Fiel a su palabra, por la mañana siguiente, Shawn conduce al sur, precisamente a Yonge Street, que conserva a la faz de sus calles un invernadero, antes de tomar rumbo a su ciudad natal. A primera vista, la instalación agronómica, de un piso de alto, está construida sobre cimentación de hormigón, se sostiene por gruesos pilares de madera. Sus arcos ojivales le proporcionan el estilo gótico preconcebido, tan dado y habitual. Camino junto a Shawn por los pasillos. Nos rodean, de manera encantadora, vivas plantas y flores, respirando aliento. Mi alma se nutre al contemplar alrededor. Los pisos pasan a ser diferentes dadas las secciones, y bajo distintos diseños. Aquí, Shawn es poco reconocible. A los ojos del cliente, somos simples aficionados por la botánica.

—No deseo una vida extravagante —confieso a Shawn, al pasear por los jardines—. Deseo suaves y cálidas simplicidades. Calma. Escribir, dedicarme a ello. Conservar un jardín de tulipanes, y otras flores. Estar contigo. ¿Cuáles son tus deseos?

—Tengo todo lo que deseo.

—¿Absolutamente todo?

Shawn posa un beso en la cima de mi cabeza. —Deseo cumplir tus deseos.

Sonrío.

—Cumples uno de ellos ahora mismo.

Caminamos entre los cultivos de rosas, claveles y crisantemos; un aroma delicioso, fresco y a la vez picante. Hay tulipanes, –para mi deleite, rojos e intensos, de colores gentiles y amorosos.

—Nuestro tulipán es caprichoso —comento a Shawn, causando en él una tierna risa—. Vive en su maceta, sin inquietudes, en el marco de mi ventana. Permite que lo rocíe y le reproduzca música, pero no tolera a la orquídea morada de Florida. ¿Sabes por qué?

—No —sonríe—, ¿por qué?

En su oído, susurro—: Porque es una sabelotodo insufrible.

Shawn suelta una carcajada.

—¡Te lo digo en serio! Son flores totalmente opuestas. Es como presenciar la disputa entre la mente y el corazón. Sabiduría y los apasionados arrebatos del amor.

Él besa delicadamente mi mejilla.

—Qué encantadora eres, África.

Suspiro.

—Dime —le pido—, ¿cuál es la flor favorita de tu mamá?

Shawn señala una planta herbácea, cespitosa, de vástagos brotes. —Claveles.

—Gusto singular. ¿Cuál es tu flor?

—No tengo una flor, bonita.

—Tienes una flor —digo—. Tú, que eres vasto y cautivador, la tienes, tu corazón la tiene, Shawn. Inclusive yo la tengo, que me he considerado falta por mucho tiempo. Pero, no te preocupes, la elección te pertenece únicamente a ti.

Shawn me observa por un largo momento, sumido en sus pensamientos más íntimos. Viene a mi encuentro y me besa largamente en la boca, obteniendo de mí en un segundo lo que cualquier otra persona no ha obtenido en años.

—Narcisos.

Respiro entrecortada.

—«Narcisos, que llegan antes de que las golondrinas se atrevan, y toman de marzo los vientos con belleza».

Shawn sonríe.

—William Shakespeare.

—¡Me enorgulleces!

Solicito asistencia al empleado más próximo y le pido el ramo de claveles más rosados y lozanos, –en su debida maceta, con obviedad, y narcisos amarillos, trompudos, de verde hoja y tenaces pétalos. Sin la menor duda, hacen referencia al carácter, ya inconfundible de Shawn; belleza y solidez. —Donde florece un narciso —digo a Shawn—, florece un tulipán. Es como si la naturaleza los deseara juntos, para conmover y maravillar, algo que lograrían distinto por separado, ¿no te parece?

Al entregar a sus manos la maceta con los narcisos, el corazón me pulsa a altas frecuencias. ¡Pensaría que llegaría el día en que obtendría calma!

—Gracias, bonita —expresa, de dulce manera, venerando mi timidez me dice que me quiere.

Le brindo las gracias al empleado, –quien nos observa, enternecido–, y salgo rápidamente del invernadero, ruborizada, cargando la maceta de los claveles en brazos. Shawn me sigue de cerca, riendo con suavidad.

Depositamos las flores en la cajuela del auto y emprendemos conducción a su ciudad natal; el próspero Pickering, rodeado principalmente por el parque natural más grande de Norteamérica y bosques en gran extensión. Por entre las calles principales de Liverpool, cercadas mayormente por abundantes árboles, Shawn me concede manejar el auto. Tengo licencia para conducir, por supuesto, pero es inutilizada. Entro como conductora, sintiéndome como una hormiga en un terrario. Mis manos ciñen el volante con falsa seguridad, y me preparo, a la vez que Shawn se apropia del asiento vecino. Logro mantener la marcha constante a medida que profundizamos en los vecindarios de casas adosadas. Shawn me consiente con algunos detalles de la ciudad, las calles que dejamos atrás, los parques, y sobre todo, la plaza Millennium, donde recuerda brindar un pequeño concierto en verano. Honorable por su parte el mantenerme distraída, como la ocasión del piano... y sus besos en mi cuello.

—Shawn, a nada de llegar a la casa de tus padres, ¿desconozco algo que debería saber?

Shawn sostiene su cabeza, con los dedos perdidos en la oquedad de su cabello, su codo se apoya en la puerta del coche, y contempla abstraído el colonial Pickering prodigado a la fértil primavera. Encuentra mis ojos, y los lee.

—Llevas flores, vino y dulces mexicanos —expresa él, juguetón—. Creo que todo está bien.

—Leí en Internet...

—¿Leíste «en Internet» dices? —se suelta a reír—. Bonita, ¿por qué leerías algo ahí?

Le miro con contrariedad.

—Crecí en otra cultura —carraspeo—. Dime, ¿cómo sabré lo que debo o no debo mostrar? ¿Lo que considerarán carente o incluso grosero?

—África, conocerás a mi familia, no a la Corona Británica.

—Intento dar una buena impresión —digo—. ¡No he hecho esto nunca! Salir con un canadiense... —refunfuño, por lo bajo—, ¿en qué estaba pensando?

Y no sólo un canadiense, ¡sino el más famoso de todos ellos!

Oh, padre querido...

Shawn pone su mano en mi pierna; la punta de sus esbeltos dedos se eclipsa bajo el dobladillo de mi vestido blanco de algodón, valiéndose de aquiescencia y libertad, para enriquecerme con su toque.

—Dime tus temores, y trataré de despejarlos por ti.

Suspiro.

—¿Cómo debo saludar? ¿De mano o de beso? Generalmente, tiendo a besar la mejilla de las personas, o darles un abrazo, tanto si aprecio mi espacio personal como si no... ¿es esto excusable aquí?

—¿A qué personas, si se me permite preguntar?

—Por favor, Shawn.

—Conmigo —dice Shawn— estás exenta de hacerlo tanto como mejor desees. Puedes ir más lejos, si quieres, y llevarme a una habitación vacía, donde nosotros...

—Mira, muchacho lindo...

—Saludo de mano —concluye—. Eso bastará.

Preciso de un par de cuestiones más, concernientes a las presentaciones, las costumbres, y lo que razonarían como ofensa, de cometerla inconsciente, y Shawn trata, terciado en coqueteos y jovialidad, de responder cuánto especula posible, sorprendiéndose en presencia de las diferencias nacidas en nuestras respectivas cunas. En el preciso momento, estaciono cuidadosamente junto a la calzada de una hogareña casa de dos factibles pisos. Al frente del jardín, en las inmediaciones de un cerco de madera, está un sano olmo en convivencia con un arce de dentadas hojas oscuras. ¡Qué gran caracterización! Representa magno contraste con mi residencia en Sierra Nevada, propia y relativa, flanqueada por cedros y jacarandas.

—No estés nerviosa. —Shawn gira para verme; sus llamativos ojos llaman a mi serenidad—. Ya les agradas.

—Aún no me conocen.

—Yo lo hago —me dice, mordaz.

Veo por la ventana del auto. Acontece un día esplendente, cercanamente alegre. Las florecillas amarillas del arce se sacuden por descortesía del brioso viento, y una de éstas cae y encamina su destino al interior del vehículo. Se posa fluida en mi regazo.

—No me habían pedido que les presentase a una chica —confiesa Shawn.

Descansa su cabeza en el respaldo del asiento, mirándome. —Me atrevería a decir que ahora es una exigencia.

—¿Sientes que es apresurado?

—No, creo que todo está yendo del modo correcto.

—Presumo de ignorancia.

—Al pedírmelo —esclarece Shawn—, conocerte, quiero decir... es como si no creyeran que te tengo. ¿Recuerdas que me confesaste cómo Argelia está más tranquila ahora que me tienes?

—Mamá tiene puestas más esperanzas en esta relación que yo —bromeo.

—Así la mía —dice—. Difiriendo un poco. Temía que no te hallase... oh, me refiero dentro del mundo en el que me encuentro, que no hallase a alguien como tú.

—¿Cómo?

—Real —susurra Shawn—. Tú eres encarecidamente real.

Al llevarlas a su rostro, mis manos han de temblar, con auge. Le toco, con el amor en el tacto, y aunque Shawn lo nota, prefiere hacérmelo saber a través de sus ojos, siempre tan hermosos y sinceros conmigo.

—¿Por qué hemos de preocupar tanto a nuestras madres por nuestra vida amorosa? —murmuro, sinceramente intrigada.

Shawn persigue la evocación de las palabras fuera de mis labios.

—Teníamos que encontrarnos —dice—. Era la única manera de ya no vagar sin rumbo.

—Sin cuerda de seguridad.

Deseé, gran parte de mi vida, un complemento; un hombre lo suficientemente honesto y único. No perfecto. ¿Cómo puedo rogar por algo semejante cuando yo misma tengo faltas reprochables? Y él... ha estado esperándome todo este tiempo, me lo dicen sus fugaces ojos, y me toma sin objeciones, y me quiere con valentía. Tanta vida errando y fallando, soy dichosa porque no puso oposición en cuanto a mis descaros, a mi forma de querer; tácita e inmensurable.

—Conoceré a tus padres.

—Y ellos te adorarán.

El auto se apaga como la consumación de un hecho. Decisión irreversible. Baja él del auto y lo rodea. Juego con el párvulo brote del arce, girándolo por el fino tallo. Suspiro, un tanto más alegre, pues sus palabras han tranquilizado a mi corazón. Desplazo la manija y coloco las piernas fuera, gustando del fresco clima canadiense.

—Alessia.

Shawn exclama desconcertado. En el jardín, de cara al hogar, Alessia Cara está detenida, expresiva y deslumbrada. Es morena, de un tono claro pero decisivo. Su cabello está intrincadamente rizado, y es negro. Esgrime un par de ojos grandes –viables por el colapso de expresiones– y oscuros. Cejas naturalmente arqueadas. ¡Bendita estatura! La mujer no supera el metro sesenta.

A su lado, está Connor Brashier, y junto a él Aaliyah Mendes.

—Hola, África. —Connor es el primero en proferir audacia—. De nuevo.

—Connor —le sonrío—, es un gusto volver a verte.

Aaliyah va al encuentro de Shawn y le abraza cálidamente, murmurando palabras de afecto. Él le devuelve el gesto, y mira obsesivamente sobre su hombro, hacia Connor y Alessia, –a ella, más precisamente. Aaliyah destiende sus brazos y me sonríe con igualdad, intenta hacer de la vista gorda a la tensa situación. Le ofrezco la mano y ella la sujeta. Es tan parecida a él, en imagen, estatura y aura, casi tan alta y rasgos indistintamente característicos, como la caída de sus ojos, la ternura de la nariz y lo terso de la piel.

—Oh, África —tararea Aaliyah, en voz suave y juvenil—. África, la del corazón de Shawn.

Estoy sonriendo.

—Me alegro de finalmente conocerte, Aaliyah.

Aaliyah singularmente sonríe también.

—Me preguntaba cuánto tiempo le llevaría encontrarte.

No reconozco el sentido de sus palabras. Connor aproxima su andar hacia el nuestro, con las manos en los bolsillos. Se encoge de hombros como respuesta a una pregunta silenciosa. Shawn está hablando con Alessia en el jardín.

—No sabíamos que estarías aquí.

Aaliyah asiente.

—Llegaron justo antes.

Shawn ve hacia acá y comienza a acercarse hasta atrapar mi mano en la suya y jalar de mí a su lado, depositando un beso en mi sien. —Ven conmigo —murmura.

Alessia sonríe con gran esfuerzo.

—Hola, África.

El sonido de su voz es grueso, atractivo de forma ingénita, y amable. —Perdóname, no sabía que hoy, precisamente...

—No encuentro inconveniencia —digo, y le muestro genuinamente la mano—. Hola, Alessia.

Aaliyah pasa por nuestro lado, soltando el aliento por lo bajo.

—Avisaré a papá y a mamá que ya han llegado —dice, prácticamente escapando en el acto.

Es procedida por Connor y Alessia.

Shawn suspira y me atrae a sus brazos. Su afecto me enternece. Entrecruzo los dedos tras su espalda y respiro hondo en su pecho, robándole aroma. El sesgado latido de su corazón concierta con el mío; se comunican en silencio, conociéndose cerca.

Su nariz husmea en mi cabello. —Lo siento —susurra—. No planeé esto, pero debí hacerlo mejor, no pretendía incomodarte. Alessia acostumbra a ser una invitada sorpresa, y Connor no tiene nada mejor que hacer.

—No te vayas de mi lado —me limito a pedir.

Él besa mi frente.

Sacamos de la cajuela del auto las flores y las demás cortesías, y nos dirigimos al interior.

La casa de los padres de Shawn es rural, con techos rojos de cuatro vertientes y paredes exteriores de mampostería de ladrillo. Está dominada por un ventanal. Un estrecho y encantador sendero curvo, flaqueado por siniguales arbóreas ciclamores del Canadá, guía a la puerta principal. Al cruzar el umbral un cálido aroma nos da la bienvenida. Son estancias abiertas, íntimas, como una mirada al interior de su infancia, y modestas. Primeramente, está la sala de estar; un conjunto de sofás alrededor de una mesita central, decorada por una bandeja de esferas sintéticas, de cara a la chimenea, guarnecida por dilectos objetos y fotografías. El comedor está del otro lado del salón, lo roza un pasillo hacia el inicio de las escaleras. Una rubia mujer, propia e inconfundible, emerge de la entrada a la presumible cocina, engalanada por un mandil.

—¡Oh! —exclama contenta al ver a Shawn, entonces repara en mí—. Oh...

Karen Mendes.

—Mamá. —Shawn sonríe con gran aliento; su mano en la mía se estrecha—. Ella es mi novia, mamá.

—África —dice su mamá, feliz cual furor—. Un nombre único. Qué hermosa eres, cariño.

¡Mi Dios!

En algún sitio recóndito en su voz existen rastros de un británico acento, comido por el tiempo y la influencia de otra cultura.

—Es un placer conocerla, señora Mendes.

—Oh, Shawn, qué precioso acento tiene, hijo.

—Mamá —musita Shawn, avergonzado.

—El placer me corresponde, África. Pero llámame Karen, ¿de acuerdo?

Sonrío, alterna entre divertida y entusiasmada. Le entrego a Karen los claveles. —Shawn ha dicho que son sus favoritos.

—Oh, y en maceta. —Karen abraza los claveles—. Se verán hermosos en el jardín.

Un hombre alto se aproxima por el pasillo y se asoma por el hombro de Karen.

—Ella es... —dice, con robusta voz y honda pronunciación; así que, de ahí proviene la herencia portugués en Shawn... El señor Mendes desvía sus oscuros ojos, celados por las gafas, a las fotografías decorando simpáticamente la chimenea—, ¿África?

Karen da un respingo.

—Manuel...

Le doy la mano, y el papá de Shawn la zarandea.

—Finalmente, señorita —dice—. Estoy encantado de volver a...

—Papá —advierte Shawn.

Le entrego el vino, sin desear alargar más las presentaciones.

—Finalmente, señor Mendes.

—¡Bueno! —expresa él, y toma la botella hasta leer la etiqueta—. Ahora soy Manuel para ti.

Aaliyah se planta junto a sus padres con las manos en las caderas.

—Seré señorita Aaliyah a menos que... ¡dulces mexicanos! Oh, ¿qué carajos?, seamos hermanas desde ahora.

Su candidez me provoca reír.

—Llegan a tiempo para el almuerzo —nos dice Karen—. Suban antes, ¿bien?, e instálense. Shawn, presenta a África la casa...

He perdido la mano de Shawn en el transcurso de la conversación. Busco por él y lo hallo frente a la chimenea. Usurpa el cuadro con una fotografía de los otros y sale por la puerta con la excusa de ir por la maleta al auto. Veo a sus padres, ambos –diría yo– ostentan similares expresiones nostálgicas. Aaliyah luce ser la única indiferente al registrar ambiciosamente la bolsa con los dulces.

—¿Cómo está tu mamá? —inquiere Karen, mientras se oye un fino pitido a la distancia—. Argelia, ¿no es cierto?

—Sí, ella está muy bien.

—Eso he oído. Maneja la compañía familiar, debes estar muy orgullosa, cariño.

—Lo estoy —coincido.

—Por lo que he escuchado —comenta Aaliyah—, provienes de una familia nacional. Ustedes son como una... dinastía, ¿no?

—Eso es vanagloriarnos.

Aaliyah está escéptica.

—Esa parece ser la opinión popular. Y más que pensar que tú has tenido suerte con, ya sabes, «el músico Shawn Mendes», es él, mi hermano, quien es afortunado. Eres como la princesa de una nación.

Qué gran, poco certero mito. Vivo para mí, no para el juicio de una población. Y sin embargo he caído en las representaciones, esculpida a la imagen y semejanza de un grupo de referencia –quienes han de necesitar un modelo a seguir, una figura pública al nivel de sus expectativas. Nunca me he pensado como tal, y, ciertamente, no lo soy. Mi país es democrático. La naturaleza humana, vivamente, precisa de un estereotipo para animarse a actuar.

—Lo que es apropiado —añade una voz—, pues Shawn ya es considerado un príncipe.

Alessia hace inclusión en la estancia.

—Oh, por favor. —Shawn se hace oír—. No hablen más de esto, ¿de acuerdo?, no tiene pies ni cabeza. Ven, bonita —jala de mí por el pasillo—, te mostraré mi habitación.

—¡Compórtense! —se burla Aaliyah.

—No empieces, Aal.

El pasillo se estira hacia otras estancias, cerradas, y a una puerta de cristal con vistas al patio. Pasamos junto a Alessia, quien aparta la mirada. Shawn sujeta la maleta con él y, al subir los peldaños, también apresa mi mano. En las paredes hay cuadros cristianos y algunas fotografías familiares muy hermosas. Reduzco el paso únicamente para contemplarlas, nutriéndome de su vida, sus primeros años, las personas que constituyen su sangre. Familia justa, pero noble.

—Eras un niño adorable —observo, imparcial.

—¿Era?

—No seas presuntuoso.

Shawn ríe.

—Confío en tenerte para mantener los pies en la tierra, bonita.

Reanudamos la ascensión. Está una ventana, en el descansillo hacia el segundo piso, y sus marcos están exteriorizados por enmarañadas ramas trepadoras; la vista da al hogar vecino. Arriba, surge un corredor en posesión de blancas puertas. Atravesamos el balcón a aquella de cristal. Shawn desliza la puerta y me incluye en la estancia alfombrada –insonorizada, con toda seguridad. Los aparatos son los esenciales, no los exagera como en su estudio en la capital. Un par de viejos sofás, con mantas tejidas, guitarras clásicas y eléctricas, una batería y un teclado digital. La puerta de caoba, en contraparte, nos guía al interior de su alcoba. Éste es totalmente diferente al dormitorio en Toronto, como una vida que dejó atrás. Las paredes están pintadas de azul índigo, hay cuadros de músicos y estrellas del rock; reconozco a sus íconos de las fotografías puestas en TM&TM. La estantería, contra la pared opuesta, está atestada de tempranos premios y homenajes, de regalos de sus admiradoras más perseverantes. Las vistas son desde un balcón, como aseguró, al patio.

—Puedo verte.

Shawn sitúa la maleta y cae en la cama, tira de mí hasta tenerme cerca.

—Quisiera verte, también.

—Las puertas de mi habitación siempre estarán abiertas para ti.

Me empuja sobre su regazo y se abraza a mi cintura. Respiro, apacible, y coloco la cabeza en su hombro, donde cierro los ojos y me hincho de su esencia. He de requerir, cada tantos momentos, de su solo contacto para sobrevivir.

—Tengo algo para ti —dice Shawn, en medio de la calma.

Indaga por la cartera en el bolsillo de su pantalón. Mientras sus dedos buscan en los finos compartimientos se hace oír un delicado tintineo. Parece haber olvidado dónde está, ¿o es que lleva bastante ahí? Con una pequeña mueca que descubro tímida y que me acelera el corazón, pide mi mano y abrocha alrededor de mi muñeca un delgado brazalete de plata.

—¿Recuerdas aquella vez que te llamé por teléfono —pregunta él—, después del concierto en Leeds?

Poco días, anteriores a que Shawn viajase a Irlanda, para el espectáculo en Dublín, habíamos tenido una... disensión. Individualmente, no estábamos de ociosos. Acababa de llevar la segunda parte del manuscrito a la editorial, y experimentaba el último semestre en la academia, el más demandante y, controversialmente, más socavado. Shawn rara vez contaba con el tiempo suficiente y por las noches se hallaba tan cansado que desistíamos de prolongar las llamadas telefónicas con tal de que él durmiese. El acuerdo era que él avisara. Una de esas noches... él no lo hizo. Noche, en especial, cuando los rumores eran más fuertes. Sabía, con caución, que eran falsos, pues estaban ambientados en los momentos que Shawn compartía conmigo. De esa forma, ¿cómo iba yo a creer en esa fantasía? Esa noche, no obstante, no estuvo, y aunque intenté pensar con racionalidad, no lo logré. Me mataba más no poder saber dónde estaba él, que era lo que hacía, si estaba bien. Cuando Shawn finalmente llamó, sentía tanta tristeza que no podía hilar dos palabras juntas y él terminó por percibirlo.

—Estaba aquí —dice Shawn—, en Pickering. Sabes que tenía un descanso de tres días en ese momento. Alessia y Connor querían que me quedase más tiempo en Londres, y me excusé con la idea de que quería visitar a mis padres... cuando todo lo que quería hacer era ir a México por ti.

Está distraído mientras dibuja incorpóreas caricias en la sensible piel de mi muñeca.

—Pero no viniste a mí —murmuro.

—No —concede, y lame su labio inferior. ¡Buen Jesús!—. Alessia cambió de opinión, también, y decidió venir conmigo, pasar a Brampton para visitar a su familia. Tragué mi mentira y regresé a Canadá, confundiendo a Aaliyah, pues ya me hacía contigo.

Bajo la vista, a donde él mantiene sujeta mi muñeca. El brazalete está hecho por dos finas cadenas, unidas por un broche en forma de mariposa. De una de sus alas, pende un dije.

—Lo encontré en un bazar vintage mientras estuve aquí, la mañana que no respondía —confiesa Shawn, al notar mi mirada—. Lo siento por eso, bonita. Es tuyo ahora.

El dije... el dije es un libro, uno tan pequeño como la uña de mi dedo anular. No consta de un título específico, pero los detalles en el relieve de las hojas, de la portada y del lomo, tan cuidadosos y esmerados, lo hacen excepto de toda encarnación.

Yo no podría creer en Shawn, si él no me demostrase cómo hacerlo. Soy suya, porque él me ha hecho suya. Cada palabra, cada demostración de su afecto... es certera. Hasta cuando vienen los malos momentos, que me hacen sentir desdichada y dueña de una tristeza impropia, por las maquinaciones de una mente imprecisa, él está ahí para esclarecer la bruma que insiste en cubrir los rincones de mi corazón. Sin él vagaría sin sentido.

Incluso antes de hablar, mi voz se entrecorta.

—No soy una persona de adornos —digo.

Shawn parpadea. —Pero, maldita sea —agrego—, este brazalete es mi amuleto de la suerte ahora.

Sonríe, prontamente aliviado.

—Mencionas la suerte sin creer en ella —observa.

—No lo hago, así como tampoco creo en las casualidades.

Delineo el manifiesto contorno de su mandíbula con la punta de mi dedo. —Pero creo en el destino.

—¿Mjm?

—El destino somos nosotros.

—¿Lo somos?

Sonrío.

—La suerte —digo—. Las casualidades. Ambas son igual de quiméricas; una más improbable que la otra, pero, en esencia, irreales. El destino, sin embargo, me concedió conocerte ese día en el aeropuerto, porque me llevé a ti, y algo en ti te llevó a mí.

Shawn roza su nariz con la mía.

—Qué romántica, África.

—¿Me equivoco?

—No —murmura, antes de besarme.

Shawn debe considerarme un ente sobrenatural, una muchacha dotada con fuerza inmensa, para pensar, presumiblemente, que puede besarme de esta forma, así de dulce, y no ser mero charco. Soy una simple terrícola, no hay dilema. Resistirme a Shawn es, en cada razón, inadmisible, debido a que es el motor que mantiene a mi corazón vivo.

Me aferro, nerviosa, a su cabello, al vaivén de nuestras bocas, el movimiento combinado. Sus labios en los míos es la mejor sensación alguna vez experimentada. Nunca hubiera codiciado el beso de otras bocas si hubiese sabido, en ese entonces, que llegaría el día en que alguien, un hombre, lograría besarme de esta manera, y me convertiría en una mujer de oro.

Shawn suspira, embelesado, y ralentiza el beso hasta ser suave caricia.

—Dilo —susurra.

Entreabro la boca y muerdo su labio inferior, él gime e inclina su barbilla, y profundiza.

—Te quiero —jadeo—. Te quiero mucho.

Su respiración se acelera al oírme. Se ciñe a mi cintura, arrugando la tela del vestido, y hunde su mano en mi cabello. Me sostiene en su contra y jala suave de mis hebras, despojándome de sabor y aliento. Deslizo el pulgar entre nuestras bocas y nos separo del beso, –de otro modo, sería imposible.

—Deberíamos obedecer a Aaliyah.

—Deberíamos —murmura, y vuelve a besarme.

¿Así cómo, pues?

Se echa de espaldas a la cama y me lleva consigo. Sus manos en mis piernas constantemente me desconciertan, y sus besos... oh, no, creo que Shawn ha hallado mi debida debilidad. Quiero besarlo hasta que me falle la respiración.

Shawn me voltea, en un ágil movimiento, y sobre mí se acomoda.

—¿Sabes? —dice, con sus labios en la piel hipersensible de mi cuello—. Nunca he estado con una chica en esta habitación...

Eso, pienso, suena cautivador.

No obstante... —Shawn, no seremos imprudentes en la casa de tus padres.

—Pero me gusta ser imprudente —refunfuña.

Requerimos de una cantidad exagerada de tiempo para volver abajo, luciendo tan indiferentes como creemos ser. Shawn me enseña las estancias inferiores, susurrando anécdotas en mi oreja –y otras palabras que atraen las miradas cuando exclamo azorada. Mi atención, cabe mencionar, es atraída a las fotografías de la chimenea, donde un espacio vacío añora la despedida de un marco.

Almorzamos bajo la pérgola del patio, en torno a la mesa de picnic. Al parecer, son sándwiches de ternera ahumada. Shawn está un tanto divertido al verme morder empáticamente el pan, y no se detiene a ocultarlo. Sospecho que me toma una fotografía. Pero ¡ya verá! Si gozo de oportunidad, tampoco tendré compasión. Bebemos Canada Dry, un refresco elaborado con jengibre, cuyo sabor agridulce se asienta en mi lengua con demasiada facilidad, y me remonta a tiempos a los que no puedo poner nombre.

Durante la mayor parte del almuerzo, entablo conversación con Karen y Manuel, con Aaliyah añadiendo frases de su cosecha, hasta conocernos a gran escala. Una familia apreciable. Las miradas que intercambian, de vez en cuando, ante algún singular comentario de mi mamá, me confunden. Es como si nada fuese sorpresa para ellos. Hablamos de lo tradicional, sabes, el sustento de vida, sobre nuestros familiares, un cómico relato... aflora mi admisión a Grant Allen –de la cual ya eran conocedores, y mi trabajo como escritora en cierne. Se rememoran los 27 conciertos que Shawn ha dado a lo largo de Europa. Es una admirable cotidianidad en la que no me importaría participar, quizá hasta siempre, porque es calmosa, alegre y excepcional.

Una monotonía canadiense, podría decir, que me es familiar.

Alessia y Connor también están, y aunque ella es reservada –sobre todo al hablarme–, agradezco que no se muestre descortés. Admito que no sabría cómo manejarlo. No deseo decepcionar a Shawn, pues tiendo a ser... posesiva, en cuanto a él.

—¿Cómo está Amelia? —pregunta Connor, en el intermedio de una plática.

—Muy bien —respondo, cuan comedida—. Le diré que has preguntado por ella.

—Oh, no...

Shawn ríe bajito.

Connor, mientras tanto, se ruboriza y retira la mirada. ¡Pobre! El bronceado no logra cubrir su bochorno.

Por la noche, ayudo a Karen con la cena. Preparamos tartas de mantequilla. A lo lejos, la tonada que Shawn protagoniza con Alessia, en el patio, viaja por las estancias. Connor, en sí, fotografía todo lo que ve, y Aaliyah comparte sus dulces mexicanos con Manuel, con la única condición de que su... amigo, Jordan, la visite el día de mañana.

—Me sorprende que Shawn no se haya adueñado de la cocina —comento.

Los pastelitos ya están siendo horneados.

Karen sonríe. —Me está permitiendo este momento contigo. El cual... —añade, mientras el reflejo de las cuerdas para de oírse— no tarda en terminar.

—Oh, hola. —Shawn, luego, se asoma por la cocina. Le sonrío—. ¿Algo en lo que pueda servir? Tal vez en verter el relleno de sirope...?

—¡Para nada! —Karen rechaza sin misericordia su atenta petición, sonriendo conocedora—. Las tartas ya están listas.

Shawn suspira, decepcionado.

—Está bien —dice, con un tono que expresa a las claras que no está bien, no para él, por lo menos—. En ese caso, bonita, acompáñanos afuera.

—Adelante —apremia Karen.

Estoy por seguir a Shawn al patio, cuando su voz me concede el detenerme. —Gracias, linda.

—¿Por qué? —inquiero a Karen.

—Por ser valiente —responde— y quererlo. Es difícil para Shawn tener personas reales en su vida, y que se queden. Él te quiere porque le has demostrado que no temes quererlo.

—No sabría hacer lo contrario —le confieso.

Karen asiente, nostálgica.

—Has crecido mucho.

Frunzo el ceño. Estoy por preguntar a qué se refiere con tal comentario, pero Shawn gruñe y vuelve sobre sus pasos para llevarme al patio, sin permitirme objetar. Nos sentamos en la sala exterior, junto a la piscina. Connor estudia crítico las fotografías capturadas en su cámara y Alessa está ajustando las cuerdas de una guitarra.

—¿Cantas, África?

—No —digo.

Ella contorsiona la comisura de su boca. —Shawn, ¿vienes aquí y me ayudas con esto?

Aferro la mano de Shawn, apática por permitirlo, pero aflojo la sujeción al momento, avergonzada. Shawn me observa por un segundo, realmente perceptivo. No oye refutación verbal por mi parte, cede y va con Alessia. Desvío la vista hacia las cristalinas aguas de la piscina en afán de ignorarlos. Preferiría, sinceramente, haberme quedado con Karen.

—Luces importunada —dice Connor, sentándose a mi lado.

Lo estoy.

—¿Qué es lo más extraño que has fotografiado? —pregunto a éste.

Connor alza una ceja.

—A tu novio —responde.

Me hace sonreír. —Estoy aquí —rezonga Shawn, y mi sonrisa se engrandece. Es bueno que lo recuerde, para variar; que es mi novio, intento decir.

—¿Te importaría...? —Connor está indeciso—. ¿Te importaría si te fotografío?

—¿Por qué?

—Tienes presencia —contesta—, cualidad que a muchos le falta.

Shawn eleva la mirada, así Alessia.

—De acuerdo —digo a Connor—, pero no la publiques por ahí.

—Trato hecho.

Después de ello, Alessia le pide a Shawn cantar con ella a dúo. Los escucho al principio, atraída por la voz de él, pero conforme avanza la balada comienza a serme incómodo. Fundamentalmente, por la manera en que ella le mira. Sé que Alessia no lo pretende, y es una mujer de carácter ejemplar, pero en lo relacionado al amor tendemos a perder algo de ello.

¿Acaso soy la antagonista?

Karen anuncia que las tartas ya están listas para ser degustadas, y las trae a nosotros. Estoy por ayudarla, diligentemente, pero rechaza lo dicho, ya que Manuel se está encargando de ello.

La cena es esencialmente agradable, puesto que su familia es digna de apreciación.

Manuel está catando su vino en cortos sorbos a la copa.

—Ha enseñado a Shawn muy bien la lengua portugués —le elogio, bienaventurada.

—Te agradezco —dice Manuel—. Shawn fue un menino renuente.

Shawn estrecha los ojos en dirección de su padre.

Reprimo una sonrisa. —¿Ah, sí?

Manuel se suelta a reír, comprometido.

—¿De qué parte de Portugal es?

—La ciudad Vila Nova de Gaia.

—¡Tengo una prima nombrada así!

—¿Bromeas?

—Le decimos Nova para hacérselo más fácil.

Meu Deus!

Río junto a Manuel.

En algún momento, sus padres precisan despedirse y entrar, ya sucumbida la noche. Aaliyah se demora y disfruta de la piscina climatizada mientras comparte algunos de los dulces conmigo; parece tener una especial obsesión con los mazapanes de cacahuate. Me decanto, privativamente, por las alegrías de amaranto. Shawn me acompaña en la tumbona. Roza su dedo pulgar por la contextura de mi boca, borrando vestigios, y deja detrás de sí un placentero hormigueo. Le convido del dulce de amaranto y él le brinda una mordida. Me es inevitable perseguir el melodioso ritmo de sus labios.

Me invita a entrar a la piscina con él, pero me niego, con la excusa de estar lo bastante cansada como para considerar subir y recostarme. Parece escéptico y no puede evitar preguntar si estoy bien. Escruta cada rincón en mi expresión detalladamente. Recibe una respuesta evasiva. Aaliyah entra conmigo al interior y hablamos en el camino a las habitaciones de la planta superior. Al entrar a la alcoba de Shawn, el ruido se amortigua. Me tiendo en las sábanas y trato de dormir.

Despierto por el sonido de un par de risas provenientes del balcón.

Destiendo las cortinas y descubro las vistas al patio. La iluminación está encendida, la piscina es la principal fuente de diversión. Shawn y Alessia están nadando en sus aguas, ríen y se sonríen, distraídos del todo.

¿Obré mal al permitir esta cercanía? Me... desagrada esto. Presencio algo indigno para mi corazón.

Alessia está demasiado cerca de Shawn. Digo, existe una distancia prudencial entre dos amigos, quizá de un metro. Creo que ella considera que ninguna medida es esencial. Y él... ¡cielos!, Shawn no es capaz de velar las segundas intenciones.

Regreso al patio con un único objetivo, que es el traer a Shawn conmigo, ¿cómo de que no?

Al cruzar las puertas corredizas, Alessia repara en mi llegada y la sonrisa se congela en su boca. ¡Bien obrado! Este descarado coqueteo debe acabar. No permitiré este agravio a mi relación, incluso si ella no lo hace con mala intención. Shawn, por supuesto, limpia su rostro del agua y despeja sus rizos húmedos. Me sonríe, totalmente ajeno.

—Muñeca, ¿te sientes mejor?

—Ciertamente, no.

Mecánicamente, juego con los dedos de mis manos. —Estoy por ir a dormir, ¿me acompañas, por favor?

—¡Me he olvidado por completo de la hora! —Alessia se apresura a salir de la piscina, toma una toalla y se envuelve en ella. Evita, en todo momento, encararme. Nos da las buenas noches y va al interior. Titubeo un segundo y decido subir de nuevo ante el silencio procedente de Shawn, quien se limita a mirarme, muy fijamente, como si algo en mí le intrigara.

Su voz frena mi andar.

—Entra aquí.

Giro para verlo.

—No estoy en posesión de un traje de baño, cariño.

Shawn arquea una ceja.

—Quítate el vestido.

—No voy a...

—Todos se han ido a dormir —dice—, estamos solos. Quítate el vestido, África, y entra aquí.

Camino a paso calma a la orilla de la piscina y descalzo mis pies. Shawn se aparta el cabello de la frente, que comienza a rizarse y permanecer rebelde. Sostengo la caída del vestido, lo alzo por mi cuerpo, y lo saco por mi cabeza. La fría brisa de la primavera canadiense me quema la piel. Ante su mirada, estoy en bragas y sostén. Me arrodillo en el borde e introduzco las piernas, una a una, en la climatizada agua; me compensa, y murmureo, complacida.

—Completamente —ordena Shawn.

Debato el desafiarlo, pues no me tiene muy contenta, que digamos.

Me deslizo cuerpo dentro y me introduzco de lleno en las templadas aguas. Shawn me atrapa antes de que mis pies toquen el fondo; sus brazos sujetan mis caderas, pegándome a su duro pecho, que mis senos aplastan. En mi boca siento su aliento ameno.

Shawn baja la mirada.

—Oh... —suspira.

El sostén ha transparentado su blanca tela, y hace notorios mis pezones y el contorno de mis senos. Estoy expuesta, prácticamente, desnuda. Hablamos sobre esto, ¡quedamos en que no seríamos imprudentes!

Frente a la tentativa de alejarme, Shawn endurece su cárcel.

Sus ojos miran a través de mí.

—Para mí —susurra— es un placer demostrarte reiteradamente que eras la única a quien quiero.

—¿Lo prometes?

—Siempre.

El agua danza y nos menea. Nuestras piernas están entrecruzadas, así como el compás al que laten nuestros corazones.

—Quiero ser la indicada para ti. —Cierro los ojos y toco su frente con la mía—. Quiero que tu mirada se de a bastar conmigo, que tu risa sea mía. Quiero que te satisfagas conmigo.

—Mi amor, eso ya es un hecho.

—No quiero sentirme celosa.

—¿Incluso si luces condenadamente tierna?

—Por favor —murmuro.

Sus suaves labios se posan largamente en mi mejilla.

Eu te quero —pronuncia—. Você, só você.

Le beso lentamente, y suspiro en su boca, el tono rocoso en su garganta se manifiesta, quitándome cordura.

Más tarde, esa misma noche, Shawn emerge de la piscina y va por una toalla.

Sé que, inverso a la creencia, no puedo luchar contra los sentimientos de otra persona puestos en él. En mis manos, pues, no está el hacer algo. Sigue en mi sentir la impotencia. El mundo entero ya ama a Shawn, pero es un amor distinto, no es más que admiración y platonismo. Lo que ella siente es real, ha sido nutrido, quizá por su imagen, por su constancia.

No consiento ser la antagonista en mi propia historia.

—Oye, África.

Connor aparece en el patio, su lumínico cabello está reducido a sombras; está recién despierto, como si alguien le hubiera despabilado el sueño; sostiene una bata de baño. —Shawn me dijo que te diese esto.

Connor tiene la consideración de girar el rostro al cubrirme.

—Gracias —expreso—. ¿Dónde está él?

—Alessia lo necesitaba en algo, al parecer.

Me encamino a la tumbona, donde tomo lugar. Un asedio, así lo considera mi corazón.

Encontré la condenada inconveniencia.

Connor me estudia. —¿Tienes frío? ¿Necesitas otra toalla? Puedo...

—Descuida.

Él luce nervioso. —No diré a Amelia —digo— que preguntaste por ella, si no gustas.

—¿Ha preguntado por mí?

—Sí.

Connor remite un respingo.

—¿Y lo dices así, sin más?

—Amelia es abiertamente sincera.

Intento sonreír. —Eres el muchacho con quien tropezó en el aeropuerto, el mismo que la distrajo mientras un grupo de mariachis entonaban en su honor... ¿supusiste que no querría saber más acerca de ti? No te ha sacado de su pensamiento. Lo suyo se trata de una excepcional coincidencia.

La mirada de Connor se pierde en el bosquejo de los árboles.

—No existe nadie como tú para Shawn, lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé.

—Shawn tiene que llenar las expectativas de un mundo puestas en él —explica Connor—. Con su familia, sin embargo, contigo... él no tiene porqué hacerlo. Cuando lo notes... diferente, está esforzándose por mantenerse erguido, pues está cumpliendo con el ideal de otra persona. No significa que haya dejado de ser él mismo.

Es esclarecedor congeniar con él. Oír lo que alguien más comprende, y darle sentido a lo que está todavía inmerso en bruma. Connor, debí saberlo, también ha simpatizado con Shawn, y su percepción lo lleva a entender lo que pocos entienden.

—Gracias —le digo, sorprendentemente más tranquila—. No sólo por tus palabras, sino por serle tan buen amigo.

—Bueno, Shawn me tiene en la nómina...

Me suelto a reír.

—Lo digo de verdad.

—No es nada, pequeño continente.

—Ah, bueno —exclamo, riendo—. Ése es nuevo.

Connor ríe conmigo por un buen rato.

—África.

Shawn está aquí y algo en él... no sé discernir, está... fuera de encuadre. Alterado. Me despido de Connor y voy con él; Shawn me lleva al interior, sujeto a mi mano, escaleras arriba. Su invariación comienza a inquietarme. Al cruzar la estancia insonorizada, hacia el dormitorio, Shawn empuja su cadera con la mía, firme contra la puerta, y me besa.

No es... dulzura, sino simple carnalidad, desesperación.

Intento no abandonar los cabales. Con igual desespero, no obstante, Shawn tira de mi labio inferior con sus dientes, y declaro, oficialmente, la batalla por perdida. Sus besos son ricos, y cada vez más sabidos, como tu caramelo preferido, o el libro que conquista tu razonamiento; lo leerías una y otra vez... jamás te cansarías.

Shawn desata prestamente los cordones de la bata de baño, y la baja por mis hombros, así como los tirantes del sostén. Se inclina, murmurando ronco, y obliga a mis piernas a rodearlo por las caderas. Estoy perdida, perdida... Presiona, y jadeo. Lo hace de nuevo, y gimo. Apresa mi barbilla y me alza el rostro, estirando mi cuello; accede y lame toda piel con la que sus labios topan. Me enrojece, enloquece, y me vuelve en una muchacha enteramente diferente a la ordinaria.

Luego, todo se convierte en nada.

—Me besé con Alessia.

Mis venas se enfrían. Duelen, de pronto... duelen sus manos en mi cuerpo. Mi piel lo desconoce. Abro los ojos y encuentro la angustia en su mirada. Inhalo aliento, aterrorizada por el hielo que me cristaliza desde el interior. Me alejo de Shawn, –quien me ha lastimado con cuatro simples, irrepetibles, palabras–, y me recluyo en el cuarto de baño. Trato de respirar, con continuidad, lento... eficazmente. No funciona. Presiono los ojos cerrados y lucho por no ser arrasada por el mar que llevo dentro.

¿Qué ha hecho? ¿Qué me ha hecho?

—África, abre la puerta, por favor.

Esto se acaba, sin importar cuánto yo le quiero, cuán rota estaré sin él.

Me siento desamparada, completamente triste, porque sé que nunca le permitiré una falta a nuestra relación. La infidelidad, en grados o niveles es, al fin y al cabo... infidelidad. No consentiré tal traición a mi persona. Desde el segundo que dejó sus labios posarse sobre otra mujer me destituyó, me insultó con simple acción.

—Por favor —susurra Shawn.

Acuclillada en las frías baldosas, no presto menor atención a su voz o a cualquier decoración habitando el cuarto de baño. El dolor y la humillación me lleva consigo, y me convierte en un cuerpo sin motivación. Shawn besaba a Alessia mientras... mientras yo esperaba por él y me apoyaba en las palabras de su amigo. Tardó tanto... por esto, su expresión se mostró tan desencajada... Le había mirado y noté la diferencia, ¿cómo pude...? ¿Cómo pudo?

—Déjame entrar —murmura él, tras la puerta—. Prometo que lo solucionaré.

Sin importar cuánto se esfuerce, no lo logrará. Tengo una identidad que, a pesar de toda compensación, no se dejará incautar.

Oculto el rostro en las rodillas y sufro torturantes escalofríos. Pese a todo obstáculo... esto no está en negociación.

Shawn tiene que llenar las expectativas de un mundo puestas en él. Jalo de la raíz de mi cabello, adolorida. Cuando lo notes... diferente, está esforzándose por mantenerse erguido. Respiro, agitada, y trato de diferir la proveniencia de tal voz. Está cumpliendo con el ideal de otra persona. ¿Connor? Ha dicho esto recién. No significa que haya dejado de ser él mismo.

¿Qué sucedió, verdaderamente?

Contra todo pronóstico, corazón y mente se aúnen.

¿Qué le sucedió?

Abro la puerta.

No al instante, reitero. Ha de ocurrir tiempo después, cuando he debatido toda alternativa.

Shawn se levanta rápidamente del sitio que ha adoptado junto a la pared. Me mira, como si no supiese qué hacer, como si hubiese dejado de reconocer el sitio donde está parado. Estudio atentamente su rostro y me acerco con lentitud. Su cabello está desastroso, una maraña de rizos inconexos, y sus ojos están enrojecidos, irreconocibles. Es mi... es mi Shawn.

Estiro cuidadosamente el brazo y sostengo su mejilla en mi mano, Shawn baja sus párpados y se apoya en mi tacto.

—No puedo estar contigo.

—No —susurra—, África, por favor...

—La besaste —digo, con un hilo de voz.

Él niega.

—No —repite, bajo el aliento.

—¿Qué sucedió?

—No pude...

Cierro los ojos y acaricio su nariz con la mía; su respiración evoluciona al percibir mi cercanía.

—Ella te besó.

Shawn se abraza a mi cintura con fuerza, sin admitirlo. —No pudiste apartarte, porque... porque era lo que ella necesitaba, lo que necesitaba de ti, aunque eso te acabase.

«El ideal de otra persona».

Hubo una vez, hace meses atrás, que Shawn asistió a una fiesta que no venía siendo de su agrado. «No pude decir que no», había dicho, en aquella ocasión. Esta noche sucedió lo mismo. Él no le pudo decir que no a Alessia.

Shawn no la besó, pero lo expresa como su culpa, porque así debe de creerlo. Está corroído por una culpa que no ha de pesarle, debido a los sentimientos que origina en ella. No está a la altura de lo que Alessia espera de él, porque Shawn no la quiere.

Shawn asume toda culpa, por parte de Gertler, del público, de quien se supone es su amiga. Todos ellos lo han consentido así, lo han llevado a construirse a base de expectativas, a parecer inalcanzable. No lo es. Es un hombre, y esa imperfección siempre ha de mostrarse en sus ojos; en esa parte que adoro más de él.

Constantemente, Shawn se abandona a sí mismo para cumplir el ideal de otra persona. «Prometo que lo solucionaré». Incluso en ese momento deseaba arreglar un error que él no había cometido.

—Lo siento mucho —confieso, cerca de sus labios.

—No, tú no debes...

—Siento no haberlo comprendido antes, siento haberte culpado en lugar de tratar de entender lo que tu corazón me decía. Siento, ante todo, esta carga sobre tus hombros. ¿La compartes conmigo?

—No me pidas esto, y no te disculpes conmigo. —Se le rompe la voz—. África, nunca podría...

—Lo sé —sosiego—. Te conozco. Lo sé.

Esconde el rostro en mi cuello, donde siento sus húmedas pestañas aletear en mi piel.

—Perdóname por haberte hecho pasar por esto.

¿Cómo decírselo? ¿Cómo explicarle que él no posee culpa?

—No me has hecho nada —digo— por lo que tengas que lamentarte.

—Quédate conmigo.

—Con una única condición.

—Dímela.

—No ha sido culpa tuya.

Shawn está por diferir, pero apreso sus mejillas y le miro a los ojos. —No, tienes que entenderlo. No podría quedarme a tu lado si lo fuese. Sigo aquí, sin embargo, porque sé que no lo es, porque creo en ti. Es tu turno ahora de creer en ti.

—Quédate conmigo —repite, en un susurro.

—Lo haré.

No espera más y me besa, devolviéndome el aliento. Ella ni siquiera está en sus labios... Yo lo estoy. Me siento a mí misma en su boca cada que me besa, en la forma en que se amolda, como el destino, a mis labios, en preciosa sincronización. Sabe cómo me gusta ser besada, y lo utiliza, y lo mejora, hasta que soy incapaz de recordar mi propio y característico nombre. La última demostración de certeza es añadida a mi declaración. No noté diferencia cuando Shawn me besó, al inicio de la discordia, porque nunca he abandonado su boca, en lo que a él concierne.

Es en estos momentos, donde me dice que me quiere sin palabras, cuando que me quiere sin la necesidad de utilizarlas.

Experimentamos una ducha, antes de ir a dormir, y nos disipamos del cloro de la piscina y el mal rato. Bajo las sábanas de la cama que perpetuó los primeros años de su vida, Shawn me atrae hacia sí, algo que no ha dejado de hacer, con el temor reencarnado de perderme, como sé que ambos vivimos, yo con él.

—Prométeme —susurra— que nunca me perdonarás si llegase a faltarte al respeto.

—No es una promesa que me complazca hacer, pero lo haré, si prometes lo mismo.

—¿Aún puedo ahorcarte?

Me escucho reír.

—Yo no llamaría a eso una «falta al respeto» si lo disfruto tanto.

—Insolente —murmura Shawn.

Rozo su mejilla con la punta de mis dedos.

—Me haces quererte —le digo—. Tú, únicamente tú.

Sonríe, gradualmente, siendo la primera sonrisa que suelta en lo que va de la noche. No lo sabía, pero mi corazón la añoraba. Shawn lleva mi mano a sus labios y besa cada uno de mis dedos, la palma... desciende por mi muñeca, ahí, donde el brazalete la decora, y cae por mi antebrazo.

Esa noche, besa cada rincón en mi cuerpo.