El Fruto de la Estúpida Obstinación
Cinco Meses y Catorce Días desde la Última Muerte (Nueve Muertes)
"… ¿Un ataque, dices?" Preguntó Subaru, estupefacto. Es cierto que últimamente había recibido señales de sobra para suponer que un evento letal se estaba aproximando, aun así, nunca pensó que fuera a ocurrir tan pronto. No lo había hecho, o simplemente se había negado a aceptar la posibilidad de que la tragedia se encontraba tan próxima a él, acechándolo.
"¡Sí señor! ¡Como le dije, se trata del Culto de la Bruja!" Respondió el gigantesco guerrero con facciones de tigre, reafirmando los temores que Subaru se negaba a aceptar.
"¡¿E-El culto de la bruja?!" Otto exclamó, visiblemente aterrorizado.
Tanto él como Leith habían sido sumergidos en un profundo estado de shock debido a la desagradable sorpresa, sin embargo, Otto había sido el primero en regresar de éste. Con ojos temblorosos, Otto observó al mercenario que había ingresado abruptamente a la habitación. Utada, quien recién había respondido afirmativamente esa misma pregunta, se limitó a asentir ominosamente. No había forma de esquivar la verdad, por mucho que los tres colegas se aferraran a la esperanza de que todo no era más que un terrible malentendido, una oscura broma.
"Otto, Leith…" Susurró Subaru, tras eternos segundos de tenso silencio. Otto se volteó hacia él, expectante; tal vez Subaru revelaría que realmente todo se trataba de una broma pesada, y aceptaría que había coaccionado a su escolta a participar de ello. Otto era consciente de que sus pensamientos no tenían sentido, después de todo, Subaru nunca había llevado sus bromas y juegos tan lejos; aun así, insistía en aferrarse a esa estúpida esperanza, esa era la patética naturaleza del ser humano, después de todo. "Tenemos que huir." No obstante, las palabras pronunciadas por Subaru fueron las encargadas de dar el golpe de gracia a sus esperanzas.
"¿Qué…?" Fue lo que alcanzó Otto a responder; su garganta se encontraba completamente seca, al punto en que sentía como si hubiera tragado cubetas de arena, y le costaba respirar tanto como le costaba pronunciar palabra alguna.
"Tenemos que huir, si nos quedamos aquí, moriremos." Respondió Subaru, que, por su forma de hablar, estaba claro que finalmente estaba comenzando a recuperar la compostura. El miedo seguía enraizado en su corazón, pero la experiencia que había adquirido con sus anteriores muertes era suficiente como para que no terminara perdiendo la cabeza ante un desesperanzador suceso como ese.
No me puedo quedar aquí, no me puedo quedar aquí; repitió Subaru en su cabeza una y otra vez. Desde que Halibel había mencionado que necesitaría su ayuda, Subaru se había abstenido de mirar la realidad que se le aproximaba, arrastrándose por los ríos del destino. Necesitaba hacerlo, necesitaba creer que no tendría que volver a pasar por otro de esos terribles ciclos de muerte. Por ello, había insistido testarudamente en desistir de la ayuda de su mejor aliado.
Haber aceptado la ayuda de Halibel habría implicado aceptar que lo que estaba sucediendo, indudablemente sucedería. Y su estabilidad emocional dependía de que ello no resultara así. Sin embargo, ahora que el peligro finalmente tocaba a su puerta, no le quedaba otra opción que aceptar la realidad y lidiar con ella.
Al fin y al cabo, todavía le quedaba algo, y eso era su propia vida; tendría que encontrar la manera de sobrevivir a ese evento de muerte. Ya de nada la serviría seguir escapando de la realidad; seguir viviendo, como había prometido a Anastasia, era todo lo que le quedaba, y la experiencia que había adquirido en situaciones similares sería su soporte para lograrlo.
Pero… ¿Por dónde empezaría? ¿Qué era lo primero que tendría que hacer? Subaru sabía que huir de la casa de Leith solo era el primer paso, sin embargo, una vez colocara en pie en la calle, se estaría exponiendo al peligro anunciado por su guardaespaldas. En las calles de la capital se encontraba rondando la muerte, su trabajo sería sortearla y encontrar la manera de salir con vida de la catástrofe que estaba teniendo lugar en ese mismo instante, en que su mente se esforzaba por trazar un plan de acción basado en toda la información que tenía a mano.
Lo cierto es que apenas contaba con información, si quería más, tendría que morir y regresar, y esa no era una opción para Subaru; al menos no una opción que elegiría voluntariamente… Aun así, con lo que tenía a mano, no bastaba para maquinar ningún tipo de plan. Así que, ¿cuál sería su primera acción? Subaru, instintivamente, miró hacia el mercenario que estaba ejerciendo como su escolta; alejarse de él sería su perdición, así que el primer requisito para su supervivencia sería mantenerlo cerca suyo. "¿Cuál es su plan, Subaru-sama?" Ante el prolongando silencio de su superior, Utada, mostrándose ligeramente inquieto, cuestionó a Subaru respecto a lo que tenía en mente.
"¿Mi… plan?" Preguntó Subaru, consternado. Él había estado esperado que, dada la situación, Utada le ofreciera un plan de acción a seguir durante una situación de emergencia como esa, no que Utada le preguntara sobre un plan a él. Subaru claramente estaba menos al tanto de lo que acontecía que él, después de todo.
"¡Correcto! Usted siempre suele saber cómo manejarse en este tipo de situaciones mejor que nadie, Subaru-sama. Es debido a su bendición, ¿no es así? Su bendición nos servirá para llegar a salvo a donde se encuentran Anastasia-sama y el capitán." ¿A salvo? Se preguntó Subaru mentalmente. ¿Cuántas expectativas tenían los adeptos de Anastasia colocadas sobre él? ¿Qué lo hacía creer que Subaru tenía la respuesta?
Regreso por Muerte, su bendición y maldición era la culpable de que los miembros de la facción de Anastasia Hoshin lo consideraran una persona confiable. Alguien débil de cuerpo, mente y corazón como él había logrado engañarlos, haciéndolos creer que tenía valor alguno, todo gracias al efecto secundario de su habilidad y el conocimiento de su mundo de origen.
Si no fuera porque al regresar de la muerte mantenía sus recuerdos de los sucesos anteriores a morir, Subaru nunca habría podido evitar el peor desenlace de cada uno de los eventos de muerte que llegó a vivir. Si moría, podría regresar y utilizar el conocimiento adquirido para intentar evitar cualquier desenlace catastrófico que lo hubiera llevado a su fallecimiento. Exactamente por ello es por lo que Utada lo consideraba alguien confiable en una situación como esa.
Pero Utada estaba cometiendo un gran error. Él creía que la habilidad de Subaru a la hora de lidiar con situaciones críticas y su correcto juicio durante catástrofes, eran producto de una Protección Divina que Subaru había inventado para cubrir su verdadera "bendición". Si su vida se encontraba en peligro, Subaru recibiría una visión del futuro porvenir; eso creía Utada. Y Subaru habría alegado exactamente eso mismo, en caso de haber utilizado Regreso por Muerte; no obstante, aún no lo había hecho, y contaba con no hacerlo.
Subaru no sabía cómo navegar entre las tormentosas aguas que tenían por delante; Subaru sabía tanto como los demás presentes en esa habitación. "Utada…" Pronunció Subaru, decaído. "Mi bendición no se ha activado…" No podía excusarse con la verdad, por lo que se vio en la necesidad de reutilizar el artificio con el que había ocultado su falsa bendición.
"En ese caso, no debería haber ningún problema." Afirmó Utada, satisfecho, confundiendo así a Subaru, que lo observó fijamente con el entrecejo fruncido.
"¿A qué te refieres, Utada?" Le cuestionó él.
"Su bendición, Subaru-sama. Solo se activa cuando su vida se encuentra en peligro, ¿no es así? En ese caso, mientras no se active, significa que usted saldrá con vida. Mi trabajo es protegerlo y llevarlo con la jefa con vida, así que el hecho de que su bendición no se haya activado es una excelente noticia. Por supuesto, eso no es razón para confiarnos, después de todo, nada asegura que el resto de nosotros salga con vida. Por lo mismo, nos moveremos con cuidado; y en caso de que recibiera una visión del futuro, no dude en decírmelo."
¡Te equivocas, Utada! Se vio tentado a gritar Subaru. Su artificio le había fallado, su engaño había resultado en su contra. Mientras Utada no supiera la verdad, creería que Subaru se encontraba fuera de peligro; lo cual no podía estar más alejado de la realidad. El joven podía sentirlo en su piel, en su carne, en sus huesos; su vida estaba al borde del abismo, y un mal paso lo llevaría de nuevo a la oscura muerte.
"No podría soportarlo…" Murmuró, tomando con fuerza su antebrazo derecho. ¿Acaso debía seguir expiando sus pecados? ¿Acaso el destino no se había cansado de jugar con él, con su patética vida? Utada pareció haberlo escuchado, pero antes de que tuviera la oportunidad de inquirir al respecto, Otto se unió a la conversación.
"Esperen, esperen. ¿De qué están hablando? No entiendo nada de lo que está pasando…" Otto, tanto consternado como nervioso, observó tanto a Subaru como a Utada, rogando con su mirada por una pronta respuesta que despejara sus dudas.
"Otto… Ya te había hablado de ello, ¿no es así? Mi Protección Divina… Aquella que me permitió salir airoso de todas las situaciones en las que me vi envuelto hace meses." Dijo Subaru, alejando la mirada de Utada y enfocándose de nuevo en su compañero. Otto inmediatamente asintió, dando a entender que estaba al tanto de todo ello. "A eso se refiere Utada. Creo recordar que nunca fui demasiado claro con ello, así que iré al grano, mi bendición no es como la tuya, que una vez aprendiste a controlarla lo suficiente, pudiste decidir cuando y donde activarla. Solo cuando mi vida se ve amenazada, solo cuando estoy cerca de encontrar mi muerte, mi Protección Divina se activa."
"Y no se ha activado…" Murmuró Otto, con un brillo de comprensión formándose en sus pupilas. Una vez entendió aquello de lo que Utada y Subaru estaban hablando, Otto finalmente pudo comenzar a retomar el control de sus emociones, mostrándose finalmente como el joven amable, tolerante y perspicaz que normalmente era. "En ese caso… ¿Cuál es el plan, Subaru? Sí dices que huyamos, entonces tal vez podré ser de ayuda, es en lo único que me considero verdaderamente sobresaliente." Afirmó Otto, sonriendo nerviosamente.
Otto finalmente había recuperado la compostura, sin embargo, ello no había resuelto mínimamente el problema con el que Subaru actualmente estaba lidiando; de hecho, solo lo había complicado. Ahora no solo su escolta, Utada, sino que además su compañero mercante, Otto, estaban esperando que él señalara el camino a seguir. Algo que el Subaru actual era incapaz de hacer.
"Utada, lo cierto es que, sin mi habilidad, no soy mejor lidiando con situaciones de crisis que un civil promedio, lo siento." Odiaba tener que admitir su debilidad, odiaba tener que reconocer que, sin importar cuando se había esforzado, ni siquiera era útil para aquello en lo que los demás contaban con él. Odiaba depender de los demás, pero no le quedaba otra opción más que hacerlo; era eso, o volver a sumergirse en las turbias aguas de la muerte. "Creo que entre los cuatro…" Subaru estaba por proponer una manera de resolver la encrucijada en la que se encontraban, cuando finalmente recordó que uno de los presentes aún no se había hecho notar.
No solo Subaru, sino que además el resto de sus acompañantes volteó a observar al joven artesano que no había pronunciado palabra alguna desde que Utada entregó la terrible noticia. Leith se encontraba paralizado, con una expresión de horror dibujada en su rostro, como si un ser fantasmal hubiera aparecido ante él y le hubiera despojado de su alma. Su piel, pálida como la de un cadáver, se encontraba empapada por el sudor y las lágrimas que corrían por su superficie.
Impactado por la descorazonadora imagen de su compañero, Subaru se propuso a hablarle, con la idea en mente de otorgarle palabras de fortaleza. Sin embargo, se vio en la necesidad de detenerse antes de tan siquiera empezar a hablar, un aliento seco fue todo lo que abandonó su boca. ¿Qué palabras de aliento podía darle a su compañero, si él mismo sentía como su interior comenzaba a desmoronarse por el terror que le causaba la sola idea de lidiar con los próximos eventos?
La muerte se estaba acercando, de eso no había duda, así que, ¿con qué mentiras podría engatusar a Leith para que lo acompañara por el espinoso camino de la incertidumbre? El futuro era incierto… No, eso no era del todo cierto; en efecto, el futuro estaba cubierto por una densa neblina, pero lo que ocultaba no eran más que mil muertes agonizantes. ¿Cuál de todas esas muertes sería el destino al que llevaría ese camino…?
¡No es momento de pensar de esa manera tan pesimista! Se reprendió Subaru a sí mismo, mentalmente. Su corazón roto y su espíritu fragmentado solo podían vislumbrar desenlaces de muerte, después de todo, todas las señales indicaban exactamente a esto mismo; no obstante, Subaru no estaba dispuesto a morir.
Temía a ese futuro incierto que se cernía sobre él, pero temía más a la muerte. Además, había prometido luchar, se había comprometido a no desfallecer ante panoramas desalentadores como esos. Debía seguir adelante, debía hacer todo lo posible por alcanzar su final feliz sin desfallecer en el camino, aunque tuviera que mancharse aún más sus manos de sangre, y sin importar que tan imposible pareciera lograr llegar a la meta. Con ello en mente, Subaru levantó su frente y miró al descorazonado Leith.
"¡Leith!" Exclamó, mirándolo fijamente a esos ojos nublados por la desesperanza. "¡Tenemos que salir de aquí! No es momento para dejar caer nuestros brazos en señal de derrota, tenemos que seguir adelante. Hemos luchado por nuestros futuros desde que nos encontramos, y no es momento para dejar de hacerlo. ¡Levántate, Leith! ¡Juntos, Utada, Otto, tú y yo saldremos de esta situación! No cometas el mismo error que yo, no dejes que el miedo te consuma…"
Una vez terminado su discurso, Subaru dejó fluir el silencio, inseguro de que sus palabras hubieran tenido el efecto deseado. Después de todo, se trataba de un discurso genérico, ni una sola palabra había surgido completamente de su corazón; había expresado lo que deseaba expresar, pero no había expresado lo que realmente sentía. Una ilusión… Solo la última oración poseía el suficiente peso, el suficiente significado, la suficiente cantidad de verdad. Y, aun así, resultaba muy hipócrita de su parte pedir aquello que él mismo era incapaz de cumplir.
Tras un instante de tensa expectación, los humedecidos ojos de Leith finalmente se movieron. Sus pupilas dilatadas se posaron sobre el trío de hombres que conversaba de pie, al lado de la mesa ubicada en medio de la habitación. Con sus labios agrietados por la resequedad, Leith finalmente respondió a las palabras de Subaru. "M-Mi… familia…"
"¿Uh?" Liberando un gesto de confusión, Subaru observó a Leith en silencio. Una fracción de segundo tardó su cerebro en procesar las dos palabras que había pronunciado su compañero. Una fracción considerablemente lenta, al menos comparada con la de su otro compañero, Otto, en quien se dibujó una expresión de agonía, que pronto Subaru imitó. Leith, su apreciado compañero, que incluso podría considerarse amigo, confidente… era el único cuya familia vivía en la capital.
En la parte baja de Lugunica, cerca del borde entre los barrios bajos y la zona comercial, se encontraba el hogar de nacimiento de Leith Hendar. Allí habitaban sus dos hermanos varones y su hermana, la menor, una niña de poco más de diez años. Sus tres hermanos vivían junto a sus padres, un veterano artesano, de quien Leith había aprendido todo del oficio, y una ama de casa. Leith rara vez hablaba de su familia.
La familia de Leith era todo para él, su razón para seguir adelante, su razón para perseguir su sueño. Leith era el mayor de cuatro hermanos, y había vivido por años en extrema pobreza. De no haber sido por la expansión del área comercial de la capital, propiciada por quien había sido la anterior cabeza de la familia Juukulius, Leith nunca habría conocido otra vida que no fuera aquella de los barrios bajos.
Gracias al oficio de su padre, Leith y su familia habían finalmente alcanzado subir ligeramente de clase social. Para un noble, no habría diferencia, sin embargo, para ellos implicaba la diferencia entre luchar cada día por llenar sus estómagos con comida, a contar con tres comidas diarias y una cómoda cama en la cual dormir al final de la agotadora jornada laboral de doce horas.
Leith rara vez hablaba de su familia, probablemente porque no se sentía digno de hacerlo. Él, el hijo que había salido de casa con la promesa de conseguir una mejor vida para sus padres y hermanos, para finalmente encontrarse con la terrible realidad. Una vida no sería suficiente para lograr tal objetivo; como un simple artesano, jamás le alcanzaría para mejorar aún más la situación económica de su familia.
Por ello, había renunciado a ese sueño y se había conformado con amasar el dinero suficiente para que sus hijos, y los hijos de sus hijos, no sufrieran una vida de pobreza como él lo había hecho en su niñez. Leith consideraba que no había hecho lo suficiente por su familia, consideraba que los había abandonado, por ello se abstenía de contaminar sus nombres con sus infieles labios; aun cuando finalmente había conseguido el éxito que pensó imposible, y había estado enviando un porcentaje importante de sus ingresos de la Operación Reinvención a sus padres.
Leith raramente mencionaba a su familia, pero ello no significaba que no los amara. Leith adoraba a sus familia. Y ahora, su familia se encontraba en medio de una ciudad asediada por el grupo de antisociales más temido por los habitantes de ese mundo. Su familia se encontraba en peligro crítico, y Leith, pálido y tembloroso, imploró a sus compañeros, a sus amigos, con una llorosa mirada.
¿Qué espera Leith que hagamos? Se preguntó Subaru, frustrado. Ni siquiera tenían idea de hacia dónde escapar. Ni siquiera estaban seguros de su propia supervivencia. ¿Qué podrían hacer ellos por él? Eran sus compañeros, correcto, pero estaba fuera de sus manos el poder hacer algo por su familia. Subaru quería asegurarle que los salvarían. Pero, ¿cómo podría pronunciar semejante mentira? ¿Podrían sobrevivir acaso ellos mismos?
"¿Utada?" Preguntó Subaru, moviendo su mirada hacia su guardaespaldas; pasando así la responsabilidad de decidir a éste. Utada, ¿hacia dónde nos dirigiremos? Eso es lo que trasmitía su mirada. El guerrero de agudos sentidos no tardó en comprender las cobardes intenciones de su superior.
"Mis ordenes son llevarlo con Anastasia-sama en caso de que una situación como ésta surja, señor. Sin embargo, seguir esas órdenes puede no ser la mejor opción, debido a las circunstancias de la ciudad. Por eso mismo, considero que su criterio debe de ser el que determine la decisión final." Respondió Utada sobriamente, causando que Subaru maldijera hacia sus adentros.
Utada tenía ordenes que exponían a Subaru al peligro, por ello se había abstenido de tomar una decisión apresurada. Dejaría que Subaru decidiera por sí mismo, para así no cargar con la responsabilidad del desenlace. ¿Era acaso que el guerrero estaba pensando de esa manera? ¿O simplemente confiaba ciegamente en la falsa perspicacia de Subaru?
Subaru, considerando que la respuesta a las anteriores preguntas no poseía el suficiente valor en ese momento, observó firmemente a Utada y le cuestionó. "¿Cómo era el estado de la ciudad cuando entraste a avisarnos del ataque? ¿Qué zonas estaban atacando?"
"Me pareció que la zona comercial y la parte baja del área de clase alta, Subaru-sama. Escuché indicios de lucha en el mercado ubicado a unas cuadras de aquí, y estos fueron precedidos por una columna de humo; así fue como me percaté de que la ciudad estaba bajo ataque."
"En ese caso, definitivamente no contamos con mucho tiempo." Murmuró Subaru, bajando la mirada. Estaba por continuar con el interrogatorio, cuando Otto se le adelantó.
"Ehmm… Utada-san… ¿Cómo es que sabes que se trata del Culto de la Bruja? ¿No podría tratase de disturbios? Con una reunión de las candidatas de la Selección Real teniendo lugar actualmente, honestamente no me sorprendería…"
"Por su olor." Respondió Utada, señalando su nariz. "Aquellos cercanos a la bruja poseen un olor particular, lo sé porque mi pueblo fue atacado por ellos cuando solo era un cachorro. No confundiría el olor de esos cerdos en ningún lugar. Y no es un olor cualquiera, es uno denso, maligno, extremadamente repugnante y estremecedor… Estoy seguro de que más de un Arzobispo del Pecado se encuentra en la capital."
Ante la respuesta de Utada, la expresión de horror de Leith se hizo considerablemente más evidente, sus pupilas, completamente dilatadas, se posaron en el suelo mientras con su mano detenía el avance del vómito que amenazaba con salir de su garganta. La piel de Otto palideció tres tonos más, sin embargo, el comerciante logró mantener la compostura.
Subaru, sintiendo como su corazón latía a velocidades de infarto, miró a Utada con urgencia. "Debemos ir junto a Anastasia. Existe la posibilidad de que en el castillo no sepan aún de que los atacantes son el Culto de la Bruja, menos aún que hay varios Arzobispos del Pecado involucrados, por lo que es nuestro deber partir hacia allá. Además, con la reunión de candidatas teniendo lugar, es sin lugar a duda el lugar más seguro del reino; y a la vez el más inseguro. Es muy posible ese que sea su objetivo."
"Subaru… ¿Podríamos desviarnos un poco y pasar por mi familia?" Una vez Subaru dio por finalizada la declaración de su conclusión, Leith fue quien, con aquella mirada suplicante, pidió a Subaru que hicieran una parada en su hogar de nacimiento. Subaru se vio tentado a negarse, pero, recordando todo lo que Leith había hecho por él, fue incapaz de hacerlo.
"Está bien… Lo haremos." Afirmó Subaru, obteniendo una esperanzada sonrisa por parte de Leith. Otto no estuvo ausente de una reacción; asintiendo satisfecho, Otto agradeció silenciosamente por el gesto. Suspirando, nervioso, Subaru continuó. "Iremos al castillo; mientras nos dirigimos allí, evitaremos lo más posible las áreas en conflicto y haremos una parada en la casa de los padres de Leith. Utada, tú no conoces tan bien la capital, así que quédate atrás y asegúrate de que no nos ataquen. Leith, tú te encargarás de guiarnos hacia la casa de tus padres…"
Emilia y su facción, Crusch Karsten y su facción, dos candidatas al trono de Lugunica, dos personas de gran relevancia en el país; Subaru había jugado con sus destinos. Para bien o para mal, Subaru había alterado las vidas de ambas mujeres mediante el uso de su habilidad antinatural. ¿Qué tan diferentes habrían sido sus vidas si Subaru nunca se hubiera entrometido? ¿Emilia habría muerto? ¿Crusch habría vivido?
¿Qué tanto habría cambiado el curso del destino si nunca hubiera interferido en sus vidas? Emilia podría haber muerto a manos de la Cazadora de Entrañas, incluso antes de que su candidatura fuera revelada. Crusch podría nunca haber participado en la cacería de la Ballena Blanca. ¿Qué tanto habrían sido alteradas sus providencias si hubiera interferido más en sus vidas? Emilia tal vez nunca hubiera tenido que sobrellevar todos aquellos eventos de muerte que marchitaron su espíritu. Crusch tal vez podría haber sido salvada, junto a todos los guerreros bajo su mando.
Tantas vidas pendieron de sus manos, tantas vidas terminaron filtrándose de entre sus dedos. Subaru tal vez lo había hecho de manera inconsciente, pero eso no cambiaba el hecho de que se había convertido en el director de orquestra en el concierto del destino de cientos de personas. De sus decisiones, dependían los futuros de tantos como sus ojos pudieran observar. Sin quererlo, Subaru había jugado con todas esas vidas…
No es mi responsabilidad, no es mi responsabilidad; se había repetido incesantemente. ¿Por qué debería salvar a Crusch Karsten y todos sus subordinados? ¿Por qué el futuro de Emilia debería concernirle? Era un pensamiento egoísta, formulado por un joven atemorizado y mentalmente agotado. En sus manos bailaban los destinos de ambas mujeres, y cuando se había percatado, había preferido mirar hacia otro lado.
Sin embargo, tras todo lo ocurrido con Emilia, se sentía una vez más en deuda. Él le había dado la espalda a la chica que le tendió la mano, y ahora que el presente de ella se encontraba manchado por la sangre derramada por sus aliados, la culpa le pesaba como si cada gota de ésta fuera de acero. Ríos de sangre corrían por la rivera de su vergüenza. Subaru se sentía endeudado, se sentía culpable, se sentía responsable.
No era su responsabilidad, pero su accionar, y su inacción, habían alterado enormemente las vidas de aquellos que se habían relacionado con él. Con la excusa de que era en beneficio de su jefa, Subaru había ignorado el desvanecimiento de Crusch Karsten; era demasiado tarde para ella. No obstante, Emilia aún seguía con vida, su candidatura seguía en píe.
Es mi oportunidad para pagar por mis pecados, pensó Subaru, mientras corría por las devastadas calles de Lugunica. Sus antebrazos ardían, las náuseas le hacían cada paso un infierno y su cabeza amenazaba con explotarle, sin embargo, Subaru siguió adelante. No se sentía preparado para lidiar con aquello que se encontraba al final del camino que estaba recorriendo, pero ya era demasiado tarde para seguir dudando. Era demasiado tarde para que el temor y los traumas le detuvieran.
"¡Aquí, a la derecha!" Exclamó Leith, señalando un cruce teñido por la sangre de las victimas que estampaban las calles. En silencio y sin tan siquiera mostrar señal alguna de que lo había escuchado, los tres hombres restantes siguieron a Leith en un sepulcral silencio. Desde que abandonaron la casa de Leith, ni una sola palabra había sido pronunciada, y ello no se debía al temor de que pudieran localizarlos; el espectáculo que tenía ante sus ojos era tan espeluznante, que les había robado las palabras.
Las miradas de todos los presentes se mantuvieron en alto, en sus pupilas no se reflejaba la imagen catastrófica resultado del ataque del Culto de la Bruja. Con la mirada en blanco y una expresión de angustia, Leith se esforzó por ignorar las evidentes señales de fracaso que le rodeaban. Otto sabía que estaban buscando un superviviente entre miles de cadáveres, y que lo lógico sería dar media vuelta y escapar en dirección al castillo, pero no podía hacerle eso a su amigo.
Utada le lanzó una inquisitiva mirada a Subaru. Si el joven al que escoltaba no decía lo contrario, seguiría con esa farsa. Utada sabía que era demasiado tarde, ya todos en esa zona estaban muertos, prueba de ello era el cuadro de muerte que había sido pintado en las calles de la capital y la ausencia de sus creadores. Una sola mirada bastaría, su trabajo no era cuidar ni del mercader ni del artesano, ambos eran reemplazables. No obstante, esa mirada no llegó. Pisando el cráneo cercenado de un anciano, el guerrero gruñó mientras se adentraba en las calles del distrito comercial.
Subaru no estaba observando la masacre que se encontraba frente a él. Niños rebanados, con sus vestiduras reducidas a montones de hilo. Hombres degollados, con dagas clavadas en sus ojos, asemejándose a afilados lentes. Mujeres desolladas, con sus úteros rellenados de acero, simulando un perturbador embarazo de violencia. Ancianos golpeados hasta que sus carnes fueron convertidas en algo que se podría encontrar en los despojos de una carnicería…
Ríos de sangre corrían bajo sus pies, intestinos colgados frente la puerta de cada casa servían como encarnecidas decoraciones, mientras que platillos de ojos, orejas y narices en cada puesto de comida prometían un festín caníbal. Piernas, manos y torsos rebanados, aligeraban y suavizaban cada paso, mientras recorrían las calles que una vez fueron de piedra. Carne y sangre era todo lo que sus ojos podían alcanzar a ver en ese mundo de violencia, sin embargo, Subaru era incapaz de verlo.
Después de todo, hacer algo por Emilia debido a la culpa, no dejaba de ser algo secundario en su mente. Subaru tenía claras sus prioridades… No había interferido en su vida después de haber fallado a su promesa, y la vida de Emilia había tomado un curso espinoso, en el que grandes horrores pavimentaron su camino hacia el actual presente. No había hecho nada tras enterarse de lo ocurrido con Crusch Karsten, y ella había sido olvidada por la historia, dejando atrás una catástrofe irreversible.
No podía permitir que eso ocurriera con Anastasia Hoshin. Su jefa debía vivir para presenciar el amanecer de un nuevo día. Subaru no permitiría que Anastasia muriera sufrimiento como lo había hecho en Priestella. Aún se encontraba incompleta… La chica que todo lo deseaba, todavía no lo tenía todo. Sí algo ocurría, y él no se encontraba cerca de ella para revertirlo, sería el final de su camino hacia el final feliz que tanto anhelaba.
No deseaba morir, pero por Anastasia haría la excepción. Odiaba la muerte, pero por ella la abrazaría. Le aterrorizaba la negrura de la muerte, pero por Anastasia Hoshin se sumergiría en ella. Por ella se mancharía de sangre cuanto fuera necesario. Anastasia Hoshin era una pieza clave de sus planes, la necesitaba para seguir adelante. Soportaría masacres descarnadas como la que tenía frente a él, si implicaba alcanzar su objetivo. Sus brazos ya estaban marcados por sus pecados; no podía pretender que su camino no fuera uno corrupto por la sangre.
¿Informar a Anastasia y al resto de las candidatas? ¿Llegar a un lugar seguro? No eran más que excusas, factores secundarios. Su verdadera razón por llegar al castillo era prevenir la pérdida de su jefa, su compañera, su amiga; en sus manos danzaba el destino de Anastasia Hoshin. Y a diferencia de Emilia y Crusch Karsten, Subaru si se consideraba responsable de mantener a la hermosa dama comerciante de Kararagi con vida; después de todo, lo había prometido, y no rompería una promesa nunca más… Todos los sacrificios que había hecho a lo largo de su camino, era por sus objetivos, y los de ella.
"¡Aquí!" Exclamó Leith, señalando una casa de madera.
Fue entonces que Subaru finalmente salió del trance en el que se encontraba. Esa era la primera parada, y la última. Después de ello, habría pagado el favor de Leith, y no tendría nada más que hacer allí. Sus pupilas entonces se dilataron, observando plenamente por primera vez el espectáculo de sangre y carne que le rodeaba. La casa que señalaba Leith, con su mirada carente de cordura, estaba parcialmente derrumbada; una enorme agujero con forma de mano marcaba el inicio del fin de lo que alguna vez fue el hogar de la familia de su compañero artesano.
"Leith…" Murmuró Otto, esforzándose por ocultar el asco y el horror que afloraban en su interior. Tanto Otto como Subaru, a duras penas estaban conteniendo las ganas de vomitar, pues órganos rojizos decoraban las paredes de la parcialmente demolida casa de madera. Cinco pares de ojos servían como decoración de su puerta, cinco pares de ojos que recibían silenciosamente a todo aquel que se aproximara al porche de la casa.
"Voy a entrar." Informó Leith, para inmediatamente hacer como había dicho. En silencio, los tres hombres restantes esperaron fuera de la casa visceralmente decorada, ninguno mostró señales de tener la intención de moverse, hasta que un desgarrador grito proveniente de los despojos a los que acaba de entrar Leith llegó a sus oídos.
El primero en entrar fue Otto, quien no tardó en regresar con una mano sobre su boca, fallando aun así en contener los chorros de agrio vómito que se filtraban de entre sus dedos. Subaru, lentamente, relevó a su compañero comerciante y entró al lugar, seguido de cerca por Utada. El cuadro que había sido pintado en el interior de la casa de madera superaba, por mucho, los infernales bocetos que podían ser vistos en la calle.
Cuatro cuerpos, todos contorsionados en posiciones de lo más antinaturales, rodeaban un quinto cuerpo de menor tamaño que los demás. Todos habían sido desollados, todos habían sido despojados de sus órganos oculares, y todos señalaban al quinto cuerpo en el centro. El pequeño cuerpo de la niña, el pequeño cuerpo de la hermana menor de Leith Hendar, era el "plato principal". Dentro de sus cuencas oculares habían sido insertados todos sus dientes, en su boca habían sido forzados los órganos viriles de los varones de la familia. El cuerpo había sido decapitado, y su cabeza descansaba en lo que había sido el vientre de la niña, cuyas extremidades habían sido arrancadas de cuajo e insertadas en su cavidad vaginal. Tanto los dedos de la mano, como los de dos de sus pies, eran visibles sobresaliendo de su rebanado vientre, y servían como pedestal para la decapitada cabeza.
"Utada…" Alcanzó a pronunciar Subaru, entre arcadas. "Debemos partir hacia el castillo…" Alcanzó a decir, antes de ceder a la necesidad de expulsar todo el contenido de su estómago. "¡De inmediato!" Forzándose a mantenerse en pie, Subaru miró a Utada, y luego al horizonte sangriento visible gracias a la ausencia de gran parte de las paredes de madera y el techo. A lo lejos se veía el castillo, y un infierno en la tierra era lo que necesitaban cruzar para llegar allí. La muerte finalmente lo había encontrado…
