Capítulo 6 – Cuestión de intereses

– ¡Ya nombrados todos los participantes, demos paso al torneo! – anunciaba el comentarista – ¡El primer combate será entre Glacier y Shin! Dos completos desconocidos y muy prometedores luchadores ¿Será la gran diferencia de altura un factor tan relevante?

Los contrincantes se miraban mutuamente de soslayo mientras caminaban directos al ring, nerviosos.

– ¿Por qué está en La Tierra? – se preguntaban el uno del otro.

– No tiene sentido que un demonio del frío esté aquí – pensaba Shin, relacionándolo inevitablemente con Babidí – Es demasiada casualidad.

– Si es realmente uno de los Kaioshin, no creo que tenga posibilidades contra él, pero... – dudaba Glacier – ¿Por qué participar en un torneo tan mundano?

– Debo tener cuidado – se concentraba Shin mientras subía las escaleras del cuadrilátero a la par que su oponente – No siento ninguna señal de magia negra en su espíritu y, aun así, hay algo que no concuerda. No se parece a Cold ni a sus familiares.

– Entonces solo puedo hacer una cosa – se decía Glacier a sí mismo mientras ocupaba su puesto – Lucharé con respeto y le mostraré mi sabiduría en el combate para aprender de la suya – en ese momento inclinó su cabeza y parte de su cuerpo en señal de reverencia hacia su rival.

– ¡Ahora lo entiendo! – una chispa iluminó la mente de Shin y no pudo evitar arquear las cejas – ¡Él no es de este tiempo! Pertenece a la raza paria. Y eso quiere decir que...

– ¡Que comience el combate! – anunció el comentarista.

– Me rindo – dijo Shin en voz alta. Glacier, todavía en guardia, le observó sin comprender.

– ¿Cómo? ¿Se rinde? – apenas podía creer el cronista de gafas de sol – Si no ha empezado a luchar – entonces se apartó el micrófono de su boca para que nadie más que el participante pudiera oírlo – ¿No le habré puesto nervioso por el comentario de la altura? Era para dar juego al show, no lo tenga en cuenta…

– No – dijo Shin simplemente mientras bajaba las escaleras.

Glova y sus compañeros, sorprendidos, miraron rápidamente a ese tal Kibito. El alto ser rojo de pelo blanquecino también miraba atónito cómo su compañero volvía hasta él.

– Pe... ¿Pero por qué? – le preguntó alarmado Kibito, aunque con un sutil tono de voz.

– Nos hemos equivocado con él – le respondió – Es un pario adulto.

Los ojos de Kibito se abrieron como platos viendo regresar a Glacier adentro de las instalaciones.

– ¿Cómo es eso posible?

– No lo sé. Aunque quizás nos pueda ser de ayuda – meditaba Shin.

– ¿Confiarías en él? No sabes qué influencias han forjado su personalidad durante tantas eras.

– Me ha hecho una reverencia. Los mismos segundos, la misma posición de la cola... es un praio.

– ¡Santos Ángeles! – profirió Kibito en un susurro, estupefacto.

Piccolo, atento a aquella conversación, miró de nuevo a Glacier. No sabía qué era un praio, pero parecía que los propios dioses le respetaban.

– ¡Los siguientes participantes son Spopovich y Kuren! ¡Suban al ring, por favor! – continuó el comentarista.

– Son dos tipos muy extraños – mencionó Krillin escrutando el físico anormal de Spopovich y la careta blanca de su adversario – ¿Quién se tapa la cara en un combate? Ni si quiera tiene agujeros por donde ver.

– Alguien que no necesita ojos – sonrió Gohan.

Glova, por su parte, se alejó un poco del grupo y sacó de su armadura la pequeña piedra. El pelo no señalaba en dirección a la extravagante pareja – ¡Pst! – le llamó en un murmullo – ¡Apum!

La cabeza del pequeño demonio salió de la piedra y, como siempre, enfurruñado, le miró con desprecio.

– ¿Dabra está cerca?

– Sí – dijo Apum antes de cerrar la escotilla.

– ¿Está en este recinto? – el pequeño diablo abrió su escotilla de nuevo y observó el lugar con una mirada asustada, como si se hubiera perdido en mitad de un océano. Tras unos segundos así, Apum volvió a mirar a Glova con cara de pocos amigos y contestó.

– No.

– Chicos – oyeron todos justo detrás de ellos. Era Cargot.

– Hey ¿Qué haces aquí? – le preguntó Glova.

– El padre de Bulma ha contactado con ella – dijo muy serio – Han robado las bolas de dragón.

– ¿¡Qué!? – vociferaron unos pocos.

– Debemos aligerarnos y actuar sin más demora – insistió el namekiano, preocupado.

– Vaya – se quejó Glova – Yo estaba impaciente por comenzar el torneo.

– Los niños acaban de partir para buscar un localizador y así encontrar el paradero de las bolas mágicas – continuó Cargot – Deben de estar ya de vuelta.

– Yo no pienso ir – afirmó Vegeta – Me apunté a este estúpido torneo para luchar contra ti, Kakarot.

– Esto es importante, Vegeta. Podemos luchar luego.

– ¡Idiota! Tienes un día antes de volver al más allá.

– Te prometo que hoy lucharemos.

En el ring, el combate estaba siendo humillante. Spopovich lanzaba puñetazos sin parar, pero ninguno daba en el blanco. El rival de Gi negro esquivaba todos los ataques que recibía sin ningún esfuerzo mientras mantenía sus brazos cruzados.

– ¡Maldito ratón escurridizo! – gritó el terrícola, impotente – ¡Deja de evitarme!

En el momento en el que dijo eso, Kuren se paró en seco y, con un dedo, soportó el puñetazo de Spopovich que iba directo a su cara – Muy bien – escuchó el grandullón de dentro de la máscara y seguido recibió una patada lateral que le mandó rápidamente fuera del ring hasta chocar con el muro de las gradas y rebotar al suelo.

– ¡Spopovich ha salido del ring! – sentenciaba el comentarista – ¡Kuren es el ganador del combate! – un vitoreo de júbilo aclamaba al campeón desde las gradas.

– Entonces ¿Quién se apunta a buscar a Babidí? – quiso saber Glova – Cuanto antes terminemos, antes podremos disfrutar de nuestros combates.

Kibito y Shin le miraron con atención cuando escucharon el nombre del brujo.

– Yo voy – dijo Goku, seguido de un bufido de Vegeta.

– Cuenta conmigo – aclaró Piccolo.

– Y conmigo – se apuntó Gohan.

– Yo me quedo – dijo Número 18 seriamente – Necesitamos el premio.

– Yo iré también – aclaró Krillin.

– ¿Cuántos hacen falta para enfrentar a un solo brujo? – se quejó Vegeta

– Quizás más de los que os imagináis – dijo Shin detrás de ellos.

– ¿Quién demonios eres tú? – le reprochó Vegeta.

– Más respeto, Vegeta – le espetó Glacier – Estás hablando con un Kaioshin.

– ¿¡Cómo!? – soltaron Goku y Piccolo – ¡Un Kaioshin!

– ¿Qué es eso de Kaioshin? – preguntó Akkaia.

– Los Kaioshins son dioses por encima de los Kaiosamas – informó Glacier –Seres divinos que crean mundos y mantienen el equilibrio en el universo.

A pesar de la explicación de su compañero, todo aquello era nuevo para ella. Se encogió de hombros y dejó que Glacier siguiera hablando. Videl estaba pasmada, no sabía si creer a toda esa gente o no.

– Ahora estoy seguro – sentenció el praio – Han venido a La Tierra a por Babidí.

– Y eso significa... – dedujo Piccolo.

– Que ese brujo es más peligroso de lo que parece – terminó la frase Glova, mientras su cola bailaba – Esto se pone más emocionante – pensó para sí.

– Lo es – aclaró Shin.

– Eh – oyeron de la entrada. Era aquel luchador llamado Kuren – Están llamando a un tal Kibito y a otro llamado Krillin.

– No vamos a combatir – le dijo el terrícola de baja estatura – Nos ha surgido un compromiso.

El enmascarado se quedó inmóvil y con los brazos cruzados, como si les escrutara a través de la máscara.

– Esas energías son de Goten y Trunks – informó Gohan – Ya están cerca.

Shin miró hacia la dirección por donde volvían los niños mestizos.

– Salgamos de aquí – propuso entonces Goku – Los que quieran venir, que tomen mi hombro o que toquen a quien lo esté haciendo, como una cadena.

Todos excepto Número 18 obedecieron.

– No mates a nadie – le dijo Krillin a su esposa antes de desaparecer con los demás.

– No lo haré – dijo la androide, que miraba fijamente al enmascarado.

Shin y Kibito desaparecieron independientemente.

Kuren se sorprendió, a pesar de que nadie podía notarlo – Chicos – susurró – Aquí hay personas más interesantes de lo que pensáis.

Mientras tanto, la nave de Oriam tenía a escasa distancia el planeta Tierra.

– ¡Por fin! – exclamó Purple mientras contemplaba el astro azul – Se acerca mi momento.

Ahora vestía una armadura flexible y elegante, hecha a medida; roja y negra, con capa a juego. En el centro del pecho el armazón dejaba visible su piel, una apertura con forma de rombo tan solo protegida por un cristal amarillento.

– En dos minutos aterrizaremos – le informó Oriam con el casco bien encajado en la cabeza.

– Ahora solo queda buscar a ese brujo de pacotilla – sonrió el ser violeta.

Se llevaron también el radar – dijo Trunks en pleno cielo, recobrando el aliento por la carrera – Pero mamá es muy inteligente y hace ya tiempo que construyó uno de repuesto – entonces se lo entregó a Gohan.

– Eso significa que aún no tienen todas las bolas de dragón – dedujo Glova.

– O que no quieren que les sigamos – argumentó Piccolo.

– Les falta una – dijo Gohan cuando activó el radar – Y todas las demás están juntas. Allí debemos buscar.

– Así que Babidí ha encontrado una forma más rápida de despertar al monstruo – especuló Kibito.

– Esto es un gran problema – dijo Shin entre dientes – Vayamos hacia allí cuanto antes.

– ¿No nos debéis un par de explicaciones? – se dirigió Glova a los dos alienígenas.

– Así es – admitió Shin – Os lo explicaremos por el camino, pero os lo ruego, no perdamos más tiempo.

– ¿Quiénes son esos dos? –preguntó Goten a su amigo.

– No lo sé – le reprochó Trunks – Estoy intentando enterarme.

– Trunks, Goten – les habló Gohan – Volved con mamá. Videl, deberías volver también al torneo, con ellos.

– ¿Qué? – se quejó ella – ¿Por qué no puedo acompañaros?

– Es demasiado peligroso.

– Gohan tiene razón – le previno Goku.

– Está bien – dijo ella tras meditarlo, pero con disgusto – Tened cuidado – se despidió de todos, pero mirando únicamente a su amigo.

Entonces el grupo se separó y la mayoría siguió a Gohan, volando en cabeza con el radar como guía.

Por el camino, Shin contó la fatídica historia de Bibidí y de la creación de un monstruo terrible hacía millares de años.

– Al principio aquel brujo necesitaba el uso de personas para intentar crear a una criatura todopoderosa – narró Shin – Pero al cabo de un par de siglos de fracaso, descubrió una forma de crear vida de la nada, a partir de magia negra muy poderosa.

– Tan solo esa acción fue un agravio contra los dioses – añadió Kibito.

– Aquella nueva creación fue bautizada como Majin Bu – continuó Shin – Una bestia sin sentimientos positivos con un solo objetivo: originar daño y destrucción. En cinco años causó la muerte de cientos de billones de personas – la expresión de Glacier era de verdadero interés.

– Los saiyans también hacíamos eso – pensó Vegeta para sí, restándole importancia.

– Te equivocas, Vegeta – le habló Shin – Por aquel entonces existían cinco kaioshin, y todos ellos podían haber aplastado a Freezer o a Cold de un solo golpe – la expresión de Vegeta mostraba sorpresa. Shin podía leer la mente – Pero Majin Bu mató a cuatro de ellos.

– ¡¿Qué?! – exclamó Glacier – Eso es... una locura.

– El poder de Majin Bu era tal que Bibidí tenía que encerrarlo en una especie de capullo para descansar. Fue en uno de esos momentos cuando pude enfrentarme a él y eliminar al brujo. Sin embargo, antes de morir, esa escoria teleportó el huevo a algún paradero desconocido. No ha sido hasta hace pocos años que nos enteramos de que Bibidí tenía un hijo: Babidí. Así que mantuvimos una persecución continua tras él por todo el universo hasta que su rastro acabó aquí, en La Tierra.

– ¿Qué pretendíais entonces en el torneo? – preguntó Glova, extrañado.

– Babidí no es muy fuerte físicamente, pero sus poderes mágicos son muy poderosos. Su ascendencia de brujería se caracteriza por un gran control de las mentes malignas. Por eso, solo personas como nosotros, puros de corazón, podemos hacerle frente. En el Budokai se encontraban dos de sus peones, captadores de energía. Pretendíamos seguirles hasta su paradero, pero ahora que tenemos una forma más rápida de dar con él, ya no nos interesan.

– ¿Captadores de energía? – se extrañó Akkaia, atraída por la historia.

– La forma ordinaria de liberar a Majin Bu es traspasando una gran cantidad de energía al huevo que lo contiene – explicó Shin – Y esa energía es obtenida por sus súbditos, que la roban a otros seres vivos.

– Pero ahora que va en busca de las bolas de dragón, eso no tiene mucho sentido – argumentó Piccolo.

– Puede – atinó el Kaioshin – Pero a pesar de perseguir las bolas mágicas, sus peones no han parado de extraer energía.

– Pues ya está perdido – afirmó Glova – Somos once, preparados para hacerle frente.

– Debéis tener cuidado con un demonio – dijo Cargot – Era muy fuerte. No pude ver sus movimientos cuando atacó Namek.

Vegeta sonrió, despreciando el nivel de pelea de aquel namekiano.

– Sí – dijo Kibito – Los demonios son presa fácil para su magia.

– Esperemos que entre sus tropas no tenga a nadie demasiado poderoso – manifestó Shin – Aunque con vuestra ayuda, temo aún menos que ese brujo se salga con la suya. Y más teniendo en nuestro bando a un praio adulto – miró de reojo a Glacier y todos los demás le imitaron.

– Babidí debería temer más a un Kaioshin que a un praio – pensó Glacier.

– Te equivocas – le corrigió Shin – No todos los Kaioshin somos tan poderosos.

Glacier quedó desconcertado. Siempre había imaginado que los dioses eran superiores en fuerza y conocimiento a cualquier ser terrenal, pero parecía ser que se equivocaba.

– Siento decepcionarte – le habló mentalmente Shin sin mirarle, mientras su rostro expresaba cierta aflicción.

– Estamos cerca – avisó Gohan – ¿Veis aquella casa de allí?

– Eso no es una casa – dijo Shin – Fijaos en el terreno. Han excavado para ocultar su nave espacial bajo tierra. Escondámonos entre esas rocas, reduzcamos el ki y tracemos un plan.

La nave de Purple aterrizó en una isla sin población humana, alejada de cualquier área de civilización.

– Activa el localizador de la nave – ordenó a Oriam – Si encuentra alguna señal de Ki superior, envía su ubicación a mi scouter.

– Así lo haré – le contestó su esclavo.

Entonces Purple se colocó el aparato en la oreja y salió volando por la puerta de la nave.

– Yo voy a buscar por mi cuenta – susurró mientras surcaba sobrevolando las aguas del océano a toda velocidad.

– Shin y Kibito ya están aquí – le informó Dabra a Babidí – Y traen compañía. En total son por lo menos diez.

– Maldita sea – se quejó el brujo, malhumorado – Me han encontrado y aún no tengo todas las bolas de dragón.

– No se preocupe, señor. Puedo encargarme de todos ellos.

– Analicemos la situación – dijo el brujo haciendo aparecer una gran esfera de cristal. De repente, la misma esfera formó la imagen de aquel grupo escondido entre las rocas – Son once ratas de cloaca.

– ¡Ese es el namekiano que maté en Namek! – se sorprendió Dabra.

– Quizás no te aseguraste – le reprochó Babidí.

– Y ese es un demonio del frío – reconoció el Dakka.

– Sí, conozco a esa raza de emperadores – dijo Babidí – Pero te escogí a ti porque eras muy superior a ellos, así que no creo que tengas problemas en encargarte de ese.

– Otro namekiano, una chica, cuatro terrícolas y un tipo que lo parece, pero que tiene cola. Será un mestizo. No parece que puedan darnos muchos problemas.

– Aun así – pensó Babidí – Son muchos, así que llevarás una escolta de soldados que cubrirán la puerta de la nave.

– Está bien.

– Quizás debería llamar a...

– No, señor – dijo Dabra, exponiendo su orgullo – Con todos mis respetos: no lo necesito.

– Eso lo decidiré yo – le cortó el brujo tajantemente – Ahora sal y protege mi nave. No quiero que dañen a Majin Bu. Si tienes problemas, entra y yo haré el resto.

– Así lo haré, amo.

– Entonces entremos todos juntos y acabemos con él – propuso Krillin.

– Si entramos en la nave a la fuerza, quizás nos metamos en mayores problemas – dijo Shin – Hay que hacerles salir.

– Alguien sale – dijo Akkaia, que miraba con atención la puerta que se abría.

Del interior salió una patrulla de doce soldados, todos con un uniforme blanco y negro idénticos. El último en salir fue Dabra.

– ¡El príncipe de los demonios! – soltó Kibito.

– Oh, no... – se lamentó Shin – El ser más poderoso del mundo de los demonios…

– Así que es él – murmuró Glova – Prometí a unos demonios de su mundo que le traería de vuelta, así que, por favor, dejadme a mí a Dabra. Le necesito vivo.

Todos le miraron.

– ¿Que hiciste qué? – desconfiaba Kibito – ¿Cómo vas a enfrentar tú solo a...?

– Sabe que estamos aquí – advirtió Akkaia.

– Tiene razón – la apoyó Vegeta irguiéndose – Bajemos y plantémosle cara ahora que ha salido de la nave.

Dabra les estaba mirando sonriendo y confiado mientras la docena de peones rodeaban la puerta.

Todos siguieron a Vegeta y se situaron enfrente de sus enemigos.

– Kaioshin – saludó el Dakka con una mirada desafiante – Qué grupo de admiradores tan pintoresco ¿Acaso pretendes asustarme porque seáis mayoría?

– No, Dabra – se adelantó Glova ajustándose el escudo a su antebrazo y llamando la atención del demonio – El miedo no duele.