Capítulo 44
Transcurrieron varios días y la felicidad en Keith parecía ser plena. De ser una casa silenciosa había pasado a convertirse en un lugar lleno de bullicio y, sobre todo, de risas y voces de niños.
De ser un sitio frío y gélido había pasado a convertirse en una casa con calor de hogar.
Sakura aprendió a vivir con las cosas de Ingrid a su alrededor, e intentaba tocarlo todo excepto lo que sabía que había pertenecido a la mujer de Sasuke para evitarse problemas.
Casi todos los que vivían en las tierras de los Namikaze querían conocer a la esposa del vikingo y, tras pasarse a saludarlos, cuando se marchaban se iban satisfechos. Sakura era encantadora.
Pero lo que la gente no veía era que, en aquella casa, y no solo en el corazón de Sasuke, vivía también otra mujer. La casa estaba llena de recuerdos de Ingrid que él se había llevado de Noruega y, aunque Sakura los apreciaba, en cierto modo la agobiaban, pues en ocasiones verlo parado ante ellos, mirándolos, le hacía saber que estaba pensando en ella.
Una de las tardes en las que el vikingo estaba trabajando en la herrería y la joven daba un paseo por las tierras a lomos de Pirata, estaba disfrutando del paisaje cuando vio a una mujer lavando ropa en el río y, sin dudarlo, se acercó a ella.
En cuanto la mujer oyó los cascos de un caballo que se acercaba se levantó a toda prisa y, echándose por la cabeza la capucha de la capa que llevaba, se ocultó. Sakura, al sentir que podía haberla asustado, indicó deteniendo al caballo:
—Tranquila. Soy Sakura, la mujer de Sasuke Namikaze. Nada tienes que temer.
La mujer asintió sin mostrar su rostro, y ella, apeándose, se le acercó y, al agacharse para mirarla, exclamó sorprendida:
—¡Por las barbas de Neptuno! Pero ¿qué te ha pasado?
Horrorizada, la mujer no supo qué decir, y menos aún cuando ella le quitó la capucha con un rápido movimiento. Su rostro estaba marcado por unas feas heridas recientes. Su supuesto pretendiente le había pegado la noche anterior, pero la mujer se apresuró a responder:
—Oh, nada, milady, me caí.
—Pues menuda caída —dijo Sakura mirándola a los ojos.
—Es que soy muy torpe —afirmó aquella intentando sonreír.
La muchacha, observando a la mujer, que era mayor que ella, de pelo rojo y preciosos ojos azules, añadió entonces:
—Tú estuviste el otro día en mi casa, ¿verdad? —Ella asintió. Había estado allí visitándolos junto a su pareja y otros vecinos, y Sakura añadió—: Y si mal no recuerdo, creo que te acompañaba tu marido, ¿no es así?
—No es mi marido, es solo un conocido, milady.
Sin apartar la mirada de aquella, Sakura calibraba el golpe que había recibido en el rostro. Sin duda había sido un tremendo bofetón por las marcas de la mano que aún se veían, y preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Janetta, milady —dijo ella apurada.
—¿Y tu... conocido?
—Armstrang.
—¿Armstrang Namikaze?
—No, milady. Es Armstrang Sutherland. La Namikaze soy yo.
Ella asintió y luego, incapaz de callar, preguntó:
—¿Y tu familia sabe que ese Sutherland te maltrata?
Al oír eso, la mujer negó con la cabeza. Para su suerte o para su desgracia, vivía lejos de sus familiares, algo que le evitaba dar explicaciones.
—No, milady —susurró—. Estáis equivocada.
Sakura se le acercó un poco más, le retiró el pelo del rostro y, viendo las marcas que tenía también en el cuello, insistió:
—No, Janetta, no estoy equivocada. El golpe que tienes en la cara y las marcas de tu cuello no te los ha provocado una caída.
—Milady, por favor. —Aquella sollozó—. Si Armstrang se entera de que hemos mantenido esta conversación, me...
Sin esperar un segundo más, Sakura le cogió las heladas manos y, compadeciéndose, indicó:
—Ese hombre merece ser tratado con la dureza con la que te trata a ti.
De pronto, la mujer se derrumbó, comenzó a llorar con desconsuelo, y Sakura, caminando con ella hacia una roca, la hizo sentarse para que se tranquilizara. Sin embargo, mientras lo intentaba, descubrió nuevas lesiones en ella, y se enfureció todavía más.
Janetta no solo tenía un ojo cerrado, el pómulo abierto y el labio partido, sino, además, los dedos de aquel tirano marcados en el cuello y, por lo que podía apreciar también, algunos moratones en distintos puntos de los brazos.
Entre lloros, le contó lo ocurrido a Sakura. Al parecer, la mujer había enviudado un año antes. Su marido, Sean Namikaze, murió en una refriega y, para no cargar a sus padres con una boca más, no había vuelto a la casa familiar y se dejaba cortejar por el tal Sutherland. El problema era que aquel le pegaba cada vez que bebía. Saber aquello a Sakura la hizo maldecir como el peor de los piratas, y Janetta indicó:
—Es mi culpa, milady.
—¿Cómo que es tu culpa?
La mujer pelirroja, tocándose el ojo, que le dolía horrores, aclaró:
—Armstrang no es un mal hombre. Es solo que, cuando bebe, pierde el control.
—¿Por qué lo defiendes? ¿Acaso tu marido Sean te pegaba?
La mujer cerró los ojos y susurró:
—Sean nunca me pegó. Nunca.
—¿Y por qué disculpas a Armstrang?
Janetta comprendió lo que quería decirle, y repuso:
—Milady, ya no soy una jovencita. Apenas tengo recursos para vivir y él es el único hombre que se ha interesado por mí.
Sakura, conmovida, no sabía qué decirle. Su situación no debía de ser nada agradable, y, levantándose, dijo:
—Acompáñame.
—¿Adónde, milady?
—Vamos a ver a Sasuke para contárselo o, si no, a Naruto y a Temari Namikaze.
Horrorizada, la mujer se negó. Que sus señores supieran lo que le ocurría la avergonzaba, y suplicó:
—No. No, por favor. No me obliguéis a ir.
—Janetta, han de saber lo que te ocurre. Ellos te pueden ayudar.
—No, por favor. Eso enfurecerá a Armstrang.
Sentir su miedo y su desesperación conmovió a la joven, que, mirándola, declaró:
—De acuerdo, no iremos a verlos. Pero vamos a ir a tu casa y...
—No. No podéis venir a mi casa.
—¿Por qué?
—Milady, si Armstrang se entera de que me habéis visto en esta situación...
Sakura asintió al entenderla; su situación era complicada, y el miedo que le tenía a aquel hombre era evidente. Dispuesta a ayudarla como fuera, indicó:
—Pues no se hable más. Vendrás a la mía.
—Pero, ¡milady!
—Janetta —la cortó ella—, solo hay dos opciones. O voy a tu casa a curarte o vienes tú a la mía. Así como estás no te voy a dejar. Por tanto, ¡tú decides!
Finalmente, la joven, viendo que no tenía escapatoria, la acompañó a su casa.
.
.
.
Un buen rato después, cuando Sakura le hubo curado las heridas en la cocina, mientras hablaban, la puerta se abrió y entró Matsuura con Siggy.
—No sabía que tenías visita —se apresuró a decir el japonés, que, al ver el rostro de aquella, susurró—: Por Tritón..., ¿qué te ha ocurrido, mujer?
Janetta, horrorizada por el modo en que aquel extraño hombre de ojos rasgados la miraba, no supo qué responder, y Sakura terció:
—Tío Matsuura, te presento a Janetta. Janetta, él es mi tío Matsuura, y la pequeñita que nos sonríe es Siggy.
Ambos se miraron y Sakura, viendo el desconcierto en el rostro de aquel, explicó:
—Tiene un amigo que, como puedes ver, no es nada afectuoso con ella.
—Maldito animal —soltó el japonés.
Horrorizada, la mujer no sabía qué decir; entonces él se le acercó.
—Janetta, no lo permitas. Nadie debe tratarte así. Te mereces respeto, y ese hombre te ha de respetar. Si no lo hace, aléjate de él porque no te traerá nada bueno. ¿O acaso piensas vivir siempre así? —Al ver que ella no respondía, sin querer ser más indiscreto finalmente añadió—: Si necesitas cualquier cosa, aquí estoy para ayudarte.
Conmovida, la mujer lo miró y luego susurró con una tímida sonrisa:
—Gracias, Matsuura.
Instantes después, él desapareció por la misma puerta por la que había entrado y Sakura indicó mirándola:
—Tío Matsuura tiene razón. No creo que eso sea vida. Piénsalo.
Janetta asintió. Pero, sin querer seguir hablando de ello, dijo poniéndose en pie:
—He de irme.
—¿Te esperan?
—No, milady —dijo la mujer.
Sakura asintió y, no dispuesta a que se fuera andando, a pesar de sus quejas, montó en su caballo con ella y la acompañó a su casa. Quería ver dónde vivía.
Por prudencia, y para evitarle problemas, antes de llegar hasta la cabaña que le indicó, detuvo el caballo y, cuando ambas se apearon, pidió:
—Mañana quiero verte. Necesito saber que tus heridas están sanando bien, por lo que te espero en mi casa. —La mujer no contestó, y Sakura, entregándole una bolsita, añadió—: Aquí van unas hierbas. Cuécelas en abundante agua y, cuando esta esté templada, te tomas varias tazas al día. Eso hará que tus dolores se alivien, ¿de acuerdo?
Con una sonrisa, la mujer asintió y a continuación musitó:
—Muchas gracias, milady.
Sakura le dijo adiós, aunque la siguió con la mirada con curiosidad, y cuando esta desapareció en el interior de su casa, la joven montó en el caballo y regresó a la suya. .
.
.
.
Esa noche, sin haberle explicado a Sasuke lo ocurrido con Janetta, Sakura estaba en el dormitorio de Asami y de Shii. Los hermanos, a pesar de tener habitaciones separadas, habían decidido que querían dormir en la misma. Mientras la joven les contaba una historia para que se durmieran, Sasuke los observaba desde la puerta sin ser visto y, gustoso, comprobó que Shii tenía en las manos el puñal de madera que le había regalado esa tarde.
Desde que los niños y la joven estaban con él, su vida había cambiado en todos los sentidos. Los pequeños demandaban su cariño y lo volvían loco con sus carreras, su bullicio y sus risas. Matsuura y él se entendían maravillosamente bien, y pronto Sasuke se dio cuenta de la estupenda conexión que el japonés tenía con los caballos. Estaba claro que le gustaban. Por su parte, Sakura, con su particular manera de ser, aunque seguía sin querer cocinar, no solo se ocupaba de la casa y de los niños, sino que además le alegraba el día a día de una manera que nunca habría imaginado.
Divertido, la observaba mientras les contaba una nueva historia a los pequeños, que escuchaban encantados, cuando oyó a Asami preguntar:
—¿Y el hada entonces qué hizo?
Sonriendo, Sakura asintió y cuchicheó:
—El hada, consciente de que Lucanello Batiato era un viejo avaro, solitario y gruñón, le dio dos opciones. La primera fue compartir el trigo con sus vecinos, que eran quienes lo ayudaban a cultivarlo todos los años, y la segunda, quedarse él con todo el trigo que había cosechado y hacer desaparecer a esos vecinos.
—¿Y qué opción escogió Lucanello Batiato?
Satisfecha al sentir que tenía la plena atención de los pequeños, Sakura les guiñó entonces un ojo y sonrió.
—Eso queda pendiente para mañana por la noche... ¡A dormir!
—Joooo —protestaron los chiquillos.
La joven, divertida porque ya estaba acostumbrándose a oír eso cada noche, iba a hablar cuando Sasuke entró en el cuarto y exclamó:
—Sakura, por favor, ¡no nos puedes dejar así!
Riendo al oírlo, y tras recibir un cariñoso beso de aquel en los labios, cuando vio que Sasuke se sentaba en la cama con los pequeños, que se acurrucaron en sus brazos, Sakura indicó suspirando:
—La opción que escogió Lucanello Batiato fue quedarse con todo el trigo. Pero lo que en un principio le pareció una excelente idea, pues lo tenía todo para él, pasados unos días comenzó a pesarle.
—¿Por qué, si era lo que él quería? —preguntó Shii.
—Porque, a pesar de ser un viejo solitario, añoraba las risas de los hijos de sus vecinos y el cariño que recibía por parte de todos aquellos. Y porque, al no estar ellos, él solo no podía moler todo el trigo cosechado y este se echaba a perder.
—¡Eso le pasa por egoísta! —declaró Asami.
Sakura asintió y, tras intercambiar una mirada con Sasuke, que sonreía, afirmó:
—Exacto. El egoísmo de Lucanello Batiato lo hizo darse cuenta de que lo bonito de la vida no era ser rico de cosas materiales, sino rico de corazón. De pronto, se percató de que era mil veces mejor vivir con lo justo y necesario y con quienes te querían que vivir nadando en la riqueza, pero solo y sin cariño, ayuda ni amor.
—¿Y el hada hizo algo para remediar su soledad y su dolor? —preguntó Sasuke.
Ella asintió divertida.
—El hada, viendo cómo Lucanello Batiato la buscaba día y noche implorando cambiar de opción, puessssssssss... Y ahora sí que el resto de la historia queda pendiente para mañana por la noche. ¡A dormir!
—Joooo —volvieron a protestar los niños.
Sakura y Sasuke sonrieron, y el vikingo, mirando a Asami, dijo:
—Pequeñaja, tengo algo para ti.
—¿Para mí?
—Cierra los ojos —pidió él.
Encantada, la niña rápidamente obedeció. La tranquilidad de Asami desde que habían llegado a las tierras de Sasuke era más que evidente para todos. Ya no se escondía bajo las mantas cuando alguien iba a visitarlos y, lo mejor, ya no decía aquello de «tengo susto». Todos estaban felices con el cambio que veían en la pequeña.
De pronto, Sakura vio que Sasuke se sacaba una pequeña muñeca de trapo de debajo de la camisa y se llevó las manos a la boca emocionada.
¿En serio se había acordado de aquello?
Shii, feliz, pues sabía que a su hermana le iba a encantar, sonrió tras darle un abrazo a Sasuke; entonces el vikingo indicó mirando a la pequeña:
—Ya puedes abrir los ojos.
Sin dudarlo, Asami lo hizo y, cuando vio frente a ella una preciosa muñeca de trapo, susurró en un hilo de voz y sin tocarla:
—¿Es para mí?
Conmovido por su dulzura, él asintió y, tras mirar a Sakura, que los observaba emocionada, declaró:
—Sakura y yo queremos que tengas esta muñeca. Sabíamos lo mucho que querías a Pousi, pero bueno..., ya sabes lo que pasó.
La chiquilla observaba la muñeca sin dar crédito. ¡Era preciosa!
—Vamos, cógela —la animó Sasuke.
Asami extendió entonces las manitas y agarró la muñeca de trapo. A diferencia de Pousi, esta estaba limpia y reluciente; se la acercó al rostro, le dio un beso y murmuró:
—Huele muy bien.
Enternecida por aquello, mientras la niña admiraba su nueva muñeca Sakura se acercó a Sasuke y, pasando las manos por su cintura, musitó:
—¿Te han dicho alguna vez que eres el mejor?
Él sonrió y la besó en los labios.
—Me gusta que tú lo consideres así —repuso.
Hechizada por lo que aquel hombre le hacía sentir, ella lo miraba cuando él dijo:
—Tengo algo para ti también, pero está en la habitación.
Divertida al oír eso y saber el lugar donde la esperaba su regalo, la joven cuchicheó con descaro:
—Mmmmm..., me muero por tenerlo.
Él soltó una carcajada, y Asami preguntó:
—¿Puedo llamarla Pousi?
Sasuke la miró al oírla y, sujetando a Sakura por la cintura para que no se alejara de él, repuso:
—Cariño, puedes llamarla como tú quieras. Es tu muñeca.
Asami miró a Sakura y esta, apoyando la cabeza en el hombro del vikingo, señaló:
—Pousi es un nombre precioso.
Aquel instante íntimo entre los cuatro emocionó a Sasuke. Parecían una familia, eran una familia, y, gustoso, besó la frente de Sakura.
Asami los abrazó encantada.
—Sois los mejores papás del mundo —musitó feliz.
Oír eso hizo que a ambos se les erizara el vello de todo el cuerpo. Se miraron sin saber qué decir, y Shii, entendiendo el apuro que estaban pasando, murmuró dirigiéndose a su hermana:
—Asami...
La niña, siendo de pronto consciente de lo que había dicho, susurró:
—Se me ha escapado.
Sasuke y Sakura, sorprendidos, seguían en silencio cuando Shii finalmente dijo:
—Asami y yo hemos hablado y queríamos preguntaros si podemos llamaros «mamá» y «papá».
Sasuke y Sakura permanecieron frente a ellos como dos pasmarotes. Lo que los niños proponían era sin duda una de las cosas más bonitas que les podían ocurrir, puesto que no habían sido ellos quienes lo habían pedido, sino los chiquillos quienes lo reclamaban.
El vikingo miró a la joven. Entonces, ver su gesto confundido lo hizo reaccionar y, sonriendo, afirmó:
—Nada nos gustaría más a Sakura y a mí que ser vuestros padres.
Sin dudarlo, los chiquillos se arrojaron a sus brazos para abrazarlos.
Instantes después, cuando el efusivo momento acabó, la pequeña miró a su muñeca y afirmó:
—Pousi está muy feliz.
Sakura, enternecida al tiempo que confundida, como pudo soltó:
—Tan feliz como nosotros, cariño.
A continuación, los críos se tumbaron en sus camas contentos y Asami, mirando a Sakura, pidió:
—Mami, ¿me arropas?
Conmovida por aquello, la joven lo hizo con cariño. Sasuke, por su parte, arropó a Shii, y, tras darles sendos besos de buenas noches a los pequeños, salieron de la habitación.
Caminaron por el pasillo en silencio y, cuando estuvieron lo suficientemente lejos, Sakura gruñó:
—Por las barbas de Neptuno, ¡los niños me van a odiar!
Entendiendo por qué lo decía, él musitó:
—Sakura...
Pero ella, incapaz de razonar, insistió retirándose el pelo del rostro:
—Esto es una locura. No debería haber venido. Tendría que haberme marchado con mi padre y, aunque los niños me hubieran echado de menos, con los días me habrían olvidado y... y ahora... ¡Ay, Dios, Sasuke! Van a sufrir de nuevo cuando sepan que su nueva mamá los va a dejar.
—Pues no los dejes —repuso él.
Al oír eso, Sakura lo miró y, cuando iba a protestar, Sasuke se acercó a ella, la agarró por la cintura y susurró atrayéndola hacia él:
—¿Recuerdas que te he dicho que tenía algo para ti en la habitación?
Sakura resopló agobiada.
—Mira, no creo que sea un buen momento para...
—Por supuesto que es un buen momento —insistió él abriendo la puerta del dormitorio. Sin muchas ganas, ella entró y, cuando Sasuke cerró la puerta, sonrió mirándola.
—De verdad, Sasuke —protestó ella—, no estoy de humor para... —Pero, tras fijarse en algo que había junto al hogar, exclamó—: ¡Por las barbas de Tritón! ¿Qué es eso?
El vikingo, divertido por su frescura, respondió:
—No sabría decirte si es un cojín o un candelabro.
Sakura se acercó llena de felicidad hasta el cachorro blanco que dormía en una caja y, llevándose las manos a la boca, se emocionó. Siempre había deseado tener un perro, pero en el barco su padre nunca la había dejado. Estaba contemplándolo embobada cuando oyó:
—Ayer, cuando fui a casa de Parker a entregarle la espada que me había encargado, me comentó que su perra había parido cachorritos hacía un par de meses. Recordé que me dijiste que siempre habías querido tener un perro y, bueno..., ¡ya lo tienes!
Atónita, y sin saber qué contestar, Sakura lo miraba y, cogiéndolo entre las manos, lo despertó y, cuando el perro la miró, susurró:
—Es precioso..., precioso...
Conmovido por el amor que veía en los ojos de aquella, Sasuke asintió con la esperanza de que aquel animalillo, junto a los niños, lo ayudara a que ella no se marchara, algo que no se atrevía a decirle de viva voz, pero que con hechos se lo gritaba.
Entusiasmada por aquel precioso regalo, Sakura afirmó mirándolo:
—Antes te he dicho que eras el mejor y ahora lo repito: ¡eres el mejor de los mejores!
—Sabía que esto te haría sonreír —dijo él encantado.
—Cuando lo vean los niños se volverán locos —musitó la joven feliz.
Durante unos minutos permanecieron sentados ante el enorme hogar de la habitación jugando con el cachorro, hasta que Sasuke le preguntó:
—¿Cómo lo llamarás?
La muchacha miró entonces al perrillo y, divertida, respondió:
—Tontito no puedo llamarlo porque ese eres tú.
—Vaya, ¡muchas gracias, tontita!
Ambos rieron y luego él añadió:
—¿Puedo sugerir algún nombre?
—Por supuesto...
Sasuke cogió al perrillo entre las manos.
—¿Qué te parece Tritón? Al fin y al cabo, es una palabra que tú utilizas a menudo.
La propuesta entusiasmó a Sakura, que exclamó lanzándose a sus brazos:
—¡Me encanta!
Un buen rato después, ella propuso bajar a la cocina para darle un poco de leche a Tritón; cuando este bebía del cuenco que le había servido, la joven protestó:
—No es justo.
—¿Qué no es justo? —preguntó Sasuke.
—Tú nos has regalado algo a Shii, a Asami y a mí, y yo no tengo nada que regalarte.
Complacido al oírla, él la atrajo entonces hacia sí y la besó.
—Tú eres mi regalo de cada día. No necesito más.
Oír eso tan bonito le encantó a la joven, que se dio la vuelta para no mirarlo. Que agasajara a los niños, que le regalara a Tritón, todo aquello era maravilloso, pero Sasuke seguía sin hablarle de amor.
Quería que la llamara «cariño», deseaba ser para él algo más que un simple regalo. Estaba pensando en ello frente a la mesa donde Matsuura cocinaba cuando el vikingo le preguntó:
—¿Qué piensas?
—No quieras saberlo —repuso sin mirarlo.
Sasuke dio un paso al frente y de pronto ella, volviéndose, lo miró. Quería decirle lo mucho que lo amaba, lo mucho que deseaba que le dijera cosas bonitas para que no se marchara, pero, consciente de que aquello era un imposible para él, para intentar quitar hierro a aquel extraño y complicado momento, metió la mano en un cuenco que contenía harina y, antes de que él pudiera retirarse, Sakura se la lanzó.
Con el rostro y el pelo manchados, Sasuke la miró y, sonriendo, cuchicheó:
—El Bicho está juguetón...
—Probablemente.
—Tontita... —susurró él a continuación con la mirada cargada de deseo.
Oír eso hizo sonreír a la joven, y él, en un rápido movimiento, metió la mano en la harina y se la arrojó a su vez a ella. Entre risas, ambos se embadurnaron de harina sin pensar en nada más. Aquello era lo que necesitaban, simplemente disfrutar; entonces el vikingo, lleno de deseo, la cogió entre sus brazos y, tras besarla con auténtica devoción, la sentó sobre la encimera de la cocina y la poseyó mirándola a los ojos tras subirle la falda que llevaba.
