Capítulo 49
Sasuke se despertó inquieto de madrugada y se sentó en la cama. El sueño que había tenido con Ingrid, como en otras ocasiones, había sido tan vívido que hasta le había parecido oler su aroma.
Cerrando los ojos, se tumbó de nuevo mientras las palabras que Ingrid le decía cada vez que soñaba con ella resonaban en su cabeza: «No pierdas lo bueno que has encontrado. Cuida para que te cuiden. Ama para que te amen. Sé feliz con quien te importa, y el pasado, aunque no lo olvides, déjalo estar».
Abriendo los ojos en todos los sentidos, el vikingo miró entonces a su alrededor. Y, consciente de que ella, a su manera, estaba regañándolo por lo mal que lo estaba haciendo, susurró:
—Tienes razón, Ingrid, el pasado pasado está...
Y, dicho eso, lloró como un niño pequeño en la soledad de su habitación hasta que finalmente se quedó dormido.
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Cuando despertó por la mañana, tras acordarse del sueño y sentir el corazón liberado, maldijo al ver que estaba solo en su enorme cama.
Su mente pensó en Sakura de inmediato, no en Ingrid. Y, recordando lo que había soñado, supo que ella era lo bueno que había encontrado que debía cuidar y amar.
Tras levantarse, asearse y vestirse, cuando abrió la puerta de su habitación dispuesto a hablar con ella para pedirle disculpas y arreglar las cosas, se dio de bruces con la mesita, que estaba en el pasillo. La vieja y cochambrosa mesita que había provocado la discusión entre Sakura y él. Agachándose para mirarla, la observó con detenimiento. La joven no solo la había lijado, sino que además había recuperado los dibujos que aquella tuvo en un pasado. Había trabajado la madera con finura y delicadeza y, sorprendido, sonrió.
Tras cogerla y meterla en la habitación, la colocó junto a la cama. Después puso sobre ella el joyero de Ingrid y, al ver el deslucido joyero en el que Sakura tenía las joyas que ella le había contado que habían pertenecido a su madre y a su abuela, lo cogió y lo colocó junto al de Ingrid.
Durante unos segundos se quedó mirando ambos joyeros. Uno era bello y delicado y el otro era burdo y estaba oxidado por el salitre. Dos joyeros distintos para dos mujeres diferentes.
Por fin entendía lo que Temari le había dicho en su momento. No debía comparar a Sakura con Ingrid. Cada una era una mujer distinta de la otra, con sus defectos y sus virtudes. Y compararlas no tenía sentido.
Pero ¿cómo había sido tan tonto?
Cuando salió de la habitación, se dirigió a la cocina y saludó con una sonrisa. Allí estaban Matsuura, Janetta, Tritón y los niños. Estos últimos, al verlo, se levantaron para abrazarlo y Shii preguntó mirándolo:
—Papá, ¿dónde está mamá?
Oír eso le extrañó, puesto que Sakura siempre desayunaba con ellos; miró a Matsuura y comentó:
—Durmiendo.
—¡¿Todavía?! —preguntó el japonés sorprendido.
El vikingo asintió y, tras coger un pedazo de bollo, se marchó a la herrería. Tenía que pensar cómo encarar el problema que él mismo había creado con Sakura.
Un buen rato después, al ver que ella no bajaba, Matsuura subió intranquilo a la primera planta. Allí llamó a la puerta de la habitación de Sasuke y, al ver que nadie contestaba, la abrió. De inmediato vio que allí no estaba la muchacha.
Sin tiempo que perder, miró en las otras habitaciones, hasta llegar a una cuya puerta estaba atrancada por dentro. Dio unos golpecitos con los nudillos y preguntó:
—Sakura, ¿estás ahí?
La joven se despertó al oírlo y, sin levantarse de la cama, musitó tras estornudar:
—Sí.
En cierto modo, oír su voz tranquilizó al japonés, pero preguntó:
—¿Qué ocurre? ¿Por qué no estás en tu habitación?
Sakura, que sabía que aquel no se marcharía hasta recibir una respuesta, se levantó, caminó hacia la puerta y, abriéndola, dijo tras estornudar otra vez:
—¡Lo odio! ¡Por Tritón que lo odio con todas mis fuerzas!
Sin necesidad de preguntar a quién odiaba, Matsuura asintió.
—A partir de ahora, y hasta que nos vayamos de esta maldita casa, esta será mi habitación —soltó ella. Su tío iba a intervenir, pero ella añadió—: Anoche ese... ese patán no me dejó entrar en su habitación y...
—¿Esto es por la mesita?
—Exacto —dijo ella tras estornudar de nuevo—. Toqué algo de su intocable mujer y... y... ¡Será idiota!
—Sakura...
—Sí, tío Matsuura, ¡idiota! Con todas las letras. —Y, señalando a su alrededor, prosiguió—: Estoy aquí y aquí me voy a quedar. Al menos sé que esta cama no perteneció a Ingrid y, como la estancia está vacía, me aseguraré de que aquí no entre nada que tenga que ver con ella. Ya no puedo más. Papá tenía razón: ¡es un patán!, por no decir un mierda que...
—¡Sakura!
Enfadada y molesta con Sasuke por el trato recibido, la joven insistió:
—Es lo que siento, tío Matsuura. Me conoces y sabes que soy de decir lo que pienso. Demasiado me he mordido ya la lengua desde que llegamos a esta casa en lo referente a las cosas que no puedo tocar porque pertenecieron a su mujer. ¡Pero, por Yemayá, que yo vivo aquí...! ¿Acaso pretende que no pueda opinar o tocar algo que era de su mujer?
Matsuura no supo qué contestar, y aquella, desesperada, indicó:
—Papá tenía razón. ¿Qué narices estoy haciendo aquí? ¿Por qué me complico la vida? Esto... esto es un error. ¡Un gran error! Ese hombre nunca me querrá. Y... y yo estoy haciendo el tonto como nunca lo he hecho en mi vida.
Se quedaron unos segundos en silencio, hasta que Matsuura informó:
—Sasuke se ha ido a la herrería.
—Por mí como si se va a la...
—Shensi! —le reprochó aquel.
La joven volvió a estornudar entonces y, llevándose la mano a la nariz, musitó:
—Y ahora, encima, ¡se me caen los mocos!
El japonés sonrió y, con cariño, dijo retirándole el cabello del rostro:
—Tu aspecto, tu enfado, ese tono, los estornudos y ahora los mocos me hacen saber que te has resfriado.
—Posiblemente —afirmó ella. Y, tras sonarse la nariz con un pañuelo gruñó—: ¡Lo que me faltaba!
Matsuura sonrió y posó una mano en su frente, como había hecho millones de veces desde que se había convertido en su cuidador, y dijo al notarla caliente:
—Janetta está en la cocina con los niños. Acuéstate y te subiré una taza de caldo con esas hierbas que tú y yo sabemos. Creo que te sentarán muy bien.
—Yo también lo creo —asintió la joven.
Una vez que él se hubo marchado, la joven iba a meterse en la cama, pero se paró en seco.
Si el idiota de Sasuke no la quería en su habitación, no estaría allí, pero sus cosas tampoco.
