Capítulo 45
Así pasaron varios días durante los cuales Sasuke y Sakura se acostumbraron a ser llamados «papá» y «mamá» y en los que Tritón se convirtió en el rey de la casa.
El vikingo, que trabajaba en la herrería y con los caballos, aparecía por casa siempre que podía. La necesidad de ver a Sakura era imperiosa, y más cuando, sorteando a los niños, corrían hacia su dormitorio o al campo para hacerse el amor.
Besar a Sakura o que Sakura lo besara a él le daba vida, lo hacía sentir vivo, y aunque sabía que había un corazón entre ambos, pues Ingrid seguía presente, y que el tiempo que tenían para estar juntos era limitado, ambos habían decidido no hablar de ello y simplemente disfrutar. Era lo mejor.
Paseaban a caballo, caminaban cogidos de la mano, se tumbaban a ver las estrellas juntos, y gran parte de las noches se quedaban hasta las tantas, charlando ante el hogar del salón, para posteriormente ir a su cuarto, donde se hacían el amor con deseo y pasión.
Cada vez que Sasuke iba a visitar a Naruto a su fortaleza, Sakura lo acompañaba para poder pasar un rato con Temari, quien, al saber del regalo de Tritón, entre risas le dijo a Sakura que aquello era una prueba de amor. Sin embargo, ella no lo entendió.
De pronto, la presencia de Sakura se había convertido para Sasuke en una necesidad, algo que le gustaba y lo horrorizaba a partes iguales cuando Ingrid aparecía en sus pensamientos. Sentir que la estaba olvidando por una mujer que lo iba a dejar en breve lo hacía dar un paso atrás.
¿Qué estaba haciendo? ¿Realmente merecía la pena centrarse en alguien que lo iba a abandonar?
Por su parte, Sakura, sin ser consciente de lo que martirizaba a Sasuke, disfrutaba el día a día sin exigirle nada. El que decía ser su marido era atento, delicado, cuidadoso, gentil, pero nunca le dedicaba palabras de amor.
Deseaba que le dijera que la amaba, que la necesitaba, que no quería que se marchara. Oírlo decir algo así haría que ella se enfrentara a su padre, pero eso no sucedía.
Una tarde en la que llovía a mares, cuando la joven y Matsuura jugaban con los niños frente a la chimenea del salón, Sasuke entró y, tras saludar a Tritón, preguntó:
—¿A qué jugáis?
Asami, feliz, rápidamente respondió:
—A las adivinanzas.
El vikingo, dichoso por regresar a su hogar y verlo lleno de vida, cogió a la pequeña Siggy, que le echó los brazos de inmediato; le habló en noruego y la pequeña sonrió, y a continuación él señaló:
—Siggy y yo también queremos jugar.
—¿Siggy quiere jugar? —se mofó Sakura.
Gustoso y encantado, Sasuke se sentó junto a su mujer y, tras darle un cariñoso beso en los labios, afirmó:
—Eso me ha dicho.
Divertida y entusiasmada con aquella muestra de cariño, Sakura dio entonces una palmada y exclamó:
—¡Perfecto! ¡Juguemos, pues!
—Vamos, mamá, ¡te toca decir otra adivinanza! —apremió Asami.
Sonriendo por aquella palabra, que ahora los niños repetían cada dos por tres y que le llenaba el corazón, Sakura se apresuró a preguntar:
—¿Qué será, será?... ¿Qué puede ser, que cuanto más grande se hace menos la podemos ver?
—¡Yo lo sé! —exclamó Matsuura.
Sakura sonrió al oírlo, pero repuso:
—Ni se te ocurra decirlo. Déjalos que piensen.
Los niños y Sasuke se miraron. Las adivinanzas que Sakura proponía siempre no tenían nada que ver con las que ellos sabían, y, tras estar un rato diciendo de todo y como ninguno acertaba, finalmente la joven indicó:
—¡La oscuridad!
Todos aplaudieron encantados, y a continuación Shii preguntó:
—Mamá, ¿de dónde sacas esas adivinanzas tan estupendas?
Sakura sonrió.
—Me las enseñó tío Matsuura. Él sí que se sabe adivinanzas.
—Tío Matsuura, ¡te toca! —apremió Asami.
El japonés, gustoso por sentirse uno más en el juego, sin dudarlo, dijo cogiendo al cachorro, que le estaba mordiendo una mano:
—Muy bien. ¡Allá voy! Adivina quién soy: cuanto más me lavo, más sucia estoy.
Los niños rápidamente miraron a Sakura y esta, sonriendo, canturreó:
—Yo lo séééééé...
Matsuura rio. Sasuke también. Durante un buen rato los niños sugirieron todo lo que se les ocurría y, cuando se rindieron, finalmente el japonés dijo:
—El agua.
Sasuke, Shii y Asami asintieron, y entonces el primero exclamó divertido:
—¡Mecachisssss! Eso era justo lo que Siggy proponía.
De nuevo, todos rieron y Matsuura, levantándose, dejó a Tritón en el suelo.
—Es hora de cenar —anunció—. Vamos, niños, a la cocina.
Shii y Asami rápidamente le hicieron caso, y el japonés, al ver que Siggy le echaba los brazos, dijo cogiéndola:
—Para ti tengo un puré ¡que te va a encantar!
Sasuke y Sakura lo observaron marcharse con una sonrisa.
—¿Contigo siempre fue así? —quiso saber él.
—Sí —afirmó ella—. Te aseguro que tengo los mejores tíos del mundo.
Sasuke sonrió, y Sakura, deseosa de mimos, se sentó a horcajadas sobre él y lo besó con cariño.
—¿Qué tal hoy en la herrería?
Gustoso por aquellas atenciones, él paseó la nariz por el cuello de aquella y, cuando la miró a los ojos, murmuró:
—No tan bien como espero que vaya la noche en nuestra habitación... —Ella sonrió y él bajó entonces la voz y añadió—: Pienso llenar la bañera de agua caliente y disfrutar junto a mi tontita preferida.
Divertida, Sakura soltó una risotada. Aquellos pequeños momentos íntimos los disfrutaba una barbaridad, y cuando él se levantó del suelo con ella en brazos, preguntó sin soltarla:
—¿Te parece una buena idea?
Ella asintió y lo besó con pasión.
—Me parece una idea excelente —dijo.
Estaban besándose con adoración cuando oyeron:
—Argggg...
Al levantar la vista se encontraron con Shii, que musitó mirándolos con cara de asco:
—¿Por qué tenéis que besaros tanto?
Sorprendidos, Sasuke no supo qué contestar, y Sakura, dejándose llevar por su desparpajo, indicó:
—Pero, Shii, ¿acaso no ves lo atractivo que es Sasuke?
El niño no dijo nada y, cuando el vikingo la dejó en el suelo, esta añadió:
—Tu padre es un hombre guapo, fornido y...
—¡No quiero oír mássssss! —exclamó el niño mientras se tapaba los oídos.
Divertidos, aquellos rieron cuando el pequeño llamó a Tritón y a continuación añadió:
—Dice tío Matsuura que vengáis. La cena se enfría.
Después dio media vuelta y se marchó. Entonces Sakura, introduciendo una nueva palabra entre ellos para ver cómo se la tomaba Sasuke, afirmó:
—Cariño..., que conste que lo que he dicho es cierto. Eres un hombre guapo y atractivo al que me encanta besar.
Sasuke, que sonreía, frunció el entrecejo al oír la palabra cariño. ¿Por qué lo había llamado así?
Y ella, consciente de cómo le había afectado oír aquello, insistió sin darse por vencida:
—¿Puedo preguntarte algo?
—Sí.
Con un gesto que a él lo descolocó, la joven soltó a continuación:
—¿Te parezco bonita?
Asombrado, el vikingo la miró, y ella, plantándose ante él, dio una vuelta sobre sí misma y declaró:
—Ya sé que soy pelirosa y que eso me resta puntos a tus ojos, pero ¿te gusto?
Sasuke sonrió encantado. Aquella mujer pelirosa era preciosa. Maravillosa. Sus ojos. Su sonrisa. Todo en ella era digno de admirar. Pero, incapaz de abrirse como ella pedía, repuso:
—Me pareces bien.
Sakura asintió y, necesitando que le dijera algo bonito, insistió:
—¿Solo bien?
Consciente de lo que le estaba pidiendo, él apartó entonces la mirada y, fijándose en aquella inscripción que había en el escudo sobre la chimenea que él había hecho para Ingrid, respondió:
—Sakura..., ¿qué más quieres?
Molesta por su frialdad, la joven soltó:
—Pues me gustaría mucho oírte decir algo como «¡qué guapa estás hoy!» o «¡qué bien luces hoy!». Y tampoco estaría mal que algún día me pudieras decir alguna palabra cariñosa.
Oír eso incomodó al vikingo, que se apresuró a replicar:
—No soy de decir palabras cariñosas.
—Eso no es cierto. —Al oírlo, Sasuke la miró y ella añadió—: A Asami, a Siggy y a Ingrid sueles decirles palabras muy bonitas, como cariño, cielo, preciosa o amor.
—¿Estás celosa de lo que les digo a unas niñas? —preguntó él divertido.
—Probablemente —afirmó ella sin un ápice de vergüenza.
Sasuke asintió y frunció el entrecejo. Sabía que Sakura tenía razón.
—¿Tan difícil es decirme una palabra cariñosa o un piropo? —insistió ella.
Él siguió sin contestar, y cuando Sakura vio hacia dónde miraba, afirmó sin pensar en lo que decía:
—A riesgo de que discutamos, cosa que me da igual, está claro que, mientras ella siga siendo la dueña y señora de tu casa, tu vida y tu corazón, nada cambiará.
Sin necesidad de preguntar, Sasuke sabía a quién se refería. En el tiempo que llevaban viviendo allí, Sakura no había pronunciado el nombre de Ingrid. Parecía aceptar vivir sin rechistar con las cosas de esta, y cuando iba a contestar ella dejó de sonreír e indicó:
—Vamos, Matsuura y los niños nos esperan para cenar.
Y, sin más, y sin rozarse, ambos caminaron hacia la cocina.
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Esa noche, mientras Sasuke estaba hablando con Shii en su despacho y tío Matsuura dormía a Siggy, Asami peinaba con mimo a Sakura en su dormitorio, donde Tritón dormía ante la chimenea. A la niña le encantaba entrar allí y, sentadas las dos sobre la cama, charlaban cuando Asami preguntó:
—Mamá, cuando sea mayor, ¿podré tener el pelo como tú?
—Claro que sí —afirmó ella—. Crecerá y podrás tenerlo tan largo como yo.
—No digo eso. Digo de tu color. Me gusta el color rosa de tu pelo y yo quiero tenerlo así.
Oír eso hizo sonreír a Sakura, que musitó:
—Cariño, tú tienes un precioso pelo rojo.
—Pero yo quiero tenerlo como tú —insistió aquella—. Ahora eres mi mamá y quiero parecerme a ti.
Conmovida, Sakura se volvió con cariño hacia ella.
—¿Tu mamá lo tenía rojo?
Asami afirmó con la cabeza y a continuación la joven cuchicheó sonriendo:
—¿Te cuento un secreto? —Asami asintió y ella continuó—: Yo siempre quise tener el cabello rojo como tú y tu mamá, porque siempre oí que las mujeres pelirrojas son las más hermosas, valientes y guerreras.
La niña parpadeó y rápidamente dijo:
—Tú eres esas tres cosas.
Enternecida, Sakura sonrió.
—Gracias, cariño —contestó, y agregó—: Tienes el pelo rojo y precioso de la que fue tu mamá y eso te ha de agradar y honrar, como seguro que la honra a ella.
La niña no contestó.
—Yo tengo el pelo rosa de mi padre —prosiguió Sakura—, y aunque no herede el color de pelo de mi madre, si herede el color de sus ojos cuando ella murió cuando yo era pequeña como te ha pasado a ti, me gusta saber que el color de mis ojos y los de ella eran idénticos, porque siento que eso es algo que ella y yo compartiremos eternamente. Y tú igual, cariño. Siempre compartirás el color de tu cabello con tu madre, aunque ella no esté a tu lado, y eso tiene que hacerte muy feliz, ¿vale? —La niña asintió sonriendo—. Y cuando crezca podrás hacerte infinidad de peinados con él y...
—¿Me los harás tú?
Oír eso a Sakura le encogió el corazón. Saber que en pocas semanas la niña lloraría por su pérdida hacía que le doliera hasta el alma; por ello la miró y respondió lo que siempre decía cuando no tenía las cosas claras:
—Probablemente. —Ambas sonrieron, y luego añadió—: Pero si por un casual yo no te los hiciera, prométeme que disfrutarás de tu pelo rojo como el de tu madre y serás la niña más feliz del mundo.
—Te lo prometo —declaró Asami feliz.
Sakura la miró a los ojos.
—Recuerda, cariño —susurró—. Las promesas son para cumplirlas. ¿Entendido?
La niña asintió; entonces unos golpecitos en la puerta atrajeron la atención de Sakura, que, levantándose de la cama, pidió:
—Dame un segundo.
Al abrir, se encontró con tío Matsuura, que sonriendo informó:
—La pequeña mofetilla ya está dormida.
—Estupendo.
—Mami, ¿esa es tu caja de joyas? —preguntó Asami.
Sin mirar, Sakura asintió y luego la niña insistió:
—¿Puedo probarme ese anillo tuyo que tanto me gusta?
Ella volvió a asentir y Matsuura dijo:
—He subido varios cubos de agua caliente para tu baño como me has pedido.
Sakura se apresuró a coger dos de ellos y dijo entonces viendo a Tritón salir de la habitación:
—Llenemos la bañera. Eso le gustará a Sasuke.
Encantado, el japonés la ayudó a llenar la bañera de humeante agua caliente mientras Asami jugaba sobre la cama con el joyero.
—Ahora me voy a dormir —dijo Matsuura cuando hubieron acabado—. ¿Todo bien por aquí?
Gustosa y feliz, Sakura asintió y, tras darle un beso en la mejilla, respondió:
—Todo muy bien. Buenas noches.
Una vez que cerró la puerta, Sakura se apoyó en la misma y en ese momento oyó a Asami preguntar:
—Mamá, ¿estoy guapa?
Pero, al mirarla, a la joven se le borró la sonrisa. Las joyas que la niña se había puesto no eran las suyas, y al ver que se trataba del joyero de Ingrid se apresuró a decir:
—Cariño, estás preciosa, pero ahora quítatelas.
Sin tiempo que perder, antes de que apareciera Sasuke, Sakura le quitó a Asami todas aquellas joyas que ella ni siquiera había visto nunca. No había tocado aquel joyero para respetar la petición de Sasuke y, en cuanto acabó, tras depositarlo sobre la mesita, dijo cogiendo a la pequeña:
—Venga, te acompañaré a tu cama.
Después de cogerla en brazos, Sakura la llevó a la cama. Shii todavía no había llegado, y estaba hablando con ella cuando vio que la pequeña escondía una de sus manos. Consciente de ello, la joven se apresuró a preguntar:
—Asami, ¿qué me ocultas?
Al oírlo, la niña sonrió y luego dijo enseñándole la mano:
—Mamá, ¿me regalas este colgante?
Aquello tampoco era suyo, y cuando iba a decir algo la puerta se abrió y entraron Sasuke y Shii. Rápidamente Sakura miró a la pequeña y, quitándole el colgante de las manos, le dio un beso en la cabeza y aseguró escondiéndolo en la mano:
—Te prometo que mañana te regalaré otro mucho más bonito.
—¡Vale! —exclamó la niña con una sonrisa.
Sasuke y Sakura besaron a los chiquillos y luego, al salir de la habitación, Sakura se encaminó hacia su dormitorio para dejar el colgante en su sitio; Sasuke la agarró y, acercándola a él, preguntó:
—¿Sigues molesta conmigo?
Ella negó con la cabeza.
—No..., tontito —cuchicheó.
Oír eso hizo sonreír a Sasuke, que, cogiéndola en brazos, la llevó hasta la habitación. Una vez allí, tras echar el pestillo que él había instalado unos días antes para tener intimidad, comenzó a besarla sin soltarla.
Sakura respondía a sus besos encantada, pero necesitaba que la dejara en el suelo para guardar de nuevo aquel colgante que Asami había cogido, por lo que pidió separándose de él:
—Un segundo.
—¿Por qué? —Sasuke sonrió al oírla.
Ella tenía el puño derecho cerrado para esconder lo que llevaba, pero él se la echó entonces al hombro de repente y a Sakura se le escapó el colgante a causa del impulso.
Cuando la joya cayó al suelo, el ruido atrajo la atención de Sasuke, que al verlo se detuvo. Durante unos segundos miró aquel colgante que tan bien conocía, y tras soltar a Sakura se agachó y lo cogió.
—¿Qué haces tú con esto?
La joven suspiró y Sasuke, apartándose de ella, abrió el joyero de Ingrid y siseó:
—¿Por qué has tocado sus cosas? ¿Acaso no recuerdas lo que te pedí?
—Mira...
—Te dije que sus cosas no se tocaban.
—Lo sé...
Pero el vikingo, enfadado, insistió levantando la voz:
—Por todos los dioses, Sakura, entonces ¿por qué lo has hecho?
Durante unos instantes la joven se quedó paralizada.
¿Cómo podía pasar de repente de ser un hombre tan dulce a estar tan enfadado?
Sasuke, colérico, se dirigió hacia la puerta y, retirando el pestillo, iba a salir cuando Sakura lo detuvo.
—Lo siento. Estaba jugando con Asami, me ha pedido abrir mi joyero, le he dicho que sí sin mirar mientras hablaba con Matsuura y ella ha confundido el mío con el de... tu mujer.
—¡Ingrid..., se llama Ingrid!
Al oírlo, ella asintió y repuso mordiéndose la lengua:
—Lo sé. Sé perfectamente cómo se llama.
Ambos se miraron en silencio unos instantes y luego Sakura susurró:
—Siempre he oído decir a mis tíos que los vikingos os tomabais la muerte como parte de la vida, pero sin duda en tu caso no es así, porque, si lo fuera, ya habrías superado la muerte de tu mujer.
—Te equivocas —siseó él.
—No, no me equivoco. Si hubieras aceptado su muerte, podrías continuar con tu vida. Y no es así.
Enfadado por hablar de aquel tema que tanto le dolía, Sasuke gruñó mirando la puerta:
—Repito: te equivocas. Lo he aceptado. Otra cosa es que me niegue a olvidarla. Ingrid era preciosa, maravillosa. La mujer más bonita, dulce y cariñosa que...
—¡Basta! —le ordenó Sakura de pronto.
Oír eso hizo que él se sorprendiera. Durante unos segundos se miraron en silencio, hasta que ella, intentando templar la rabia que sentía, musitó:
—Siento que Asami cogiera ese colgante. Intentaré que no vuelva a pasar.
—Con que lo intentes no me vale.
Oír eso no era justamente lo que la joven necesitaba, e, incapaz de seguir conteniendo su furia, respondió:
—A mí no me valen muchas cosas tuyas, pero mira, ¡aquí estoy!
La expresión de Sasuke cambió y ella sentenció:
—Yo no tengo ningún interés en las joyas que pertenecieron a Ingrid; primero, porque tengo las mías propias y, segundo, porque son suyas y yo no las quiero. Pero no olvides que ahora vives en una casa con tres niños, y los niños son curiosos. Todo lo miran. Todo lo ven. Todo lo tocan.
—¿Qué quieres decirme con eso?
—Quiero decirte que si esa caja brillante y reluciente sigue ahí —indicó señalando la mesita —, ten por seguro que, cuando entren en esta habitación, llamará su atención y volverá a ocurrir. La abrirán de nuevo te guste a ti o no.
Ninguno de los dos se movió. Ambos estaban molestos por la situación, y Sakura, echándose por encima de la camisola una piel que era de Sasuke, agarró el pomo de la puerta y añadió:
—Y ahora prefiero marcharme un rato para que tanto tú como yo nos calmemos. Porque te digo una cosa: tengo paciencia, pero siento que contigo, y en relación con ciertos temas, está a punto de acabárseme.
Y, dicho eso, abrió la puerta y salió del dormitorio.
Sasuke, ofuscado, no se movió y, cuando la puerta se cerró, consciente de lo mal que lo hacía, acercó su frente a esta y, enfadado, le dio un cabezazo.
