SHIKURO: UN CUENTO DE HADAS EN EL CARIBE

Por Inuma Asahi De

Traducido por Inuhanya

Disclaimer: La escritora no es dueña de ninguno de los personajes creados por Rumiko Takahashi, pero todos los demás desearían que sí. Todos los personajes originales o conceptos son de la autora Inuma Asahi De (a excepción de las figuras históricas).

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Capítulo Cincuenta y Uno:

El Acantilado y el Estanque

Inuyasha permanecía agachado en el suelo, sus instintos hicieron que su abdomen prácticamente se arrastrara sobre la suave tierra arenosa del lado del acantilado que conducía a la ensenada debajo de él. Sus ojos destellaban en la brillante luz de la luna mientras miraba a Onaconah que estaba igual de agachado en el suelo, sus propios ojos demoníacos enfocados e intensos. Olfateando el aire, se impulsó hacia adelante, su nariz buscaba desesperadamente aromas que conocía mejor que su propia mano. Sin embargo, no olía nada, excepto el hollín del fuego y la descomposición de la comida a medio comer y la cerveza.

"Maldición," pensó con un trago mientras gateaba, sus pensamientos ahora estaban completamente con su hijo y su tripulación, no queriendo nada más que encontrarlos sanos y salvos. "Por favor, que estén aquí Miroku, Sango—por favor." La idea se susurró en el fondo de su mente mientras se detenía ante el movimiento de la mano de Onaconah, una ligera rabia crecía en él mientras trataba de esperar pacientemente la señal de que todo estaba bien y que podía proceder. "Odio no estar a cargo." Gruñó para sí mientras sus dedos perforaban el suelo silenciosamente. "Vamos, sé que tenemos que hacer esto de manera inteligente, pero maldición."

Onaconah a su lado señaló a los guerreros de un lado a otro, dirigiéndolos para que estuvieran en todos los costados de la pequeña cala que se extendía debajo. Los guerreros siguieron expertamente las señales, algunos se deslizaron en el oscuro paisaje, moviéndose con pies absolutamente silenciosos del lado opuesto del acantilado, la única señal de su presencia era el reflejo de sus ojos felinos en la luz de la luna mientras esperaban la señal para descender al cuerpo de la cala—la misma señal que Inuyasha deseaba ahora tan desesperadamente.

Otros guerreros fueron señalados a la izquierda de Onaconah e Inuyasha, abriéndose camino silenciosamente por un sendero estrecho que conducía hacia la playa que servía de puerto a la cala. Todos ellos lentamente se arrastraron a su posición, acercándose cada vez más al verdadero campamento en la cala y escondido de sus ojos por la cornisa frente a ellos, preparándose para formar un bloqueo demoníaco contra cualquier pirata indio que pudiera optar por intentar escapar en la dirección de su barco.

Inuyasha observaba cómo cada hombre se ponía en posición, sus propios ojos demoníacos analizándolos mientras se ubicaban alrededor de la cala, un gato montés para cada posible rincón de escape, todo el ejército de Onaconah rodeando a los borrachos desmayados. Sus orejas se retorcieron ante el sonido del agua golpeando, tanto contra una costa que aún no podía ver como al costado de algo que sonaba sorprendentemente de madera. "El agua está golpeando su barco." Asintió para sí ante la explicación y cerró sus ojos, concentrándose en el sonido, tratando de distinguir los diferentes reflujos del agua. Había dos reflujos, también mareas que sonaban a madera. "Dos barcos." Abrió los ojos y tragó saliva, sabiendo lo que eso podía significar. "El explorador dijo que habían dos, pero no conocía mi barco—por favor, que sea mi barco."

De repente, Onaconah dejó escapar un silbido bajo que sonó sorprendentemente similar al de una llamada de codorniz. Los guerreros que los rodeaban se paralizaron ante el llamado, ninguno de ellos se movió, ninguno de ellos parecía respirar. Sentado perfectamente callado, Onaconah levantó la mano y liberó otro llamado, este era un bajo 'woo' seguido de un muy agudo 'wai'. En cuestión de segundos, el explorador de antes apareció junto a él sin hacer un sonido, los dos hombres hicieron contacto visual y el explorador asintió en perfecto silencio antes de desaparecer como humo negro en la noche.

Onaconah se giró hacia Inuyasha y asintió hábilmente, señalando hacia el borde del acantilado para que Inuyasha lo siguiera. Curioso e impaciente, Inuyasha se arrastró un poco más hacia el borde del acantilado, su cuerpo tan silencioso como el explorador que acababa de desaparecer. En cuestión de segundos, Onaconah y él estaban mirando por encima del borde rocoso hacia la cala de abajo y no solo al área circundante.

Lo primero que notó Inuyasha fueron cabañas—cabañas permanentes, "Ellos viven aquí, al menos parte del tiempo." Pensó mientras miraba las motas de gente bajo él quienes yacían dormidos, con botellas en sus manos o mujeres, es decir, no esposas sino mujeres. La vista lo hizo contraerse, una imagen de Sango se formó en su cabeza y rápidamente la sacudió. "No puedo pensar así." Se dijo mientras imaginaba a su nuera y esperaba por todos los dioses que había conocido que no le hubiese pasado nada.

Sus ojos miraron el pequeño escenario parecido a una 'aldea', pequeñas fogatas iluminaban el paisaje lo suficiente como para que sus ojos demoníacos pudieran captar fácilmente todas las estructuras. A su lado, Onaconah extendió una mano señalando con garras que Inuyasha lo siguiera. Enclavada contra una pared lejana estaba la cabaña más grande de la aldea y la única que estaba completa y perfectamente reparada. Se giró hacia Onaconah dándole una mirada que el anciano le devolvió asintiendo.

"Jefe." Susurró el viejo gato montés, su voz tensa y rígida. "Hermano."

Inuyasha frunció oscuramente y asintió, su rostro tenso ante el prospecto. "Nieta?" Susurró en respuesta, empujando su mentón en dirección a la casa.

La única respuesta de Onaconah fue un movimiento de cabeza mientras se tocaba la nariz y dirigía sus ojos en la dirección que había tomado el explorador, lo que indicaba que pronto lo sabría con certeza antes de volver los ojos hacia la casa, mirándola oscuramente.

Inuyasha comenzó a girar la cabeza para mirar también, pero el sonido del océano lo llevó de regresa a su tarea más importante, haciéndolo girar, cambió la dirección de su cabeza tan rápidamente que debería haberse roto. Mirando hacia la bahía, donde sólo la luz de la luna iluminaba, notó la silueta de dos barcos, uno en perfecto estado y el otro en evidente deterioro. Su corazón se apretó en su pecho y su respiración se atascó en su garganta, su mente parpadeó, alejándose de él antes de que pudiera forzarla a detenerse.

"Has estado trabajando duro para mí, niño." Habló el Capitán Roberts mientras se sentaba en un pequeño taburete que habían subido a la cubierta del timón por su propia pereza. A su alrededor, gemía El Fortuna, que algún día llevaría otro nombre; el barco crujía en la niebla nocturna mientras avanzaba perezosamente sobre el agua. Las estrellas colgaban en el cielo rodeadas por la lechosidad de una galaxia aún desconocida y una luna baja, una pequeña sonrisa en el oscuro horizonte.

"Lo intento, señor." Respondió Inuyasha con voz tranquila en la noche mientras giraba el timón en el amortiguado mundo, sus manos ahora eran expertas en cómo dirigir la gran nave durante el día, la noche, en tormentas, e incluso en hielo.

Roberts se aclaró la garganta y se reclinó en la silla antes de meter la mano en el bolsillo de su chaqueta roja brillante y sacar una pipa que parecía acostumbrada a sus grandes manos. "Cuánto tiempo ha pasado ahora?" Susurró mientras sacaba una cerilla del aire aparentemente delgado y encendía la pipa ya llena, inhalando el tabaco con un intenso suspiro.

Inuyasha le dio al hombre una mirada de soslayo antes de volver sus ojos a la cubierta. "Desde qué, Capitán?"

"Desde que te convertiste en mi aprendiz," Roberts inhaló y exhaló por su nariz, permitiendo que el humo envolviera sus facciones. "Podríamos decir."

"Oh, bueno," Inuyasha echó hacia atrás su cabeza y miró el techo de estrellas sobre su cabeza. "Al menos nueve o diez meses después, señor," se encogió de hombros distraídamente, preguntándose por qué el Capitán querría preguntarle tal cosa en ese momento. "No un año todavía."

"Tanto tiempo, eh?" La voz del Capitán Roberts sonó extraña a los oídos de Inuyasha, casi nostálgica. "Aprendes rápido."

Inuyasha presionó muy levemente sus orejas hacia atrás. "Gracias."

Roberts rió y dio otra calada a la pipa. "A menudo he pensado qué hacer contigo," mordió el extremo de la pipa mientras hablaba. "Después de todo, qué uso tendré una vez que hayas aprendido todo lo que puedo enseñarte?"

Inuyasha abrió la boca y pensó en hablar pero, al final, lo supo mejor.

"Durante los últimos meses lo he pensado mucho," susurró el Capitán Roberts mientras bajaba la pipa para sostenerla sobre su rodilla, su voz era tranquila comparada con el sonido del agua gentil golpeando la proa del barco. "Tal vez más de lo que debería." Se rió levemente de sus propias palabras y se levantó del pequeño taburete, moviéndose con un brazo detrás de su espalda como un verdadero caballero, el otro todavía sosteniendo la pipa entre los dedos envejecidos mientras alcanzaba el timón del Shikuro y a Inuyasha, levantando la mano de su pipa para indicarle a Inuyasha que se retirara.

Obedientemente, Inuyasha retrocedió y le entregó el timón al Capitán, observando cómo Roberts agarraba el timón antes de que pudiera girarlo con su mano libre. Metiéndose la pipa en su boca, liberando ambos apéndices, apretó su agarre y cambió el curso con un movimiento lento y deliberado, alejándolos de su destino Inglaterra, hacia un nuevo rumbo que parecía más estar en el rango de Europa continental.

"Pero," continuó Roberts donde lo había dejado. "Creo que ahora sé lo que debo hacer. Lo pensé demasiado, debería seguir mi instinto." Sonrió tristemente, sus ojos en el timón del barco, mirando. "Vamos a África, muchacho, y cuando lleguemos ahí, dejaré esta nave." Acarició suavemente el timón, el amor por su barco en sus ojos. "El Buena Fortuna la he llamado." Hablaba como todos los marineros cuando hablaban de un barco preciado, como si fuera una amante o un amigo muy, muy querido. "Ella me ha servido bien y ahora creo que es hora de que sirva a otro." Se giró y le dio a Inuyasha una mirada, sus brillantes ojos destellaron con tristeza y alegría mientras miraba a su aprendiz.

Inuyasha parpadeó varias veces, abriendo y cerrando la boca, su mente corría confundida mientras miraba esos ojos azules brillar ahora con diversión. "Capitán?" Susurró él, su rostro completamente perplejo.

Roberts se quitó la pipa de la boca, con una mano aun en el timón, e inclinó abiertamente la cabeza hacia atrás para reír. "Cuando lleguemos a África," rió entre palabras mientras bajaba la cabeza y tocaba el hombro de Inuyasha, pipa en mano, como un padre hace con un hijo. "Y cambie de barco—este barco será tuyo para navegar y nombrarlo como quieras."

"Shikuro." Susurró Inuyasha en el aire de la noche, el recuerdo lo abandonó mientras su corazón latía con fuerza, la voz del Capitán Roberts era fuerte en su cabeza mientras estudiaba la embarcación gravemente dañada analizando todo el daño con cierto suspiro de alivio tocando su mente. "Todavía está flotando," pensó asombrado mientras veía el barco subir y bajar en el puerto. "Shikuro todavía está flotando."

Onaconah se giró hacia él, sus ojos captaron lo que Inuyasha estaba murmurando. "Barco?"

"Sí." Inuyasha entrecerró sus ojos y miró al barco que se balanceaba suavemente en el improvisado puerto, su visión demoníaca mejorada era capaz de ver el barco tan claramente como si fuera de día—una habilidad que le permitió ver con gran detalle algo que no debería haber sido.

El mástil que había sido destruido fue reparado, la cubierta había sido reparada en varios lugares y, por lo que pudo determinar en la oscuridad, la parte trasera del barco donde estaba su habitación, estaba en proceso de reconstrucción, andamios de algún tipo descolgaban fuera de ella. "Solo han pasado tres—cuatro días—nadie podría reparar un barco tan rápido, excepto—." Sus cejas se elevaron hasta su línea del cabello y sus pupilas se dilataron a su tamaño completo, dándole una mejor vista del barco. "Totosai." Tragó saliva, Totosai era el único hombre en todo el mundo que podía reparar un barco así de rápido, era el único hombre capaz—y estaba seguro de que eso significaba que Totosai estaba vivo. "Si él está vivo—entonces tal vez los demás—."

Sus pensamientos se detuvieron cuando otro silbido bajo, este más como un pequeño reyezuelo, subió desde el bramido de la ensenada. Se giró sobre su estómago, mirando justo a tiempo para ver a Onaconah levantarse, su cuerpo pintado de rojo, resaltado por la luna y las llamas ardiendo abajo, levantó la mano por encima de su cabeza, sosteniéndola ahí, el resto de sus guerreros se levantaron automáticamente por la acción, conociendo la señal mejor que sus propios pensamientos. Los ojos de Onaconah vieron a Inuyasha y le indicó al otro demonio que se pusiera de pie también con su brazo desocupado.

Inuyasha se levantó sin cuestionar, imitando a los otros guerreros rodeándolos mientras cuadraba sus hombros y miraba a Onaconah que estaba esperando con su mano todavía en alto en el aire. El explorador apareció instantáneamente ante Onaconah una vez más, su cuerpo parecía materializarse ante el jefe como si no se hubiese movido, sino que hubiese cambiado. Por un segundo los dos hombres conversaron en voz baja y en Cherokee—incluso las orejas finamente afinadas de Inuyasha fueron incapaces de captar lo que se decía entre los dos apresurados hombres.

Después de un momento, el jefe, con el brazo todavía en el aire, miró a Inuyasha mientras asentía hacia el explorador. "Explorador te olió."

Inuyasha frunció ante el comentario, acercándose más al hombre. "Me olió?" Preguntó completamente confundido por las contundentes palabras.

"Abajo," Onaconah señaló con su mano desocupada a una pequeña cabaña que estaba al lado de las otras. "En la cabaña," dijo, su expresión transmitió un mensaje que Inuyasha entendió mejor que las palabras. "Él te olió."

"Mi cachorro?" Inuyasha habló suavemente, su corazón martilleaba en su pecho tan fuerte que estaba seguro de que los otros dos hombres lo escuchaban, sin embargo, si lo hacían, sabía que no comentarían—demonios, lo entenderían completamente. "Olió a mi cachorro?"

Onaconah asintió, su expresión tensa y, por el sonido, su propio corazón golpeaba con fuerza en su propio pecho. "También olió a Shiori." Su voz era tensa, casi contenida y llena de emoción. "Atacaremos, causaremos el caos." Habló de manera uniforme. "Yo encuentro a nieta, tú encuentras al cachorro y la tribu."

Inuyasha apretó sus labios en una línea firme y asintió con un rápido movimiento. "Lo haré."

Onaconah le dio una oscura mirada y extendió su mano libre, permitiendo que Inuyasha la tomara en un gesto más occidental. El perro demonio respondió agarrando el antebrazo del hombre en lugar de su mano, Onaconah instintivamente agarró el propio antebrazo de Inuyasha en un gesto que había pertenecido a la sociedad de los demonios por más tiempo que cualquier demonio viviente hubiese vivido. "U-hyu'-s-ti." Habló el anciano, su voz llenando el aire con su propio pesimismo mientras agarraba fuertemente el antebrazo de su compañero.

Las cejas de Inuyasha se arquearon ante la triste despedida y apretó su agarre en el brazo de Onaconah, su expresión casi vacía por un segundo antes de darle al hombre una brillante sonrisa, una sonrisa que hablaba millones de palabras—palabras de agradecimiento, de deuda, de comprensión, y de alivio, "Do-nv-da-go-hv-i, Onaconah." Sonrió mientras el hombre le daba una extraña y confundida mirada antes de repetir las palabras en inglés confirmando que conocía su significado. "Hasta que nos encontremos de nuevo."

Onaconah sonrió, una mano todavía suspendida sobre su cabeza, mientras que la otra sostenía el brazo de Inuyasha como si necesitara el consuelo por primera vez en su vida. Abrió la boca como si fuera a decir algo, tal vez un 'gracias' o palabras de aliento. Sin embargo, lo que sea que haya querido decir, murió en sus labios y dejó caer su mano del antebrazo de Inuyasha con un último apretón. "Aprendes rápido, Perro Común." Susurró al aire antes de respirar hondo y mirar al joven a su lado con valentía. "Hasta que nos encontremos de nuevo."

"Hasta entonces." Aceptó Inuyasha y agachó la cabeza en el gesto de su padre, una última señal de respeto antes de separarse como si lo hubiese acordado previamente, mirando hacia abajo a la aldea de su enemigo común. La durmiente comunidad dormía, sin darse cuenta de los cuarenta y tantos hombres que los rodeaban, listos para atacar en el segundo en que su jefe bajara el brazo.

Inuyasha tensó cada músculo de su cuerpo, sus ojos en la cabaña de donde el explorador había afirmado que provenía su olor. "No dijo nada más que eso." Se dijo Inuyasha mientras la sangre le hervía en las venas. "No dijo que olía a muerte o incluso a heridas—solo dijo que era mi olor y sólo hay una persona en la tierra que tendría ese olor." Tragó saliva, sus pies descalzos se clavaron en la mugrienta tierra arenosa que descansaba en el borde del acantilado de la cala. "Ya voy Miroku—Sango—Shippo—Totosai—Myoga—todos—ya voy."

A su lado, Onaconah respiró hondo, sus grandes ojos miraban lentamente hacia afuera, observando a todos hombres que estaban sentados y esperando. "Es la hora." Susurró al aire y bajó el brazo.

Un grito más fuerte que mil gaviotas llenó el aire instantáneamente, todos los indios pintados de rojo saltaron de su lugar, con el arma en alto en el aire, un chillido salía de sus pulmones lo suficientemente fuerte como para despertar a los muertos o al menos a los borrachos. Entraron como avispas en la cala, algunos saltaron desde el acantilado para aterrizar abajo, otros, los que tenían arcos, alistaron flechas y se descolgaron mientras apuntaban y se preparaban para golpear a cualquiera que intentara matar a uno de los hombres en el terreno.

Los demonios ebrios de cerveza apenas se pudieron levantar a tiempo para ser derribados por esa primera oleada de indios que aparentemente les llegaron desde el cielo, con la sangre salpicándose en oleadas al rojo vivo; sus mujeres apenas tuvieron tiempo para gritar antes de que el atacante se moviera hacia otro hombre, derramando su sangre con golpes de garras y lanzas mientras las flechas zumbaban por el aire, fuertes sonidos que hicieron temblar a todos los demonios cuando golpeaban sus frágiles oídos.

Inuyasha hizo una mueca por el agudo sonido de las flechas disparadas, pero no tardó en sorprenderse por la habilidad que tenían los indios para matar. En cambio, no segundos después de que comenzara el baño de sangre, saltó a la refriega, sin importarle si estaba desarmado, sin importarle el peligro. Como Onaconah, no estaba interesado en la batalla, ese no era su papel. Su trabajo consistía en encontrar a su tripulación, a su hijo, y a su familia—los indios podían pelear, podían matar, él sólo mataría lo que se interpusiera en su camino.

En el segundo en que sus pies descalzos tocaron el suelo arenoso, se encontró directamente en el camino de la sangre que arrojaba, que solo la gracia de la sangre de su propia vida le permitía esquivar. El olor del líquido caliente le obstruyó la nariz y resopló brevemente antes de gruñir de molestia cuando la víctima alcanzó su pierna, agarrándole y tirando de sus pantalones. Se sacudió molesto al hombre y sin mirar atrás, siguió avanzando hacia la cabaña llena de su propio olor a través del caos que lo rodeaba, esquivando a los indios piratas aún borrachos sin siquiera una mirada mientras se lanzaba, se balanceaba y esquivaba. A su izquierda, una pistola disparó a menos de dos pies de su cabeza y él se agachó, sus tímpanos prácticamente vibraron por el ruido mientras se obligaba a seguir adelante.

Ahora no era el momento de detenerse, ahora no era el momento de pelear, este no era su lugar en este momento, tenía un lugar mucho más urgente e importante para estar.

Otra arma disparó, esta vez tan cerca de sus oídos que sintió que sus tímpanos temblaban momentáneamente, haciéndolo perder el equilibrio hacia una ola de ataques mientras saltaba hacia la derecha al perder un paso vital de sus pies. Apretó los dientes, obligando a sus ojos a permanecer abiertos mientras se impulsaba hacia adelante, sin atreverse a detenerse, "Ahora no—," le dijo a su cuerpo, ya que físicamente tenía que resistir la tentación de darse la vuelta y derribar al hombre con el arma que había disparado tan cerca de su cabeza. Inhaló bruscamente, queriendo memorizar el olor para poder regresar por el hombre más tarde, pero abandonó la idea cuando un olor familiar llegó a su nariz, un olor que había conocido durante once años.

"Miroku." Gruñó Inuyasha mientras se lanzaba hacia la puerta de la cabaña. Sus agudos ojos captaron el brillo de las armas cuando un guardia montés que se ocupaba de su puesto levantó un cuchillo hacia el rostro de Inuyasha que se acercaba.

"Alto ahí!" Gritó en inglés mientras ensanchaba los pies en una postura de pelea y sostenía el cuchillo cerca de su cuerpo de una manera que sugería que era realmente hábil. Pero, con habilidad o sin ella, era una causa desesperada.

Sin dudarlo, Inuyasha se lanzó hacia adelante; el hombre que empuñaba el cuchillo levantó su mano ocupada, preparándose para atacar como una serpiente de cascabel lista para atacar; Inuyasha se le adelantó y agarró la mano que empuñaba el cuchillo por la muñeca, colocando su otra mano sobre ella y doblándola hacia atrás en la forma de la cabeza de una grulla—un ángulo insondable que hizo que los huesos gimieran bajo la presión antes de quebrarse como una ramita. El gato montés gritó con un dolor excoriante que Inuyasha apenas registró cuando el perro demonio echó su mano hacia atrás pasando por su cabeza, sus nudillos formaron un puñetazo perfecto que envió volando hacia adelante para aterrizar de lleno en la quijada del guardia, arrojando al hombre fuera de su camino con un gruñido.

Sus oídos captaron el sonido de fuertes pisadas detrás de él y se giró, sus ojos apenas registraron el arma apuntando a su cabeza y el hombre a solo cinco pies de él antes de saltar en el aire enviando una patada lateral bien puesta en la nariz del otro demonio. Instantáneamente, la nariz del pirata montés se rompió y la sangre salpicó los pies descalzos de Inuyasha, la sensación fue extrañamente satisfactoria para sus enormes instintos demoníacos actualmente en libertad.

Sin pensarlo más, se giró hacia la pequeña cabaña y, mirando la frágil e improvisada puerta de madera, apretó los dientes y levantó la rodilla hacia el pecho antes de empujar el pie hacia adelante. La madera quebradiza que formaba la entrada de la cabaña explotó contra la fuerza del asalto y literalmente se dobló sobre sí misma, la puerta se partió en dos y voló al suelo en una explosión de astillas. Inmediatamente, el olor a sangre llenó la nariz de Inuyasha, acompañado por un aroma que conocía mejor que el suyo, que pertenecía al único muchacho al que podía llamar hijo.

"Capitán," gritó una voz joven, alta y alegre, el rostro que alguna vez había estado cubierto de suciedad y hollín, ahora limpio, reluciente de inocencia y pequeñas pecas. "Míralos, mira!"

"Qué, niño?" preguntó Inuyasha mientras se alejaba del timón del Shikuro que había estado dirigiendo hacia el lugar donde Miroku estaba detrás de él, su pequeño cuerpo de puntillas para ver por encima de la baranda.

"Hay una especie de gran," el niño ladeó su cabeza y pensó mientras señalaba con el dedo el objeto desconocido. "'ez detrás del barco."

"Te refieres a pez." Ofreció Inuyasha distraídamente mientras ataba el timón antes de girar y caminar detrás del pequeño de ocho años, mirando por encima de su pequeña cabeza negra. "Esos son delfines." Dijo mientras se agachaba y levantaba a Miroku, sosteniéndolo con fuerza mientras permitía que el niño se inclinara sobre la baranda para tener una mejor vista.

"Vaya," susurró el niño asombrado mientras los veía saltar en el oleaje que fue creado por el flujo del agua en la parte delantera del barco hacia la trasera. "Por qué hacen eso?" Preguntó mirando a Inuyasha con grandes ojos negros que combinaban con su cabello alborotado por el viento.

"Hacer qué?" preguntó el Capitán mientras miraba por encima de la cabeza de Miroku y hacia abajo, observando a los enormes animales con ojos familiares.

"Bueno," Miroku golpeteó su mentón con una mano mientras la otra agarraba el antebrazo de Inuyasha, estabilizando su pequeño cuerpo mientras lo sostenía en el aire. "Quedarse detrás del barco en las olas?"

"No lo sé." Inuyasha se encogió de hombros y miró al curioso niño.

Solo había tenido a Miroku durante seis meses, tal vez menos, pero el chico ya se sentía increíblemente cómodo con él. Lo seguía a todas partes, siempre pisándole los talones a Inuyasha, haciendo preguntas, hablando tonterías sin sentido sobre sus lecciones o alabando cosas que el Capitán solía hacer sin pensar. Al principio, este extraño comportamiento había molestado a Inuyasha, incluso lo había frustrado, pero era extraña, la facilidad con la que Inuyasha había llegado a aceptar la presencia del niño. Con qué facilidad cayó en el papel de padre del niño.

Inuyasha bajó al niño de nuevo, con una pequeña sonrisa apenas perceptible en su rostro, mientras estiraba una mano con garras y la colocaba sobre la suave cabeza de Miroku, revolviendo el espeso cabello negro con una mano paternal. "Por qué crees que lo hacen?"

"Yo?" Miroku frunció pero sabía que la pregunta no era retórica. "Creo," Miroku continuó hablando mientras seguía a Inuyasha de regreso al timón. "Que están jugando."

Inuyasha levantó una ceja y le dio a Miroku una sonrisa torcida pero divertida. "Jugando?"

"Sí." Miroku asintió vigorosamente, sus pequeñas manos se movieron en el aire de una manera incoherente para respaldar sus palabras. "Si yo fuera un pez, jugaría en las olas."

"Bueno," Inuyasha se arrodilló al lado del niño, dándole una mirada conspiradora con sus brillantes ojos dorados. "Sabes, tengo un amigo que puede hablar con los delfines."

La pequeña boca de Miroku se desplomó y sus ojos se mostraron como si Inuyasha le acabara de decir que podía ser el rey del mundo. "De verdad!"

Inuyasha asintió y rió mientras se levantaba. "La próxima vez que lo veamos," ofreció mientras agitaba su muñeca. "Qué tal si le preguntamos si puede hablar con ellos?" Sonrió mientras Miroku prácticamente bailaba de la emoción en su puesto. "Apuesto a que él también sabrá lo que están haciendo realmente."

"De verdad podemos?" El niño sonrió, los dientes que le faltaban hace unos meses ahora fueron reemplazados por dientes permanentes para adultos. "Eso sería genial!" Cantaba mientras Inuyasha sonreía en silencio y se volvía hacia el timón, sus manos desataban el nudo. "Quiero saber lo que dicen los delfines," continuó Miroku, una suave banda sonora que calmó el frío corazón de Inuyasha. "Tu amigo es un demonio pez?"

"Una nutria." Respondió Inuyasha, su voz suave y pacífica.

"Miroku." Susurró Inuyasha en la oscura morada mientras el recuerdo se desvanecía y el tierno lugar en su corazón para Miroku se apretaba violentamente. Dio un paso adelante, sus ojos ya veían lo que no quería ver, una visión que quedaría grabada para siempre en su cerebro, una pesadilla que viviría en él por el resto de su vida.

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El caballo galopaba a toda velocidad, las manos de Kagome se clavaron en el largo cabello de su melena mientras observaba el mundo rodeándola sin ningún temor, sin ojos reales—su mente estaba demasiado sellada para comprender que estaba aterrorizada por la velocidad a la que estos demonios Mustang podían moverse.

El caballo saltó sobre un árbol caído en el sendero del bosque, sus patas no se pegaron al rellano, lo que hizo que tropezara cuando su propio impulso lo empujó hacia adelante, haciéndolo retroceder y relinchar fuertemente. Kagome se aferró con fuerza, sus ojos blanqueados se fruncieron mientras tiraba de su melena, calmándolo instantáneamente con un gentil zumbido en el fondo de su garganta. El caballo gimió y se detuvo en medio de un claro alargado rodeado de densos árboles y arbustos, así como de pequeñas flores que parecían malas hierbas. Los enceguecidos ojos de Kagome asimilaron el paisaje, que normalmente habría regocijado su corazón y la habría hecho sonrojar de gusto, con frialdad y cálculo.

"Vino de aquí." Sus ojos se entrecerraron mientras hablaba y frunció el entrecejo. "Hay alguien aquí?" Llamó ella mientras miraba a su alrededor, sus ojos parecían mirar hacia afuera como si esperara que hubiera algo que no lo estuviera. Después de un momento, chasqueó la lengua echándose más hacia atrás sobre el caballo, relajando su postura, hundiéndose mientras cerraba los ojos y respiraba profundamente. Con cuidado, contuvo la respiración y permitió que sus pulmones absorbieran el oxígeno completa y totalmente antes de exhalar, el sonido era lento y deliberado. "Por favor," susurró en ese suspiro, los ojos aun cerrados. "Muéstrate ante mí, espíritu amable."

"Kee-aaahh!"

Los ojos de Kagome se abrieron de golpe, algo por la sorpresa y también por la anticipación. Sus dedos se clavaron en la crin del caballo mientras enderezaba la espalda una vez más, manteniéndose firme en una postura que habría enorgullecido a su madre. Con ojos ciegos, volvió a mirar por todo el claro, girando la cabeza de un lado a otro, tratando de ver qué la había llamado, qué había hablado.

"Kee-aaahh!"

La llamada llegó de nuevo, desde arriba y levantó la cabeza, mirando hacia los árboles, sus ojos lentamente recuperaron las pupilas negras, que podían y no podían ver. Ahí, entre las ramas, situado justo dentro de su línea de visión, un halcón estaba sentado, posado y mirándola, un ojo oscuro y brillante se volvió en su dirección, mirándola, su pecho blanco se inflaba con cada respiro que tomaba.

"Me llamaste?" Preguntó ella con una voz que no tenía emoción ni evidencia de quién era y una mirada en su dulce rostro angelical, que no coincidía con la expresiva y normal condición de su rostro.

El halcón desvió la mirada, volvió sus ojos hacia una dirección diferente en la distancia. Por un momento, simplemente observó algo lejano que incluso con sus ojos encantados no podía ver y luego, abrió sus grandes alas, ensanchándolas a un gran espacio de casi cinco pies, las puntas de las plumas de color marrón rojizo acariciaron el borde del árbol mientras saltaba en su rama lejos de ella, las alas extendidas.

Ella apretó sus manos sobre la crin del caballo y frunció oscuramente mientras se inclinaba expectante en el caballo. "Respóndeme—dónde está el espíritu que llama—!" Su voz murió en su garganta y su boca se cerró de golpe cuando el halcón se giró y le dio una mirada que le atravesó su cuerpo hasta el alma.

Sintió su corazón martillear en su pecho cuando los ojos negros y pequeños se giraron y cambiaron convirtiéndose en una suave mezcla gris antes de desvanecerse completamente en blanco, imitando los suyos. Cerró las alas, la acción fue tan deliberada que tragó saliva y continuó mirándola—los ojos blancos dijeron más palabras y transmitieron más significado que mil elegías. 'Has hablado mal,' le dijeron. 'Has dado un paso en falso,' transmitieron. 'Debes disculparte,' gritaron. 'O morir,' agregaron.

Sin pensarlo dos veces, Kagome agachó la cabeza humildemente, los ojos del espíritu ante ella abrieron un agujero en la cima de su cabeza inclinada. Cerró los ojos por el calor en esos ojos, sabiendo que si intentaba mirar el rostro de la criatura mística, su castigo sería horriblemente severo. Lamiendo sus labios, sus dedos enterrándose en la crin del caballo, se disculpó con un rápido y sincero, "Lo siento."

El movimiento de alas la alertó para que mirara hacia arriba y frunció al ver al gran pájaro una vez más flotando en la rama sobre ella, con las alas todavía dobladas a los lados. Movió la cabeza de un lado a otro, sus ojos blancos y brillantes la miraban con escrutinio antes de que pareciera decidir algo y se volvió hacia la dirección desde la que la voz le había llamado previamente. "Kee-ahhhh!" Chilló de nuevo, el sonido llenó los oídos aparentemente ensordecidos de Kagome, tan rápido como había llamado el halcón, quedó en silencio y se volvió para mirarla.

Ella observó al halcón con curiosidad, preguntándose qué estaba esperando, solo para obtener su respuesta cuando sintió que sus oídos prácticamente se movían a un lado de su cabeza, una respuesta resonó en ellos desde la distancia.

"Kee-errr-ahh!"

El halcón gorjeó de satisfacción antes de volverse hacia ella y fruncir, sus ojos parecían volverse aún más brillantes en la oscuridad mientras le daba una mirada tan seria que bien podría haber sido humana. "Ven."

Kagome parpadeó, un atisbo de quién estaba nublando su visión, antes de desaparecer una vez más, sus ojos se deleitaron en una completa blancura una vez más mientras asentía firmemente con la cabeza y deliberadamente clavaba los dedos en la crin del caballo. "Guía."

El halcón saltó de la rama sin decir una palabra más, sus grandes alas atraparon su cuerpo en una ráfaga de aire, antes de que los golpeara hacia adelante y desapareciera en la distancia, nada más que una cola roja destellando ante sus ojos.

Al instante, clavó los talones en el costado del caballo y se inclinó hacia adelante como había visto hacer al Capitán en varias ocasiones. El caballo demonio se internó rápidamente en el sinuoso bosque, sus cascos golpeaban el suelo del bosque con fuerza, chocando contra las ramitas y hojas que crujían bajo los pies mientras el caballo se movía con una dirección limitada de su persona, esquivando dentro y fuera de la maleza mientras se impulsaba hacia arriba, sobre raíces altas y se agachaba debajo de las ramas que colgaban bajas. Delante de ella, el halcón volvió a estar a la vista, la cola roja se movía hacia arriba y hacia abajo creando ángulos laterales que cambiaban de dirección a medida que se movía. El bosque ante ellos se volvió silencioso como si los animales normales y los animales demoníacos de la noche supieran que no debían perturbar cualquier viaje que se realice ante ellos; mientras, el bosque detrás se hizo ruidoso con el alboroto de esos mismos animales que aparentemente discutían lo que había pasado ante sus ojos.

Otro claro apareció a la vista justo cuando el halcón de repente chilló una vez más, su fuerte llamado ardía en sus oídos mientras el caballo debajo de ella gemía, relinchaba y golpeaba el suelo con sus cascos antes de retroceder y retorcerse. Ella siseó mientras apretaba su agarre y se obligó a relajar los talones para calmar a la bestia. Gruñó en respuesta, sus ojos azul hielo recuperaron la compostura casi instantáneamente mientras caminaba hacia atrás, fijo en algo ante él con escepticismo.

Kagome frotó el costado del cuello del caballo distraídamente, sin dejar de calmarlo mientras luchaba contra su apremiante orden de avanzar. "Hola?" Llamó, sus ojos lenta, lentamente se volvieron grises por un momento antes de cambiar a blanco. "Hay alguien ahí?" Una ramita se partió en algún lugar delante de ella y ligeramente a su derecha. El caballo relinchó, el sonido casi el de un gruñido cuando golpeó un casco contra el suelo como advertencia. Kagome le frunció al caballo, observando cómo giraba la cabeza hacia los lados para que sus grandes ojos demoníacos pudieran captar lo que fuera que lo estuviera poniendo a la defensiva.

Siguiendo la línea de visión del caballo demonio, Kagome parpadeó al ver un par de brillantes ojos blancos que se encontraron con los suyos. "Quién está ahí?" Gritó ella mientras veía los ojos flotar aparentemente pegados a nada más que al aire, desde su lugar escondido en la oscura maleza del bosque. "Sal." Invitó ella, esperando que su voz no fuera exigente.

El espíritu desconocido sorprendentemente obedeció, las hojas del arbusto temblaban mientras avanzaba hacia el claro. El caballo brincó, relinchó y gimió mientras el gran animal se movía entre la maleza. Kagome apretó las rodillas en un esfuerzo por permanecer sobre el lomo del caballo y jadeó mientras sostenía su larga melena pero no sirvió de nada, cuanto más se acercaba el desconocido animal, más ruidoso se volvía el caballo, más enojado se ponía el caballo. Sus ojos blanqueados se entrecerraron mientras tiraba de la larga melena, tirando al caballo hacia atrás lejos del animal, haciéndolo moverse a la seguridad de los árboles detrás de ellos en el borde del claro.

Volvió a mirar al animal no identificado mientras una vez más se movían hacia la seguridad de los árboles. Sus ojos se iluminaron en el pelaje plateado y rojizo que brillaba a la pálida luz de la luna y los ojos blancos que reflejaban esa luz cuando el animal se detuvo ante ellos en el pequeño claro. Era un enorme perro demonio, notó, mientras estudiaba a la criatura más grande de la vida frente a ella, observando sus orejas altas y puntiagudas mientras se movían recordándole a alguien que había conocido.

El caballo se calmaba más y más cuanto más se alejaban de la criatura, y Kagome frotó su gran cuello de manera tranquilizadora, complacida de que hubiera decidido calmarse, "Supongo," pensó mientras comenzaba a desenredar sus manos de la melena del caballo. "Que incluso los caballos demonio le temen a los perros demoníacos." Asintió antes de desmontar el caballo con decisión con un largo giro de sus piernas sobre su lomo, aterrizando con la gracia de un verdadero y poderoso demonio, sus pies tocaron el suelo sin un solo sonido.

Envolviendo sus manos en la melena del caballo, llevó al animal demonio hacia un árbol, sus ojos observaban el enorme perro mientras la estudiaba con interés, sus ojos enfocados y extrañamente determinados, mientras pareciera contemplarla. Colocó el caballo junto a un árbol con un pequeño parche de hierba, sabiendo que el enorme animal se quedaría ahí en tanto como se sintiera seguro y se giró, sus ojos ahora estudiaban al enorme perro.

Por un momento, creyó ver a la criatura sonreírle, como divertida, pero mientras parpadeaba confundida, sus ojos se enfocaron solo en un hocico gris dibujado en una línea apretada. Frunció los ojos hacia la criatura, dando un paso lento y decidido mientras evaluaba su reacción—el perro no se movió, solo miraba fijamente. Sus ojos blancos parpadearon de nuevo y lamió sus labios, dando otro paso lento en el claro. El perro no se movió, solo miraba.

"Tú," comenzó a preguntar ella mientras se detenía completamente en el claro, sus ojos enfocados en la criatura y su espalda erguida y alta. "Me llamaste?" Preguntó, su voz clara. Las orejas del perro se movieron en su cabeza y se dio la vuelta, caminando hacia la maleza de donde venía, su cola se arrastraba en el suelo, empujando la tierra como una escoba antes de desaparecer entre la maleza.

Kagome avanzó sorprendida, sus ojos buscaban a la bestia mientras se movía lenta y cuidadosamente por el claro en su dirección con un gran frunce en su rostro. De repente, dos brillantes ojos blancos aparecieron en el arbusto, el cuerpo oculto una vez más por la falta de luz que se filtraba a través del dosel de los árboles.

"Ven." La llamó una voz, profunda y autoritaria, los ojos blancos flotando en el arbusto parpadearon al compás de la sílaba de la palabra. "Ven." Repitió una vez más, lenta, calculada y baja antes de que los ojos blancos se cerraran de nuevo, pero esta vez no reaparecieron cuando el susurro de la maleza indicó la desaparición del perro.

Kagome dio un paso hacia el lugar donde el perro había desaparecido. "Hola?" Susurró ella mientras dudaba a solo un pie de la maleza. Sus ojos blancos flotaban entre el blanco puro y el gris teñido. Lentamente, estiró una mano, rozando sus dedos contra las cálidas hojas de la espesura. Inhaló un profundo y poderoso respiro, el gris desapareció de sus ojos completamente, reemplazado por blanco una vez más mientras avanzaba, los árboles parecían alejarse de ella, dejándola entrar al lugar donde el perro había desaparecido sin obstáculos.

Sus pies calzados en mocasines hacían poco o ningún ruido cuando tocaban el suelo del bosque, solo de vez en cuando rompían una ramita o cortaban una hoja. Sus dedos se movían por los arbustos que se separaban, sintiendo la corteza de un árbol de manera intermitente mientras avanzaba. A su alrededor, el mundo parecía caer en un silencio absoluto, el mismo aire parecía quedar en silencio, no queriendo revolotear y perturbar las ramas, las hojas, o incluso su cabello y ropa. Se congeló cuando un perro llamó en la distancia, una llamada triste y aguda. Un escalofrío descendió por su columna cuando sintió un millón de ojos abrirse en respuesta, todos ellos observándola, mientras permanecía en silencio en medio de ellos.

Separó sus labios como si fuera a responderles o al llamado del perro, pero los volvió a cerrar fuertemente cuando notó que el bosque se abría más, el camino ante ella finalmente tenía un destino, un ligero brillo en la distancia. Ignorando los ojos que la empujaban y el llamado que la había confundido, se adentró silenciosamente por el bosque, como un cervatillo, hasta que se encontró en el borde de otro claro, pero este no estaba vacío.

En el medio había un pequeño estanque con agua casi cristalina, la luz de la luna brillaba en su superficie, las ondas del estanque atrapaban su luz antes de reflejarla en el claro. Parecía casi una aurora boreal en las ramas bajas colgantes que creaban un techo sobre su cabeza. Ella levantó la mirada, observando cómo cambiaba, la luz era una forma danzante, imitando las ondas que se reflejaban en el follaje verde.

Kagome sintió que su corazón se aceleraba en su pecho, sintió una ola de calor tocar sus mejillas y cerró sus ojos, la imagen de esas hermosas luces danzantes se repetía contra la parte posterior de sus párpados, calentándola hasta lo más profundo. El sonido de una ramita rompiéndose hizo que sus ojos se abrieran, sus irises lentamente regresaron a su belleza natural, mientras una pupila robusta aparecía en sus ojos una vez más. Parpadeó, sus pestañas rozaban sus mejillas mientras veía el mundo de nuevo.

Inhaló un tembloroso respiro, la escena frente a ella pintada con un sinfín de colores que relucían y brillaban justo ante sus propios ojos. "Hermoso." Susurró Kagome, más para sí.

"Ven."

Kagome jadeó ante la intrusión de la voz entre el silencio, moviendo su cabeza en busca de su origen, solo para encontrarse mirando a los hermosos ojos blancos del gigante perro demonio que ahora solo recordaba vagamente. Sintió como si debiera temer de la criatura, pero sabía que ese miedo era imposible mientras parpadeaba lenta, perezosamente, su hocico parecía sonreír solo para ella.

"Ven." Habló sin mover sus labios mientras la observaba desde el otro lado del estanque, sus grandes ojos fijos y cálidos. "Ven." Repitió e hizo un gesto con el hocico hacia el agua antes de girar y alejarse una vez más, desapareciendo entre la maleza de matorrales y arbustos que delineaban el claro.

Sorprendida por su repentina partida, Kagome parpadeó y colocó una mano en su pecho, ahora completamente de regreso mientras trataba de averiguar dónde estaba y por qué estaba aquí. Curiosamente, no sentía miedo, curiosamente ni siquiera se sentía confundida. Algo—algo extraño se sentía bien y, por alguna razón, una que no podía explicar, sabía que tenía que seguir las instrucciones del perro.

Con cuidado, y sin pensarlo más, caminó hacia el estanque que giraba y giraba, el agua cambiaba de ondas al azar a una corriente gigante que se movía en un remolino en forma de vórtice. El vórtice se materializó en medio del pequeño charco de agua, convirtiéndose en un tornado de agua que succionaba todo hacia el fondo del estanque. Con cuidado, se inclinó sobre el borde mirando en el agua, encontrándose cara a cara con su propio reflejo, en el borde arremolinado.

Jadeó al ver sus propios ojos mirándola, los colores blanco y negro se arremolinaron igual que el agua en el estanque. "Por qué?" Se preguntó en voz alta mientras levantaba una mano como si fuera a tocarse los ojos, pero en lugar de eso se encontró con los dedos en la mejilla. "Por qué?"

"El mundo está nublado."

La respiración de Kagome se detuvo ante la inesperada voz y se tambaleó hacia atrás, aterrizando sobre su trasero mientras miraba frenéticamente a su alrededor en busca de la voz que acababa de hablar.

"Tus ojos reflejan esa naturaleza." Continuó la voz, incorpórea pero llena de significado.

Levantándose de rodillas, Kagome se sacudió, sus manos se clavaron en la tierra mientras miraba a su alrededor en un intento de ver lo que no se le permitía ver. "Naturaleza?" Preguntó ella, su voz tensa en su garganta mientras sus ojos buscaban, su corazón galopaba en su pecho mientras el sudor se formaba en su frente por el malestar.

"La naturaleza del mundo," le respondió la voz, el sonido y la vibración de ella extrañamente reconfortante y familiar. "Los extremos de dos líneas que se encuentran."

Kagome frunció sus ojos, escuchando el timbre del ruido tratando de ubicarlo, así como de entenderlo. Kagome parpadeó, la voz llegó a sus oídos, cómoda y familiar de una manera extraña: como el recuerdo de un sueño. Respiró hondo y sus manos lentamente se soltaron de la tierra. Podía sentir un poco de ella bajo sus uñas, la sensación era irritante pero fácil de ignorar. "He escuchado esa voz." Pensó mientras miraba a su alrededor, una tormenta negra y blanca complicaba su visión. "Quién eres?"

"Esa no es la pregunta que debes hacer." Habló con suavidad, una profunda cualidad la bañó.

Kagome arrugó su nariz confundida ante las palabras. "Hay una mejor?"

"Sí." Respondió en un tono suave y tranquilizador.

Kagome se mordió el labio y frunció, pero dentro de ella la pregunta se formó sin pensar, viniendo de un lugar que no sabía que existía. "Los extremos—dos líneas?" Murmuró antes de levantar la mirada aún sin saber dónde mirar. "Cuáles son las líneas?"

"El bien y el mal, Kagome." Respondió la voz amablemente, su profunda cualidad reconfortó cada aspecto de su caótica mente. "Puro y contaminado, blanco y negro mezclándose y creando gris."

"Quieres decir," se preguntó en voz alta, su mente se confundió con ideas de reorganización. "La naturaleza del mundo," sacudió su cabeza sintiéndose mal y bien al mismo tiempo. "Es la combinación de lo que está bien y de lo que está mal?"

"Sí," respondió la voz sonando complacida. "Esa es la naturaleza del mundo," hubo un destello mientras las palabras se desvanecían, un destello blanco. "La naturaleza de este estanque," otro destello, más concentrado como si una mano se hubiese movido en la dirección del estanque. "Y la naturaleza de tus ojos." Otro destello, esta vez justo delante de su rostro.

Confundida, Kagome se apartó, su voz se quebró mientras hablaba. "Sólo son ojos." Trató de argumentar pero algo dentro de ella le dijo que era en vano.

"Para cualquier otra criatura," la voz continuó hablando, un destello y una luz brillante se formó frente a Kagome mientras lo hacía. "Un ojo es solo un ojo," el brillo comenzó a tomar forma, Kagome sintió que su corazón latía con fuerza. "Pero para una mujer como tú," como un fantasma se formó una silueta, la silueta de una persona. "Un ojo es una puerta de entrada," pudo ver sus hombros rotar hacia atrás y altos. "Un ojo es una apertura al alma misma." La palabra salió de la boca de la figura y la silueta se hizo más sólida, los hombros más definidos encajados en un cuello grueso que conducía a una fuerte barbilla y la silueta en blanco de un rostro. "Y tu alma, Kagome, también es justa, sin culpa," una mano se formó a su lado, levantándose para hablar en silencio. "Puede ver ambos lados, puede experimentar y comprender tanto la pureza como la contaminación por lo que realmente son."

Kagome sintió que el aire salía de sus pulmones, su respiración se convirtió en jadeos mientras veía a la figura tomar forma, observaba la forma fantasmal, mientras entraba en su corazón, pero no en su mente. "No entiendo." Su voz sonó quebrada, confusa.

"No tienes que hacerlo." Una mano apareció de repente al otro lado de la extraña silueta fantasmal de la persona, señalando hacia el estanque.

Kagome miró insegura, sus ojos se agrandaron mientras veía una imagen de Onaconah cortando la garganta de otro indio. La bilis, caliente y espesa, subió a su garganta mientras sus ojos se abrían.

"El hermano mata al hermano—," habló el espíritu mientras se arrodillaba, una mayor parte de su forma se hacía finita mientras agitaba una mano frente al estanque, borrando la imagen. "Y la tribu mata a la tribu," la imagen del rostro se giró y pareció mirarla sin rasgos presentes para hacerlo. "El odio provocó ese derramamiento de sangre." Susurró mientras Kagome observaba cómo se formaba la silueta de una nariz mojada mientras la miraba. "Has visto esto antes, no es así, Kagome—el odio que causa la Shikon."

Los ojos de Kagome se abrieron enormes ante las palabras y tragó saliva fuerte cuando se dio cuenta de lo que hablaba el hombre. "Jinenji."

"Sí, el vecino mata al vecino, esto," la mano se movió otra vez, los rasgos detallados de garras mortales y afiladas cobraban vida a medida que se movía. "No es diferente, Onaconah no es diferente—sus ojos están nublados por el odio hacia su hermano, el amor por su nieta."

Kagome asimiló las palabras, su corazón se ralentizó al pensar en lo que el hombre acababa de decir. "No es diferente." Repitió ella mientras pensaba en Onaconah, su historia de sangre, su hermano matando a su sobrina política. "Pero—ese hombre, él—es malvado."

"Sí? Tal vez." Cuestionó el espíritu y luego respondió. "Pero, el mal sólo engendra mal—."

"El odio sólo engendra odio." Terminó Kagome, las palabras salieron de sus labios mientras observaba a la criatura blanca tomar más forma, las facciones de su rostro se tornaron más nítidas mientras se estiraba y tocaba el agua del estanque, un dedo con garras tocó la superficie antes de retroceder. Sus ojos ahora eran obvios, fruncidos e incoloros, pero delineados en negro para que los viera. Parpadearon antes de girarse para mirarla, sus labios formaron una coherente sonrisa.

"Sí," los labios se movieron mientras hablaba, la voz se volvió más clara y sorprendentemente más masculina. "El odio solo engendra odio, la violencia solo engendra violencia y tú, Kagome—eres la única que podría detenerlo."

La boca de Kagome se desplomó ante las palabras y sacudió rápido su cabeza. "Yo?" Su voz era entrecortada. "Cómo, ni siquiera puedo canalizar mis poderes?" Exclamó solo para que su voz muriera en su garganta cuando una profunda carcajada entró en el aire.

"Las mujeres como tú, han existido desde antes del tiempo, Kagome." Los labios ahora estaban ganando color, volviéndose de un rosa levemente suave pero descolorido. "Ellas han peleado por lo que es correcto—," una mano con garras que parecía ser un suave melocotón apuntó hacia el agua, como si estuviera encantada, sintió que su cabeza se movía y vio cómo una imagen en el agua se volvió un ser, una mujer que no conocía permanecía fuerte, una lanza en sus manos con un brillo dorado alrededor que parecía eclipsar incluso su propio cabello negro brillante. "Han peleado por lo que está mal—," la imagen de la mujer cambió y en su lugar estaba su propio rostro, con gigantes y profundos ojos negros llenos de dolor y odio y cabello lacio y rígido que igualaba una personalidad inamovible. En manos blancas como la leche, sostenía un pequeño rosario de madera con caracteres escritos en cada cuenta que Kagome no reconoció. "Pero siempre han encontrado la forma de hacerlo."

La mujer desapareció y en su lugar sólo quedó el rosario, la lanza que había sostenido la otra mujer también apareció segundos después—las dos imágenes estaban rodeadas de luces separadas. La del rosario era roja y la de la lanza de un brillante dorado claro.

Kagome resistió el impulso de estirar la mano y tocar los objetos tan claros en el agua que parecían reales. "Pelearon con estos?" Preguntó ella, levantando la mirada para ver que la figura ahora tenía pupilas oscuras centradas en sus ojos todavía sin irises.

"Sí," respondió la figura mientras se ponía de pie, sus ojos brillaron por un segundo, un suave color apareció en ellos que Kagome no pudo darle un nombre. "Estos objetos las llamaron y les hicieron señas hasta que los buscaron." La masculina voz sonó fuerte en sus oídos. "Una vez en sus manos, les dieron poderes, místicos e imparables."

Kagome asintió ante sus palabras, "Eso es lo que," susurró mientras miraba hacia el estanque sólo para encontrar, sin sorpresa, que los objetos habían desaparecido. "Me pasó antes?"

"Qué piensas, Kagome?"

Kagome respiró hondo y miró a la figura, sus ojos la estudiaban, conociéndola sin haber visto ni una simple característica definible. "Te conozco, no es así?" Preguntó ella pero simplemente sonrió, no necesitaba una respuesta. "Tú eres el que me dijo que me llamaría."

Los labios rosáceos se elevaron y los indefinidos ojos se cerraron, sellando el color que no podía reconocer. "Estás lista?" Preguntó la voz, suave y musical.

Kagome frunció y miró el estanque, una paz que nunca había sentido antes estaba formándose en su corazón, eso la asustaba. "Debería estarlo?" Susurró y de cierta manera ya sabía que no recibiría respuesta.

Efectivamente, el claro quedó en silencio y ella levantó la mirada en busca de la figura, pero se había ido y en su lugar no quedaba ni una sombra. Con cuidado, miró hacia el agua, sabiendo que en ella vería lo que se suponía le sucedería. El agua se transformó como lo había hecho antes, al segundo que sus ojos miraron su superficie, y vio asombrada cómo se formaba la imagen de una tierra que no reconocía del todo. Hermosos árboles alineados con pequeñas flores rosadas, un puente en miniatura se levantaba sobre un pequeño río que albergaba peces de color blanco brillante y naranja, que nadaban en círculos lentos. Una casa hecha de materiales que no reconoció y construida de una manera que nunca había visto, se erguía al fondo. Techos inclinados con bordes doblados hacia arriba, puertas que se deslizan en lugar de abrirse hacia afuera o hacia adentro, y ventanas sin vidrio pero con papel blanco y grueso que se mantenía tanto en calor como en frío.

Instintivamente, Kagome se acercó al agua, medio esperando que la imagen fuera real solo para que ondeara bajo las puntas de sus dedos ahora húmedos y luego desapareciera. Sorprendida, retiró sus húmedos dedos y se los llevó al pecho mientras el agua se transformaba y en el lugar de la imagen se formaba una pequeña pieza roja de madera curva.

Kagome frunció ante el objeto que a primera vista parecía flotar sobre la superficie del agua, sus ojos de nuevo grises brillaron una vez más cuando el rojo llamó su atención. "Es del mismo color," notó ella. "Como la chaqueta de Inuyasha." Se mordió el labio ante el reconocimiento y aprensivamente se acercó, queriendo saber qué podría ser un objeto tan misterioso.

La comprensión la inundó cuando observó la pendiente de la madera y las muescas que corrían en ambos extremos, un lugar para una cuerda que no estaba ensartada actualmente. Se había familiarizado bien con armas como esta cuando era una pequeña niña que veía partir los grupos de caza y recientemente en la aldea de Onaconah cuyos guerreros usaban un arma claramente similar. Frunció mientas miraba el objeto, preguntándose de qué le serviría a alguien que no tuviera un carcaj de flechas o una cuerda para montarlas. Sin embargo, antes de que pudiera pensar en la utilidad del arco, la voz llamó una vez más.

"Ven."

Ella extendió la mano hacia el agua, su mente se quedó en blanco mientras metía su mano en el estanque, sin sentir humedad en su piel y sin ver ondas mientras empujaba su mano a través del líquido. Sus dedos entraron en contacto con el arco, una luz brillante de repente lo atravesó por un breve momento antes de disiparse mientras Kagome acercaba el arco hacia ella y fuera del estanque sosteniéndolo frente a ella.

Y tan rápido como había agarrado el arco, todo desapareció: el estanque, el claro, la maleza, todo se había ido y se encontró de pie en el claro en el que había visto entrar al perro por primera vez, el Mustang a su lado como si nunca lo hubiese dejado ahí pastando.

Su corazón golpeaba contra su caja torácica y respiró varias veces, profunda y apresuradamente, mientras la conmoción parecía explotar en todo su sistema, la adrenalina se elevó por todas sus venas mientras miraba el arco sin cuerdas en su mano. "Qué pasó?" Susurró en el claro, su mente corría por el escenario, destellos de la figura, del perro, del halcón, de todo lo que la había llevado a estar donde estaba ahora, invadió su mente.

Se hundió en el suelo, profundas respiraciones llenaban su cuerpo, atormentándola mientras sentía lágrimas en sus ojos. Parpadeó y se mordió el labio lo suficientemente fuerte como para sacarse sangre, el arco en su mano reaccionó a su dolor brillando con un suave y luminoso rosa. Instantáneamente, su cuerpo se cerró, su corazón se calmó y las lágrimas en sus ojos se secaron. Respiró con calma, la sorpresa llenó su corazón ante su habilidad para calmarse al instante.

"Ahhhyaaa!"

Ella saltó asustada por el sonido de un grito distante. "Qué dem—?" Se levantó, sus piernas se extendieron en una postura a punto de correr, aterrorizada antes de que el arco brillara de nuevo en su mano. Lo miró, observando cómo desaparecía el suave rosado y luego miró hacia atrás, a la dirección de donde había venido el grito. Una extraña sensación se apoderó de ella y frunció cuando la voz que la había llamado, la invitó internamente. "Ven." Escuchó dentro de su alma mientras el arco brillaba contra su mano, empujando contra sus dedos con palpitante calidez. "Entiendo." Habló, su cuerpo se sintió cálido donde el arco estaba conectado a ella antes de levantar la mirada, sus ojos arremolinados de un hermoso y profundo gris. "Entiendo."

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La respiración de Inuyasha se atascó en su garganta mientras contemplaba la vista que lo recibió en el centro de la habitación. Ahí, con la cabeza inclinada hacia adelante y el oscuro cabello manchado con sangre roja, Miroku estaba sentado de rodillas bañado por la luz que se abría paso a través de un pequeño agujero en la parte superior de la cabaña diseñado para permitir que el humo escapara. Sus manos estaban atadas detrás de su espalda a una pequeña estaca de madera y su ropa prácticamente no existía en su cuerpo lacerado. Herida sobre herida, quemadura sobre quemadura.

Lentamente, Inuyasha avanzó, su mente en realidad no creía lo que estaba viendo mientras observaba a su hijo destrozado. "Cachorro." Susurró al aire y el hombre atado gimió y trató de levantar la cabeza solo para volver a caer, con la barbilla apoyada en el pecho.

"Capitán?"

Inuyasha saltó ante la voz femenina y volvió su cabeza para ver nada menos que a Sango amarrada a otra estaca que estaba colocada a un costado de la cabaña, manteniéndola a ella y a Miroku lo suficientemente lejos como para que no pudieran ayudarse mutuamente. Su suave piel bronceada solo estaba marcada ligeramente por alguno que otro moretón o corte y sus grandes ojos marrones se llenaron de lágrimas tanto de felicidad como de preocupación. "Sango?" Susurró la palabra, su corazón martilleaba al ver su ropa rasgada y sus muslos expuestos. Instintivamente, olfateó el aire pero la sangre de Miroku lo impregnaba tan intensamente que no pudo distinguir el olor de Sango.

"Oh, Santo Dios." Susurró Sango y las lágrimas cayeron por sus mejillas. "Estás vivo, oh Dios mío, pensamos que estabas muerto!" Dijo a borbotones, las lágrimas caían a chorros mientras hablaba.

Solo por un segundo, Inuyasha no pudo pensar en responder mientras miraba a Sango, todo su cuerpo se burlaba de agradecimiento por verla viva, consciente y, en general, no muy herida. "Gracias." Pensó, aunque a quién estaba agradeciendo nunca se le ocurrió a su mente mientras daba un paso hacia Sango, sus ojos miraban de reojo a Miroku, dejándolo algo desgarrado.

"Kagome está bien?" La voz de Sango irrumpió los pensamientos de Inuyasha haciendo que el mitad demonio se girara y la mirara, parpadeando mientras trataba de asimilar sus palabras.

Después de un momento, su mente se aclaró y se encontró dándole a la joven una sonrisa muy pequeña. "Sí." Asintió mirando a Miroku de nuevo, su mente luchaba entre su cachorro y la mujer de su cachorro. Cerró sus ojos, la sonrisa desapareció de su rostro mientras gruñía, sabía cómo se sentiría si la situación se revertiera y él estuviera incapacitado y Kagome necesitara ayuda—Sango primero. Saltando por la cabaña con un gran movimiento, aterrizó en frente de Sango. "Estás bien?"

"Estoy bien." Habló ella tranquilamente, sus ojos vagaron hacia Miroku mirando su cuerpo encorvado con completo pánico. "No estoy segura de él."

"No te preocupes," le dijo Inuyasha con sinceridad mientras levantaba sus garras y desgarraba en segundos las cuerdas que la sujetaban. "Yo no," titubeó un momento mientras trataba de oler el aire de nuevo, su mente solo registraba los aromas del dolor y la preocupación. "No hay olor a muerte en él."

Sango masajeó su muñeca por un segundo y se levantó, con las piernas temblorosas mientras intentaba llegar hasta su esposo. Un choque vino desde afuera haciéndola saltar y tropezarse, una reacción de ella que Inuyasha no estaba acostumbrado a ver.

Respondiendo por puro instinto, Inuyasha rápidamente se acercó y la estabilizó, su mano aterrizó en su baja espalda sosteniéndola mientras temblaba por un momento, sus enormes ojos color chocolate se cerraron mientras inhalaba un firme respiro. Después de un momento, rotó sus hombros hacia atrás definitivamente y se alejó de su mano, luciendo tan majestuosa como siempre. "Está bien," habló ella tranquilamente mientras le dirigía una mirada penetrante. "Qué está pasando?"

"Indios, guerra, no lo sé." Respondió Inuyasha sin rodeos, sus orejas se retorcieron en su cabeza alertándolo de un sonido que Sango no podía escuchar con su audición humana normal.

"Qué?" Logró decir ella, su voz sonaba completamente desconcertada mientras trataba de comprender lo que el Capitán le acababa de decir. Sin embargo, antes de que pudiera pensarlo más, la voz llena de dolor de Miroku atravesó la habitación.

"Tou—."

El sonido hizo que el corazón de Inuyasha se hundiera hasta su estómago, la nota triste, la voz dolorida, cada instinto dentro de él gritaba—gritaba por su cachorro, su cachorro herido. Se precipitó, aterrizando ante el joven destrozado, sus manos se extendieron detrás de Miroku rápidamente para liberarlo. El hombre se desplomó tan pronto como sus manos fueron liberadas del palo e Inuyasha gruñó mientras atrapaba el ligero peso de su cachorro en un brazo.

"Um—." Miroku gimió mientras trataba de levantarse para mirar a quien lo sostenía, un ojo apenas logró abrirse y ver el brazo vestido de rojo que sostenía su peso. "Tou." Susurró de nuevo, mientras su mente registraba a la persona detrás de la prenda.

"No hables, Miroku," dijo Inuyasha mientras reacomodaba con cuidado a Miroku para recostarlo contra el poste que lo había mantenido cautivo y arrodillado junto a él, mirando el pequeño charco de sangre que se había acumulado en el suelo, manchando el suelo arenoso de la improvisada morada. "Vamos a sacarte de aquí."

"Miroku," llamó Sango mientras se las arreglaba para tambalearse junto a él, estirando sus manos para tocar el hombro de su esposo con una profunda preocupación. "Puedes escucharme?" Su voz se quebró por un segundo, el semblante regio que había logrado recuperar se disipó mientras veía al hombre que amaba gemir de dolor. "Miroku—." Su voz presionó mientras agarraba su barbilla levantándola para poder ver el rostro de Miroku.

La piel alguna vez limpia y blanca estaba manchada de sangre y suciedad, uno de sus ojos estaba tan hinchado que no podía ver. Sus labios estaban cortados en varios lugares y sus mejillas estaban cubiertas con una variedad de moretones negros que brotaban debajo de su piel. Él abrió su ojo bueno y de repente sus labios cortados formaron una sonrisa, una feliz sonrisa que apenas llegó a sus ojos, "Sango." Susurró él antes de gemir y su cabeza cayó de nuevo contra su pecho.

"El Capitán está aquí." Le susurró ella, su voz se quebró mientras lo veía girar la cabeza para mirar a Inuyasha.

"Por qué tardaste tanto, Otou-san?" Murmuró Miroku adormilado mientras miraba a Inuyasha con una enorme sonrisa en su rostro ennegrecido. "Estaba empezando a pensar que tenía que encontrar mi propia manera de escapar." Habló él, su lengua no se movía lo suficientemente rápido como para sincronizarse con sus propias palabras, haciéndolo sonar casi ebrio.

Inuyasha parpadeó varias veces mientras veía a Sango mirar a Miroku o al menos intentarlo. Sin embargo, la mirada nunca vio en verdad sus rasgos, y en cambio, se convirtió en una oleada de alivio que cubrió cada rincón de su rostro. Finalmente se decidió por algo que era entre una sonrisa y un frunce antes de inclinarse y besarlo suavemente en la mejilla, el sonido débil en la cabaña. Inuyasha pensó que la escuchó decir algo pero ninguna palabra llegó a sus oídos mientras miraba al hombre frente a él y su corazón estalló de felicidad, de alivio, de amor por su hijo, y de agradecimiento por que su hijo estuviera vivo. "Gracias a Dios." Susurró su mente. "No sé qué hubiese hecho—solo—gracias a Dios."

"Estúpido." Las palabras de Sango hicieron que Inuyasha regresara lentamente mientras veía a la esposa preocuparse por el esposo. "Por qué lo recibiste todo?" Preguntó ella en un enojado susurro. "Mírate—ni siquiera puedes levantarte!" Dijo, su voz de alguna manera regañona y feliz al mismo tiempo.

"Lo sé." Aceptó Miroku, sus palabras se volvían más coherentes cuanto más hablaba. Con un profundo respiro miró su pierna negra y azul, ensangrentada, haciendo brevemente una mueca de dolor ante la vista antes de intentar darle a Sango una sonrisa torcida con su golpeado rostro. "Pero alguien simplemente no llegó lo suficientemente rápido." Bromeó y miró al Capitán, una gran sonrisa emocionada se apoderó de los golpes y el labio roto.

"Lo sé," murmuró Inuyasha con culpabilidad mientras levantaba la mano y revolvía el cabello de Miroku, tal como lo había hecho cuando Miroku era un niño, aunque con suavidad para no agitar alguna herida invisible. "Lo siento."

La sonrisa de Miroku se convirtió en nada más que una pequeña sonrisa, que luego giró y redirigió hacia su esposa. "Viste eso, Sango," ladeó su cabeza hacia Inuyasha. "El gran Capitán Inuyasha lo siente," rió ligeramente. "Esa es la primera vez."

Sango rió levemente pero su labio tembló. "Deja de desperdiciar tu fuerza." Le dijo con una voz que no daba lugar a discusión.

"Sí, escucha a la mujer." Inuyasha le disparó a Miroku una mirada bien dirigida que hizo que el hombre simplemente se encogiera de hombros antes de sisear de dolor. Inuyasha hizo una mueca ante el ruido del aire atravesando los apretados dientes y comenzó a mirar a Miroku de verdad, dejando de lado todos los demás pensamientos mientras analizaba las diversas heridas que cubrían el cuerpo del joven. "No son realmente profundas." Notó primero mientras contaba visualmente tantas laceraciones como podía ver. "Pero hay muchas de ellas."

"Lo azotaron." Ofreció Sango mientras lo veía estudiar las heridas. "Iban a hacérmelo a mí, pero él," le dio una mirada a Miroku. "Regateó con ellos."

"Mejor a mí," declaró Miroku con total naturalidad. "Que a ti."

"Pensé que te había dicho que te callaras." Lo regañó Sango mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho con vehemencia. "No necesito que te desmayes como una niña."

"Ya te dije que estoy—" Comenzó a decir Miroku mientras levantaba una mano solo para sisear de dolor una vez más.

"No aprendes, verdad?" La voz calmada y casi distante de Inuyasha intervino y llevó una mano al hombro de Miroku rozando sus dedos sobre la única herida en la parte superior de su cuerpo que se veía particularmente mal. "Eso va a tomar tiempo para sanar." Lo notó antes de dejar caer la mano sobre la pierna de Miroku, su mano titubeante mientras observaba la carne roja y negra. "Esta parece más una herida de tortura parlamentaria—," pensó con una enferma sensación en su estómago. "El tipo de heridas que te da un torturador como calentamiento antes de que en verdad comience a romperte los dedos de los pies y a cortarte los dedos de las manos." Sacudió su cabeza oscuramente antes de estirar la mano y pinchar la carne tan suavemente como pudo.

"Ay!" Gruñó Miroku y siseó al mismo tiempo que los dedos de su padre entraban en contacto con la carne destrozada.

"Cuidado," susurró Sango retirando la mano del Capitán. "Ahí es donde lo quemaron."

"Ellos," Inuyasha habló lentamente, "lo," cada palabra marcada con un poco más de odio, "quemaron?" y un poco más de rabia.

"No fue agradable." Anotó Miroku mientras respiraba profundamente, inhalando tanta cantidad de aire en sus pulmones como fuera posible antes de exhalar lenta y uniformemente, tratando de controlar el dolor en su pierna que se estaba manifestando.

"Esos bastardos enfermos." Susurró Inuyasha, su voz baja y enojada. "Qué habrían hecho si no hubiese llegado aquí hoy?" Se preguntó mientras se reprendía en silencio. "Ellos—ellos le hubiesen cortado los dedos de las manos y roto los dedos de los pies—o algo peor." Con un ligero gruñido en su garganta, se inclinó y continuó su inspección de Miroku, olfateándolo en busca de alguna señal de heridas no visibles.

"Solo se ve mal," dijo Miroku encogiéndose de hombros mientras su padre lo revisaba y lo olfateaba instintivamente, un concepto que Miroku nunca entendió como humano, pero al que estaba acostumbrado. "No es tan malo como parece."

Inuyasha detuvo lo que estaba haciendo y le dio a Miroku una seca mirada. "Se ve bastante jodida para mí."

"Secundo eso." Habló Sango con sus brazos cruzados sobre su pecho y su expresión francamente aterrorizada.

"Lo sé," Miroku trató de acercarse a Sango pero hizo una mueca cuando su hombro palpitó en protesta. "Pero no tengo huesos rotos, lo cual es bueno." Explicó mientras Inuyasha reanudaba su inspección, sus ojos estudiaban un profundo corte que recorría la longitud del antebrazo de Miroku.

"Por qué," murmuró Inuyasha mientras olía la sangre, tratando de determinar si había alguna infección notable. "Por qué hicieron esto?"

"Estaban tratando de sacarme información," dijo Miroku honestamente mientras apoyaba su cabeza contra el poste detrás de él, gruñendo mientras su cuerpo protestaba levemente, no apreciando ser sacudido. "Querían saber sobre nuestro barco y de dónde venimos, ese tipo de mierda." Miró al Capitán, que en ese momento estaba rasgando la manga de su propia camisa blanca para hacer un vendaje improvisado.

"Información?" Murmuró Inuyasha mientras usaba sus garras para rasgar la prenda.

Miroku observó con interés cómo el material se soltaba del resto de la prenda del Capitán antes de que el hombre volviera a olfatear su brazo. "Sí."

"Le hicieron esto," indicó con su cabeza la herida particularmente desagradable para enfatizar. "A alguien más."

"Honestamente, no lo sé." Admitió Miroku mientras miraba a Sango, quien solo movía su cabeza lentamente a modo de disculpa. "Nos separaron rápido. A mí y a Sango porque somos 'compañeros', dijeron que debíamos permanecer juntos."

"Qué amable de ellos." Gruñó Inuyasha mientras envolvía con cuidado la venda alrededor de la herida, esperando detener el leve sangrado que aún seguía.

"Cierto?" Miroku aclaró su garganta. "Y se llevaron a Shippo, dijeron algo sobre ser un niño y que les vendría bien usar a un niño."

Inuyasha miró a Miroku, su expresión casi vacía. "Entendiste su significado?"

"Nada de eso." Intervino Sango rápidamente mientras depositaba una mano en el hombro del Capitán para tranquilizarlo. "Creo," susurró ella, su aroma honesto y sus palabras sinceras, aunque sus ojos no parecían convincentes. "Que no tienen muchos niños, al menos yo," miró a su alrededor, sus ojos se movieron rápidamente tratando de recordar. "No vi a muchos excepto a esta pequeña niña y—."

Las orejas de Inuyasha se irguieron ante las palabras y por un momento dejó de envolver la herida de Miroku. "Una niña pequeña?"

"Sí," Sango asintió rápidamente, su expresión burlona y preocupada. "Era una cosita dulce, sus ojos se iluminaron cuando vio a Shippo."

Inuyasha frunció oscuramente, sus manos se suspendieron en el aire sobre el brazo de Miroku, sosteniendo el material que había desgarrado de su camisa para hacer el vendaje. "La nieta de Onaconah?" Pensó mientras trataba de imaginarse a la niña, trataba de imaginarla. "Me pregunto si la encontró?" Se preguntó mientras miraba inexpresivamente sus propias manos, a su propio cachorro. Miroku le dio una interrogante mirada, pero él solo sacudió su cabeza en respuesta y volvió a vendar la herida.

"Pero creo," Sango continuó ajena a los pensamientos del Capitán. "Que por eso lo valoraron tanto, por ella," frunció y miró expectante al Capitán. "Tal vez necesitaba un compañero de juegos siendo la única niña en la aldea, al parecer."

Inuyasha asintió, no estaba seguro de si creía que eso fuera verdad o no. En una aldea de este tamaño, indudablemente, habría muchos niños. Después de todo, habían estado separados de su aldea hermana durante casi doscientos años, por lo que era natural que hubieran comenzado a recuperar una población con ideas afines hace siglos. Aun así, la idea de que Shippo estuviera a salvo, que no estuviera siendo utilizado como tantos muchos niños entre hombres como estos, era reconfortante. "Bien," susurró, pero su voz no sonaba como si en verdad creyera en sus palabras. "Al menos hay una posibilidad decente de que esté a salvo." Inuyasha terminó de atar el vendaje alrededor de la herida y volvió a inspeccionar de cerca a Miroku. "Viste a alguien más, como Myoga?"

"Sí," le dijo Miroku esta vez mientras miraba su brazo vendado inspeccionando distraídamente el envoltorio. "Los vi llevarse a Myoga y a Totosai al momento en que descubrieron sus puestos."

"Noté que el barco ha sido reparado un poco," Inuyasha asintió en respuesta mientras se ponía a trabajar en el resto de la pierna de Miroku, desgarrando más tela para usar hasta que pudiera llevar al joven a un sanador adecuado. "Parece obra de Totosai."

"Tendría sentido." Confirmó Miroku mientras siseaba de dolor, su brazo alcanzó sin rumbo fijo por algo para agarrarse. Sango respondió inmediatamente, tomando su mano y permitiéndole apretar mientras Inuyasha comenzaba a envolver las quemaduras. "En verdad les gustó mucho ese barco, querían saber todos sus secretos," respiró profundamente antes de continuar. "Incluido a su Capitán."

Las manos de Inuyasha se tensaron por solo un minuto, la rabia destelló por sus ojos mientras respiraba profundamente por su nariz tratando de controlar su sangre hirviendo. "Por eso acudieron a ti." Dedujo instantáneamente, el odio a sí mismo lo inundó.

"Sí," aceptó Miroku casualmente sabiendo que el Capitán tomaría la noticia con mucha dureza pero al mismo tiempo sabiendo que tenía que decirle al hombre la verdad completa. "Y sabían—que yo era tu hijo."

Las manos de Inuyasha se desplomaron y sus ojos se levantaron para mirar a Miroku con miedo. "Qué?"

"Lo supieron al instante," dijo Sango mientras Miroku recuperaba el aliento, una de sus manos apretaba con fuerza la de Miroku mientas la otra la cubría, frotándola gentilmente tratando de aliviar su dolor. "Solo miraron a Miroku, lo olieron y lo supieron."

Inuyasha exhaló fuertemente, sus ojos se tensaron mientras trataba de resolver sus propios sentimientos de culpa. "Ya veo," habló lentamente antes de volver a vendar la pierna de Miroku, sus manos moviéndose rápidamente pero con mucho cuidado mientras trataba de distraerse. "Debieron haber captado mi olor en mi camarote y supieron que yo era el Capitán."

"Cómo es eso?" Comentó Sango ante la información, su conocimiento de la cultura demoníaca no era tan bueno como el de los dos hombres ante ella. "Lo olieron en él y lo supieron?"

"Mm hum," Inuyasha asintió con sus ojos enfocados en el vendaje. "Los demonios tienen formas de dar a conocer las cosas."

"Bueno," Miroku interrumpió la lección sabiendo que su padre se estaba poniendo tenso por la información, culpándose a sí mismo por la situación debido a eso. "Como sea, se enteraron y como puedes ver, me azotaron, me quemaron, querían saber sobre el barco," levantó su mentón para llamar la atención hacia su rostro. "Y me golpearon en la cara, pero eso es todo," le dio al Capitán una mirada tranquilizadora como si leyera la mente del otro hombre. "Quiero decir, crecer contigo fue peor que todo esto."

Inuyasha terminó de vendar la pierna y echó para atrás su cabeza para regañar a Miroku por sus palabras, solo para hacer una pausa al ver la sonrisa y los traviesos ojos del joven que había conocido. No podía enojarse con esos ojos, nunca, incapaz de detenerse, sonrió levemente y ladeó su cabeza. "Yo nunca te quemé." Quiso que las palabras fueran serias, pero salieron ligeramente juguetonas.

"Me rompí mi brazo." Respondió Miroku, señalando su brazo derecho que, de hecho, se había roto al cuidado del Capitán cuando era un niño…

Inuyasha rió ante las palabras, el aire serio en la habitación se disipó por un segundo. "Eso fue tu propia culpa." Dijo con profundo afecto en su voz que Miroku y Sango no se perdieron.

"Lo sé," respondió Miroku, su rostro apologético y lleno de admiración. "Dios sabe que debería haber muerto, pero tú siempre me detuviste ante de que hiciera algo para que me mataran."

"Sí." Inuyasha se estiró y depositó su mano sobre la cabeza de Miroku, alborotando gentilmente el cabello como antes, tratando de mostrar su afecto de la única manera que realmente sabía hacer. "Estás seguro de que estás bien?" Preguntó sin rodeos mientras retiraba su mano, dándole a Miroku una mirada que no había usado en años, una mirada que decía 'dime la verdad, no aceptaré mentiras.'

"Está mal," dijo Miroku, su expresión oscura mientras miraba su pierna y hombro. "Pero—yo aaa—," Miroku levantó su cabeza y le dio a su padre una sonrisa forzada. "Me curaré."

Inuyasha asintió y sacudió su cabeza, retrocediendo para mirar alrededor de la cabaña, sus ojos, orejas y nariz buscaban cualquier señal de los otros que pudiera encontrar. "No puedes ponerte de pie, verdad?" Comentó mientras miraba la pierna muy quemada y golpeada.

"Probablemente no." Miroku asintió, y experimentalmente trató de mover su pierna solo para gruñir y gemir.

"No lo intentes." Lo reprimió Sango gentilmente mientras se acercaba más a Miroku, sus callosas manos soltaron las suyas igualmente callosas para tocar gentilmente la expuesta carne de su brazo. "Solo lo empeorarás."

"Sí, sí," refunfuñó Miroku mientras miraba al Capitán observando cómo el hombre se movía hacia la entrada de la cabaña mirando hacia afuera momentáneamente antes de deslizarse hacia las sombras y acercarse a ellos una vez más.

"Tienen alguna idea de dónde está el resto de la tripulación?" Preguntó él, su voz apresurada mientras el sonido de la lucha afuera se acercaba más a ellos.

"La mayoría de ellos fueron sacados," dijo Miroku sin rodeos, su mente completamente consciente ahora percibía las señales de una batalla que se estaba librando afuera. Giró su cabeza en respuesta a un grito particularmente fuerte que sonó a no más de cien pies de distancia y frunció antes de responder la pregunta por completo. "Los agruparon por puestos. Creo—que quieren integrarlos."

"Integrarlos?" Repitió Inuyasha con un gruñido. No era muy común que un pirata intentara asimilar a la antigua tripulación de un barco, de hecho, la única vez que se molestaban en hacerlo era cuando tomaban un barco nuevo del que no sabían cómo trabajaba. "No deben entender el Shikuro—su diseño es demasiado complicado." Inuyasha sonrió. "Paga modificar un barco en la medida en que nadie más haya visto uno igual." Sintiéndose pagado de sí, Inuyasha se arrodilló de nuevo junto a Miroku, dándole un vistazo más mientras hablaba. "Inteligente—y la mayoría de esos hombres lo harían para salvar sus vidas."

"Sí—," aceptó Miroku encogiéndose de hombros que lo hizo contraerse un poco. "A los leales simplemente los golpean."

"Eso no explica lo de Totosai," gruñó Inuyasha mientras miraba el hombro de Miroku, notando el extraño ángulo que estaba mostrando. "Está dislocado." Notó mientras levantaba una mano y lo tocaba suavemente, viendo la expresión de dolor que cruzó el rostro de Miroku. "No puedo hacerlo aquí, gritará tan fuerte que nunca podremos escaparnos de aquí." Gruñendo, se separó de su cachorro. "Pero, de nuevo—," comenzó a hablar, retomando donde lo había dejado. "Ese barco es su bebé, no podría soportar verlo dañado."

"Sí," aceptó Miroku, una mirada de dolor acechó sus ojos mientras trataba de sonreír ante la pequeña broma. Sin embargo, la mirada inmediatamente se volvió seria, cuando otro fuerte grito que Miroku no pudo ignorar impregnó el aire. "Otou-san, qué está pasando—?" Trató de preguntar pero fue interrumpido.

"Necesitamos llevarte a un lugar seguro." Gruñó Inuyasha mientras se levantaba y caminaba hacia la puerta destruida de la pequeña cabaña, de espalda contra la pared mientras miraba el caos de afuera.

Sango le dio al Capitán una mirada contemplativa antes de levantarse, sus manos se desplomaron del brazo de Miroku mientras se ponía de pie. "Dijiste algo sobre indios?"

Inuyasha asintió distraídamente. "Conocimos a una tribu, Kagome y yo." Les dijo rápidamente mientras miraba hacia afuera, contemplando la sangre y la venganza. "Nos acogieron, cuidaron de nosotros y luego identificaron a esos bastardos como pertenecientes a su propia tribu."

"Qué?"

"Lo sé." Inuyasha asintió antes de girarse y darle una mirada a Miroku. "Están afuera peleando su pelea en este momento, dándome la oportunidad de encontrarlos." Les dijo, omitiendo por ahora la parte de la nieta de Onaconah, era información que no necesitaban, todavía no, no con Miroku tan herido como lo estaba.

"Una guerra." Comentó Miroku sombríamente mientras veía al Capitán girarse y mirar hacia afuera una vez más, su rostro medio iluminado por la luna o quizás el fuego que aún ardía en la enorme aldea. Por un momento, admiró al hombre, observando cómo miraba afuera, sus ojos intensos, enfocados y decididos, determinado a salvar a su tripulación, a salvar a su hijo, a salvar a su nuera, a salvarlo todo. "Si yo pudiera," susurró el subconsciente de Miroku. "Algún día ser la mitad del hombre que eres, moriría feliz." Miroku sonrió ante sus pensamientos, su mente se desvaneció con una intensa sensación de sueño inundándolo. "Estoy tan cansado." Pensó mientras observaba al Capitán mirando hacia afuera, sintiendo que estaría bien dormir ahora mismo siempre que su padre estuviera ahí para protegerlo.

Sin embargo, antes de que Miroku pudiera permitir que sus ojos se cerraran, la expresión del Capitán cambió de determinada a horrorizada. Sus oscuras cejas se levantaron de golpe entre el cabello plateado profundo, mientras su boca se desplomaba y sus dorados ojos se abrían con una mirada de shock. Trató de hablar, pero las palabras nunca salieron de sus labios cuando sus manos agarraron el costado del marco de la puerta con total y absoluta incredulidad.

"Capitán?" Susurró Sango mientras se alejaba de Miroku, una de sus manos estaba extendida hacia el hombre que la había salvado tantos años atrás, solo para detenerse en seco cuando el Capitán finalmente logró articular una palabra.

"Kagome."

Fin del Capítulo

Por favor, dejen sus reviews

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N/A: Espero que lo hayan disfrutado y aquí va una nota sobre el objeto de Kagome:

Escogí un arco como objeto para Kagome por dos razones. Primero, porque separa más a Kikyo y a Kagome como individuos. Kagome pelea por sus creencias y Kikyo las silencia, prefiriendo mantener las normas sociales como lo vimos en su trato hacia Inuyasha. La otra razón es que, independientemente de la historia, el arma estándar de una Miko es un arco en la religión sintoísta, por lo tanto, manteniendo la precisión histórica, quería hacer del arma un arco para ella, ya que Kagome al aceptar tanto a otras culturas es plausible. Para Kikyo, quien no acepta la diversidad, es natural que su arma sea de sus propias creencias.

Y una nota sobre el viaje de Kagome:

Pensé mucho en esta escena y en cómo quería hacerla. Al final, tomé algo de inspiración en la cultura nativa americana y decidí hacer que Kagome tuviera un verdadero viaje espiritual, no solo que tropezara con el objeto o que fuera conveniente. Para mí, la Kagome en esta ficción no es solo una Miko, sino una persona espiritual de gran importancia. No es un Dalai Lama per se, pero de cualquier forma—espero que les haya gustado su viaje espiritual. Déjenme saber lo que piensan!

Nota de Inu: Hola a todos! Solo escribo esta breve nota para pedirles disculpas por la demora en subir este nuevo capítulo. Lastimosamente estuve un mes sin internet en casa y trabajando por fuera todo el día dejándome sin tiempo para mucho más que dormir y adelantar un poco la traducción de capítulos más adelantados. Muchas gracias por la espera y espero poder continuar mientras tenga conexión, jejeje. Hasta la próxima!