Capítulo 53
Los siguientes días en la casa fueron algo complicados. Los niños dormían mal. No paraban de suplicarle que no se marchara, mientras Sasuke intentaba una y otra vez hablar con ella y Matsuura simplemente los observaba con gesto serio.
Sasuke buscó la ayuda del japonés. Le contó cuáles eran sus sentimientos y él le prometió hablar con Sakura. Pero hacerlo no era fácil. Sakura se negó a hablar también con su tío del tema y aunque él, enfadado, le contó todo lo que el nórdico le había dicho, ella ni se inmutó. No pensaba creerlo.
Para la joven esos días fueron una tortura. Se sentía fatal. Todos los que la rodeaban estaban tristes, desconsolados, mientras ella intentaba hacerles ver que la vida continuaba y que pronto todos estarían bien.
Seguía sin permitirse llorar, y eso le provocaba unos dolores de cabeza tremendos. La soledad se convirtió de pronto en su mejor compañera, y aunque de madrugada oía a Sasuke rondar por el pasillo, no le abría la puerta, pues hacerlo habría sido un error.
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A las cuatro de la madrugada del viernes, la joven estaba inquieta. En solo veinticuatro horas tendría que estar en la playa de Cullen, como le había prometido a su padre.
Levantándose de la cama, caminó hacia la chimenea. Durante un rato estuvo mirando el fuego sumida en sus pensamientos, hasta que su estómago rugió y decidió bajar a la cocina a comer algo.
Con precaución, abrió la puerta y, al comprobar que el pasillo estaba vacío, descalza y vestida solo con la fina camisola, bajó la escalera y se dirigió a la cocina. Una vez allí, vio sobre la mesa el pastel que Janetta había llevado aquella mañana y, sin dudarlo, cortó un pedazo.
Dio un mordisco. Estaba buenísimo.
Mientras se lo comía, se acercó a la ventana para contemplar las estrellas. La noche era clara y la luna casi estaba llena. Disfrutaba del pastel cuando la luz que desprendía la chimenea de la casa en la que vivía tío Matsuura le permitió ver al japonés abrazado a Janetta. Eso conmovió a la joven, que sonrió. Estaba claro que Matsuura había encontrado su felicidad en aquella. Pero, aun así, había decidido regresar a La Bruja del Mar con ella. Su tío era otro cabezón.
Sin querer ser indiscreta, se retiró de la ventana y, mientras se comía el pastel, fue hasta el salón. Al llegar, Tritón, que dormía junto al hogar, se levantó y fue a su encuentro. Sonriendo, Sakura se agachó a saludarlo y, dándole un trozo de pastel, que el animal devoró, susurró:
—Lo sé. Está muy bueno.
Con tranquilidad, se acercó al cómodo banco de madera oscura que en otro momento había pertenecido a la casa que Sasuke e Ingrid tuvieron en Noruega. Con cariño, lo miró y, sentándose en él, afirmó:
—Lo creas o no, a ti también te voy a echar de menos.
Cuando se hubo terminado el pastel, apoyó la cabeza en el respaldo y se quedó mirando el fuego. Sin querer evitarlo, recordó todos los momentos pasados en los días que había vivido en aquella preciosa casa, y sonrió. Sasuke, los niños, Tritón y sus amigos le habían proporcionado infinidad de inolvidables recuerdos que sin duda atesoraría para siempre en su corazón.
Con una sonrisa pensaba en todo aquello cuando de pronto Sasuke apareció a su lado. Durante unos segundos ambos se miraron, hasta que Sakura hizo ademán de levantarse y este, sin moverse, dijo:
—Una vez me dijiste que la mejor manera de solucionar un problema de pareja era mirarse a los ojos y sonreír. ¿Lo has olvidado?
Sakura negó con la cabeza. Nunca podría olvidar nada que tuviera que ver con él, y respondió:
—No. No lo he olvidado.
El vikingo cabeceó y, notándola tranquila, susurró:
—Me alegra que no lo hayas hecho.
Permanecieron unos instantes en silencio hasta que finalmente Sasuke preguntó señalando el banco:
—¿Puedo sentarme?
Sakura asintió y, cuando él se hubo acomodado, ella se bajó al suelo. Al ver eso, Sasuke se apresuró a decir:
—Cabemos los dos.
—Lo sé.
—Entonces ¿por qué...?
Sin dejarlo terminar la frase, Sakura repuso:
—Es tu asiento, no el mío.
Eso le dolió al vikingo. Lo había hecho todo terriblemente mal. Todo lo que aquella le dijera se lo merecía y él tenía que callar.
Sin mirarlo para no reprocharle nada más, la joven contempló el fuego sin pronunciar una palabra mientras Sasuke la observaba a ella. Tenía tantas cosas que explicarle que no sabía por dónde empezar; entonces, necesitando decir algo, soltó:
—Esta noche estás muy bonita.
Sakura levantó la mirada. Era la primera vez que recibía un piropo de él y preguntó sorprendida:
—¿Tienes fiebre o algo así?
Entendiendo su respuesta, Sasuke sonrió.
—No. Simplemente digo lo que veo.
—Ah, pero ¿tú ves? —se mofó ella.
—Ahora sí, Sakura —repuso él—. Ahora ya veo.
La joven asintió y, sin querer dejarse embaucar por aquel piropo que en otro momento habría sido mejor recibido, musitó:
—Pues gracias, Sasuke. Me alegro de que me veas.
Percibir su frialdad, cuando sabía que en su interior se escondía un huracán lleno de amor, sentimientos, luz y vida, desesperó al vikingo. Sakura no lloraba. Como le había dicho una vez, nunca le habían permitido hacerlo, y eso hacía que su desapego fuera extremo.
Sasuke, por su parte, con todo lo hábil que era en su día a día, era un completo inútil en lo que se refería a cortejar a una mujer como ella. En silencio pensaba qué decir, qué hacer para llamar su atención, cuando preguntó:
—¿Tu padre y tus tíos te esperarán el día acordado donde dijeron?
Sakura asintió y, sin aclararle que era al día siguiente y no al cabo de dos semanas cuando partiría, afirmó:
—Por supuesto.
Sasuke aguardó a que ella dijera algo, que intentara hablar con él, pero la joven no lo hizo. Seguía mirando el fuego en silencio cuando él, con muchas ganas de comunicarse con ella, insistió:
—La tristeza de los niños me parte el alma. —Sakura asintió sin mirarlo y él prosiguió—: Asami y Shii no paran de pedirme que te convenza para que no te vayas. No entienden que, estando casados, tú...
—Diles que no estamos casados. Es fácil.
—No puedo decirles eso.
—¿Por qué, si es la verdad? —preguntó ella. El vikingo no respondió y a continuación la joven añadió—: La verdad solo tiene un camino.
—Sakura, por favor, déjame hablar contigo y...
—¡Maldita sea, Sasuke! Lee mis labios: ¡no tenemos nada de que hablar!
—Pero necesito...
—Lo que tú necesites no me interesa, ¡a ver si te enteras ya de una vez!
De nuevo, silencio entre ambos, y luego Sakura susurró:
—¿Llevarás a los niños a Aberdeen a ver a Hashirama y a Mito?
—Sí, lo haré. No te preocupes.
Entonces él se sentó en el suelo junto a ella y musitó:
—Siento que todo acabe así.
Oír su voz, oler su aroma y sentirlo cerca, como siempre, podía con ella, y al mirarlo murmuró:
—Yo también lo siento, Sasuke..., te lo aseguro.
Se observaron de nuevo unos segundos en silencio, hasta que ella, anhelando una última vez con él, lo abrazó. Sin dudarlo, Sasuke aceptó aquel abrazo tan deseado, y permanecieron así un buen rato sin decir nada, hasta que ella soltó dejándose llevar:
—Te deseo.
El vikingo no habló, no podía. Y ella, sentándose a horcajadas sobre él, intentando olvidar todo lo ocurrido en los últimos días para disfrutar de aquel último momento íntimo entre ambos, susurró:
—Tú me deseas a mí..., tontito.
Sasuke sonrió al oírla y ella añadió:
—Una vez más, seré yo la pagana que tome la iniciativa.
Pero él reaccionó de pronto y, dispuesto a que todo cambiara entre ellos, cuchicheó mirándola:
—No, Sakura. El pagano soy yo, y esta vez seré yo quien la tome.
Y, acercando su boca a la de ella, la besó con auténtica devoción.
Nunca había necesitado tanto a una mujer como la necesitaba a ella. A Ingrid la adoró. El cariño que sintió por ella fue creciendo lentamente con el paso de los años, pero a Sakura, en poco tiempo, no solo la amaba, sino que la necesitaba en su vida.
Pensar eso le gustó. Atrás quedaba el pasado para vivir el presente y construir un nuevo y bonito futuro. Acababa de admitirse a sí mismo una vez más que la quería, que la amaba. Amaba a esa mujer por encima de todo, y, dejándose caer hacia un lado, la colocó bajo su cuerpo y murmuró:
—Eres mía.
Sobrecogida por lo que oía, ella sonrió y, cuando sintió cómo las manos de aquel le subían la camisola, deseosa de ser poseída para recordarlo eternamente, afirmó:
—En este instante..., sí.
Sintiéndose poderoso como desde hacía tiempo que no le ocurría, Sasuke le quitó la prenda, que tiró a un lado, y contempló aquel cuerpo desnudo que adoraba.
—Eres preciosa...
Excitada por aquello, Sakura sonrió. Sasuke comenzó a besarle el cuello, después los pechos, de ahí bajó a su ombligo y, cuando su boca se instaló en el centro de su ardiente deseo, la joven se estremeció. No porque Sasuke nunca antes le hubiera hecho eso, sino porque esta vez la sensación de posesión de él era muy diferente.
Dejándose llevar por el placer, disfrutó como nunca había disfrutado de aquello que Sasuke le hacía sin importarle nada más. No había vergüenzas. No había reproches. No había exigencias. Solo había goce puro y duro, y con eso quería quedarse.
Tras hacerla gritar de placer en varias ocasiones, Sasuke ascendió con su boca hasta la de ella, la besó con exigencia y, cuando el abrasador beso acabó, mientras le introducía su duro pene entre las piernas, susurró mirándola a los ojos:
—Ábrete para mí.
Hechizada, ella obedeció y, cuando el miembro de aquel entró totalmente en ella de una certera estocada, se arqueó de placer enloquecida por el momento.
Besos, jadeos, roces, mimos, todo estaba permitido en ese instante, y entonces oyó a Sasuke decir:
—Mírame, mi amor..., mírame.
Sin dudarlo, ella lo hizo. Él se apretó entonces contra ella y ambos se estremecieron de placer. Instantes después, el vikingo salió de ella y luego volvió a penetrarla. Los dedos de la joven se clavaron en su espalda, y Sasuke, sonriendo, lo volvió a hacer.
Enloquecida, Sakura jadeó mientras él, mirándola a los ojos, la poseía con auténtica devoción.
—Eres mía, mi amor. Solo mía.
Temblando de gozo por cómo aquel hombre al que tanto deseaba la hacía suya, la joven se entregó por completo a él mientras sus cuerpos se encontraban una y otra vez, mientras daban y recibían todo el placer del mundo, hasta que un demoledor orgasmo los asoló al mismo tiempo y ambos gritaron de gozo.
Tumbado sobre ella, pero apoyado en una mano para no aplastarla, Sasuke sonrió. Ni en el mejor de sus sueños había imaginado hacerle el amor así.
—Bonito recuerdo —afirmó ella, sonriendo como él.
Un beso...
Dos...
Durante un rato, frente a la enorme chimenea del salón, disfrutaron nuevamente de intimidad, mimos y caricias olvidándose de todo, hasta que Sakura clavó los ojos en el escudo que colgaba sobre la chimenea y, sintiendo que la magia del momento se rompía, de golpe preguntó:
—¿Me has poseído a mí o a ella?
Al oír eso, Sasuke la miró boquiabierto. Sin necesidad de que hubiera pronunciado su nombre, sabía a quién se refería, y se apresuró a responder:
—La duda ofende. Por supuesto que a ti.
Pero la receptividad de Sakura ya no era la misma y, apartándose de él, cogió su camisola y, mientras se la ponía, indicó recuperando su frialdad:
—Lo siento, pero permíteme que lo dude.
—¿Por qué?
Ella lo miró e, incapaz de callar, aclaró:
—Me has llamado «mi amor».
Consciente de lo que ella podía estar pensando, Sasuke se apresuró a afirmar:
—Tú eres mi amor.
Oír eso hizo que a Sakura le bullera la sangre y, levantándose del suelo, siseara:
—¡Mentiroso! Siempre has dicho que...
—Sé lo que dije —la cortó él poniéndose también en pie—. Y sé lo que te acabo de decir ahora. Y, sí, Sakura, ¡mi amor eres tú!
Con ganas de desaparecer antes de que terminara de hundirla, la joven iba a dar media vuelta cuando él la sujetó por un brazo.
—Sé que en este tiempo no lo he hecho bien. Sé que por mi culpa estamos en esta situación. Pero, por todos los dioses, no quiero que dudes ni por un instante de que es a ti a quien he poseído y hecho el amor.
Sorprendida por su declaración, la joven no se movió, y él, soltándola, cogió sus pantalones y prosiguió mientras se los ponía:
—Soy un tonto, un patán, un necio, pero por fin he despertado y... y te quiero, Sakura. Yo te quiero.
Boquiabierta, ella negó con la cabeza. Conociéndolo, al cabo de un par de horas ya habría cambiado de opinión.
—Solo he necesitado sentir que te perdía para darme cuenta de que te necesito a mi lado para vivir —añadió Sasuke. Conmocionada por lo que le decía y sin querer creerlo, ella volvió a negar, pero él musitó—: Siento haber montado en cólera cuando vi que habías cogido la maldita mesita de los abuelos de Ingrid. No sé qué me pasó y...
—Pues te pasó que no soportas que nadie toque lo que fue suyo —lo cortó ella—. Eso fue lo que te pasó.
Sasuke cabeceó, sin duda tenía razón.
—¿Puedo ser totalmente sincera contigo?
—Puedes.
Sakura asintió y, cogiendo fuerzas, dijo:
—Fue una fatalidad que Ingrid muriera. Ojalá nada de lo ocurrido hubiera pasado por el bien de vuestra felicidad, pero por desgracia pasó. Comprendo que su recuerdo viva en ti, como vive el recuerdo de mi madre en mi padre.
—Sakura...
—Durante estos meses he conocido a diversos Sasuke. Al que me ignoraba porque parecía que yo no le caía bien; después al Sasuke que parecía preocuparse por mí; luego llegó el que, tras un encuentro en un establo, me dijo que nunca habría nada entre nosotros; más tarde surgió el que incomprensiblemente me pidió matrimonio y me ofreció un hogar pero no amor; tras ese llegó el Sasuke que, aun descubriendo quién era yo, me pidió que lo acompañara a su hogar en beneficio de los niños, y por último ahora aparece el que...
—Sakura, por favor..., créeme. ¡Te quiero! —murmuró él martirizado.
—¡Rayos y centellas, no mientas! ¡No digas tonterías! Tú no me quieres y nunca me querrás.
Oír eso para el vikingo no era fácil. Sabía que sus dudas y su inseguridad no se lo habían hecho pasar bien a ella; entonces la oyó preguntar:
—¿Puedes decirme cuántas Sakura has visto en mí?
—¿A qué te refieres?
—¿Yo he sido tan cambiante como tú?
—Tú siempre has sido tú —murmuró él.
—Nunca te pedí nada. Nunca exigí que desaparecieran de mi vista las cosas de Ingrid porque sabía que eso causaría problemas. Pero sí, Sasuke, sí, es muy indignante, por no decir frustrante, vivir en un lugar donde cada rincón de la casa te recuerda a tu mujer. Y para una vez que decidí arreglar, ¡arreglar..., no tirar, ni destruir, ni romper!, algo que era de ella, fíjate adónde nos llevó. Te enfadaste tanto conmigo que, sin pensar en mis sentimientos o cómo yo podía sentirme, aun sabiendo que te amaba, me echaste de tu habitación y también de tu vida. Por tanto, ahora no tengas la poca vergüenza de decirme que soy tu amor ni que me quieres, porque no puedo creerte.
Martirizado, él asintió, Sakura volvía a tener razón, y ella, incapaz de callar, preguntó:
—¡Por las barbas de Neptuno..., ¿en algún momento te pusiste en mi lugar?!
—No.
—¿Tu podrías vivir con una mujer que no te quiere, que se pasa el día entero comparándote con su marido fallecido y que no te permite tocar nada de la casa en la que vivís porque todo lo que te rodea fue de él?
Sasuke negó con la cabeza. Oír eso era terrible.
La desafortunada muerte de Ingrid lo había bloqueado de tal manera que, hasta que Sakura había llegado a su vida y le había hecho sentir que la necesitaba para vivir, no había sido consciente de la realidad, por mucho que todos los que lo rodeaban se lo dijeran.
Ingrid estaba muerta. Había fallecido hacía años y eso nada ni nadie lo iba a remediar. Y mirando a Sakura, la mujer que le había hecho ver que la vida continuaba y a la que amaba, indicó:
—Sakura, te quiero.
—¡Por Yemayá! ¡Tu nivel de estupidez sube por momentos!
—Por favor, cariño, no te vayas. ¡Quédate conmigo!Ahora soy consciente de todos los errores que he cometido. Y te aseguro que, si me lo permites, te resarciré de todos ellos.
—Es tarde, Sasuke.
—Escucha, Sakura. No es tarde —insistió él desesperado—. Tú y yo estamos aquí. Estamos vivos. Nos estamos mirando a los ojos y...
—¡No te creo! Maldita sea, ¡no te creo! —gritó perdiendo el control.
Ver su enfado y oír su rabia hizo que Sasuke callara y ella, dando media vuelta, corrió a su habitación.
Solo y ofuscado, el vikingo maldijo en noruego. Con rabia, recogió su camisa, que estaba en el suelo. Pensó en ir detrás de Sakura para seguir hablando con ella, pero, viendo el estado en que aquella se encontraba, temía que los gritos despertaran a los niños y se asustaran. Ya había sucedido hacía unos días y no quería que volviera a pasar. Y menos aún tras habérselo prometido a Asami.
Por ello, y aunque furioso, se dirigió hacia su habitación, consciente de que tenía algo más de dos semanas para demostrarle su amor y hacer que cambiara de opinión, aunque en realidad ignoraba que no tenía ni siquiera un día entero.
