Episodio 84: Holy orders
- ¿A Erik, decís? – preguntó Simon, adoptando actitud defensiva - ¿Y no acabaríais antes buscándolo directamente?
- ¡Oh! Es que tú estabas más cerca – contestó Freya con una divertida sonrisa - ¡Así que pensamos que ganaríamos más tiempo si te lo sonsacamos!
El joven Belmont sonrió nerviosamente.
- Je… ¿Y qué os hace pensar que sé dónde está?
- Eres su hermano – intervino Sigfrido – es imposible que no lo sepas.
- Pues no lo sé – mintió – los dos buscamos lo mismo, pero seguimos caminos separados.
- Es el intento más patético de protección que he visto en toda mi vida – juzgó Alberich con una sonrisa de suficiencia – Es vox populi que Erik Alexer, Luis Rafael y tú viajáis juntos, así que deja de tomarnos por tontos y dinos de una vez donde está.
- Lo siento – respondió el muchacho, metiendo ambas manos en los bolsillos – pero no.
- ¿Te opones a la Iglesia, chico? – el tono de Alberich era casi amenazante, lo que no amedrentó lo más mínimo al Belmont.
- ¿Iglesia? ¡Yo aquí sólo veo tres fantoches trajeados!
- Sigfrido…
- ¡Sí!
El agente rubio desapareció para volver a mostrarse golpeando a Simon en el estómago, que cayó al suelo a causa de la velocidad y fuerza del impacto.
- No tendremos ningún problema en sacártelo por la fuerza – avisó el agente rubio – así que yo que tú desembucharía.
El joven se incorporó sin mucha dificultad, limpiándose con la manga de la chaqueta un poco de saliva que había derramado con el golpe.
- Como habéis dicho antes, Erik es mi hermano ¿¡De verdad creéis – se puso en guardia, preparado para recibir otro golpe más – que os revelaría nada sobre él!?
- Lo sea o no – le replicó el pelirrojo – existe una razón por la que lo estamos buscando: tal vez no lo sepas, pero sospechamos que Erik Alexer da apoyo a una criminal.
- Ya… "sospechamos" ¿Verdad? No es que sepa muy bien de qué van estos rollos, pero no se suele poner en busca y captura a alguien hasta que es algo más que un sospechoso…
- Te lo diremos una última vez: Si no nos dices nada, lo pasarás muy mal.
- ¡Hazle caso! – añadió la muchacha con una casi antinatural alegría - ¡Alberich da mucho miedo cuando se enfada!
- ¡Ja! ¡Yo doy más miedo todavía!
Iba a continuar, pero un certero golpe de Sigfrido le cortó la respiración y casi lo derriba de nuevo; esperándose otro, alzó la rodilla izquierda a la altura del estómago, logrando detener momentáneamente al agente y quitárselo de en medio con una previsible patada que éste esquivó, dejando aparecer detrás suyo a Freya, que le atizó un tremendo directo en el rostro, mandándolo a volar varios metros antes de caer al suelo, sangrando abundantemente por la nariz.
¿¡Qué pasaba con aquella chavala!? Tan poquita cosa que parecía… ¡y era más fuerte que Erik!
Y eso no era todo: Sigfrido se movía más rápidamente que Luis, y Alberich… no podía saberlo, no lo había visto en acción todavía, pero le daba una sensación… rara.
Con una mano en la cara, conteniendo sin mucho éxito la hemorragia de su nariz, se incorporó de nuevo mientras los miraba ¿Cómo podía afrontarlos? Sin su látigo se sentía desnudo.
"descuidado, impulsivo, cegato, alardeas demasiado, observas poco y haces demasiados movimientos innecesarios"Aquel fue el juicio que Erik le había dado dos días atrás y, mal que le pesara reconocerlo, llevaba razón, de hecho sabía que ya había cometido algunos de esos errores, pero… ¿Qué podía hacer al respecto?
- ¿Nos lo dirás? – le preguntó Alberich desde la lejanía - ¿O quieres recibir un poco más?
Sonriendo, destapó su rostro, refregando con la manga del chándal la poca sangre que manaba de su nariz.
- Ni de coña os voy a decir nada de mi hermano.
Ésta decisión obtuvo como respuesta otro golpe de Sigfrido, pero de alguna forma el Belmont supo exactamente cómo moverse para minimizar el daño todo lo posible, lo que le permitió responder con otro puñetazo a la cara del agente y saltar sobre él para abalanzarse contra los otros dos, de los cuales fue Freya la que salió a su encuentro, Simon trató de evitarla, pero ésta se pegó a él y le propinó un rodillazo que contuvo con ambas manos, sintiendo como si los huesos de estas se pulverizaran.
- ¡Oh, venga! – dijo ella tras empujarlo hacia atrás para mirarlo a la cara mientras lo sujetaba por el hombro - ¿De verdad quieres alargar esto? ¡Todos salimos ganando si nos lo dices!
El muchacho no respondió, sólo se inclinó hacia delante con todas sus fuerzas para contraatacar con un cabezazo que sonó como si dos cocos se hicieran añicos tras estrellarse, dejándolos a los dos frotándose la frente de puro dolor, pero él se repuso antes, la sorteó y corrió derechito hacia Alberich, sin embargo, poco antes de alcanzarlo sintió la mano de Sigfrido agarrar firmemente la capucha del jersey y tirar de él con fuerza, para acto seguido arrearle un puñetazo idéntico al que él le había propinado con anterioridad.
"Nada" pensó "No importa lo que me esfuerce. Son tres contra uno ¡No puedo ganar!"
- Yo que tú dejaría de resistirme – espetó Alberich – es un consejo, en serio. Si quieres salir entero de ésta sólo dinos donde está tu hermano.
Mientras tanto el buscado Erik, ajeno a lo que ocurría en la calle, estaba de nuevo enfrascado en su ya odiado tomo, página por página, incapaz de descifrar una sola palabra – si es que aquello eran palabras – e irremediablemente frustrado por el continuo fracaso.
- ¿Por qué no dejas eso? – le preguntó François, asomándose por un momento a la puerta de la habitación – No estás descansando, y vas a acabar hecho polvo.
- No puedo – gruñó el pelirrojo de mala gana - ¿¡Y si encuentro la manera de descifrarlo!?
- ¿Leyendo el libro? Dios ¡Tienes que estar de coña!
Erik alzó la vista para mirarlo.
- ¿Y donde si no voy a encontrar la respuesta?
Por respeto más que nada, el francés contuvo una carcajada.
- Pero vamos a ver ¿¡Has decodificado uno así alguna vez!? ¡No vas a encontrar el código en el propio libro!
El Belmont continuó mirándolo en silencio durante un minuto, después articuló un escueto e imperativo "Continúa"
- Mira, de esto no entiendo mucho – prosiguió – pero un libro con una codificación tan compleja debe tener un códice en alguna parte ¿no te parece?
Decepcionado y mosqueado, el pelirrojo bufó.
- Ya miramos en la biblioteca… ¡Y nada!
- Pero vamos a…
Elisabeth llegó a su espalda, con el niño en brazos, interrumpiendo.
- ¡Pero vamos a ver, criatura! – se dirigió a él - ¿No eras un cerebrito? ¿Es que no sabes nada de Francia o qué? ¡Este país está lleno de abadías! ¡Haz el puto favor de volver a la biblioteca y documentarte un poco!
Suspirando e inclinándose para atrás, el joven les preguntó con tono cansado.
- ¿Y qué tienen que ver las abadías con esto, pareja?
Ahora fue Luis quien, exasperado, apareció detrás de ellos.
- A ver, cabezabuque ¡Las abadías tienen bibliotecas! Por muy grandes que digas que es la de París ¡No contiene todos los libros de todo el puto país! Y además ¡Es obvio que no vamos a encontrar el códice de un libro cifrado en el mismo lugar en el que se encuentra!
Aquella mezcla de bronca y consejos cambió un poco la expresión de Erik, que ahora los miraba con una sonrisa contenida y las cejas alzadas.
- ¿Os habéis puesto de acuerdo para esto o qué?
- Llevamos como media hora hablándolo.
- Descifrando no serás gran cosa – se burló el español – ¡Pero concentrándote eres el puto amo!
Ampliando su sonrisa, pero sin poder evitar torcer el gesto por su evidente estupidez, Erik cerró el libro y los miró fijamente.
- ¿Pasa algo? – preguntó François, extrañado.
- Sí, que desentaponéis la puerta, que tengo ganas de mear. Y estáis tapando la luz.
Entre risas y cachondeo dejaron al Belmont ir al servicio a hacer sus necesidades; dispersados de nuevo en el salón – Luis jugueteaba con el pequeño René – lo vieron reaparecer ajustándose los pantalones con las manos mal secadas.
- ¿Me proponéis empezar por alguna en concreto?
- No se me ocurre ninguna en particular – respondió Fran – el país está lleno de ellas…
- Naturalmente tendría que ser por las más cercanas – comentó el pelirrojo para sí mismo – Luis – lo miró directamente - ¿Me acompañarás?
- No, me temo que no puedo – respondió el aludido sin dejar de hacerle cosquillas al crío, que se lo estaba pasando pipa – o más bien no debo, me toca seguir con el caso de los niños – relajó sus manos mientras su rostro adquiría tintes serios – con tanta batalla seguida y las convalecencias no nos hemos movido más allá de lo del libro, así que tendré que volver a comisaría.
- Entiendo… - ya había regresado a la habitación, y hablaba desde allí mientras se vestía – La verdad es que lo hemos dejado pasar demasiado tiempo…
- ¿Vas a comenzar la búsqueda ahora? – lo interrogó el francés, que leía una revista.
- No – Erik salía de nuevo vestido con sus sempiternos pantalones de pinza, su camisa negra y su corbata color rojo anaranjado – Voy a la biblioteca, a informarme sobre las Abadías más cercanas, a ver qué consigo averiguar.
- Sí, será lo más inteligente – juzgó Elisabeth - Pero ¿Por qué no tiras de internet como hasta ahora?
- ¿Estás de coña? – respondió el Belmont, regresando a la habitación de invitados por un momento - ¡Necesito algo de aire! Además, jamás creí que diría esto, pero – volvió a salir, guardado en los bolsillos lo que parecían sus efectos personales – voy a acabar aborreciendo estar delante de la pantalla de un ordenador.
Palpó cada uno de los bolsillos, repasando en voz baja todo lo que debía llevar – "Llaves, cartera, tarjetero y móvil ¡vale!" – y después se dirigió a la puerta principal, despidiéndose de todos los presentes antes de emprender la marcha con un animado "¡Nos vemos!"
Entre tanto, de regreso al Boulevard Saint-Michel, Simon continuaba su batalla contra Alberich, Freya y Sigfrido, habiendo dañado considerablemente el firme en el transcurso del combate y encontrándose el joven en un estado bastante desastroso a causa de los golpes, pero como de costumbre estaba lejos de rendirse; de hecho, acababa de atrapar al trío de agentes en su Holy Seal.
Jadeando y limpiando con la manga de su chándal el hilo de sangre que caía por la comisura de sus labios, miró fijamente a Alberich y Sigfrido, sorprendidos al verse privados repentinamente de movimiento.
- Esto qué… ¿¡Qué diablos has hecho, chico!? – preguntó el agente rubio mientras luchaba por separar los pies del suelo.
- El Holy Seal… - observó el pelirrojo - ¿O es distinto? – bajo aquellas gafas de sol, el Belmont sintió los ojos inquisitorios del agente escudriñarlo con frialdad – Somos agentes de la iglesia, se supone que esto no debería afectarnos.
Simon sonrió burlonamente con orgullo al escuchar aquello.
- ¡Venga ya! ¿Siendo de la iglesia no sabéis cómo funciona el Holy Seal? – se burló - ¡Pardillos! El Holy Seal y todas las técnicas de su tipo funcionan contra cualquiera que posea malas intenciones ¿¡No teníais ni idea de…!?
No pudo terminar, de repente una delicada mano de hercúlea fuerza lo volteó violentamente y, antes de poder ver de quien se trataba, recibió un puñetazo en el plexo solar que lo dobló, dejándolo sin respiración; un segundo después, esa misma mano lo agarraba firmemente por el cuello y lo alzaba, suspendiéndolo en el aire. Sólo en ese momento pudo ver al atacante.
- F… ¡Freya!
No, sus ojos no le engañaban, era la agente femenina de perenne sonrisa y ánimos extrañamente exagerados quien ahora lo tenía a su merced, pero su expresión había desaparecido para dar lugar a otra muchísimo más particular: Vacía, sin emoción ninguna, como la de una muñeca de porcelana o un autómata.
- N-no… no puede ser… ¿Cómo has escapado al… sello…?
- Tú mismo has respondido a esa pregunta, Simon – respondió Alberich desde detrás – toda persona con sentimientos o emociones negativas, como agresividad, por ejemplo, resulta afectada por las técnicas sagradas… Freya es la excepción.
Mientras el agente seguía hablando, el joven no apartaba la vista del rostro antinaturalmente inexpresivo de la muchacha.
- Freya – prosiguió – es el orgullo de nuestra división, ya que carece de todo tipo de emociones.
- Eso es… ¡absurdo!
- Me temo que no – contestó Sigfrido – y tú mismo lo estás comprobando.
- Ahora… nos dirás donde se encuentra tu hermano – le apremió el pelirrojo – Como ya te dije antes no tendremos ningún problema en sacártelo por la fuerza… y ya no te queda ninguna opción.
Mientras hablaba, la expresión de la agente cambiaba, pasando a una sonrisa escalofriante.
- Será mejor que lo hagas… - repitió ella – Alberich es muy peligroso cuando se enfada… - apretó repentinamente la mano sobre el cuello del muchacho, asfixiándolo - ¡Y yo también!
- L-lo único que voy a deciros… es que… os equivocáis…
Sigfrido alzó una ceja.
- ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó con socarronería - ¿Es que se te ha ocurrido algo más?
Simon rio con debilidad, usando el poco aire que podía coger.
- S-sí… algo que sienta como… una patada en los huevos…
Repentinamente se sujetó al brazo de Freya con ambas manos y unió las piernas, encogiéndolas para después liberar una potente patada en el pecho de la joven, que gritó de dolor y aflojó su presa, pero el Belmont no cayó, si no que aprovechó la patada para coger impulso y, en el movimiento, derribar a la agente; al mismo tiempo Sigfrido trataba de contraatacar, pero Simon respondió girando sobre sí mismo para propinarle una patada en el cuello y aterrizar justo delante de Alberich. Justo en el momento en que ambos estaban a punto de intercambiar ataques otra presencia más se interpuso.
- ¡YA BASTA!
Los cuatro contendientes se quedaron paralizados y miraron al lugar de procedencia de la orden, donde ahora aparecía una figura, caminando hacia ellos, cuya presencia era más que familiar para el Belmont.
- ¡Genya Arikado! – exclamó entre dientes.
- ¡Señor Arikado! – profirieron a su ver los tres agentes, en tono marcial.
El agente, que se dirigía hacia el grupo a paso rápido, traía las manos en los bolsillos y una expresión severa. Por alguna razón parecía imponer respeto a Sigfrido, Alberich y Freya.
- ¿¡Qué demonios está pasando aquí!? – preguntó con firmeza una vez se reunió con ellos, aunque permaneciendo a una distancia prudencial - ¡Se supone que estabais buscando a Erik Alexer Belmont!
- ¡Oh! ¡No se enfade, Señor Arikado! – replicó Freya, recuperando su antinatural alegría - ¡Eso estábamos haciendo!
- Nos encontramos con Simon Belmont, y pensamos que sería más rápido interrogarlo – explicó Alberich.
- ¡No digáis tonterías! – los silenció rápidamente Arikado - ¡Simon no tiene nada que ver con el asunto Erik! ¿¡Sois conscientes de lo que podría acarrear esto con la hermandad de la luz!?
- ¡ARIKADO!
El grito de Simon interrumpió la bronca de la misma forma que el japonés había interrumpido la batalla, dejándolos a todos en silencio.
- ¿¡TÚ TAMBIÉN VAS DETRÁS DE MI HERMANO!?
El aludido guardó silencio.
- ¡Por tu aviso en la hermandad creí que nos ayudarías PERO SI ESTÁS CONTRA NOSOTROS ¡ENTONCES ACABAREMOS LO QUE EMPEZAMOS EN EL TEMPLO!
Sin dar tiempo a una respuesta por parte del agente, Simon se lanzó contra él, furioso; lo vio realizar aquel extraño movimiento con su brazo y, ésta vez sí, pudo ver cómo cuatro llamas blanquecinas emergían tras su espalda y lo embestían, logrando evitarlas todas y preparándose para atacar una vez estuvo lo suficientemente cerca.
- ¡Líbrate de esto si puedes! ¡HOLY F-!
De nuevo el frío mortal, de nuevo la sensación de desmayo, de nuevo la misma derrota. Pero… ¿Cómo había podido pasar?
Mientras sus fuerzas se desvanecían, vio las mismas cuatro luminarias volar de nuevo en dirección a Arikado y perderse en la inmensidad del cielo.
- Estúpido… – le espetó éste mientras lo sujetaba con una sola mano por la barbilla, evitando su caída – las almas convocadas por el Tetra Spirit van y vienen hasta que derriban a su presa. Evitándolas una vez no anulas el ataque.
Mantuvo su mirada fija durante unos instantes en el Belmont, hasta que la desvió hacia el trío de agentes.
- ¡Vosotros tres! – los llamó - ¡Venía a deciros que he obtenido informaciones de que Erik Belmont se encuentra en la parte Nor-noroeste de la ciudad! ¡Id para allá INMEDIATAMENTE!
- Pero…
- Yo me encargo de interrogar a Simon ¡Vosotros largaos!
Tras un instante de duda, desaparecieron con un sonoro "¡SI!" mientras Genya alzaba su otra mano por encima de la cabeza del Belmont, aparentemente con la clara intención de atacarlo.
- ¿A qué coño esperas? – le preguntó éste, débil – haz lo que quieras, no pienso abrir la boca.
- Eso es, exactamente, lo que quiero que hagas – respondió el agente, mientras cerraba los ojos.
No podía explicarlo, pero tras aquellas palabras el Belmont comenzó a recuperar sus fuerzas, primero las espirituales, y luego…
"Reverse Dark Metamorphosis"
- ¿Qué está pasando…?
- He dicho que no te muevas…
Desobedeciendo parcialmente sus indicaciones, alzó la vista todo lo que pudo, y a duras penas vio que la mano de Arikado sangraba profusamente sobre su cabello, pero la sangre, en lugar de alcanzar su cabello, se "evaporaba" sobre él mientras el dolor de las contusiones desaparecía.
- Bueno… esto ya está.
El agente lo soltó sin previo aviso, no pudiendo sujetarse el Belmont y dándose un morrazo de contra el asfalto, acompañado por el comentario de Genya, no se sabe si jocoso o no, de "eso ya no pienso curártelo"
- Estabas haciendo footing ¿no? – preguntó a Simon mientras se levantaba.
- Pues… sí ¿por?
- Demos un paseo.
Accediendo sin mucho entusiasmo, el joven se unió a Arikado en una larga caminata que los llevó a uno de los numerosos puentes que cruzaban el río Sena, donde se detuvieron a contemplar su flujo.
- ¿Qué… hacemos aquí exactamente? – lo interrogó el chico en un intento de romper el silencio imperante.
- Relajarnos – contestó escuetamente el agente.
- ¿Y ya está?
Arikado sonrió levemente.
- ¿Se te ocurre otra razón mejor para observar el fluir del agua de un río?
El Belmont se calló, no ocurriéndosele ninguna respuesta a aquello.
- Simon… ¿Sabes quienes eran esos agentes? – preguntó repentinamente el japonés.
- Pues… agentes de la iglesia ¿no?
- Exacto, agentes de la iglesia: Sigfrido Bossi, Freya Oldrey y Alberich Graves… enviados para capturar a tu hermano, y yo estoy al mando de los tres.
- Sí, ya me di cuenta de eso – replicó el muchacho, torciendo el gesto – Son bastante fuertes…
- Son muy fuertes, de los mejores del cuerpo – concretó el agente – algo que me temo que ya has podido comprobar.
Otro minuto de silencio.
- ¿Y por qué van detrás de mi hermano? ¡Si no ha hecho nada!
- Si han decidido hacerlo, debe ser porque Erik ya tomó su decisión…
- ¿Decisión?
- Ha elegido proteger a Claire Simons ¿verdad?
- Pues… sí, sí que lo ha hecho.
- Ya veo…
- Pero – Simon, que estaba completamente echado sobre la baranda, se alzó sobre sus brazos - ¡Los únicos que lo sabemos somos nosotros tres y los Lecarde! ¿¡Cómo ha podido enterarse la iglesia!?
- Créeme, eso me gustaría saber a mí también, Simon…
El joven Belmont apretó ambos puños, se estaba poniendo nervioso.
- Si vuestro deber es atrapar a mi hermano ¿Por qué los has mandado en dirección contraria? ¿Y por qué me has ayudado?
- El deber de tu hermano era capturar a Claire, y ha elegido protegerla – alzó la vista para mirar al cielo – no hay que ser muy listo para saber que todo humano puede tomar sus propias decisiones… mírame en el espejo de tu hermano, y lo comprenderás.
Tras estas palabras, Arikado terminó de erguirse y metió sus manos en los bolsillos, recuperando su habitual compostura.
- Deberías tratar de advertir a los vuestros de que van a por vosotros. Esto no sólo incumbe a Erik, si no que meterán en el saco a todo el que esté relacionado con él, y cuanto más cercano, mejor. Si has luchado contra Freya, Alberich y Sigfrido y has observado sus habilidades, te habrás dado cuenta de que no son agentes escogidos al azar.
- Ya, pero…
No sabía muy bien qué decir, pero antes incluso de encontrar las palabras Genya Arikado ya se alejaba a paso relajado, no sin antes darse la vuelta y, con una sonrisa confidente, decirle algo que le subió un poco la moral.
- Te has hecho fuerte, Simon.
Sobre media hora más tarde, Erik arribaba a la biblioteca tras un relajado y placentero paseo, divertido – y un poquito culpable – observó que las obras por reparar los desperfectos ocasionados en la batalla contra Barthory aún perduraban, pero eso era algo que a él ya le traía sin cuidado. Su objetivo allí era muy diferente, y esta vez no necesitaría robar.
- Ah, estás aquí.
Aquella voz a su espalda, demasiado familiar para no reaccionar ante ella, le hizo darse la vuelta.
- ¡Arikado!
El agente de la iglesia, Genya Arikado, estaba un par de metros por detrás y, dentro de su habitual frialdad, lucía una media sonrisa que daba a entender que se alegraba de verlo, sensación correspondida por el pelirrojo, que desanduvo el camino efusivamente para darle un apretón de manos.
- ¡No esperaba volver a verte por estos lares! – admitió - ¿Cómo estás? ¡Gracias por la indicación del otro día!
Sin responder, Genya dejó que su sonrisa creciera por un momento antes de transformarla en un gesto de grave seriedad.
- Al final escogiste protegerla ¿verdad?
- Si – admitió el Belmont con orgullo.
- La iglesia ya se ha enterado de ello.
- Lo suponía, y me da igual.
- Han enviado agentes en tu búsqueda.
- Eso también me da igual.
Tras aquellas dos rápidas respuestas, el agente agachó la cabeza por un momento y bufó, parecía no encontrar las palabras adecuadas para lo que estaba a punto de decir.
Finalmente se decidió.
- Y han atacado a tu hermano.
