Capítulo 41

La llegada a la fortaleza de Keith, en las Tierras Altas, fue un gran acontecimiento. Las gentes que allí vivían estaban felices por el regreso de sus hombres, y Sakura disfrutaba junto a los niños de aquel bonito recibimiento.

Cuando entraron en la casa de Naruto y Temari, la joven rubia corrió de inmediato hacia Chiyo, que tenía en brazos a su pequeña Ingrid. La cogió gustosa y la besó con todo su amor, hasta que Naruto se la quitó para besuquearla también. Tras él lo hizo Sasuke y, finalmente, Suigetsu. Estaba claro que la niña era el centro de atención.

Temari, cogiendo entonces de nuevo a su pequeña, agarró a Chiyo del brazo y se acercó hasta donde estaba Sakura con Shii, Asami y Siggy.

—Sakura —dijo—, esta es mi pequeña Ingrid, y ella es Chiyo, mi madre.

Complacida, la joven miró a la niñita que su amiga tenía en brazos. Tenía claro que se llamaba así por la mujer de Sasuke, y con mimo susurró:

—Hola, Ingrid, ¡pero qué bonita eres!

La niña se revolvió inquieta, y Sakura, clavando los ojos en la mujer que la observaba curiosa, sonrió. Ella era la mujer que Temari le había contado que, sin ser su madre, había ejercido por voluntad como tal.

—Encantada de conocerte, Chiyo —la saludó.

—Lo mismo digo, Sakura. Bienvenida a Keith —repuso ella y, al ver que la pequeña Ingrid comenzaba a llorar, indicó—: Ya busca a Sasuke. Cuando lo ve solo quiere estar con él.

El aludido se acercó a ellas con una sonrisa y, cogiendo a la pequeña Ingrid, la colocó de tal manera en sus brazos que la niña dejó de llorar. Al verlo, Temari rio mirando a su pequeña.

—Con lo que yo te quiero y te he echado de menos, que solo tengas ganas de estar con tu tío me parte el corazón...

De inmediato Siggy, que estaba con Sakura, le echó los brazos a la rubia, que se apresuró a cogerla encantada. Y entonces Ingrid, al verlo, enseguida reclamó la atención de su madre y todos se echaron a reír. Estaba claro que la pequeña Ingrid no era de las que compartían.

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A la hora del almuerzo, Naruto y Temari no permitieron que Sasuke y Sakura se fueran a su casa sin comer. Rápidamente Chiyo, ayudada por Girda, la criada, organizó la comida y, mientras la preparaban, Temari le mostró su hogar a su amiga.

Sakura recorrió encantada la increíble fortaleza. Sin duda era un sitio grande y bonito para vivir, y escuchó gustosa las mejoras que Temari había hecho allí desde su llegada.

En su camino pasaron por la habitación del matrimonio, un bonito y confortable dormitorio con una gran chimenea. Sakura, al verla, se acercó a ella y murmuró:

—Siempre quise tener una chimenea, pero en mi camarote de La Bruja del Mar era imposible...

Ambas rieron por aquello y luego Temari repuso:

—Pues ya sabes..., pídele una a Sasuke.

—No creo que sea muy apropiado pedir nada.

—¿Por qué?

Sakura la miró. Temari sabía perfectamente por qué decía aquello y, como no contestaba, la vikinga cuchicheó:

—Si yo fuera tú, ¡se la pediría sin dudarlo!

Su amiga sonrió y no dijo más.

Poco después, cuando las dos mujeres regresaron al salón, donde todos hablaban, Sakura se percató de que Ingrid lloraba.

—¿Qué le ocurre?

Chiyo suspiró.

—Lo de siempre —dijo—. Acaba de comer, ha visto a su tío Sasuke y no quiere dormir porque quiere estar con él.

A su lado, sobre un butacón, Siggy, que acababa de comer igual que Ingrid, dormía plácidamente, y Naruto, sonriendo al ver a la pequeña, preguntó:

—¿Por qué los bebés no se comportan todos igual?

Eso hizo reír a Temari. Se habían preguntado eso mismo cientos de veces. ¿Por qué Ingrid, después de comer, siempre montaba una buena juerga antes de dormirse?

Sonriendo como su amigo, Sasuke finalmente se acercó a la pequeña Ingrid y, tras besarla en la frente, la cogió de aquella determinada manera que a la pequeña le gustaba y susurró:

—Mi amor...

A Sakura le gustó oírlo decir eso. Que fuera tan cariñoso con la niña era extraordinario, pero ¿por qué a ella nunca le decía nada parecido?

Se moría por oírlo decir palabras de amor. Era encantador con ella, pero nunca le había dedicado una palabra especial, una que le hiciera saber que la quería.

Estaba pensando en ello cuando el vikingo dijo con la niña en brazos:

—Muy bien, cariño. Un ratito y después... ¡a dormir!

Ni que decir tiene que la pequeña dejó de llorar en el acto.

Shii y Asami, por su parte, lo miraban todo a su alrededor más callados de lo habitual. Todo aquello era nuevo. Estar en una fortaleza como aquella los impresionaba mucho porque, mientras vivieron con sus padres, su casa era un techo de barro y poco más, nada que ver con eso. Suigetsu, al verlos mirar a su alrededor, se acercó a ellos.

—¿Qué os ocurre?

Asami, que como siempre intentaba ocultarse del mundo, sin separarse de su hermano susurró al ver pasar a gente que no conocía:

—Tengo susto.

Conmovido, el highlander preguntó a continuación:

—¿Por qué, cariño?

Rápidamente la niña miró a Chiyo y al resto de las mujeres y los hombres que deambulaban por allí, y Sakura, al leer en sus ojos, se apresuró a decir:

—No has de temer nada, cielo.

—¿Seguro?

Ella asintió y, tras mirar a Suigetsu y ver que este sonreía, preguntó:

—¿Recuerdas lo que Sasuke y yo os contamos en lo referente a ser un Namikaze? —La niña afirmó con la cabeza y Sakura añadió—: Pues tú, como yo, como Shii, Sasuke, Temari, Naruto y todos los que ves aquí, somos Namikaze, y a la familia se la protege. Por tanto, los sustos tienen que desaparecer cuando estés con cualquiera de nosotros, porque te protegeremos, ¿entendido?

—No olvides que los Hōzuki la protegerán también, Sakura —le recordó Suigetsu antes de alejarse.

Asami, con gesto aún de miedo, asintió y la joven la cogió entonces con mimo entre sus brazos. La pequeña se refugió en ellos y, tras darle un cariñoso beso en el cuello, Sakura se sentó junto a Shii y musitó:

—Este sitio es precioso. Después de comer iremos a casa de Sasuke, que a partir de ahora será también la nuestra.

—¿Y el hogar de Sasuke es tan grande como este? —quiso saber Shii.

—Mi hogar —dijo él sentándose junto a ellos con la pequeña Ingrid en brazos— es ahora el de todos nosotros. Por lo que me gustaría que os refirierais a él como vuestro hogar, ¿de acuerdo?

Shii y Asami asintieron.

—Sasuke —propuso Temari—, ¿qué te parece si dais una fiesta en vuestra casa para que todo el mundo conozca a Sakura, a Matsuura y a los niños?

El vikingo, al oír eso, no supo qué decir, pero Sakura afirmó gustosa:

—Sería genial. Así Asami verá que todos la quieren y la protegerán.

Naruto, Suigetsu y Sasuke se miraron sonriendo y finalmente este último dijo:

—Me parece una idea excelente. En cuanto tengamos la casa adecentada, celebraremos esa fiesta. —Y, dirigiéndose a sus amigos, añadió—: Corred la voz entre los clanes de los Namikaze y los Hōzuki de que están todos invitados a conocer a mi familia y que pronto daremos una gran fiesta.

Temari sonrió orgullosa. Oír a Sasuke decir eso y ver cómo les sonreía a Sakura y a los niños era mucho más de lo que nunca habría imaginado. Sin duda, su hermana Ingrid estaría feliz.