER? —gritó Lorcan, la frustración en su voz demasiado evidente.
Efectivamente, una bludger había impactado contra James, obligándolo a soltar la quaffle para evitar caer de la escoba. El público ahogó una exclamación de dolor, mientras James se tambaleaba en su escoba y se sujetaba el hombro derecho, donde la bludger lo había golpeado.
—Creo que está lesionado —preguntó Rose, frunciendo el ceño y tomando los binoculares de Scorpius para observar en mayor detalle.
—¿Es grave? —preguntó Albus. A la distancia a la que se encontraban, era difícil distinguir. Pero James había pedido tiempo muerto, y varios de los jugadores de su equipo se encontraban ahora rodeándolo.
—No lo sé… Hay demasiada gente alrededor, no puedo verlo —confesó Rose.
—Oh, dame eso —espetó Hedda, arrebatándole los binoculares con un movimiento veloz, y escudriñando ella misma a través de éstos—. Es el hombro… Parece dislocado.
—Mierda —exclamó Scorpius con una expresión de empático dolor.
—EL CAPITÁN POTTER HA RESULTADO LESIONADO POR UNA BLUDGER EN EL HOMBRO, Y EL PROFESOR WOOD ESTÁ INSISTIÉNDOLE EN QUE DEBE DEJAR EL JUEGO PARA ATENDERSE… ¡NO SEA ASÍ PROFESOR! ¡USTED JUGÓ LA FINAL DEL PUDDLEMERE CON UNA PIERNA ROTA! —se quejaba por el altavoz Lorcan. Incluso a la distancia, Albus escuchó la voz de Minerva retándolo.
—No puede jugar con un brazo luxado —dijo Elektra—. ¿O sí? —titubeó, mirando inquisitivamente a sus amigos.
—La única forma de sacar a James del campo mientras el partido se esté jugando es inconsciente —puntualizó Lysander, encogiéndose de hombros.
—¡Por Merlín! ¡Dime que tu hermano no es tan idiota como parece, Albus! —exclamó Le Blanc, todavía mirando a través de los binoculares. Albus estaba a punto de preguntarle a qué se refería, cuando la voz de Lorcan le trajo la respuesta.
—¡LOUIS WEASLEY ACABA DE TIRAR DEL BRAZO DE JAMES POTTER, REACOMODÁNDOSELO EN SU LUGAR! ESTA NO SERÍA LA PRIMERA VEZ QUE NOS SUCEDE ALGO ASÍ… HACE UN PAR DE AÑOS, DURANTE UN INOCENTE PASEO POR LA ZONA OESTE DEL CASTILLO… OH, SÍ, LO SIENTO, PROFESORA MCGONAGALL. ME LIMITARÉ A RELATAR EL PARTIDO... AUNQUE ES UNA MUY BUENA ANÉCDOTA... —decía en ese momento Lorcan, aunque parecía extasiado con la situación, visiblemente divertido con lo que sus amigos acababan de hacer.
—No pretende seguir jugando, ¿verdad? —se horrorizó Rose. Albus simplemente sonrió.
—Claro que pretende hacerlo —aseguró Albus. Rose meneó la cabeza, desaprobatoriamente. Scorpius cruzó una mirada de cómplice aceptación con Albus. Su prima no podía entenderlo, pero ellos sí. El quidditch era así. Se jugaba, hasta que verdaderamente ya no se podía jugar.
Efectivamente, James retomó el juego tan pronto como su hombro volvió a estar ubicado en su posición anatómica. Su rostro estaba perlado de gotas de sudor, y tenía las mejillas enrojecidas del esfuerzo. Pero todo eso quedaba opacado detrás de la sonrisa radiante que surcaba sus labios.
El equipo de Gryffindor se vio motivado por la actitud de James. Si su capitán no estaba dispuesto a abandonar el juego, ni siquiera cuando estaba lesionado, entonces ellos no podían hacer menos que rendir al máximo de sus capacidades. Y así fue.
Durante la siguiente media hora, el equipo de Gryffindor arrasó contra Hufflepuff, arremetiendo sin descanso para anotar todos los puntos que eran capaces. El hermano de Albus seguía volando como un halcón hacia su presa, pero su agarre sobre la quaffle era más inestable de lo habitual, y sus lanzamientos carecían de su reconocida potencia. Sin embargo, Louis Weasley y Dree McClane compensaron sin ningún problema las dificultades de James, acompañándolo en cada jugada, asegurándose de que éstas fueran exitosas. Ross y Peakes, los bateadores de Gryffindor, protegían a su capitán como si la vida se les fuese en ese partido. Nadie habría podido acercarse a James ni aunque lo hubiese deseado si ellos no se lo permitían. Incluso la Guardiana Helena McLaggen protegía los aros como si se tratara de una hembra dragón custodiando sus huevos recién empollados.
Ahora, todo recaía sobre los Buscadores, y la capacidad de Caspian Volts de atrapar la snitch, o bien demorar su captura hasta tener la diferencia suficiente para ganar.
El momento de la verdad llegó cuando llevaban cerca de dos horas de juego. Uno de los Cazadores de Hufflepuff, Robert Brigton, estaba persiguiendo a Louis Weasley, en un intento por arrancarle la quaffle de la mano. Louis hizo un giro inesperado de su escoba, tomándolo por sorpresa, e incapaz de contener la inercia propia de la velocidad a la cual volaba, Brigton golpeó contra una de las tribunas. El entrenador Wood logró atajar su caída a tiempo, pero Brigton quedó fuera de juego.
El equipo de Gryffindor supo entonces que era su momento de hacerse con la victoria. Con un jugador menos, y la snitch completamente ausente, Hufflepuff tenía pocas chances de resistir a un ataque persistente de los leones. Pipa Caldwell y Hugo Weasley, los dos Cazadores que quedaban todavía en pie en el equipo de los tejones, hacían su mayor esfuerzo por contrarrestar los avances de Gryffindor, pero James, Louis y Dree eran simplemente imparables. Veinte minutos más tarde, el equipo de James había sacado una amplia ventaja, obteniendo una diferencia de casi doscientos puntos.
—VOLTS Y DIXON SE LANZAN EN PICADA HACIA EL CAMPO. PARECEN HABER VISTO LA SNITCH —exclamó Lorcan, levantándose de su asiento e inclinándose sobre la baranda de la tribuna para mirar hacia abajo.
Efectivamente, Caspian Volts y Sophie Dixon volaban a toda velocidad hacia el suelo, donde una diminuta esfera resplandeciente aleteaba como un colibrí. Albus sintió esa descarga de adrenalina recorrerle el cuerpo, esa sensación que anticipaba la captura de la snitch. Sintió un deseo abrumador de poder ser él quien volaba hacia la victoria en ese momento. Por primera vez en muchos meses, sintió nostalgia del quidditch.
Pudo ver la indecisión en el rostro de Sophie Dixon mientras que ésta inclinaba su escoba un poco más, acelerando peligrosamente hacia el suelo. La buscadora de Hufflepuff se encontraba frente a una situación imposible: incluso si le ganaba a Volts en la carrera por la snitch, el partido seguía siendo de Gryffindor.
Pero Albus distinguió ese brillo sediento en la mirada de la joven buscadora. Esas ansias de triunfar. Era algo con lo que podía identificarse: el deseo de ser la mejor, y demostrarlo frente a todos.
Sophie impactó contra Caspian, desestabilizándolo durante una fracción de segundo, y acto seguido, se propulsó hacia delante, fuera de su alcance. La snitch seguía aleteando cerca del césped. Demasiado cerca, para gusto de Albus. A la velocidad a la que iban los buscadores, frenar a tiempo y evitar el impacto iba a ser muy difícil, sino imposible. Caspian Volts pareció caer en cuenta de lo mismo, porque instintivamente desaceleró su escoba.
Sophie Dixon no frenó. La distancia entre ambos se ensanchó, con la chica de Hufflepuff a la delantera. El estadio era una explosión de gritos y emociones. Albus se había puesto de pie sin darse cuenta, el corazón en la boca mientras miraba atentamente lo que prometía ser la última jugada del partido, si es que Sophie se lucía una vez más.
El impacto fue inevitable. Sophie Dixon enderezó la escoba con una mano, extendió la otra hacia la snitch, y cayó con un golpe seco contra el césped del campo de Quidditch, rodando varios metros hasta quedar tendida en el piso boca arriba. Todo el estadio quedó sumido en silencio durante unos segundos, expectantes.
Todavía tendida en el suelo, despatarrada y respirado agitadamente, Sophie Dixon sonrió y alzó una mano hacia el cielo. Atrapada entre sus dedos enguantados podía reconocerse el aletear de la snitch.
—DIXON ATRAPA LA SNITCH EN LO QUE SIN DUDA HA SIDO LA MEJOR JUGADA DE TODA LA TEMPORADA —gritaba Lorcan, entre risas, mientras que aplaudía a Sophie. El resto del público se sumó a los aplausos, Albus incluido. Había sido una jugada excepcional. —¡DAMAS Y CABALLEROS, CON UNA DIFERENCIA DE CUARENTA PUNTOS, EL EQUIPO DE GRYFFINDOR GANA EL PARTIDO!
Un nuevo bramido de alegría y aplausos invadió el campo, acompañado por un estallido de bombas de colores rojas y doradas.
Los jugadores de Gryffindor descendieron de sus escobas, abrazándose y palmeándose las espaldas, orgullosos de sí mismos. Minerva McGonagall bajó al campo, llevando consigo la Copa de Quidditch, la cual entregó a James con una inclinación de cabeza a modo de reconocimiento. Los extremos de los labios de la directora se curvaron suavemente hacia arriba, en lo que aparentaba ser el inicio de una sonrisa complacida.
Los bateadores Peter Ross y Simon Peakes alzaron a James sobre sus hombros, elevándolo por encima del resto de los estudiantes que comenzaban a agolparse en el campo para festejar con ellos. James alzó la copa por encima de su cabeza, para que todos pudieran verla, y una nueva oleada de festejos y gritos explotó frente a él.
James lucía imposiblemente feliz.
Los festejos por la victoria de Gryffindor se extendieron hasta entrada la madrugada. James Potter se encargó de que así fuera. Vestida con los colores de la casa de los leones, la sala de Menesteres albergó no sólo al equipo de quidditch de Gryffindor, sino también a los miembros de la Hermandad, a otros alumnos de Gryffindor, y múltiples estudiantes de otras cosas, incluidos los jugadores de Hufflepuff.
A pesar de la derrota, Pipa Caldwell lucía satisfecha con el rendimiento de su equipo. Habían jugado un buen partido, y bien podrían haber ganado si Brigton no se hubiese lesionado (algo que se aseguró de decirle a todo aquel que estuviese dispuesto a escucharla). Lucas Corner se aseguró de llenarla de halagos y cumplidos, y finalmente, de besos.
Albus tuvo por fin la oportunidad de conversar y felicitar personalmente a Sophie Dixon por su desempeño. El mérito de Dixon resultaba todavía mayor a ojos de Albus teniendo en cuenta que la chica de cuarto año provenía de una familia muggle, y no había escuchado hablar de escobas voladoras ni de quidditch hasta llegar a Hogwarts.
—Tu padre tampoco había volado antes de llegar a Hogwarts, y sin embargo, fue el buscador más joven en entrar al equipo en más de cien años —le retrucó Sophie con una sonrisa amable y confiada. Albus le devolvió la sonrisa.
—¿Cómo sabes eso? —le preguntó Potter, curioso. Ella arqueó las cejas.
—Hay un capítulo entero en su biografía dedicado a su tiempo como jugador de quidditch en Hogwarts —respondió ella como si fuera obvio—. ¿Es verdad que le ofrecieron jugar para el Puddlemere después de la guerra? —preguntó luego, bajando un poco la voz, como si fuese un secreto. La admiración que sentía por su padre era evidente, y por algún motivo, esto le molestó a Albus.
—Oliver Wood estaba jugando en esa época para el Puddlemere. Él conocía a mi padre de su años como capitán de Gryffindor y lo recomendó al entrenador del equipo —confirmó Albus a regañadientes—. Pero nunca llegó a concretarse ni nada por el estilo… Los periodistas se enteraron y armaron más escándalo de lo que verdaderamente fue —agregó, conteniendo la amargura que pugnaba por salir de su boca.
—Pero podría haber jugado si lo hubiese deseado. Era verdaderamente muy buen Buscador —comentó Sophie con veneración.
Albus la observó extrañado, frunciendo levemente el entrecejo, preguntándose como era que Sophie sabía eso. Bajo la mirada inquisitiva de Potter, la chica se sonrojó.
—Pipa Caldwell consiguió algunos Recuerdos de Pensadero de viejos partidos de Hogwarts para que estudiásemos las jugadas. Uno de ellos fue la final de Slytherin y Gryffindor del 94. Tu padre atrapó la snitch y consiguió la copa para Gryffindor —explicó Dixon, encogiéndose de hombros.
—Sí… Así fue —confirmó Albus.
Conocía de memoria las historias de los partidos de quidditch de sus padres durante sus años en Hogwarts. Las había escuchado incontables veces, contadas por diferentes miembros de la familia así como también por amigos de la familia. Todos coincidían en algo: Harry Potter había sido un jugador excepcional. Al igual que su madre, podría haber perseguido una carrera como jugador profesional si lo hubiese deseado.
—Me habría gustado jugar contra ti, Albus —confesó repentinamente Sophie, arrancándolo de sus pensamientos. La buscadora de Hufflepuff lucía una expresión anhelante, cargada de desafío. —Me gusta jugar contra los mejores —agregó significativamente.
—Tal vez el año próximo —aceptó Albus, devolviéndole una sonrisa fanfarrona. Sophie quedó satisfecha con la respuesta, la promesa de jugar contra Albus algo que esperaría con ansias.
Albus se pasó el resto de la velada conversando con Tessa, Scorpius y Rose. Tessa y Scorpius discutían sobre quidditch, repasando los partidos de la temporada de Hogwarts, y especulando sobre cuáles habían sido los errores y aciertos de cada equipo.
—¿No vamos a hablar de otra cosa que no sea quidditch? —susurró Rose hacia él, poniendo los ojos en blanco. Albus rió entre dientes.
—Me temo que no —confirmó el morocho.
—¿De qué están hablando? —preguntó súbitamente la voz alegre de Elektra Cameron, mientras se dejaba caer en lugar que había libre junto a Rose.
—A que no adivinas… —satirizó Weasley. Ely simplemente le dedicó una sonrisa piadosa. —¿Y Louis? —preguntó, mirando alrededor, como si esperara verlo aparecer en cualquier momento. Elektra se sonrojó y la sonrisa tembló en sus labios.
—Está festejando la victoria —respondió ella, evitando mirar a Albus a la cara.
—¿Y tú no festejas con él? —insistió Rose, alzando las cejas. Albus sintió que algo extraño se sacudía dentro de él mientras aguardaba a escuchar la respuesta. Cameron se removió inquieta ante la pregunta.
—Pensé que tal vez prefería festejar con sus amigos… Y yo podría pasar un tiempo con los míos —sopesó Elektra, encogiéndose de hombros.
—Eso es nuevo —se escuchó diciendo Albus, antes de poder contener su propia lengua. Elektra levantó finalmente la mirada, como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Una expresión herida surcó sus ojos negros, y Albus se sintió culpable—. Quiero decir… Todos hemos estado un poco ocupados con… otras cosas —se apresuró a agregar.
Elektra desvió la mirada casi imperceptiblemente hacia la derecha de Albus, donde Tessa se encontraba sentada, enfrascada en una animada conversación con Scorpius, ambos completamente ajenos a ellos.
—¿Y dónde están Lysander y Hedda? —preguntó Elektra, intentando cambiar de tema. Todavía lucía afligida.
—Ocupados con… otras cosas —comentó pícaramente Rose, e hizo un gesto con la cabeza señalando primero hacia una esquina a su derecha, y después hacia la zona donde habían colocado las bebidas, apuntando respectivamente hacia cada uno de sus amigos.
Lysander Scamander se encontraba reclinado contra la pared de la esquina. Su espalda se apoyaba despreocupadamente sobre la piedra, una de sus piernas dobladas a nivel de la rodilla, la planta del pie apoyada contra la pared. Una de sus manos sostenía una botella de cerveza de manteca, y la otra reposaba casualmente sobre la cadera de Keith Nox.
Keith Nox lucía mucho más tenso que Lysander. Tenía ambas manos firmemente guardadas en los bolsillos de su pantalón, como si temiera sacarlas y caer en la tentación de tocar a Lysander. Cada tanto, lanzaba miradas furtivas a su alrededor, tanteando el terreno, buscando detectar si alguien estaba mirándolos. Pero nadie parecía prestar particular atención a ellos dos. Eran otra pareja más, conversando y festejando.
Lysander se inclinó levemente hacia delante, acercando su rostro a la oreja de Keith y le susurró algo al oído. Inmediatamente, el chico de Hufflepuff se ruborizó hasta el cuello, y una sonrisa tímida se filtró en su rostro, dándole un aspecto más relajado.
En la mesa de las bebidas, Albus detectó la figura inconfundible de Hedda Le Blanc. Su piel blanca parecía brillar en contraste con su pelo negro azabache, el cual se encontraba suelto, como una cortina oscura que rodeaba su rostro y caía como una cascada hasta su cintura. Bebía de su botella personal, la cual Albus sabía que contenía sangre animal, mientras observaba atentamente y con fría compostura al muchacho que le hablaba en ese momento.
Era James.
Tenía el hombro derecho vendado, y el brazo sujeto con una pañuelo rojo y dorado que le corría alrededor del cuello y se enrollaba debajo de su codo, asegurándolo contra su pecho y evitando así que lo moviese. Pero a pesar de la lesión, James lucía complacido consigo mismo, una expresión presumida en su rostro delatándolo. Estaba parado muy cerca de Hedda, aunque se cuidaba de no tocarla. Y a pesar de que Albus no podía escuchar lo que hablaban, los ojos castaños de James relampagueaban con cada palabra que pronunciaba, regodeándose traviesamente.
Albus suspiró con resignación, observándolos interaccionar. Hacía tiempo que James cortejaba a Hedda explícitamente. Prácticamente todos los que estaban allí se habían acostumbrado a las constantes insinuaciones que el capitán de Gryffindor lanzaba hacia ella, y a la despiadada forma en que ella lo rechazaba. James no se avergonzaba en lo más mínimo. Su hermano parecía haberse armado de una sorprendente paciencia y una ciega testarudez. Los amigos de James estaban convencidos de que estaba perdiendo el tiempo.
Pero Albus no estaba tan seguro de eso. Donde la mayoría de la gente veía a una muchacha fría y distante, Albus era capaz de ver otra cosa en Hedda. Y a pesar de que su amiga permanecía inmutable frente a James, Albus podía percibir pequeños detalles que delataban lo contrario. Como la forma en que los labios de Hedda se curvaban hacia arriba cada vez que daba un sorbo a la botella, escondiendo el asomo de una sonrisa. O la forma en que se tensaba cada vez que James se inclinaba peligrosamente cerca, para luego alejarse lentamente. O la manera en que sus ojos celestes recorrían atentamente el rostro de James, repletos de confusión.
Si algo les había enseñado la final entre Gryffindor y Hufflepuff, era que James Potter no se daba por vencido fácilmente.
Pero la felicidad duraba poco últimamente en Hogwarts. Y ese día no era la excepción. Bastó despertar a la mañana siguiente y abrir el periódico matutino para que toda a algarabía que habían sentido tras la victoria de Gryffindor se desvaneciera en un segundo.
Era la misma noticia, en todos los periódicos. Incluso las revistas Quidditch Hoy y Corazón de Bruja habían lanzado una edición especial para incluir esta noticia.
Albus sintió que el alma se le escapaba del cuerpo cuando abrió El Profeta y se encontró con el nombre, nada menos, que del Mago de Oz.
Queridos hermanos y hermanas,
Durante los últimos meses, hemos sido víctimas de terribles tragedias, tanto en nuestro querido país, como en naciones vecinas y amigas. Hemos sido pacientes, y hemos confiado en el Ministerio de Magia para que nos guíe y nos proteja en tiempos de oscuridad e incertidumbre, como han sabido hacerlo en el pasado con indudable éxito.
Pero, ¿qué es un gobierno sino la representación de los intereses de su pueblo? Un verdadero líder es aquel que sabe escuchar y atender a las necesidades de sus seguidores. Y sin embargo, las necesidades del pueblo mágico inglés han sido desatendidas de forma reiterada durante siglos. Hoy nos toca enfrentarnos con las consecuencias de dicha negligencia.
Vivimos en una absurda realidad en la que aquellos que tienen los medios para realizar el Bien Mayor se encuentran restringidos por aquellos menos dotados. Obligados a escondernos e incapacitados para explotar nuestro potencial, nuestras vidas están a la merced de los muggles.
Es tiempo de cambiar. Es tiempo de exigir nuestra libertad. Nuestro lugar por derecho natural.
En nombre de la comunidad mágica, y con el respaldo del Partido de Rebelión por el Cambio, me dirijo hoy al Ministro de Magia Kingsley Shacklebolt para solicitarle la revocación del Estatuto Internacional de Secreto Mágico. Solo así podremos evitar la guerra que golpea a nuestra puerta. Solo ocupando nuestro legítimo lugar en el mundo podremos ponerle fin a la crisis y la debacle de nuestra sociedad.
De no cumplir con esta solicitud, el gobierno no nos dejará más alternativa que intervenir, pues es la única forma de garantizar nuestra supervivencia, y más importante aún, nuestra prosperidad.
En nombre de la Rebelión, aguardo la respuesta del Ministro con esperanzas y ánimos de paz.
Sinceramente, un simple servidor del pueblo,
El Mago de Oz
—Joder —exclamó Lysander, más pálido de lo habitual.
—Esto… esto es un ultimátum —dictaminó Scorpius sombríamente.
—No lo entiendo… ¿El gobierno puede, de un día para el otro, derrogar el Estatuto de Secreto? —preguntó Elektra.
—No. Incluso aunque quisieran hacerlo, La Confederación Internacional de Magos jamás se lo permitiría —explicó Rose de forma inteligente—. Es una ley mágica internacional. Incumplirla supondría ponerse en contra a todos los demás países...
—Sería como declarar la guerra contra la Confederación —coincidió Hedda, seria.
—El Mago de Oz sabe que el Ministro nunca accederá a eso —dijo Albus, sus ojos todavía fijos en el periódico, releyendo una y otra vez la noticia. Podía sentir la mirada gris de Scorpius sobre él.
—El Mago no envió esa carta porque piensa que puede persuadir al Ministerio... La envió porque cree que puede persuadir a la gente común —dedujo Scorpius. Albus asintió. Una vez más, Scorpius lo entendía sin necesidad de que Albus tuviese que explicarle nada.
—Ha puesto la responsabilidad de lo que suceda a partir de ahora en manos del Ministro Shacklebolt —dijo Albus—. Intenta hacer creer a la gente que si ataca, será porque Shacklebolt no le dejó más alternativa que hacerlo. Por el Bien Mayor.
Era brillante. Verdaderamente, una jugada sublime. Albus tenía que reconocer que el Mago era un verdadero estratega. Había posicionado lentamente sus piezas en el juego, y ahora, se preparaba para dar el golpe final.
La carta del Mago llegaba en el momento exacto. La gente estaba asustada luego de múltiples eventos desafortunados que las fuerzas de seguridad habían sido incapaces de predecir y contener; los muggles se habían vuelto una inesperada amenaza, asesinando a un mago a quien el propio gobierno había dejado desarmado; el Ministerio de Magia había perdido credibilidad y confianza tras el horrible incidente durante la manifestación en el Atrio; y como si fuera poco, la guerra en el continente se acercaba peligrosamente hacia la isla con cada día que pasaba.
En virtud de todo aquello, el pedido del Mago de Oz era algo esperable, incluso razonable. Albus entendía la lógica con que se había trazado aquel plan. Los detalles, sutiles y certeros, que daban forma a la idea subliminal. Había algo terriblemente seductor en el pedido del Mago. Abolir el secreto mágico. Liberar al mundo en el que vivían. En medio del caos y el miedo que rodeaban el mundo mágico en ese momento, la idea era tentadora. Efectivamente, parecía incluso una solución viable.
Después de todo lo que había sucedo, mucha gente iba a apoyar el pedido. Albus estaba seguro de ello. Demasiada gente. Suficiente gente como para causar una guerra civil, si se lo proponían.
Albus y sus amigos no fueron los únicos en reaccionar ante la carta publicada en los periódicos. Todos en el colegio, incluso los profesores, lucían inquietos. Una vez más, un susurro cargado de expectativa recorría los pasillos del castillo, mientras que la gente dentro de él especulaba sobre lo que sucedería a continuación.
—Parece que los años de gloria de tu padre se han terminado, Potter —comentó la voz de Cardigan, esa misma tarde, mientras dejaba caer una copia de El Oráculo encima del libro que Albus estaba leyendo, interrumpiendo su estudio.
El periódico estaba abierto en una nota que hablaba sobre el Jefe de Aurores y la reciente reunión que había tenido con una de las caras visibles del Partido de Rebelión, Zafira Avery. Albus ya había leído la noticia. En ella, el periódico aseguraba que Harry Potter, percibiendo su inminente destitución del cargo de jefe, se había mostrado desesperado por conseguir la gracia y el apoyo de la Rebelión. Albus conocía demasiado bien a su padre. Harry Potter jamás apoyaría a alguien como el Mago de Oz, aunque eso supusiese el final de su carrera dentro del Ministerio.
Portus Cardigan se había acercado a la mesa donde Albus y Scorpius estaban estudiando, en la sala común de Slytherin, y había hablado lo suficientemente fuerte como para que todos los que estaban sentados en la cercanía pudiesen escucharlo.
Albus levantó la cabeza lentamente y le lanzó una mirada cargada de desprecio. No se sorprendió al descubrir que Portus Cardigan no se encontraba solo. Detrás de él, lo secundaba no solo Taurus Zabini y Dimitri Kurdan, sino que también estaban presentes varios de los Hijos de Rebeldes de Slytherin. Había un puñado importante de estudiantes de séptimo año, entre ellos Frederick Ponce, Morfeo Reech, y Olivia Campbell. En total, sumaban cerca de diez estudiantes, y ninguno de ellos simpatizaba con Albus.
La sala común se sumergió en un silencio expectante, pesado y agobiante. Todos parecían estar aguardando la reacción de Albus. Portus Cardigan lo miraba desafiante, con ambas manos apoyadas en las caderas y la cabeza levantada en un gesto altivo.
Albus empujó su silla hacia atrás, y se puso de pie muy lentamente. Podía sentir las miradas de la gente sobre él, pero se aseguró de mantener sus propios ojos fijos en Cardigan.
—Yo no cantaría victoria tan pronto si fuese tú, Cardigan —respondió Albus con serenidad y excesiva seguridad. Tuvo el efecto esperado. Portus frunció el rostro, conteniendo el odio que empezaba a envenenarlo, y Albus percibió cómo la mano de su enemigo temblaba levemente, resistiéndose a la tentación de desenfundar la varita.
—Te crees intocable, ¿eh, Potter? Tú y tu familia de traidores de sangre —Cardigan escupió las palabras con resentimiento—. Pero vas a caer… Y voy a disfrutarlo cuando suceda —agregó con una expresión de sádico placer. Albus arqueó una ceja provocadora.
—¿Por qué esperar, Cardigan? —lo instó Albus, alzando las manos a los costados del cuerpo, como una invitación—. Si tanto deseas mi caída… Veamos si tienes lo necesario para derribarme —insistió Albus, sus ojos verdes implacables.
La expresión confiada tembló en la cara de Portus, e instintivamente, dio un paso hacia atrás. Sus ojos miraron hacia las manos abiertas de Albus, buscando una trampa en la invitación, como si esperara que algo terrible surgiera de ellas en cualquier momento. Casi en simultáneo, Zabini dio un paso al frente, seguido de varios de los Hijos de la Rebelión.
Scorpius amenazó con ponerse de pie en ese momento, pero Albus se apresuró a hacerle un gesto con la mano, indicándole que se quedara donde estaba. Reticentemente, Malfoy volvió a sentarse, aunque Potter se percató que ya sostenía la varita en la mano.
Albus volvió su atención nuevamente a Portus y le dedicó una sonrisa petulante y burlona. Cardigan respondió enderezándose nuevamente, sus mejillas tiñéndose de enojo y vergüenza ante su propia reacción. Potter podía sentir la magia cosquilleando en la yema de sus dedos, deseosa por salir. Podía sentir el largo de su varita guardada en su bolsillo, lista para ser usada. Y se encontró deseando, con cada célula de su cuerpo, que Cardigan le diera un motivo para atacar. Una buena razón para liberar su magia y sentir que, efectivamente, estaba haciendo algo para luchar contra la Rebelión.
Portus Cardigan movió su mano hábil hacia su bolsillo, y Albus se preparó para responder, desenfundando también. Pero antes de que Cardigan pudiese siquiera pronunciar un hechizo, una figura se interpuso frente a él, sujetándole fuertemente la muñeca, impidiéndole sacar la varita.
—No quieres hacer esto —le advirtió Lancelot Wence, sin soltarlo.
—Es hora de que alguien ponga a Potter en su lugar —gruñó Portus, pero la convicción que lo había desbordado segundos atrás, cuando se disponía atacar a Albus con el respaldo del resto de los Hijos de la Rebelión, parecía haberlo abandonado.
Wence cerró su mano con más fuerza sobre la muñeca de Portus, provocando un gemido ronco de éste. Cardigan se retorció, pero no logró liberarse del firme agarre.
Lancelot Wence siempre había sido un muchacho grande para su edad, pero en ese momento, Albus fue consciente de lo intimidante que podía ser la figura del novio de Hedda. Le sacaba media cabeza a Cardigan, lo cual le permitía mirarlo desde arriba, y sus ojos verdes lo observaban de forma fría y despiadada. Los músculos de su brazo estaban marcados a causa de la tensión con que se contraían, apretando con energía brutal el antebrazo de Portus, haciendo que sus dedos se volvieran pálidos a causa del bajo flujo sanguíneo. Pero no se trataba simplemente de su contextura física. Lancelot Wence emanaba un aura de poder que imponía respeto y miedo. En ese momento, no era un estudiante más. Era un mago adulto.
—No seas idiota. No puedes enfrentarte a él —susurró Lancelot, su voz peligrosamente grave. Portus hizo una mueca de marcado desprecio.
—Lo superamos en número. No puede derrotarnos a todos juntos —siseó Cardigan con desdén.
—¿Estás seguro de eso? —le advirtió Lancelot, alzando las cejas de forma peyorativa, y haciendo que Portus enrojeciera de ira. Volvió a sacudirse, intentando soltarse, pero Lancelot le retorció la mano una vez más, y Cardigan ahogó una exclamación de dolor, mientras sus piernas amenazaban con ceder y hacerlo caer de rodillas. —Te he dicho que retrocedas, Portus. No voy a repetirlo —advirtió la voz de Lancelot, y la amenaza que colgaba en ella hizo que incluso Albus sintiera que los bellos de su nuca se erizaban. Lancelot hablaba con autoridad, y frente a él, Portus empalideció, asustado.
Cardigan dio un paso hacia atrás, y Lancelot le soltó el antebrazo. Jadeando, Portus se restregó la muñeca con la mano contraria intentando calmar la zona resentida. Con una última mirada del más crudo desprecio hacia Albus, Cardigan abandonó la sala común de Slytherin, y detrás de él lo siguieron Taurus Zabini y Dimitri Kurdan. El resto de los Hijos de la Rebelión rápidamente se esparcieron por la sala, camuflándose entre los demás estudiantes. Solamente Frederick Ponce permaneció de pie frente a Lancelot, con una expresión indescifrable en el rostro, como si estuviese viendo a Wence por primera vez. Albus tenía una sensación parecida.
—¿Qué diablos fue eso? —exclamó Scorpius, finalmente acercándose hacia donde estaba Albus.
—Eso fue Lancelot salvándote el trasero —dijo Hedda. Albus no la había oído acercarse, ni siquiera la había visto entrar a la sala común. Ella y Lancelot habían llegado justo a tiempo para detener la pelea.
—¿Por qué? —soltó Albus, confundido. Hedda frunció el ceño y se cruzó de brazos, visiblemente ofendida.
—Podrías agradecerle, ¿sabes? —lo regañó. Pero Potter meneó la cabeza.
—Wence no me tolera, Hedda. ¿Por qué habría de ayudarme? —insistió Albus.
—Oh, no sé… Tal vez porque es una buena persona —respondió sarcásticamente Le Blanc.
—No… No fue eso —aseguró Albus. Hedda lo fulminó con la mirada.
—No, claro que no —dijo amargamente Le Blanc—. Llevas años desconfiando de Lancelot... Y cuando finalmente él te demuestra de qué lado está en esta guerra, tú sigues dudando —la decepción evidente en su voz. Giró sobre sus talones, su cabello negro sacudiéndose detrás de ella y golpeando a Albus en el rostro. Antes de que alguno de los dos pudiese detenerla, Hedda había desaparecido hacia la habitación de las mujeres.
—Tú piensas como yo, ¿verdad? —inquirió Albus, dirigiéndose hacia Scorpius. Su mejor amigo lucía pensativo y serio.
—Sí —confirmó Malfoy, frunciendo la nariz—. Pero lo que me preocupa no es tanto el hecho de que Wence te haya ayudado… Sino que Cardigan le haya obedecido.
Esto es una olla de presión a punto de explotar, ¿eh? Comentaré este capítulo por partes...
*La primera parte de este capítulo nos trae algunas "respuestas" en torno al asesinato de Perseus Parkinson... Y nos trae de regreso a Pansy. Llevaba tiempo esperando para poder escribir un poco de ella, y mostrarles como es que yo imagino que fue su vida después de la Segunda Guerra. Como ya todos saben por pequeños fragmentos que fui dejando a lo largo de esta saga (o bien porque han leído los one shots que he escrito sobre los chicos de Slytherin), Pansy no tuvo una vida fácil después de la guerra. Al igual que Draco, sigue lidiando todavía con el peso de sus malas decisiones. A aquellos interesados en entender un poco más el contexto de esta "parte" del capítulo, los invito a leer "El Encierro", uno de mis one shots.
*Una primera interacción directa entre Harry Potter y la Rebelión, con Zafira Avery como cara visible de la misma. Creo que este fragmento vemos con bastante claridad que, a pesar de que Zafira es una muchacha arrogante y segura de sí misma, todavía no cuenta con la experiencia para sentarse cara a cara con Harry Potter. Y también podemos ver que, a pesar de que siente un claro desdén hacia Harry, también hay cierta admiración.
*El partido de quidditch: una última bocanada de paz y alegría antes de sumergirnos en lo que será un final intenso para este libro. Y sí, como no podía ser de otra forma, James ha ganado el partido. Es un fragmento que desliza varios detalles y mensajes escondidos... sobre todo relacionado a las cuestiones amorosas de nuestros protagonistas.
*El ultimátum: como no podía ser de otra forma, el Mago ha hecho finalmente pública su existencia, y de una forma que lo intenta mostrar como un "salvador" del mundo mágico. Y como era de esperarse, Portus Cardigan intentó regodearse en ello y humillar a Albus... Solo para ser detenido, nada menos, que por Lancelot. Por lo visto, Wence empieza a decidirse sobre qué camino tomar.
GRACIAS POR SUS REVIEWS! NO PUEDO CREER QUE HEMOS LLEGADO A LOS 600! ¿VAMOS POR MÁS?
RomahRomione: es bueno volver a recibir comentarios tuyos! :) ¿Así que disfrutaste el desarrollo político de la guerra? Bueno, fue algo que dudé un poco cuando empecé a escribirlo, porque adentrarme en este terrotorio implicaba, inevitablemente, alejarme un poco de Albus y de Hogwarts, y enfocar parte de la atención en otros lugares y personajes, como Harry, la Orden del Fénix y el Ministerio. Pero me pareció que le daría mayor profundidad a la historia... Y sin ello, simplemente no se terminaría de entender la profundidad del conflicto. Tengo una visión muy dura sobre la política y sobre aquellos que la practican... Siento que, aunque en la teoría debería ser algo puro y al servicio de la gente, en la práctica, se vuelve sucio y corrupto. Y es algo que Harry encuentra difícil de combatir, porque muchas veces implica tener que ensuciarse, y es algo que él no está dispuesto a hacer. ¿Qué mejor forma de conseguir lo que quieres que causando tú mismo el problema y mostrándote después como la única solución? Sobre El Oráculo... Sí, es verdad, tergiversa la verdad en la mayoría de las ocasiones... Pero una parte de lo que dicen siempre es real. Efectivamente, tres muggles entraron a la casa de Parkinson y lo mataron. Pero en este capítulo nos enteramos que, por lo visto, no eran muggles trabajando por su cuenta, sino que hay alguien más detrás de todo esto. Yendo a Hogwarts: Lily, Lily, Lily... Es difícil ayudar a alguien que no quiere aceptar ayuda. Es difícil cuidarla cuando ella no quiere que la cuiden. Y sí, tiene una adicción a los somníferos, la cual logra justificar a sí misma con la excusa de que la ayudan a descansar y a evitar las visiones durante la noche, y de esa forma, puede controlar mejor sus poderes durante el día. Y sí, Amadeus se preocupa por Lily. La encuentra tan fascinante como al propio Albus (o talvez, incluso más). ¿Cuenta con las herramientas suficientes para contenerla psicológicamente? Mmm... es díficil de responder eso. Tiene las buenas intenciones... Pero no deja de ser un chico de catorce años, y en el fondo, una parte de él también desea explotar el poder de Lily y ver hasta dónde es capaz de llegar. En cuanto a Albus, ¿verdaderamente es capaz de sacrificar la salud y estabilidad de su propia hermana para ganar la guerra? Oh... otra pregunta difícil. Sobre todo porque Albus siempre tiene esa tendencia a justificar todo lo que hace. Y a sus ojos, él no está sacrificando a Lily, sino todo lo contrario, la está ayudando. Un poder como ese no debería ser desaprovechado. Y no olvidemos que fue Lily quien acudió a pedirle ayuda. ¿Así que crees que hay una tercera persona herida que no es ni Albus ni Rose? Es una posibilidad... La profesión de Rose: no, no sé si ella verdaderamente aspira a ser Ministra de Magia. Scorpius se lo dice a modo de broma, para molestarla. Pero el interés de Rose por la política es evidente, o al menos por querer garantizar un mundo mejor.
karybust1126: jajaja querías ser la primera en comentar sobre esto, ¿verdad? Así que tu teoría es que, en la visión, Rose está intentando detener un sangrado... ¿de quién? Te inclinas por Scorpius, evidentemente, aunque no descartas que pueda ser cualquiera del núcleo cercano a Albus, ¿verdad? Sí, otros sugirieron cosas similares en sus reviews... Cielos, realmente me creen una sádica, no? Jaja. Me gusta tu teoría, y aunque no puedo confirmarla ni refutarla, prometo que conocerás la verdad sobre la visión de Albus... Eventualmente.
Reinier: ¿Te gustó Templo de Hades? Sí, es un libro que merece una mención especial sobre la relación entre James y Albus. Es dónde vemos afianzarse el lazo entre los hermanos, superando los momentos de tensión que vivieron durante el primer año de Albus en Hogwarts, luego de que fuera seleccionado a Slytherin. ¿También leiste Memorias de Ted? Oh, nunca voy a cansarme de decir lo mucho que quiero al personaje de Teddy. Cuando terminé de leer los libros de HP, sentí que el destino de ese personaje era demasiado cruel, y algo injusto... Y eso me inspiró a escribir Memorias. Algunos fragmentos de la vida de Ted, escritos desde su perspectiva, con un enfoque más profundo que lo que escribo normalmente en Saga Rebelión. ¿Retomaré Memorias de Ted? Mmm... Bueno, en realidad, no es una historia inconclusa. Cada capítulo es independiente del anterior, y son simplemente fragmentos de la vida de él... Así que si algún día se me ocurre alguna idea de algo más sobre lo que escribir, posiblemente agregue otro capítulo más. Pero podría decirse que está terminada por el momento. ¿Cada libro que escribo es un poco más largo que el anterior? Sí, es verdad... En parte porque la historia se vuelve más compleja, en parte porque los personajes se vuelven más complejos, y en parte porque yo me animo cada día a escribir un poco más. ¡Y ya has terminado también Era de Reclutamiento y Heredero de Merlín! Bueno, lees rápido por lo visto. Dentro de poco me alcanzarás en esta historia ;)
Anna CL: hacía tiempo que no te veía por aquí. ¿Cuántos capítulos leíste de corrido? Jaja. ¿Te gustó el Scorose? Oh, cielos... La gente venía preguntándome hace siglos sobre esta pareja. ¡Practicamente desde que empecé a escribir la saga! Y si bien creo que era algo predecible y que todos imaginaban que sucedería, yo igual disfruté de hacerlo esperar hasta este punto. ¿Te he dejado preocupada con la visión sobre Albus ensangrentado? Bueno, haces bien en preocuparte. Pero si te sirve de consuelo: coincido en que las profecías no pueden ser tomadas de forma literal... Y como Amadeus nos dice en varias ocasiones, hay que ser cuidadosos a la hora de interpretarlas. La mayoría de las veces, las visiones del futuro sólo cobran sentido cuando finalmente suceden.
CELE: ¡Gracias por comentar a pesar de los inconvenientes técnicos! Coincido en que, en medio de todo este caos, Rose y Scorpius son como un rayo de sol en tanta oscuridad. ¿Lily y Amadeus te huele a algo? ¿Puedo preguntar a qué, específicamente? Jeje.
Severus 8: ¿Tengo tres meses para preparar el one-shot de tu cumpleaños? Jaja. Te dejo elegir sobre lo que quieres que escriba... Te doy carta blanca para que elijas lo que desees... E intentaré hacer mi mejor trabajo. Es una buena idea la que tienes sobre usar el amor como recuerdo para convocar magia contra las Sombras... Veremos cómo evoluciona eso. Solo puedo decir que se acerca bastante a la solución que yo considero que podría acabar con las Sombras (ya veremos si Hermione y su equipo llegan a la misma conclusión). También estoy de acuerdo en que el avance de Lily es "artificial", y que en algún momento tendrá consecuencias sobre ella. Cuáles y cuándo, eso todavía está por verse. Pero por ahora, está surtiendo efecto. Ella está mejor, y su dominio sobre sus visiones ha mejorado. ¿Así que tú crees que tendremos una muerte? Mmm... Sabes que yo no tengo problema en matar personajes, ¿verdad? jaja. ¿Querías ver la final de quidditch? Aquí la tienes. No sé si es mi mejor partido de quidditch, ero la verdad es que me divertí escribiéndola, principalmente porque siempre me divierto cuando escribo sobre James. Creo que las posibles dudas que planteaste en torno al crimen de Perseus Parkinson se responden en este capítulo, o al menos, se dan a entender... Tú me dirás que opinas después de leerlo. Y finalmente, el Mago... Sí, este personaje se ha tomado su tiempo para estudiar al enemigo. Lo conoce, sabe como predecirlo, como engañarlo. ¿Crees que el Mago puede ser un miembro de una de las familias de los Sagrados Veintiocho? ¿Alguien que trabaja en el Wizengamot o en algún lugar del Ministerio sin despertar sospechas? Bueno, sin duda es alguien con buenas conexiones dentro del ministerio, y alguien que entiende muy bien cómo funciona el mundo mágico inglés.
BSCE: Que bueno que disfrutes de las subtramas, y me alegro de que sientas que, al menos por ahora, se están manejando bien. ¿La Rebelión no habría matado a alguien tan importante en el mundo mágico así como así? Bueno... yo creo que sí. El Mago lo habría considerado un sacrificio necesario, el precio a pagar para conseguir su objetivo... Todo sea por el Bien Mayor. Sí, el Mago valora a los magos, pero no es un elitista de sangre... Y no le tiembla el pulso si tiene que sacrificar a un sangre pura, si con esa única muerte logra desatar una guerra civil. Lo que dices de que un muggle no podría haber entrado así nomás a la casa... Tienes razón, y este capítulo lo confirma. Pansy esta convencida de que es imposible que un puñado de muggles sean capaces de matar a su primo así como así, sin ayuda de alguien mágico.
GrangerWeasley07: ¿Es tu primer review? ¡Oh, felicitaciones! Y gracias por elegir hacerlo en esta historia. Me hace muy feliz leer comentarios como el tuyo, donde me cuentan cómo esta historia los ha acompañado durante estos meses difíciles que nos tocó (y todavía nos toca) vivir. Significa que he cumplido con mi objetivo: entretener a la gente y ayudarla a olvidarse, aunque sea por un rato, de los problemas. Intento hacer a mis personajes lo más humanos y reales posibles. Me gusta pensar que uno puede identificarse con ellos: no son perfectos. Todos tienen sus cosas buenas y malas, y todos se equivocan algunas veces. Albus, particularmente, es lo que uno llamaría un antihéroe, y me gusta jugar con eso... Intentar mostrar otro lado del personaje un poco más oscuro, más siniestro si se quiere, con sentimientos y emociones más polémicas, pero que aún así... uno pueda sentirse identificado, o al menos, empatizar con él. El recorrido del personaje y su evolución ha sido lenta a lo largo de los libros, y me gusta pensar que llegado este punto, los rasgos que caracterizan a Albus no se perciben como algo forzado, sino esperable y en concordancia con él. ¿Así que tu favorita es Rose? Sí, creo que ella ha heredado buenas características de sus dos padres. Con Scorpius entra en juego algo que siempre me ha resultado interesante en las personas, y es el peso que tiene el pasado sobre nosotros, y no sólo nuestro propio pasado, sino el de aquellos que vivieron antes que nosotros. Scorpius carga con la deshonra de su familia, y a lo largo de la historia, lo vemos luchar constantemente contra esos fantasmas, temeroso de cometer los mismos errores que su padre, y deseoso de reparar el apellido Malfoy. ¡Espero seguir leyendo tus comentarios por aquí!
anilem12: La visión y la participación de Rose en ella... Lo único que puedo decir es que hay que tener cuidado al momento de interpretar el futuro, porque no siempre es lo que parece, y a veces, sólo cobra sentido después de que sucede. Pero hay algunas cosa que sí podemos deducir de lo que hemos visto hasta ahora: primero, alguien ha resultado gravemente herido. Segundo, Albus está fuera de sí. Tercero, Rose está ahí. Pero tu teoría es de lo más interesante, y no eres la única que ha pensado en algo por el estilo. Ya veremos en qué resulta jaja. Sobre Iris Parkinson... Eres de las pocas personas que notó algo extraño en la niña. Y sí, Iris es una niña muy madura y fuerte, entrenada en un mundo aristocrático y frío, por lo cual, sus emociones están muy resguardadas, e incluso frente a una situación límite como la que está viviendo, la chiquilla intenta mantener la compostura. Algunas de tus dudas sobre los sicarios muggles creo que se responden en este capítulo... O al menos se dan a entender. Tú me dirás si siguen quedándote dudas... muy probablemente sea así porque muchas cosas quedan sin responder, o mejor dicho, sin confirmarse. Hay un solo cuerpo, y es el del muggle que intentó atrapar a Iris. Los otros dos lograron huir en el momento, y luego fueron arrestados por la policía. ¿Así que indignada con el Mago? Bueno, uno no puede dejar de reconocerle que ha hecho muy bien su papel. ¿Extrañas a Zaira y Camelot? Prometo que verás un poco más de ellos antes de que termine este libro.
DannaFolch: Sí, Albus es capaz de despertar sentimientos encontrados. En cierta forma, me alegra que así sea. No me malinterpretes, pero me refiero a que significa que los lectores pueden percibir, a partir de lo que escribo, esta dicotomía en Albus... Esa mezcla peligrosa de luz y oscuridad. Albus no desprecia a su padre... Sino todo lo contrario. Lo admira... Y sí, también lo envidia. La vara con la que mide sus propios logros y al mundo es su padre. Fíjate que su punto de referencia siempre es Harry... Cuando se imagina siendo el mejor mago de la historia, se compara con él... Dice que quiere superar a su padre. ¡Y gracias por las felicitaciones! Contruir un personaje "gris" es... trabajoso. Supone más planificación que otros personajes, porque tienes que definir exactamente dónde están los límites, hasta dónde está dispuesto a llegar ese personaje, cuales son sus virtudes, y cuales sus defectos, y asegurarte de que eso se vea reflejado en todo lo que hace... Que sus acciones sean congruentes con su personalidad. ¿Algo más grande para compatir las sombras que la felicidad? Sí, Dumbledore lo dijo muchas veces... Y Harry lo recuerda. Por eso es muy cauteloso al respecto... Porque sabe que el amor es algo demasiado delicado... demasiado poderoso, como para tratar con ligereza. ¿La manifestación en el Atrio te recordó al asalto al Parlamento de EEUU? Confieso que cuando vi las noticias, sentí que era una escena robada de mi historia jajaja. Otro claro ejemplo de que el mundo real no dista tanto del mundo imaginario. ¿Las cosas se van a poner bien feas antes de remontar? Me gusta tu voto de fe en que, eventualmente, remontarán. Pero sí, cada tanto les daré un poco de luz... Como este partido de quidditch jeje.
MA154: me gusta las teorías que tienen los lectores sobre la visión de Lily, y el futuro de Albus y sus amigos... Me divierto mucho leyéndolas, a pesar de que no puedo responderlas en forma afirmativa o negativa. Sin duda nos llama la atención que El Mago de Oz le ordena Duncan Ford y a su gente que lleve adelante una nueva misión, y al poco tiempo un mago aparece asesinado por muggles... demasiada casualidad, no? Y en este capítulo, doy a entender algunas otras cosas al respecto. Lo que sucedió en el Atrio... Bueno, yo diría que no tuvo nada bueno para Harry. Ni siquiera el detalle de que fue uno de los oficiales del ERIC quien atacó en primer lugar, ya que Linus Cavenger se las ha arreglado para dar vuelta la historia y hacer ver a Harry culpable también de eso.
lulu0611: Si el título del capítulo pasado te puso en tensión, no quiero imaginar tu reacción al leer este! jaja. ¿Cuántos capítulos quedan aproximadamente? Mmm... difícil decir, porque es posible que cuando me ponga a escribirlos en detalle, termine prologándose un poco más de lo estimado originalmente... Pero yo diría que uno capítulos? Pero pueden llegar a ser más... No creo que sean menos de eso. Me gusta cómo todos plantean sus hipótesis sobre lo que está sucediendo en la visión que Lily tiene de Albus, jaja. Solo decirles que hay que tener cuidado cuando uno intenta interpretar el futuro... Y que las visiones de Lily no siempre son lo que uno espera o imagina. Pero por ahora, podemos decir que Albus parece enfurecido por algo que ha sucedido, y que alguien ha resultado herido de forma muy muy grave, si tomamos como referencia la sangre que cubre a Albus. ¿Puede ser que sea Rose? Es una opción. ¿Puede ser Scorpius? También es posible. ¿Puede ser otra persona? ¡Claro que sí! Todos han asumido que es algún aliado de Albus... Pero bien podría ser un enemigo, no? ¡Te he traído tu final de quidditch! Creo que nunca me habrías perdonado de lo contrario, jaja. Y te he dado una victoria para James, por lo que creo que he compensado bastante bien lo que sucederá en los próximos capítulos jaja. ¿Esos muggles trabajaban para Ford o los amenazó para que atacar a Parkinson? Esos muggles eran vecinos del barrio de Parkinson, y éste ya había tenido problemas con ellos en el pasado... Pero parece que Ford encontró una forma de "motivarlos" para que terminaran asesinándolo. ¿Pansy se involucrará en la guerra? Bueno, efectivamente ha aparecido en la historia. Pero no, Pansy no tiene planes de involucrarse. Todavía tiene demasiado odio y rencor en su corazón, y una parte de ella desea que Inglaterra arda en llamas para siempre. Respecto al Estatuto de Secreto Mágico: no, el Mago no necesita verdaderamente que el Ministerio anule el estatuto... Si el quisiera, podría exponer fácilmente el mundo mágico. Pero el Mago no quiere simplemente hacer eso... El quiere que el pueblo ELIJA ese camino. Quiere el apoyo de la gente. Quiere hacer quedar mal al ministerio, y que parezca que abolir el secreto es la única solución factible.
Saludos,
G.
