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Capítulo XXXIX
Dos días después del entierro del querido Robert, la quietud en la casa era tan densa que a veces no se podía respirar a pesar de una corriente cálida que pululaba en su interior llamada Lexie.
En esos días Candy y Karen fueron el motor de la casa, olvidándose de condes y contratos. Preocupándose solo porque todos se recuperaran y volvieran a sus vidas lo antes posible, algo difícil, pero que tenían que intentar.
Rous volvió a ser la misma chica esquiva y huraña del principio. Ona apenas hablaba, sólo trabajaba sin sentido de sol a sol, preocupándose por Geraldina, la vaca, e intentando no pensar en lo que había perdido. Pero ¿cómo no pensar en Rob? Aquella granja era todo él. Su casa, sus tierras e incluso su vaca.
Archie, hundido por la pérdida de su abuelo y por el frío distanciamiento de Karen, se trajo a Lexie a una de las casitas que había junto a la granja, su casa. Necesitaba tenerla cerca y saber que estaba bien en todo momento. Albert, más callado de lo normal, se estaba volviendo loco mientras ubicaba en su cabeza las prioridades a seguir, e intentaba pensar cómo hubiera solucionado su abuelo lo que se le avecinaba con Candy.
Aquella tarde Candy vio merodear a Set por la granja. La actitud del muchacho le indicaba que buscaba a Rous pero ella entristecida, no se dejaba ver.
—¿Tú también crees que Set ha venido a por Rous? —preguntó Candy sentada junto a Karen en los escalones de entrada mientras fumaba un cigarrillo.
—Por su manera de mirar a todos lados yo diría que sí —pero decidió cambiar de tema—. ¿Cuándo te quitarás los puntos de la frente?
—En un par de días.
Ya no llevaba el gran apósito que Greg le puso al principio. Sólo uno pequeño que le cubría la zona y nada más.
—¿Tú cuándo me vas a contar lo que ha pasado con Archie?
—De ese tema prefiero no hablar —respondió Karen.
No muy lejos de ellas, Ona junto a Archie y Albert, mantenían una conversación.
—Es por su hija, ¿verdad? —dijo Candy mirando a la niña correr junto a Puppet.
—En parte sí.
—Lo más curioso es lo bien que han guardado todos el secreto. ¿No crees?
«Si tú supieras» pensó Karen, resignada a que pronto aquello se aclararía.
—Sí, Candy —respondió—. Aquí saben guardar muy bien los secretos.
—Karen, no soy quién para decirte esto, pero intuyo que Archie es un tipo excelente —al decir aquello, su hermana la miró con la frente fruncida—. Ya sé… Ya sé que nunca te he hablado bien de él, pero el tiempo que llevamos aquí ha hecho que me dé cuenta de cosas, y creo que estaba equivocada con él.
—Tú tienes fiebre —se mofó Karen al escucharla.
—No, tonta. En serio —sonrió Candy—. Para mí, el haber conocido a estas personas me ha dado que pensar. Creo que he estado equivocada muchos más años de los que yo creía.
—No lo dudo —suspiró Karen consciente de la ceguera de su hermana.
—Pero ¿sabes? creo que este lugar, y en especial sus gentes, son lo más verdadero que conoceremos nunca.
—¡Oh, Dios! —suspiró Karen a punto de estallar—. Lo siento, pero no puedo estar de acuerdo contigo. Creo que este lugar es más falso que un bolso de Prada comprado en el mercadillo de Majadahonda.
—¿Por qué dices eso? —preguntó extrañada mientras apagaba el cigarrillo.
—Vamos a ver, Candy —dijo mordiéndose la lengua—. ¿Realmente conocemos a estas personas? ¿Acaso te has parado a pensar qué sé yo de Archie o tú de Albert?
—Vale, te capto. Entiendo que Archie ha sido un gran mentiroso por ocultarte cosas tan importantes como su viudedad y la existencia de Lexie. Pero también creo que tienes que mirar el fondo de la persona, y el fondo de Archie, aunque me ha costado encontrarlo, es excelente.
—Es un angelito recién caído del cielo —se mofó con amargura Karen.
—No entiendo qué ha pasado entre vosotros, pero sea lo que sea seguro que se puede solucionar. No puede ser tan horripilante—sonrió y vio a su hermana con los ojos vidriosos—. A ver tontuela. ¿Por qué lloras?
—Por que me da rabia que todas las cosas malas te pasen a ti.
—Quizás mi suerte comience a cambiar.
—Lo dudo —señaló Karen, al ver cómo Ona se llevaba las manos a la cabeza.
—¿De qué hablarán aquéllos? —señaló Candy—. Ona parece enfadada.
—Uff… Candy —susurró Karen que sí estaba segura de qué trataba su conversación—. No lo sé, pero creo que no tardaremos en saberlo.
Lexie, cansada de correr con Puppet, se acercó hasta ellas, y sin dudarlo, se echó a los brazos de Karen que la acogió con una sonrisa.
—Karen—preguntó la niña— ¿vendrás está noche a cenar a la cabañita?
—No, cariño —respondió con tristeza—. No puedo.
—Estás enfadada con papi ¿verdad?
—Un poquito —sonrió Karen incómoda, al sentir cómo Candy las observaba.
—Papi me contó que habíais discutido y que él ya te había perdonado. ¿Por qué no le perdonas tú?
—Esto es el colmo —Karen se levantó de un salto—. Tú padre es… es… —y mirando a la niña dijo en tono de orden—. Lexie, quédate aquí sentada, voy a hablar con el idiota de tu padre.
Karen, saliéndole humo por las orejas, llegó hasta donde estaba Archie, y sin importarle la presencia de los otros dos comenzó a discutir. Ona y Albert al ver la situación se alejaron, aunque antes él se volvió hacia Candy y tras dedicarle una sonrisa se marchó con Ona.
Candy observaba incrédula a su hermana. ¿Qué le pasaba? Y sobre todo ¿por qué discutía con Archie?
Desde hacía días intuía que algo había ocurrido, pero no llegaba a entender todavía el qué. La situación era incómoda, y más cuando vio como a Lexie, las lágrimas le corrían por la cara como ríos.
Candy no supo qué hacer, ¿debía abrazarla o quizá hablar con ella? Pero por más que pensaba, no sabía qué. Estaba acostumbrada a dirigirse a cientos de personas influyentes en reuniones de trabajo, pero llegado el momento, no sabía qué decirle a una niña de cinco años.
—Me encanta tu camiseta rosa —dijo por fin, viendo que llevaba impresa en la delantera la gatita Kitty.
«Perfecto» pensó Candy. Si de algo sabía era de esa dichosa gata.
Cinco años atrás fue la encargada de crear una de las mayores campañas publicitarias de la gata, y para ello tuvo que conocer a Kitty como si fuera su hermana.
Pero la niña no contestó, y ni siquiera la miró.
—¿Sabes? —insistió mientras Puppet se sentaba junto a Lexie—. Por mi trabajo conozco muchas cosas de Kitty ¿Sabías que su diseñadora fue una japonesa llamada Ikuko Shimizu? La creo para la firma Sanrió —la cría seguía sin prestarle atención, pero ella continuó—. Pero la que la lanzó al estrellato internacional fue Yuko Yamaguchi, una mujer muy lista que decidió que Kitty no debía ser ni sensual, ni violenta. Pues bien, Kitty se convirtió en un símbolo de la cultura Kawwaii en Japón y en el resto de Asia y en el año 1983 los Estados Unidos la nombraron embajadora de UNICEF. En 2004 la delegación de la Unión Europea en Japón la eligió como protagonista para promocionar el euro. Por cierto, su licencia está evaluada en un billón de dólares. ¡Qué barbaridad, por Dios! —exclamó Candy mirando a la niña, que ahora sí había dejado de llorar, pero la miraba sin entender nada—. ¿Sabes? Kitty tiene una hermanita gemela que se llama Mimmy.
—Mimmy es muy guapa —dijo la pequeña extrañada.
«Por fin» pensó Candy respirando.
—¿Sabes quién es Typpy? —preguntó Lexie.
—Claro que sí. Typpy es un osito cariñoso y con un corazón grande que está enamorado de Kitty y está como loco por ser su novio.
—También me gusta mucho Tiny Chum —indicó Lexie señalándose su camiseta.
—Oh, sí, ahí está —asintió Candy—. Ese osito pequeño es un buen amigo de Kitty y Mimmy. ¿Verdad?
—Sí —sonrió la niña— y le gusta que le traten como si fuera su hermano pequeño.
—Y Tracy. ¿Conoces a Tracy? —preguntó Candy, al ver que la llevaba en los coleteros.
—Sí —volvió a asentir tocándose las coletas—. Tracy es la mejor amiga de todos. Le encanta bromear y hacer que sus amigos se rían.
—Vaya… Lexie —sonrió Candy—. Eres una gran entendida en el mundo de Kitty.
—Papi y el tío Albert me compran los cuentos —respondió la niña desplazando su trasero para acercarse a ella—. Y luego por las noches antes de dormir, papi me los lee.
—Eso es magnifico —suspiró al ver que la cría se levantaba y amenazaba con sentarse encima de ella mientras Puppet las miraba atento.
—Tengo frío ¿Puedo sentarme encima de ti? —preguntó sin dejar de observarla con sus enormes ojos azules.
«NO», pensó Candy.
—Bueno —murmuró contrariada—. Si no hay más remedio, siéntate.
Lexie, sin detectar la incomodidad que aquello representaba, se sentó en sus piernas, y dejando caer su cuerpo contra el de ella se recostó en su cuello. Aquella sensación era algo nuevo para Candy. Desde hacía más de 15 años no había vuelto a tocar a un niño menor de dieciocho años, y a pesar de su inicial desagrado, la ternura que el cuerpecito de Lexie le estaba proporcionando le comenzó a gustar, por lo que abriéndose el enorme abrigo heredado de Rob la tapó. Puppet, con cautela, se acercó a Candy y al ver que ella no le decía nada, se enroscó a sus pies haciéndola sonreír.
«Increíble pero cierto» pensó Candy, quien continuó hablando con Lexie.
Un buen rato después, cuando regresaron Archie y Karen, la comunicación entre Lexie y Candy era alegre y fluida. Incrédula según se acercaba, Karen observó que la niña estaba acurrucada encima de su hermana, algo que en la vida hubiera imaginado.
—Si me pinchas no sangro —susurró Karen al ver la estampa.
—¿Por qué? —preguntó Archie algo más tranquilo al aclarar las cosas con ella.
Había costado hacerla callar, pero lo había conseguido, por lo que Archie, feliz, caminaba de la mano de Karen dispuesto a no soltarla jamás.
—Mi hermana, los niños y los perros eran algo incompatible.
—Has utilizado la palabra justa. ¡Eran! —sonrió Archie besándola en la frente.
—Hola papi —saludó la niña sacando la manita a través del abrigo—. ¿Sabes? Candy conoce a todos los amigos de Kitty.
—¿En serio? —sonrió Archie—. ¿Estás segura de ello?
—Sí, papi —asintió la niña dejando los brazos de Candy para ir a los brazos de su padre—. ¿Y a que no sabes lo más alucinante?
—Dime —señaló Archie divertido.
—Que Kitty está haciendo ganar una millonada de dinero a su creadora. ¿No es fantástico?
—¿En serio? —exclamó sorprendido Archie.
—Ah… si lo dice Candy —afirmó Karen que guiñó el ojo a su hermana—, no lo dudes ni un segundo.
CONTINUARA
