Capítulo 39: Levi
Con los rayos que se colaban entre los cristales de las ventanas incidiendo sobre su rostro, _ continuó mirando perdidamente con una sonrisa atontada mientras removía con lentitud el café, que ya casi estaba hecho todo espuma y parte se escurría por los lados. Podía perfectamente haber estado como 15 minutos de reloj girando la muñeca, sin parar. A su lado, un poco separados, los miembros del Escuadrón de Operaciones Especiales desayunaban tranquilamente mientras que de vez en cuando lanzaban miradas de extrañeza y preocupación hacia la morena, que no dejaba de ver a través de la ventana al patio, dejando ir de vez en cuando unas risitas empalagosas y suspiros alegres.
Cualquier atisbo de pensamiento meramente coherente o racional se había marchado para no volver; ya que, ahora mismo, su mente parecía estar repleta de nubes de algodón y de color rosa. De total y absolutamente color rosa. Casi ni se lo podía creer. Debía su cabeza haberle jugado una mala pasada, haberlo soñado o incluso imaginado.
Todos los problemas, preocupaciones o tristezas de los anteriores días habían pasado a un segundo plano. De momento, en su psique no existía nada más que lo sucedido anoche, que se repetía una y otra vez, en bucle.
Se sentía tan ligera como una pluma, que casi podía asegurar a cualquier persona que si una brisa le acariciaba la piel, se echaría a volar hacia el cielo, revoloteando con gracia.
Y es que…Por todas las malditas murallas...Había sido tan inesperado…¿Quién diría que el frío, indiferente y malhumorado Soldado más fuerte de la Humanidad tuviera aquellos arrebatos descontrolados? ¡Y ella qué! Tampoco podía creerse lo impulsiva que había sido. Aunque hubiera sido él el que diera el paso, ella lo había continuado e incluso incrementado de nivel, sin pararse a pensar en lo que estaba haciendo. Simplemente se había dejado llevar por sus más profundos deseos, emociones y sentimientos. Sin ninguna reserva ni pudor, o por lo menos en ese instante. De imaginarse en lo que habría pensado el capitán después de que prácticamente saltara sobre él, sin ningún tipo de miramiento o previa conciencia, hacía que el rostro de _ se calentara.
Avergonzándose por la dirección a la que estaban yendo sus pensamientos, _ sacudió su cabeza, tratando de quitárselos de encima.
Sin que la morena se diera cuenta, la puerta del comedor se abrió y se cerró, emitiendo un pequeño sonido, llamando la atención de algunos próximos a la entrada al lugar.
-Oh, Eren, has vuelto-Exclamó Armin, de pronto, alzando la cabeza de su plato y saludando al recién llegado, que se acercó a la mesa con un gesto facial un poco consternado. El rubio sonriéndole suavemente le dejó delante su desayuno- Ten. Te hemos guardado un poco de gachas.
-Gracias Armin-Le agradeció el castaño, dejándose caer en el banco. Con un suspiro cansado, se empezó a arremangar las mangas de su camisa, preparándose para comer- Tenía un montón de hambre. Pensaba que me moriría ahí mismo.
-Cierto, has tardado mucho. ¿Y al final qué era?-Preguntó el rubio con curiosidad-Parecía algo muy serio.
Con la cuchara a medio camino de su boca, el castaño detuvo su mano y dirigió de nuevo su mirada hacia Armin.
-Ah, sí- Exclamó dándose cuenta. El tono de voz del chico desprendía una cierta inseguridad- El capitán Levi quería informarme de que próximamente realizaremos unas pruebas de solidificación junto con el escuadrón de Hange y que estuviera preparado para lo que fuera a pedirme.
Ante eso, Armin rio sin gracia, con una gota de sudor en la frente. Sí. Ahora que había obtenido el nuevo poder; Hange estaría completamente emocionada por probar todo tipo de experimentos, día y noche, sin descanso.
-Tienes que cuidar de tu salud, Eren-Le dijo Mikasa frente a él mientras le dejaba junto al lado de su plato un trozo de pan humeante.
-Lo sé, Mikasa, no soy un crío-Se quejó el castaño con un gesto de irritación, pero aún así lo cogió y le pegó un buen bocado, ganándose una pequeña mirada de alegría por parte de su hermana adoptiva. Masticando con ansia, casi sin cerrar la boca, los ojos verdes de Eren se dirigieron hacia la morena, la cual continuaba sumergida en sus pensamientos con una sonrisa estúpida-Oh, cierto…¡_!-La llamó alzando la voz. Con sobresalto, _ dio un respingo en el banco, asustada por el grito del castaño.
Con los ojos abiertos de par en par, _ se giró hacia él. El corazón de la chica latió acelerado a causa del espanto que le había causado.
-¡Eren, por las malditas murallas, casi me muero!- Se quejó de manera dramática, llevándose una de sus manos al pecho.
-No seas exagerada, anda-Le restó importancia, dándole otro bocado al pan-Por cierto, el capitán Levi te estaba buscando, quiere que te reúnas con él en su habitación.
Sólo necesitó escuchar esas quince palabras para terminar completamente noqueada. En un estallido, el rostro de la morena se tiñó de completo rojo, causando que los tres chicos de Shiganshina la miraran con confusión ante aquella reacción tan inusual. Normalmente, cada vez que el capitán la convocaba, siempre _ empezaba a quejarse y a maldecirlo por cualquier cosa banal que se le presentara por la cabeza. Que si le iba a regañar por su falta de decoro al ser la mayor de su grupo, que si bebía demasiado café ... Cualquier tontería. Pero verla, hecha un completo tomate, levantarse a trompicones e irse casi a la carrera, fue algo completamente extraño.
...
Con ansiedad y nervios, _ caminó por los pasillos a grandes pero torpes zancadas, sintiendo las piernas, el corazón y todo el cuerpo temblando. En su interior de su mente solo se podía escuchar un grito constante y agudo y si pudiera, y no estuviera en medio de las dependencias militares donde bastantes personas la conocían, lo exteriorizaría sin ningún tipo reparo. Pero al no poder hacerlo y retenerlo para sí misma, casi se sentía desfallecer, a punto de explotar como una pelota demasiado hinchada. No podía evitarlo. La idea de volverse a ver tras lo de ayer, a estar cara a cara, le aterraba y le encantaba a partes iguales, llevándola al límite de su capacidad para soportar tantas emociones contradictorias e intensas. No sabía cómo reaccionaría al verlo, ni qué haría él, ni qué diría, ni nada de nada. Ese desconocimiento la tenía en completa vilo.
Y lo que más la desconcertaba era que aquello en sí hubiera pasado. Es decir, ambos habían pasado por un periodo bastante tempestuoso en donde casi parecían querer asesinar al otro hasta, finalmente, llegar a entenderse y llevarse, se podría decir, bien. O, bueno, de manera decente. No se querían matar mutuamente. En poco más de un mes, su relación había sido como una maldita tormenta, incontrolable e impredecible, excepto para la maldita Hange. Pero aquella conclusión… Era...Si lo pensaba, era cierto que Levi, para ser él, se había mostrado bastante…¿afectuoso?¿cercano? con ella en distintos momentos...Pero lo de ayer, era completamente distinto a ese tipo de acercamiento… Pero, entonces, un pequeño recuerdo asaltó su mente ya hiperactiva, recordándole lo equivocada que estaba. No. No era la primera vez que pasaba aquello. Bueno, técnicamente sí, pero aquel era el segundo intento…
"Santa Muralla María" exclamó entre lloriqueos.
Con un sonrojo creciendo hasta el cuello, detuvo su andar por unos segundos, sintiéndose como un cervatillo recién nacido que se había puesto por primera vez de pie ¿¡Qué le pasaba!? Estaba tremendamente avergonzada de estar en aquel estado de agitación por otra persona ¿Cómo podía alguien tener ese poder sobre ella? ¿Qué cojones le había hecho el maldito Levi Ackerman? Asombrarla. Eso había hecho. Sin ningún lugar a dudas, cada instante que había pasado junto a él había sido una sorpresa tras de otra, cada cual más emocionante. Nunca se hubiera imaginado que aquel hombre tan iracundo, grosero e indiferente que había aparecido para salvarles de aquellos titanes en Trost pudiera llegar a ser de aquella manera. No era el hombre sin sentimientos que había visto por primera vez; sino que se preocupaba de manera admirable por sus compañeros caídos, aunque lo mostrara solo en privado o con pequeños pero gran significativos gestos. No era duro como una piedra, aunque lo intentara; sufría como cualquier otro individuo, incluso más puesto que todo quedaba en su interior, cerrado a cal y canto. No era un bastardo sin empatía ni compasión; tendía la mano sin dudas ni reservas a aquellos que necesitaran ayuda. Era todo eso y más cosas. Muchísimas más. Incluso las que aún no había descubierto, y deseaba hacer.
No era la primera vez que se enamoraba. Era cierto. Gillian es y siempre será su primer amor, al cual nunca olvidaría, no porque perduraran sus sentimientos, sino porque había sido una de las personas más importantes en su corta vida. Y, por ello, sabiendo cómo había resultado el no haber reaccionado a tiempo, el haberlo perdido dando vueltas sin ningún rumbo, sabía exactamente lo que debía hacer.
Una oleada de determinación detuvo completamente sus temblores y la impulsó a empezar a caminar, dando pasos seguros y firmes, con sus ojos grises ardiendo de emoción. Al cabo de unos pocos segundos, se plantó frente a la esperada habitación y, con confianza, golpeó con los nudillos la puerta de madera, sintiendo su corazón queriendo correr hacia la persona que había al otro lado.
-Pasa.
Con las manos temblando de emoción, _ cogió el picaporte y lo giró, abriendo la habitación ante ella. Al observar el interior de esta, tuvo una primera impresión de que era igual que la suya, simple y con lo necesario para pasar un periodo de tiempo corto de hospedaje. Con una cama a la izquierda, un armario a la derecha y un escritorio con dos sillas, junto a la ventana. Sin embargo, había una cosa que era distinta, y es que apoyado contra el marco de la ventana que daba al patio, estaba de pie y mirando al lugar, Levi, dándole la espalda a la recién llegada.
Sin poder retenerlo, su pecho dio un vuelco al volver a verlo mientras sus ojos brillaron con luminosidad. Y reprimiendo, a duras penas, el impulso de lanzarse contra él; se cuadró en el sitio, casi plantando sus pies en la superficie de madera, e hizo el saludo militar, sorprendiéndose de sí misma(básicamente porque era la maldita primera vez que lo hacía dirigido hacia Levi y no de manera irónica o sarcástica). Maldiciendo en su interior de su ineptitud y torpeza, se quedó quieta tras descender los brazos y colocarlos a ambos lados de sus costados, deseando que no se hubiera dado cuenta. A pesar de haberse decidido, aquello no significaba que no estuviera nerviosa. De hecho, estaba por casi darle un ataque.
Sintiendo los segundos que el hombre se mantuvo en silencio como una tremenda tortura, _ decidió hablar. Simplemente para rellenar aquel asfixiante ambiente.
-Eren me ha dicho que querías hablar conmigo,...-La frase quedó coja, puesto que no sabía de qué manera referirse a él. Con incomodidad, apretando los labios, reprimió el nombre del hombre, pero también su rango.
-Sí. Siéntate-Le ordenó con una voz tremendamente indiferente y fría. Sin embargo, tan inquieta que estaba, no llegó a darse cuenta de ello.
Sin rechistar, acató la orden, esmerándose por parecer lo máximo tranquila y serena posible al caminar hasta la silla que había frente al escritorio, puesto que no deseaba que el otro notara su estado de agitación. Con cara seria y sin ninguna expresión, al menos eso esperaba, se sentó en el lugar que le había indicado, dirigiendo sus ojos grises hacia el hombre que continuaba mirando la ventana.
Dejando ir un suspiro cansado, Levi, desviando la mirada del exterior con lentitud, como si le costara, por fín se giró hacia la morena. Con un leve deje de sorpresa, la chica observó su rostro, abriendo levemente la boca y los ojos. El estado del hombre era lamentable; se notaba a leguas que no había dormido ni descansado nada de nada en toda la noche anterior, puesto que las bolsas y ojeras que usualmente tenía debajo de los ojos eran demasiado resaltables en aquel momento como para ser considerado lo normal. Por ello, siguiendo con la mirada el recorrido que hizo este hasta sentarse frente a ella, _ se preocupó ¿Qué había pasado esta vez? Pensaba que con hablar ayer de la terrible revelación respecto a su relación sanguínea con el líder de la Primera División mejoraría su estado de ánimo, aunque fuera solo un poco. Pero al parecer no era así. Casi parecía como si hubiera empeorado.
Mientras descendía sus ojos gris azulado hacia estas, Levi entrelazó sus dedos, posando las manos delante de él, sobre la mesa, como si creara una barrera frente a la persona que tenía delante, permaneciendo de nuevo en un silencio tenso y sepulcral. El rostro serio y carente de emociones del hombre la puso muy nerviosa, puesto que aquel comportamiento era demasiado extraño. Un mal presentimiento la azotó con más fuerza al escuchar otro suspiro salir de sus labios ¿Era por ellos…?¿Se había arrepentido?
-Ayer…-El corazón de _ se quedó paralizado, ya no por la emoción, sino por el miedo. El tono que había empleado era completamente frío y pareció dudar en continuar la frase. No era buena señal- no te conté todo.
Parpadeando lentamente, _ frunció el ceño, sin comprender ni esperarlo ¿Qué no le había contado todo? Queriendo saber más, se obligó a hablar.
-¿Qué quieres decir con "todo"?-Preguntó la morena con un poco de cautela y miedo, removiéndose en la silla con inquietud ¿A qué venía todo esto?
-A todo lo que me dijo Kenny antes de morir-Confesó el hombre, alzando los ojos y conectándolos con los de _. Su mirada era muy extraña, aunque pareciera carente de cualquier sentimientos, en el fondo de aquel gris azulado resaltaba un pequeño deje de pesar- No solo habló de la relación que tenía con mi madre, sino con la tuya también.
El corazón de la morena se quedó completamente paralizado en su pecho, casi por unos segundos sin vida. Su respiración se cortó de golpe. Y su gesto se bloqueó ¿Qué era lo que…?
Sucesos del pasado.
Año 840. Ciudad Subterránea.
Realmente Leena esperaba que sus soldados hubieran salido victoriosos de aquella pelea y que Oliver hubiera visto la libreta que siempre portaba. Realmente lo esperaba. Casi hasta rogaba a las tres murallas que aquello hubiera ocurrido.
En un suspiro, recolocándose la capa en su cabeza, salió de la casa abandonada a aquellas calles tan sucias y plagadas de todo tipo de peligros, de la mano del niño pequeño también con el rostro oculto. Necesitaban alimento, habían pasado bastantes horas desde su última comida y el hambre les estaba empezando a afectar.
Había elegido la Ciudad Subterránea como lugar de refugio pues estaba cerca del Centro de Investigación y era el sitio perfecto para pasar desapercibido por una temporada hasta que las cosas se calmaran. Ya había estado allí varias veces, por lo que sabía exactamente cómo moverse y comportarse para pasar desapercibida entre las gentes de aquel lugar, que más que miedo o intimidarla, causaban en ella un sentimiento de impotencia y rabia por lo injusta que era su situación.
Cuando salieron de la especie de pasadizo hacía bastantes horas, corrieron como alma que lleva el diablo a través del bosque cercano al lugar hasta llegar a una granja, donde le compró a un matrimonio un caballo de aspecto robusto por un precio muy superior al que valía ya que estaban ambos en condiciones de pobreza y se marcharon a la cabalgata, sin mirar atrás. Durante el trayecto, el niño cayó en un sueño muy profundo producto del estrés y la fatiga, lo cual le permitió a Leena llorar de impotencia pues se sentía una cobarde y una traidora al haber dejado atrás a sus soldados. Al final, ya entrada la noche, llegaron al Distrito de Stohess donde se las ingenió para colarse dentro de los pasadizos que llevaban hasta la ciudad que había debajo de esta: la Ciudad Subterránea. Una vez dentro, recorrió el lugar en busca de algún sitio para descansar y reponer fuerzas, encontrándose con una vieja y abandonada casa cercana a la entrada donde se refugiaron hasta el momento en el que sus estómagos no pudieron más.
El albino sacudió la mano de la mujer tratando de llamar su atención.
-¿A dónde vamos, Leena?-Preguntó el pequeño débilmente con un gesto de dolor mientras se cogía el estómago, seguramente retorciéndose de hambre. Sus ojos se veían muy inquietos.
-Tranquilo, Abe, solamente vamos a conseguir comida, enseguida volvemos a casa- Le tranquilizó al pequeño mientras avanzaba entre la gente, dirigiéndose hacia el mercado negro que había en el lugar.
A parte de la comida, Leena planeaba conseguir armas para poder defenderse tanto por el lugar en el que estaban como por sus perseguidores. Además, de que no les vendría mal comprar algunas prendas para evitar llamar demasiado la atención. Aunque portaran la capa sobre sus hombros, debajo, las prendas desentonaban demasiado con el resto, por lo que cuanto antes se las quitaran más pronto podrían camuflarse.
Al cabo de unos segundos, entraron en una calle cubierta por telas atadas de edificio en edificio con puestos de aspecto más tétrico, también cubiertos, evitando que la gente que pasara por ahí pudieran ver la mercancía de cada tienda. Acercando a su cuerpo al pequeño, ocultándolo con su propia capa, avanzó con la cabeza agachada, sabiendo la localización del lugar al que iban. La mujer dobló la esquina de la siguiente calle y se alejó de aquel lugar hasta llegar a un edificio de aspecto extraño, en el que para acceder a las viviendas debían subir por una especie de escalera. Justo frente a aquellas escaleras, separó de su cuerpo al pequeño que la miró con una mezcla de curiosidad y temor.
-Abe, escúchame bien-Le dijo la mujer con una sonrisa amable, tratando de tranquilizar al pobre niño que le devolvía la mirada con aquellos preciosos ojos escarlatas, muy nervioso- Ahora voy a hablar con unas personas, necesito que mantengas la capucha sobre tu cara ¿Me harías ese favor? - El niño frunció el ceño sin comprender, pero de todos modos asintió alzando sus manos para colocársela mejor, ganándose una caricia sobre esta de Leena. No sabía si aquel lugar sería un sitio del todo seguro para ocultarse de sus perseguidores por lo que necesitaba evitar que la gente viese a Abe, tanto por su propia protección como para la de las personas a las que iban a visitar- Muy bien. Venga vamos.
Ambos ascendieron y giraron a la izquierda, subiendo las escaleras hasta alcanzar lo alto encontrándose de frente con una puerta de madera roída. Sin más, la mujer golpeó con sus nudillos la superficie y esperó pacientemente, con la mano sobre el hombro del niño, dándole a entender que estaba junto a él. Al otro lado se escucharon unos pasos apresurados y de pronto, la puerta se abrió de golpe, sobresaltando al niño. Frente a ellos, apareció una chica de pelo castaño rojizo atado con dos coletas y unos ojos vivaces de color verde les observaron con una infantil curiosidad.
-¿Sí? ¿Qué queréis? -Preguntó inclinando su cabeza hacia un lado.
-Hemos venido a solicitar vuestros servicios- Habló Leena alzando un poco el rostro para observarla mejor. Aquella chica era nueva, ya que en su última vez que visitó aquel lugar, no estaba- ¿Sabes dónde están los dueños?
La chica, de repente, sonrió de manera superficial, hinchando el pecho con orgullo.
-Je. Pues estás hablando con la persona idónea. Estás ante una de las dueñas de este edificio- Le anunció con dramatismo, señalándose a si misma con su pulgar.
-¿Se puede qué clase de tonterías estás diciendo? Además, ¿con quién estás hablando? -Tras la castaña, se escuchó una voz de un hombre, causando que ambas mujeres se giraran. Era un hombre alto de cabellos rubios y ojos azul claro. Leena lo reconoció de la última vez, era uno de los dueños- Ah, eres tú… Cuanto tiempo sin verte- Le saludó este amablemente cuando se asomó por el marco de la puerta. Al parecer él también la recordaba pues con solo observar lo poco que se dejaba ver de su rostro, la había reconocido- Pasa, pasa. Hablemos dentro de negocios.
Asintiendo, Leena entró a aquella casa por segunda vez, cogida de la mano del pequeño Abel, cuyo pulso empezaba a temblar. Cuando sus dos pies entraron dentro, fueron recibidos por unos familiares ojos de color gris azulado, que la observaron con su usual frialdad y desconfianza. Sentado sobre una silla, limpiando un cuchillo con un pañuelo, se encontró de nuevo con el líder de aquel negocio. Leena de pronto sintió como si el tiempo no hubiera pasado.
-Vaya, pensaba que estabas muerta - El chico de pelo negro como la noche le saludó con su actitud tan hosca de siempre-, Leena.
-Sí, yo también te he echado de menos, Levi- Mustió la mujer con ironía, rodando los ojos- Veo que, después de todo este tiempo, aún no se te ha endulzado esa actitud de mierda.
-Ni tú has cambiado tu lenguaje de mierda.
-Mira quién habla.
-Furlan ¿quién es esta mujer? – Preguntó la chica de pelo castaño rojizo situándose junto al rubio mientras ambos observaban como los dos azabaches se enfrascaban en una discusión verbal plagada de insultos y palabras para nada bonitas. Era extraño escuchar a Levi hablar tanto y tan seguido, y menos si alguien le faltaba al respeto de esa manera, pues siempre saltaría con los puños.
-Oh, bueno…Se podría decir que es una antigua conocida a la que le debemos la vida- Le explicó, sin darle muchos detalles, provocando que la muchacha hinchara las mejillas, muerta de la curiosidad.
-Espero que sigas recordando que todavía me debes un favor por salvar tu culo, enano- Le exigió la morena al chico que tenía delante de ella, señalándolo con el índice.
Levi desvió sus ojos, mostrando una pequeña expresión de molestia.
-Tsk. Sí, para mi desgracia, aún no lo he olvidado… ¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres?
-Así me gusta, agradecido con tu salvadora- Levi volvió a chasquear la lengua y le lanzó una mirada que le indicaba que no estaba para bromas, por lo que Leena decidió dejar de jugar tanto con su suerte- Está bien, está bien. Necesito que me consigas comida y armas. Ah y ropa, cuanto más rota mejor.
Se hizo el silencio en la sala. Furlan y Levi desviaron sus ojos de la morena, intercambiando una mirada significativa entre ellos. Gracias a lo ocurrido en el pasado, ambos sabían que la mujer era soldado y que pertenecía al Cuerpo de Exploración, por lo que dado su oficio, era extraño que solicitara esas cosas. Ambos habían esperado que pidiera cualquier cosa: información acerca de los Niños Topo, algún que otro individuo huido de la justicia, el tráfico y contrabando de una nueva droga…Pero no aquello.
-¿Solamente eso?-Preguntó Furlan avanzando hasta colocarse al lado de Leena, mirándola un poco preocupado- Sabes que podemos también ofrecer otros servicios ¿cierto? Como protección, por ejemplo. Para ambos
Ante ese ofrecimiento, Leena les sonrió de manera amigable a ambos, alzando la mano y acariciando maternalmente el cabello rubio del chico, sorprendiéndolo pues no esperaba ese contacto. Agradecía su gesto; sin embargo, no estaba dispuesta a arriesgar más vidas, y menos de personas que no estaban relacionadas con todo ese asunto. Debía arreglárselas sola. Ya había puesto en peligro y herido a demasiadas personas. No podía meter a aquellos jóvenes en problemas.
-Está bien, Furlan. Muchas gracias por ofrecerme eso, pero solamente necesito lo que os he pedido. Nada más ni nada menos.
Al cabo de unas horas, Leena y Abel, con los estómagos llenos y con ropas más discretas, salieron de la casa y se dirigieron a su nuevo hogar a paso rápido. La mujer portaba tras su espalda una mochila de tela con todo tipo de alimentos no perecederos para poder pasar una temporada alejados de todo el mundo y, a ambos lados de sus caderas debajo de la capa, llevaba atadas a un cinturón de cuero un par de cuchillas de aspecto tosco a las cuales les habían clavado un trozo de madera en la parte donde se enganchaban a las vainas de los EMT, para poder utilizarlas como si fuera una espada. Cuando el azabache le tendió aquellas armas, Leena las cogió sin miramiento ni querer preguntar por su origen. No podía permitirse el lujo de, estando en el grado de peligro en el que estaban y en el lugar donde se encontraban, poner reparos a la legalidad de sus acciones. Ya sería castigada en cuanto la situación se mejorara. Tras agradecerles y darles, a regañadientes del líder, el dinero más que correspondiente por sus servicios, ambos se despidieron y se marcharon, sin darse cuenta de la intensa mirada de los dos hombres.
Con la cabeza agachada, la mujer, con el niño bajo la capa, se internó de nuevo en la marea de gente de aquella calle cubierta de tela, teniendo cuidado de que no le robaran nada en un descuido. Conforme fue avanzando la multitud empezó a aglomerarse, causando que se pegaran las personas más de la cuenta. Temiendo por la salud del niño, decidió desviarse un poco del camino y salir de aquella calle, antes de que se asfixiara, metiéndose de lleno en las callejuelas de la Ciudad Subterránea, donde se podía ver a varias personas tiradas en el suelo, de aspecto moribundo y con el cuerpo esquelético producto del hambre; otras peleándose e incluso algún que otro cadáver. Leena, impotente por la situación de aquellas personas, mantuvo oculto a Abel bajo la tela de su capa con la esperanza de que no viera aquel terrible escenario.
De pronto, los pelos de su nuca se erizaron ante una extraña sensación que asaltó su cuerpo entero, alterándola. El corazón empezó a bombear sangre a gran velocidad enviando adrenalina por todo su cuerpo. Disimulando su reacción, giró poco a poco el rostro conforme caminaba, mirando de reojo hacia atrás de vez en cuando. A duras penas, en la calle tras de sí, pudo ver como una sombra se ocultaba de su visión. Achinó los ojos, con el corazón encogiéndosele, mientras volvía a mirar hacia delante, fingiendo que no se había dado cuenta. Maldición, los estaban siguiendo. No sabía cuántos ni cómo los habían encontrado, pues de todos lugares a los que podrían haber ido, aquel era el último que hubieran buscado. Pero era un hecho de que los habían encontrado en cuestión de horas y que debía perderlos de vista.
Chasqueando la lengua, giró por una calle muy estrecha donde a duras penas cabía una persona. Por suerte, tanto la mujer como el niño tenían una constitución bastante delgada por lo que pudieron pasar tranquilamente. Leena había estado en aquella zona hacía algunos años, era una especie de laberinto claustrofóbico donde los Niños Topo aprovechaban para esconderse tras cometer sus múltiples crímenes y perder de vista los que los perseguían. Un lugar perfecto para despistar a un enemigo. Casi deslizándose por las pareces, avanzaron entre las calles vacías y húmedas. Al cabo de un rato, el sonido de unos pasos se empezó a escuchar tras ellos, alterando a la soldado, pues cada vez parecía que estuvieran más cerca. Empujando del hombro al niño, empezó a avanzar más deprisa, casi corriendo por el lugar. No sabía de dónde venía el sonido, si por arriba o por abajo. Sin embargo, no tenían tiempo para detenerse a mirar hacia atrás, tenían que encontrar una solución deprisa. Leena volvió a chasquear la lengua empezando a frustrarse de no despistarlos, parecía como si conocieran aquellas calles como la palma de su mano. A este paso les atraparían a los dos. Necesitaba una manera de poner a salvo a Abel para avanzar más deprisa. En un movimiento brusco, volvió a girar en la calle siguiente, dándose cuenta de que para su desgracia se habían topado con un callejón sin salida. Maldiciendo por lo bajo, cogió al chico por los hombros dispuesta a darse la vuelta; no obstante, antes de hacerlo, por el rabillo del ojo visualizó una vieja caja de madera, roída por la humedad y la suciedad del lugar, al final de la calle. Se detuvo unos segundos, barajando las posibilidades, y sin pensárselo dos veces, abrió la tapa de aquel objeto y, cogiendo a Abel por las axilas, lo metió adentro junto con la bolsa de comida y una de las espadas, bajo la mirada perpleja del albino.
Agarrando la tapa con una de las manos, metió la otra y acarició al niño por encima de la capucha mirando directamente aquellos ojos escarlatas que reflejaban miedo y preocupación.
-Abel, cielo…Escúchame atentamente. Necesito que me hagas un favor-Empezó a decir, dándose cuenta de que tu voz sonaba demasiado tensa y grave, con un ligero temblor debido a los nervios- Debes quedarte aquí, en silencio y sin hacer ningún movimiento.
-Leena…-Sollozó el niño, temblando como una hoja mientras sus ojos se humedecían, alzando las manos para agarrarle el brazo a la mujer- No me dejes aquí solo…
-No te dejaré solo por mucho tiempo, cariño. Solo será un momento, volveré, te lo prometo-La mano de la mujer se deslizó hasta la mejilla del pequeño- Mantente escondido, por favor.
Con el corazón encogido por el miedo y la pena, dándole una última caricia al niño para infundirle valor, bajó la tapa y, cogiendo un poco de tierra y trozos de pared que había por el lugar, lo colocó todo por encima para camuflarla. Cuando estuvo completamente segura de que no se veía a simple vista; sin dudar ni un solo instante, se marchó corriendo del lugar, esperando que ninguno de sus perseguidores le vieran salir de aquella calle. Tenía que alejarse de aquella zona para poner tanta distancia como pudiera de sus enemigos de Abel, por lo que se dirigió hacia la salida de aquel laberinto. Al cabo de unos segundos, volvió a escuchar, para su alivio, los pasos tras de ella. Con una sonrisa de satisfacción, aceleró el paso, logrando salir del lugar metiéndose de nuevo en las calles de tamaño más grande, sorteando las personas tumbadas y los obstáculos, recibiendo mil y un insultos y maldiciones hacia su persona. A pesar de su edad, Leena contaba con gran resistencia y habilidad por lo que pudo correr por varios minutos a gran velocidad sin cansarse. Cuando sintió que el aire que entraba por sus pulmones dejaba de ser suficiente para oxigenar sus músculos, detuvo su carrera en una enorme plaza, completamente vacía, resoplando con dificultad. Notando como una capa de sudor empezó a cubrirle el cuerpo haciendo que la capa que portaba se le pegara al cuerpo, alzó el rostro y observó su alrededor en busca de sus perseguidores. Era un buen lugar para visualizarlos.
Sin notarlo, para estupor de Leena pues consideraba que su instinto era una de sus ventajas tácticas como soldado, un sonido se escuchó tras su espalda como si alguien cayera y aterrizara del cielo, haciendo que la mujer se girara a gran velocidad el cuerpo, sacando en el proceso la cuchilla del cinturón de cuero para apuntarla a la garganta del desconocido. La mirada de unos fríos ojos gris azulado chocaron con la suya, en cuyo gesto facial se podía ver una pequeña molestia.
-¿Qué mierda crees que estás haciendo tú?-Preguntó Levi gruñendo.
Leena parpadeó por unos instantes, abriendo la boca sorprendida, al reconocerlo. Todavía pasmada, desvió sus ojos del moreno viendo que tras este se encontraban Furlan y la chica cuyo nombre era Isabel, los cuales le saludaron con la mano y una enorme sonrisa en los labios cuando hizo contacto visual con ellos. La mujer frunció el ceño ¿Qué demonios? ¿Eran ellos todo este tiempo? Observándolos bien, la mujer se dio cuenta de que el trío de muchachos llevaba equipado el EMT bajo las capas que llevaban sobre sus hombros.
-¿Qué cojones estáis haciendo aquí?-Preguntó Leena con voz de asombro- ¿Sois vosotros los que lleváis persiguiéndonos todo este rato?
Furlan e Isabel fruncieron el ceño ante aquella pregunta mientras que el azabache se cruzó de brazos apartando con el dorso de la mano la cuchilla por el lado que no cortaba. Dándose cuenta de que había estado apuntándole todo este tiempo, Leena retiró el arma del rostro del chico y la volvió a colocar en su cinturón.
-¿Se puede saber de qué demonios estás hablando, Leena? Nosotros acabamos de llegar.
-Entonces eso quiere decir que todavía siguen por aquí- Concluyó Leena murmurando por lo bajo, más para si misma que para los otros individuos. Al descubrir aquello, la mujer resopló con fastidio y volvió a repara en su alrededor, concentrándose en identificar otra presencia. Todavía seguía bastante cerca del niño, tenía que alejarse más- Chicos, lo siento mucho, pero… Ahora mismo no tengo tiempo para vosotros…- Les dijo de manera distraída, dando un paso hacia atrás, preparándose mentalmente para otra carrera.
-Quieta ahí.
El tono tan firme del moreno le chocó a tal magnitud a Leena que acabó por detener tanto sus pies como su observación del lugar para dirigir sus ojos de vuelta hacia Levi. El chico mantenía su misma postura, con sus brazos cruzados y su eterno ceño fruncido; sin embargo, su mirada de molestia había sido reemplazada. Ya no denotaba su usual frialdad o molestia; en ese momento, los ojos del azabache la miraban de una manera tan intensa y misteriosa que la mujer no supo identificar.
-Dime qué está sucediendo.
Otra vez. A juzgar por la mirada de complicidad que le lanzaban al moreno sus dos compañeros, Leena sabía que su corazonada estaba en lo correcto. Estaban intentando ayudarla. Pero no lo permitiría.
-Levi, ya os he dicho, no necesito nada más de vosotros. No tenéis porque…
-Me la suda lo que necesites o no. No me hagas repetirme. ¿Qué está pasando?
-No. Levi. No puedo contaros lo que está pasando- Esta voz la voz de la mujer sonó casi tan firme como la que había utilizado Levi. Leena no se dejaría amedrentar por la actitud pasivo-agresiva del chico. Si no le dejaba otra opción, tendría que someterlo a la fuerza- Manteneros alejados.
El chico mantuvo el contacto visual por unos segundos con la mujer, en completo silencio. Fue como una especie de lucha de voluntades entre los dos morenos. A sus espaldas, sus dos compañeros lanzaron una mirada al azabache con cierta preocupación por su futura reacción. No obstante, contra todo pronóstico posible, el chico, al cabo de un tiempo, simplemente chasqueó la lengua, mostrando de nuevo su gesto de molestia, y se dio la vuelta sobre sus pies, indicándoles con la cabeza a Furlan e Isabel que se marchaban. Ambos parpadearon completamente desubicados y, viendo que su líder se iba sin mirar atrás ni esperarles, tuvieron que salir corriendo en su dirección, lanzando una última mirada de preocupación hacia Leena, la cual suspiró con alivio al ver que el chico había cedido ante su petición. Aunque no lo dijera o demostrara, Levi le parecía un buen chico, una buena persona que lamentablemente había nacido en el lugar equivocado. Estaba segura de que, si por algún casual, el chico saliera de aquel agujero, tendría muchísimo éxito pues, a pesar de su comportamiento grosero e hiriente, tenía el don de gentes y de liderazgo. Muchas personas lo seguirían allá donde fuera. Y no sería ella la que le quitara ese posible futuro a un muchacho como él. Sin embargo, lo que no supo nunca la mujer es que Levi ningún momento le hizo caso a aquella petición.
Viendo como el trío se alejaba del lugar utilizando los EMT hasta perderlos de su vista, la morena se recolocó bien la capucha y arrancó a correr, con nuevas energías en su cuerpo. Avanzó internándose de nuevo en las calles, con la esperanza de que no la hubieran visto hablar con los chicos. Tras dejar unas cuantas calles atrás, llegó a unas escaleras que descendían una cuesta enorme. Sin querer retrasarse más, saltó sobre la barandilla de piedra maciza, se deslizó, surfeando sobre sus dos pies, hacia abajo hasta llegar al final de todo. Con habilidad, aterrizó sobre sus dos pies y continuó su maratón. Se sintió un poco preocupada pues no sentía la presencia de ninguna persona desde hacía rato ¿Habrán vuelto a por Abel? Ese pensamiento la puso de los nervios, sintiendo un pequeño impulso de volver y comprobarlo. No obstante, no lo hizo. A duras penas retuvo el amago de hacerlo, pues bien podía ser una trampa de sus perseguidores, en un intento de que los llevara hacia donde se encontraba el albino. Sin embargo, al cabo de un tiempo, tuvo su respuesta. El sonido de un EMT se escuchó por detrás suya, indicándole que alguien la estaba siguiendo. Aquello significaba una cosa: todavía no lo habían capturado. Con una sonrisa de oreja a oreja aceleró el paso, aun sabiendo que a pie no le ganaría ni por asomo la velocidad de un EMT. No obstante, tenía bien claro que, aun estando en desventaja total, no se lo pondría fácil al cabrón que la perseguía. En un movimiento a una velocidad de vértigo, se lanzó contra el suelo y rodó hacia delante, cogiendo a la vez varias piedras del suelo. Con impulso, saltó por encima de un muro derruido de una casa, la cual se encontraba junto a una calle que se desviaba hacia la izquierda, ocultándose tras este. En el instante en el que vio cómo el individuo que la perseguía pasó por encima de su cabeza doblando en su dirección, supo que su plan había funcionado: había logrado engañarlo haciéndole pensar que había escapado por la calle que tenía frente a sus ojos. Leena al ver la espalda del individuo frente a ella, a tiro, lanzó con todas sus fuerzas una de las piedras que llevaba en las manos, golpeando con éxito su EMT. Sin pararse a ver si había caído o no, salió corriendo hacia delante, escuchando tras de sí un brutal golpe. Pues al parecer si que le había dado bien pensó la mujer sonriendo con satisfacción.
Poco le duró la alegría a Leena cuando se dio cuenta de que, para su desgracia, volvía a estar en un callejón sin salida. Con la vista hacia arriba y soltando una maldición, se dispuso a darse la vuelta y marcharse sin tiempo que perder, pero ya era tarde. El individuo que había derribado y que pensaba que había dejado atrás hacía unos segundos estaba frente a ella, con una enorme sonrisa sádica. Era un hombre muy alto y de complexión atlética, tenia el pelo de color negro, el cual le llegaba hasta los hombros. Llevaba una capa de color marrón que ocultaba su vestimenta, además, encima de su cabeza, portaba un sombrero de color oscuro que ocultaba parte de su rostro.
-Vaya, vaya, vaya- La voz de aquel azabache fue grave con un deje de burla. El hombre se subió el sombrero empujando el ala con el cañón de una especie de fusil en miniatura, dejándole ver a Leena sus extrañamente familiares ojos de color gris azulado, los cuales la miraron con cierta diversión macabra- Eso ha estado sucio. No me esperaba que esta gatita sacara sus garras. He de admitirlo, si hubieras sido hombre, tendrías los huevos de acero.
Ante ese comentario, Leena encogió el gesto, mostrando su desagrado de manera muy visible.
-¿Quién eres tú, pedazo de imbécil?- Le gruñó con una voz muy amenazante, entrecerrando los ojos y frunciendo el ceño. Su cuerpo estaba en completa tensión, preparada para moverse en el momento que aquel hombre diera un paso en falso- ¿Y por qué me persigues?
-¿Oh? ¿De verdad no lo sabes, gatita? ¿O es que quieres engañarme? – Sin darle tiempo a reaccionar a tiempo, aquel moreno se movió a una velocidad ridículamente rápida, encontrándose de pronto tras de Leena. Al notarlo cerca, abrió los ojos impactada y, movida por el instinto de supervivencia, trató de acertarle un puñetazo con su mano izquierda; sin embargo, este fue más rápido y le cogió el brazo, doblándoselo tras su espalda. Con rabia y dolor, Leena emitió un gemido de dolor- Lo lamento, pero no caeré de nuevo. Ahora…Dime dónde está el maldito mocoso o – Con su otra mano, el moreno alzó el extraño fusil y la encañonó- te vuelo los putos sesos.
Sin achatarse ante aquella amenaza tan visual, Leena, sorprendiendo al hombre, alzó su pierna y le golpeó con su pie en los genitales, causando que este se encogiera de dolor y disparara sin querer al aire. Al estar a centímetros de su oído, Leena comenzó a escuchar un pitido enorme, seguido de un pinchazo de dolor dentro de su aparato auditivo. Sin embargo, movida por la adrenalina del momento, no se detuvo. Aprovechando el momento de sufrimiento de este, sacó su cuchilla y apuntó hacia las ligaduras que ataban los fusiles de ambas manos al antebrazo, logrando que estos se separan y cayeran al suelo en un sonido metálico, llegando incluso a cortar la piel del hombre. Cuando vio que había desarmado al hombre, alzó el filo y lo presionó contra la garganta
-Lo dudo mucho- Gruño por lo bajo la mujer mirando directamente a los ojos de su perseguidor. Un leve mareo la sacudió lentamente; sin embargo, mantuvo el pulso firme- Ahora las preguntas las hago yo: ¿Quién eres y cómo me has encontrado?
Los ojos gris azulado del hombre se tiñeron de una rabia homicida que hicieron que la mujer temblara momentáneamente. Normalmente, Leena Morgan no se acobardaba por nada ni por nadie. Pero algo tenía aquel hombre que hacía que sus más instintos primarios hicieran saltar las alarmas. Aquel hombre no era un hombre normal.
-Zorra de mierda…-Gruñó el hombre perdiendo su tono burlón.
-Sí, soy la zorra de mierda que te ha pateado los huevos, asique como no contestes a la de ya, pienso cortarte la yugular- Le amenazó totalmente enserio. El mareo anterior se iba intensificando por momentos, producto del disparo tan cercano en su oído. Leena estaba casi segura de haber perdido la audición ya que empezaba a sentir una humedad gotearle del oído. El impacto auditivo se lo había reventado.
El hombre intensificó su mirada y empezó a separar los labios. Al ver la conducta cooperativa de este, Leena separó un milímetro la cuchilla del cuello del hombre, dándole su espacio para poder hablar sin cortarse más de la cuenta. Aquello fue un gran error. De pronto, la boca del hombre esbozó una perversa sonrisa, provocando que la mujer se diera cuenta de que algo andaba mal. Sin embargo, su reacción no superó a la de este, pues en cuanto se movió Leena este ya había apartado de un golpe el filo de la espada sin importar lastimarse la mano desnuda, causando que esta se le resbalara de las de la mujer. A toda prisa, se lanzó contra el suelo con la intención de alcanzar el arma, pero en términos de velocidad estaba muy por debajo ya que su enemigo había pensado en hacer lo mismo segundos antes. Cuando quiso darse cuenta, el hombre había cogido el arma, girándose en su dirección y, sin medir las distancias ni la fuerza, la alzó hacia arriba.
De pronto, todo se quedó en silencio y muy quieto. Parecía que el tiempo se había ralentizado y los sonidos se habían esfumado del lugar. Dentro de aquel instante, el hombre y Leena se miraron con los ojos muy abiertos por unos segundos, para luego, bajar la vista. Las manos de este, a cámara lenta, fueron manchadas por la sangre que corrió por el filo de la cuchilla. La sangre procedente de Leena.
Con el cuerpo temblando de dolor, la mujer cogió la cuchilla que había clavada en su estómago y, en un tirón, se la sacó sin miramientos, causando que más sangre saliera de la herida. Una oleada de dolor hizo que una arcada subiera por su garganta y vomitara a un lado. Sin sorprenderse, vio como sus restos gástricos se habían teñido de un familiar color rojo. Tosiendo de manera seca, vio como pequeñas gotitas de sangre cayeron sobre su propio vómito. Iba a morir. Lo supo. Había sido un golpe fatal. Con ese pensamiento, alzó sus cansados ojos hacia el hombre que se encontraba junto a ella. Este miraba sus manos teñidas de color rojo, con una expresión de estupefacción, como si no se creyera lo que había ocurrido. Aquello hizo sonreír de satisfacción a la mujer. Que se joda.
-Los muertos no son útiles, al fin y al cabo- Le comentó con un humor muy negro, causando que el hombre alzara el rostro cargado de rabia.
Sin importarle el estado en el que se encontraba Leena, le cogió por la capa y la incorporó, acercándola a su rostro. Aquel movimiento brusco hizo que Leena tosiera más sangre y gimiera de dolor. Empezaba a ver puntitos de colores el borde de su visión y las extremidades parecían pesar una tonelada.
-¡Maldita zorra!¡Dime dónde cojones está el puto niño!-Gritó el hombre zarandeándola- ¡No te pienso dejar morir hasta que no lo digas!
-Que pena… Debiste pensarlo antes de apuñalarme…-Se burló la mujer sin poder evitar entre ver en su voz el dolor que estaba sintiendo, esbozando una sonrisa escarlata y mirándolo con pura satisfacción. Como a poco, fue sintiendo como los párpados le empezaban a pesar y un sueño creciente amenazaba por dejarla dormida. Antes de cerrar los ojos, se aseguró de ver el rostro lleno de rabia e impotencia del hombre que la había apuñalado- Has perdido, imbécil.
