Amor Prohibido - Capítulo 48
—¡Es un niño!
—¡No! ¡Es una niña!
—¡Te digo que va a ser un niño! ¡Es la naturaleza!
—¡Por lo mismo! Si es una niña, seremos tres y tres.
—¡La última fue niña! ¡Ahora toca niño!
—¡El último fue Jimmy!
—¡No! ¡Fue Yanette! Siempre ha sido así. Niño, niña, niño.
—¡Antes de ti fue Jack y él no es una niña!
—¡Ya basta!
Yenny se encontraba ayudando a Jimmy en su tarea de matemáticas cuando oyó la discusión entre Yuri y Jacob desde el pasillo. Ambos se encontraban en el segundo piso y bajaron las escaleras discutiendo por el sexo de su nuevo hermanito. Llevaban tal griterío que ella decidió intervenir.
—¡Dile Yenny! ¡Nuestra futura hermanita es una niña! —exclamó Yuri apuntando a su hermano.
—¡No! ¡Te digo que es un niño! —replicó Jacob regalándole una mirada molesta.
—¡Basta! —exclamó nuevamente Yenny cruzándose de brazos—. Aún es muy pronto para saberlo. Tienen que esperar a lo que nos diga mamá.
—¡Pero te apuesto que es un niño! —insistió Jacob.
—A que no te gustaría que fuera una niña, ¿eh? —insistió Yuri mirando a su hermana.
—¡Oye sí! ¿Qué te gustaría que fuera? Un niño. ¿No? —agregó Jacob con intriga.
Yenny quedó en silencio con la boca abierta sin saber qué responder. Habían pasado tantas cosas últimamente que se había olvidado preguntarse a sí misma qué quería que fuera su hermanito. Recordó aquellas viejas discusiones que tenía con Jack sobre el tema cuando iba a nacer Yuri, Jimmy y Yanette. Habían pasado tantos años y tragedias, que terminó por conformarse con que el bebé naciera sin problemas, sin importarle mayormente el sexo.
—La verdad, no lo había pensado —respondió con inseguridad repasando su mirada por cada uno de sus hermanos.
—Yo quisiera que fuera un niño —Jimmy se sumó a la conversación—. Quiero enseñarle a jugar Monstruos y Dragones.
—¡Pero si yo se jugar Monstruos y Dragones! —insistió Yuri.
—¡Tú haces trampa! —exclamó Jimmy apuntando a su hermana.
—¡Es verdad! —agregó Jacob volteándose hacia la conejita.
Yenny estaba por intervenir cuando la puerta abriéndose lo hizo por ella. Los cuatro conejos se voltearon y vieron entrar a Jack. El conejo entró y cerró la puerta tras de sí con despreocupación. Silbaba una tonada de rock suave. Traía su mochila gris colgando desde un hombro. Al mirar al frente, se topó con los cuatro pares de ojos, que lo congelaron al instante.
—¡Jack! ¿Dónde estuviste? —se le salió a Yenny.
La verdad la chica se había preocupado por Jack desde que lo vio salir de esa forma de la heladería. Mientras estaba ayudando a Jimmy en la cocina, se le ocurrió la brillante idea de llamar a Francesca. Sin duda ella sabría qué le estaba pasando a su hermano, y de paso podría pedirle que no le dijera nada a él. Había sacado su teléfono para la hazaña cuando oyó los gritos de sus hermanos menores.
—Ho-hola —tartamudeó inseguro. Consideraba extraño ser recibido de esa forma por todos sus hermanos—, no saben con quién me acabo de encontrar —agregó con más seguridad.
El silencio fue la invitación para continuar.
—Era un señor bastante interesante y algo raro —Jack se acercó a sus hermanos—. Era amable, educado como de esos caballeros del siglo pasado, una cara extraña, pero bastante entretenido. Simplemente se me pasó volando el rato con él. ¡Ah! Y estaba vestido completamente de blanco, con terno y todo.
—¿Es Bombo Fica? —cuestionó Yuri arqueando una ceja.
—Se llamaba Pablo Schneider y dice que era compañero de mamá durante sus primeros años de universidad —comentó Jack—. Luego él se cambió de estado y de universidad. Me lo encontré hace un rato en la oficina de mamá.
Para Yenny era inevitable asociar la descripción de Jack con el sujeto que se apareció en su sueño durante su coma. Era un recuerdo que la molestaba como una mosca que pretendía conquistar su nariz. Tras la mención del nombre, el golpe dio en el clavo. La mosca plantó su bandera en la cima. Aunque no tenía sentido, la idea sobre que aquel guía fuera más real que sus sueños, cobró fuerza en su mente.
—¿Estuviste en la oficina de mamá? —preguntó Jacob.
—Casi —contestó Jack—. Ella no estaba en su oficina, ni tampoco Myriam. Él se apareció afuera y nos quedamos conversando hasta que se apareció Susan.
—¿Y dónde está mamá? —preguntó Yuri.
—Debe estar en alguna parte por cosas de su trabajo —respondió el conejo encogiéndose de hombros.
—Es raro que la señorita Myriam no se encuentre en la oficina. Ella siempre está allí —observó Jacob alzando una ceja.
—¿No sería eso peligroso para el bebé que viene en camino? —agregó Yuri con cierta preocupación.
—Intenté llamarla, pero nadie contestó —respondió Jack mientras se disponía a subir las escaleras—. Supongo que debe estar ocupada —agregó intentando bajar el nivel de preocupación de sus hermanos, aunque en el fondo pretendía reducir su propia preocupación.
—¿Qué especie era ese tal Pablo? —Yenny lanzó la pregunta a Jack, dejándolo con unos cuatro escalones recorridos.
—No lo sé —respondió el conejo volteándose hacia su hermana—, solo sé que era un felino, pero tenía una mezcla de cosas en su cara que me confundieron. Solo digamos que era un felino de alguna clase.
A la coneja se le cortó la respiración tras la respuesta. Mientras, Jack prosiguió su camino ignorante de sus emociones. ¿Será él? ¿Realmente era él? El mismo pesar tras aquel sueño la volvió a abrazar. Fue como volver a vivir la pesadilla. Le tomó un buen rato regresar los pies a la tierra. Le tomó un largo y notorio instante desinflar sus temores, sus pesares, sus miedos. No era posible que ese tal Pablo fuera el mismo que el de sus pesadillas. ¿O no? Coincidían en su extraña especie, en el nombre, en la tenida. ¿Coincidencia? Era una respuesta demasiado vaga, pero debía aceptarla si no quería volver al infierno de antaño.
—¡Yenny! —un remezón la trajo de vuelta al presente. Al voltearse a un costado, pudo ver a Yuri.
—¿Estás bien? —preguntó la pequeña sujetándola del brazo. Su semblante preocupado la alertó sobre lo nada sutil que había sido.
—Sí, sí, estoy bien —respondió acariciándole la cabeza mientras le regalaba una sonrisa fingida—. ¿Vamos? Tengo que ayudar a Jimmy con su tarea —agregó.
Ella se destinó a dirigirse rumbo a la cocina siendo seguida por sus hermanos.
—¿Acaso conoces a ese tal Pablo? —preguntó Jacob de improviso siguiéndola un par de pasos detrás de ella.
—¿Yo? Lo dudo. ¿Por qué lo preguntas? —respondió Yenny entrando a la cocina. Sus orejas repentinamente erguidas y su velocidad al responder llamaron la atención del conejo.
—No, por nada —contestó Jacob.
Jimmy, quien iba delante de él, se volteó a observarlo. Él ya intuía que algo pasaba.
Mientras tanto, en el hospital, el miedo y la exaltación eran cosa del pasado. Las horas habían transcurrido. El día estaba pasando. Myriam recorría los pasillos del lugar con nerviosismo. Se cruzaba de brazos y se comía las uñas con la cabeza gacha. Intentaba comprender qué estaba ocurriendo. Cada intento era infructuoso. Sabía que la señora Chad y su esposo estaban internados. Por fortuna, el caso de Yin resultó ser más favorable. No pasó más allá de un susto debido al estrés. A pesar de ello, el doctor la obligó a quedarse en cama puesto que sospechaba de algo extraño que decidió investigar. Hasta el momento aún no había resultados de exámenes. El caso de su esposo no era tan favorable. Se encontraba inconsciente en urgencias con un daño cerebral que los doctores se encontraban investigando. Solo sabía que el señor Carl estaba con él.
Ella por su parte, se quedó acompañando a la señora Yanette. Ella replicó durante todo el día que los señores Chad eran hermanos. Incluso le contó la historia sobre cómo los perdió y cómo esperaba reencontrarse con ellos. Esto era lo que más martilleaba su cabeza. Para la ratona, los señores Chad eran esposos desde que los conoció hace unos diez años. Intentaba aferrarse a sus recuerdos que amenazan con terminar en el tacho de la basura ante la nueva teoría impuesta por su nueva amiga. Nunca la había visto tan molesta, aleteando contra la frustración de no poder moverse a libertad. En ese momento estaba siendo revisada por el personal médico, analizando la posibilidad de adelantar su alta médica. Quería moverse para buscar respuestas. Exigía respuestas. Necesitaba respuestas.
—Señorita Hibbert.
A la ratona se le paralizó el corazón. De pronto, sintió que alguien la rodeaba. Fue tan repentina esa sensación que el terror se apoderó de ella. La voz le confirmó que el peligro era real y no tan solo parte de su imaginación. Al mirar hacia los costados, pudo comprobar la causa de todo. Lucio se encontraba a su lado. La observaba con la mirada fija y una amplia sonrisa. Sus colmillos filosos parecían brillar. Había pasado su brazo por detrás del cuello de la ratona hasta sujetarla del hombro opuesto. La tenía firmemente sujeta, impidiéndole dar siquiera un paso más. El miedo no la abandonó, cambió de forma.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó en el mismo tono grave.
—¿Q-q-que n-n-ne-ne-necesita? —balbuceó intentando esconder torpemente su temor. No era algo sobrenatural, pero era alguien que sabía infundir el miedo.
—¡Oh! No se preocupe, solo quería saber cómo se encuentra la señora Yanette —respondió el león con una tranquilidad que le ponía los pelos de punta a su presa.
—E-e-ella e-e-es-está b-b-bi-bien —tartamudeó. No podía controlar sus temblores. Sentía por momentos que aquel sería el final de su vida.
—¡Qué bien! —exclamó el felino con una falsa alegría mientras se disponía a avanzar sin soltar a su presa—. Me tenía muy preocupado, especialmente por lo que le dijo a Yin. ¿Viste sus caras?
—S-s-s-s-sí-sí —tartamudeó. El miedo no la dejaba pensar bien. Miraba hacia todos lados en busca de ayuda. El pasillo estaba vacío.
—La verdad me preocupa mucho eso de que pregone que ella y su esposo son… bueno, me entiendes —agregó el león pasando uno de sus dedos por debajo del mentón de la ratona. Esto la obligó a ver a su victimario directo a los ojos. Su garra afilada pasó rozando su piel.
—Ella al parecer no entiende la delicadeza de esta situación —prosiguió acercando su rostro al de ella—. Me preocupa que ella entregue dicha ¡Ejem! Información a manos equivocadas.
Las pupilas de la ratona se encogieron hasta volverse un par de simples puntos. Casi podía sentir que sus colmillos empezarían a desgarrarla comenzando por su cara.
—Le quiero pedir un favor —susurró Lucio.
Repentinamente, el león alejó su rostro y comenzaron a caminar más rápido. Él caminaba erguido frente al pasillo mientras sujetaba con firmeza a la ratona. Ella pudo ver que una enfermera se acercaba empujando un carrito lleno de implementos quirúrgicos usados. El león le sonrió con premura mientras presionaba con fuerza el hombro de la ratona. Myriam en cambio, la observó con palidez. La enfermera pasó por el lado de ambos en dirección contraria. Parecía como si ni siquiera hubiera notado la presencia de ambos.
Apenas el león notó con su audición que la enfermera se encontraba lejos de ambos, regresó a su negociación. El terror había regresado al corazón latente de la ratona, especialmente luego de sentir una punzada de su garra justo debajo de su garganta.
—Quiero que usted vigile a esa señora —susurró lenta y amenazantemente—. Si ella termina entregando a sus hijos a la policía o hace algo estúpido, usted terminará entregando su sangre al piso.
El pinchazo en la garganta se hizo más fuerte mientras tragaba saliva.
—¿Está claro? —preguntó manteniendo su tono amenazante.
—S-s-s-sí-sí-sí —tartamudeó al borde del desmayo.
El león le regaló una sonrisa de satisfacción.
Yin se sentía similar a Yanette. El peligro había pasado. Aunque existía cierta preocupación planteada por su médico, los dolores habían cesado. Su mente estaba ocupada por Yang, de quién no tenía mucha información. Carl la había acompañado hasta que se aseguró de que ella no corría peligro. Fue ahí como aceptó ir a ver a Yang y entregarle información apenas pudiera. Habían pasado cuatro horas y la incertidumbre la estaba matando. A pesar de la insistencia del doctor de guardar cama, ella se paseaba dentro de su habitación. Necesitaba calmar los nervios de alguna forma. Le molestaba que esa cucaracha simplemente se hubiera ido. Aunque su preocupación por esa anciana que aparentemente sabía su gran secreto persistía, la vida de Yang era más importante. ¿Qué rayos seguía haciendo entre esas cuatro paredes? Ya se sentía bien, podía caminar. No podía seguir allí haciendo nada.
Era hora de recorrer el hospital.
Su intuición no le falló. Fue la Unidad de Cuidados Intensivos. Un par de consultas le bastaron para dar con la habitación de su esposo. Afuera pudo ver a Sara, esperando junto a una silla que había sacado del interior.
—¡Yin! —exclamó la cierva con sorpresa.
—¿Mi esposo está aquí? —preguntó la coneja con premura.
—Sí —respondió Sara—. Carl lo está tratando.
—¿Carl? —preguntó extrañada—. ¿Está dentro?
—Sí —respondió la cierva mientras afirmaba con la cabeza—. Lleva como unas cuatro horas adentro.
—¿Qué está haciendo? —preguntó la coneja frunciendo el ceño.
—No estoy muy segura —respondió Sara—. Entró allí, hizo un par de hechizos raros y se quedó ahí flotando por horas.
La coneja estaba decidida a entrar, pero Sara la retuvo. Pidiéndole silencio con el índice sobre sus labios, la cierva la invitó a pasar abriendo lentamente la puerta. Allí pudo verlos. Yang se encontraba conectado a varios aparatos que lo mantenían con vida mientras entregaban diversas luces y pitidos. A un par de metros estaba Carl. Parecía concentrado mientras flotaba en posición de loto. Su mirada tranquila le hacía pensar a Yin que le estaba tomando el pelo a todo el mundo mientras se echaba una buena siesta. El lugar se hallaba pesadamente silencioso a pesar de las máquinas. Sin perturbar dicho silencio, la coneja se acercó lentamente hacia su pareja. Parecía dormitar sobre la cama. Sara se quedó en la entrada. Paseaba su mirada entre la cucaracha y los conejos, expectante ante lo que pudiera suceder.
Yin no pudo evitar sonreír al verlo. Dormitaba tan tranquilamente que la llenó de emoción. Las preocupaciones habían quedado en una dimensión espiritual distante, carcomidas ante una realidad que ya no le pertenecía. Pocas veces podía verlo así. Se veía tan jovial, tan libre, tan tierno. Era una tranquilidad imperturbable. Ella le acarició el rostro, pasando su mano por el mentón. Su pelaje se notaba un tanto áspero, tal y como toda la vida ha sido. Sin darse cuenta comenzó a peinarle su cabeza. Su pelaje rebelde siempre le opuso resistencia y esta vez no era la excepción. No se había dado cuenta que le acababa de contagiar la sonrisa. Quería abrazarlo. Quería acurrucarlo. La paz los había envuelto. De pronto, acercó su rostro al de él. Ella no se daba cuenta. Simplemente se estaba perdiendo en él, en sus recuerdos. En aquellas escasas ocasiones en que su rostro le entregaba tanta paz. Él era su mundo. Él era su vida. Sus labios rozaron los de él. El momento fue sellado con un beso cargado de suavidad. Fue un beso cargado de dulzura, cargado de emoción, cargado de amor.
Sus labios no eran inertes. Sus labios le estaban siguiendo el juego. La calidez se hacía presente. Antes que ella siquiera sospechara algo, sintió cómo una mano la presionaba desde la nuca para evitar soltar el beso. Las lenguas se sumaron al beso mientras una segunda mano la sujetaba de la cintura. Simplemente se dejó llevar por aquel momento mágico. Era el éxtasis, la felicidad. El Edén en la tierra. El contraste entre lo ocurrido aquella mañana y lo que estaba viviendo en aquel segundo era inmenso. Agradecía al tiempo que avanzaba, la alejaba del pasado, y la invitaba al presente más maravilloso que pudiera imaginar.
Tuvo que llegar aquella idea dispuesta a pinchar aquel idílico momento. Una idea que picoteó la mente de la coneja, indicándole que había algo raro en todo esto. Algo raro que debía descubrir si quería continuar con su vida en paz. Alejó sus labios pese al agarre. Pudo verlo, completamente despierto, y con una sonrisa amplia.
—Hola Yin —la saludó con una sonrisa.
—¡Yang! —exclamó ella abrazándolo con euforia.
Él le respondió el abrazo con más suavidad. Se sentía débil, pero no le importaba sentir el peso del cuerpo de su esposa sobre el suyo. Le ayudaba a convencerse de que no estaba solo. Atrás habían quedado sus pesares. Se sentía demasiado bien, liberado de toda cadena. Se sentía de regreso.
—Sospechaba que usted había venido hasta acá —el doctor se apareció en la habitación junto con sus inseparables apuntes. Sara se hizo a un lado para dejarlo pasar.
Ambos conejos se sorprendieron al oír la voz del médico. Recién en aquel instante se rompió la complicidad al percatarse que no se encontraban solos en la habitación.
—¡Doctor! —exclamó Yin al verlo.
—Acabo de recibir los resultados de sus análisis, y descubrimos la causa de todos sus malestares —respondió el médico sin inmutarse de la situación presenciada.
—¿Cuáles resultados? —preguntó Yang perdido.
El doctor sonrió y prosiguió:
—¡Señor Chad! Veo que ya despertó. Justo a tiempo para recibir las noticias.
Ambos conejos se miraron entre sí, y posteriormente voltearon su vista al médico.
—Bien, lo que pasa es que el embarazo de su esposa ha tenido ciertas dificultades —prosiguió—. La razón es porque ella está esperando gemelos.
El silencio nuevamente se hizo presente en la habitación. El rostro de impresión de Yin y Yang era digno de un retrato. El doctor esperaba esto. Tras un breve carraspeo, decidió finalizar la noticia.
—En estricto rigor son mellizos. Es un niño y una niña.
—¡¿Qué?! —exclamó la pareja al unísono.
—Pues, es eso —respondió el médico encogiéndose de hombros—. Esta vez deberá cuidarse en serio, señora Chad. Por su historial médico, sus embarazos son de cuidado y es la primera vez que lleva un embarazo múltiple —agregó regresando a sus notas.
La pareja no daba crédito a aquellas palabras. «Gemelos». Iban a tener gemelos. Un niño y una niña. Igual que ellos. Instintivamente, Yin colocó su palma sobre su vientre. Instintivamente, Yang la imitó y terminó con su mano sobre la de ella.
—Doctor, yo… —balbuceó Yin.
—No se preocupe —respondió el médico regalándole una sonrisa—. Con un buen cuidado, tendrá una pareja de pequeños conejitos fuertes y sanos.
Era inevitable no regresar al silencio. La impresión se hizo evidente en la pareja. Las palabras volaron de sus cabezas, dejándolos en un vacío sordo. La historia se volvía a repetir.
—Bueno, pero, ¿usted sabe algo sobre lo ocurrido con Yang? —intervino Sara.
—¡Oh! ¡Gracias por recordármelo! —respondió el doctor regresando a sus notas.
Aquella revisión agregó más tiempo al silencio de la pareja, quienes no sabían cómo reaccionar. Se miraban aterrados, temiendo que el destino que ellos habían vivido se repitiera en su descendencia. ¿Era una verdadera razón para asustarse? ¿Cuántas parejas de gemelos se enamoran? ¿Qué tal si ellos tienen una vida diferente, más normal? ¿Era malo lo que habían hecho? ¿Era malo lo que estaban haciendo? ¿Era una especie de castigo del destino? ¿O todo era una estúpida burla?
Carl los observaba desde el suelo. Tras finalizar su operación, cayó sentado con un fuerte dolor de cabeza. Aquel hechizo lo había desgastado más de la cuenta. A pesar de todo, había seguido la conversación. Había escuchado las noticias del médico. Estaba viendo la reacción de la pareja. Sabía lo que eso significaba. Sabía lo que en ellos se albergaba tras el intricado juego del destino. Lo peor de todo, es que no todo había sido revelado. Había descubierto algo, algo que ni siquiera él era capaz de creer. Era un pequeño, diminuto detalle, que terminó por condenarlo a la culpa eterna. No caía en la desesperación por el simple hecho de que tenía demasiado que procesar. Se encontraba atontado con tanta cosa, sumado a un dolor de cabeza que lo mareaba.
—No tenemos ni la menor idea —concluyó el doctor regresando su vista a Sara, para luego voltearse hacia los conejos.
—¿Qué? —preguntó Sara molesta.
—Lo que pasa es que nuestros análisis indicaron que su problema no tiene un origen médico —explicó—, es por eso que acepté que el señor Garamond lo revisara. Él acreditó tener conocimientos en magia sanadora y poderes mentales. Solo él puede entregarles un diagnóstico preciso.
Solo en aquel momento todos los presentes se percataron de la presencia de la cucaracha. Se encontraba sentado en el suelo sobándose diversas partes de la cabeza. El aquel preciso momento se sobaba la frente con su pulgar e índice derecho. Intentaba evitar mirar las fuentes de luz para evitar empeorar la migraña. Tras su mención, se vio en la obligación de mirar a los gemelos. Los pudo ver con la mirada fija, cubierta por una enorme interrogación.
—Sí, sí —musitó intentando ponerse de pie.
Apenas colocó sus dos pies en el suelo, un mareo lo empujó hacia un costado. Gracias a que el doctor logró atraparlo, pudo evitar caer al suelo.
—¿Se encuentra bien? —preguntó con preocupación.
—Me duele… la cabeza —balbuceó sin muchas fuerzas.
—Supongo que tendrá que darnos explicaciones más tarde —respondió el doctor—. Tendrá que quedarse aquí por esta noche. Y ustedes dos también —agregó mirando a los conejos.
—No puedo —replicó Yin—. Tengo cinco hijos en casa.
—No se preocupe —respondió el doctor—. Dimos de alta a la señorita Swart. Ella insistió en querer hacerse cargo de sus hijos. Se fue hace unas horas junto con la señorita Myriam Hibbert. Ella indicó que era de gran confianza de la familia, ¿no es así?
El apellido. Aquel maldito apellido. Venido desde el infierno con el único propósito de arrastrarla de vuelta. Primero era Lina, ahora esa vieja loca…
—¿Qué tiene que ver Lina en todo esto? —cuestionó Yang intentando sentarse sobre la cama. Su debilidad se lo impidió.
—No, según los papeles, su nombre es Yanette Swart —aclaró el doctor revisando sus apuntes.
—¿Yanette? —cuestionó Yang arqueando una ceja.
Aquella información comprobó las sospechas de Yin.
Efectivamente, era esa vieja loca.
